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Maleficio de un escritor que no llegó
www.elmundo.es /cultura/2015/12/23/567a0bcfe2704e6d3d8b4609.html
La editorial Pre-Textos recupera 'Diario de una vida breve', los cuadernos íntimos que dejó preparados el
singular escritor poco antes de su muerte, a los 33 años, en el París de 1965, donde da cuenta de su
prometedora iniciación literaria y sentimental.
A Juan Manuel Silvela Sangro le dieron una de las explicaciones diagnósticas más raras del mundo. El
médico le advirtió de una grave cardiopatía que se lo llevaría prematuramente por delante. Pero frente a
la imposibilidad de abundar más en la raíz de la enfermedad, resolvió el problema de este modo: «Tiene
usted un corazón de pato. El clásico corazón de pato. La resonancia de los latidos en la caja torácica no
deja oír la respiración». Un hombre con un corazón de pato sólo puede ser un monstruo o un récord. Y
Silvela Sangro fue más récord: de elegancia, de delicadez, de intemperie, de finura intelectual, de
proyecto por hacer. De prosa fuerte y deslizante.
Murió en París a los 33 años, el 29 de mayo de 1965. Pero antes de todo eso había encontrado sitio en la
literatura. Había estudiado Derecho. Había viajado mucho. Escribía, traducía, llevaba una vida mundana
en un Madrid de familia burguesa, culta y grande. Silvela Sangro era el resultado de una sofisticación bien
articulada: amigos y amigas de los que dan alimento por dentro. Pintores como Zóbel o Gerardo Rueda.
Compañeros de inquietudes como Ramón Tamames. Lecturas, conciertos, vernissages. Fue amigo de la
noche en esta ciudad que aún tiene su ramalazo de poblachón. Y asiduo a los cócteles en Chicote.
Hablaba ocho idiomas. Discutía. Soñaba. Pensaba. Entre los papeles que dejó inéditos al morir quedó,
principalmente, esto. Diario de una vida breve, que la madre del autor publicó en 1967 y que ahora
recupera la editorial Pre-Textos en edición de José Muñoz Millanes. Cuando los cuadernos salieron a la
luz por vez primera se convirtieron pronto en uno de los éxitos literarios de aquel año. Algunos escritores
del momento apoyaron la obra malograda de Silvela Sangro y Julián Marías trazó un prólogo
esclarecedor que fijaba en el lugar de las revelaciones al extraño y joven autor.
Apuntó Marías: «Este diario es sumamente juvenil, durante varios años de adolescente. Todo en él
está penetrado de una fragilidad, procedente de su conciencia de salud insegura, de amenaza
permanente, que al coexistir con una normalidad habitual tiene una repercusión biográfica y no biológica.
Quiero decir: no es el diario de un enfermo, sino de alguien que vive con una impresión reforzada de
incertidumbre. Una vida considerablemente cómoda, holgada, refinada, en última instancia feliz, pero
suspendida, más allá de lo habitual, en el vacío sobre el que se cierne siempre toda existencia humana».
Estos folios tienen mucho de iniciación y de temblor de vida. También de exposición de asombros. Y de
decepciones. El diario comienza en 1949, que todavía es tiempo de descubrimientos y vida desatada,
pero acaba en 1958 con algo de desmayo, de abandono, de decepción: «En ese momento», explica
Muñoz Millanes, «Silvela Sangro sintió una fuerte necesidad de romper radicalmente con su vida
madrileña, que había tocado fondo por su falta de vocación jurídica, por la inestabilidad de sus empleos
diplomáticos y por su insatisfacción amorosa. Pero sobre todo por la dependencia de su numerosa familia
y su influencia agobiante». Para entonces, el autor residía en Suiza, mantenía una hirviente relación
amorosa con otra novia incipiente (protagonista de Cartas a Anna, publicadas también por su madre
postumamente) y en ese momento de lucidez en que se ve que la biografía no tendrá ya demasiados
párrafos.
Este diario íntimo guarda en algunas de sus partes más hermosas esa voluntad del género: escribir sobre
la pura nada. O sobre la misma vida. Y ahí está parte de su encanto y de su sorpresa. En el resol de
contar la minuta de la existencia al compás en que ésta va sucediendo. Silvela Sangro se desliza sobre
unos patines de cuchillas tersas, de palabras suaves, de frases delicadas, de apreciaciones audaces, de
cierta ingenuidad de edad termprana, de ambiciones y nostalgias que no siempre entiende del todo.
Ensaya la vida, la imagina, la desea, la teme, desconfía de ella, tratando de descifrarla, gozándola tantas
veces. «Es un personaje atractivo, sincero, lleno de matices, generoso y por ello a última hora
feliz», apuntó en su momento Julián Marías.
Podría ser un raro de la literatura, pero lo excepcional de Silvela Sangro es que no llegó ni a eso. Faltó
tiempo. Los diarios dan cuenta de una expedición que a ratos alcanza el más difícil todavía y ahora sin
manos. Guardan estas páginas el reflejo de alguien al que vivir no le concedió más épica que hacerlo
despacio hasta la muerte rápida. «No tengo fuerzas para nada, tengo ganas de dormir o de
emborracharme. Mi alma tiene fiebre, mi espíritu está amodorrado. ¿Y mi persona? ¿Dónde está
Manolo Silvela? ¿Esta cosa que había detrás de estas mismas manos, por la que corría esta
misma sangre?».
La literatura tiene en sus remansos creadores que no lo fueron del todo, como este hombre. Pero que
dejan una muesca en su tiempo. Una señal íntima. Una naturaleza distinta y en el caso de Silvela Sangro,
gozosa. Aquí se ve crecer un hombre a cámara lenta: sus lecturas, sus pasiones, sus quebrantos. Ramón
Gómez de la Serna, Rilke, Proust, Cervantes, Stranvisnki, Bela Bartók, Lord Dunsany, Azorín, Katherine
Mansfield, Ortega y Gasset, Eugenio d'Ors, Gerard Manley Hopkins... Leer es el macizo de la literatura.
Lo extraordinario de algunos seres no es lo que viven exactamente, sino cómo cuentan aquello que han
vivido. Y eso es este Diario de una vida breve. La revelación de un escritor que busca serlo en un Madrid
que aún no es todo, en un París que no entumece. Casi un extravanagante, Silvela Sangro. Una calidez
de penumbra que no se concreta. Una extrañeza de prosa con clima y soporte propio. La decantada
expresión de un hombre con corazón de pato. El clásico corazón de pato. Y es tan extraño.