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Elementos éticos en la Misión del ITESM
Dr. Emilio Martínez Navarro (Universidad de Murcia, España)
1. Renovada atención a la formación ética
Para cualquier persona sensibilizada en temas de ética es muy reconfortante
observar que hay instituciones universitarias que, al menos en algunos aspectos, se están
tomando en serio la tarea de reforzar los valores éticos de sus miembros y transmitir
esos mismos valores a las nuevas generaciones. En el caso del ITESM, el documento
que define la Misión de la institución hacia el 2005 es digno de elogio por su insistencia
en aspectos sustantivos de la formación ética de todos las personas vinculadas al Tec,
así como por la sensibilidad que muestra hacia los problemas sociales y los del medio
ambiente.
Para una profesor de Ética ajeno al ITESM, como es mi caso, es muy interesante
observar cómo una universidad mexicana de alto nivel se ha tomado la molestia de
revisar sus objetivos y replantear sus metas, principios y procedimientos como parte de
un proceso continuado de mejora de la calidad del servicio que presta a la sociedad. En
ese sentido, la definición de la Misión 2005 del Tec es ejemplar para cualquier otra
institución universitaria. Porque, al señalar que se trata de “formar personas
comprometidas con el desarrollo de su comunidad, para mejorarla en lo social, en lo
económico y en lo político” y de “hacer investigación y extensión relevantes para el
desarrollo sostenible del país”(p. 5), la Misión refleja de un modo actualizado lo que
constituyen los bienes internos de cualquier institución universitaria: la calidad de la
docencia y de la investigación.
2. Bienes internos y externos en las actividades sociales
Para quienes no estén muy versados en el concepto ético de bienes internos, lo
explicaré brevemente. La vida en sociedad lleva aparejada la aparición de una serie de
actividades sociales que a todos interesan para poder mantener la vida y satisfacer las
más variadas necesidades de las personas. Ejemplos de tales actividades sociales pueden
ser las prácticas agrícolas, la actividad ganadera, la profesión médica, la del
farmacéutico, la del maestro, la del juez, y también la actividad educadora de los padres
con respecto a los hijos. Todas esas actividades sociales desempeñan un papel esencial
para la supervivencia y la continuidad de cada sociedad en particular y de la vida
humana en general. Por esa razón, en el desempeño de tales tareas por parte de quienes
las realizan podemos distinguir dos clases de bienes, que llamaremos internos y
externos con respecto a la actividad en cuestión.
Los bienes internos de una actividad social son aquellos que normalmente
consideramos como vinculados a la existencia misma de la actividad, puesto que son las
metas o fines que le confieren sentido y la legitiman socialmente. Así por ejemplo, el
bien interno de la actividad agrícola es la producción de vegetales sanos y nutritivos
para servir de alimento a personas y animales; el bien interno de la actividad ganadera
es la producción de carne apta para el consumo, o bien la crianza de animales
domésticos para otros fines; el bien interno de la actividad médica es la prevención de
enfermedades y la recuperación de la salud de las personas, o en su caso la disminución
del sufrimiento; el bien interno de la actividad docente es el correcto aprendizaje del
alumnado; el de la judicatura es administrar justicia de modo imparcial, y el de la
educación familiar es la correcta asimilación por parte de los hijos de unos hábitos y
1
costumbres socialmente valiosos. Una característica fundamental de los bienes internos
es que son producidos casi exclusivamente por la actividad social que los tiene
encomendados. Esto significa que normalmente no pueden ser realizados fuera de ella:
sin una buena práctica de la agricultura no habrá alimentos vegetales, sin una correcta
actividad médica difícilmente se curarán los enfermos, sin una adecuada labor docente
es poco probable que haya un buen aprendizaje por parte de los alumnos, y si los padres
no encaran en serio su tarea educadora, difícilmente podremos tener ciudadanos bien
educados en los valores básicos. En síntesis, si una actividad social no proporciona
adecuadamente el bien interno que le corresponde, nadie lo puede hacer en su lugar, de
modo que la sociedad entera se vería perjudicada.
En cambio, los bienes externos, por contraste frente a los internos, son aquellos
que una persona o institución obtiene con ocasión del servicio que presta a la sociedad,
pero no son específicos de una actividad en particular, sino que pueden obtenerse en el
desempeño de cualquiera de las múltiples actividades sociales. Son ejemplos de bienes
externos el dinero, la fama, el prestigio o estima social y el grado de poder e influencia
social. Una persona puede, por ejemplo, ingresar en la profesión de farmacéutico y
ejercerla de modo correcto produciendo el bien interno ligado a su profesión: en este
caso, colaborar a la recuperación de la salud de los enfermos mediante la preparación de
medicamentos. Esta persona, supongamos, puede desempeñar su profesión de un modo
tan excelente que logra una buena reputación, unos ingresos saneados y una posición
social influyente. Eso significaría que el farmacéutico ha logrado cierta cantidad de
bienes externos a su actividad mediante la realización de los bienes internos a la misma,
aunque a menudo es necesario que acompañe la buena suerte, dado que no siempre el
trabajo bien hecho proporciona beneficios tangibles de inmediato. Cuando tales
beneficios por fin llegan, en principio será correcto, legítimo, moralmente inobjetable,
éticamente adecuado, que quien ha proporcionado excelentes bienes internos en su
actividad, pueda disfrutar de los bienes externos que en justicia le correspondan.
Toda persona que ingresa en una profesión o ejerce una actividad socialmente
legitimada como necesaria o conveniente, tiene derecho a obtener los bienes externos
que normalmente lleva aparejado el ejercicio de dicha profesión o actividad. Pero
atención: lo que legitima socialmente la actividad es la producción de los bienes
internos, y no la obtención de los bienes externos. El farmacéutico de nuestro ejemplo
no puede argumentar válidamente que prefiere utilizar su profesión “para fabricar
venenos a modo de armas” y “para fabricar drogas de diseño”, porque así obtendrá más
dinero y más poder que con el ejercicio habitual de la profesión; porque lo que legitima
socialmente la existencia de esa profesión no es la obtención de dinero y poder, sino el
servicio a la salud de los enfermos. Sólo en el ejercicio recto de la profesión será
legítima la obtención de ciertas cuotas de dinero y poder e influencia social, que en
ocasiones pueden llegar a ser altas.
Por otra parte, constatar que las tareas humanas tienen unos bienes internos que
han de ser prioritarios sobre los bienes externos no debe ser excusa para proporcionar
menos bienes externos a las personas que llevan a cabo sus tareas con la debida
profesionalidad y diligencia. Por ejemplo, si los maestros desempeñan su trabajo con
entusiasmo y entrega, a pesar de que a menudo no cuentan con los medios adecuados
para llevar sus clases de la mejor manera, y sin embargo no se les reconoce socialmente
y económicamente el esfuerzo que realizan, acabarán por desmoralizarse, perderán la
ilusión primera, y a la larga pueden, o bien abandonar la profesión, o bien convertirse en
personas corruptas en el sentido que comentaré a continuación.
2
3. El fenómeno de la corrupción
Esta distinción entre los bienes internos y los externos permite entender en
profundidad en qué consiste el fenómeno de la corrupción: el corrupto es aquel que deja
de lado la consecución de los bienes internos de la actividad social en la que ingresó y
se dedica casi exclusivamente a procurarse bienes externos. Desde este punto de vista,
no sólo son corruptos los funcionarios que se apropian dinero público o los ciudadanos
que intentan sobornar a otros, o quienes aceptan los sobornos, sino también cualquiera
de nosotros en la medida en que vamos olvidando la meta legitimadora de nuestra
actividad o profesión y nos dejamos llevar por la rutina de esperar la paga sin procurar
la excelencia en la tarea y sin gozar de la tarea por sí misma. Trabajar en cualquier
actividad con la mirada puesta únicamente en los beneficios económicos, o en el posible
ascenso, o en la fama que se espera conseguir, es también una manera de ser corrupto.
Como ha escrito Adela Cortina, “la corrupción de las distintas actividades e
instituciones se produce cuando aquellos que participan en ellas dejan de buscar los
bienes que les son internos y por los que cobran su sentido, y las realizan
exclusivamente por los bienes externos que por medio de ellas pueden conseguirse: las
ventajas económicas, las ventajas sociales, el poder. Con lo cual esa actividad y
quienes en ella cooperan acaban perdiendo su legitimidad social y, con ella, toda
credibilidad. "Corrupción", en definitiva, en el más amplio sentido de la palabra,
significa "cambiar la naturaleza de una cosa volviéndola mala", privarle de la
naturaleza que le es propia, pervirtiéndola.”1
Pero debemos advertir de nuevo que en muchos casos las personas comienzan
con gran empuje y altos de moral en el ejercicio de una profesión, y sin embargo las
políticas de la institución a la que pertenecen o la actitud de minusvaloración de la
sociedad en general hacia a esa profesión en particular, puede llevar a muchos de sus
miembros a la desmoralización. Es muy importante, para evitar la corrupción, que se
analice con mucho cuidado cuáles son las causas que la provocan. Porque sin duda los
bienes internos han de ser prioritarios para el que ingresa en una tarea social, pero es de
justicia reconocer que esa labor merece una adecuada recompensa que se expresa en la
expectativa legítima de una porción de bienes externos. Y si tales expectativas se ven
repetidamente frustradas, no debería sorprender que aparezcan comportamientos poco
profesionales y que la corrupción avance. En estos casos se puede producir un círculo
vicioso del que es preciso salir cuanto antes: la institución o la sociedad no recompensa
adecuadamente a sus profesionales porque opina que éstos no buscan la excelencia en el
servicio, y los profesionales dejan de buscar la excelencia porque sienten que se les
niega injustamente una porción de bienes externos que tienen merecida. Probablemente
la mejor manera de salir de ese círculo vicioso sea establecer un diálogo serio y
continuado entre las partes y comprometerse a cumplir escrupulosamente lo acordado
en ese diálogo en relación con el equitativo reparto de los bienes externos. Esos
acuerdos deberán ser renovados periódicamente para introducir en ellos los necesarios
ajustes.
Si nos preguntamos cómo hemos llegado a conocer cuál es la naturaleza propia
de una profesión o de una institución social y cómo sabemos cuáles son realmente los
bienes internos que ha de realizar, la respuesta más sencilla es que la humanidad en su
conjunto ha realizado avances en este terreno a lo largo de miles de años de experiencia
histórica. No sólo ha habido hallazgos importantes en el terreno científico-técnico, sino
también en el terreno moral y político. Algunos de esos progresos en el terreno ético son
los que se refieren a la conciencia moral en torno al papel que deben desempeñar las
1
CORTINA, Adela: Hasta un pueblo de demonios. Ética pública y sociedad, Madrid, Taurus, 1998.
3
profesiones e instituciones sociales. Esa conciencia ética no es estática, sino dinámica:
sus contenidos están necesariamente sometidos a revisión continua para adaptarse a los
nuevos retos y circunstancias, pero eso no significa que no haya un núcleo de
contenidos más o menos estables y confiables, que son los que permanecen tras cada
proceso de revisión crítica. Entre tales contenidos dotados de cierta estabilidad están los
que se refieren a los bienes internos de muchas instituciones sociales, incluida la
universidad.
4. Los bienes internos de la institución universitaria
Por todo lo que llevamos dicho se puede inferir que cualquier persona o
institución que pretenda estar a la altura de la conciencia moral que la humanidad ha ido
alcanzando a lo largo de los siglos, tiene que tener muy presentes cuáles son los bienes
internos de las actividades sociales en las que participa y comprometerse muy de veras
en la promoción de tales bienes internos, revisando su propia conducta para no olvidar
la prioridad de los bienes internos sobre los externos y de ese modo evitar, en lo posible,
la desviación hacia las prácticas corruptas.
En el caso del ITESM, como se trata ante todo de una institución universitaria,
lo prioritario desde el punto de vista ético sería preguntarse cuáles son los bienes
internos de la tarea universitaria y de qué modo se podría configurar la institución para
no perder de vista en ningún momento esas metas específicas que legitiman y dan
sentido a su actividad. Y felizmente, eso es lo que, a mi parecer, se ha venido haciendo
en los años recientes mediante el proceso de definición de la Misión 2005: se han
clarificado las metas generales, que son las de proporcionar una docencia e
investigación de calidad, desglosando estas metas generales en otras mucho más
concretas y especificando las estrategias y programas específicos que pueden contribuir
mejor a llevar a cabo la tarea universitaria en el presente momento histórico y en
conexión con los retos que afronta la sociedad mexicana y la humanidad en su conjunto.
En cuanto a la tarea de docencia, el ITESM se fija como meta “formar personas
comprometidas con el desarrollo de su comunidad, para mejorarla en lo social, en lo
económico y en lo político”. De este modo concreta el bien interno de la docencia
universitaria como una contribución al fortalecimiento simultáneo de la persona del
estudiante y de la comunidad a la que pertenecen tanto el estudiante como el propio Tec.
No se dice que se va a formar únicamente buenos técnicos, o buenos profesionales, sino
que se pone el énfasis en que sean buenos ciudadanos comprometidos con el desarrollo
de su comunidad. Observemos que esta declaración compromete a la institución con
valores comunitaristas y universalistas, y aparta oficialmente al Tec de las filosofías de
corte individualista y de aquellas otras de inspiración tecnocrática o de inspiración
economicista.
De ahí que las estrategias y programas inspirados en la Misión tengan que
romper necesariamente con hábitos muy arraigados en nuestras sociedades modernas
como el consumismo, la búsqueda ilimitada del beneficio particular o la falta de
sensibilidad ante los problemas de la comunidad, problemas que normalmente se
manifiestan como carencias sociales, políticas y ecológicas. La docencia en el ITESM, a
tenor de lo expresado en la Misión, no es una tarea que busque únicamente un
aprendizaje de calidad, sino que la calidad de ese aprendizaje ha de medirse por el modo
en que los egresados se comprometen a mejorar la vida de su comunidad en lo social, en
lo económico y en lo político.
Ahora bien, cabe preguntarse cómo se entiende más concretamente ese objetivo
general de la docencia en los propios documentos de la Misión del ITESM y sobre todo
en las prácticas que se supone que están sirviendo para implementar los principios
4
declarados en ella. Por ejemplo, la Misión establece en primer lugar que “El
Tecnológico de Monterrey proporciona a sus alumnos una preparación académica que
los hace competitivos internacionalmente en su área de conocimiento” (p. 8) y añade,
en segundo lugar un listado de “Valores y actitudes” y otro listado de “Habilidades”.
En cuanto a los “Valores y actitudes”, que es lo que nos interesa comentar ahora, el
documento señala que “el Instituto promueve de una manera muy importante, a través
de todas sus actividades, que sus alumnos sean honestos, responsables, líderes,
emprendedores, innovadores y poseedores de un espíritu de superación personal; y que
tengan cultura de trabajo, conciencia clara de las necesidades del país y de sus
regiones, compromiso con el desarrollo sostenible del país y de sus comunidades,
compromiso para actuar como agentes de cambio, respeto a la dignidad de las
personas y a sus deberes y derechos inherentes tales como el derecho a la verdad, a la
libertad y a la seguridad jurídica, respeto por la naturaleza, aprecio por la cultura,
compromiso con el cuidado de su salud física y visión del entorno internacional”(pp. 89). Así pues, el objetivo de una docencia de calidad se concreta, según acabamos de ver,
en tres momentos:
a) alto nivel de conocimientos,
b) adopción de una serie de valores y actitudes y
c) adquisición de un conjunto de habilidades.
Naturalmente, esta definición de la meta de la docencia implica también un
determinado perfil del profesorado, del proceso de enseñanza-aprendizaje y de otros
aspectos institucionales que aparecen tratados en otras partes del documento de la
Misión, pero en este apartado nos vamos a centrar exclusivamente en el perfil de los
alumnos, que es a fin de cuentas la expresión más clara y directa de lo que se está
entendiendo por calidad de la docencia.
En cuanto a la meta de alcanzar un alto nivel de conocimientos, sin duda es algo
que forma parte de los bienes internos de la docencia, y si el Tec. no pusiera todo su
empeño en lograr este bien como parte de su tarea, estaría faltando a su deber como
institución universitaria. Ahora bien, es importante notar que el transmitir
conocimientos es sólo el momento primero y no el único de los que componen la
definición de calidad docente para el Tec. Pongamos un símil para subrayar esta idea: si
el Tec. fuese un entrenador y el alumnado fuese un atleta que sigue los consejos de
dicho entrenador, los conocimientos podrían ser el equivalente a los consejos sobre la
buena alimentación, la buena respiración y todos los demás conceptos y datos útiles
relativos a la práctica del deporte de que se trate: todo ello son conocimientos teóricoprácticos que el entrenador proporciona al atleta; las habilidades podríamos compararlas
con todas aquellas destrezas que el entrenador enseña al atleta ayudándole a hacer
determinados ejercicios; y los valores y actitudes podrían equivaler a los buenos
hábitos, prácticas de juego limpio y recursos para mantenerse alto de moral que el
entrenador trataría de hacer asequibles a su pupilo para hacerle un justo merecedor de
una posible victoria. Nótese que difícilmente tendrá éxito nuestro atleta (verdadero
éxito, no un éxito tramposo) si no consigue asimilar, con ayuda del entrenador, los tres
tipos de saberes conjuntamente, y no únicamente los conocimientos.
Con respecto a los valores y actitudes que, según la Misión, han de ser
promovidos en las actividades del Tec, lo primero que uno se pregunta es: ¿Por qué
razón se ha seleccionado este listado concreto y no otro diferente? ¿Qué método o
procedimiento se ha seguido para dar prioridad a este conjunto de valores frente a otros
conjuntos posibles? La respuesta parece hallarse en la presentación general de la Misión
que redacta el Sr. Rector del Sistema, el Dr. Rafael Rangel: “el documento es el
resultado de la visión que líderes de la sociedad e integrantes de nuestra comunidad
5
académica han tenido acerca de la tarea que nuestra institución educativa debe
realizar en los próximos años” (p. 2). Esta declaración puede completarse con lo
expresado por el Sr. Vicerrector Académico del Sistema, Dr. Héctor Moreira, en la
presentación del documento titulado Hacia un nuevo modelo del proceso de enseñanzaaprendizaje basado en la Misión del Tecnológico de Monterrey para el año 2005. En
dicha presentación, el Dr. Moreira afirma que el compromiso de responder a los
cambios que caracterizan a la sociedad mexicana en la actualidad “condujo a quienes la
constituimos: consejeros, directivos, profesores, ex-alumnos y alumnos a definir la
Misión para el año 2005 que deberá guiar a la institución en los próximos años” 2. Este
documento sugiere a continuación que se llevó a cabo un proceso de consulta para
definir la Misión, y más adelante expone que “las encuestas a empleadores muestran
que tan importante como los conocimientos son las habilidades, actitudes y valores
adquiridos en su carrera profesional para los procesos de contratación y promoción
dentro de la empresa” y que “una consulta a 2000 egresados mostró el convencimiento
de que las siguientes 10 habilidades, actitudes y valores son las más importantes a
desarrollar durante la carrera profesional:
1. Responsabilidad en su trabajo, profesionalismo.
2. Capacidad de pensar; análisis, síntesis, reflexión.
3. Honestidad, honradez, ética.
4. Capacidad para trabajar en equipo,
5. Compromiso con la sociedad, ser agente de cambio, proactivo.
6. Búsqueda de la calidad y la excelencia.
7. Ser emprendedor.
8. Capacidad para resolver problemas.
9. Capacidad para tomar decisiones.
10. Liderazgo.”
Al parecer, la mayor parte de los valores y actitudes que se recogen en el perfil de los
alumnos de la Misión, están tomados de esas encuestas y consultas previas. Esto nos
lleva a constatar que el concepto que se maneja implícitamente cuando en la Misión se
habla de alumnos honestos, responsables, líderes, emprendedores, innovadores y
poseedores de superación personal, etc. es un concepto primariamente empresarial: es
la honestidad del empleado de empresa, la responsabilidad del empleado de empresa, el
liderazgo del directivo de empresa, etc.
La serie de valores y actitudes propuesta en la Misión parece dar por supuesto
que los alumnos son, principalmente, futuros empleados y directivos de empresa.
Naturalmente, no hay nada que objetar en cuanto a este objetivo de que una universidad
pueda especializarse en formar buenos empresarios y buenos empleados para las
empresas. Y nada impide que los valores originariamente asimilados para un entorno
empresarial se puedan ejercer en ámbitos distintos, como el de la familia, o el de la
política, o el de las organizaciones sin ánimo de lucro. Pero es significativo que el
listado de valores proceda exclusivamente del ámbito empresarial, porque pareciera que
se ignora que existen otros ámbitos sociales en los que también van a estar involucrados
los egresados, y sin embargo no han merecido la misma atención a la hora de averiguar
qué valores son los que se precisan en esos otros ámbitos sociales. Por ejemplo, muchos
egresados van a ser, digamos, funcionarios públicos, miembros de sindicatos y de
partidos políticos, esposas y maridos, padres y madres, miembros de organizaciones
vecinales, religiosas, cívicas, deportivas, humanitarias, etc. Y sin embargo, pareciera
2
Véase http://www.sistema.itesm.mx/va/nuevmod
6
que sólo los valores que tienen relación con la vida empresarial fueron relevantes para
definir la misión.
El peligro es que se ofrezca una formación un tanto unilateral o sesgada en favor
de los valores que corresponden a un sólo ámbito, olvidando o dejando en un segundo
plano otros valores cívicos y morales que tal vez puedan ser relevantes en un mundo
como el que nos ha tocado vivir. Pero este peligro puede haber sido detectado por
algunas personas que han colaborado en la definición de la Misión, puesto que
finalmente no sólo se han introducido en ella los valores típicamente empresariales a
que hemos hecho referencia, sino algunos otros que difícilmente aparecen en las
encuestas a empleadores y empleados. Por ejemplo, cuando la Misión afirma que los
alumnos han de tener “respeto a la dignidad de las personas y a sus deberes y derechos
inherentes, tales como el derecho a la verdad, a la libertad y a la seguridad jurídica”,
parece mostrar una sensibilidad que va más allá de los valores de empresa. Sin embargo,
aun en este caso, las implicaciones de la dignidad de las personas que se mencionan
explícitamente son también muy cercanas a la vida empresarial. No se dice, por
ejemplo, que respetar la dignidad de las personas implique reconocer el derecho de
todas ellas a participar en la toma de decisiones que les afectan, reconocimiento que nos
llevaría a promover una mayor democratización de las instituciones, sino únicamente se
señala que a las personas no se les debe mentir, ni coaccionar, ni quebrantar su
seguridad jurídica. Y es que la mentira, la coacción y la inseguridad jurídica son a la
larga incompatibles con las relaciones comerciales y con la vida empresarial en general.
Por esa razón no es extraño que sean precisamente éstas, y no otras implicaciones de la
dignidad de las personas las que son mencionadas expresamente.
También las referencias que se hacen al desarrollo sostenible y al respeto por la
naturaleza parecen escapar al sesgo de valores empresariales y abrir la formación del
Tec a una nueva sensibilidad que viene exigida por los retos que afronta el medio
ambiente. En este caso puede ser importante el seguimiento de cómo esta declaración de
intenciones favorables al medio ambiente se concreta y se refuerza para hacerla
efectiva. Por ejemplo, en el apartado que la Misión dedica a la investigación y la
extensión se dedican sendos párrafos a la planeación del desarrollo sostenible y a la
preservación del medio ambiente, pero nuevamente se observa que la perspectiva
empresarial es dominante en el discurso de la Misión, puesto que tales referencias a la
investigación sobre el desarrollo sostenible y al medio ambiente se concretan de tal
modo que pareciera que la noción de sostenibilidad no tuviera implicación alguna a la
hora de especificar el modelo de desarrollo, y pareciera también que el deterioro
ambiental no tenga unas causas conocidas, como el uso de tecnologías contaminantes, la
falta de riclaje de las materias primas o la sobreexplotación de los recursos naturales, y
lejos de adoptar una posición clara al respecto, la Misión parece volver al lenguaje
economicista de abogar tímidamente por ”un uso y aprovechamiento racional de los
recursos naturales”, y por ”el mejoramiento ambiental”.
En resumen, los valores y actitudes que se han recogido en la Misión poseen un
sesgo economicista y empresarial en el mejor sentido de estos términos, puesto que
insisten en la formación integral del alumnado haciéndole consciente de que la vida
empresarial y la participación en los procesos económicos ha de poner en práctica
importantes actitudes y valores que son imprescindibles para afrontar los retos actuales
de las empresas y de la economía.
Pero, en mi modesta opinión, la Misión podría haber recogido explícitamente
otros valores importantes que no tienen una relación tan directa con la vida empresarial
y con el desarrollo económico sostenible. Me refiero a valores y actitudes como:
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La justicia social (con sus implicaciones fiscales y su ideal de un reparto
más equitativo de la riqueza).
La participación activa y democrática en las instituciones de todo tipo,
incluyendo la toma de decisiones en el seno mismo del Tec.
El respeto a las diferencias legítimas entre las personas y los pueblos, que
incluiría una mayor sensibilidad hacia la situación de colectivos como las
mujeres, los discapacitados, los indígenas, etc.
El diálogo basado en argumentos y razones como reconocimiento de que
la dignidad de la persona exige escuchar a todos y tener en cuenta las
aspiraciones legítimas de todos, además de que constituye el mejor
medio para prevenir los conflictos y buscarles solución.
Por último, recordemos que los bienes internos de la institución universitaria se
concretan en la docencia y la investigación. Como ya hemos hablado de la docencia, y
mencionado de pasada la investigación, sólo me resta añadir que las intenciones a que
alude la Misión en cuanto a investigación son éticamente válidas, puesto que
especifican importantes prioridades en diversas áreas de conocimiento y alientan una
investigación relevante y de calidad. Aquí el sesgo economicista y empresarial es
patente como trasfondo, pero la insistencia en el mejoramiento de la educación y la
atención a diversos colectivos sociales que necesitan educación continua es un buen
indicador de la sensibilidad del Tec ante necesidades y retos que no son exclusivamente
económicos.
5. Conclusión
Para terminar, puede ser útil preguntarse si los valores recogidos en la Misión
podrían ser los mismos si en lugar de tratarse del Tec, se tratase de una organización
que tuviese unos intereses particulares muy marcados y careciese de toda sensibilidad
humanista. Mi respuesta a esta pregunta es que una parte significativa de los valores,
actitudes y habilidades que se han explicitado podrían ser aceptables también por ese
tipo de organizaciones, puesto que se trata en gran medida de bienes instrumentales,
salvo las referencias al respeto a la dignidad de las personas y el respeto a la naturaleza.
Parece que lo prioritario es formar buenos empresarios y buenos empleados. Y eso está
bien, pero tal vez se podría haber sido más explícito en aspectos como los señalados
anterioremente: formar buenos ciudadanos, más comprometidos con la justicia social,
más respetuosos con los colectivos diferentes, más participativos en todas las áreas de la
vida social, y formar personas más solidarias, más dialogantes, más pendientes de un
desarrollo justo y no sólo de un desarrollo económico ecológicamente sostenible. Lo
curioso del caso es que el Tec tiene cursos de Valores e iniciativas humanitarias que
muestran una sensibilidad especial, congruente en gran medida con esos valores cívicos
y morales que, sin embargo, no hace explícitos en la Misión.
Por lo demás, la explicitación que hace la Misión de los bienes internos de la
institución universitaria es éticamente válida en líneas generales, puesto que lo que hay
en ella no sobra, no está de más. Simplemente digo que se puede mejorar. Y en esa
mejora posible sería imprescindible una mayor consulta a todos los afectados y una
mayor sensibilidad hacia aspectos menos economicistas y más ligados a la
democratización de la institución y al reconocimiento de algunas dimensiones de la
dignidad de las personas que tal vez hayan quedado un tanto relegadas hasta ahora.
8