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Curso “La Estética y la Teoría del Arte en el siglo XVIII”.
TRANSCRIPCIÓN DE LA VIDEOPRESENTACIÓN:
- Christian Wolff: la belleza como perfección
Profesor: Juan Martín Prada
AVISO: Este documento se ha realizado a través de software de reconocimiento de voz,
partiendo de las videopresentaciones impartidas por el profesor Juan Martín Prada e incluidas
en este curso MOOC. Dada la dificultad en convertir una presentación oral en texto escrito,
este documento puede contener algunas variaciones respecto al material original.
Christian Wolff: la belleza como perfección
Profesor: Juan Martín Prada
[inicio de audio]
Christian Wolff nació en 1679 en Breslau, ciudad que actualmente pertenece a Polonia (actual
Wrocław). Estudio matemáticas, física y filosofía en la Universidad de Jena, siendo discípulo de
Leibniz, guardando con el pensamiento de su maestro infinidad de similitudes. De hecho, la
síntesis de la filosofía de Leibniz con la de Wolff es conocida como "filosofía leibnizwolffiana" o
"racionalismo dogmático de Leibniz-Wolff".
Wolff ejerció en su época una profunda influencia en las universidades alemanas, que durará,
al menos, hasta su sustitución progresiva por el criticismo kantiano.
Y de hecho, creo que es casi indiscutible que la estética alemana antes de Kant estuvo
fundamentalmente dominada por los seguidores de Wolff, entre ellos, como veremos,
Baumgarten, Georg Friedrich Meier, Moses Mendelssohn o Johann Georg Sulzer, entre otros.
Pero antes de continuar, recordemos brevemente que en la primera mitad del siglo XVIII la
estética alemana se estaba nutriendo de dos corrientes, por un lado el racionalismo francés y,
por otro lado, el empirismo inglés. Y lo que tanto Leibniz como su discípulo Wolff van a
intentar elaborar es, precisamente una peculiar síntesis de ambos sistemas.
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En todo caso, la filosofía de Wolff es, como la caracterizó Ferrater Mora, un saber
"escolástico", esto es, rigurosamente organizado y basado en un examen racional de los
conceptos”.
En realidad, lo que buscó Wolff es un saber completo del mundo, posible, en su opinión, a
través del método de deducción "lógico-ontológica”, es decir, a través de un saber referido a
verdades necesarias y cuya contradicción no fuese posible. Ciertamente y como señalara
Copleston, “la nota característica de su pensamiento es la confianza y la insistencia en la
capacidad de la razón humana para conseguir certeza en el campo de la metafísica, incluido el
conocimiento metafísico de Dios”. Así, desde luego, no veremos en Wolff esa separación
pietista entre la fe y la razón, que tan importante será en los desarrollos de la filosofía
ilustrada, ni tampoco, por tanto, el abandono de cuestiones de tipo metafísico de corte
digamos tradicional.
Evidentemente, para un pensador que trabaja con conceptos “claros” y "distintos", con
conceptos que deben ser claramente comunicables por medio de palabras, podría parecer
lógico que éste eludiera cuestiones de tipo estético, en donde los conceptos podrían no ser tan
fácilmente comunicables, como es el caso, por ejemplo, “de un color determinado”
(Copleston). Algo que, sin embargo no sucede en Wolff, en cuyos textos las cuestiones del arte
y lo bello son recurrentes.
Recordemos que Leibniz, el maestro de Wolff, había dicho que la percepción sensorial era un
conocimiento claro, pero indistinto o confuso, puesto que comunica, decía, representaciones
compactadas, juntas, y no unas pocas claramente separadas unas de otras, como pretende el
discurso lógico. Leibniz, a este respecto, ponía un ejemplo en relación a las artes plásticas: “en
ocasiones vemos a pintores y otros artistas juzgar correctamente lo que ha sido hecho bien o
mal; no obstante, a menudo son incapaces de dar una razón de su juicio más que decir, al que
les pregunte, que la obra que les disgusta carece de ‘algo, no se el qué’”. No obstante, y a
pesar de estas dificultades, como decía antes, Wolff no omitió abordar la cuestión del arte y la
belleza, aunque ciertamente éstas pudieran parecer especialmente problemáticas dentro de
su sistema filosófico.
Muchas de sus consideraciones sobre el arte y lo bello aparecen en el texto Pensamientos
racionales sobre Dios, el Mundo y el Alma del Hombre que vemos en la imagen, publicada por
primera vez en 1719.
En primer lugar, debemos indicar la importancia del concepto de perfección para Wolff, un
concepto central en su ontología. Término que Wolff va a definir como la armonía o la
concordancia de una variedad o multiplicidad de objetos o partes de objetos, es decir, lo que,
en definitiva, podría ser enunciado con la expresión latina perfectio est consensus in varietate
(Wolff, Ontologia, §503, p. 390), es decir, la perfección es consenso, acuerdo, armonía, en la
variedad. Ya vimos que ésta será también la definición de belleza para muchos otros
pensadores de la época (recordemos las videopresentaciones que dedicamos a Hutcheson).
Wolff ejemplifica esta definición de perfección con el ejemplo de un reloj, un mecanismo
compuesto de infinidad de piezas, pero que deben estar en perfecta correspondencia unas con
otras, siendo precisamente en esa correspondencia donde radicaría su perfección.
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De hecho, para Wolff el mundo sería también una especie de perfecto reloj, pues sería el más
perfecto de los posibles, al ser el elegido por Dios entre todos los mundos posibles.
Pero lo más relevante para las cuestiones estéticas es que, en opinión de nuestro filósofo, el
conocimiento sensorial o intuitivo de la perfección es productor de placer en el ser humano. Es
decir, que “en la medida en que intuimos la perfección (escribe Wolff) el placer surge en
nosotros y, por tanto, el placer no sería otra cosa sino una intuición de la perfección, tal y
como Descartes ya había señalado”.
Muy importante, a mi juicio, es el hecho de que la definición que plantea Wolff de la
perfección está planteada en dos sentidos complementarios, por una parte, uno formal, es
decir, la perfección entendida como el orden y la armonía de las partes de un todo; por otra
parte, Wolff plantea también la definición de la perfección en un sentido sustantivo. ¿Y que
quiere decir ese sentido sustantivo? Pues que la perfección sería la idoneidad de ese orden o
armonía de las partes para conseguir el objetivo al que se orienta el todo. Es decir, por
ejemplo, y volviendo al ejemplo del reloj, ese reloj para ser perfecto debe ser capaz de marcar
la hora adecuadamente, ha de ser, en definitiva, capaz de conseguir el objetivo que tiene
encomendado. Dos sentidos, el formal y el sustantivo, que aparecen en prácticamente todos
los escritos donde Wolff emplea el concepto de perfección.
Algo también muy relevante es que para Wolff existe una identificación del orden con la
verdad. De modo que la verdad sería una propiedad objetiva consistente en la coherencia, el
orden dentro de las cosas mismas, es decir, en la perfección.
Y no olvidemos que, como decía antes, para Wolff la intuición de la perfección genera placer
en nosotros, es decir, que el placer da cuenta de la belleza, que la intuición de la perfección es
generadora de placer. Y de ahí que Wolff defina la belleza de la siguiente manera: “la belleza
consiste en la perfección de una cosa en tanto que es idónea para producir placer en nosotros”
(Psychologia Empirica, §544, p. 420).
Y en cuanto a las artes plásticas, la pintura y la escultura, Wolff considera que la perfección en
ellas depende de su capacidad para imitar la realidad adecuadamente, es decir, para lograr una
representación verídica. Y es ahí donde radicaría su perfección, en ese sentido sustantivo del
que antes hablaba. Por tanto, la perfección en la pintura consistiría en la similitud, en un
precisa similitud.
En todo caso, creo que aquí debemos entender que este sentido de la perfección en las artes
plásticas, de tipo sustantivo (como lo era el hecho de que un reloj debe ser capaz de marcar la
hora) ha de venir ligada al sentido formal del concepto de perfección que señalé
anteriormente, es decir, la perfección como el orden y la armonía de las partes de un todo. No
debemos olvidar que ambos sentidos de lo bello, el formal y el sustantivo, serían siempre
necesarios para encontrar perfección en las artes plásticas.
En el caso de la arquitectura, para que percibamos bello un edificio, opinará Wolff, éste debe
mostrar también ambos sentidos de la perfección, tanto la perfección formal, es decir, la
coherencia y armonía entre sus diversas partes, como la perfección sustantiva, es decir, que el
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edificio sea confortable y adecuado al uso que vaya a ser destinado. Una idea la de la utilidad,
como veremos más adelante, que será algo totalmente rechazado por Kant.
Pero creo que para poder comprender adecuadamente todo esto no podemos obviar el hecho
de que para Wolff la experiencia estética tiene una significación religiosa muy profunda. De
hecho, no lo olvidemos, su filosofía acabará culminando en una teleología religiosa. En su
opinión, y como ya adelanté antes, Dios se revela en el mundo diseñándolo todo de forma muy
perfecta, donde todas las cosas, aunque diversas, funcionan armónicamente entre sí, pues el
mundo existe como espejo de la perfección de Dios. Y por supuesto, la perfección que generan
los artistas con sus obras, y que se añade a la perfección natural del mundo, emanaría
también, en opinión de Wolff, de la perfección de Dios.
Por otro lado, y como no podría ser de otra manera, su teoría moral se basa también en la idea
de la perfección: el bien podría ser definido, pues, como lo que nos hace más perfectos a
nosotros mismos y a nuestra condición; mientras que el mal sería lo que nos hace más
imperfectos (Copleston). Y puesto que “sólo queremos lo que consideramos bueno en el
sentido de perfectivo de nosotros mismos, y que no queremos nada que consideremos malo”
(Copleston), actuaríamos siempre, podríamos decir, “sub specie boni”, es decir, siempre en la
búsqueda de lo bueno.
Y es desde este matiz o valor perfectivo, es decir, desde lo que nos hace más perfectos, desde
el que podríamos entender que la intuición de la perfección y, por tanto, la belleza en el
mundo y en las artes, produzca siempre placer en nosotros, pues, en cierta manera, nos
perfeccionaría.
Como comenté al principio, la filosofía de Wolff será muy influyente, durante muchos años, en
el contexto del pensamiento alemán, hasta que la influencia de Kant en las universidades vaya
acabando con el protagonismo del racionalismo de Leibniz-Wolff. Sin embargo, sus
consideraciones sobre la belleza fueron pronto criticadas duramente por muchos teóricos de la
época, sobre todo por Diderot, quien en su texto Investigaciones filosóficas sobre el origen y
naturaleza de lo bello le dedicará algunos comentarios que creo conviene recordar aquí,
(aunque ya los vimos en las sesiones que dedicamos a este pensador francés). Allí comentaba
Diderot lo siguiente:
“Wolff dice, en su Psicología, que hay cosas que nos gustan y otras que nos desagradan, y que
la diferencia es lo que constituye lo bello y lo feo; que lo que nos gusta se llama bello y lo que
nos desagrada es feo. Añade que la belleza consiste en la perfección, de modo que por la
fuerza de la perfección, lo que está revestido de ella es capaz de producirnos placer”.
Y es a partir de aquí donde comienza la crítica de Diderot: “Es evidente que San Agustín había
ido mucho más lejos en la consideración de lo bello que el filósofo leibniziano: éste, en primer
lugar, parece pretender que una cosa es bella porque nos gusta, en lugar de pretender que si
nos gusta es porque es bella, como Platón y San Agustín muy bien señalaron”.
Con lo que, finalmente, la conclusión que nos ofrece Diderot de la teoría de Wolff sobre lo
bello, es el siguiente: “Que Wolff confundió lo bello con el placer que produce y con la
perfección, aunque haya seres que gusten sin ser bellos, otros que sean bellos y no gusten;
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que todo ser sea susceptible de la última perfección y que los haya que no sean susceptibles
de la menor belleza”.
De hecho, la crítica de la perfección como fundamento de lo bello será intensa en gran parte
de la filosofía posterior de base kantiana. Más tarde, un caso muy explícito lo encontraremos
en Estética de lo feo, de Rosenkranz: “Un animal puede estar muy bien orientado a unos fines,
es decir, estar perfectamente organizado como ser vivo y precisamente por ello ser feo, como
ocurre con el camello, el perezoso, la sepia, la rana pipa”.
En fin, y ya con estas críticas a la relación que Wolff estableció entre la perfección y la belleza,
querría cerrar esta presentación, para pasar a comentar, en las siguientes sesiones, algunos de
los otros pensadores que, al igual que Wolff, propondrán una definición de lo bello, que
Schiller, años más tarde, describirá, no sin un cierto desprecio, como “racional-objetiva”.
[fin de audio]
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