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Un día con los exploradores del universo | Ciencia | EL PAÍS
01-03-16 2:10 a.m.
ASTRONOMÍA »
Un día con los exploradores del universo
El desierto de Atacama, en Chile, se ha convertido en los ojos de la Tierra en el universo. En este territorio aislado se
encuentran los telescopios más poderosos del planeta. El Observatorio Europeo Austral es un modelo de
cooperación de 16 países con la vista puesta en el espacio. Entramos en un centro de investigación único
NUÑO DOMÍNGUEZ
Archivado en:
Cerro Paranal (Chile)
Agujeros negros
13 ENE 2016 - 10:12 CET
Planetas extrasolares
ESO
Astrofísica
Chile
Universo
Astronomía
Sudamérica
Latinoamérica
América
Ciencia
La primera sensación al llegar a Paranal
es la de estar perdido en otro planeta.
Nada más salir del coche se siente la
sequedad en la nariz y los labios
empiezan a cuartearse. El cielo es de un
azul impoluto; la tierra, parda y roja; el
paisaje, marciano. Estamos en el desierto
de Atacama, al norte de Chile, el lugar
más seco de la Tierra. Aquí, a más de
2.600 metros de altura, a dos horas en
coche de la población más cercana,
donde el cielo está despejado más de 300
noches al año, se alza el observatorio
óptico más sofisticado del mundo, el
Telescopio Muy Grande (VLT).
“Bienvenidos a la disneylandia de la astronomía”, dice nuestro guía, Francisco Rodríguez. Tras la
barrera de entrada solo se vislumbran hileras de furgonetas friéndose al sol, hangares solitarios, ni
rastro de astrónomos, nada parecido a un gran templo de la ciencia en medio del desierto. Rodríguez
nos conduce a una rampa que hay a la derecha de la carretera y que termina en una gran puerta
negra. Al abrirla estalla una orgía de delicioso aire húmedo que llega de un jardín tropical y una
piscina. Son las áreas de esparcimiento de un edificio construido bajo tierra e iluminado por una
cúpula de cristal de 35 metros. Aquí viven unas 200 personas, entre investigadores, operarios y
trabajadores. “Está prohibido consumir alcohol y el agua nos la traen en camiones cisterna, tres cada
semana”. Los pasillos están flanqueados por hileras de habitaciones. Aunque es cerca de mediodía,
todo está en silencio y de los pomos de muchas puertas cuelgan carteles rojos: “Personal
descansando, no molestar”. Los investigadores residen en Santiago, la capital, y se turnan en
estancias de unos diez días de trabajo nocturno e intensivo en el observatorio.
A principios de los sesenta, varios países europeos se convencieron de que
Chile tiene uno de los mejores cielos nocturnos del mundo. Desde el
hemisferio sur pueden observarse objetos astronómicos imposibles de
captar desde el norte. Así comenzó la historia del Observatorio Europeo
Austral (ESO), una organización que hoy agrupa a 16 países europeos más
Brasil y que ha ido construyendo en varios puntos del desierto de Atacama
los mayores telescopios del mundo. Primero fue el observatorio de La
Silla, luego el de Paranal, donde el VLT (Very Large Telescope, en inglés)
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quedó completado en 2000, y después ALMA, un radiotelescopio con 66
antenas instaladas a más de 5.000 metros. Estos instrumentos han
Solace. En mitad de un territorio hostil y despoblado se
encuentra este jardín tropical con piscina incluida / N. BLIND
llevado a la humanidad a una nueva era de conocimiento del universo.
(ESO)
Han permitido contemplar el primer sistema solar conocido más allá del
nuestro, confirmar la expansión acelerada del universo y observar,
también por primera vez, qué les pasa a las estrellas cuando se las traga el
agujero negro, por citar solo tres ejemplos. La fuerza del VLT la aportan cuatro teles​copios ópticos de
8,2 metros de diámetro que se alzan en lo alto del cerro. Al llegar arriba aparece una nube de técnicos
que se pierden en el interior de estos mastodontes, cada uno protegido por una estructura tan alta
como un edificio de ocho plantas y cuyos instrumentos se enfrían con nitrógeno líquido para
optimizar la sensibilidad. De noche no puede haber nadie dentro, pues el calor que desprende una
persona podría afectar a las observaciones.
La residencia para el personal del Observatorio fue usada
como escenario para la película de James Bond Quantum of
El VLT puede explorar lugares del cosmos a los que es imposible llegar de otra forma. Los cuatro
telescopios están interconectados por un laberinto de túneles excavados en la montaña y todo se
monitoriza desde un centro de control. Allí está Juan Carlos Muñoz, uno de los astrónomos del ESO,
que está preparando los telescopios para las observaciones de esta noche. Su especialidad es
investigar a dónde van a parar las estrellas dentro de una galaxia. “Aunque parezca lo contrario,
nuestro lugar en el universo no está fijado, cambia constantemente”, explica. Todas las estrellas giran
en torno al centro galáctico, donde probablemente hay un agujero negro. Algunas se alejan del centro
y otras se dirigen peligrosamente hacia él. Dentro de la Vía Láctea, por ejemplo, el Sol está más o
menos en las afueras. “Gira en torno al centro a unos 220 kilómetros por segundo y tarda unos 200
millones de años en completar una revolución. La última vez que estuvo en su posición actual, los
primeros dinosaurios empezaban a campar a sus anchas en la Tierra”, explica.
La última
vez que el
Sistema
Solar estuvo
en su
posición
actual los
primeros
dinosaurios
empezaban
a campar a
sus anchas
en la Tierra
En el centro de control también se encuentra el holandés Willem-Jan de
Wit, que trabaja en un experimento con el que sus creadores quieren
ganar el Nobel. Cada uno de los cuatro telescopios tiene tres instrumentos
especializados en un tipo de observaciones y cada cierto tiempo se
cambian por otros nuevos para modernizarlos. De Wit trabaja en Gravity,
recién estrenado en noviembre de este año. Su objetivo es observar, por
primera vez, qué le sucede a las cosas justo antes de que se las trague un
agujero negro. “La gente piensa que un agujero negro es como una
aspiradora que lo absorbe todo, pero no es así”, explica De Wit. El objetivo
del experimento es demostrar que los agujeros negros no se tragan una
estrella entera, solo una parte. El resto se queda dando vueltas a su
alrededor por la fuerza gravitatoria y nunca cae. El momento de la verdad
llegará a finales de 2017. Justo entonces una estrella va a dar su última
órbita en torno al agujero negro del centro de nuestra galaxia, a unos
30.000 años luz. Es un fenómeno que permitirá hacer observaciones en
los límites de la física. “Es nuestra última oportunidad de probar si la
teoría de la relatividad de Einstein describe correctamente qué sucede en
el límite de un agujero negro”, razona Steffen Mieske, jefe de operaciones
científicas de ESO.
Otra de las especialidades del VLT es observar planetas fuera del sistema
solar, cuya existencia se ignoraba hace apenas 25 años. En la actualidad
hay casi 2.000 exoplanetas confirmados y la NASA estima que, solo en
nuestra galaxia, existen otros 1.000 millones de planetas similares a la
Tierra. Ya de noche, en el centro de control, la astrónoma de ESO Linda
Schmidtobreick habla por Skype con Nikolay Nikolov, de la Universidad
de Exeter, en Reino Unido. Esta noche Linda es la operadora de uno de los
telescopios del VLT y se encarga de dirigirlo hacia el exoplaneta que
Nikolay quiere observar. Está a 1.000 años luz y es muy, muy extraño. “Tiene la atmósfera más
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neblinosa que se conoce y está muy caliente, a 1.200 grados kelvin [926 grados centígrados]”, explica
Nikolay desde la pantalla del ordenador. Por delante tienen cinco horas de observación en las que el
VLT captará una luz emitida hace 1.000 años, cuando Europa estaba en lo más oscuro de la Edad
Media. Gracias en parte al VLT se han podido observar muchos otros planetas extrasolares, desde
mastodontes varias veces mayores que Júpiter que orbitan estrellas enanas a planetas sin estrella que
vagan por el universo a la deriva.
Centro que alberga los telescopios del VLT. Las
temperaturas son extremas. El complejo, para 200 personas,
está construido bajo tierra / ESO
Afuera, en la plataforma de los telescopios, se ven tantas estrellas que las
manchas oscuras del cielo cobran una inquietante nitidez. Durante años,
los astrónomos se han preguntado si son simples espacios vacíos. Ahora
se sabe que no. En realidad son enormes nubes de polvo que absorben la
luz visible que hay detrás. VISIR, otro de los instrumentos del VLT, está
diseñado para captar luz infrarroja que sí traspasa esas manchas. Gracias
a instrumentos como estos sabemos que hay luz incluso en las partes más
tenebrosas del Universo.
A unos 20 kilómetros del VLT se yergue otra montaña con la cima plana: el cerro Armazones. Aquí se
va a construir el nuevo telescopio más grande del mundo, el E-ELT por sus siglas en inglés. Aunque la
crisis está retrasando los planes iniciales, se espera que empiece a funcionar en 2024. Para entonces
el VLT pasará a hacer grandes mapas del cielo nocturno que guiarán al E-ELT a los lugares más
interesantes. Si el VLT ha permitido observar atmósferas de planetas gigantes, el E-ELT podrá
sacarle fotos a planetas del tamaño de la Tierra en los que podría haber vida. Sin duda será la nueva
atracción estrella de este gran centro de investigación en mitad de ninguna parte
© EDICIONES EL PAÍS S.L.
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