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IGUALDAD, DIFERENCIA, CIUDADANÍA
Anne Showstack Sassoon
Kingston University
SOCIEDAD CIVIL Y CIUDADANÍA
En los últimos años los conceptos de sociedad civil y ciudadanía han ganado un
lugar prominente en el debate de la izquierda británica. Un concepto asociado pero que
no ha ocupado la misma prominencia, debido probablemente al desprestigio del
consensus alcanzado tras las grandes guerras, a la ascendencia política de la derecha y al
desarrollo de la "sociedad de los dos tercios, un tercio", y que sin embargo forma parte
íntegra de las nociones que nos ocupan, es el concepto liberal de igualdad. Es
importante recordar que estas ideas no sólo poseen una historia como tales, sino que
además no pueden disociarse de una época histórica concreta, el desarrollo de la
sociedad posfeudal moderna y del estado moderno, en el que se puede empezar a hablar
de dos esferas diferenciadas, la pública y la privada, con todo lo que esto implica. Esto
nos permitirá por un lado comprender la novedad que estos conceptos supusieron en su
propio tiempo, y por otro analizar su utilidad en la actualidad y entender las razones
históricas y políticas concretas por las que todavía es necesario referirse a dichos
conceptos.
Es debido a razones enormemente reales que conceptos como los de sociedad civil
y ciudadanía no pueden "meterse en el desván(2), como ideas históricamente anticuadas.
Sin embargo, por razones igualmente reales y concretas, no podemos limitarnos a
adoptarlos como alternativa al empobrecido pensamiento que ha dominado durante
tanto tiempo el discurso de los políticos de izquierdas. Las condiciones actuales
requieren que ambas tendencias políticas utilicen dichos conceptos a medida que estos
adquieren un nuevo significado y que además traten de superarlos(3). Si, por ejemplo,
tratamos de historiar y concretar el concepto de ciudadanía, tendremos que examinar el
terreno en el que se ejercita en la actualidad. Este terreno incluye al estado del bienestar,
de modo que nos enfrentamos a un conjunto de relaciones con el estado altamente
complejas y diferenciadas, en las que median una amplia gama de instituciones, que
conceden la misma importancia a las diferencias entre las personas, según sus recursos y
necesidades, su situación familiar y el punto del ciclo de la vida en que se encuentren, o
según su historia vital con respecto al mundo laboral, que al concepto de igualdad ante
la ley o de derechos políticos igualitarios(4).
La naturaleza abstracta de la reciente polémica sobre los conceptos de sociedad
civil y ciudadanía, aunque responde a un contexto político tremendamente real, ha
alejado a dichos conceptos de un enriquecimiento que los hubiera hecho más útiles para
la sociedad actual, al enraizarlos en un terreno concreto. El objetivo de esta actitud es,
sin duda, el restarle importancia a la necesidad de garantías legales y protección de las
libertades civiles que ha surgido en el contexto de una erosión de los derechos civiles.
Un aspecto de la naturaleza abstracta y general que ha adoptado este debate es que no se
ha dado la suficiente importancia a los problemas relacionados con la raza y la
nacionalidad, dejando de lado los efectos que la política del gobierno ha tenido en las
minorías étnicas, crítica que podría dirigirse sin duda a una izquierda que tan a menudo
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ha ignorado las peticiones de estos grupos. De la misma manera, el debate dominante no
se ha hecho eco de la rica y extensa literatura feminista que critica un concepto de
ciudadanía que no se relaciona directamente con el género. Como tampoco se han
redefinido los derechos civiles, al menos en Gran Bretaña, para incluir los derechos
sociales de ciudadanía, también denominados derechos de la vida diaria.
Existe todavía un peligro más en la manera abstracta en que se ha planteado esta
polémica. Nos referimos al hecho de que no se ha tenido en cuenta la forma irónica en
que se han producido los cambios políticos, es decir, la manera en que un tipo concreto
de política ha moldeado este período, ocultando las implicaciones políticas de las tendencias socioeconómicas subyacentes, como por ejemplo el aumento de la participación
de la mujer en la fuerza de trabajo o la creciente complejidad de las necesidades tanto
individuales como sociales. Dicho de otro modo, se ha tendido a ocultar la necesidad de
replantear el papel del estado tras las cambios subyacentes en la organización social,
cambios que no son causados por ninguna fuerza política y que ésta no puede controlar.
De modo que, a pesar de haberse reconocido en algunos aspectos la necesidad de
replantear el papel del estado, se ha hecho por lo general en respuesta a una ofensiva
política e ideológica y por lo tanto se ha asumido la postura defensiva de "nosotros también criticamos al estado". El cambio no se ha derivado de un análisis de las implicaciones de las condiciones socioeconómicas. No ha reflejado una concienciación del
hecho de que estamos verdaderamente obligados a replantearnos el papel del estado a
medida que la sociedad cambia.
Otro punto que suele brillar por su ausencia en el debate actual(5) es un análisis
paralelo del potencial y de los problemas inherentes a los desarrollos más recientes de la
sociedad, desarrollos que no se deben al hecho de que un partido u otro se encuentre en
el poder. El interés actual en la sociedad civil tiende a ignorar, o al menos a dar
por hecho el otro lado de la moneda, el estado, incluso si la condición del uno implica la
condición de la otra y aunque exista una red particular de relaciones entre ambos. Si se
está dando, por ejemplo, un alejamiento de la tremendamente centralizada, jerarquizada
y burocratizada organización de los servicios en toda Europa, si se está recurriendo a
nuevas formas de provisión social que invalidan los límites de lo público y lo privado, si
el estado está asumiendo cada vez más un papel capacitador, es porque la complejidad y
diversidad de las necesidades sociales requieren una nueva relación entre la sociedad
civil y el estado. Esto quiere decir que cualquier renovación de la sociedad civil implica
necesariamente una reconstrucción del estado, que no le haga perder presencia, sino que
establezca una nueva red de relaciones con la sociedad.
Parece ser que resulta más sencillo criticar lo viejo" que analizar "lo nuevo" que
emerge. Es posible que, dada la repentina desilusión con los diseños grandiosos y las
utopías tecnócratas, o con lo que los posmodernistas denominan metanarrativas, la
modestia intelectual rara vez se pierda. Y también es posible que nuestras viejas lentes
conceptuales nos permitan contemplar lo viejo mejor que lo nuevo. 0 quizás sea que la
tarea en sí se interpreta incorrectamente. Si los intelectuales son cada vez más conscientes de que no pueden desterrar las utopías fuera de su cabeza, quizás su vocación
deba radicaren tratar de responder alas preguntas adecuadas sobre lo que está pasando
por delante de nuestros ojos si es que podemos verlo, para poder comprender las posibilidades de lo que podría pasar.
¿Qué posibilidades, dilemas y contradicciones contiene, por ejemplo, un
importante cambio socioeconómico como el espectacular aumento de la mujer en el
mercado laboral formal o las complejidades de satisfacer las necesidades sociales que
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plantea un estado del bienestar moderno? ¿Qué nos aporta la dinámica de la realidad
social sobre conceptos como sociedad civil, estado, ciudadanía, igualdad, diferencia, lo
público o lo privado? ¿Es posible que empezando, por ejemplo, por el análisis del hecho
material de que millones de mujeres combinan las esferas pública y privada, las
necesidades familiares y su participación en un trabajo remunerado formal, vayamos a
variar nuestra idea sobre conceptos como individuo, igualdad o diferencia?
INDIVIDUO, IGUALDAD Y DIFERENCIA
Un aspecto importante del debate sobre la sociedad civil es la reafirmación del
papel cívico que desempeñan los individuos. De este modo llegamos a otro concepto
que deriva del pensamiento político liberal clásico: el individuo. El concepto de
sociedad civil, tal
y como emerge de la teoría del contrato y del pensamiento político liberal, no
puede separarse de la noción de un individuo autónomo y separado, una figura universal
cuya esencia se define en términos de "su" relación (como hombre) con la norma legal,
y cuya igualdad resulta de la eliminación de esta relación de cualquier indicación de
estatus social, posición socioeconómica, raza, género, etc. De ahí el simbolismo de la
justicia con los ojos vendados. Del mismo modo que la aparición de la sociedad civil,
las normas del derecho y el estado moderno supusieron un gran avance en este período,
la insistencia en los aspectos universales del ciudadano desprovistos de cualquier
especificidad o diferencia supusieran un acercamiento de los vínculos de la sociedad
feudal y de las relaciones sociales tradicionales, en tanto que el estatus dejó de ser
determinante de las relaciones legales formales entre el ciudadano y el estado.
La realidad de este avance en su tiempo no se vería invalidada por el
reconocimiento de su carácter discriminatorio, ni del hecho de que un conjunto de
nuevas circunstancias suele dar paso a otros avances y a nuevas contradicciones. Tras
producirse el lento establecimiento de las garantías constitucionales de los derechos
civiles, la lucha por una ampliación de los derechos políticos democráticos abrió a su
vez la posibilidad de que la reivindicación de nuevas reformas sociales y de unos
derechos de ciudadanía social se incluyeran en la agenda política, a medida que el
terreno político se fue transformando por la expansión del sufragio. Lo que
anteriormente se había definido como necesidades privadas podía articularse ahora
como exigencias dirigidas al estado debido a un desarrollo concomitante. Esto quiere
decir que el otorgamiento de derechos políticos a los individuos fue acompañado del
aumento de la importancia en la vida política de los grupos organizados, a la vez que el
derecho a asociarse ofrecía a los individuos la posibilidad de disfrutar de una presencia
corporativa en la vida política, como miembros de dichos grupos. La ciudadanía
adquiere el significado de representación tanto legal como constitucional del individuo,
primero para los hombres y a continuación para las mujeres, y de representación de
facto de los grupos organizados. A medida que se amplía el significado de ciudadanía
para incluir no sólo los derechos civiles sino también los políticos, se crean las
condiciones necesarias para que se dé un cambio importante. La traducción concreta de
los derechos civiles y políticos en la articulación de las necesidades sociales como
exigencias al estado por parte de los partidos políticos y de los grupos de presión, y la
expansión resultante de la política social y de la intervención del estado en la sociedad,
crean una imagen compleja y contradictoria en la que la relación entre el individuo y el
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estado, y por tanto la ciudadanía en sí, se transforman tanto política como socialmente
con el establecimiento y la expansión del estado del bienestar(6).
¿En qué sentido funciona todavía el concepto abstracto de individuo, a pesar de
sus limitaciones, y por qué es aún necesario, o al menos una versión de éste? Lo primero
que hace falta señalar es que mientras se desestime la diferencia, es decir, mientras se
plantee como un concepto universal y abstracto, la noción de individuo reconocerá
también de forma implícita la diferencia(7). Dicho de otro modo, esta forma de entender
el individuo implica que los seres humanos son individuos separados y que actúan como
tales basándose en diferentes necesidades y deseos. Sería difícil negar que existe una
necesidad continuada de afirmar la importancia de lo que se presenta como una
expresión de la noción liberal de igualdad ante la ley: la igualdad de oportunidades, que
no es más que la afirmación de que las diferencias entre las personas no deberían retraer
a los individuos, por muy diferentes que sean, de competir entre sí bajo un mismo
conjunto de normas. En este punto también, y de forma igualmente contradictoria, las
diferencias se reconocen tan sólo por su estatus y significado, para relegarse a la esfera
social y evitar su aplicación en las reglas del juego, ya sea a través del derecho o de las
normas que gobiernan instituciones tales como las que se ocupan del empleo o la
educación(8). Lo que se constituye es una jerarquía entre lo universal, lo general y lo
abstracto como conceptos dominantes, y lo particular, lo concreto como subordinados,
como posibles amenazas al orden social si no se mantienen dentro de los límites de las
normas del derecho, ya que las necesidades individuales ya fueron consideradas en un
primer momento como separadas y contradictorias.
Ahora bien, si consideramos estas cuestiones desde un punto de vista más reciente
y las volvemos más concretas, podremos analizarlas desde otra dimensión. Desde la
perspectiva de las necesidades del individuo en la sociedad contemporánea, en el
contexto del estado del bienestar y con la creciente tasa de participación de la mujer en
el mundo de la producción, llegamos a un panorama de complejidad e interdependencia
social. En términos de la responsabilidad que cada uno de nosotros como adultos
tenemos de cuidar de nosotros mismos y de los otros, ya sean hijos, compañeros o
padres, y de cubrir la miríada de necesidades de nuestros hogares, y a pesar de todo
esto, las necesidades de cada persona en cada momento son muy diferentes de las de
cualquier otra. En los estados del bienestar modernos y en las sociedades industriales
avanzadas en las que tanto hombres como mujeres ocupan puestos de trabajo
remunerados, estas diferencias han pasado a formar parte de la arena pública. Ya no
pueden conceptual izarse como privadas. Además de estar estructuradas según el género
y según las formas contemporáneas de la división sexual del trabajo, en la que las
mujeres ocupan los puestos de mayor responsabilidad como cuidadoras, pero en la que
también forman parte de la fuerza de trabajo, si lo comparamos con épocas anteriores, la
satisfacción de las necesidades y la definición de las diferencias dependen de un
conjunto de condiciones e instituciones mucho más complejas, relacionadas tanto con
los servicios disponibles como con la organización del trabajo y del tiempo(9).
Cualquier concepto de individuo que se adecue a las condiciones contemporáneas debe
incluir por necesidad estas complejidades y estas diferencias, tanto en lo que somos
como en lo que necesitamos. Además, la relación entre el estado y el individuo,
enormemente mediatizada a través de una red de instituciones que superponen lo límites
entre la sociedad civil y el estado, nos lleva a cuestionar gran parte del marco
conceptual del pensamiento político liberal, que postula una relación directa entre el
individuo y el estado al mismo tiempo que otro de sus preceptos, las normas del
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derecho, fundadas en la misma relación directa, mantienen la misma importancia que
siempre han poseído.
El concepto de individuo puede considerarse aún desde otra perspectiva,
utilizando una parte del conocimiento que va más allá de lo que estaba disponible con
anterioridad. Si aplicamos perspectivas más modernas procedentes, por ejemplo, del
psicoanálisis, nos damos cuenta de que los individuos concretos, usted y yo, pueden
tener trayectorias vitales muy distintas y poseer dinámicas internas e identidades a la
vez complejas y en evolución (que de hecho sólo pueden entenderse como un proceso).
Cada uno de nosotros es diferente, cada uno de nosotros es único, por mucho que
podamos tener en común y por muchas pautas que el extraño, el profesional, el
intelectual pueda ser capaz de extraer a lo largo del tiempo, pautas que afectan a todas
las sociedades. Cada uno de nosotros tiene un punto de vista diferente. Por muy
presionados que estemos por influencias ajenos a nosotros, por instituciones y prácticas,
nuestra subjetividad e identidad son enormemente individuales y complejas. Es más,
con frecuencia olvidamos que lo opuesto a igualdad no es diferencia, sino desigualdad.
Existen muchas maneras de llegar al mismo punto, o por decirlo de otro modo, varias
maneras de sumar hasta 4 (1+3; 2+2; 0+4; etc.). No debería sorprendernos el que
términos como equidad y paridad se utilizaran con más frecuencia(10).
Se puede afirmar por tanto que, a niveles diferentes y desde perspectivas
diferentes, necesitamos el concepto de individuo, pero esto no significa que el contenido
de dicho concepto deba permanecer como lo que es para el pensamiento político liberal,
o que se pueda ignorar la amplia gama de críticas a esta noción de individuo abstracto y
al concepto de igualdad que lo acompaña. Quizás lo más común sea la insistencia en las
condiciones sociales que hacen imposible que los individuos disfruten de todos los
beneficios de la protección que otorga la norma legal, así como de los derechos civiles,
debido a los diferentes recursos, culturales así como económicos o sociales, que poseenA esto se podría añadir el enfoque marxista que critica la universalidad de la noción, y
el hecho de que no posea un contexto histórico claro y oculte, por ejemplo, el
desequilibrio estructural de poder inevitable entre los individuos, que de hecho se
dividen en clases, desequilibrio que vendría impuesto por las relaciones de producción.
Las críticas antiracistas y feministas más recientes nos muestran nuevas dimensiones del análisis que van más allá de la reivindicación de la igualdad de oportunidades.
Se basan en el reconocimiento de los efectos diferenciados de una aplicación igualitaria
de las normas sobre personas que son diferentes. Por un lado, esto se debe a que las normas en sí contienen presunciones que están lejos de ser neutrales o universales. Por otro,
la propia noción de lo universal toma su significado de la subordinación o marginalización del otro, el específico, el particular, el diferente(11), puesto que silencia las diferencias existentes. Desde un punto de vista práctico y concreto, la culminación igualitaria
que promulga la integración en el modelo dominante resulta imposible.
Consecuentemente, estas críticas defienden el valor y la validez de las diferentes identidades, ya sean por razón de raza, nacionalidad, religión o sexo(12).
Los resultados son curiosos. Mientras se critica lo abstracto, las dimensiones
universales del concepto, lo que se da es una redefinición compleja del individuo, como
miembro de un grupo, una categoría, un género que se ve afectado por las normas de un
modo particular, puesto que comparte ciertas características con los demás, pero cuya
identidad está llena de significado en tanto que se redefine en su peculiaridad e
individualismo concretos, en su independencia, en su multidimensionalismo, en su
momento, es decir, en su etapa del ciclo vital, en su relación diferenciada, específica y
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mediatizada con el estado. De un cierto modo, lo que tenemos en común es nuestra
independencia, nuestra unicidad, el hecho de que somos diferentes, nuestra conciencia
de ser únicos. La desarticulación y la concreción del concepto abstracto de individuo
nos ayuda a reconocer algo más: visto desde cualquier faceta de nuestra identidad o
subjetividad, cada uno de nosotros pertenece a un grupo parcial, cada uno de nosotros es
un "otro", sea cual sea su raza, sexo o nacionalidad. No debemos olvidar que son las
relaciones de dominación y subordinación las que estructuran y limitan la capacidad de
poder y la autonomía de que pueden disfrutar estos individuos concretos.
INTERDEPENDENCIA, COMPLEJIDAD Y UN NUEVO CONCEPTO DE
CIUDADANÍA
La contradicción que se ha insertado en el proceso político es el resultado de la
expansión de la democracia y de la extensión de los derechos civiles. El antiguo objetivo
utilitario de conseguir que el estado respondiera a los deseos de las personas, combinado
con la necesidad de una mayor intervención estatal como consecuencia del desarrollo de
la sociedad industrial moderna, de la lucha por el voto y de su consecución, y de la
formación de los partidos políticos, los sindicatos y los grupos de presión, adquirió un
nuevo significado. La expansión del estado del bienestar fue en parte el resultado de la
inserción en la agenda política de una serie de necesidades sociales. La relación del
individuo con el estado empezó a definirse, si no en palabras, si tanto en términos de
igualdad, en forma de igualdad ante la ley, como en términos de diferencia, en forma de
diferenciación según las necesidades. Yo misma soy ciudadana de un estado, por lo que
poseo ciertos derechos. Estos derechos, ya sean civiles, políticos o sociales, son, según T
H. Marshall, los mismos para todos los ciudadanos, y sin embargo las necesidades de
éstos varían enormemente. Desde el punto de vista del individuo, al igual que nuestras
necesidades, no sólo varían nuestros recursos, a lo largo del ciclo vital, sino también
nuestra relación con el estado. En cada momento la ciudadanía poseerá una relación
altamente diferenciada con el estado(14).
También se ha insertado una contradicción en el mundo de la producción(15). El
principio de organización económica del período moderno, que se aplica tanto en el
socialismo como en el capitalismo, afirma que el trabajador es remunerado por el trabajo
que realiza, dejando de lado cualquier diferencia. Esto supone la existencia de un
paralelismo con el principio de igualdad legal, del mismo modo que existen críticas
paralelas al carácter discriminatorio tanto de la aplicación de este principio en la práctica
como de la universalidad que implica. El acceso igualitario al trabajo y el tratamiento
igualitario en éste componen el ideal y el objetivo, el objeto de la lucha por la igualdad. Si
las personas poseen distintas necesidades fuera del mundo laboral, éstas deben
supuestamente ser dejadas de lado, ser resultas a través del mercado, y el trabajo de
reparación lo deben realizar las mujeres o el estado. La organización del trabajo parece
tener los ojos vendados, al igual que la justicia, cuando se enfrenta a las figuras sociales
concretas que traen consigo una enorme gama de necesidades, claramente diferenciadas
en cada momento, y que acompañarán al individuo durante toda su vida. Este caso se ha
dado siempre en las sociedades industriales modernas, pero a medida que estas figuras
sociales están cada vez más representadas por mujeres, se puede hablar con menos
propiedad de que las necesidades pertenezcan a otra esfera. El clásico ejército de reserva
de cuidadoras, las mujeres, al alternar el trabajo y la vida privada han sacado a la luz una
contradicción que hasta ahora había estado escondida tras la división sexual del trabajo.
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El trabajo remunerado afecta a su capacidad para satisfacer las necesidades sociales, al
tiempo que su responsabilidad en las necesidades sociales afecta a su vida en la esfera
productiva (y consecuentemente a su bienestar económico, provenga éste de un salario o
de beneficios tales como las pensiones relacionados con la historia de la fuerza laboral),
sin olvidar que esta tarea nunca se ha confiado, y de forma manifiesta no puede hacerse,
al estado o al mercado.
En esta situación se muestra inherente la necesidad de una transformación de la propia lógica de la producción, la cual, según la definición de comunismo formulada por
Marx que dice "de cada uno según su capacidad, a cada uno según sus necesidades", es
discriminatoria, resulta demasiado concreta, ya que no se reduce simplemente a un simple
cálculo económico y tiene en cuenta la organización social. Se está cuestionando el
centralismo del trabajo remunerado, el hecho de que nuestras vidas estén excesivamente
determinadas por rígidos puestos de trabajo. Este debe ser el contexto en el que se realice
una posterior redefinición de ciudadanía, de derechos sociales, para que se incluyan los
derechos de la vida diaria y se amplíe al derecho, tanto para hombres como para mujeres,
de disfrutar de un "tiempo para ocuparse por los demás"(16). Dicho de otro modo, si nos
fijamos en los estados del bienestar más avanzados, los países nórdicos, nos
sorprenderemos de la gran cantidad de funciones relacionadas con los cuidados a los
demás de las que se ocupa el estado, el mercado e incluso organizaciones voluntarias
formadas por miembros de la sociedad civil. Necesitamos que se nos garantice un tiempo
para ocuparnos de los demás, y una flexibilidad en nuestras vidas laborales a lo largo del
ciclo vital, así como en la organización del trabajo y en las instituciones sociales, de modo
que éstas reflejen una política sobre el reparto del tiempo(17). Lo que se le pide aquí al
estado es algo tradicional: regulación legal. Pero su objeto resulta novedoso e indica una
nueva relación entre el estado y la sociedad, entre el estado y el individuo, basada en una
capacitación de nuestra creatividad individual y social. Los cambios de esta naturaleza
resultan subversivos al orden establecido. Son revolucionarios, pero no llegan a ser
utopías, puesto que reflejan necesidades sociales reales, manifiestas en las vidas de
millones de personas.
Desde esta perspectiva, lo privado, lo social, lo económico, lo político, la sociedad
civil y el estado forman una red de interdependencias tales que resulta difícil, sino
imposible, concebirlos de forma separada. Y sin embargo si estas categorías, como el
concepto de ciudadanía, se utilizan todavía y gozan de cierta importancia, siendo por lo
tanto necesarias, los cambios sufridos por la sociedad, en la vida diaria, supondrán que
dichas categorías están reformulándose y enriqueciéndose. Su creciente complejidad
refleja la complejidad de la propia sociedad, de las vidas diarias de millones de personas.
En la medida en que se mantengan como categorías simples, generales, históricas,
abstractas, dejarán de representar la realidad, al igual que los intelectuales que las utilicen.
UNIVERSALISMO Y DIFERENCIA
La introducción del género en nuestra manera de pensar mina el universalismo del
esquema conceptual tradicional. La rica producción intelectual de las feministas, que ha
colocado al género en la agenda intelectual, está respaldada por la experiencia cotidiana
de millones de mujeres que negocian en las distintas esferas de la sociedad, como adultas con plenas responsabilidades en lo que respecto al cuidado de los demás, y que sin
embargo están sujetas a un trabajo remunerado, con todas las obligaciones que esto
implica, cuyas vidas se desarrollan en instituciones construidas sobre presunciones,
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valores, símbolos, que a menudo sólo están implícitos, resultando por ello tanto más
negativos para la definición de nuestra propia identidad, que nos alienan e incapacitan.
Lo que ellas y nosotras experimentamos es la imposibilidad para las mujeres de sentirse
cómodas en un mundo construido según el modelo masculino.
La reflexión intelectual ha tratado de recuperar de la oscuridad el hecho de que
este modelo es masculino en parte porque la esfera pública ha sido moldeada de forma
empírica por las mismas figuras sociales que la han construido: los hombres. Pero
quizás sea más significativo, desde la perspectiva de cualquier proyecto que busque la
transformación de las condiciones de dominación y subordinación tal y como se dan en
la actualidad y como se han dado a lo largo del tiempo, el reconocimiento de que
nuestro propio marco conceptual y nuestro orden simbólico en el período moderno
ofrecen una estructura apropiada para dichas condiciones y las justifican. El sistema
político, el mundo laboral y el discurso teórico promulgan, todos ellos, un concepto de
lo universal que pretende seguir siendo abstracto y general. El modo en que se
organizan las instituciones, las normas que gobiernan sus prácticas, nuestro idioma y
conceptos (cuando nos referimos, por ejemplo, a los "derechos del Hombre"), nuestra
noción de razón en sí misma, se presentan como ciegos, al igual que la justicia, ante el
hecho del género, puesto que pretenden ser universales.(18)
Podemos "desconstruir" este pretendido universalismo y dejar al descubierto esta
ceguera y este silencio si trabajamos desde dos perspectivas: una histórica y otra fuera
del contexto histórico. Tal y como se desarrolló en la sociedad posfeudal moderna y a
continuación en la industrial, y dada la forma conceptual del período de la Ilustración, la
pretensión de un universalismo ciego y neutral contribuyó a la subordinación y a la
marginalización concreta e histórica de las mujeres, y legitimó la dominación de los
hombres a lo largo de la historia, esas figuras concretas que construyeron las
instituciones y conceptos de la esfera pública, al tiempo que también ayudó a minar las
relaciones sociales tradicionales y consecuentemente a legitimar las reivindicaciones de
las mujeres y de las minorías étnicas. La relegación por parte del pensamiento moderno
de lo específico, lo concreto, la otra a un estatus inferior fue parte de un intento de
comprender, ordenar y controlar la confusión de la realidad a través del establecimiento
de categorías generales, universales. Este proyecto se remonta a la época de los griegos,
pero adquiere un poder especial en lo que respecta a la masa de la población a medida
que va siendo asimilado por una serie de instituciones que influyen de forma directa en
las vidas de las personas, a medida que lo universal, lo general rebasa las provincias de
los reyes filósofos para estructurar el pensamiento de funcionarios, políticos y expertos
en Ciencias Sociales.
La insuficiencia del pensamiento universalizador moderno puede percibirse
además desde otro aspecto que no está relacionado con la historia: el hecho de que el
mundo está poblado por dos géneros. Lo que esto significa en cualquier momento dado,
lo que significa ser mujer u hombre, sus complejidades internas, la interdependencia
entre la definición de una y la del otro, están determinados por condicionantes
históricas, sociales y culturales. La oposición entre les dos sexos no deriva del
esencialismo biológico. La biología es tan sólo un aspecto de un fenómeno mucho más
complejo, y su importancia se transforma con los cambios sociales y tecnológicos. Las
complejidades internas de la masculinidad y de la feminidad resultan en que no
podamos concebir nunca la una como lo contrario de la otra. Además, cada uno de
nosotros contiene una mezcla de feminidad y masculinidad, aunque nuestras identidades
estén determinadas por una o la otra, luego resulta imposible conceptualizar la
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androginia. Sea cual sea el significado de todo esto en un momento dado de la historia o
para un individuo concreto y particular, y por muy limitadas, reguladas, influenciadas
por normas, símbolos, ideas o prácticas que estén nuestras identidades sexuales, en
relación con nuestro ser biológico y corporal o con nuestro papel social, es tan evidente
como que la noche sigue al día que el mundo posee y poseerá siempre dos géneros
distintos.
La necesidad de tener en cuenta el género no es, pues, histórica o política, aunque
también presente estos matices. Aunque pueda haber razones concretas, históricas y
políticas, por las que este asunto ha salido a la luz en la actualidad, la necesidad de conceptualizar estas diferencias no deriva, por ejemplo, de un movimiento que ponga de
manifiesto en la arena pública un conjunto de diferencias preconcebidas, como es el
caso de la clase trabajadora. Dicho de otro modo, esta necesidad no se concibe como un
interés cualquiera que pueda o no incorporarse al sistema político, como se ha hecho
con los intereses económicos o de clase. Más bien se deriva, como se ha afirmado con
anterioridad, de algo mucho más importante. Nuestras propias identidades se estructuran
según las relaciones basadas en el género, que calan en las instituciones y en las
prácticas de la sociedad. No es posible ningún proyecto de universalización de las
diferencias, o de mediación o reconciliación de los conflictos entre géneros que se base
en la diferencia.
En la agenda histórica sí encontramos, sin embargo, otro proyecto: la construcción
de un terreno apropiado con unas ideas, instituciones y prácticas en las que diferencias y
conflictos existan y sean reconocidos, y en las que un concepto dinámico y diferencia
do como órgano unitario reemplace a las falsas premisas de las instituciones y
prácticas sociales, y de las políticas tradicionales. Para exponerlo de forma más
concreta, tenemos - que reflexionar sobre cómo crear un mundo más acogedor para la
mujer, en el que ésta se encuentre cómoda, un mundo compuesto de mujeres y hombres.
Un mundo que placiera a los das géneros podría darse si se superara no sólo la
alienación de la mujer, sino también la del hombre. Para ampliar la polémica,
deberíamos ser también capaces, por ejemplo, de aceptar y reconocer la existencia de
diferencias raciales y étnicas, pero no como si formaran parte del otro, del inferior, sino
simplemente como diferentes, al tiempo que aceptamos que cada uno formamos parte
de alguna minoría. Lo que se está insertando en los cimientos de la política es
complejidad y conflicto, a medida que la diferencia irreconciliable implantada en la
estructura sexual de nuestras identidades se enfrenta a la pretensión universalista que
ofrecen las instituciones sociales y políticas, y la teoría. Una de las conclusiones que se
sacan de todo esto es la imposibilidad de la mujer (y del hombre en lo que a esto
respecta) de dejar atrás su identidad sexual cuando se convierten en actores de la esfera
pública, a los que se les otorga un estatus y una voz. Dicho de otro modo, nuestras
identidades como seres con género necesitan reconocerse con el fin de capacitar a las
mujeres para actuar en la esfera pública como mujeres, y no como sucedáneos de
hombres.
No resulta sorprendente que surjan dudas antes de embarcarse en este buque. Se
ha tratado el tema de la diferencia, pero en lo privado, en la forma de estereotipos
sexuales, y como parte de una estructura pública y privada de dominación y
subordinación. Estamos todavía cautelosas por las marcas de nacimiento que dejó la
dolorosa lucha por la igualdad. Existe todavía la necesidad de luchar contra conceptos
de diferencia antiguos y pasados de moda. Pero no debemos hacernos ilusiones. Las
instituciones y prácticas que representan los antiguos conceptos son producto de la
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dominación histórica de un género. El concepto de lo universal y las prácticas de dichas
instituciones, que son incapaces de hablar sobre el género o sobre la diferencia,
refuerzan la subordinación de la mujer. El cegarnos ante la diferencia no significa que
vayamos a lograr detenerla. únicamente estaremos malinterpretando porqué las mujeres
siguen subordinadas en un mundo construido por un género, y no plantearemos
correctamente, sea cual sea la organización social, la cuestión de crear las condiciones
para que surja un concepto enriquecido y complejo de igualdad, y una práctica de ésta,
al tiempo que se establecen las bases de la expansión de las libertades del individuo que
consigue escapar de las limitaciones de lo universal. Llegamos a la noción de que, si el
concepto de igualdad universal ante la ley, concepto en el que las diferencias no
desempeñan ningún papel, continúa siendo necesario tanto en términos de derechos
civiles como de igualdad de oportunidades, la necesidad de replantearse la diferencia y
la especificidad han de dejarse a un lado, una necesidad que nos imponen los cambios
socioeconómicos, así como la consecuente transformación de las necesidades sociales,
articuladas o no, reflejada en las nuevas formas de concebir nuestra subjetividad y de
percibir nuestra identidad. Por último, este concepto de igualdad universal deja
igualmente de lado el avance de la percepción intelectual que convierte la noción de
individuo en compleja y problemática.
Podemos observar que se plantean una serie de desafíos a la política y a la Ciencia
política tradicionales, al papel de los intelectuales como expertos y a la creación de la
política social. Al introducir la diferencia, la complejidad y el conflicto en los cimientos
de la teoría y la práctica social y política, el objetivo de la política social y de la política
con carácter general cambia. Cada vez se hace más necesario un proceso en el que las
diferencias y las necesidades altamente diferenciadas se resuelvan en la especificidad y
la peculiaridad, en el que se reconozca que lo universal puede ser tan engañoso como lo
específico, en el que la necesidad de replantear el proceso y las instituciones democráticas derive del propio desarrollo del período moderno. Estamos experimentando una
rearticulación del significado de lo individual, y la aparición de un nuevo concepto de
ciudadanía.
Vivimos en un período en el que los viejos preceptos de lo público y lo privado,
del estado y de la sociedad civil se están transformando nos guste o no. Además, se
están analizando en nuevos términos las condiciones en las que la mujer participa en la
vida pública, ya sea en el estado o en las esferas productiva o social. La forma en que
las transformaciones están teniendo lugar entre y dentro de las distintas esferas varían
según los países, la tradición histórica y política, y el equilibrio de las fuerzas públicas.
La tarea de comprender, por no hablar de la de intervenir en esta realidad resulta
desalentadora. ¿Significa la abolición de lo universal un abandono de cualquier intento
de comprensión general del debate sobre el posmodernismo? ¿Estamos limitados a un
conocimiento parcial, ocasional y fortuito? ¿0 reside quizá nuestra obligación en
comenzar a construir un nuevo modo de plantear y de comprender la realidad en su
complejidad y diversidad? Por muy abrumadora que parezca esta tarea, el brutal
reconocimiento de lo que tenemos ante nuestros ojos no representa sino el primer paso
hacia esa revolución moral e intelectual que, según Gramsci, reside en el corazón del
cambio político.
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Notas
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Traducción de Rosario Sánchez Segura
Una versión anterior y más larga de este ensayo ha aparecido en Dernocracy and
Socialism, bajo la dirección de David McLellan y Sean Sayers, Londres. Macmillan,
1991.
Esto es lo que Benedetto Croce sugirió que debía hacerse con el Marxismo a finales del
siglo pasado.
Esto es lo que hace Gramsci con una serie de conceptos tales como individuo, sociedad
civil, estado o hegemonía. Véase Anne Showstack Sassoon, "Gramsci's Subversion of
tire Language of Politics,', en Rethlnking Marxism, que se publicará próximamente.
Véase Chiara Saraceno, 'La struttura di genere della cittadinanza', en Democrazla e
dlritto, no. 1, 1988.
Un intento destacable ha sido el realizado por Tony Blair y el nuevo laborismo, al tratar
de desarrollar una política progresiva basada en el análisis de los cambios en la sociedad
contemporánea. Véase también Commission on Social Justice, Social Justice, Londres:
Vintage, 1994. Este punto también se trata en "Beyond Pessimism of tire Intelligence:
Agendas for Social Justice and Change", en Mark Perryman, ed. Tire Blair Agenda,
Londres: Lawrence and Wishart, que se publicará próximamente.
No pretendo ignorar el argumento que defiende Foucault, entre otros, sobre la
constitución de las relaciones de poder, de dominación y subordinación, a través del
establecimiento de las instituciones del estado moderno y a través de los efectos de la
política social y del poder de los expertos, o la influencia, por ejemplo, en Gran Bretaña
de comités de alto nivel que justificaban la introducción de reformas sociales en términos, digamos, de garantizar un aporte de hombres sanos a las fuerzas armadas. Véase
Pat Thane, The Foundations of tire Welfare State. Londres. 1982. Me gustaría
simplemente resaltar la importancia de un análisis multidimensional que evite la
reducción del desarollo de la polftlca social moderna a una expresión de dominación
Véase Joan W. Scott. "Deconstructlng Equality-versos- Difference or, the Uses el
Postructuralist Theory for Feminism", en Feminist Studles, no- 1, 1988. La enérgica
critica de Carole Pateman hacia el hecho de que el concepto liberal de individuo pueda
suponer la supresión de la mujer es útil, pero sólo se centra en un aspecto. The Sexual
Contract, Oxford, 1988.
La susceptible naturaleza de la relación entre Igualdad y diferencia, y el uso continuado
de estereotipos sexuales para justificar las prácticas discriminatorias se ejemplificaron
recientemente en Estados Unidos en la demanda presentada por la Comisión de
Igualdad de Oportunidades en el Empleo (Equal Employment Opporlunlty
Commission) contra Sears, Roebuck. Sears defendió con éxito la contratación de
mujeres para ciertos puestos peor pagados al basarse en el testimonio opuesto de dos
Historiadores, que diferían sobre el hecho de que las mujeres han elegido ciertos tipos
de trabajo a lo largo de la historia. Véase Scott, op. cit. y Allce Kessler-Harris. "Equal
Employrnenf Opportunlty Commission v. Sears, Roebuck and Company: a Personal
Accognt", en Feminist R2view, no. 25. 1987. Allce Kessler-Harris fue la historiadora
que defendió la posma opuesta a la de Sears.
El Comité de Mujeres del anterior Partido Comunista italiano publicó un interesante
documento que desarrolla estos temas y que refleja la encendida polémica entre las
feministas sobre la diferencia en la política del momento. Esta cuestión fue
ampliamente debatida tanto dentro como fuera del partido, y el debate provocó un
marcado cambio en los términos de referencia de la izquierda italiana. Sezione
femminile della Direzlone del PC¡. Dalle donne alto dorme. Carta Itinerante., Rorna,
1987.
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Agradecimientos a Judith Astelarra, Ilary Land y Lhsa Rantalaiho por sus
observaciones.
La literatura posestructuralista y posmodernista sobre este tema es inmensa. Veáse Scott
op, cit. si se precisa un buen resumen de alguno de estos importantes argumentos.
La crítica feminista no es Identlca, y ni siquiera en ocasiones paralela, a la perspectiva
que ofrece la polémica sobre las razas y las etnias, y serla interesante investigar las
diferencias- Entre la extensa literatura que desafía a la producción feminista a ir más
allá del etnocentrismo, un artículo que encontré particularmente estimulante lue
Chandra Mohanty, 'Under Western Eyes: Feminist Scholarship and Colonial
Discourses", en Feminist Review, no, 30, 1988.
Véase 'Citizenshlp and Social Class', en Sociology at fue Crossmads, Londres, 1963.
La propia dicotomía entre público/privado puede variar en cualquier momento dentro
de los distintos grupos que componen la población. Mientras que hubo un tiempo en
que aquéllos que no tenían suficientes propiedades, o que poseían el género equivocado.
no podían votar y por lo tanto no desempeñaban un papel público, de manera que
estaban limitados a llevar una vida "privada". en la actualidad las clases menos
privilegiadas de muchos países raramente disfrutan de una esfera privada, y los detalles
más íntimos de sus vidas están sujetos al escrutinio público. Saraceno amplía algunas de
las ideas de Habermas a este respecto, op, citL, p- 285
He descrito con más detalle las ideas de esta sección. así como los temas relacionados
con el estado del bienestar en "Women's New Social Role. Contradictions of the
Welfare State', en Anne Showstack Sassoon, ed., Women and the State. The Shifting
Boundaries el Public and Private, Londres, 1987.
Suecia tía realizado un informe sobre las implicaciones de esta perspectiva en la política
social. Véase Marten Lagergren, el, al., Time to Care, Oxford, 1984. La polémica de los
paises nórdicos ha tenido un importante eco en Italia. Véase Laura Balbo y Helga
Nowotny, ed5., Time lo Cara in TomorrowS Welfare Systems. the Nordlc Experience
and the Italian Case, Viena, 1986.
El Comité de las Mujeres del PC en Italia ha propuesto una ley en estas líneas que
garantiza, entre otras cosas, un permiso por maternidad ampliado, una reducción de la
semana de trabajo a 35 horas y un año de permiso cada siete años, y que otorga poder a
las autoridades locales para cambiar los horarios de tiendas, servicios y otros sectores,
con el fin de mejorar la respuesta a las necesidades de la vida privada.
Para obtener más información sobre la relación entre el concepto de razón tal y como se
ha desarrollado a lo largo de la historia y el género, véase Genevieve Lloyd, The Man of
Reason. "Male" and Female' in Western Philosophy, Londres, 1984. Véase también
Sandra Harding, The Sclence Question in Feminisrn. Milton Keynes, 1987. En Francia
el trabajo de Héléne Cixious y de luce Irigaray ha sido muy importante en este aspecto.
Irigaray ha tenido una gran influencia en Italia. La polémica en Italia, que se ha desarrollado más bien en términos politices, ha influenciado en las ideas expuestas en este
artículo. Véase Adriana Cavarero, el. al. Diotima. II pensiero della diflerenza sessuale,
Milán, 1987, y las publicaciones de la Librería delle donne en Milán: 'Piú donne che
uominY'. Sottosopra, enero, 1983; 'Sulla rappresentanza política lemminile', Sottosopra.
junio, 1987, "Un filo del la fe¡ icitá", Sottosopra, enero, 1989, Maria Luisa Boccia e
Isabella Petetti, eds., II genere della rappresentanza, suplemento de Dernocrazia e
diritto, no. 1. 1988. SI desea obtener una visión más general sobre el impacto de la
polémica sobre la diferencia en una amplia gama de disciplinas, véase Mario Cristina
Marcuzzo y Anna Rossi-Doria. 'La ricerca delle donne. Studi femminlsti in Italia",
Turín, 1987.
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