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FUNDAMENTACIÓN Hoy el desarrollo es entendido como un conjunto de capacidades generadas endógenamente, ligadas a la calidad de los recursos humanos, la capacidad organizativa y de articulación público-privada, la innovación de los agentes locales, la capacidad institucional territorial, donde los impulsos exógenos se incorporan un territorio organizado con una estructura de relaciones establecidas y consolidadas. Y esto sólo es comprensible desde una visión sistémica del desarrollo, desde una mirada compleja que se aproxime a la realidad admitiendo la unidad en la diversidad, la universalidad en la singularidad y permita replantear los temas y valores a partir de intereses propios, locales, sectoriales. De este modo, ganan lugar aproximaciones teóricas y experiencias prácticas que promueven el conocimiento local y la vinculación entre empresas, entre sistema productivo y sistema tecnológico y científico y que permiten superar otras visiones reduccionistas que históricamente han predominado en América Latina sobre la capacidad innovadora de lo local: lo local visto como “freno” al desarrollo para las corrientes evolucionistas; como “isla” sin capacidad para generar innovaciones para la corriente historicista y lo local visto como mero “recipiente” pasivo para el enfoque estructuralista que privilegia las macro racionalidades estructurales (Arocena, 1998). En la sociedad contemporánea, los procesos sociales se producen en matrices espacio-temporales dinámicas, únicas e irrepetibles, que responden tanto a lógicas generales (globales), como particulares (locales). A partir de allí, el acontecimiento indeterminado y singular haría su reaparición como uno de los organizadores centrales del saber, permitiendo, en primer lugar, reconocer la diversidad de modelos de desarrollo, como un impacto territorial elocuente del cambio de época. Las trayectorias divergentes que las sociedades pueden tomar, implica un punto de ruptura con aquellos paradigmas que postulaban un final anticipado en los recorridos para el desarrollo, a partir del respeto a premisas predefinidas y determinadas trayectorias coherentes y trae aparejado el reconocimiento de la incertidumbre como elemento central en la evolución de los sistemas económicos y sociales locales. Hoy, los territorios atraviesan procesos de final abierto que permiten la recuperación de categorías analíticas propias de la realidad latinoamericana y argentina como las de heterogeneidad estructural o diversidad cultural y contribuyen a alejar el fantasma del evolucionismo ahistórico que ha predominado en las políticas de reformas macro. La aproximación al desarrollo desde la complejidad plantea, en segundo lugar, la necesidad de resignificar el papel de los actores individuales y colectivos y los rasgos de la organización social y el contexto donde éstos se desenvuelven. Reconoce que la diferencia en el desarrollo de los pueblos está dado por su capacidad de acción colectiva que, como se corresponde con determinadas correlaciones de poder, establece el marco de constricciones e incentivos en el que se produce la interacción social. Como la matriz decisional del desarrollo ya no puede ser controlada por mecanismos estatales (la planificación tradicional), ni por mecanismos de mercado (asignación de recursos económicos sin consideraciones dinámicas y sociales), se necesita recurrir a políticas que fomenten la participación de la sociedad local en el proceso de desarrollo y enmarcar el funcionamiento de un sistema económico en un entorno cultural e institucional que favorece o limita su desempeño. La presencia de una sociedad civil articulada, con “densidad institucional” y la interacción social, es siempre un símbolo de mayor capacidad territorial para el desarrollo. Los agentes territoriales necesitan más que sus propias habilidades. Necesitan un ambiente institucional y organizacional que respalde y oriente sus esfuerzos, energías y encuadre sus actuaciones. Por último, la situación de crisis y reemplazo de viejos paradigmas de desarrollo, provoca lógicamente un cambio significativo en la conceptualización y en la aplicación de estrategias de desarrollo local, donde la cercanía, la interacción y la asociatividad cobran importancia como elementos cruciales que aparecen estructuralmente ligados al territorio. Es decir, cobran importancia las capacidades relacionales que, por oposición, evidencian un segundo déficit de las propuestas de formación. Las universidades deben aumentar y redefinir su vinculación con las instituciones territoriales, con el entorno territorial de actuación, para poder afrontar de manera más adecuada los compromisos de la formación para el desarrollo. Las articulaciones entre sistema de gobierno, sistema productivo y sistema científicotecnológico, son necesarias para generar alternativas de capacitación, investigación, y transferencia tecnológica que permitan aumentar la capacidad de innovación y la producción de conocimiento propio, específico, “pertinente” al territorio. La trasmisión y generación de conocimientos en el entorno regional, a partir de los procesos de cooperación e interacción entre agentes vinculados con el proceso informativo y tecnológico, representan datos clave para la innovación y el desarrollo. Entramos aquí de lleno en la dimensión relacional del conocimiento: la creación de conocimiento demanda interacción (Nonaka y Takeuchi, 2000). Esto significa que la creación de conocimientos no consiste sólo en aprender de otros o en adquirirlos del exterior, cuestión contemplada en los planteos pedagógicos convencionales. Es imprescindible fomentar la capacidad de selección y traducción de experiencias, información y conocimientos tanto propios como ajenos y de sistematizar las experiencias en el contexto de proyectos e iniciativas concretas, de manera que enriquezcan los acervos locales. De igual importancia es el esfuerzo de producir conocimiento local, hecho que demanda una interacción intensiva y laboriosa entre los miembros de una organización (un colectivo). Las experiencias más logradas de procesos de desarrollo endógeno, demuestran que la complejidad del ciclo cognitivo presenta una esencia contextual: el conocimiento se genera en los contextos y a ellos retorna. El conocimiento producido por la ciencia y traducido en tecnología y en maquinaria, necesita la información de los contextos para operar como fuerza productiva (Rullani, 2000). En el fondo de esta cuestión aparece la distinción inaugurada por Michael Polanyi en los años sesenta, entre conocimiento explícito (formal y sistemático), necesario para el funcionamiento de las tecnologías, que puede ser intercambiado como una mercancía, que puede expresarse con palabras y números y puede transmitirse y compartirse fácilmente en forma de datos, fórmulas científicas, procedimientos codificados o principios universales; y aquél conocimiento tácito, algo no muy evidente y que no es fácil de plantear a través del lenguaje formal, que tiene sus raíces en lo más profundo de las acciones y la experiencia individual, en los ideales, valores y emociones. Presenta dos dimensiones: el Know how (saber hacer) y una dimensión cognoscitiva que incluye modelos mentales, creencias y percepciones que refleja nuestra imagen de la realidad y nuestra visión de futuro. “Saber hacer” y habilidades específicas que son difíciles de intercambiar y para las que el aspecto territorial resulta fundamental. De modo tal que el conocimiento para el desarrollo es necesariamente dinámico, porque su valor disminuye a lo largo del tiempo, mantiene su valor sólo si se regenera y se amplía continuamente a través del aprendizaje. Y es esencialmente relacional, porque su producción deviene de un trabajo de interpretación que, ubicando cada fenómeno en una red conceptual de esquemas, expectativas, memorias sedimentadas en los individuos y en los sistemas sociales, les asigna sentido de acuerdo a las especificidades de sus contextos de acción. El desafío para las propuestas de formación en desarrollo local es reconocer que el conocimiento siempre se genera en contextos específicos de aprendizaje y a ellos hay que reconducirlo, asumiendo que los canales de conocimiento no son sólo los lógico racionales, sino también herramientas dialógicas, empíricas, que pueden convertirse en aprendizaje. Este hecho está señalando, además, que la formación para el desarrollo necesita de un ambiente institucional y organizacional que fomente la interacción y respalde y oriente los esfuerzos de los actores locales. La formación de agentes y emprendedores locales requiere, entonces, que el foco de análisis se traslade a la problemática de la creación endógena de capacidades de desarrollo y no sólo de propuestas académicas recostadas sobre los impactos de los procesos globales y de cambio estructural sobre el territorio. Requiere de un espacio de múltiples perspectivas teóricas, metodologías y prácticas de investigación, que contribuyan a comprender cómo se produce la experiencia social y con qué significados y cómo es el proceso de construcción social de la realidad en cada lugar. Asumir la complementariedad de las políticas en diferentes escalas de desarrollo, ya que la geografía de la política no permanece ligada exclusivamente a la figura del Estado Nación, sino que transita por otros territorios. Entender que el desarrollo es producto de la integración de visiones e intereses y la concertación estratégica de agentes públicos y privados (gobierno, empresas, ONGs, org. intermedias, redes de solidaridad, centros de investigación y educación), con incidencia en el territorio. Un enfoque basado en “activos relacionales”, en el rol que juegan las personas y organizaciones en la creación de un entorno económico, social y político conducente a un desarrollo sostenible y las capacidades más importantes para acelerar el proceso de cambio territorial, resulta necesario porque el desarrollo es, en términos procesuales, un permanente proceso de toma de decisiones. Es decir, trasladar el énfasis desde los impactos territoriales de las transformaciones globales y las nuevas estrategias macroeconómicas, a las diferentes escalas del desarrollo y las capacidades locales. Esto supone un cambio de eje en los contenidos curriculares: de la visión funcional del territorio a la visión territorial de cada lugar (el territorio como actor del desarrollo). De la visión del desarrollo como proceso inducido por factores exógenos (capital, inversión, infraestructura, tecnología) y la adaptación local de esos factores, a la visión del desarrollo como conjunto de capacidades generadas endógenamente, ligadas a la calidad de los recursos humanos, la capacidad organizativa y emprendedora de los agentes locales. En este sentido, lo “local” define un compromiso, un conjunto de capacidades y una direccionalidad endógena, antes que una escala geográfica circunscripta al plano urbano y microrregional. Es un concepto político antes que geográfico. Y requiere, además, de un nuevo sujeto “constructor” de desarrollo. El sujeto del desarrollo local es, por definición, un mediador, una figura capaz de observar, analizar, comprender y traducir tanto las lógicas y racionalidades de los otros agentes (políticos, funcionarios, empresarios, sindicalistas, actores sociales, etc.), incorporar propuestas de concertación y de ofrecer el diseño de las actuaciones necesarias. Y un emprendedor territorial, con capacidad de intervenir (con instrumentos más específicos, visión más amplia e interpretaciones no convencionales), sobre los principales aspectos gestionales, en las instituciones públicas y sectoriales, y con capacidad de gobernar el sistema de instituciones característico de un modelo de desarrollo que adecue la economía territorial a las exigencias del contexto. Es decir, personas cuyos comportamientos permitan una elevada influencia sobre la dirección, sobre la modalidad y sobre la naturaleza del desarrollo del territorio, sean en su rol de dirigente político, emprendedor o de manager, de profesores, de funcionario de la Administración Pública, de profesional con actuación regional, etc. Como característica transversal, está su capacidad de generar conocimiento pertinente, contextual, relacional. Como perfiles específicos, pueden desempeñar diferentes roles: • Líderes institucionales para el cambio: personas con aptitudes y conocimientos específicos para desenvolverse en ámbitos locales y regionales, tanto del sector público, privado o no gubernamental, capaces de conducir y guiar el proceso de cambio socio-cultural; llevando a cabo funciones de animación económica y social (estimulando el conocimiento, organizando el potencial de desarrollo local, promoviendo el asociacionismo, la autoorganización y el cambio cultural) y de promoción de iniciativas de desarrollo y proyectos de creación de riqueza y empleo en la economía local y regional (identificando, sistematizando, evaluando y acompañando proyectos individuales y colectivos). • Emprendedores: personas capaces de asumir decisiones en contextos de incertidumbre, riesgo o carencia de información. La actividad emprendedora, consiste en definir proyectos, combinar los factores productivos para ejecutarlos y de asumir los riesgos productivos, económicos y financieros. Por eso, el emprendedor tiene responsabilidad sobre su empresa, sus colaboradores y sobre el sistema económico y la sociedad de la que forma parte (responsabilidad social y moral del emprendedor). • Operadores territoriales: capaces de desempeñarse en las competencias básicas, de gestión, funcionales y sectoriales del territorio; capaces de aportar tanto el conocimiento y la competencia necesaria para hacer menos aleatorio el proceso decisional, como de no eludir la responsabilidad propia. Entonces, técnicos y expertos en condiciones de utilizar y desempeñarse tanto en las técnicas de producción, funcionales y de organización de la empresa como en las de gestión empresarial e institucional y/o comunitaria, y trabajadores en condiciones de asumir nuevas tareas, con componentes tecnológicos avanzados, que exigen mayores conocimientos, capacidad creativa y versatilidad. En definitiva, el agente de desarrollo local es aquél que expresa incidencia y compromiso sobre el proceso de desarrollo territorial, más allá de su inserción sectorial. Como actor de desarrollo está definido por el sistema de la acción. Es, por tanto, un activista (acción), pero también un analista (diagnóstico), portador de propuestas que tiendan a capitalizar mejor las potencialidades locales. Es un actor dotado de conocimientos, pero también provisto de habilidades relacionadas con el liderazgo, la disposición y habilidad para negociar y generar consensos. En síntesis, los objetivos centrales de los programas de formación en desarrollo deben consistir en generar una oferta educativa y de formación que permita contribuir con su accionar a articular (generar interacciones entre) el sistema productivo, el sistema educativo y tecnológico y el sistema institucional de la región, a partir de la realización de múltiples actividades de capacitación, investigación y vinculación empresarial. Asimismo, adecuar los contenidos curriculares a las demandas de cada territorio de referencia y promover la difusión y creación de conocimientos explícitos y tácitos, para ayudar a transformar, reconvertir y dinamizar el tejido productivo regional. Por último, poner a disposición de los sistemas productivos, sociales y de gobierno territoriales personas capaces de entender y anticipar los cambios necesarios para reconfigurarlo y fortalecerlo, así como anticipar las demandas futuras de cualificación que las instituciones públicas y privadas van a presentar. Es decir, formar agentes de desarrollo local y emprendedores territoriales.