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Violencia masculina: algo más que gobernarse a sí mismo Juan Carlos Ramírez Rodríguez (Revista La Ventana, Núm. 7, México, 1998.) La violencia se ha ido restringiendo a espacios sociales cada vez más estrechos y muy reglamentados (deportes y espectáculos). La antipatía y aversión por la crueldad, la lucha por la defensa de la vida, la solidaridad son valores, entre muchos otros, que han adquirido una importancia social que no solamente se han codificado y significado como tales, sino que han adquirido rango normativo, estableciéndose instancias que hacen cumplir dicha normatividad. Se podría decir que la violencia es ante todo una falta moral (S. Pérez Cortés. “Violencia y gobierno de sí mismo”; Alteridades, num. 4, 1994, pp. 57-66). [Esto habla, ante todo, de la confianza en el predominio de los valores modernos-ciudadanos en la esfera pública: la mayoría de los valores que cita se registran en la esfera pública. También se relaciona con la influencia del sistema binario: lo privado como opuesto a lo público. Pareciera que llegan más tarde a la privada y a lo que se define como ‘lo privado’ en una población: mi territorio: espacios pequeños, extensiones del hogar, que son administradas por las pandillas como si se tratara de su propio hogar: hay una palabra y un respeto que se deben proteger]. ¿Cómo el individuo internaliza los valores y la normatividad para convertirse en un ciudadano pacífico y renunciar a la violencia individual? La elaboración de discursos y prácticas sociales a los que el individuo está expuesto de forma cotidiana dentro de la familia, la escuela, la iglesia, los mcm, moldean las conductas del individuo y lo introducen en un lenguaje del deber ser, de la obligatoriedad, que se manifiestan en conductas sancionadas como buenas o malas para el conjunto social. A esa internalización Pérez Cortés la llama “gobierno de sí mismo”, aduciendo al autocontrol que requiere del individuo una racionalización para establecer una distancia entre impulsos y actos. Así, ante una circunstancia conflictiva a la que puede responderse impulsivamente con una agresión, el imperativo normativo social regula sus impulsos y evita la violencia. En esa perspectiva la pérdida de autocontrol es signo de inferioridad o anormalidad, viola la razón y la conciencia de sí. El violento es un irracional que renuncia a su condición de ciudadano [Aquí otra cuestión relevante: ¿en qué medida están internalizados los valores de la ciudadanía, en un sistema que aprendió a negarla?]. El violento es un anormal que debe medicalizarse. El violento es un problema político pero también clínico. El violento es un ofensor social y no sólo de la víctima, porque viola el orden normativo (pacto social) al que debe obediencia el ciudadano. Existen antecedentes que cuestionan los mecanismos societales que regulan la violencia de hombres y mujeres (revisa datos sobre criminalidad para señalar los diferenciales en el acceso a la conducta violencia de hombres y mujeres). Los datos muestran que los hombres son los principales perpetradores de violencia. Lo que caracteriza al homicidio perpetrado por un hombre es que tanto víctima como agresor son, en general, hombres jóvenes que ingieren alcohol en la vía pública, en espacios abiertos. Sin haber una rivalidad previa tienen una disputa, riñen y durante el pleito uno muere. El conflicto que lleva al hombre a pelear lo resuelve de forma violenta con el deseo de reafirmar una supuesta superioridad. Aniquila simbólica y literalmente a su contrincante, su enemigo. Los homicidios por hombre hablan de rivalidad, de competencia entre ellos, de deseo de preservar o imponer una superioridad sobre la base de la fuerza física o por medio de las armas. La sociedad mexicana establece una normatividad de autocnotrol que sí opera para las mujeres pero no para los hombres, por lo que las instituciones de vigilancia y control actúan sometiendo a éstos últimos. Reflexiones sobre las creencias de la violencia masculina El reconocimiento de la superioridad de los hombres y la subordinación de las mujeres está sustentado en sistemas de creencias. Tales sistemas no son universales, presentan variaciones entre los grupos que componen una misma sociedad, y varían también con el tiempo. Incluso en un mismo sector de la población se pueden identificar creencias contradictorias, pero que son utilizadas selectivamente en función de acontecimientos específicos. Las creencias tienen una serie de características que permiten su reconocimiento, como son: a) Se asume sin necesidad de una comprobación filosófica o lógica, sino por conformidad. b) El individuo que la asume jamás la pone en tela de juicio. c) Para defenderla el individuo repite una argumentación aprendida mecánicamente. d) La creencia tiene la función de proporcionar certidumbre psicológica. e) La reacción frente a un ataque a la creencia es la angustia. f) Con frecuencia las creencias son tácitas o inconscientes. g) Generalmente se transmiten por signos y no son producto de la observación. (L. Arispe. Cultura y desarrollo. Una etnografía de las creencias de una comuna mexicana, UNAM-El Colegio de México-Miguel Angel Porrúa, México, 1989, pp. 32-33) El pensamiento simbólico construido en base a estas características no es privativo para sustentar y reproducir la dominación del hombre en la sociedad, sino también da cuenta del mundo en general. Los discursos formulados en general parten de proposiciones binarias, de pares opuestos. Esta forma de entender la vida justifica la supremacía del hombre ante todos los integrantes de la sociedad: fuerte-débil, independiente-dependiente, inteligente-estúpida, valeroso-miedosa, temerariotemerosa, atrevido-tímida, activo-pasiva, racional-instintiva, etc. Las creencias así como su reproducción, son ‘verdades’ incuestionables, adquieren un rasgo valorativo tan importante que se constituyen en una ética que justifica y enjuicia comportamientos. En el caso de la violencia de los hombres contra las mujeres [cuando la perspectiva de género habla sobre violencia, se habla preferentemente de la violencia contra la mujer, que alude preferentemente al espacio privado. La violencia entre varones se da preferentemente en el espacio público], existe un conjunto de creencias que contribuyen, que le permiten al hombre eludir la responsabilidad de su ejercicio y de sus consecuencias, y alienta su reproducción al carecer de instancias que critiquen y consideren como actos reprobables esas conductas violentas: - - La violencia masculina es un asunto de familia y no debe tratarse fuera de la casa. Se considera que el mundo de lo privado, que es donde se ejerce la mayor proporción de la violencia masculina contra las mujeres, es inviolable. Los casos de violencia masculina son aislados, no son realmente un problema social grave. La violencia masculina es perpetrada por individuos con una enfermedad mental. Sin embargo, por lo general, son hombres que despliegan una doble moral, ya que - tienen un comportamiento diferente en sus relaciones de pareja de las que entablan en el mundo laboral o en su círculo de amistades, donde la violencia está ausente. La violencia masculina sólo ocurre en la clase social baja. Por el contrario, la violencia masculina permea todo el tejido social. El alcoholismo es causa de la violencia masculina. Es más bien un factor contribuyente. Si hay violencia, no hay amor. Se combinan momentos de tensión y violencia, pero también situaciones y espacios para manifestar afecto. Si no se van de la casa, es porque les gusta que les peguen. La violencia masculina se da sólo cuando hay golpes de por medio. Por naturaleza los hombres son violentos. La violencia es fundamentalmente una conducta aprendida en la vida cotidiana y en los distintos espacios donde nos movemos. En ello juegan un papel preponderante las normas sociales que nos dicen cómo “debe” comportarse un hombre y así configurar la masculinidad. Las creencias no están restringidas a algunas partes o aspectos de la vida social, sino que forman un conjunto que se refuerza por influencias recíprocas. Las modificaciones de ciertas creencias pueden tener el efecto de bola de nieve cuando son lo suficientemente consistentes. En esta perspectiva, algunas concepciones sobre la organización de la familia contribuyen a reforzar la existencia de la violencia masculina como un modo de relación justificable, deseable, necesaria o simplemente dada, asumida como natural [LA rigidez del modelo de roles hace al peso que castiga su transgresión: aquí está la cuestión de la lógica jerárquica: CRF Dumont]. Entre estas concepciones están las referidas a la rigidez de las jerarquías y la verticalidad de la estructura familiar. La forma cómo se decide qué se hace, cómo hacerlo, a quién se responsabiliza de actividades concretas o de tomar decisiones. Mientras hayan menos posibilidades de compartir responsabilidades y tomar decisiones, mientras más limitadas sean las formas admitidas de ejecutar las actividades que son asignadas, existen más posibilidades de que estos elementos vayan contribuyendo a que la atmósfera familiar caiga en situaciones de tensión y ruptura. Así, las creencias sobre la disciplina y el valor del castigo juegan un papel central para volver a encausar cualquier posibilidad de modificación de la jerarquía familiar, los que se fundan a su vez en las creencias sobre la obediencia y el respeto hacia quien se encuentra en el vértice jerárquico [revisar lo planteado por Vergara: el orden jerárquico de la hacienda se traslada a las relaciones sociales urbanas, tiñéndolas de un marcado autoritarismo o tradicionalismo]. Este conjunto de creencias está ligado a los estereotipos de género que encasillan las conductas y la expresión de los sentimientos y establece criterios de ejercicio del poder. Las probabilidades de que la familia vida en un ambiente proclive para que la violencia masculina se establezca, tiene que ver con el grado de rigidez de estas creencias en las relaciones dentro de las familias [Y también en la misma medida en que esas creencias se llevan fuera del hogar y se plantean como ordenadoras de las relaciones sociales del espacio público: una manera de concebir la violencia entre varones]. El hombre violento encuentra un medio totalmente favorable que ha allanado el camino para que la violencia contra su pareja se establezca sin mayores reparos. “Los hombres son así”, son cabeza de su familia, a quien le deben obediencia todos sus integrantes, comenzando por la mujer; tienen el derecho de corregir (a la mujer y a sus hijos/as) utilizando los medios a su alcance, con la seguridad de que en su casa nadie tiene derecho a intervenir. No es consciente de su violencia. Admitir que vivimos en una constante pandemia de hombres violentos contra sus parejas, no sólo cuestiona al individuo violento sino a la sociedad en su conjunto. Admitirse como hombre violento genera angustia; ejercer la violencia da certeza de masculinidad [¿SE sienten violentos?]. La violencia masculina entre la estrategia y la táctica El autor propone explorar el proceso de la violencia masculina en términos de lo que De Certeau (La invención de lo cotidiano, 1. Artes de hacer, Universidad Iberoamericana, México, 1996) denomina “estrategia y táctica” referido a la producción y al consumo de la cultura: - - ‘Estrategia’ es el cálculo (o la manipulación) de las relaciones de fuerzas que se hace posible desde que un sujeto de voluntad y de poder (cualquier organización social) resulta aislable. La estrategia postula un lugar suceptible de ser circunscrito como algo propio y de ser la base donde administrar las relaciones con una exterioridad de metas o de amenazas. Como en la administración gerencial, toda racionalización ‘estratégica’ se ocupa primero de distinguir en un ‘medio ambiente’ lo que es ‘propio’, es decir, el lugar del poder y de la voluntad propios. [Aquí está la cultura del que puede concebir un proyecto de vida: la noción de ‘carrera’ es estratégica]. ‘Táctica’ es la acción calculada que determina la ausencia de un lugar propio. Por tanto ninguna delimitación de la exterioridad le proporciona una condición de autonomía. La táctica no tiene más lugar que el del otro. Además, debe actuar con el terreno que le impone y organiza la ley de una fuerza extraña. No tiene el medio de mantenerse a sí misma, a distancia, en una posición de retirada, de previsión y de recogimiento de sí: es movimiento ‘en el campo de visión del enemigo’, y está dentro del espacio controlado por éste. No cuenta pues con la posibilidad de darse un proyecto global ni de totalizar al adversario en un espacio distinto, visible y capaz de hacerse objetivo. Obra poco a poco. Aprovecha las ‘ocasiones’ y depende de ellas, sin base donde acumular los beneficios, aumentar lo propio y prever las salidas. No guarda lo que gana. Este no lugar le permite, sin duda, la movilidad, pero con una docilidad respecto de los azares del tiempo, para tomar al vuelo las posibilidades que ofrece al instante. Necesita utilizar, vigilante, las fallas que las coyunturas particulares abren en la vigilancia del poder propietario. Caza furtivamente. Crea sorpresas. Le resulta posible estar allí donde no se espera. Es astuta. En suma, la táctica es un arte del débil. [Aquí está la cultura del sobreviviente: el atinador]. [La distinción estrategia táctica se funda en relaciones de poder. Con todo, ¿los subordinados no tienen estrategias?] Considerando los elementos implicados en estos conceptos, ¿puede establecerse un paralelismo entre estrategia-violencia masculina y la táctica-mujer violentada? La violencia masculina es ejercida gracias a una relación de fuerzas que generalmente le favorece, pero no siempre es así. Muchos hombres ejercen la violencia contra sus parejas porque se perciben amenazados en su posición jerárquica dentro de la familia, entonces la violencia viene a reafirmar una posición percibida como en disputa [la violencia como modelo para ordenar un equilibrio deteriorado de poder: sentirse parte de un mismo campo de intereses: la familia/la población/la primacía en la lucha por el prestigio y el título: VIOLENCIA ORDENADORA]. La violencia es un modo de restitución de un poder que se pierde [Se trata de un período de supremacía azul en medio de una mayoría alba: se altera el equilibrio habitual de las jerarquías y los poderes se desestabilizan: es necesaria una constante intervención reordenadora, que recuerda quién es quién: que existe una lógica, un orden que se debe respetar]. Las mujeres que viven bajo estas estrategias de control, difícilmente tienen un proyecto de vida personal que vaya más allá de vivir por y para terceros, en esencia esposo e hijos/as. Comentario: interesante manera de mirar las relaciones de poder cuando se enfrentan actores con poderes diferenciados en un mismo espacio en disputa: la lucha por el prestigio y una idea del orden deseado: Lechner la construcción del orden deseado CRF
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