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Ing. GONZÁLEZ, Noemí Helvecia –
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Moda de Identidades
A menudo se asocia al concepto de cultura el término identidad y los grandes interrogantes sobre la
identidad remiten, con frecuencia, a la cuestión de la cultura. La cultura se originaría, en gran medida, en
procesos inconscientes mientras que la identidad remite a una norma de pertenencia, a un proceso consciente.
El concepto de identidad cultural surgió en los años cincuenta en Estados Unidos, cuando los equipos
de investigación en psicología social intentaban encontrar una herramienta adecuada para entender los problemas
de integración de los inmigrantes. Este enfoque concebía la identidad cultural como determinante de la conducta
de los individuos primero e independiente del contexto relacional después.
Para la psicología social, la identidad es una herramienta que permite pensar la articulación de lo
psicológico y lo social en el individuo: resultante de las diversas interacciones entre el individuo y su entorno
social. En virtud de ello, identidad social se definiría como el conjunto de las pertenencias de un individuo en el
sistema social (a una clase social, sexual, etaria, nación, etc.), por lo que esta identidad social es, al mismo
tiempo, inclusión y exclusión: identifica al grupo y lo distingue de los otros. La identidad cultural aparece
entonces, como una modalidad de categorización, basada en la diferencia cultural.
Existen diferentes concepciones de identidad cultural. La concepción biológica considera que la
identidad está prácticamente inscripta en el patrimonio genético. Es decir, que el individuo nace con los
elementos constitutivos de la identidad étnica y cultural, propios del pueblo al que pertenece.
La concepción culturalista acentúa la herencia cultural, vinculada con la socialización del individuo.
El individuo, según este enfoque, llega a interiorizar los modelos culturales que se le imponen, que lo identifican
con su grupo de origen. También aquí se define la identidad como preexistente al individuo.
Otras teorías, calificadas de primordialistas, consideran que la identidad etnocultural es primordial
porque la pertenencia al grupo étnico es la primera y la más importante de todas las pertenencias sociales. En el
grupo étnico se comparten las emociones y las solidaridades más profundas y más estructurantes.
Denys Cuche (1999), razona que si la identidad es una construcción social originada en la
representación, dicha construcción de la identidad se hace en el interior de los marcos sociales: no es una
ilusión, pues está dotada de una eficacia social y produce efectos sociales reales ya que se trata de una
construcción que se elabora a través de una relación entre los integrantes de los grupos sociales.
Es decir, la identificación puede funcionar como afirmación o como asignación de identidad. Desde
Simon (Cuche, 1999), la identidad es siempre un compromiso, una negociación, entre una autoidentidad definida
por sí misma y una heteroidentidad o exoidentidad definida por los otros. Entonces, la identidad es lo que se pone
en juego en las luchas sociales, por lo que la noción se torna problemática.
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Identidad y Estado
A partir de lo dicho, no es el científico el que tiene que llevar a cabo “controles de identidad”. La
identidad se volvió un asunto de Estado.
El estado instaura reglamentos y controles y tiende a la
monoidentificación. Los individuos y los grupos son cada vez menos libres de definir ellos mismos su propia
identidad. Es decir, la acción del Estado implica reacción por parte de los grupos cuya identidad es negada o
desvalorizada, por lo que hay un crecimiento de los pedidos de reivindicaciones identitarias. Al decir de Pierre
Bourdieu (Cuche, 1999), la exaltación de la identidad nacional no puede más que implicar una tentativa de
subversión simbólica contra la inculcación de identidad.
Cuando se habla de inculcar identidad se habla de educación y, al decir de R’egis Debray (Marafioti,
1996), la educación es un problema social sin solución, (entre otros: inseguridad, desocupación, déficit) que el
Estado arrastra como una cruz. El modelo de transmisión de conocimientos se encuentra en estado agónico en
todo el mundo.
Marafioti (1996), plantea que se debe tratar de reflexionar y arriesgar hipótesis acerca de las nuevas
modalidades que adquirirán en el futuro los mecanismos para socializar a los seres humanos y para
transmitirles saberes. Sugiere se reflexione fuertemente sobre el éxito fulminante de los instrumentos de
comunicación audiovisual y de las computadoras. Él observa que a partir de una nueva configuración técnica,
se inventa una nueva modalidad humana; los medios electrónicos (sobre todo la televisión) y la informática,
junto con los mecanismos de transmisión de los conocimientos en una sociedad, sirven para la realización de
cualquier tipo de tropelías. Pero se debe recordar que ningún medio es intrínsecamente peligroso si los que lo
usan advierten sus peligros.
Multidimensionalidad
Afirmar que la identidad es el resultado de una construcción social, sin tener en cuenta que participa de
la complejidad de lo social, sería pretender reducir cada identidad cultural a una definición simple. Implicaría no
tener en cuenta la heterogeneidad de todo grupo social. Se debe recordar que lo característico de la identidad es
su carácter fluctuante. Considerarla como monolítica impide comprender los fenómenos de identidad mixta,
frecuentes en toda sociedad.
Marafioti (ib), nos habla de identidades débiles y, en consecuencia, de la doble pertenencia, la doble
fidelidad. Hay derecho a tener identidades múltiples por lo que se construye una suerte de multifidelidad. Esta
ilusión genera otra, tal vez más preocupante: la del aniquilamiento de las diferencias. Se puede pertenecer a
muchos lugares al mismo tiempo que no se pertenece a ninguno y no existen problemas específicos. Todo se
resuelve en términos de “libre mercado” y “libre servicio”, permitiendo construir una cultura de la
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multipertenencia, factor de enriquecimiento para el hombre del futuro, que será el hombre pluridimensional,
multiforme, creador de su propio universo de pertenencia.
Según Simon (Cuche, 1999), la identidad funciona como el modelo de las muñecas rusas, embutidas
unas dentro de las otras pero, si bien la identidad es multidimensional, esto no quiere decir que pierda su unidad.