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 Crisis civilizatoria: crisis de los cuidados Lilian Celiberti1 Desde hace dos años la crisis financiera sacudió al mundo capitalista al punto de que hoy estamos discutiendo si se trata de una de las tantas crisis del capitalismo o como dicen muchos movimientos y actores deberíamos hablar en realidad, de una crisis civilizatoria, en la medida de que lo que está en crisis es un modelo de economía, producción y sociedad, basado en el crecimiento y la sobre explotación de los recursos naturales, cuyo efecto se extiende al ambiente, la alimentación , la salud, el clima y las relaciones sociales, en todos los rincones del planeta. Tradicionalmente el capitalismo ha tendido a la sobreexplotación de recursos naturales para salir de las crisis, pero hoy la naturaleza parece ponerle un límite, impactando con ello al conjunto de la vida social. Lo que está en cuestión es la calidad misma de la vida. Como señala Alberto Acosta “Sus diversos impactos se extienden en forma de círculos concéntricos en varios ámbitos de la vida. El incremento del desempleo, de la pobreza y del hambre son noticias cotidianas. El deterioro ambiental global ya no es un misterio para nadie. Diversas formas de violencia acompañan el creciente deterioro social y ambiental.” Hace más de una década Nerbert Lechner hablaba de una sociedad cruzada por tres poderos miedos: El miedo al Otro. El miedo a la exclusión económica y social; y El miedo al sin sentido a raíz de un proceso social que parece estar fuera de control. En la definición de estos miedos, colocaba una dimensión subjetiva de la sociedad humana y su crisis civilizatoria. El “otro” representa una amenaza, en un contexto de relaciones profundamente agresivas determinadas por competencia establecida como pauta de sobrevivencia de la vida diaria. “Los miedos son fuerzas peligrosas. Pueden provocar reacciones agresivas, rabia y odio que terminan por corroer la sociabilidad cotidiana” (Lechner 1998) Y las mujeres saben mejor que nadie, como esos miedos impactan y se expresan en las relaciones afectivas, personales y sociales. Los índices de feminicidio son expresiones elocuentes y dolorosas de la crisis en el orden de las relaciones de género y la cultura patriarcal. Es necesario que analicemos la realidad desde una mirada más amplia y compleja, que asuma también la crisis de una concepción de sociedad y civilización que se sustenta y reproduce en la división sexual del trabajo. La división sexual del trabajo estructura las relaciones de género en todas las sociedades y establece una división naturalizada de las áreas reproductivas asignada a las mujeres, y las productivas a los hombres. El capitalismo consolida la separación de la esfera pública como un espacio de dominio masculino, y la esfera privada como dominio de las mujeres pero en todas las culturas y en todos los territorios del planeta, la reproducción de la vida humana recae sobre las 1
Co-Coordinadora de la Articulación Feminista Marcosur y coordinadora del Colectivo feminista
Cotidiano Mujer de Uruguay.
mujeres. Se establece así un orden social “naturalizado” que prescribe normas y conductas a seguir. Las niñas y los niños son educados y socializados para que aprendan a desempeñar estas tareas y para que acepten este orden social como "normal". La división sexual del trabajo, atribuye a las mujeres la responsabilidad sobre la reproducción, estableciendo por tanto, su inclusión en el mundo “productivo” como un elemento secundario. En tanto reproducción, reforzamiento y perpetuación de la subordinación de las mujeres es un fenómeno dinámico y cambiante dentro de una matriz de desigualdad estructural entre hombres y mujeres. Cuestionar la división sexual del trabajo supone cuestionar una supuesta armonía complementaria en la distribución del trabajo entre hombres y mujeres, y develar las relaciones de poder implícita en las relaciones sociales de desigualdad que se construyen en esa separación entre lo público y lo privado. La idea de ciudadano‐ individuo autónomo e independiente, desarrollada como mito capitalista de los sistemas liberales, supone para su realización la existencia de una infraestructura de cuidados que todos y todas necesitamos, pero que mayoritariamente realizan las mujeres. En palabras de Izquierdo: “Esa tensión entre la independencia y la dependencia se soporta concibiendo una ciudadanía hecha a base de exclusiones, todas ellas relacionadas con distintas dimensiones del cuidado (Izquierdo 2003:5) En efecto, la división sexual del trabajo atribuye la competencia de los cuidados a las mujeres, y desarrolla paralelamente en los hombres una fantasía de autosuficiencia que desvaloriza la dependencia y la necesidad de los otros, que tenemos todos los seres humanos. Cuando el lugar “productivo” asignado a los hombres en el mercado de trabajo es amenazado por la precariedad, inseguridad y amenaza, los miedos de los que habla Lechner erosion profundamente la subjetividad colectiva pero particularmente la masculina. Las necesidades cotidianas básicas como el alimentarnos, vestirnos, cuidar a los niños, enfermos, se mezclan con la necesidad de afecto, de reconocimiento y de solidaridad. Las mujeres han garantizado a la sociedad este tejido de cuidados y afectos, aceptando para ello la exclusión de otras esferas de la ciudadanía. La teoría feminista ha colocado el foco en esta relación, abriendo la posibilidad de analizar íntegramente la sociedad. Carrasco señala que “centrarse explícitamente en la forma en que cada sociedad resuelve sus problemas de sostenimiento de la vida humana ofrece, sin duda, una nueva perspectiva sobre la organización social y permite hacer visible toda aquella parte del proceso que tiende a estar implícito y que habitualmente no se nombra” (2003:12) En la relación espacio‐tiempo entre trabajo productivo y reproductivo, el tiempo que adquiere valor es el destinado al trabajo productivo, entre otras cosas, porque el capitalismo supone la mercantilización del tiempo y es así que la adquisición de “valor” conlleva la paga, con todo lo que ello implica simbólicamente. ¿Cómo es que las necesidades humanas más elementales han sido relagadas a un espacio invisible para la consideración de los problemas “macro”? ¿Cómo es que los sistemas económicos se nos han presentado tradicionalmente como autónomos, ocultando así la actividad doméstica, base esencial de la producción de la vida y de las fuerzas de trabajo? (Carrasco 2003:13) Dado la persistencia y generalización de esta omisión en la teoría económica y social incluso la alternativa, podríamos concluir que la tarea de las feministas, y el movimiento de mujeres, aún con todos los avances, continua siendo titánica para desmontar la hegemonía patriarcal. La sociedad y la economía siguen desconociendo que el cuidado de la vida humana es una responsabilidad social y política y que la participación de los hombres en las tareas del cuidado es una práctica primaria de solidaridad humana necesaria para el desarrollo de nuevas culturas ciudadanas y políticas. Explorar este vínculo es una de las tareas que nos hemos planteado desde el feminismo no solo para denunciar la utilización que hace el capitalismo del trabajo gratuito de las mujeres, sino para la revalorización del cuidado como una ética social y ecológica imprescindible a la hora de pensar alternativas. Desde la economía feminista, se ha desarrollado el concepto de economía del cuidado para referirse a ese espacio donde la fuerza de trabajo es reproducida y mantenida, incluyendo todas aquellas actividades que involucran las tareas de cocina y limpieza, el mantenimiento general del hogar y el cuidado de los niños, los enfermos y las personas con discapacidad. Introducir este debate muestra una vez más que cada vez que la experiencia social de las mujeres ingresa en el debate público se descubren disonancias y contradicciones donde aparecían unanimidades o aparentes consensos. Los espacios tomados como neutros y justos, como la familia por ejemplo, dejan de ser inocentes para mostrar sus matrices de desigualdad, dominación y violencia. Construir alternativas no es una tarea que se hace solo en reuniones o manifestaciones, o como dice Butler “la transformación social no ocurre simplemente por una concentración masiva a favor de una causa, sino precisamente a través de las formas en que las relaciones sociales cotidianas son rearticuladas y nuevos horizontes conceptuales abiertos por prácticas anómalas y subversivas” (2003:20) Preguntarse hoy cuánto necesitamos realmente para vivir, evitando que el confort de unos se base en la miseria de la mayoría de la humanidad, es una pregunta profundamente necesaria para poder avanzar en el desarrollo de una nueva economía ecológica. Disminuir la materialización de la producción, al decir de Wolfgang Sachs, requiere volver a introducir trabajo humano para producir lo necesario con la menor cantidad de energía, con el menor consumo de agua y la menor contaminación posible. . Para desarrollar una concepción de la “buena vida o del buen vivir”, donde las necesidades de cuidado no se conviertan en factor de desigualdad entre hombres y mujeres, es necesario integrar la ética del cuidado a la ética de la justicia y a la propia definición de las alternativas. Coincido con la afirmación de María Jesús Izquierdo cuando dice que “el abordaje del cuidado puede ayudarnos a trazar un ideal de libertad que no pierda de vista que dependemos unos de los otros, y por tanto el individuo sólo lo es si hay una comunidad que le de soporte”. (2003: 27) Por ello, pensar hoy en alternativas frente a la crisis civilizatoria supone también colocar el desafío cultural de construir nuevas relaciones sociales entre hombres y mujeres que pasa necesariamente por el desarrollo de una nueva generación de hombres que cuiden. Referencias bibliográficas Carrasco, Cristina (2001 a) La sostenibilidad de la vida humana ¿un asunto de mujeres?, Icaria Editorial, Barcelona Izquierdo María Jesús (2003) Del sexismo y la mercantilización del cuidado a su sociealización: hacia una política democrática del cuidado. "Cuidar Cuesta: costes y beneficios del cuidado" Emakunde Lechner Norbert (1998) Nuestros miedos. Perfiles Latinoamericanos Volumen 7. FLACSO México disponible en http://redalyc.uaemex.mx/pdf/115/11501307.pdf