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En busca de la felicidad: Las Bienaventuranzas,
Primera Parte
“Para lograr la transformación de nuestro ser interior, consagremos nuestra
memoria al Padre celestial, para que con la ayuda de su gracia, se ocupe no de
lo pasajero, sino de lo eterno. Consagremos nuestra mente al Hijo, para que la
pueda iluminar. Consagremos nuestra voluntad al Espíritu Santo, para que
pueda poner en orden todas nuestras inclinaciones y santificarlas con su santo
amor”.
San Arnoldo Janssen
Oración inicial
Señor,
te pedimos que nos acompañes en esta reunión
en la que conversaremos acerca del camino que tú nos propones
para alcanzar la verdadera felicidad,
el camino de las Bienaventuranzas.
Abre nuestra mente y nuestro corazón
para entender y aceptar tu mensaje
y así, pensar como tú pensabas,
sentir como tú sentías,
actuar como tú actuabas,
y sobre todo,
amar como tú amabas.
Amén.
Oraciones espontáneas…..
Padre Nuestro…….
I. Revisión de Compromiso anterior: comentar
II. Lectura Bíblica: Mt.5, 1-12, Las Bienaventuranzas.
"Al ver Jesús a las multitudes, subió al monte; se sentó y se le acercaron sus discípulos;
... les enseñaba diciendo:
"Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los Cielos.
Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los puros de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los
Cielos. Bienaventurados serán cuando los injurien y los persigan y digan con mentira toda clase de
mal contra ustedes por mi causa. Alégrense y regocíjense, porque su recompensa será grande en
los cielos; pues de la misma manera persiguieron a los profetas anteriores a ustedes.”
Palabra de Dios
III. Desarrollo del tema:
Bienaventurado es sinónimo de bendito, feliz, dichoso, muy afortunado. Todo
hombre desea legítimamente ser feliz. Va en busca de la felicidad.
A. Dinámica
Realizando la siguiente dinámica, comentar: ¿En qué cosas o situaciones ustedes
buscan la felicidad?
Para eso:
1. Colocar recortes que contengan objetos o situaciones en los que normalmente
basamos nuestra felicidad, que representen por ejemplo comodidad, seguridad, prestigio,
éxito, salud, cosas materiales, placer, familia, perdón, reencuentro, solidaridad, etc. (se
pueden utilizar las imágenes incluidas en el anexo N°1 de este tema).
2. Cada alumno escoge uno o más recortes que mejor representen la felicidad para él.
3. Cada uno comenta su elección.
4. El catequista explica el objetivo de esta dinámica que consiste en descubrir en
dónde está realmente la verdadera felicidad. Y podemos descubrirlo analizando en dónde
no está la felicidad.
Recordemos que el hombre no es sólo cuerpo, sino también alma y ambas tienen
sus propias exigencias y manifestaciones. El cuerpo exige placer y cuando lo consigue,
manifiesta esa felicidad superficial y pasajera que no llena. El alma exige alegría sincera y
cuando la tiene, se ve desbordada por una felicidad auténtica, no equiparable a ninguna
otra.
El objetivo de esta dinámica es darse cuenta que el hombre nunca logrará sentirse
plenamente feliz, aunque posea numerosos bienes, talentos, seguridades, éxito…. si no
tiene a Dios dentro de sí y si no es Él lo primero y lo más importante en su vida.
Permanentemente esperamos algo o deseamos conseguir ciertas metas. Sin
embargo, en el momento en que lo hemos conseguido, ya hemos descubierto un nuevo
objetivo. Hay momentos en la vida en los que nos sentimos felices, por ejemplo, cuando
hemos terminado un trabajo importante. Pero, ¿cuánto tiempo duran esos momentos?
Incluso, en los momentos felices sufrimos por el hecho de que éstos son pasajeros y no
los podemos retener. De una satisfacción real y definitiva no se pude hablar jamás. Es que
este mundo limitado, no puede satisfacer nuestro deseo hacia lo infinito. Sólo en Dios
encontramos lo perfecto y lo infinito.
Jesús es el único que puede saciar nuestra hambre y sed de felicidad. Fuimos
creados para amar y sólo amando alcanzamos la felicidad. Cristo nos mostró
con su vida que en el “darse” sin límites encontramos la verdadera felicidad y
la plenitud.
El presente tema nos mostrará justamente en dónde encontramos la verdadera
felicidad y cómo debemos ser y actuar para alcanzarla, según la enseñanza de Cristo.
B. Las Bienaventuranzas: la perfección de la Ley a través de la práctica del
amor.
Dios le dio a su pueblo la Ley por medio de Moisés en el Monte Sinaí, dándoles a
conocer, a través de los 10 mandamientos lo que espera y exige de ellos. Los diez
mandamientos de la ley de Dios son una prueba de su amor y de su misericordia: son
como las señales indicadoras que nos muestran el camino a seguir para alcanzar nuestra
meta, nos muestran el modo de obrar rectamente y nos advierten de los peligros (En el
apéndice N°1 de este libro se ofrece en detalle la doctrina relativa a los mandamientos de
la ley de Dios).
Jesús nos dió la nueva Ley en otro monte. Jesucristo según sus propias palabras, no
vino a suprimir la Ley del Antiguo Testamento, sino a darle su perfecto cumplimiento
(Mateo 5, 17), vino a liberarla de las interpretaciones y desviaciones meramente humanas
de los escribas y fariseos, rectificando el criterio con que la Ley había sido interpretada.
Así, el Sermón de la Montaña lleva tanto la Ley Natural como la Ley de Moisés a su
verdadera interpretación y a su clímax de perfección. Así por ejemplo, en el Sermón de la
Montaña, el Señor recuerda el precepto: ‘No matarás’ y añade el rechazo absoluto de la
ira, del odio y de la venganza. Más aún, Cristo exige a sus discípulos presentar la otra
mejilla (Mateo 5, 22-39) y amar a los enemigos (Mateo 5, 44).
Cristo no quiere que nuestro actuar sea un mero cumplimiento de normas, sino
que éste sea un continuo amar, purificando en cada uno de nuestros actos nuestro
corazón, haciéndolo humilde, manso, transparente, misericordioso, a semejanza del
corazón de Cristo.
Cristo expresa la nueva Ley especialmente en el Sermón de la Montaña (Mateo
cap. 5 y 6), Sermón que comienza con las Bienaventuranzas. (Mateo 5, 1-12) Este Sermón
contiene todos los preceptos propios para guiar la vida cristiana. Pero, las
bienaventuranzas no son sólo un buen programa moral que el Maestro traza para sus
discípulos; ¡son el autorretrato de Jesús! Es Él el verdadero pobre, el manso, el
misericordioso, el puro de corazón, el perseguido por la justicia.
En el Sermón del la Montaña Jesús es el Maestro que nos enseña a todos, con el
ejemplo de su vida y con sus palabras a vivir como hijos de Dios y nos comunica las
promesas del Padre.
Para comprender el alcance y el significado de las Bienaventuranzas, el mejor camino
es ver cómo las vivió Jesús y cómo se cumplieron en Él lo que prometen. Las
Bienaventuranzas son promesas del Padre a los que vivan como hijos.
Las Bienaventuranzas contienen ocho frases contundentes como también
desconcertantes, ya que Cristo ofrece dicha, felicidad, bienaventuranza, exactamente a lo
que el mundo considera infelicidad y desdicha.
Pero el premio es extraordinario: el Reino de los cielos, con lo que significa
poseer la tierra, ser consolados, ser saciados de justicia, alcanzar misericordia, ver a Dios,
ser llamados hijos de Dios y, al morir, una gran recompensa en los cielos. Esta es la
plenitud del reino de Dios que Cristo anuncia. Más no se puede pedir.
Cuando Jesús promete el Reino de los Cielos, no está hablando tan sólo de la
recompensa que tendremos después de la muerte en el Cielo, sino que está anunciando el
Reino de Dios que llega a nosotros ya en esta vida a los seguidores de su doctrina.
¿Nos predica el Sermón de la Montaña una moral inaplicable en lo concreto? ¿Nos
sitúa ante un ideal imposible?
El Sermón de la Montaña sería una moral inaplicable y un ideal imposible si
solamente nos ofreciera una ley como las demás: un texto, un código de conducta, una
serie de mandamientos. Pero las Bienaventuranzas son, principalmente, promesas
de la acción del Espíritu Santo en el corazón del hombre.
Las Bienaventuranzas contienen las promesas y la revelación de lo que el Espíritu
Santo quiere llevar a cabo en nuestras vidas, si nos prestamos a su acción por la fe y la
caridad: hacernos vivir como hijos del Padre. Para los hombres es imposible, pero “para
Dios todo es posible”.
C. Las Bienaventuranzas, camino de felicidad
DINÁMICA 2:
Recortar las preguntas del anexo 2 y repartirlas al azar para ser respondidas en
orden del 1 al 11, después de cada Bienaventuranza.
1. "Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es
el Reino de los Cielos."
Pobre, es aquel que tiene algún tipo de necesidad; y pobre de espíritu es el que
siente necesidad de Dios y en consecuencia, siente necesidad del prójimo, y logra
descubrir que por sí solo no es nada y que nunca logrará sentirse plenamente feliz, aunque
posea numerosos bienes y talentos, si no tiene a Dios dentro de sí.
Pobreza de espíritu es un estado permanente de pequeñez frente a Dios.
Esta conciencia de pequeñez, nos debe llevar a la necesidad de Dios, a la dependencia de
Él a lo largo de toda la vida y a la sumisión con alegría a la voluntad de Dios con
espíritu obediente.
Es pobre de espíritu el que carece de autosuficiencia y no es soberbio, pues
toda su confianza la pone en Dios. Pobreza espiritual equivale a infancia espiritual. Es
adhesión permanente a Dios y desprendimiento de las ataduras terrenales.
Aunque pobreza de espíritu no es sinónimo de pobreza material, Cristo nos advierte los
peligros que pueden acarrear las riquezas, si perdemos de vista el verdadero sentido que ellas
debieran tener en nuestra vida. Las riquezas son peligrosas cuando se convierten en lo
más importante, relegando a Dios a un segundo plano, entendiéndose por riqueza tanto el
dinero como el prestigio, la seguridad, la salud, la juventud, el poder, etc.
La pobreza no es un bien en sí, como la riqueza no es un mal. No es el simple
hecho de ser pobres lo que nos hace agradables a Dios, sino una actitud espiritual
respecto de los bienes materiales, un estilo de vida.
Se puede ser pobre lleno de pasiones, envidias y odios, como se puede ser rico
con magnanimidad, generosidad y desprendimiento interior de las riquezas.
Lo que Cristo exige es el desprendimiento del alma de las cosas y personas de este
mundo, llevando una vida sencilla, conscientes en todo momento de la pobreza del
hombre frente a Dios, viviendo esa virtud que es fundamental para el cristiano: la
humildad.
Preguntas:
1
En mis proyectos, ¿en quién busco apoyo? (ante la decisión por ejemplo de elegir
una carrera, ¿busco en oración conocer la voluntad de Dios?...Y ante mis
problemas, ¿en quién busco consuelo y auxilio?
2
Ante situaciones que no me agradan o no entiendo, ¿me rebelo ante Dios o acepto
y confío en Su voluntad?
2. “Bienaventurados los mansos porque ellos poseerán en
herencia la tierra.”
a. El concepto de mansedumbre
La palabra manso significa paciente, dócil, que no se rebela y por lo tanto se
deja conducir por quien lo guía. Cristo en esta Bienaventuranza se refiere a aquellos
que lo escuchan y se dejan guiar por su Palabra, con fe y entrega, sin oponer
resistencia ni rebelarse frente a las adversidades.
Esta Bienaventuranza está estrechamente relacionada con la primera. No se puede
ser pobre de espíritu sin ser manso y viceversa.
Manso es aquel que se reconoce creatura, hijo, pequeño, limitado y pecador. El primer
rasgo del manso es reconocerse pecador.
El manso es paciente frente a los errores y pecados del otro, porque
reconoce estas faltas en sí mismo. No juzga a su hermano porque hace un juicio humilde
de sí mismo.
b. Jesús el manso
Los evangelios son, de punta a punta, la demostración de la mansedumbre de
Cristo, en su doble aspecto de humildad y de paciencia. Él mismo, se propone como
modelo de mansedumbre: «Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón»
(Mt 11, 29).
La prueba máxima de la mansedumbre de Cristo se tiene en su pasión. Ningún
gesto de ira, ninguna amenaza. «Insultado, no respondía con insultos; al padecer, no
amenazaba» (1 P 2, 23).
La mansedumbre es todo lo contrario a debilidad, inercia o cobardía. Por el
contrario, este comportamiento supone gran fortaleza interior, por ejemplo, para
guardar silencio frente a las ofensas y perdonar.
Jesús hizo mucho más que darnos ejemplo de mansedumbre y paciencia heroica;
hizo de la mansedumbre y de la no violencia el signo de la verdadera grandeza,
abajándose Él para servir y elevar a los demás.
Se podría objetar: ¡pero Jesús no se mostró, Él mismo, siempre manso! Dice por
ejemplo que no hay que oponerse al malvado, y que «al que te abofetee en la mejilla
derecha, ofrécele también la otra» (Mt 5, 39). Pero cuando uno de los guardias le golpea en
la mejilla, durante el proceso en el Sanedrín, no está escrito que ofreció la otra, sino que
con calma respondió: «Si he hablado mal, declara lo que está mal; pero si he hablado bien, ¿por
qué me pegas?» (Jn 18, 23).
Para aclarar esto, recordemos que Jesús, según su estilo, utiliza hipérboles y un
lenguaje figurativo para grabar mejor en la mente de los discípulos una determinada idea.
En el caso de poner la otra mejilla, por ejemplo, lo importante no es el gesto de ofrecerla
(que a veces hasta puede parecer provocador), sino el de no responder a la violencia
con otra violencia, vencer la ira con la serenidad.
Varias veces en el Evangelio Él se dirige a los escribas y fariseos llamándoles «hipócritas,
insensatos y ciegos» (Mt 23, 17); reprocha a los discípulos llamándoles «insensatos y tardos de
corazón» (Lc 24, 25).
También aquí la explicación es sencilla. Hay que distinguir entre la injuria y la
corrección. Jesús condena las palabras dichas con rabia y con intención de ofender
al hermano, no las que se orientan a hacer tomar conciencia del propio error y a
corregir. Lo decisivo es si quien habla lo hace por amor o por odio. No debemos olvidar
que la corrección fraterna debemos realizarla siempre con mucha caridad y en privado.
c. Ser mansos “de corazón”
Jesús dice: «Aprended de mí que soy manso y humilde de corazón». La
verdadera mansedumbre se decide ahí, en el corazón. Es del corazón, dice, que
proceden los homicidios, maldades, calumnias (Mc 7, 21-22), como de las agitaciones
internas del volcán se expulsan lava, cenizas y material incandescente. Las mayores
explosiones de violencia, como las guerras y conflictos, empiezan, como dice Santiago,
secretamente desde las «pasiones que se agitan dentro del corazón del hombre» (St 4, 12). Igual que existe un adulterio del corazón, existe un homicidio del corazón: «El que odia
a su propio hermano –escribe Juan- es un homicida» (1 Jn 3, 15).
No existe sólo la violencia de las manos; existe también la de los
pensamientos. Dentro de nosotros, si prestamos atención, se desarrollan casi
continuamente «procesos a puerta cerrada». Si queremos tener un progreso espiritual, y
ser fieles a esta bienaventuranza, debemos librar una batalla interior contra nuestros
pensamientos.
Nuestra mente, tiene la capacidad de preceder el desarrollo de un pensamiento,
de conocer, desde el principio, adónde irá a parar: si a disculpar al hermano o a
condenarle, si a la gloria propia o a la gloria de Dios. Nuestra tarea es ver llegar de lejos
los propios pensamientos, se entiende que para cerrarles camino, cuando no son
conformes a la caridad. La manera más sencilla de hacerlo es decir una breve oración o
enviar una bendición hacia la persona que tenemos tentación de juzgar. Después, con la
mente serena, se podrá valorar si actuar y cómo actuar respecto a aquella.
Preguntas:
3. ¿Soy manso frente a la voluntad de Dios en mi vida?
4. ¿Me cuesta pedir y aceptar los consejos de los que me aman, de las personas que
buscan mi bien, de mis superiores, de mis padres?
5. ¿Confío y sigo los consejos y directrices que me da la Iglesia como Madre?
6. ¿Soy muy explosivo y violento en mis reacciones y en mis pensamientos? ¿Soy
capaz de callar frente a una ofensa que me hacen o busco vengarme? ¿Soy capaz de
rezar por quien me ofendió?
3. “Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán
consolados.”
Esta bienaventuranza que aparentemente es un contrasentido para el hombre, el
cristiano debe considerarla como parte de la vida, permitida por Dios, para la salvación del
ser humano.
Con la palabra “llorar”, Cristo quiso referirse al sufrimiento, al dolor que cada uno
tiene que soportar. Y nos dice: felices aquellos que saben soportar su propia cruz y
junto a Él, ya que Cristo es el único que puede darle sentido al sufrimiento.
“Venid a mí todos los que estáis fatigados y agobiados, y yo os daré descanso”(Mateo 11, 28-30).
En los momentos de dolor es cuando más nos asemejamos a Cristo. Cada dolor
asumido con sentido redentor nos va llevando por el camino de la resurrección.
El hombre, gracias al sufrimiento, siente la necesidad de alguien que lo consuele, así
Dios hace que el ser humano sea solidario y siempre necesitado. De esa manera, lo va
poco a poco, salvando de su egoísmo, de su soberbia y de su orgullo. El consuelo
de Dios comienza aquí en la tierra, a través de nuestros hermanos.
Cristo nos enseña con su propia experiencia, que el sufrimiento es símbolo de
redención. Del sufrimiento y del dolor, el Señor saca siempre un bien mayor y
bienaventurado es el que sufre y se dirige a Dios, porque se hace uno con Cristo y será
consolado.
¿Quiénes son exactamente los afligidos y los que lloran, proclamados
bienaventurados por Cristo?
La vía más segura para descubrir qué llanto y qué aflicción son proclamados
bienaventurados por Cristo es ver por qué se llora en la Biblia y por qué lloró Jesús.
Descubrimos así que existe un llanto de arrepentimiento, como el de Pedro tras la
traición (Mt. 26, 75), un «llorar con quien llora» (Rm 12, 15), de compasión por el
dolor ajeno, como lloró Jesús con la viuda de Naím y con las hermanas de Lázaro; el
llanto de exiliados que anhelan la patria, como el de los judíos en los ríos de
Babilonia... y muchos otros.
Los afligidos que Cristo llama aquí bienaventurados son también las personas que
no siguen la manada, que no se dejan llevar por lo que hace la mayoría, sino que sufren
por las injusticias que se han convertido en algo normal. Aunque no está en sus
manos cambiar la situación en su conjunto, se enfrentan al domino del mal mediante la
resistencia pasiva del sufrimiento. Esta aflicción es decir “no” al colaboracionismo, es una
resistencia y una denuncia que se opone al aturdimiento de las conciencias y pone límites
al poder del mal.
Considerando el momento histórico en el que vivimos, podríamos aplicar también
esta bienaventuranza a la tristeza que siente el creyente al ver el rechazo de Dios
a su alrededor. Los títulos de algunos libros recientes son elocuentes: «Tratado de
ateología», «La ilusión de Dios», «El fin de la fe», «Creación sin Dios», «Una ética sin
Dios»...
Preguntas:
7. ¿Me ha tocado vivir momentos fuertes de dolor o sufrimiento o acompañar a
alguien en su sufrimiento? ¿Cuál fue mi actitud frente a esa situación? ¿Me acerqué
o me alejé de Dios?
8. ¿Me preocupo por el sufrimiento de los demás o soy más bien individualista? ¿Qué
hago al respecto?
4. “Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia,
porque ellos serán saciados”.
En la Biblia se llama justo a aquél que se esfuerza sinceramente por
cumplir la voluntad de Dios, manifestada en sus preceptos. De ahí que justicia en
el lenguaje bíblico se refiere no solamente a una virtud cardinal, sino al conjunto de todas
las virtudes, la perfección, la santidad.
En la Biblia la palabra “justo” significa santo y "justicia" significa
santidad, es decir estar en Gracia de Dios.
Tener hambre y sed de Dios, tener hambre y sed de santidad, consiste en
una actitud moral total; es el máximo cumplimiento posible de la vida divina en el hombre.
El solo deseo de esta posesión llena completamente al hombre de paz, cosa que ningún
otro deseo logra, pues siempre se siente hambre de más.
Si analizamos el sentido de las expresiones hambre y sed, vemos que son las
necesidades primarias de los seres vivos; cualquier otra, no tiene el carácter vital de ellas.
Por eso, Cristo las pone de ejemplo.
Cristo, junto al pozo de Jacob, le pide agua a la Samaritana, y le hace ver la
diferencia entre el agua de este mundo, representada en ese pozo que no sacia
definitivamente la sed, y el agua viva, cuya fuente es Él mismo y dice que el que la beba no
tendrá más sed (Juan 4, 7-15).
Y en cuanto a la comida, les dice a sus discípulos: “Yo soy el Pan de Vida,
vuestros padres comieron el maná en el desierto y murieron, pero el que coma de
este Pan, que es mi carne, vivirá eternamente. Pues, mi carne es verdadera comida
y mi sangre verdadera bebida. Quien coma mi carne y beba mi sangre, estará en mí
y yo en él.” (Juan 6, 48-56).
Jesús es el único que alivia el hambre y la sed del hombre y, a su vez,
suscita hambre y sed de su Palabra y de su Espíritu. Esta Bienaventuranza es un
llamado al hambre y sed de santidad. A vivir en justicia, rectitud y perfección. Un
llamado a tener hambre y sed de que Cristo reine en nuestra vida.
Preguntas:
9. ¿De qué tengo hambre y sed, qué es lo que busco?
(Si analizamos el contenido de lo que hablamos con más frecuencia, nos da una
señal de lo que es importante para cada uno: “donde está tu tesoro, ahí está tu
corazón”).
10. ¿Qué metas me he puesto en mi vida últimamente, a corto y a largo plazo? ¿qué
estoy haciendo para cumplirlas?
11. ¿Tengo como meta en mi vida tender a la santidad? ¿Qué hago concretamente para
ello? (Ej.: oración constante, frecuentar los sacramentos, lectura de la Palabra de
Dios y de otros libros espirituales, guía de director espiritual, actos de
misericordia, proponerse consecuencia entre fe y vida, etc.).
IV. Compromiso
Pensando en las 4 primeras Bienaventuranzas, analizar en cuál o cuáles de ellas
estoy más débil y pensar acerca de qué puedo hacer para crecer al respecto.
ORACIÓN FINAL
Ayúdanos Señor, con la gracia de tu Espíritu,
a seguir el camino que tú nos propones
y a no dejarnos arrastrar por los falsos valores
que nos ofrece la sociedad.
Ayúdanos a ser felices
en la sencillez y en la humildad,
sintiéndonos pequeños y necesitados de Ti,
de Tu Palabra, de Tu amor y de Tu perdón.
Dános alegría, fuerza y valentía
para vivir las Bienaventuranzas
y para anunciarte a los que no te conocen,
ni siguen tus caminos
los que conducen a la verdadera felicidad.
Nos encomendamos a la Virgen María.
Dios te salve María…
ANEXO 1
ANEXO 2
1. En tus proyectos, ¿en quién buscas apoyo? (ante la decisión por ejemplo de elegir una
carrera, ¿busco en oración conocer la voluntad de Dios?...Y en tus problemas, ¿en quién
buscas consuelo y auxilio?
2. Ante situaciones que no me agradan o no entiendo, ¿me rebelo ante Dios o acepto y
confío en Su voluntad?
3. ¿Soy manso frente a la voluntad de Dios en mi vida?
4. ¿Me cuesta pedir y aceptar los consejos de los que me aman, de las personas que buscan
mi bien, de mis superiores, de mis padres?
5. ¿Confío y sigo los consejos y directrices que me da la Iglesia como Madre?
6. ¿Soy muy explosivo y violento en mis reacciones y en mis pensamientos? ¿Soy capaz de
callar frente a una ofensa que me hacen o busco vengarme? ¿Soy capaz de rezar por quien
me ofendió?
7. ¿Me ha tocado vivir momentos fuertes de dolor o sufrimiento o acompañar a alguien en su
sufrimiento? ¿Cuál fue mi actitud frente a esa situación? ¿Me acerqué o me alejé de Dios?
8. ¿Me preocupo por el sufrimiento de los demás? ¿Qué hago al respecto?
9. ¿De qué tengo hambre y sed, qué es lo que busco?
(Si analizamos el contenido de lo que hablamos con más frecuencia, nos da una señal de lo
es importante para cada uno: “donde está tu tesoro, ahí está tu corazón”).
10. ¿Qué metas me he puesto en mi vida últimamente, a corto y a largo plazo? ¿qué estoy
haciendo para cumplirlas?
11. ¿Tengo como meta en mi vida tender a la santidad? ¿Qué hago concretamente para ello?
(Ej.: oración constante, frecuentar los sacramentos, lectura de la Palabra de Dios y de
otros libros espirituales, guía de director espiritual, actos de misericordia, proponerse
consecuencia entre fe y vida, etc.).