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ORACIÓN, SACRIFICIO Y FUEGO (Levítico 6:12-­‐13) Poco después de que Dios liberó al pueblo de Israel de Egipto, le dio a Moisés instrucciones precisas acerca de las ceremonias y los sacrificios que tenían que realizar en el tabernáculo, que era una especie de templo móvil que usaron durante todo el tiempo de peregrinación por el desierto. Altar significa: “LUGAR DE SACRIFICIO”, era el lugar del sacrificio de la reconciliación con Dios, donde el hombre era perdonado y santificado; sin derramamiento de sangre no había acceso a Dios, no había perdón de pecados, por eso Moisés recibió de parte del Señor instrucciones precisas: “EL FUEGO DEL ALTAR DEBE PERMANECER ENCENDIDO”. El fuego debía permanecer encendido, no podía debilitarse y mucho menos apagarse, debía ser continuo, constante. El fuego sobre el altar representaba la presencia de Dios, y mantenerlo encendido significaba que la presencia de Dios los acompañaba en el desierto. Sin sacrificio no hay fuego y sin fuego no hay victoria; sin el fuego de Dios sobre tu vida no alcanzarás Su propósito. Necesitamos el fuego del Señor en nuestra vida! El fuego era encendido por Dios, pero era deber de los sacerdotes mantenerlo encendido; Dios nos a dado su Espíritu Santo, nos convirtió en sacerdotes, y es nuestro deber mantener el fuego encendido en nuestros corazones. No necesitamos un cabrito para sacrificar como lo hacían antes, nosotros somos el sacrificio, nuestra vida es la que debe ser consumida por el fuego en el altar. (Romanos 12:1) Cómo está el altar de tu vida? Cómo está el fuego de tu corazón? Hay que renovar la leña todos los días, para avivar ese fuego y que pueda arder en nuestros corazones con más fuerza. No solo debemos agregarle leña, también debemos mantenerlo limpio. Jesús dijo: Dichosos los de corazón limpio, porque ellos verán a Dios. El altar tiene que estar limpio, hay que limpiarlo permanentemente; no hay que dejar que se acumule cenizas, porque si no las quitamos del altar estorban y ahogan el fuego, no dejan que lo nuevo de Dios pueda arder en nuestro corazón. Cada rastro del sacrificio de ayer tiene que ser removido para que el sacrificio de hoy pueda ser consumido sobre un altar totalmente limpio! Hablamos de altar, de fuego ardiendo, de quitar las cenizas y limpiarlo, de agregar leña para avivar el fuego… pero el altar no tiene sentido alguno si no hay sacrificio para quemar; sino hay nada que quemar el fuego de Dios no va a venir. Tu vida es el sacrificio que debes quemar cada día, morir para que Él viva, menos de mí y más de Él. Ahora bien, qué debo quemar? Debo quemar mi yo, mi orgullo, mi soberbia, mi autosuficiencia, mi manera de pensar de ver la vida, de razonar, mi humana sabiduría. Necesitamos quemar nuestras estructuras mentales, la incredulidad, dejar que Jesús mismo sea nuestro renuevo. Necesitamos intimidad y sacrificio, reconocer su voz, pasar tiempo con Él, conquistar su corazón, y así estar plenos. ¿Cómo mantenemos el fuego encendido? La clave está en desesperarte por su presencia. Donde hay hambre, donde hay sed por Él, pese a nuestras ingratitudes y a lo mal que hacemos tantas veces en nuestras vidas, el Señor siempre elige amarnos. Otro elemento importante para mantener el fuego encendido es el oxígeno; este oxígeno que mantiene el fuego encendido en el altar es la ORACIÓN! Sin oración no hay fuego, sin oración no hay revelación, no hay dirección. Si no hay oración no hay relación. No hay forma humana de mantener el fuego encendido, la oración es indispensable, es el oxígeno para nuestra vida. “SIN ORACIÓN NO HAY FUEGO, NO HAY PRESENCIA DE DIOS, NO HAY INTIMIDAD”. Oración, sacrificio y fuego: El fuego sobre el altar no deberá apagarse nunca; siempre deberá estar encendido. Dios te bendiga!