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¿Qué necesitan los padres de hoy? Reflexiones desde distintas perspectivas. La perspectiva desde Salud Mental. Antonio León Maqueda. Psicólogo Clínico Unidad de Salud Mental Infanto Juvenil. Hospital Macarena. La pregunta que se me ha formulado para esta mesa es muy genérica. Tendría que saber para qué tipo de padres, ya que entiendo que todos los padres y madres no son iguales. Sería un trabajo arduo considerarla. Por ello he decidido dirigirla hacia una amplia población de padres y madres que consulta por la conducta de sus hijos. Al estar en los inicios de la preparación de esta exposición la comenté con una colega, terapeuta de familia al igual que yo, y que realiza su trabajo en los Servicios Sociales de su localidad. Le pregunté cual sería su respuesta si tuviera que estar en esta mesa. Ella me contestó “ser parecidos a los padres de antes”. No es mi colega alguien retrograda… su respuesta iba dirigida a señalarme que se refería a aquellos aspectos que hemos perdido por las circunstancias sociales a las que nos estamos enfrentando. ¿Qué tenían aquellos padres y madres de positivo y que hemos devaluado? Fundamentalmente, estimo que autoridad. Autoridad no reñida con el cariño y la protección. Autoridad ejercida, posiblemente con formas que ahora nos parecen inadmisibles, pero, con las correcciones oportunas, autoridad necesaria para el buen desarrollo psíquico de sus hijos. Me refiero a padres y madres normativos, que han educado a sus hijos en el respeto a las normas y a la comprensión de que existen jerarquías que debemos aceptar en el contexto de nuestra sociedad. Padres y madres que podríamos calificar, desde la perspectiva psicoanalítica de sus primeros teóricos “suficientemente buenos”. 1 Permítanme exponerle un hecho que me sucedió justo hace una semana. Tengo testigo de ello, la alumna del prácticum de psicología que me acompañaba ese día. Digo esto porque de lo contrario podría ser visto como una invención para esta exposición. Antes de la hora convenida, acudió la madre de uno de mis pacientes. Un chico de 11 años, diagnosticado de TDAH y con una conducta normalizada en el contexto social pero, desajustada en el ámbito familiar. La madre me comenta que quiere comunicarme algo sin que lo sepa el chico. Le ha explicado que dado que su conducta agresiva en casa no cesa, ha colocado cámaras en todo el domicilio y que yo le estoy observando a modo de Gran Hermano. Este es un ejemplo de falta de autoridad y la búsqueda desesperada de una ayuda, que de haberse aceptado por mi parte, confirmaría aún más la desautorización de la madre. ¿Por qué centrarme en la autoridad? Voy a exponerles cual es mi trabajo en la actualidad y qué es lo que me encuentro en mi práctica clínica diaria y a partir de ahí intentaré desarrollar mi interés por este punto. Desarrollo mi labor clínica como psicólogo Clínico en la USMIJ del hospital Macarena de nuestra ciudad. Este dispositivo está dedicado a tratar las patologías severas en Salud Mental, que presentan nuestros niños y jóvenes hasta la edad de 18 años. Anteriormente, en los años 80, fui psicólogo escolar en un centro escolar público. Cuando años mas tarde volvía a realizar mi trabajo en esta Unidad me encontré con un fenómeno que me llamó la atención poderosamente y que no había registrado, con esta intensidad y número, en mi anterior etapa: El fenómeno de los trastornos de conducta, el del oposicionismo y para mi mayor sorpresa, el de padres derribados de su lugar de autoridad por sus hijos, en ocasiones, temprana edad. Hay patologías que permanecen inalterables en el tiempo y en las culturas. El claro ejemplo es el de la esquizofrenia. Un 1 % de la población. Otras van apareciendo, tomando forma, disminuyendo… en función del contexto social donde se produce. Digamos son un reflejo de consecuencias lógicas de las características específicas de un sistema social. Los síntomas nos muestran las dificultades que generamos como grupo. 2 El número de personas menores de 18 años atendidas en las Unidades de Salud Mental Infanto- Juvenil (USMI-J) en el año 2008 fue de 15.715 personas lo que supone una tasa de 984,7 personas por cada 100.000 menores. En cuanto a la morbilidad atendida, la patología más frecuente en esta población son los trastornos del comportamiento y emociones de comienzo habitual en la adolescencia que suponen el 34,0% del total de patologías atendidas con una tasa de 335,0 personas por cada 100.000 menores. PROGRAMA DE ATENCION A LA SALUD MENTAL DE LA INFANCIA Y LA ADOLESCENCIA SAS Centrarme en este trastorno de importante pujanza en nuestros servicios de salud mental, me lleva a intentar comprobar qué realidad social lo sostiene y fomenta. Dado que es un fenómeno actual que no se dio en otras épocas de la forma y presencia estadística que se manifiesta en estos momentos. Ante la evidencia de la situación en nuestra USMIJ entendimos que a estos casos debíamos darle una respuesta terapéutica que pasara por la intervención familiar. He de hacer aquí una parada para explicar un concepto importante. No se trata de culpar a los padres de la situación. No hablamos de culpa, “Omisión de la diligencia exigible a alguien, que implica que el hecho injusto o dañosos resultante motive su responsabilidad civil o penal”. DRAE. Hablamos de responsabilidad. “Capacidad existente en todo sujeto activo de derecho para reconocer y aceptar las consecuencias de un hecho realizado libremente”. DRAE. Entendemos que la culpa no es útil para el análisis de la situación y es paralizante en cuanto que no aporta elementos para ello. ¿Por qué convocar a la familia? Conocemos que los individuos tienen características biológicas definidas por la carga genética, que les hace más vulnerables a ciertas dolencias, incluidas las de orden psicológico. Sin embargo, también conocemos que esta vulnerabilidad no se manifiesta y evoluciona de igual manera en unos contextos sociales que en otros y no digamos en el contexto de referencia fundamental como es la estructura familiar. Es decir, que el contexto relacional es 3 importante a la hora de que se definan ciertas características personales de los individuos. Es por esta razón por la que convocamos a la familia para tratar de mitigar los efectos de la situación del niño o del adolescente, por el que se consulta. En nuestros encuentros con las familias hemos identificado diferentes modalidades de petición de ayuda para este fenómeno. Así mismo hemos comprobado, en dos estudios diferentes, que estas modalidades implican un tipo de intervención determinado y en función de las características de relación de los padres, entre ellos y con los hijos, se definían un mejor o peor pronóstico en la intervención. Sin embargo y lo más útil para la idea que les quiero traer, es que la evolución del tratamiento, el pronóstico mejor, lo tienen aquellas familias donde los padres pueden recuperar su función de autoridad. Cuando pueden aparcar sus diferencias (conyugales, con las familia de origen, …), y poder colaborar retomar la autoridad respecto de los hijos. No encontramos excesiva diferencia en la situación de convivencia de los padres (casados o divorciados). Si bien un divorcio introduce elementos de estrés importantes, no es menos cierto que la convivencia, cuando la relación entre los padres no es cooperativa y existen diferencias importantes, es en sí misma estresante. Al igual que podemos entender al individuo en función de sus relaciones con su familia de origen, la familia no está aislada del contexto social en el que se haya inserta. La situación actual tiene una relación con fenómenos sociales de nuevo cuño. Desde hace años, venimos realizando, desde todas la instituciones sociales, de salud, de educación, … una importante misión para que los padres sepan que no había que hacer respecto del trato con los hijos. Pero, no les hemos dado armas suficientes para entender cual es su misión, en esta realidad social que estamos construyendo. Hemos dirigido nuestros esfuerzos en señalar qué debíamos corregir de la educación y trato que estábamos dando a nuestros hijos, pero no hemos hecho esfuerzos similares en el lado positivo. Paradójicamente, estamos señalando la responsabilidad de los padres en esta situación, pero no estamos aportando soluciones desde las mismas instituciones que señalamos y diagnosticamos el problema. Con lo cual, si sólo diagnosticamos y señalamos, nuestra labor para estos padres ya de hecho “tocados” en su autoridad, se vuelve persecutoria y no de colaboración y ayuda. A continuación voy a señalar algunos de los cambios sociales que se han producido y están complicando a los padres la crianza de los hijos: o Hemos pasado de un sistema claramente autoritario a otro “democrático”. Presentando en ocasiones la democracia como un sistema igualitarista que ignora las jerarquías en los sistemas, llevando a la ausencia de autoridad o igualdad a la hora de tomar las decisiones. Esto llevado a la familia a creado no pocas 4 situaciones productoras de patologías en los jóvenes tal y como señalan no pocos teóricos de la terapia familiar. o Se cuestiona el modelo jerárquico familiar y social, pero sólo de manera formal, ya que la responsabilidad educativa sigue atribuyéndose, legalmente y socialmente, a los padres y educadores, a quienes no se les despoja de la responsabilidad, pero, a menudo, sí de la autoridad, así como de algunos de los medios utilizados habitualmente para mantenerla. o Cambios en los modelos familiares. Apareciendo nuevos modelos como los núcleos monoparentales, familias reconstituidas, de acogimiento o adoptivos ocupan cada vez un espacio mayor, con sus singularidades. o Cambios en el ciclo vital familiar. Un atraso progresivo de la edad media a la que se tienen los hijos genera padres “añosos”, con menos energías para batallar con éstos, mantener la disciplina y poner límites. o Cambios laborales. La necesidad de tener que trabajar de ambos padres conlleva disminución del número de horas de contacto con los hijos. Ante lo abrumador de la tarea laboral, no se tienen fuerzas para el trabajo con los hijos, estableciéndose una educación permisiva, cuya consecuencia es la dificultad para poner límites y hacerse respetar. o La evolución de la sociedad hacia un modelo educativo, basado más en la recompensa que en la sanción y en la tolerancia que en la disciplina, ha llevado a restringir de manera significativa la capacidad sancionadora de los educadores. Como conclusión. ¿Qué creo que necesitan los padres y las madres de hoy ante esta situación descrita? Reconocer que la educación de los hijos es una labor de importancia y como tal significa esfuerzo y dedicación. Cuanto mayor delegación se realiza en otros (sean familiares, o instituciones), mayor dificultad para tener un control de la educación de los hijos. Esto implica tener una determinada reflexión sobre la crianza de los hijos y la necesidad de dedicar un tiempo necesario para esta labor. Para ello, es necesaria cierta conciencia social para que desde los estamentos del poder social se realice una verdadera política de defensa de la familia, en cuanto que se den los medios para que los padres puedan realizar la función que tienen encomendada. 5 No supone desresponsabilizar a los padres de la tarea que le es propia, pero sí un reconocimiento a la dificultad de la misma. Por último observo, en mi práctica diaria, una dificultad clara de los padres para soportar la frustración en sus hijos. Además de lo dicho, ésta puede ser una de las causas por la que no ejercen a veces la autoridad o no establecen limites. Es como si pensaran que los hijos se dañarán si se frustran; relacionan la frustración con sufrimiento y el sufrimiento como algo que daña o hace frágiles a los hijos. Para soportar la frustración de nuestros hijos, tenemos que soportar frustrarnos nosotros mismos. Está más que demostrado que tenemos que permitir que nuestros hijos se frustren de vez en cuando y que sepan gestionar esas frustraciones, de lo contrario serán demasiado frágiles y vulnerables para los avatares de la vida diaria. 6