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Una nueva economía de la solidaridad y el cuidado para los nuevos desafíos de los pueblos
p. Maria Cristina Roth
La ética de la solidaridad posee una vigencia particular, en este momento cultural, atravesado por el
conflicto entre los operativos de la modernización y el crecimiento, por un lado, y, por otro, las
exigencias de una ética del cuidado y de la protección.
Es en el marco de la economía solidaria, donde se efectúa una radicalización de la democracia, se
genera un interrogante sobre el impacto y proyección de la misma a nivel de un país, de la región
latinoamericana, o en el plano de la sociedad humana en general basada en la ética del cuidado.
Se ha planteado, desde hace más de un siglo, que una forma de radicalización y profundización de la
economía solidaria es a través del cooperativismo y la autogestión. La respuesta ha sido –
sintéticamente- que el cooperativismo y la autogestión, en cuanto amplían socialmente el ingreso al
capital, permiten a muchos participar en la gestión de las empresas y generan situaciones de empleo
estables, crean condiciones para la expansión de la participación democrática, no sólo en el ámbito
económico, sino en todos los asuntos de carácter social y en los que interviene el Estado. Podemos
decir, sin temor a equivocarnos, que la autogestión y el cooperativismo son una escuela de
participación social y democrática. Pero también, crean condiciones culturales y sociales favorables al
funcionamiento de una democracia participativa, e incluso facilitan la formación de actores y sujetos
sociales independientes capaces de realizar acciones sociales y políticas tendientes a la
profundización de la democracia. Esto es importante en nuestros países, fuertemente burocráticos y
formales, donde casi nunca hay una posibilidad real de acceso y participación en la toma de
decisiones. Pero para comprender en su real dimensión la economía de la solidaridad, es preciso
señalar que es un proceso de transformación y cambio mucho más amplio y radical que la acción
cooperativa y la autogestión. En ella concebimos la solidaridad como un elemento activo, matriz de
relaciones, fuerza productiva y comportamientos económicos en los procesos de producción,
distribución, consumo y acumulación. Es un nuevo modo de gestionar economía, el establecimiento
de una realidad económica especial, alternativa, que da lugar a nuevos modelos de empresas
basadas en la solidaridad y el trabajo, con un mayor grado de co-responsabilidad y co-participación
entre sus miembros que garantizan nuevas formas de distribución más justas, basadas en la
cooperación, reciprocidad y mutualismo, y a las nuevas formas para el consumo que integran las
necesidades de la comunidad imbricadas con las necesidades para el desarrollo de la persona y la
sociedad.
Así concebida la economía de solidaridad -como señala Luis Razeto-, podemos reconocer en ella una
dimensión microeconómica, otra de movimiento sectorial, y una perspectiva macrosocial. Considerar
estas distintas dimensiones nos da una perspectiva nueva para abordar el tema del seminario.
“La dimensión microeconómica está dada por todas las experiencias, iniciativas, organizaciones y
empresas que manifiestan al menos en algún grado, querer organizarse y operar con los criterios de
la racionalidad económica solidaria. No se pide que sean perfectamente solidarias, sino que en
algunas de sus estructuras (por ejemplo, de propiedad, de gestión, de organización del trabajo, de
distribución de los excedentes, de desarrollo tecnológico, de relacionamiento con el mercado, etc.)
operen con la racionalidad solidaria, de modo que ésta pueda irse expandiendo hacia otras zonas de
la organización y operación al evidenciarse que el modo solidario proporciona beneficios superiores a
los que pueden alcanzarse en las formas individualistas, competitivas, conflictivas, no solidarias.
La dimensión sectorial, de movimiento social y de sector económico, está dada por la convergencia
de múltiples, plurales y diversificadas experiencias que surgen del protagonismo social en el
enfrentamiento de los más graves problemas, desequilibrios y conflictos que afectan a la sociedad
contemporánea, y que se agravan en el marco de su actual crisis. En este sentido, la economía de
solidaridad es un proceso multifacético en el que confluye una pluralidad decaminos por los que
transitan experiencias e iniciativas sociales muy variadas, pero que comparten la racionalidad de la
economía solidaria. Ellos son:
El camino de los pobres y excluidos, que buscan subsistir mediante iniciativas de economía informal y
popular, una parte de las cuales se constituye como organizaciones económicas solidarias y de
ayuda mutua, configurando unaeconomía popular solidaria.
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El camino de los trabajadores, que aspiran a mejorar sus condiciones de trabajo, de vida y de
ingresos sea al nivel del trabajo dependiente donde la solidaridad se manifiesta en sindicatos y
gremios que incrementan su fuerza negociadora frente a los empleadores, sea al nivel del trabajo
independiente donde la solidaridad valoriza la fuerza de trabajo a través de su organización autónoma
y su gestión asociativa, configurando entre ambos niveles una economía del trabajo solidaria.
El camino de la promoción social y de la solidaridad con los pobres, que se manifiesta en la creación
de múltiples organizaciones no-gubernamentales, centros de servicios a la comunidad, grupos de
apoyo, corporaciones y fundaciones sin fines de lucro y con objetivos sociales, que configuran
una economía de donaciones y servicios solidaria.
El camino de la participación social, a nivel barrial, comunal y de vecindad comunitaria, que se
expresa en asociaciones, clubes, centros sociales, iniciativas de abastecimiento, de salud, de
capacitación, de trabajo barrial, de madres, de jóvenes, etc., que mediante la asociación y la acción
solidaria participan en la gestión de recursos locales disponibles, en la planificación de presupuestos
y en la ejecución de planes de desarrollo comunales.
El camino de la acción transformadora y del desarrollo alternativo, en que la solidaridad se expresa
en grupos, asociaciones y movimientos de los más variados tipos, los cuales se plantean contra el
modelo económico imperante y buscan aportar al cambio social mediante iniciativas concretas en las
que se experimentan nuevas formas de vivir, de relacionarse y de hacer las cosas; así se va
configurando una cierta perspectiva de desarrollo alternativo solidario.
El camino de las tecnologías apropiadas y del desarrollo local, que se propone rescatar formas
tecnológicas antiguas y crear otras nuevas susceptibles de ser apropiadas por las comunidades
locales, sea en el terreno de la construcción de viviendas, de los cultivos y crianzas orgánicas, de las
energías limpias y renovables, eólica, solar, hídrica, etc., y cuyo aprovechamiento natural no es por
las empresas capitalistas sino por las iniciativas económicas comunitarias, de modo que contribuyen
a configurar tecnologías de economía solidaria.
El camino del cooperativismo, la autogestión y el mutualismo, que se constituyen como genuina
economía de solidaridad en cuanto experimenten un proceso de renovación teórica y práctica que las
lleve a recuperar su identidad original, superando las ineficiencias y distorsiones en que han caído
como consecuencia del burocratismo interno, del acomodarse a las lógicas del mercado capitalista, y
del ponerse al servicio de programas sociales y clientelares del Estado. Con tal orientación,
constituyen una auténtica economía cooperativa y autogestionada solidaria.
El camino del cooperativismo, la autogestión y el mutualismo, que se constituyen como genuina
economía de solidaridad en cuanto experimenten un proceso de renovación teórica y práctica que las
lleve a recuperar su identidad original, superando las ineficiencias y distorsiones en que han caído
como consecuencia del burocratismo interno, del acomodarse a las lógicas del mercado capitalista, y
del ponerse al servicio de programas sociales y clientelares del Estado. Con tal orientación,
constituyen una auténtica economía cooperativa y autogestionada solidaria.
El camino de la ecología y del desarrollo sustentable, que tomando conciencia de que los deterioros
del medio ambiente y los desequilibrios ecológicos son consecuencia de modos de producir, distribuir,
consumir y acumular individualistas, competitivos y conflictivos, buscan formas económicas
amigables y ecológicas, las cuales evidencian que solamente con el ejercicio de la cooperación y la
solidaridad es posible que el intercambio del hombre con la naturaleza -que eso es la economía- no
dañe sino que respete, proteja y recupere el medio ambiente. Así se configura y crece la búsqueda de
una economía ecológica solidaria.
El camino de la mujer y el de la familia, que en cuanto dan lugar a la formación de
microemprendimientos de base familiar o basados en asociaciones con identidad de género,
expresan solidaridad en sus modos de ser, de organizarse y de hacer economía. Podemos hablar de
una economía familiar y de una economía de género solidarias.
El camino de los pueblos originarios, que en los vastos y variados territorios latinoamericanos luchan
por la subsistencia de sus comunidades mediante la recuperación o reafirmación de su identidad
2
étnica y cultural, que se expresan en formas de trabajo que han sido siempre comunitarias y
solidarias, constituyendo en consecuencia verdaderaseconomías indígenas solidarias.” [1]
Por lo tanto, la economía de la solidaridad responde a la necesidad del “encuentro con el rostro del
otro que me interpela”, al mutuo reconocimiento de una identidad solidaria común, de compartir una
economía popular, la economía del trabajo, servicios de apoyo, donaciones, propicia el desarrollo de
la economía local y de la tecnologías socialmente apropiadas; todas estas fuerzas interrelacionadas
orientadas a realizar un proyecto social y humano.
Ante la experiencia de la fragilidad general del mundo, asistimos al nacimiento de una sensibilidad
especial a favor de la “solicitud”. El deber de los individuos no consiste entonces en defenderse de la
sociedad, sino en defenderla, cuidar su tejido social fuera del cual no es posible realizar su identidad.
¿Cuáles son los desafíos que debemos enfrentar en América Latina? Basta mirar nuestros países
para comprender que hoy ya es insuficiente hablar de “crisis”, siendo más honesto reconocer que
estamos frente al fracaso de nuestros Estados nacionales y de nuestras economías. Estados con
enormes e insalvables déficits, economías endeudadas por montos impagables, aparatos productivos
que mantienen desocupados o sub-ocupados a más de la mitad de la población económicamente
activa, sistemas financieros enajenados y presos de los capitales golondrinas o “buitres”, países
completamente dependientes hasta para “entretenernos-distraernos” .
Del diagnóstico se desprende la necesidad urgente de un proyecto transformador y constructor cuyo
norte de acción y destino sea la perspectiva de una civilización nueva. Esto implica encontrar una
forma integradora de la vida social, en dimensiones latinoamericanas, capaz de generar un sistema
coherente y unificado de significados acorde a los esfuerzos de los pueblos, anhelando el desarrollo
económico-social y la autonomía política cultural.
Coincidimos con Luis Razeto acerca de que en esa lógica hay tres aspectos esenciales:
a) “A diferencia de las unidades estatal-nacionales que se constituyeron mediante la afirmación de la
unidad negando las diferenciaciones, o sea mediante el ocultamiento de las particularidades étnicas,
culturales, económicas internas, la unidad latinoamericana deberá buscarse y construirse a través de
un proceso de recuperación de todas las diferenciaciones y de todas las complejidades, el pluralismo
y la heterogeneidad estructural existente en la región en lo político, económico, demográfico y
cultural.
b) Mientras en la construcción de los Estados nacionales no era posible mirar al pasado y a las tradiciones para encontrar la identidad (siendo entonces la entidad estatal-nacional algo completamente
nuevo y traído desde fuera), la forma integrativa latinoamericana podrá ser individualizada y
construida precisamente mediante una reinterpretación crítica de su historia desde los orígenes. Al
respecto hay que reconocer que la cultura latinoamericana todavía no ha tomado plena conciencia y
aceptado sus orígenes indígenas y su pasado colonial, y ello le impide alcanzar una adecuada
comprensión y una justa valoración de su propia identidad.
c) Una tercera diferencia en la lógica de construcción de la forma integradora latinoamericana
respecto a la forma estatal nacional se refiere al modo de alcanzar la institucionalización y de lograr la
conformación de las personas y grupos al nuevo sistema ético-político. Los estados nacionales fueron
inaugurados mediante un acto central de tipo político, consistente en la formación de un gobierno y en
la promulgación de una constitución y de leyes a que debían conformarse a los comportamientos,
relaciones y actividades. La forma integradora latinoamericana, sin rechazar por cierto la oportunidad
de determinados actos de tipo jurídico predispuestos desde arriba, debiera organizarse, adquirir
formas y contenidos y conformar los comportamientos, desde abajo, esto es a través de un proceso
muy complejo y multiforme de agregación social, cultural y política protagonizado por las
comunidades y los grupos sociales de variados tipos que llegan a ser sujetos de nuevas relaciones
sociales. [2] Queremos señalar la importancia de la relación entre dirigentes y dirigidos que se
establece en los diferentes grupos por la participación de la comunidad organizada, de las
asociaciones sociales en la toma de decisiones. Sería una forma de superar la fragmentación y la
ruptura entre la sociedad política y la civil. Al ser una de las características de la civilización la
relación entre dirigentes y dirigidos, la economía de la solidaridad realiza en este aspecto un aporte
importante a través de la actividad cooperativa y la autogestión.
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Otro elemento significativo es el proceso de acercamiento en los niveles de vida y de riqueza al que
pueden acceder los distintos sectores que se constituyen a partir de la organización económica. Hay
un aporte sustancial de la economía de la solidaridad en la democratización del mercado, que implica
una distribución más equitativa de la riqueza, del conocimiento, del poder, tres factores que generan
conflicto entre las clases sociales y desequilibrios en la sociedad. El objetivo de la economía de la
solidaridad es constituir sociedades mejor integradas, menos divididas, es decir, con menos distancia
entre los que más tienen y los que menos tienen, manteniendo y asegurando la pluralidad y la
diversidad social resultante de las elecciones libres de las personas, comunidades y grupos.
En la medida en que la economía de la solidaridad y del cuidado hunde sus raíces en el nuevo mapa
latinoamericano, se nutre y vigoriza a partir de la pluralidad étnica y cultural, tomando contacto con
las economías de los pueblos originarios y buscando, de esa manera, una forma integradora
expresiva de nuestra identidad latinoamericana. Este reconocimiento nos lleva a considerar la
dimensión espiritual de nuestra cultura y civilización, donde las personas otorgan sentido y
significación a lo que hacen, a lo que viven. Rescatamos, así, una concepción del hombre como
persona libre y autónoma, abierta a la común-unión, capaz de actuar regida por valores superiores,
que no persigue únicamente la utilidad individual, sino que ama a sus semejantes y se abre a sus
necesidades, preocupada por el bien común y proyectada a la trascendencia.
Nos dice la Dra. Inés Riego en su artículo “El elogio del bien común”
“Pareciera sin más que hemos olvidado el valor y el sentido intrínsecos a toda comunidad, la común
unidad de personas cuya comunión sagrada e inapelable se muestra en el bien común: tú bien es el
mío y mi bien es el tuyo, porque la fraternidad entre tú y yo no es sólo un derecho proclamado, sino
un deber básico cuya asiento es el corazón. Vale la pena recordar a Emmanuel Mounier, cuyo
mensaje permanece inalterable en su pasmosa actualidad:
Una comunidad es una persona nueva que une a las personas por el corazón. No es una multitud. A
una pura comunidad no podría dársele un nombre. No la miraría acertadamente sino aquel que
captara a cada uno en su originalidad irreductible y considerara el conjunto como una orquestación.
Una sociedad sólo es duradera si tiende a este modelo. No se une a los hombres ni por sus intereses
(partidos, ligas y sindicatos de reivindicaciones), ni por sus impulsos, emociones, envidias y prejuicios
(partidos también, clases y lucha de clases), ni por sus servidumbres (místicas del trabajo, aún
liberado, porque se libera el trabajo de todo salvo de sí mismo). No se les une más que por sus vidas
interiores, que van desde ellas mismas a la comunidad” (Revolución personalista y comunitaria, I,
236-7).” [3]
Los valores del trabajo y la solidaridad, ejes fundantes de la economía de la solidaridad y del cuidado,
fortalecidos por las fuerzas interiores del espíritu, deberían ser los que sostuvieran a los pueblos
latinoamericanos.
La comunidad se vincula así con el servicio y con el sacrificio. La comunidad no debe ser pensada
como un mero cuerpo, una corporación, donde los individuos se funden en un individuo más grande.
Tampoco debe ser entendida sólo como un recíproco “reconocimiento” intersubjetivo en el que nos
reflejamos confirmando nuestra identidad.
Por el contrario, logramos ser una comunidad cuando como personas compartimos una obligación, la
de saldar una deuda comunitariamente identificada. Cuando nuestra actitud “de darnos” a los demás
es real, sincera, honesta, comprometida con la propia comunidad.
Sin duda, detrás de este concepto de comunidad subyacen una serie de valores que se encarnan en
la democracia republicana. Pero la construcción de la nueva comunidad es responsabilidad de los
ciudadanos, al reflexionar y cuidar sus actitudes en cada ámbito de su accionar personal y social.
Esta construcción es lenta pero, a nuestro criterio, valiosa. Creemos que vale la pena jugarse y
empezar a descubrir cuáles son las deudas que tenemos como comunidad; con quiénes las tenemos
para saldarlas con actitudes y acciones de entrega.
Vivimos en un mundo donde todo parece conspirar contra la larga duración, contra proyectos
extendidos en el tiempo. No podemos contar con la seguridad de un trabajo estable o con relaciones
intersubjetivas protegidas de toda adversidad. En cualquier momento nuestro puesto de trabajo
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puede ser reconvertido, nadie nos asegura que lo que hoy sabemos sea útil mañana, toda relación
está amenazada por el debilitamiento y la traición. También nuestra moral parece una moral de
vagabundos que desconocen cuánto tiempo permanecerán dónde están.
Con razón suele entenderse el proceso de cambio de la sociedad como una disolución de los
vínculos sociales rígidos. Las personas se convierten en constructores de lo social. En lugar de
adaptarse a articulaciones sociales dadas, ellas tratan de desarrollar la capacidad de crear por sí
mismas tales contextos.
La nueva configuración individual de las instituciones no es un mero producto de individuos y sus
deseos; está vinculada a las condiciones institucionales, al sistema jurídico, político, económico. El
mercado de trabajo, la exigencias de formación y movilidad, son ejemplos de esta institucionalización
de la individualización, que ejercen sobre la persona nuevas formas de coacción y la entregan a la
insegura fragilidad, reverso de la libertad conquistada.
Si pasamos ahora a la repercusión de esta economía en la política contemporánea de los países
dependientes, vemos que el factor más importante es la pérdida de la soberanía de los Estados
territoriales.
Urge preguntarse: ¿La globalización se impone con la fuerza de un sistema, influyendo y reestructurando las relaciones sociales? ¿La globalización constituye un nuevo orden, o, por el
contrario, expresa una nueva etapa del capitalismo desorganizado? ¿La fragmentación expresa la
ruptura de los viejos procesos sociales y políticos o implica una regresión hacia formas que se creían
superadas de exclusión y pobreza? ¿Se puede esperar razonablemente que la globalización
contribuya a gestar un mundo más justo, o, por el contrario, se acreciente la renuncia a la justicia?
Nadie permanece igual cuando las vivencias del tiempo y del espacio se revolucionan y los “otros”
irrumpen de modo inesperado e imprevisible en el horizonte fluidificado, inestable e hiperacelerado de
nuestra existencia. Así, la des-regulación y la globalización de los mercados erosionan fuertemente la
tradición, cuyo desanclaje promueve procesos de reflexividad crecientes y la construcción de nuevas
identidades. En medio de la irrupción de todos los mundos en cada mundo, se deshacen las
identidades constituidas. La crisis de alteridad es crisis de identidad.
Hoy sabemos que el crecimiento económico no garantiza la solución de los problemas de distribución.
La convergencia de lo económico y de lo social no es automática. La crisis de empleo no es la
disfunción pasajera del sistema económico y su superación sólo podrá venir de un trabajo de la
sociedad sobre sí misma.
¿Cómo pasamos de un taller de “reparaciones sociales” a una “ética de la solidaridad”? Habría que
explorar las posibilidades de un nuevo derecho a la inserción, de algo así como una hospitalidad
económica, nuevas posibilidades de inclusión.
Los excluidos no forman una categoría, ni pueden ser objetos de una acción social concreta, su
situación se define por una carencia; son los nuevos proletarios. No forman una clase social, no
ocupan una posición en el proceso de la producción. Serían algo así como una “no-clase”. Son
irrepresentables, los sin-rostro.
La globalización agrava las consecuencias del trabajo no calificado, se produce una segmentación del
mercado del trabajo: en lo que se refiere a la estabilidad laboral, los trabajadores especializados
muestran una elevada fluctuación.
El principal bloqueo del estado de bienestar no tiene su origen en un problema financiero, sino en el
cambio imperceptible que ha tenido lugar en el tejido social. Bloqueo de carácter cultural y social. Se
trata de una crisis que tiene su origen en el agotamiento del modelo; para combatir la exclusión se
plantea la necesidad de pensar un modelo para la equidad en el marco de una nueva articulación
entre la lógica social y la lógica económica. Los enfoques de la exclusión económica tienden a ignorar
el núcleo del problema y a sustituir el análisis por la una expectativa unilateral. Esta crisis ha puesto
de manifiesto que la solidaridad no puede derivarse de un principio procedimental, apolítico, sino que
requiere un tratamiento diferenciado de los individuos. Urge aumentar la transparencia social para
que emerjan en forma más localizadas las necesidades y aspiraciones. La transparencia tiene un
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coste. Puede engendrar tensiones y conflictos, pero la conflictividad reconocida está en el origen de
la autorregulación de lo social.
El aumento de la exclusión social aparece como una consecuencia de la fragmentación y de la
pérdida de identidad de la clase obrera. Los nuevos conflictos sociales se establecen sobre nuevos
parámetros de desigualdades. El contexto socio-económico actual ha quebrado la autonomía y la
individualidad de las culturas, proponiendo la unificación de los mercados y una dimensión cultural
global y unitaria.
En la red global se impone el “re-descubrimiento” de la persona, la identidad subjetiva, a la vez que
encontrar el lugar comunitario, capaz de construir identidades nuevas en la multiplicidad relacional
con otras subjetividades, en la riqueza de las opciones y de la diversidad. La vida nos habla desde
otro lugar, donde me encuentro con el “rostro del otro”, del huésped, donde aparece también la
promesa de una búsqueda más ardua. Se trata de pensar desde una ética de la responsabilidad y el
compromiso la lógica misma de lo político para poner de relieve que lo imposible de la política... es
posible, siempre y cuando las decisiones se basen en valores que avalen una política de la vida.
El mayor desafío y la deuda que nos une como comunidad es, sin duda, rescatar la democracia
republicana desde sus profundos valores y construir una nueva comunidad con actitudes
transparentes, honestas en el quehacer diario, en lo personal y en lo social, siendo capaces de
asumir el compromiso y la responsabilidad de identificar y saldar las deudas pendientes.
Ninguna civilización puede soportar sin riesgo de desintegración, las enormes tensiones, la
marginación, la violencia creciente que este modelo ha desatado.
La crisis no afecta sólo a un sistema socio-político-económico, compromete la supervivencia misma
de la humanidad.
Bibliografía:
Bianco, Gabriela: “Epistemología del diálogo”. Biblos. Buenos Aires 2002.
Calvez, Jean: “Necesidad del trabajo”. Losada. Buenos Aires l999.
Cortina, Adela: “Ética aplicada y Democracia radical”. Península. Barcelona 2001.
Innerarity, D.: “Ética de la hospitalidad”. Losada. Buenos Aires 2000
Regnasco,M.J. : “El imperio sin centro.Biblos. Buenos Aires 2000.
Castoriadis, C.: “El avance de la insignificancia”. Eudeba. Bs. As. 1997.
Castell, R.: “La metaforsis de la cuestión social”. Paidos. Bs. As. 1999.
Giddens,A. “Capitalismo y la moderna teoría social”. Idea Universitaria España 1998.
Klisberg,B. “Hacia una economía con rostro humano”. F.C.E. México 2002.
Roth, María Cristina: “Pensar-se humanos”. Ed. Biblos. Buenos Aires 2009.
Sen,A.: “Desarrollo y Libertad”. Planeta. Buenos Aires 2000.
Klisberg,B. y Sen ,A.: “Primero la gente”. Temas grupo Editorial. Buenos Aires 2009.
[1] Luis Razeto “Economía de solidaridad y profundización de la democracia para una nueva
civilización” II Foro Mundial. Porto Alegre. Brasil 2002.pp 3-5
[2] Luis Razeto “Economía de solidaridad y profundización de la democracia para una nueva
civilización” II Foro Mundial. Porto Alegre. Brasil 2002. p 8
6
[3] I. Riego de Moine: “Elogio del bien común”. En Persona. Revista Iberoamericana de Personalismo
Comunitario,Año III, Nº 8, Agosto 2008, p. 4, ISSN 1851-4693, edición digital en el
sitio www.personalismo.net
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