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M Ú S I C A Por Alexander Laluz MÚSICA BEAT, ROCK Y POP DE LOS AÑOS 60 Y 70 SHAKE IT ALL Los últimos diez años del siglo pasado y los primeros del actual bien podrían definirse, al menos en materia musical, como un tiempo de resurrecciones y reconstrucción histórica. Viejos discos de Psiglo, Los Shakers, Mateo, El Kinto, Tótem, Días de Blues, Opus Alfa, Opa, Génesis, y otros más, fueron reeditados en disco compacto. Algunas bandas de rock que se separaron hace más de treinta años volvieron a reunirse. Y algunos periodistas e investigadores se lanzaron a la aventura de recuperar las memorias, las vidas, que cruzaron por nuestra música popular en los años sesenta y setenta. Aquellos sonidos y estos relatos nos devolvieron un mapa de símbolos, sensibilidades e historias de un Uruguay distinto que, para muchos, había quedado arrumbado en el olvido o en el desconocimiento. Pero también sirvieron para (re)construir puentes intergeneracionales y, una vez más, revisar nuestras formas –no siempre saludables– de relacionarnos con el pasado. ‘No puede ser mentira’ 1 980. La ciudad de La Paz, Canelones, ubicada a pocos kilómetros del último núcleo urbano de Montevideo, siempre respiró música de las ondas que llegaban de la capital. No podía ser de otra manera. En esos años, las antenas de radio y televisión miraban hacia el sur siguiendo el mismo peregrinaje laboral diario de nuestros padres. Desde el norte y por la Ruta 5 venían otros ómnibus pero casi ninguna sintonía digna que permitiera completar una banda sonora adolescente. Las opciones estaban atadas al mundo de los bailes y allí reinaba el último sonido anglosajón. En la intimidad doméstica, ‘Zamba de mi esperanza’ era el premio –o el castigo– si pasábamos la segunda o tercera clase de guitarra. Sabíamos bien que el repertorio estaba forzosamente limitado, pero si la profesora o profesor, o quizá algún conocido de la familia, se animaba, podíamos llegar a Los Olimareños o Zitarrosa. La otra alternativa eran las canciones de un señor de voz algo apagada, casi susurrante, que hacía una suerte de crossover con milonga, tango, candombe y ciertos aires (¿folk dylaniano?) que flotaban en las guitarras con cuerdas de acero. ‘Vientos del sur’ fue un hallazgo, no se parecía en nada a lo que escuchábamos regularmente. Después supimos que este señor era Gastón Ciarlo o simplemente Dino y que podía silenciar audiencias con sus pequeños paisajes de la intimidad urbana. Casi al mismo tiempo fue el descubrimiento de Los que Iban Cantando, Pareceres, Los Zucará. Pero ese repertorio llegaba a las ruedas de amigos si algún avezado guitarrista –que siempre era alguien mayor que nosotros– lograba descifrar los acordes raros de Lazaroff o el candombeado de Pareceres (está de más decir que pedirle canciones así a la profesora de guitarra era un exceso que ultrajaba el honor del manual de Sagreras). 64 DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 64 27/10/2008, 11:28 Foto: Alexandre Causin. The Shakers. DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 65 27/10/2008, 11:28 65 M Ú S I C A Ruben Castillo. Otro hallazgo de esos años fue un programa de la desaparecida Emisora del Palacio que pasaba ‘música progresiva’. Aquello era más eléctrico y extraño; sus letras crípticas no cuajaban con la ansiedad adolescente pero inexplicablemente terminaron por adherirse a la cinta de los casetes: Opa destilaba adrenalina con la virtuosística introducción de ‘Montevideo’, Los Delfines roqueaban con ‘Amigo sigue igual’. Eran sonidos que irradiaban una luz diferente, no sólo se integraron a un íntimo ritual roquero en castellano, también servían para justificar el fastidio que provocaba la irrupción en la pista de baile de las envejecidas melodías de Los Iracundos. Es cierto, con la perspectiva de los años es fácil darse cuenta de lo disparatado que era juntar a Los Delfines, Psiglo, Opa o incluso a Spinetta o Almendra en una misma categoría. Pero los recorridos perceptivos de la adolescencia no reparan en clasificaciones musicológicas, ni tienen tiempo para organizar cronologías rigurosas. Todo vibra en un presente atemporal. Por eso, que algunos de esos grupos fueron parte de un movimiento roquero local, o que habían existido Los Shakers, Los Mockers en los sesenta o algo como el candombe-beat años después, era una historia nunca contada. Una porción pequeña de esos sonidos estaban ahí, colándose en esa adolescencia de música disco y canto popular, pero para nosotros no tenían memoria. Eran una fascinante excepción que muchos años después logramos ensamblar en un relato histórico con Jesús Figueroa, El Sindikato, Psiglo, Tótem, El Kinto, Días de Blues. 2003. Eduardo tiene 52 años y hace más de quince que dedica el escaso tiempo libre que le deja su profesión a una envidiable colección de discos. Tiene de todo. Quizás la apreciación suene exagerada, pero al menos ésa es la sensación que provoca la enorme estantería que está detrás de su escritorio. “Éstos los conseguí en la feria. Si no me acuerdo mal, comencé a buscarlos después de ir a uno de los recitales De memoria de Níquel. Fue en 1991, ¿no? Nunca me imaginé que iba a escuchar así esas canciones de mi adolescencia”, dice mientras saca de una de las estanterías Descarga (De la Planta, 1972) de Tótem. “Éste fue uno de los primeros que conseguí. Después compré uno de Moonlights… acá está, es del mismo año que el de Tótem, pero éste salió en diciembre”. En esos años, Eduardo descubrió a Moonlights, Tótem, Opus Alfa, en la radio. Esos sonidos lo atraparon al punto de convertirse en un fanático de aquel rock uruguayo. Pocos años después esa pasión se transformó en silencio o en olvido. Eran tiempos difíciles, no había espacio para esa música. “Nunca más supe lo que pasó con toda esa gente. Creo que algunos se fueron del país o se dedicaron a otra cosa. Claro, las únicas pistas que pude seguir fueron las de Rada y Mateo. Hace unos cuantos años un amigo me consiguió en España unas reediciones increíbles de Los Mockers. Qué banda, por favor. Resulta que se habían convertido en un grupo de culto”. Cuando Eduardo tuvo en sus manos el libro de Fernando Peláez, De las cuevas al Solís, fue como reconstruir una historia forzosamente fragmentada. El primer tomo lo compró ni bien llegó a las librerías. Allí estaban los músicos que había escuchado en su adolescencia. No faltaba ninguno. “Fijate que las listas de los discos originales me sirvieron para seguir rastreando los que me faltaban. Después fui corriendo a comprar los cedés que no tenía de la colección de Posdata: el de Discodromo, el de Canzani, Diane Denoir y alguno más. Pero ese libro me cambió la cabeza: allí estaba reunida casi toda mi historia musical”. ‘Ahora que todo gira’ En los primeros años de la década del setenta, aquel prolífico movimiento de rock que sacudió las cuevas montevideanas e incluso al propio Teatro Solís fue dramáticamente silenciado y borrado del mapa. Los discos de Los Shakers, Los Mockers, El Sindikato, Opus Alfa, Tótem, Los Moonlights, El Kinto fueron arrumbados en el olvido o en algún puesto de la feria de Tristán Narvaja, y los músicos forzados al exilio interior y exterior. Con el folclorismo o la canción de proyección folclórica ocurrió lo mismo aunque en este caso también pesaron otras variables políticas y sociales. Con el advenimiento del llamado canto popular, en el último tramo de esa década, parte de estas expresiones encontraron cierta continuidad y otras apenas un reciclaje parcial, pero siempre pautadas por una resignificación del sonido acústico como símbolo de resistencia activa ante la nueva coyuntura. Dentro de este nuevo movimiento se fueron diferenciando distintas vertientes, algunas exploraron territorios estéticos más arriesgados –MonTRESvideo, Fernando Cabrera, Los que Iban Cantando, Leo Maslíah, Rumbo, entre otros–, otras se apegaron más al modelo de la canción folclórica. En el medio quedaron otros exponentes, como Jaime Roos, Dino, Darnauchans, Jorge Galemire o el propio Eduardo Mateo, quienes continuaron algunas líneas inauguradas por El Kinto o Tótem. Diez o quince años después de aquel silenciamiento, y ya en el contexto de la recuperación democrática, otra nueva camada de roqueros comenzó a agitar la escena musical tomando como referentes al sonido punk y los grupos de la España posfranquista. Para muchos era una especie de exabrupto adolescente capitalizado por algún oportunista de turno. Otros, en cambio, lo veían como una alternativa 66 DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 66 27/10/2008, 11:28 Génesis. The Mockers. El Kinto. Los Delfines. Tótem. DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 67 27/10/2008, 11:29 67 M Ú S I C A para narrar vivencias y símbolos generacionales que en ese momento no tenían cabida en otras expresiones de la llamada cultura popular. Paralelamente, los emergentes rituales de la nostalgia musical, alimentados por eficaces estrategias comerciales y comunicacionales, comenzaban a remapear parte de nuestra memoria roquera con un nuevo fetiche: “los éxitos que marcaron una época”. Al poco tiempo se erigieron en fiesta, en tradición –quién lo puede dudar a esta altura–, al punto de convertir al país, cada 24 de agosto, en un santuario de los old hits del pop y del rock anglosajón. En este contexto, del que apenas se esbozaron aquí algunos aspectos, parecía imposible restablecer los lazos con aquellas experiencias musicales de los sesenta y setenta. Sin embargo, la historia se las ingenió para encontrar otros caminos –incluso por fuera de los saberes institucionalizados– para reconstruir aquel fenómeno que efectivamente marcó a buena parte de nuestra sociedad. A comienzos de la década de 1990, Níquel devolvió parte de aquel pasado roquero con los conciertos y el disco De memoria. En 1994, el periodista Guilherme de Alencar Pinto publicaba la primera biografía de Eduardo Mateo: Razones locas. El paso de Eduardo Mateo por la música uruguaya (Productora Editorial/Metro). En ese tiempo, Fernando Peláez se lanzaba, con matemática precisión y pasión roquera, a la aventura de reconstruir una cronología del rock uruguayo entre 1960 y 1975, que luego se publicó en los dos voluminosos tomos De las cuevas al Solís. Hacia 1998, otros dos libros revisitaron aquellas décadas: Los Beatles en Uruguay (Ediciones de la Plaza) de José Núñez y Eduardo Rivero, y El jazz en Uruguay (Melibea Ediciones) de Rodolfo Schuster. Y en materia discográfica, varios títulos de Psiglo, El Kinto, Rada, Mateo, Tótem, Dino, Génesis, Los Shakers, Opa, entre otros, fueron reeditados en formato digital; y la revista Posdata lanzaba la valiosísima colección 30 años de música uruguaya en dos series: ‘Los pioneros del beat’ y ‘Los cantautores’. Con estos nuevos signos, parte del mapa simbólico de nuestra cultura fue redibujando sus rutas y contornos desde sus propios sonidos, testimonios e imágenes: era una memoria rescatada de la indiferencia y la pérdida total. ‘Déjame intentarlo’ La investigación de Fernando Peláez fue, sin lugar a dudas, una piedra de toque en esta recuperación histórica. Su libro De las cuevas al Solís nos permitió ordenar y comprender los hechos, los discos, las experiencias, desde una perspectiva singular: la de un aficionado a la música, apasionado seguidor de aquellas bandas, que, separando tiempo de su trabajo como matemático y docente, emprendió el difícil camino de ubicar a los protagonistas, recoger sus testimonios, acercarlos y recopilar las distintas recepciones que tuvo el movimiento en la sociedad de la época. Lo que sigue es parte del extenso diálogo que Peláez mantuvo con Dossier en el que repasó parte de este proceso de investigación y sus vivencias personales con la música que marcó su adolescencia. ¿Cómo fue su primera experiencia con el rock? Fue en el año 1970 o quizá a fines de 1969. Después de escuchar en una radio portátil a transistores la transmisión de un partido en el que jugaba Peñarol, cambio de estación y escucho una música que me dejó flechado. Estaban pasando a Santana, pero no estoy seguro si era de su primer disco o de la actuación en Woodstock. Esa radio era CX 42 Vanguardia, y el programa seguramente era de Carlos Martins o de algún otro comunicador conocido de la época, como Lalo Menafra o Esteban Leivas. En casa ya había visto y escuchado Discodromo o programas parecidos en que tocaban bandas locales, pero nunca me había metido de lleno en esa movida. Pero, en ese momento, con once años, me zambullí de lleno en esos que eran absolutamente nuevos sonidos para mí, y me dediqué a buscar otros programas de radio que pasaran esa música. Así aparecieron en mi vida Led Zeppelin, Los Beatles, y sobre todo los Creedence que fue una puerta de entrada brutal al rock. No hay que olvidarse que nosotros veníamos de escuchar y bailar porteñadas, y los Credence tenían mucha base de blues, rock and roll, pero tampoco era demasiado complicado para aprender a tocarlos en la guitarra. ¿En esa época tocaba la guitarra? En la década del sesenta estaba muy arraigada la moda de que en todas las casas el nene tenía que aprender guitarra española, y había muchos profesores que daban clases en sus casas o iban a la de los alumnos. Y bueno, la primera canción siempre era ‘Zamba de mi esperanza’ y otras del folclore argentino. Pero en esas clases no se enseñaba nada de rock, quizá por eso mi madre me preguntaba: “¿Por qué no avanzás con las clases de guitarra? ¿Qué te gusta tocar?”. Entonces le hice escuchar al profesor una canción de los Creedence. En realidad debería tener tres acordes, pero el hombre no sabía cómo enseñármela. Después le puse otra canción pero de Led Zeppelin y tampoco tuve suerte. Así que la fuente principal para conocer lo que pasaba con el rock era la radio y los discos. Ya en 1971, cuando estaba en el liceo, por esos programas de radios descubrí que aquí también estaba pasando algo con el rock. Yo no tenía ni idea de la existencia de El Kinto y Los Shakers, tal vez alguna referencia de alguien mayor. Así fue que escuché el primer disco de Dino y de El Sindikato, y me enteraba de los espectáculos con bandas uruguayas. Había una camada de comunicadores que apoyaban mucho ese movimiento: además de los que ya mencioné, estaban Eduardo Nogareda, Hamlet Faux, Macunaíma, el Corto Buscaglia. En esa época empecé a ir a recitales y me vinculé con un circuito musical diferente. Pero éramos a lo sumo como dos por clase del liceo que escuchábamos esa música, la amplia mayoría todavía estaba para las porteñadas o para la música que venía de Estados Unidos y Europa. ¿Qué pasaba con la televisión? Discodromo fue un programa pionero que venía de principios de la década del sesenta. La apertura de Ruben Castillo fue clave: difundía de todo, desde tango hasta rock, melódico. Después, cuando inicié mi investigación, supe que a comienzos o mediados de los sesenta, con el auge de Los Beatles, todos los programas de entretenimiento llevaban a muchos grupos de la época. Más adelante aparecieron algunos programas dedicados a esta música, como el que conducía Leivas que se llamaba Prohibido para mayores. Claro, los productores siempre querían llevar a Los Iracundos, y sí: Leivas llevaba a Los Iracundos pero también a Días de Blues y a otros grupos más under. Lamentablemente, de aquellos programas pioneros no ha quedado casi ningún registro. Al principio los programas eran en vivo y, más adelante, cuando se comenzó a grabar, las cintas siempre se volvían a usar para grabar otros 68 DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 68 27/10/2008, 11:29 The Killers. Sexteto Electrónico Moderno. Jaime Roos. Opus Alfa. DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 69 27/10/2008, 11:29 69 M Ú S I C A programas. Pero algunas cosas se pudieron recuperar porque los grupos tocaban en televisión haciendo playback. Esas grabaciones se hacían en Sondor, y gracias a que muchas de ellas se conservaron se pudo conocer lo que hacían, por ejemplo, El Kinto y Mateo. Siddhartha por el 77 o 78, y los de La Máquina de Hacer Pájaros, de Charly García, que vino acá en el 77, antes de Serú Girán. Después me metí con todo con el canto popular. Y me parece que no fue disparatado, por algo pasó así: se entendió que era la mejor forma de resistencia a la dictadura. ¿En aquellos años Los Iracundos seguían siendo un grupo exitoso, con aceptación en el público masivo? En Montevideo, hacia 1970 o 1971, no tenían tanto éxito. Ellos trabajaban mucho en los bailes del interior y después se convirtieron en ‘héroes’ en otros países como Ecuador y Perú. Aquí, los que antes habían bailado con Los Iracundos o con el Sexteto Electrónico Moderno comenzaban a ir a las discotecas y escuchaban programas como Impactos, de la radio de la familia Rupenián, que programaban únicamente pop anglosajón. Aun así, la música que más vendía seguía siendo la de los folcloristas como Viglietti, Zitarrosa y Los Olimareños. Otro circuito importante, pero totalmente excluyente, era el de la música tropical. Y también estaba la movida de las porteñadas con sus programas de televisión como Alta tensión, Música en libertad, etcétera. ¿Cómo surgió la idea de reconstruir aquella historia roquera? Una de las motivaciones puntuales fueron los conciertos De memoria de Níquel, en 1991. Me acuerdo que en ese momento le contaba a algunos compañeros anécdotas de esa época y, sobre todo los que eran menores que yo, me decían: “No te puedo creer, ¿eso pasó acá?”. Otro impulso importante fue el libro que publicó Guilherme de Alencar Pinto sobre Mateo. Me pareció que ese trabajo de reconstrucción había que hacerlo de forma urgente porque si pasaba más tiempo iba a ser más difícil, muchas más cosas se iban a perder. ¿Cuándo fue el momento de mayor auge de este movimiento de rock uruguayo? ¿Pudo conocer aquellas cuevas en las que tocaban? Por la edad yo no pude visitar muchas cuevas, pero estaba informado de todos los recitales, conciertos, festivales que se realizaron entre 1971 y 1972, año en el que alcanzó su momento de mayor auge. Muchos grupos ya habían grabado sus primeros discos, habían tocado en numerosos lugares y ahora apostaban a un escenario diferente y de mayor proyección: el Teatro Solís. Esas bandas eran Opus Alfa, Tótem, Psiglo, Días de Blues. Los Moonlights, Los Killers. A pesar que los signos de la crisis ya eran muy evidentes, no imaginábamos que todo aquello se iba a acabar tan rápido. La situación social era cada vez más difícil, las influencias del rock sinfónico comenzaba a desplazar al rock y al blues más cuadrado. Después del golpe de Estado ya casi no se podía salir, había muy pocos conciertos, y en 1975 ya no había nada. Muchos nos refugiamos en esas músicas en soledad, enterándonos que por ahí había un grupo virtuoso del jazz-rock que se llamaba Siddhartha, en el que estaban José Pedro Beledo y José Luís Pérez, e íbamos a algunos de sus conciertos. Aparecieron los discos de Opa, de los hermanos Fattoruso, que venían de Estados Unidos pero no teníamos mucha información sobre ellos. Esa época, de 1970 a 1974, yo la viví con mucha intensidad, me volví un militante del rock uruguayo. Avanzada ya la década de 1970 y cuando se afirmó el movimiento del canto popular, los sonidos de las guitarras acústicas desplazaron definitivamente a los sonidos eléctricos y cambiaron radicalmente las formas de hacer y escuchar música… Y sí. Yo dejé de escuchar rock, estuve varios años con todos los discos ahí, quietos. Creo que a los últimos conciertos que fui por aquellos años fueron los de Ubicar a todos aquellos músicos no debe de haber sido tarea sencilla. Cuando empecé con esto no estaba para nada popularizado el uso del correo electrónico, así que muchos contactos se hicieron por carta. En esto tuve mucha suerte. Muchos músicos y comunicadores de esa época estaban en España, otros en Estados Unidos, así que aproveché un viaje a Helsinki, en 1997, que hice para participar en un campeonato de maxibásquetbol, y me quedé un tiempo en España. Los contactos los conseguí gracias al cuñado de un colega matemático que era actor y vivía en ese país. Él tenía los teléfonos de Hamlet Faux y Barral, y así los fui contactando a todos. ¿Cuál fue la reacción de estos músicos ante su proyecto? Se sorprendieron mucho, sobre todo porque era un matemático y no un periodista o escritor. Pero el apoyo de todos fue increíble, al punto que hasta hoy sigo siendo amigo de muchos de ellos. Después, cuando regresé a Uruguay, conseguí los contactos de los músicos que estaban en Estados Unidos. Así fue que me encontré con Jesús Figueroa, el cantante de Opus Alfa. Gracias a esos trabajos también se produjeron algunos emotivos encuentros entre músicos que no se veían desde hacía muchos años. Es el caso de Dino y Kano que vivía en Buenos Aires. Lo más interesante es que casi ninguno demostró estar arrepentido de lo que habían hecho. Fue una etapa que sintieron como muy positiva, divertida incluso, a pesar de las carencias técnicas que había. Los músicos de la movida del sesenta, como los integrantes de Los Delfines que después se dedicaron a otra cosa, lo recuerdan como mucho cariño. Con los músicos de los setenta la sensación fue la misma. D Alexander Laluz. Licenciado en Musicología. Cursa la Maestría en Antropología de la Cuenca del Plata (Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, UdelaR). Docente y periodista cultural. Escribe en el semanario Brecha. Sus trabajos también se han publicado en revistas impresas y electrónicas del exterior. 70 DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 70 27/10/2008, 11:30 C R Í T I C O Por Alexander Laluz Jean-Luc Ponty. fusión de los setenta. Qué más se puede decir. Sobre su extensísima discografía, que se ha renovado constantemente durante tres décadas, ya se ha escrito mucho, igual que sobre sus giras y participaciones en festivales. Con esta brillante trayectoria, quizá la crítica y el público coincidan en disculparle la insistencia en los clisés del estilo y cierto tinte esnobista coloreado por las ondas de la World music. Aun así, su último disco, The Atacama Experience, sigue mostrando a un Ponty muy musical, técnicamente impecable, que logra construir algunos climas notables en una virtuosística integración con su poderosa banda: William Lecomte, Guy Nsangué Akwa, Thierry Arpino, Moustapha Cissé, a los que se suman dos excelentes guitarristas invitados: Allan Holdsworth y Philip Catherine. Quizás no sea una de sus producciones más interesantes, pero sí vale destacar su unidad conceptual lograda a partir de una trama de impresiones, atmósferas –y quizá demasiados sonidos ambientales edulcorados–, alusivas a un viaje por distintos territorios simbólicos y geográficos. A nivel formal o arreglístico, las piezas están jugadas a explotar al máximo la versatilidad de los instrumentistas, pero, y hay que reconocerlo, más allá del virtuosismo y el swing no aportan casi nada nuevo y se agotan muy rápido en el formulismo. Con este reciente material, Jean-Luc Ponty llegó por primera vez a Discos de Yaron Herman y Jean-Luc Ponty Ellos estuvieron aquí En la última edición de Dossier, esta columna estuvo dedicada a tres títulos de música clásica o culta. Esta vez la propuesta recogerá dos títulos pero del campo de las músicas populares. Estos fonogramas tienen una condición muy particular: fueron el motivo principal para que las giras de estos notables artistas llegaran hasta los escenarios montevideanos. 1. Un tiempo para todo Yaron Herman es un joven pianista y compositor israelí radicado desde hace varios años en Francia. La visceralidad y potencia de su música lo colocó, y en muy poco tiempo, entre los principales exponentes de la escena internacional del jazz. Tiene ya tres discos en su haber –los dos primeros: Take 2 to know 1 (Sketch, 2003) y Variation (LaBorie Jazz, 2006)–, y con el último, A Time for Everything, volvió a nuestro país para realizar un concierto sólo con el piano el pasado 6 de setiembre en el marco de la temporada 2008 del Jazz Tour. Como en su anterior presentación –agosto de 2006–, Herman volvió a sorprender con su performance nutrida de originalidad y excelente técnica. El nuevo disco, por su parte, registra parte de lo presentado en este concierto, pero con el apoyo de dos excelentes músicos: Matt Brewer en bajo y Gerald Cleaver en batería. Las 14 pistas de este trabajo son una verdadera intervención jazzística de algunos clásicos del Yaron Herman. repertorio de la música popular contemporánea –piezas de Leonard Cohen, Britney Spears, The Police, entre otros– pero desde una visión despojada de los habituales academicismos del ¿nuevo? jazz, con mucha inteligencia y, sobre todo, con un gran derroche de musicalidad. Resumiendo: un disco que homenajea, desde una fresca originalidad, la vitalidad que tuvo este género en otras épocas. 2. Ponty Experience Jean-Luc Ponty es un clásico que no necesita presentación. Excelente violinista, buen compositor y armador de destacadas bandas que le dieron un sello muy particular al jazz-rock o jazz- Montevideo el pasado 16 de octubre –varios días después del cierre de esta edición de Dossier– para dar un concierto único en el Cine Teatro Plaza, en una nueva fecha de la intensa programación del Jazz Tour 2008. Una experiencia ideal para nostálgicos de la fusión y, de paso, sacarse las ganas de escuchar en vivo a un veterano maestro. Yaron Herman: A Time for Everything, LaBorie Jazz, 2007 Jean-Luc Ponty: The Atacama Experience, Koch Records, 2007 72 DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 72 27/10/2008, 11:30 M Il trovatore y Madama Butterfly De las debilidades y los logros Los dos títulos que se pusieron en escena en esta Temporada de Ópera 2008 del Teatro Solís tienen un punto débil en común: el libreto. Las historias que sirvieron de base para ambas óperas tienen, sin embargo, un potencial dramático muy rico. Pero éste se rescata fundamentalmente a través de la música, la que logra, aunque no en todos los momentos, disimular las flaquezas en la construcción de la trama y los personajes. En la puesta de Il Trovatore, de Giuseppe Verdi, esta debilidad quedó demasiado remarcada, sobre todo por las inconsistencias que pulularon en la interpretación musical –tanto de la orquesta como Eiko Senda. de los cantantes y el coro– y en la concepción escénica. También hay que reconocer que el agitado clima que rodeó cada una de las funciones –y especialmente la del estreno– no propició una recepción en condiciones más o menos normales. Con Madama Butterfly, de Puccini, la situación fue muy distinta. Tanto por la puesta en escena, el diseño de la iluminación, la excelente escenografía, como por las performances vocales, la trama se potenció en sus aspectos más atractivos, creíbles y emotivos. En este caso, las desafinaciones y desajustes rítmicos de la orquesta no perjudicaron el flujo natural de la historia, ya que Martin Lebel (Francia) apostó a un ensamble más contenido, sin desbordes. Y las performances de los solistas, sobre todo la de Eiko Senda (Cio-Cio San), completaron con muy solvente desempeño vocal el concepto volcado por Massimo Pezzutti (Italia) en la puesta en escena. Temporada de Ópera 2008 Il Trovatore, deVerdi: Federico García Vigil (dirección musical), Roberto Oswald (régie, escenografía e iluminación). Fechas: 15, 16, 18, 19, 24 y 26 de agosto, Teatro Solís, 20.00 horas. Madama Butterfly, de Puccini: Martin Lebel (dirección musical), Massimo Pezzutti (régie). Fechas: 20, 22, 23, 27, 29 y 30 de setiembre más una función especial el 2 de octubre, Teatro Solís, 20.00 horas. OÍDO WEB OÍDOWEB OTRAS FORMAS DE ESCUCHAR La “yutubización” de Peter La consigna es clara: todo puede estar en YouTube. Un paseo en bicicleta, los chicos jugando a la pelota, la primera canción que toqué en la guitarra. Para los más creativos, algún juego con imágenes extrañas o una historia de terror protagonizada por amigos y familiares cercanos. Los conciertos filmados con las cámaras de los celulares son un clásico. Si MTV ya nos saturó con sus realities shows, aquí se pueden ver y repetir hasta el cansancio los últimos videoclips de cualquier artista pop. La televisión abierta puede ser otra fuente inagotable de materiales. Fragmentos de series, los créditos de alguna película clásica, los cortos publicitarios, programas periodísticos, el último discurso sobre la crisis financiera. La única condición para ‘subir’ cualquier video o engendro audiovisual es que sea corto. No hay que olvidarse que internet es poderosa pero los usuarios domésticos no siempre disponen de conexiones y equipos que permitan ver en tiempo real una producción de dos o tres horas. En semejante maraña de ofertas audiovisuales también hay lugar para los hallazgos creativos. Para encontrarlos sólo hay que estar dispuestos a navegar con criterio muy selectivo y mucha paciencia. Por supuesto, tampoco es necesario llegar hasta zonas demasiado extrañas de este supermercado virtual. Digitando en el buscador el nombre Peter Capusotto –o Peter Capusotto y sus videos–, seguramente el usuario encontrará uno de los mejores ejemplos de este tipo de propuestas: los clips de un programa que emite canal 7 TV Pública de Argentina que, justamente, se llama Peter Capusotto y sus videos. El nombre no dice mucho, pero alcanza con mirar atentamente las originales presentaciones que hace este personaje creado por el actor Diego Capusotto –ex coprotagonista de dos clásicos del humor: De la cabeza, junto con Alfredo Casero y Fabio Posca, y el notable Cha cha cha, también junto a Casero– para comprobar que el humor musical o la música con humor, o como ustedes quieran, todavía tiene muchas cosas inteligentes para decir. Esto es rocanrol, nene Aquel dicho popular “todo por dos pesos” –que inspiró otro conocido programa humorístico– se puede aplicar muy bien a estas creaciones de Capusotto. En ellas no hay grandes despliegues técnicos ni repartos con nombres hiperfamosos. Ú S I C Una buena dosis de locura más un par de cámaras y los recursos básicos para la edición y el montaje, son más que suficientes para materializar estas ideas que desafían al mal gusto y la repetición empobrecedora. Todos los personajes son protagonizados por Capusotto: Pomelo, el nuevo ídolo del rock, Juan Carlos –tiene apellido, pero para averiguarlo hay que buscar sus clips– que intenta aprender a cantar y a tocar la guitarra con dos cursos por fax, Ricky Balboa, un corista sacrificado, Miky Vainilla, Nicolino Roche y Los Pasteros Verdes y el imperdible Bombita Rodríguez: el Palito Ortega montonero. Y cada uno de ellos es una satírica e inteligente síntesis de los clisés, vicios o estereotipos del mundo del rock, con la que se desmantela las banalidades que pululan en la vidriera mediática. Además de los clips de estos personajes, la propuesta de Capusotto se juega a una selección de videos de solistas y grupos que han sido olvidados por las grandes cadenas de televisión dedicadas a la difusión de música popular. Otro signo que, recuperando ese costado más salvaje del rock, renueva la confianza en una televisión distinta y un público receptor que puede resistir los embates de la burda homogeneización del gusto. Nos vemos el domingo Desde el pasado mes de octubre, los uruguayos convertidos al capusottismo tienen reservada la noche del domingo para Pomelo y sus delirantes socios. Gracias a una inusual campaña de recolección de firmas y adhesiones a través de internet, se logró que nuestro canal oficial –Canal 5 Televisión Nacional– incorpore la nueva temporada de Peter Capusotto y sus videos a la grilla de su programación. Un hecho que no tiene muchos precedentes y que trae otra vitalidad a nuestra anémica pantalla chica. Ahora, los nuevos personajes de esta temporada, más los clásicos que siempre vuelven, ya no son patrimonio exclusivo de YouTube o de la habilidad de algún internauta para conectarse a la transmisión on line del canal 7 de Argentina: las angustias de Emo, las influencias de Perón en las letras del rock argentino y Bombita Rodríguez ya están prontos para destronar al aburrimiento dominguero. Direcciones recomendadas: http://www.capusottoysusvideos.com.ar/, sitio web del programa Peter Capusotto y sus videos, o http://es.youtube.com/ y la transmisión on line de Canal 5 a través de AdinetTV. DOSSIER DOSSIER 11 MUSICA.pmd 73 A 27/10/2008, 11:30 73