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Mediaciones, mediadores y asesoría colaborativa Descripción: presenta el proyecto social como mediación, el asesor como mediador y las relaciones que se establecen con el desarrollo humano Autor: Fundación PROMIGAS – Rosa Ávila Libro: Hacia una Gestión Social Crítica y Transformadora Mediaciones, mediadores y asesoría colaborativa Desde la concepción vigostkiana hemos insistido en cómo el paso del nivel de desarrollo real al nivel de desarrollo potencial está mediado por la acción de otros, es decir, el desarrollo no es sólo un proceso activo (como en la visión del desarrollo de Piaget), sino sobre todo un proceso interactivo. Esta concepción supone en los proyectos la posibilidad de contribuir tanto al desarrollo del potencial humano como a los procesos sociales. El proyecto adelantado es un medio para transformar a los participantes y a su entorno, a partir de las interdependencias entre el desarrollo humano y el desarrollo social. El proyecto es entonces una mediación, definida como un proceso sistemático de cambio asesorado que incluye la puesta en práctica de subprocesos de formación, planeación, desarrollo y evaluación, de consolidación de alianzas, de facilitación y desbloqueo de los potenciales de las personas y los equipos en procura de unos objetivos optados y recreados permanentemente, a lo largo de los cuales se desarrollan las capacidades personales y grupales. El proyecto, como mediación, actúa sobre el futuro (la zona de desarrollo potencial de las personas y grupos), y no sobre su pasado (la zona de desarrollo real al momento de iniciar el proyecto). La mediación requiere además de grupos, equipos y organizaciones denominadas mediadores, que hacen uso de diversos instrumentos de mediación (proyectos, cajas de herramientas, procedimientos validados) en procura de apoyar los procesos de cambio. La principal herramienta del mediador es, por supuesto, la relación dialógica, que está en la base de los procesos de formación y acompañamiento. 1 El mediador mediante la relación dialógica se constituye en un “compañero activo, que guía, planifica y complementa las capacidades ya adquiridas” (Riviére, 1996). Esta mediación toma en cuenta el contexto, las necesidades, los intereses, las emociones de los sujetos y los grupos. El tránsito de un nivel de desarrollo a otro no es necesariamente un proceso fluido con el acompañamiento propositivo del mediador. Las formas de interrelación social y la cultura pueden no sólo potenciar sino bloquear el desarrollo humano, como ocurre en las formas de relación social autoritarias en unos casos, y pasivas y dependientes en otros, o cuando se poseen creencias, prácticas sociales, formas de organización institucional, tradiciones o normas que impiden los cambios esperados. En estos casos, cobran singular importancia los procesos de mediación. En consecuencia, el trabajo del mediador incluye: La habilidad del mediador para “leer” estos bloqueos: paternalistas y autoritarios en unos casos, reproductivos y resistentes a nuevas concepciones y prácticas en otros, o de desesperanza en algunos. Una actitud abierta para comprender su historia y sus expresiones sociales: cómo esos bloqueos se han interiorizado en el tiempo y cómo se mantienen y reproducen en la vida cotidiana. Con esta comprensión, el mediador resignifica mediante la relación dialógica nuevas alternativas. Conmueve y seduce antes que violentar; persuade y convence antes que imponer; concerta y negocia antes que manipular. Recordemos que el trabajo del mediador incluye también la capacidad para detectar y promover las capacidades y los potenciales de las personas y grupos en el marco del proyecto, y la habilidad para diseñar o recurrir a una “caja de herramientas” mediante la cual propicia el avance hacia la zona de desarrollo próximo. Por su parte, los participantes en el proyecto, a medida que desarrollan sus capacidades, pasan progresivamente a ser también mediadores de un cambio que con su participación se hace cada vez más sostenible. 2 El cambio mediado recurre entonces a un proceso dialógico mediante el cual se acompaña y aporta conjuntamente con los actores sociales. La labor central del mediador consiste en un trabajo de acompañamiento colaborativo, en tanto se aportan a los grupos, equipos y organizaciones una serie de herramientas que contribuyen de manera significativa al desarrollo de sus capacidades y a la consecución de los fines que se han propuesto en el marco del proyecto. El acompañamiento colaborativo se podría entender entonces como el proceso de mediación orientado al fortalecimiento de las capacidades y a su utilización como herramienta primordial para los cambios acordados de manera colectiva. Este enfoque supone trabajar con las personas, comunidades y organizaciones en vez de intervenir sobre ellas, y reconocer, por tanto, su papel protagónico en la construcción de la sociedad y la cultura. Posibilita la construcción de perspectivas plurales sobre el proceso de cambio, alejándose de la idea de la existencia de perspectivas únicas. Crea una producción compleja, donde el proyecto aporta diversas herramientas y planes de formación que han sido validados previamente, y con estas herramientas o mediaciones, los grupos construyen y potencian su trabajo de manera creativa, enriqueciendo, a su vez, las herramientas. 3 En esa perspectiva, el acompañamiento colaborativo es un proceso de doble vía: se da en el marco de un trabajo permanente de formación y capacitación que exige conocimiento por parte del asesor, respeto al otro y compromiso, y con su puesta en práctica el propio asesor también mejora su condición humana y profesional. El acompañamiento es una construcción compartida entre los sujetos; por ello, tanto los acompañantes como los acompañados experimentan una mejora significativa en el ejercicio de su profesión y oficios, y en la comprensión de sus responsabilidades ciudadanas, a través de las cuales todos ganan también un mayor empoderamiento. 4