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JUAN ALBERTO BOZZA.
LOS ANNALES Y LA HISTORIOGRAFÍA MARXISTA. UNA
CONVIVENCIA INMUNE A LA GUERRA FRIA.
Este artículo analiza la relación de afinidad de las dos corrientes historiográficas
protagonistas de la renovación de la disciplina en el siglo XX: la congregada en torno a
la revista Annales y la de inspiración marxista. Describe los puntos de contacto como
una confluencia y cooperación fundada en una sensibilidad temática compartida (el
desarrollo de la historia económica y social), en la voluntad de ampliación del objeto de
conocimiento y en el empeño por fortalecer el rigor analítico y conceptual del saber
sobre el pasado. La experiencia de convergencia demostró la autonomía de los Annales
frente a las presiones ideológicas de la guerra fría, que simplificaban el campo
disciplinar como un enfrentamiento entre “historiografía marxista leninista” e
“historiografía burguesa”.
El trabajo comienza con una somera revisión de las opiniones vertidas acerca de los
lazos de empatía entre ambas vertientes. Describe, luego, la actitud de apertura de los
Annales frente a los aportes de historiadores marxistas, integrando a sus filas a algunos
de los miembros de aquella corriente. Ejemplifica esta trayectoria con un examen de la
obra de Ernest Labrousse, una de las figuras más genuinas de la confluencia.
En la segunda parte, el artículo indaga los dos desafíos y obstáculos que pusieron en
entredicho, pero no lograron disolver aquella relación. Fueron impulsos imbricados en
el antagonismo ideológico bipolar. Uno provino de la arremetida anticomunista
perpetrada por varios historiadores franceses, zaheridos por su experiencia en el PCF y
transformados en portavoces de una “cruzada” contra la historiografía marxista que
antes profesaron. El otro factor perturbador, quizás no demasiado estudiado en nuestros
ámbitos académicos, surgió, aunque de forma inconstante, en el seno de la historiografía
soviética. Sobre esta cuestión, nuestro análisis discierne críticamente los argumentos
propalados contra los Annales, vinculándolos con los intelectuales que subordinaron el
estudio del pasado a las orientaciones dogmáticas del PCUS.
Opiniones sobre una convergencia.
Destacados investigadores han reconocido en la Escuela de los Annales y en la
historiografía marxista un empeño común para la renovación de la disciplina. Ambas
1
corrientes expresaron una voluntad crítica, de ruptura, contra la tradición narrativa
proveniente de la historiografía decimonónica, tanto en sus vertientes positivistas como
historicistas.
Para algunos estudiosos iberoamericanos, a partir de aquella ruptura, los Annales y el
materialismo histórico compartieron la hegemonía en los estudios históricos del siglo
veinte. Según el escritor brasileño Ciro F.S. Cardoso, tal acercamiento fue el pivote
alrededor del cual giró la reconstrucción de la historia como ciencia. En la Argentina,
evidencias de la confluencia se registraron en la labor de la medievalista Reyna Pastor.
También los historiadores de Cuba argumentaron la proximidad de la obra de Bloch y
los primeros Annales con el marxismo. En un tono más entusiasta, Carlos Aguirre Rojas
consideraba el encuentro entre las dos escuelas como una alianza que incluía a Braudel1.
Historiadores europeos mantuvieron una convicción similar, señalando afinidades y un
itinerario de colaboración entre ambas corrientes. En un registro que incluía
comparaciones un tanto polémicas, Peter Burke asociaba el proyecto de los Annales con
el del colectivo editor de la revista marxista inglesa Past & Present y vinculaba los
estilos de los escritores de ambas instituciones2.
Más riguroso en el análisis, E. Hobsbawm consideraba que la confluencia se había
producido en virtud de la ponderación que ambas corrientes brindaron a la historia
económica y social. Para el autor de Rebeldes primitivos, los historiadores marxistas
luchaban contra el “establishment” historiográfico en el mismo bando que los Annales,
por lo que se estableció una relación “amistosa y cooperativa”. El enorme interés de sus
investigaciones en los siglos XVI y XVII, momento clave de la historia global en la que
se incubó la transición al capitalismo, estrechó los vínculos entre el colectivo editor de
la revista francesa y los marxistas ingleses sostenedores de P &P3. A pesar de los
1
Carlos Barros, "El paradigma común de los historiadores del siglo XX", Estudios Sociales. Revista
universitaria semestral, nº 10, Santa Fe (Argentina), 1996, pp. 21-44. Ciro F.S. Cardoso, Introducción a
los estudios históricos, Barcelona, Critica, 1983, p. 115. C. Astarita, “La historia social y el medievalismo
argentino”; Bulletin du centre d’études médiévales, Auxerre, v. 7, 2003. Salvador Morales, Prólogo a la
edición cubana de Marc Bloch, Apología de la historia, La Habana, Ediciones de Cienicas Sociales, 1971.
Carlos Aguirre Rojas, Construir la historia: entre materialismo histórico y Annales, México, 1993, pp. 927. Del mismo autor, "Convergencias y divergencias entre los Annales de 1929 a 1968. Ensayo de
balance global ", Historia Social, 16, Valencia, 1993, pp. 115-141.
2
Para Burke, en P&P Tawney y Thompson fueron, respectivamente, los equivalentes de Lucien Febvre y
de… Chaunu. P. Burke, Economy and Society en Early Modern Europe. Essays from Annales, Londres,
Routledge and Kegan, 1972, p. 9,
3
El periodo de la transición y de la crisis del XVII, eje de la producción de historiografía marxista
británica, despertó la misma e intensa curiosidad de hombres como Braudel, Febvre y Pierre Vilar. Eric
Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Crítica, 2004, p. 185 y 187.
2
elementos en común, Hobsbawm identificaba algunas diferencias. Las mismas se
observaban tanto en la genealogía intelectual de los autores como en el desarrollo de
problemas. Respecto a esta cuestión, mencionaba que el despliegue de la historia de las
mentalidades no era una reproducción de lo que hacían los Annales, sino una indagación
original de los marxistas británicos.
Los matices y diferencias no excluyeron otras valoraciones positivas sobre las
afinidades y los derroteros entre ambas publicaciones. Para algunos estudiosos, los
puentes entre las dos revistas se tendieron con mayor firmeza cuando, a partir de 1959,
P&P atenuó su marxismo y anudó lazos más consistentes con los Annales
braudelianos4.
Otros autores repararon en experiencias donde la cooperación entre la escuela francesa y
la historiografía marxista fue más vigorosa. En este sentido, los Annales y el grupo de
historiadores polacos de los años sesenta protagonizaron una confluencia efectiva.
Importantes historiadores del país eslavo mantuvieron una fluida comunicación e
intercambio con Braudel, entre ellos Jerzy Topolsky, Witold. Kula y Alexander
Gieysztor. Quizás el camino fuera allanado por la influencia que las tradiciones
culturales francesas ejercieron sobre las elites polacas. Además de esa circunstancia, la
convergencia fue favorecida por una metodología compartida y porque la historiografía
polaca también demostró un inconformismo contra la historia política y buscó
relaciones con las ciencias sociales5.
Más cautelosos, los historiadores pertenecientes a los Annales fueron renuentes a
emparentar medularmente sus investigaciones con la historiografía marxista. Los
annalistas rechazaron subordinar la investigación histórica a la teoría elaborada por
Marx; también a establecer jerarquías a la hora de discernir las determinaciones
fundamentales que operaban en la totalidad histórica que indagaban6. En el mismo
sentido, historiadores no franceses remarcaron el eclecticismo de los Annales y su
contraposición a la dialéctica marxista y a toda forma de determinismo7, este último un
aserto, a nuestro entender, algo inconsistente.
4
Giuliana Gemelli, Fernand Braudel: Biografía intelectual y diplomacia de las ideas, Valencia,
Universitat de Valencia, 2005, p. 189.
.
5
Kristof Pomian, “The Impact of the Annales School in Eastern Europe”, Review, I, nº 3-4, p. 104.
6
Jacques Revel, Las construcciones francesas del pasado, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, p. 47.
7
Carole Fink, Marc Bloch: una vie au service de l’histoire, Lyon, Presses Universitaire de Lyon, p. 151.
Nos parece un exceso de la autora el argumento de que la escuela rechazara toda forma de determinismo,
especialmente si contemplamos la obra de Braudel o de Le Roi Ladurie.
3
1 Annales: una empresa de renovación abierta a la historiografía crítica.
Si bien el itinerario de los Annales marcó una ruptura con las corrientes precedentes,
conviene no exagerar el dictamen según el cual antes de Bloch y Febvre no existían
experiencias historiográficas disconformes, que ya buscaban caminos más fértiles en la
historia económica y social8. Las obras de K. Lamprecht en Alemania9 y de Pirenne en
Bélgica sugieren la existencia de un interés por nuevos rumbos. Henri Berr y la Revista
de Síntesis Histórica (en la que escribieron Bloch y Febvre), los aportes de los
historiadores progresistas norteamericanos, encabezados por Charles Beard10 son
ejemplos de un panorama de inconformismo que alentaba recorridos mucho más
complejos sobre el mundo material. Una mirada más rigurosa sobre los desarrollos
concretos de historiografías críticas también debe destacar la obra de historiadores rusos
y soviéticos, tanto precursores de la teoría marxista de la historia, como G. Plejanov,
como investigadores profesionales al estilo de Mijail Pokrovsky11, con una producción
más que consistente antes y después de la Revolución. Además, debe considerarse el
esfuerzo de otros intelectuales rusos revolucionarios, como David Riazanov e Isaac
Rubin, creadores del Instituto Marx- Engels. Su inmensa obra de recopilación de
fuentes del movimiento obrero y revolucionario mundial tuvo un valor inestimable para
la historia social, a pesar de que la titánica obra fue tronchada por la represión, las
purgas y asesinatos producidos durante el estalinismo12.
8
Para Revel, el impacto de la “ruptura” que provocan los Annales, en su fundación en enero de 1929,
debe ser moderado para no incurrir en exageraciones. Las construcciones…op. cit., p. 42.
9
Enseñó en Universidad de Leipzig, se dedicó a la historia social y económica del mundo medieval,
demostró predilección por estudios interdisciplinarios, por los análisis comparativos en el campo de la
cultura y por las expresiones psicológicas colectivas de la nación. La comunidad académica alemana
reprochó su orientación metodológica y lo marginalizó de la disciplina del status quo. Su pensamiento
influyó en la formación de M Bloch y los Annales. Georg G. Iggers, The Historian Banished. Karl
Lamprecht in Imperial Germany, in: Central European History, 27 (1994), pp. 87–92.
10
Charles Beard, An Economic Interpretation of the Constitution, New York, Macmillan, 1921 (1913).
11
Se graduó en la Universidad de Moscú en 1891. Reconstruyó la dominación aristocrática del período
zarista en su gran obra, Russian History from the Most Ancient Times (1910–13); en ella sopesaba la
primacía de las fuerzas económicas en las grandes trazas de la historia, criticando las interpretaciones que
daban un rol protagónico a las “grandes personalidades”. Publicó en 1920 Breve Historia de Rusia, una
obra valorada por Lenin. Fue elegido integrante de Academia Soviética de Ciencias en 1929. Ya
fallecido, la cúpula partidaria, en el clima persecutorio estalinista, lo acusó de “sociologismo vulgar” y
sus libros fueron prohibidos. Su contribución fue silenciada porque Pokrovsky era adversarios del papel
del gran individuo en la historia, lo que chocaba contra el “culto a la personalidad de Stalin”, tal como lo
imponía el régimen. Tras la muerte de Stalin, sus trabajos fueron rehabilitados. Peter Gran, Beyond
Eurocentrism: A New View of Modern World History, Syracuse University Press, 1996: p. 50.
12
Roy Medvedev, Let History Judge: The Origins and Consequences of Stalinism, New York: Columbia
University Press, 1989, p 281-282. David Longley, "David Borisovich Riazanov" in A. Thomas Lane
4
Las trayectorias narradas en el párrafo anterior, salvo los historiadores soviéticos, no
cristalizaron en proyectos institucionales que sustentaran una identidad colectiva o
programas compartidos de investigación. Fueron los Annales de la posguerra y la
historiografía de inspiración marxista (incluidos algunos historiadores que vivieron en
el bloque socialista) las corrientes que acometieron la tarea de ampliar el territorio del
conocimiento histórico. ¿Qué rechazaban de la historiografía recibida? Los signos de la
decrepitud, patentes al discurrir el siglo XX: la impotencia para inquirir nuevos
horizontes temáticos, los desarrollos rutinarios y adocenados, el culto fetichista a los
documentos emanados de las fuentes estatales y del poder13. También detestaban las
limitaciones metodológicas y el escaso desarrollo de una teoría reflexiva que examinara
su objeto y las maneras de conocerlo. La historiografía identificada con el modelo
rankeano exhibía falencias inocultables. Sus estudios se circunscribían a las
dimensiones política, administrativa, militar y nacional de los sucesos; a la narración de
acontecimientos, al papel de grandes individuos y elites, al relato en la corta duración, a
la explicación de los procesos en términos de las ideas, a la naturalización de las
jerarquías sociales y las relaciones de poder, etc. Para algunos especialistas en el tema,
como P. Burke, el estancamiento había configurado un antiguo régimen historiográfico.
La esclerosis que padecía ni siquiera le permitía avizorar la emergencia de nuevas
realidades que, desafiantes en el presente, reclamaban la necesidad de ser indagadas
también en el pasado14.
A pesar de que los Annales y el materialismo histórico tenían una existencia anterior a
la Segunda Guerra, las condiciones para la consolidación de una historiografía
alternativa brotaron en el clima constructivo y empeñoso inaugurado por la Liberación
y la segunda posguerra15. Las obras de los Annales se expandieron a partir de esa etapa
(ed.), Biographical Dictionary of European Labor Leaders: M-Z. Westport, CT: Greenwood Press, 1995;
pp. 804-805.
13
Edward Carr efectuó una crítica esclarecedora sobre estas cuestiones. ¿Qué es la historia?, Barcelona,
Ariel, 1981(1961), c. 1 “El historiador y los hechos”.
14
Peter Burke utiliza la nominación de “antiguo régimen historiográfico” en La revolución
historiográfica francesa, Barcelona, Gedisa, 1999, pp. 15 a 19. Guy Lemarchand, « Marxisme et histoire
en France depuis la Deuxième Guerre mondiale » (Partie I), Cahiers d’Histoire, 2013, nº 120, pp. 173.
Guy Bourdé, Hervé Martin, Les écoles historiques, Paris, Seuil, 1983.
15
François Dosse relaciona esta etapa de crecimiento económico y cultural con un portentoso desarrollo
de las ciencias sociales, encaminadas a resolver cuestiones cruciales como el crecimiento y la
modernización. La historia en migajas. De Annales a la “nueva historia”, Valencia, Alforns el
Magnanim, 1988, 2º parte, c.1, p. 105-107.
5
con las grandes investigaciones de sus miembros, el anclaje institucional y el
financiamiento de sus programas por fundaciones norteamericanas16 y la multiplicación
de sus discípulos. Las grandes obras de Febvre y Braudel (Rabelais y El Mediterráneo)
demostraron las potencialidades innovadoras de la escuela francesa. La historiografía
marxista, todavía apocada al finalizar la guerra, se concentraba en el campo de los
estudios sobre la Revolución Francesa. Herederos de la obra de Jean Jaures17, Albert
Mathiez, Georges Lefebvre y de Albert Soboul, se desempeñaron como pioneros de un
marxismo todavía no muy afianzado en el conocimiento de la teoría de Marx.
Una vez liberado de la ocupación nazi, el clima intelectual francés propagaba una
voluntad constructiva y una filosofía del compromiso para emprender cambios sociales
y culturales. El consenso entre los partidos centristas y la izquierda, fogueado en la
resistencia antifascista, preparaba una coyuntura de convivencia18 para las
transformaciones educativas y culturales de la posguerra, aunque tal concertación en el
plano político comenzaría a intoxicarse por la irrupción de los conflictos de la guerra
fría. Los Annales y la historiografía marxista compartieron los espacios relacionados
con la historia en una relación que contrastaba con la beligerancia emanada del
alineamiento exigido por la propaganda occidental anticomunista.
Existieron confluencias y afinidades entre el programa de los Annales, orientado a dar
primacía a la exploración económica y social, y la historiografía marxista. Se trató de un
itinerario en el que compartieron ciertas recorridos temáticas. Desde su aparición en
1929, la revista Annales actuó como una congregación abierta a la colaboración de
escritores que simpatizaban con el marxismo y con la URSS. Las investigaciones de
Marc Bloch alentaban a algunos autores a relacionarlas con los temas y perspectivas del
marxismo. No faltaron personalidades destacadas de la propia escuela, como Georges
Duby, que señalaron una creciente orientación de los estudios de Bloch hacia el
materialismo histórico. La mencionada inclinación se habría producido con el
deslizamiento de los temas propios de Los Reyes taumaturgos hacia los de La sociedad
feudal.19
16
F. Dosse, La historia… op.cit., pp. 130-134.
Autor de la Historia socialista de la revolución francesa.
18
Una descripción del prestigio de los comunistas y la URSS en los primeros años de la posguerra en
Francia en: Humberto Cucchetti, “Communism, French patriotism, and Soviet legitimacy in France:
social trajectories and nationalism (1945-1954)”, History of communism in Europe, IICCMER, n° 3,
2012, pp.109- 129.
19
En la revista primó el dialogo y la inclusión de investigaciones que simpatizaban con el marxismo. A
modo de ejemplo, en los primeros números colaboró Georges Friedmann, filósofo y economista
admirador de la URSS que, en el período de entreguerras, se proclamaba marxista. Olivier Dumoulin,
17
6
Aunque las confluencias existieron, la trayectoria de los Annales no desembocó en la
adhesión a la teoría marxista y fue evidente que sus miembros más connotados
marcaron resquemores frente a ella. Lucien Febvre, no dejó de señalar, a veces
enfáticamente, su disenso, aunque nunca desarrolló exhaustivamente los fundamentos
de la divergencia. Simplemente aludía al carácter rígido de aquella teoría, quizás
pensando exclusivamente en el marxismo producido y difundido en la Unión
Soviética20.
A pesar de las divergencias, los caminos entre ambas corrientes se aproximaron. Se
pueden señalar ciertas predilecciones y sensibilidades comunes.
1. La perspectiva del largo plazo ofrecía la posibilidad de observar las fuerzas
subyacentes o las claves explicativas que en el largo desenvolvimiento mostraban sus
caracteres y potencialidades más significativas y duraderas; además ofrecían una
plataforma de intelección más fiable para hallar el significado de un acontecimiento o el
sentido verdadero de un curso histórico. Ambas corrientes demostraron la misma
preocupación de la historia como proceso.
2. Un enfoque materialista en el examen del pasado. Las investigaciones privilegiaban o
iniciaban el examen del pasado en las condiciones materiales sobre las que se
desenvolvían las sociedades estudiadas. Es decir, reconocían como zona medular de
reflexión a los fenómenos económicos y sociales21.
3. Un estilo critico, polemista, contra la historia tradicional, como el de los primeros
Annales, era visto con simpatía por la historiografía marxista. En cierto sentido,
parecían confrontar con los mismos adversarios.
4. La historia como disciplina encaminada a resolver problemas era otro horizonte
común; es decir, un saber reflexivo que debía rendir cuentas de los fundamentos y
puntos de partida con los que abordar el material empírico. Se trataba de pensar una
disciplina que no se limitara a la mera organización cronológica de acontecimientos,
Marc Bloch o el compromiso del historiador, Granada, Universidad de Granada, 2003, p. 157. Según
Duby, Bloch habría dado mayor cabida al concepto de necesidad por encima de las ideas y sentimientos.
Georges Duby, “Preface” en Marc Bloch, Apologie pour l’historie ou Metier de l’ historien, Paris,
Armand Colin, 1974.
20
Como se dijo, a Febvre lo incomodaba que asociaran el programa de los Annales con la teoría marxista.
Véase la áspera reseña crítica que realizó sobre el libro de Daniel Guérin La lucha de clases enel apogeo
de la Primera Republica. Lo acusaba de doctrinario, de juez y fiscal irrespetuoso con la historiografía
precedente sobre la Revolución; sin embargo, no profundizaba en ninguna crítica específica sobre las
aserciones del libro. Combates por la historia, Barcelona, Ariel, 1974, pp 168-172.
21
Guy Lemarchand, p. 176.
7
sino que encaminara su itinerario de indagación a partir de un sistema de preguntas e
hipótesis -un “cuestionario” según el especialista mejicano Aguirre Rojas- que oficiara
de brújula para encontrar lo que se buscaba22.
5. La explicación de los procesos del pasado jerarquizaba el rol de fuerzas sociales
colectivas y estructuras. Ambas corrientes mostraban un común rechazo por aquellas
interpretaciones tributarias o encandiladas por la gran personalidad, las elites y las
ideas23.
6. Un afán común por descubrir y restituir la totalidad en funcionamiento (o las
fuerzas actuantes) del periodo u objeto estudiado; al menos en los Annales de la primera
y segunda generación. Quizás el puente comunicativo más explícito en esta cuestión lo
planteara G. Duby, al convocar a discernir las “articulaciones verdaderas” o
significativas que ligaban explicativamente fenómenos de distintas dimensiones del
devenir de la totalidad social24.
7. Predilección por una Historia analítica, que reconocía ser parte de las ciencias
sociales. Por lo tanto, que explicitara y se interrogara sobre las herramientas
conceptuales utilizadas para entender los fenómenos empíricos; además de preocuparse
por hallar las regularidades o, en palabras de Bloch, las “relaciones explicativas” entre
los fenómenos del pasado. Estas convicciones tenían como corolario, el disgusto (o
lisamente el desprecio) por la narración de hechos singulares irrepetibles. La disciplina
debía superar el talante descriptivo de las crónicas o relatos historizantes.25
La historiografía marxista, que dio sus primeros pasos a partir de la revolución rusa y se
expandió al mundo académico en la segunda posguerra, compartía con los Annales
perspectivas como las citadas en el párrafo superior, además de tener similares
adversarios. Esta última cuestión llevó a Arnaldo Momigliano a ubicar a ambas
corrientes en lo que definía como “movimiento antirrankeano”26.
Tal como reconoció Hobsbawm, una de las virtudes más celebradas de los Annales fue
la actitud de recibir abiertamente a historiadores que realizaran aportaciones originales,
como los enrolados en la historiografía marxista. Esa disposición aperturista fue
22
Carlos Aguirre Rojas, La historiografía en el siglo XX: historia e historiadores entre 1848 y ¿2025?,
Barcelona, Montesinos, 2004, p. 70.
23
Guy Lemarchand, p. 176.
24
G. Duby. “La historia social como síntesis”, en Cardoso C.F.S. y Pérez Brignolis, H.,
Perspectivas de la historiografía contemporánea, Sepsetentas, México, 1976.
25
M Bloch, Introducción a la Historia, Méjico, FCE, 1982, p. 13.
26
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, Barcelona, Critica, p. 149-150.
8
expresada, aún en los años más torvos de la guerra fría, por una atenta revisión de
Georges Lefebvre de las contribuciones de la historiografía de la URSS sobre el pasado
de Francia27. La obra de algunos historiadores condensó la convergencia de ambas
identidades y perspectivas de análisis.
Virtudes y potencialidades de la confluencia. Le Grand Labrousse Ilustree.
Estructuras, coyunturas y dialéctica del cambio social.
Como hemos sostenido, en los primeros años de la posguerra los historiadores marxistas
no eran numerosos y se reunían en derredor a temas relacionados con la Revolución
Francesa. El puente entre esta comunidad intelectual y los Annales se tendió a través de
las investigaciones de Ernest Labrousse. 28
Labrousse (1895-1988) forjó sus estudios bajo una doble influencia. Por una parte, fue
discípulo del economista Albert Aftalion en su graduación en la facultad de derecho.
Por otra, fue estudiante de François Simiand en la Sorbona, en la cátedra de Historia
económica y social29. Su obra puede ser equiparada a la de Braudel, aunque tal vez
estuvo algo eclipsado por el protagonismo constructivo del autor de El Mediterráneo30.
Su primera gran obra data de 1932. Fue el Ensayo sobre el movimiento de los precios e
ingresos en Francia en el siglo XVIII, bajo la dirección de Aftalion31. La indagación
sintetizaba una larga evolución de precios de alimentos y manufacturas y de rentas e
ingresos (construidas como series); en la misma observaba el crecimiento de la inflación
de las rentas agrarias y el rezago de salarios en XVIII. La reconstrucción de este
movimiento le permitía comprobar la interacción (y el desajuste), entre tendencias
económicas y fricciones de clases, como factores interactivos en la causalidad de la
revolución francesa. Las categorías de clase y de contradicciones de clases eran
27
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, op, cit, p. 187. Georges Lefebvre, “Histoire de France et historiens
soviétiques”; Annales. E.S.C., Anneé 1953, v. 8, nº 1, pp. 74-76.
28
Guy Lemarchand, op cit…p. 175. La fusión de las perspectivas de los Annales y del marxismo no se
agota en la obra de Labrousse. Una reconstrucción más amplia del tema debiera incorporar la obra de
Pierre Vilar, lo que haremos en la siguiente fase de nuestra investigación.
29
Labrousse destacó su ligazón con Simiand en el plano de la formación metodológica. Cristophe Charle,
Entretienes avec Ernest Labrousse, Actes de la recherche en sciences sociales, 1980, v. 32, nº 32-33, p.
112.
30
El propio Braudel confesó la importancia y gravitación de Labrousse para el desarrollo de la historia
económica y social que él mismo cultivaba. Fernand Braudel, The Wheels of Commerce 1982, vol. II; in
Civilization and Capitalism, p 343. Michel Vovelle, “La memoire d’Ernest Labrousse”, Annales
historiques de la Révolution francaise, 1989, vol. 276, nº 276, pp. 99.
31
Philip Daileader & Philip Whalen (eds.), French Historians 1900-2000: New Historical Writing in
Twentieth-Century France, Chichester, Wiley-Blackwell, 2010, pp. 360-370.
9
herramientas de inspiración marxista con las que interrogaba sucesos y
comportamientos empíricamente reconstruidos32. También fue el autor, en 1943, de la
Crisis de la económica francesa del fin del antiguo régimen al comienzo de la
Revolucion Francesa, obra que le permitió ingresar en el cuerpo docente de la Sorbona.
Años después, su reconocimiento académico se coronó con la participación en la
Maison des Sciences Sociales, luego Escuela de Altos Estudios en Ciencias Sociales
(EHESS).
Profesor de Historia Económica en la Sorbona (1946-1966), su influencia creció como
co-director, junto a Braudel, de una innovadora colección, la Historia económica y
social de Francia (1970-1980); además de dirigir varias tesis sobre historia moderna y
contemporánea y dar impulso a los estudios cuantitativos y seriales. Labrousse
colaboraba, aunque no regularmente, con la revista Annales y se sentía parte de los
objetivos perseguidos por la publicación. Los análisis económicos y sociales en la larga
duración, el reconocimiento de las estructuras y tendencias seculares que daban
estabilidad a los sistemas sociales y la dinámica de las coyunturas eran motivos de sus
reflexiones. Sin embargo, nunca dejó de manifestar su interés por el factor político y por
los acontecimientos que, según Labrousse, se manifestaban como erupciones inherentes
a las contradicciones latentes en las estructuras. Esta perspectiva complejizaba y
superaba la intelección ralentada del pasado y el determinismo geohistórico Braudel33.
Labrousse se convirtió en una autoridad en los estudios de transformaciones y
permanencias en el largo plazo de la historia de Francia, de los vaivenes y antagonismos
de las estructuras agrarias; de los flujos de coyunturas ascendentes y descendentes. De
ese gran cuerpo informativo surgió su notable reflexión Cómo nacen las revoluciones,
en ocasión de conmemorarse el centenario de la revolución de 1848. Ubicaba a los
fenómenos revolucionarios en coyunturas específicas, ancladas en el marco de la larga
duración, en las que convergían, de manera explosiva, diferentes tipos de crisis:
climáticas, económicas, sociales y políticas. Labrousse contribuyó a tematizar la
dinámica de los cambios sociales. A salvo del economicismo o marxismo vulgar, no
consideraba a la irrupción revolucionaria como mero resultado de las contradicciones
económicas (el freno de las fuerzas productivas) de una formación social. Para que el
descontento estallara o deviniera energía revolucionaria era menester que se produjeran
32
G. Lemarchand, op. cit. p. 176.
Según François Dosse, la importancia que Labrousse daba a la política, al acontecimiento y a los
antagonismos de clase, no lo ubicaban en el núcleo duro de los Annales. La historia… op. cit., p. 70.
33
10
contradicciones irresolubles en la cúspide política, en el aparato del poder dominante. A
tono con esta clase de preocupaciones, elaboró modelos de “crisis de tipo antiguo”, de
subsistencia en el periodo pre industrial, y las distinguió de las de “tipo moderno”,
específicas de economías con desarrollo industrial.34
Labrousse expresó en el Congreso de Roma, en 1955, un ambicioso proyecto colectivo,
inspirado en esta lógica de estructuras y coyunturas, tendiente a reconstruir una historia
de las burguesías occidentales, aprovechando la metodología estadística y serial.
Comulgaba con la convicción de Simiand: la historia habría de adquirir rigor científico
cuando “contara, midiera y pesara” los fenómenos observables35. En 1955 alcanzó un
notable reconocimiento en el Coloquio de la Escuela Normal Superior de Saint Cloud
sobre fuentes y métodos de la historia social, aunque sus interpretaciones fueron
objetadas por estudiosos de estirpe conservadora como Roland Mousnier36.
Labrousse invitó a extender los métodos y conquistas de la historia económica y social a
los estudios de las mentalidades, un territorio en el que esta clase de fenómenos
actuaban como “resistencias”. Según el autor, en todo proceso histórico existía una
dialéctica de las condiciones objetivas que influía en la vida de los hombres y en las
representaciones que ellos se hacían de las mismas. Pero sostenía que lo mental
retrasaba lo social: las transformaciones operadas en el ámbito técnico material y de las
relaciones sociales no eran acompañadas al mismo ritmo por las representaciones
colectivas. “En la cadena sin fin de la historia -escribió-, los limites naturales de una
historia socio económica van así, del acto ‘primero’ del productor a los fenómenos de
sensibilidad y de mentalidad colectivas”. Esta orientación no pareció cumplirse ni ser
profesada por los historiadores de la llamada tercera generación de los Annales, quienes
abrazaron con fruición los métodos de una antropología histórica37.
Los compromisos del historiador.
El temprano activismo en la izquierda complementó la formación intelectual y
desempeño académico de Labrousse. El interés por la militancia política germinó en su
época de estudiante en los cursos de revolución francesa de profesor Aulard. Más tarde,
34
Labrousse analizó la génesis y dinámicas de los procesos revolucionaros en su notable artículo “1848,
1830, 1789. Tres fechas en la historia de Francia Moderna”; Fluctuaciones económicas e historia social,
Madrid, Tecnos, 1962, p. 463-478.
35
M. Vovelle, op. cit., p. 102.
36
Mousnier le reprochaba su marxismo reduccionista. Vovelle, op. cit., p.103.
37
Madelaine Rebérioux, “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la revolution
francaise, 1989, vol. 276, nº 276, p. 145 y 149. C. Charle, “Entretiens… p. 115 y 123. M. Vovelle, “La
memoire d’Ernest Labrousse”, op. cit. 105.
11
en 1919, integró la redacción del periódico socialista revolucionario L’Humanité.
Participó de la fundación del Partido Comunista Francés (PCF), aunque dimitió de sus
filas en 1925. Según su confesión, no asumió el marxismo como un mero ejercicio de
reflexión científica, sino motivado por razones morales. Las nociones de explotación, de
humillación y de alienación experimentadas por los trabajadores eran de índole moral y
resultaban, a su juicio, plenamente compatibles con el marxismo38. Simpatizó con el
gobierno de León Blum y en 1938 reingresó en el Partido Socialista (SFIO), para
abandonarlo por su política conservadora frente al conflicto argelino. A principios de
1960 se unió al Partido Socialista Unificado (PSU).
Fue co-presidente de la Société d’Etudes Robespierristes, desde 1959, y presidente
honorario de la Comisión Investigadora del Bicentenario, creada en 1983; actividad que
encaró con entusiasmo a pesar de rechazar las tesituras liberales y antirrevolucionarias
que envolvieron el evento.
La ligazón de Labrousse con los Annales no le impidió abrir cursos propios de
investigación que convergían con la historia social de inspiración marxista. Se trataba
de senderos no explorados con demasiada convicción por los analistas: el mundo de los
trabajadores y sus experiencias sindicales y políticas. Admirador del liderazgo
intelectual y político de Jean Jaurés, presidió la Societé d’Etudes Jauressiennes. Bajo
ese marco institucional dio impulso a la iniciativa, académica y política, de elaborar un
diccionario biográfico de dirigentes del movimiento obrero francés. La empresa
articulaba la impronta de los liderazgos individuales en el cauce del movimiento social.
Según Labrousse: “El conocimiento profundo de la personalidad de Jaurès (…) nos
conducirá, en la prolongación de una historia individual, a una historia social”39. Su
esfuerzo estuvo presente en otro lanzamiento que conjugó eficazmente la investigación
social y el compromiso político: la fundación, en 1961, de la revista Le Mouvement
Social. La publicación fue una cantera para el crecimiento del número de historiadores
marxistas y afines, como François. Bedarida, Michelle Perrot, Jacques Julliard, Annie
Kriegel y Jacques Ozouf, entre otros.
El empeño y la enorme energía que demandaron sus investigaciones no lo hicieron un
pensador ajeno a las tensiones, conflictos y desafíos del presente. Su inmersión en el
mundo de la Revolución Francesa no se limitó a la exposición de sus proclamas y
38
C. Charle, Entretiens… op. cit., p. 119.
E. Labrousse, “Avenir de Jaurés”; Bulletin de la Societé d’etudes jaurèsiennes, nº 1, junio de 1960.
Madelaine Rebérioux, “Ernest Labrousse, historien jaurésien”, Annales historiques de la revolution
francaise, 1989, vol. 276, nº 276, p. 145.
39
12
realizaciones. Siempre cauteloso frente a anacronismos y extrapolaciones, Labrousse
observó el fenómeno revolucionario como una experiencia anticipatoria, un nutriente
de un conjunto de esperanzas y luchas de los siglos XIX y XX. Tal como lo señaló
Michel Vovelle, en los últimos años de su vida seguía siendo un intelectual que creía en
las revoluciones, tanto en la de 1789 como en la de 1917. A contramano de las
conversiones liberales y conservadores de algunos de sus contemporáneos, no abjuraba
de la convicción de que el mundo podía cambiar40.
Los Annales no solo albergaron a historiadores de formación marxista, como el
mencionado Labrousse, Vilar, Vovelle, Bois, Agulhon, entre ellos. También mostraron
curiosidad por la obra de historiadores soviéticos. Un ejemplo de este interés, en 1964,
fue la publicación por parte de la VI Sección de la EPHE, bajo la edición de R Mandrou,
de una obra de Boris Porchnev (1905-1972) sobre las revueltas campesinas francesas
del siglo XVII41. La amplitud de los Annales contrastaba con el malestar reinante en
ciertos medios académicos que aborrecían a la historiografía marxista y, con más razón,
a la producida en la URSS, aún la que se abría paso en tiempos de avances de la
desestalinización. Uno de los contradictores fue Roland Mousnier42, autor de agrias
recensiones contra Porchnev. Mousnier le reprochaba la utilización de la teoría marxista
para abordar el estudio de fenómenos sociales del siglo XVII. Para Mousnier, aquella
perspectiva era impertinente; no era correcto estudiar el rol del conflicto de clases en la
estructura social del antiguo régimen francés. Reprochaba la utilización del concepto de
clases en una sociedad organizada en órdenes que no dependían de la riqueza; sino en
los conceptos de dignidad, honor y prestigio propios de una cosmovisión religiosa que,
según el credo de Mousnier, englobaba a todas las interacciones sociales. Estudios más
recientes apuntaron a que la razón subyacente del rechazo era de orden ideológico,
estaba fundada en los prejuicios contra los historiadores soviéticos que se ocupaban de
la historia de Francia43.
40
Michel Vovelle, op. cit., p. 106.
La edición original del libro fue en Moscú en 1948. Boris Porchnev, Los levantamientos populares en
Francia en el siglo XVII, Madrid, Siglo XXI, 1978.
42
Este historiador, referenciado en la derecha católica, fue profesor en las universidades de Estrasburgo y
en la Sorbona en la posguerra. Las ciencias sociales norteamericanas influyeron en sus abordajes
históricos del antiguo régimen francés.
43
Los argumentos de Mousnier en: “Comptes Rendus”, Revue belge de philologie et d'histoire , Année
1965, Volume 43, nº 43-1, pp. 166-171. Una defensa del rigor de Porchnev en: Alexandre Tchoudinov
(dir.), Les historiographies soviétique et française en miroir: années 1920-1980, Moscou, Les éditions
LKI, 2007. Esta notable obra colectiva retrata a Porchnev como un historiador de inspiración marxista
41
13
2. Disputas. Repercusiones de la guerra fría en la producción historiográfica.
Anticomunismo e historiografía en Francia.
La convivencia de los Annales y el marxismo fue resultado de la actitud abierta del
colectivo de historiadores franceses, comportamiento que contrastaba con los prejuicios
antimarxistas de la guerra fría y con el sectarismo dogmatico que sobrevivía en la
historiografía de la URSS. En efecto, en los años 50 y 60, a medida que se consolidaba
aquella tensión ideológica, una politización intransigente minó el campo de las
controversias culturales.
Francia fue un escenario destacado de esta contienda. El prestigio de los intelectuales de
izquierda en las artes y ciencias sociales desencadenaron la preocupación por parte de
las agencias políticas y culturales de la guerra fría norteamericana. Organismos
dependientes del presupuesto estadounidense e importantes fundaciones de ese país
sponsorearon a figuras e instituciones del campo intelectual, entre ellos el Congreso por
la Libertad de la Cultura (CLC). Esa congregación anticomunista, financiada por la
CIA desde su fundación en junio de 1950, emprendió una virulenta cruzada cultural
contra “el comunismo”, atacando no solo a figuras del pensamiento crítico, como Sartre,
Merleau Ponty, y al Congreso Mundial por la Paz, una organización vinculada con la
URSS. También fustigó a los líderes nacionales que patrocinaban la neutralidad frente
al conflicto, aduciendo que beneficiaban a los enemigos de los Estados Unidos44. Uno
de los alfiles del CLC fue la revista Preuves, impulsada por Raymond Aron, Bertrand de
Jouvenel, François Bondy, etc. Aron fue el nexo del dispositivo político cultural
americano en Francia y un abogado tenaz del atlantismo45. Liberal anticomunista,
admirador y amigo de Friedrich von Hayek, se integró al principal think thank que
de notable originalidad y autonomía frente a las versiones oficiales del “marxismo leninismo”. Pp. 26, 47
y 90.
44
Aunque tenía antecedentes institucionales, el Congreso Mundial por la Paz se fundó en 1949 en
reuniones realizadas en París y Praga. Jean Vigreux et Serge Wolikov (dir), Cultures communistes au
XXe siècle : entre guerre et modernité, La Dispute, Paris, 2003. Algunos de los historiadores del CLC,
“partisanos de Occidente”, fueron Isaiah Berlin, H Trevor Ropper, Walter Laqueur, F. Borkenau, J.
Burnham, A. Schlesinger Jr., R. Löwenthal, S. de Madariaga, etc. La actividad del Congreso en Francia
fue descripta minuciosamente por Pierre Grémion, un autor de manifiesta empatía con su objeto de
estudio, en: Intelligence de l’anticommunisme. Le Congrès pour la Liberté de la Culture à Paris, 19501975, Paris, Fayard, 1995.
45
Con cierto sarcasmo, fue calificado como un sociólogo de la OTAN. Aron consideraba a los partidos
comunistas y al Kominform como las fuerzas de la conspiración mundial para favorecer la dominación del
imperialismo ruso. En contraste, su interpretación del rol histórico de los EEUU era una síntesis de
propaganda y candor hollywoodense. La potencia de occidente era un “imperio bienhechor” que
defendía la libertad en el mundo de la posguerra; no tenía vocación hegemónica ni expansionista, tan solo
voluntad de contención del peligroso enemigo bolchevique. Le grande schisme, Gallimard, 1948, p. 25.
14
luchaba contra el socialismo y el keynesianismo, la Sociedad Mont Pelerin fundada por
el austríaco en abril de 194746.
Aron fue el principal regisseur en el teatro europeo de las ciencias sociales. Fue, junto a
Hannah Arendt, Zbignew Brzezinsky, Daniel Bell y James Burnham, un eficaz
propagador de la teoría del totalitarismo, la que aplicó casi con exclusividad a los
regímenes del bloque soviético. Su magisterio en la historia de las relaciones
internacionales, su especialidad más celebrada, abogó para que las naciones
occidentales explicitaran su beligerancia junto a los Estados Unidos en la contienda
bipolar. El ardor y el ofuscamiento en la defensa de la estrategia norteamericana lo
llevaron a colisionar con el propio Charles de Gaulle, defensor de cierto decoro
autonomista en el diseño de la diplomacia francesa. Transformando en púlpito su
cátedra, juzgaba necesario el intervencionismo de Kennedy sobre Cuba en la “crisis de
los misiles” de 1962. El académico devenido cruzado justificaba la prioridad del
sentimiento de seguridad de los Estados Unidos por sobre la cuestión del respeto a la
soberanía nacional de la isla caribeña. Este compromiso con la política exterior de los
Estados Unidos lo hizo un pensador influyente sobre Henry Kissinger47.
Arón extendió la noción de totalitarismo al programa de los intelectuales y partidos de
izquierda y a toda teoría e historiografía empeñada en indagar las “leyes” del cambio
social, los conflictos de clases y explicar la experiencia del pasado como totalidad social
portadora de contradicciones48.
El sociólogo francés combatió el desarrollo de la historiografía marxista. Se parapetó en
las concepciones idealistas de la filosofía de la historia alemana de fines del siglo XIX.
Publicada en 1938, su Introducción a la filosofía de la historia, examinó las
características del conocimiento histórico con herramientas que parecían rudimentarias,
a la luz de las nuevas exploraciones históricas de una disciplina que ya daba pruebas de
inconformismo. Las “lecciones” de Aron sobre el objeto y los métodos de la historia
atrasaban medio siglo. Reproducían los lugares comunes del idealismo alemán acerca
del carácter único y singular de los hechos y de la imposibilidad de buscar regularidades
46
A esa cofradía del ultraliberalismo elitista pertenecieron, entre otros, Milton Friedman, M. Polanyi,
Karl Popper, Ludwig von Mises, Salvador de Madariaga.
47
Raymond Aron, “ Qu'est-ce qu'une théorie des relations internationales?, Revue francaise de science
politique, Année 1967, v. 17, nº 5, p. 843. Raymond Aron, Les Articles du Figaro. Tome 1: “La Guerre
Froide :1947-1955”, Paris, Editions de Fallons, 1990.
48
Desdeñaba a los intelectuales pacifistas y de izquierdas de la posguerra por su ceguera y complicidad
con el “totalitarismo” soviético, El opio de los intelectuales, Bs As., Siglo XX, 1972 (1955). Repudiaba a
las alternativas neutralistas y antinucleares, acusándolas de ardides solapados en beneficio de la URSS.
Raymond Aron, Democracia y Totalitarismo, Barcelona, Ariel Seix Barral, 1965.
15
en los fenómenos del pasado 49. Según lo constató Pierre Vilar, la teoría historiográfica
de Aron, a quien consideraba un propagandista más que un indagador riguroso del
pasado, exhibía una ignorancia y arbitrariedad al desconocer el enfoque puesto en
circulación por los Annales y las grandes investigaciones que Ernest Labrousse ya venía
propugnando sobre la historia social50.
Aron fue director de estudios políticos de la Escuela Práctica de Altos Estudios,
convertida en 1975 en Escuela de Estudios Superiores en Ciencias Sociales (EHESS).
Junto al historiador (y admirador) François Furet, enarbolaron las ideas políticas y los
análisis históricos de Alexis de Tocqueville, como el portador de la única tradición
liberal y democrática latente en la revolución francesa; contrapeso virtuoso frente a las
tendencias radicales e igualitarias de jacobinos y enragés. Los vínculos de Furet con
Aron fueron inquebrantables, al punto que fue el fundador en 1982 y director, en 1984,
del Centro de Investigación Política Raymond Aron de la EHESS. Como un sello
distintivo de su itinerario, el Centro era la principal plataforma de confrontación contra
el marxismo en el campo de los estudios políticos. Además del corpus de teoría
tocquevilleana, acogieron el pensamiento histórico de próceres liberales como
Condorcet, Constant y Guizot. Aron y sus seguidores concebían al pasado como un
territorio de disputas. ¿Qué efectos tuvo su prédica en la historiografía de los Annales?
O, dicho de otra manera, ¿qué tipos de repercusiones tuvo el anticomunismo de la
guerra fría en algunos historiadores de la escuela fundada por Bloch y Febvre? Los
siguientes razonamientos intentarán aportar un breve discernimiento de la cuestión.
Aunque el fenómeno de la guerra fría no comprometió institucionalmente al programa y
derrotero de los Annales, algunos de sus integrantes y simpatizantes, principalmente
quienes habían estado vinculados al comunismo francés, experimentaron fuertes
conversiones que los llevaron no solo a alejarse de la historiografía marxista, sino a
combatirla con denuedo51.
49
Las visiones primigenias (y algo toscas) sobre el conocimiento histórico fueron, en cierta medida,
reconsideradas en una serie de ensayos reunidos en Dimensiones de la conciencia histórica, México,
Fondo de Cultura Económica, 1983.
50
Raymond Aron, Introducción a la filosofía de la historia: ensayo sobre los límites de la objetividad
histórica, Bs As., Siglo XX, 1984. Las críticas de Vilar en Iniciación al vocabulario del análisis
histórico, Barcelona, Critica, 1980, pp. 20-25. También véase: Jerónimo Molina Caro, “Raymond Aron
ante el maquiavelismo político”, Revista Internacional de Sociología, nº 58, Madrid, ISSN: 0034-9712,
mayo junio de 2008, pp. 221.
51
Como en otros países, la renuncia al comunismo ocurrió luego de episodios aciagos, como las
revelaciones del XXº Congreso del PCUS sobre los crímenes de Stalin o las invasiones soviéticas de
Hungría, en 1956, y de Checoeslovaquia más de una década después.
16
El repudio al marxismo como teoría social fue reemplazado por una encendida defensa
del liberalismo y del capitalismo como sistema social, ahora considerados como la única
encarnación histórica posible de la democracia. Quienes tenían mayores ambiciones
teóricas y la necesidad de exorcizar su pasado se congregaron en torno a Aron.
François Furet fue el mariscal de esta conversión, pero hubo otros cruzados decididos a
combatir el materialismo histórico, entre ellos, Emmanuel Le Roi Ladurie, Alain
Beçanson, Denis Richet, Jacques Ozouf, Annie Kriegel, E Todd, F. Chaunu, P. Ariés,
Paul Veyne y, aunque ajeno a los Annales, reaccionarios derechistas de vieja data como
Pierre Gaxotte52. A partir de la década del setenta, el aronismo y su teoría del
totalitarismo sedujeron a ese grupo de escritores53; sin embargo, tal concepción de las
ciencias sociales no se convirtió en insignia de la escuela de los Annales, que se
mantuvo renuente a asumir embanderamientos teóricos y políticos y a embarcarse en un
cuestionamiento explicito y constante contra la historiografía marxista.
La cruzada contra los análisis marxistas del pasado discurrió en el seno de controversias
propias de las ciencias sociales y de debates historiográficos en los que se ventilaron
perspectivas ideológicas encontradas. El influjo del estructuralismo sobre la historia
ofreció a Furet y Le Roi Ladurie una coartada para atacar a la historiografía marxista.
Ambos acogieron la perspectiva estructural para desechar del análisis del pasado lo que
consideraban resabios y detritos de la filosofia de la Ilustración y del materialismo
historico. Sus indagaciones repudiaron pensar los procesos en términos de conflictos y
cambios sociales. Solazándose con las teorizaciones de Levi Strauss sobre las
sociedades « frías » o inertes, patrocinaron una historia ralentada, que desconfiaba de
las transformaciones y rupturas, y abogaba por las continuidades. Le Roi Ladurie
52
François Dosse ubica el fenómeno de la conversión y de la acrimoniosa campaña contra el marxismo en
algunos annalistas de la tercera generación (post 68). Describió en detalle las motivaciones y argumentos
de esta congregación de conversos al capitalismo de libre empresa en La historia… op. cit., cap. “Una
Metahistoria del Gulag”. Gaxotte fue admirador y secretario del intelectual monárquico Charles Maurras:
Animó varias revistas derechistas y antisemitas en los años 30 desembocando en el colaboracionismo en
los “años negros”. Propagó una historiografía contrarrevolucionaria: la revolución era la causa de la
decadencia francesa. Imputaba a los pensadores de la Ilustración de “impostores” responsables de la
catástrofe social y política eclosionada en 1789. J. Julliard et Michel Winock (dir), Dictionnaire des
intellectuels francais, Paris, Editions du Seuil, 1995. Sophie Wahnich (dir), Transmettre la révolution
française, histoire d’un trésor perdu, Paris, Les prairies ordinaires, 2013, pp. 122-124.
53
Annales publicó algunas contribuciones de Aron, como la entusiasta reseña que dedicó al libro de Paul
Veyne Cómo se escribe la historia. Raymond Aron, « Comment l’historien écrit l’ épistémologie »,
Annales, E.S.C., 1971, v. 26, nº 6, pp. 1319-1354. Una completa descripción del revisionismo anti
gauchiste en Francia en Michael Scott Christofferson, French Intellectuals Against the Left, New York,
Berghalm Boodk, 2004.
17
incluso propició una « historia inmovil »54. Era hora de que los historiadores
sustituyeran las explicaciones preocupadas por los cambios y aceleraciones temporales
por una ponderación de los factores o agentes (biológicos, demográficos, atmosféricos)
que estabilizaban y daban perdurabilidad a los sistemas. Reemplazando a Marx por
Malthus, el verdadero desafio de la cientificidad era alcanzar una historia
ecológicamente estacionaria que no ocultaba su vocación conservadora55. La
predilección por las inercias provocó en estos historiadores cierta incomodidad y
desafección para estudiar y entender las revoluciones.
El otro asalto contra la historiografía marxista ocurrió en el terreno de la
reinterpretación de la revolución francesa. Iniciado por Furet a mediados de los sesenta,
este desafío alcanzó su apoteosis poco antes del fin de la guerra fría y en el marco de las
conmemoraciones del Bicentenario de 1789.
Desde la atalaya de la larga duración y valorando el peso de las inercias sociales, el
cuestionamiento apuntaba a desacreditar y desalojar a la interpretación social de la
revolución, es decir, la que enfocaba como decisivos a los antagonismos de clases, tal
como sostenía Albert Soboul y la historiografía inspirada en la obra de Marx. Furet y
Denis Richet opusieron una interpretación que daba primacía a las políticas e ideologías
en pugna. Siguiendo a Tocqueville, acentuaron una imagen dinámica y modernizadora
del antiguo régimen. Según esta mirada, el sistema pre revolucionario ya había
producido importantes transformaciones económicas que tornaban superflua la
necesidad de una revolución. Si la misma había estallado era por responsabilidad de la
tozudez e inepcia del rey. La ideología liberal de los autores operaba como criterio de
selección y organización de los datos; también adjudicaba los roles progresistas o
retardatarios de los actores y señalaba los rumbos virtuosos o catastróficos que se abrían
ante el fenómeno revolucionario. Según la visión fureteana, la revolución,
especialmente en su primera etapa (1789-93) revelaba una obra moderada, conciliatoria,
enarbolando los principios liberales. Tal trayectoria habría sido posible en virtud de que
el proceso estaba liderado por una alianza partidaria en la que primaban las
orientaciones de la burguesía y la aristocracia ilustrada. El estilo luminoso y algo naif de
los autores devenía hosco y sombrío a la hora de explicar la radicalización del proceso.
54
Emanuelle Le Roi Ladurie, “L’ Histoire immovile”, Annales. Économies, Sociétés, Civilisations ,
Année 1974, v. 29, nº 3, pp. 673-692.
55
Para Furet, la historia de las inercias era una “buena terapia” contra la historicidad heredada de la
filosofía de la Ilustración y del materialismo histórico. Este tipo de fundamentos y la naturaleza
conservadora de tal orientación son descriptos exhaustivamente por François Dosse, History of
Structuralism: The sign sets, 1967-present, v. 2, University of Minnesota Press, 1998, p. 229-231.
18
La hecatombe se había producido con la irrupción de las masas plebeyas, responsables
de un ímpetu radical e igualitarista que desvió e hizo derrapar el ciclo de
transformaciones, desnaturalizando los objetivos liberales originales del proceso. Según
este enfoque, los sansculottes y el jacobinismo eran una intrusión perversa e ilegitima
en la revolución, promotora de desórdenes demagógicos y consignas inalcanzables que
provocaron el Terror56. En 1978, Furet dio un paso más provocador para conjurar el
influjo de la revolución francesa sobre la cultura política de izquierda. En Pensar la
Revolución Francesa, el acto revolucionario fue lisamente considerado como el
producto del extravío y del fanatismo ideológico. La lectura estaba fuertemente
amañada por una mirada que ligaba, anacrónicamente, el Terror jacobino con la
represión estalinista y su ominosa sombra, el Gulag. La ocurrida en 1789 y todas las
revoluciones, engendros de la “ideocracia”, terminaban por encumbrar la pesadilla del
totalitarismo. 57
La historiografía soviética y los Annales.
La historiografía producida en la URSS ofreció un tratamiento genéricamente favorable
a los Annales, destacando especialmente las virtudes de los autores de la primera
generación. La recepción positiva, sin embargo, no estuvo exenta de críticas y reproches
especialmente de los autores más dependientes y sumisos a las orientaciones ideológicas
oficiales. Por una parte, daba una bienvenida reconfortante a los senderos temáticos
abiertos por la revista. Por otra, objetaba en tono admonitorio y dogmático sus
conductas eclécticas, a las que calificaba como limitaciones de una “historiografía
burguesa”.
Autores soviéticos celebraban a la Revista como una de las más importantes del oficio;
subrayando su afán de renovación, el dialogo y apertura que había entablado con las
ciencias sociales y la disposición de entendimiento hacia la historiografía marxista.
La gratitud hacia la vocación aperturista de los Annales aludía a la recepción de
producciones de historiadores soviéticos, especialmente relativas a la economía feudal,
al mundo agrario y a las rebeliones campesinas durante aquel período y en el antiguo
56
F Furet et D Richet, La revolution française, Paris, Fayard, 1973 (1965), p. 203, 232, 253.
F. Furet y D. Richet, Pensar la Revolución Francesa, Madrid, Rialp, 1988, p. 25-26. El concepto de
ideocracia en El pasado de una ilusión, Méjico, F.C.E., 1995, p. 84. Para un examen de las implicancias
políticas de la visión fureteana véase: José Sazbon, “El Marx de Furet”; Boletín de Historia Social
Europea, nº 3, 1991, pp. 37-52. También Enzo Traverso, La historia como campo de batalla, Bs As.,
F.C.E., 2012, cap. II “Revoluciones”.
57
19
régimen58; también a que sus páginas acogieron una serie de reseñas y balances
dedicados a indagaciones de la historiografía de los países socialistas.
La historiografía soviética tributó respeto y admiración por Bloch y Febvre. Exaltó su
voluntad de bregar por el reconocimiento del carácter social de la disciplina, la
metodología de la larga duración sobre los objetos que escrutaba, así como la
vinculación de la historia y la actualidad, actitud que la enaltecía frente a la apatía y
negligencia de la “historiografía burguesa”59.
Según los intelectuales rusos, el objeto estudiado por los Annales, la sociedad y la
economía, era el campo en el que se daba el acercamiento al materialismo histórico. De
igual manera, celebraban la utilización del concepto de “civilización”, al que
consideraban una guía para establecer las periodizaciones y una noción totalizadora que
reunía a los componentes económicos, sociales, políticos y espirituales de las
sociedades. Ponían de relieve el interés de la revista por los problemas metodológicos,
por su constante actualización y por los intercambio con los procedimientos de todas las
ciencias del hombre. Incluso, no faltaron reuniones y coloquios -en 1958 en París, en
1961 en Moscú-, donde historiadores franceses y soviéticos debatieron cuestiones sobre
el pasado de ambas naciones apelando a la metodología comparativa y con actitud
plural y cooperativa60.
Las alabanzas a los Annales tenían un trasfondo autocelebratorio. Aunque los
integrantes de la revista no eran marxistas, las conclusiones de algunas de sus obras eran
el producto de “la influencia fecunda de las ideas marxistas”61.
Veamos algunos ejemplos de historiadores annalistes ponderados por su aproximación
al marxismo. Un caso destacado, aunque la deriva posterior del autor lo embarcó en el
cuestionamiento al marxismo, fue la investigación de Paul Veyne “Vida de Trimalcion”,
ambientada en la sociedad romana del siglo I. Los intelectuales de Moscú compartían la
crítica del autor a Rostovsev, quien consideraba “capitalista” a la sociedad romana de
58
Véanse los artículos de N.A. Sidorova y de E.V. Gutnova en Annales. E.S.C., Année 1960, nº. 2.
G G Diliguensckij, “Les Annales vues de Moscou”, Annales. E.S.C., Anneé 1963, vol. 18, nº 1, p. 104105. Historiadores soviéticos consagrados celebraron la obra de Bloch, entre ellos Igor S. Kon y
Alexandra Liublinsckaja, “Travaux de l’ historien Marc Bloch”, Vosprosy Istorii, 1955, nº 8, p. 147-159.
También I.S. Kon, Idealismo filosófico y crisis del pensamiento histórico burgués, Bs As., Platina, 1963,
p. 347-349.
60
Participaron, entre otros, Labrousse, Mousnier, Le Goff, Duroselle, Victor Dalin, M. Strange,
Porchnev, etc. M Laran, “Le Déuxieme Colloque franco soviétique d’ histoire (Moscou, 1961)”; Cahiers
du monde russe et soviétique, Anneé 1961, v. 2, nº 2-4, pp. 476-482.
61
G G Diliguensckij, op. cit., p. 107.
59
20
aquel período62. Otras alabanzas eran repartidas a Robert Mandrou por sus estudios
sobre las articulaciones de la mentalidad y del arte barroco con las condiciones sociales
y económicas de su tiempo y con la crisis del siglo XVII. El beneplácito venía
acompañado por razonamientos autojustificatorios. Aunque Mandrou no adhiriese a la
teoría marxista, las conclusiones de su trabajo se correlacionaban coherentemente con la
perspectiva del materialismo histórico63.
El promisorio camino recorrido por los Annales tenía, según los soviéticos, sus
claroscuros. Si bien había dado un salto extraordinario para emanciparse de la
“historiografía burguesa”, arrastraba omisiones, limitaciones e incongruencias. Por lo
general, aunque no siempre, los argumentos de estas amonestaciones revelaban la
rigidez de una teoría estragada por la fidelidad a la ideología del Estado soviético. Las
reconvenciones contra los Annales se encuadraban bastante bien en lo que Hobsbawm
denominó “marxismo vulgar”64. A pesar del tono imperativo – insufrible como el de los
manuales de buena conducta-, en ocasiones las críticas señalaban cuestiones
problemáticas de la historiografía annalista que demandaban explicaciones más
convincentes. Las mismas apuntaban a los periodos históricos y escenarios geográficos
que eran objeto de interés (y a los ignorados), a las dificultades o al desinterés por
explicar el cambio social, a la utilización ambigua o errada de categorías conceptuales,
etc.
Los críticos soviéticos imputaban a los Annales el abandono de algunos de sus
postulados originales. A pesar de considerar a la historia como un medio para
comprender el presente, la abrumadora mayoría de los temas tratados por la revista se
referían a las sociedades que precedían al siglo XIX; los de ese siglo eran escasos, y
más raros aún los que se interesaban en problemas contemporáneos. Deploraban el
módico interés por cuestiones de historia económica y social inherentes a las sociedades
de mediados del XIX al siglo XX. Denunciaban otro déficit en el carácter minoritario e
62
Paul Veyne, “Vida de Trimalcion”, Annales. E.S.C, Anneé 1961, nº 2, pp. 213-247. Rostovsev era un
professor de la Universidad de San Petersburgo; en 1918 huyó del país a raíz de la revolución. Se radicó
en Estados Unidos y enseñó en la Universidad de Yale. Su interpretación de la crisis del imperio como
fruto de la alianza del proletariado rural y el ejército en el siglo III, fue rechazada como una lectura
trasegada ostensiblemente por su experiencia personal de impugnador de la revolución bolchevique. G.W.
Bowersock, "The Social and Economic History of the Roman Empire by Michael Ivanovitch Rostovtzef"
in Daedalus, Vol. 103, nº 1, Twentieth-Century Classics Revisited (Winter, 1974), pp. 15-23.
63
G G Diliguensckij, op. cit. p. 108. Los méritos destacados por los soviéticos se referían al notable
artículo de Mandrou “La baroque européen: Mentalité pathétique et révolution social”, Annales. E.S.C.
Anneé 1960, v. 15, nº 5, pp. 898-914.
64
Eric Hobsbawm, Sobre la historia, op. cit., p. 152.
21
incidental de las investigaciones dedicadas a Europa Oriental, al norte de África y a
Norte y Sudamérica.
En un registro más irritante, imputaban a los Annales la escasez de artículos que
aludieran a la lucha de clases y a las doctrinas sociales de las épocas modernas. El
señalamiento no era exclusivo de los soviéticos. Se trataba de impugnaciones
formuladas desde el interior o en las adyacencias de los Annales, por historiadores
marxistas identificados, en 1964, con la línea más sectaria del PCF, entre ellos Annie
Kriegel. La autora destiló un alegato rebosante de ironía contra las omisiones
inadmisibles para una disciplina que pretendía discernir las transformaciones sociales.
Según Kriegel: "La historia, que se ha convertido en sociología del pasado, no se
interesa, ¡oh paradoja!, sino por lo continuo y lo estable. Renuncia a aclarar los
misterios de los cambios bruscos, de los mundos que se mueren, de las sociedades que
se transforman; es decir de las convulsiones revolucionarias. O más bien bautiza
revolución a toda clase de fenómenos - la revolución industrial, la revolución de la
sensibilidad, etc.-, pero la Revolución francesa, la Revolución rusa o la Revolución
china, representan pruritos superficiales por los cuales solamente las mujeres pueden
interesarse”. Con un estilo más impetuoso, Kriegel reprochaba, en los años cincuenta,
la traición de los annalistas del ideal del “compromiso” de la generación fundadora y
haber recaído en un “empirismo sin principios”. Doblando la apuesta, las voces más
intransigentes del comunismo francés acusaron de “revisionista” a la publicación65.
La autoridad de Fernand Braudel no pasó desapercibida para la historiografía soviética.
Las loas a sus investigaciones fueron acompañadas por algunas referencias críticas al
empleo ambiguo y descuidado de categorías conceptuales. Se elogiaba su enfoque de
priorizar las condiciones materiales en las que desenvolvían todas las sociedades, el
nivel inferior, su “infraestructura”, compuesta por las condiciones de trabajo, los modos
de hábitat, de nutrición, los factores biológicos, el nivel de desarrollo técnico, etc. Las
maneras con que Braudel engarzaba y organizaba explicativamente las diferentes
instancias de la totalidad social eran promisorias, pero, según los soviéticos, adolecían
65
Annie Kriegel, “Structuralisme et histoire”; Annales. E.S.C., Anneé 1964, v. 19, nº 2, pp. 374-375. De
la misma autora: “La grande pitié de l’histoire officielle » , Nouvelle Critique, Anneé 1951, p. 26.
Jacques Blot, « Le révisionnisme en histoire ou l’école des Annales », Nouvelle Critique, Anneé 1951, p.
30. Esta revista teórica del PCF, activa entre 1966-1980, fue una tribuna de apertura y debate frente a las
nuevas corrientes que desafiaban al marxismo. Otorgó una gran importancia a la reflexión y producción
historiografica. Fredérique Matonti, « Les bricoleurs. Les cadres politiques de la raison historienne :
l’exemple de La Nouvelle Critique » ; Politix, Anneé 1996, v. 9, nº 29, pp. 95-114.
22
de ciertas confusiones o atribuciones de contenidos arbitrarios. Según el historiador de
la larga duración, sobre la “infraestructura” existía un nivel superior, integrado por la
economía, la política, las instituciones jurídicas, las ideas y creencias. Las opiniones
soviéticas discrepaban con la decisión de Braudel de excluir a las relaciones económicas
de las condiciones materiales. No había una razón legítima para tal elusión y el notable
autor de Civilización material y capitalismo no justificaba el procedimiento. Para los
soviéticos, muchos pasajes de la obra braudeliana parecían estar subsumidos en lo que
consideraban un “vulgar materialismo biológico”. El contagio se esparcía a sus
discípulos, a quienes acusaban de incurrir en un “determinismo alimentario”.66
Otras objeciones aludían al eclecticismo de Annales. El mismo se expresaba en un
déficit en la elaboración de una metodología general de la historia y –un comodín de los
reproches soviéticos- en su apelación “al bagaje ideológico de la historiografía
burguesa”. Los soviéticos estaban insatisfechos por la falta de una conceptualización
sobre la actividad de las masas y el rol de las clases; estas solo emergían como
manifestación de la “psicología colectiva”. Se trataba, según los críticos, de una
variante modernizada del viejo idealismo filosófico67.
Algunos reproches eran un destilado denso del dogmatismo que replicaba los
lineamientos del PCUS. Los escritores más obedientes al aparato partidario
consideraban una ofensa que Annales publicaran artículos empeñados en “una
falsificación del marxismo” (esta reacción destemplada se dirigía también a
historiadores marxistas no teledirigidos desde Moscú), que ponían en duda su valor
científico y oponían las ideas históricas de Marx a los desarrollos ulteriores de la
historiografía marxista leninista. Algunos brotes de rigidez ideológica contra los
Annales recrudecieron en el período de Leonid Brezhnev. Los profirieron los
historiadores más alineados y sumisos al canon oficial, no las corrientes más
productivas de la historiografía soviética y de las naciones socialistas del periodo. Los
“guardianes del talmud” oficial, Youri Afanasiev y M.N. Sokolova entre ellos,
arremetieron con las viejas fórmulas. Según su dictamen, los Annales habían claudicado
ante la “historiografía burguesa”; su objetivismo los obnubilaba a la hora de reconocer
los modos de explotación y ofrecían una atención insuficiente al desarrollo de las
fuerzas productivas.
66
67
G G Diliguensckij, op. cit. p. 109 y 112.
Ibidem, p. 111.
23
Como se ve, la cuestión de evaluar globalmente a la historiografía soviética es
problemática. Hay que estar prevenidos contra la mirada herrumbrosa de ciertos
historiadores occidentales que abordaron el tema sin matices. Esa visión se empeñó en
comprimir en un solo bloque monolítico, indiviso y unánime, a autores de las
sociedades del este que demostraron una investigación creativa y no estragada por el
esquematismo doctrinario. Podemos mencionar, aunque la lista resulte corta, a
Porchnev, Alexandra Liublinsckaja, Victor Daline, Anatoli Ado, Evgueny Kominski,
Yuri Bessmertny, Aaron Gurievich, Josef Macek, M. Kossok, etc68. Una historiografía
original, emancipada de restricciones y controles burocráticos, se desarrolló varios años
antes de la perestroika: su versatilidad puede constatarse en las controversias reinantes
en los estudios dedicados a la revolución francesa, al feudalismo, a los movimientos
campesinos, a la naturaleza de la nobleza o al carácter de la dictadura jacobina: En las
mismas, el materialismo histórico oficiaba como punto de partida y guía teórica para
investigaciones eruditas preocupadas por los datos proporcionados por la evidencia
empírica. Los representantes de esta comunidad de intelectuales mantuvieron
intercambios fecundos y desprejuiciados con la historiografía francesa de la Revolución
y con los Annales69.
68
El historiador D. Bovykine ofreció una reconstrucción de la diversidad de interpretaciones existentes
entre los grandes historiadores soviéticos desde los años sesenta. Alexandre Tchoudinov (dir.), Les
historiographies… op. cit, p. 275-283. También Josep Fontana, La historia de los hombres, Barcelona,
Critica, 2001, p. 236.
69
En ese panorama renovado, mencionemos a dos ejemplos tardíos de la intolerancia del llamado
“marxismo vulgar” contra los Annales ; lo ofrecen Youri Afanasiev, L’historisme contre l’eclectisme,
Moscou, Mysf, 1980 y M. N. Sokolova, L’historiographie française contemporaine, Moscou, Nauka,
1979. Una oportuna digresión sobre Afanasiev que retrata las cabriolas del oportunismo. Con la
disolución de la URSS, sufrió una metamorfosis que cruzó los límites de lo sorprendente a lo
extravagante. El viejo guardián del talmud devino un intelectual anticomunista, líder del movimiento
Russia Democrática, opositor a Putin, desmemoriado de su rol de historiador dogmático de la era
Brezhnev. Adversario de Gorbachov a principios de los 90, expresaba ideas antagónicas a las que
defendía… 10 años antes. "Toda nuestra historia es violencia", dijo sin el más leve rubor en la sala del
Palacio de Congresos. Sostuvo que Lenin elevó a la categoría de "principio de Estado la violencia". Al
concluir estas contundentes frases, la indignación ganó al auditorio. Afanasiev manifestó que la
institución presidencial está en la tradición de violencia e ilegalidad que ha marcado la historia del poder
soviético. Los presentes en la sala, quizás poco resistentes a las emociones fuertes, no le dejaron acabar y
le negaron unos minutos suplementarios que le hubieran permitido concluir su discurso. Pilar Bonet, “Un
ataque de Afanasiev a Lenin debilita al Grupo Interregional”, El País, 13 de marzo de 1990.
Un minucioso examen de la visión soviética de los Annales, que nutrió nuestra guía informativa, fue
realizado por Claudio Sergio Ingerflom, “Moscou: le procès des Annales”; Annales. E.S.C., Anneé 1982,
v. 37, nº 1, p. 64-71.
24
Epílogo.
Los Annales y la historiografia marxista cuestionaron las debilidades y carencias que
arrastraba una discipina moldeada en los cánones del positivismo y del historicismo
decimonónicos. La crítica a ese legado y la búsqueda de nuevos horizontes aproximó
sus temas de interés. Las dos tradiciones también compartieron la necesidad de impulsar
un desarrollo conceptual y un repertorio metodologico más amplio a la disciplina. Para
ambas corrientes, el objeto de interés no era meramente el pasado, sino el
discernimiento del devenir y las continuidades de las sociedades en el tiempo. La
mancomunión también se expresó en la voluntad de situar el conocimiento histórico en
el seno de las ciencias sociales. El estudio de los procesos en el largo plazo, el
afincamiento de las claves explicativas en las estructuras económicas y sociales, el
empeño en establecer conexiones entre la historia y el presente fueron otros factores de
confluencia.
El itinerario de cooperación, evidente en la presencia de historiadores marxistas en el
colectivo francés, se mantuvo incólume frente a las presiones disgregadoras ejercidas
por las controversias ideológicas de la guerra fría. Por supuesto, ninguna experiencia
intelectual interesada en decifrar el devenir social resulta unánime en sus
interpretaciones. Con mas razón, cuando las dos vertientes provenían de tradiciones
culturales y nacionales diferentes. Hemos señalado en el texto algunas de las cuestiones
que suscitaron puntos de vista divergentes. Sin embargo, el antagonismo politico entre
Occidente y el «campo socialista» no trastocó medularmente, con sus secuelas de
exclusiones y rechazos, la relación de los Annales y la historiografía marxista. Sí,
existieron dos procesos paralelos y conexos, relacionados con la contienda bipolar, que
ocasionron animadversaciones a lo largo de la trayectoria de colaboración. Uno fue
fogoneado por un grupo de historiadores partícipes o afines a los Annales. Sus voceros
más activos fueron ex militantes del comunismo francés que, actuando como peones de
la guerra fria occidental, se involucraron en vehementes intervenciones historiográficas
antimarxistas. Estos escritores, dicho de manera suscinta, atacaron y desfiguraron la
concepción materialista de la historia. Con un estilo triunfalista y apodíctico, juzgaron
los marcos teóricos de sus adversarios como herramientas totalitarias contrarias a la
libertad de pensamiento. Repudiaron pensar el proceso historico como totalidad en la
que podian discernirse opciones y jerarquías en las formas de determinación;
25
descalificaron el análisis en función de los antagonismos de clases y rechazaron o
subestimaron la explicación de las dinámicas del cambio social y los eventos
revolucionarios. Respecto a estos últimos, los asimilaron a utopías inconducentes y
sanguinarias, a desvaríos ideológicos, en fin, a experiencias inevitablemente
autoritarias.
El otro factor que, en determinadas circunstancias, insinuó mellar las relaciones de los
Annales y la historiografía marxista provino de ciertos intelectuales soviéticos. Como se
dijo, tales actitudes no fueron constantes ni abarcaron a todos los investigadores de
aquella nacionalidad70. Las expresaron los voceros más encuadrados en las
instituciones oficiales, es decir, los difusores del aludido « marxismo vulgar ». Aunque
celebraron el surgimiento y el aura innovadora de los Annales, manifestaron sus
desacuerdos y exigieron rectificaciones a algunas de sus tesituras. Buena parte de las
impugnaciones provenían de lecturas canónicas y rígidas del materialismo histórico.
Los cuestionamientos a los annalistas eran justificados por su apartamiento o
infidelidad a un cuerpo teórico, el « marxismo leninismo », entendido como una fuente
de revelaciones incuestionables. Por lo general, las miradas intempestivas eran
tributarias de concepciones corroidas por el determinismo económico y por enfoques
mecanicistas y, quizás, apriorísticos del funcionamiento de la lucha de clases.
Reclamaban de los Annales una sumisión a un « marxismo codificado o de manual », so
pena de ser estigmatizados como una variante de la « historiografía burguesa ». A pesar
de la antipatía que suscitaban estos llamados a la ortodoxia, ciertos apecibimientos
merecían atención. Apuntaban a caracteristicas de los Annales que resultaban
vulnerables a la crítica y a modalidades de la escritura histórica que requerían
argumentaciones más elaboradas.
En su inventario de reclamos, los soviéticos subrayaban incongruencias e imprecisiones
de orden programático. Denunciaban el abandono de los compromisos matriciales de
recuperar la totalidad de la experiencia social y de vincular historia y actualidad.
También aludían a ambiguedades conceptuales. Así, por caso, responsabilizaban a
Braudel del uso arbitrario de categorías que aludian a las condiciones materiales, como
la exclusión de las relaciones económicas de este campo de análisis; también su
indiferencia a formular preguntas que abordaran el cambio estructural, la tendencia a
70
Youri Bessmertny, « Les Annales vues de Moscou », Annales. ESC, 47 (1), enero febrero de 1992, p.
247-259 .
26
sobreestimar el determinismo biológico, o el volumen escuálido de las indagaciones
sobre los conflictos sociales y políticos del pasado más reciente.
En los tramos finales de esta reflexión, reiteramos nuestra conclusión. Los Annales se
mantuvieron renuentes a tales ejercicios de exclusión o discriminacion ideólogica. Tal
conducta primó, creemos, por los fundamentos que guiaron su empresa de
conocimiento. Entre ellos, hay que volver a mencionar su disposición de apertura y
metabolización de los aportes proporcionados por otras corrientes historiográficas;
también a la reticencia a asumir encuadramientos teóricos y políticos explícitos. Este
armazón de « pragmatismo » le permitió desoír a las voces que exigían rechazos y
exclusiones. Por lo demás, las flaquezas o vaivenes de los adversarios contribuyeron a
que los annalistas no se embarcaran en formas de discriminación ideologica. La
historiografía soviética atenuó y abandonó las tesituras rigidas e intolerantes contra « la
historiografia burguesa ». Además, la disolución de la URSS proporcionó un marco
propicio para la oxigenación de las investigaciones sobre el pasado. En la otra orilla, la
historiografía anticomunista no se desvaneció, como lo demostraron algunos alegatos
tardíos de vocación revanchista71. No obstante, los frutos aportados por cold warriors
nostálgicos o desfasados de coyuntura no parecieron despertar demasiada credibilidad
en la historiografía más creativa de nuestro tiempo. Munida de resistentes estructuras,
la nave de los Annales surcó sin fisuras los tormentosos mares de la guerra fría.
71
Un ejemplo de este espíritu de cruzada y revanchismo fureteano fue el texto compilado por Stephan
Courtois, El libro negro del comunismo(1997); un inventario de atrocidades para conjurar el legado de la
revolución bolchevique al conmemorarse su 80º aniversario. Una aguda crítica en Alain Blum,
“Historiens et communisme : condamner ou comprendre », Le Monde, 18 novembre 1997, p. 17.
27