Download ¿Hasta que se seque el Malecón?

Document related concepts
no text concepts found
Transcript
2
Sábado, 7 de mayo de 2016
La prensa no es aprobación bondadosa o ira insultante; es
proposición, estudio, examen y consejo. José Martí
¿Hasta que se seque el Malecón?

Por Carlos Alejandro
Rodríguez Martínez
([email protected])
P
UEDE que intentes el esfuerzo mayor. Puede que escondas la cabeza en un hoyo, como el avestruz. Y
será en vano. En el taxi, en la guagua, en el parque y hasta en centros culturales, cualquier música estridente descontrola
el bullicio de la ciudad.
Sucede que algunas gentes —choferes,
trabajadores gastronómicos, técnicos de
audios, ciudadanos comunes— tienen el
buen propósito (digamos) de «musicalizar»
la vida de los demás mortales. Pero de buenas intenciones, ya lo sabemos, también está
empedrado el camino del infierno musical.
Y a veces vale poco la pena analizar el
concepto tradicional de música; es decir, la
combinación coherente de sonidos y silencios basada en los principios de la melodía,
la armonía y el ritmo. Porque el género musical que sea puede convertirse en castigo
cuando uno está obligado, sin más remedio,
a oír «lo que suena». Claro está, la tortura
auditiva tiene gradaciones.
A mí, con perdón de los amantes legítimos de cierta música, me parecen tan punitivos Rudy La Scala como Kola Loka, a las
12:00 del día, en una guagua, bajo el sol, entre la multitud apilonada. Pero habrá —nadie
lo dude— quien no soporte la música clásica
o la canción cubana. Y habrá también quien
diga que ni una ni otra son apropiadas en un
camión intermunicipal. Y venga entonces el
pop norteamericano o los últimos temas de
The Voice.
Si bien en Cuba existen regulaciones que
pautan los decibeles máximos de la música
reproducida en espacios públicos no idóneos,
no existe ninguna norma que disponga qué
contenidos se deben —o pueden— amplificar
en esos mismos espacios. Es decir, en otras
palabras, que hasta ahora ninguna regla limita al chofer de una guagua o de un taxi particular para amplificar a todo volumen un tema
machista, racista, homofóbico o carente de los
más mínimos valores musicales.
En la era de la democratización tecnológica, donde los individuos disponen de sus
propios medios reproductores (celulares, tabletas, memorias, laptops…) y deciden lo que
escuchan y reproducen, el Ministerio de Cultura y la Unión Nacional de Escritores y Artistas de Cuba (Uneac) han dedicado atención
al tema del consumo musical en espacios
públicos. Recientemente, una de las vicepresidentas del Instituto Cubano de la Música (ICM) compareció ante el Noticiero Cultu-
ral para informar que su institución trabajaba
con denuedo en la creación de una pauta jurídica capaz de limitar el consumo público e
inadecuado de la música.
El lector quizá piense que ninguna persona y ningún organismo estatal pueden prohibir lo que uno prefiera escuchar en materia
musical. Y tiene razón si cree que el ICM no
podrá interferir en lo que cada cubano escucha entre las cuatro paredes de su casa. Pero
el ICM sí podrá —y debe hacerlo de una vez—
ordenar lo que unos y otros escuchan en la
calle, en los medios de transporte o en otros
espacios comunes.
Y aclaro que no se trata practicar una prohibición —que sería contraproducente, como
La papa caliente del bochorno
O
CURRIÓ el martes 26
de abril, en el Mercado
Agropecuario Estatal
La Mandarina. Hacía
21 días que no llegaba al lugar un
camión con papas. La última vez
hasta se hizo una lista para que los
consumidores pudieran adquirir el
tubérculo, pero en esta ocasión no
fue permitida. Al final, los listeros serían los más beneficiados.
El camión llegó cerca de las
11:30 a.m., media hora antes de
cerrar para el horario de almuerzo,
mas no había estibadores. Vecinos
del lugar ayudaron a descargar la
mercancía a sabiendas de que a
cambio recibirían su saco de papas.
De inmediato se formó la cola, aunque los allí presentes conocían que
debían esperar hasta las 2:00 p.m.
para poder comprarlas.
Al momento de abrir se formó
lo inesperado. Un guapetón llegó
con sus ínfulas del que más puede y desordenó la fila establecida.
Hombres y mujeres, en su mayoría ancianos, no pudieron contra el
«tipo», alguien que por sus fueros
dijo que no creía ni en su propia
madre y sería el primero en entrar,
arma blanca en mano. Nadie del
es tablecimiento supo reordenar

siempre—, sino de instaurar las más básicas normas de civilidad. Lo que se amplifique en tiendas, establecimientos gastronómicos particulares o estatales, edificios
públicos, y hasta en la radio y la televisión,
debe estar sujeto a la calidad de los productos musicales y a los contenidos éticos de
esos materiales. Y cada ciudadano debería
tener el derecho de demandar o quejarse a
unas y otras instancias ante la reproducción
de productos discriminatorios, banales, denigrantes o lo que sea.
Por otro lado, los propietarios particulares de medios de transporte o los cuentapropistas dueños de restaurantes y cafeterías deben comprender que al recibir la aprobación estatal para prestar uno u otro servicio, su vehículo o su salón se convierten en
espacios públicos. Y en teoría no pueden instaurar su dictadura musical alegando que ese
es su negocio, «y si no te gusta, vete». En la
práctica los comensales o los pasajeros, en
cualquiera que sea el caso, podrían oponerse a la reproducción de temas musicales groseros (como El chupi chupi, ¿lo recuerdan?)
o denigrantes (como Pollo por pesca’o, de
Kola Loka).
Ahora, habrá que estar atentos para ver
quiénes, con qué nivel de responsabilidad,
harán cumplir las normas jurídicas establecidas en el futuro cercano. Pues aunque ahora mismo el volumen máximo posible está
limitado según disposiciones del Ministerio
de Ciencia, Tecnología y Medio Ambiente
(CITMA), no aparecen noticias de ruidosos
infractores multados por el cuerpo de inspectores de cualquier gobierno municipal o provincial. ¿Alguien sabe?
En este instante parece que seguirán sonando en todas partes, indiscriminadamente,
las rítmicas estridencias del reguetón; cualquier cubano pondrá en las cuatro esquinas
de cualquier pueblo sus bafles, «a todo meter»; y cualquier chofer subirá al máximo a
Will Campa, notable especialista en denigrar
a la mujer. Y la paz de los silenciosos será
perturbada. Hasta un día (próximo), cuando
lleguen las normas y manden a parar, a disminuir, a respetar. Y para eso, digo yo, no hará
falta que se seque el Malecón.
Por Osmaira González Consuegra
([email protected])
aquello y durante la apertura para
iniciar la venta se mantuvo el tumulto frente a la puerta.
Nadie me lo contó. Lo viví personalmente. Vi a más de una persona salir con grandes jabas llenas del producto. Sobrepasaban las
diez libras reguladas. Verdadera
tentación para los especuladores.
Lo relatado hasta aquí, si bien
no fue exactamente igual, tuvo similares expresiones en los 13 puntos de la ciudad de Santa Clara establecidos por Acopio para la distribución de la papa, una vianda altamente demandada y cuyos índices
productivos no cubrieron las necesidades de consumo. Incluso, se
incumplió la cifra de las 4000 toneladas que debían ser distribuidas a
la población.
Por ser de balance nacional, 416
toneladas de papa fueron destinadas a la capital del país, otras 750
al turismo y 150 al consumo estatal. Significa que lo destinado al pueblo resultó insuficiente. Muchos
aclamaron que se vendiera por las
placitas, a través de la libreta de
abastecimiento, pero con esos nú-
meros tampoco hubiera sido posible llegarles a todos los consumidores.
Con el cierre de la cosecha culmina la distribución, y quien no pudo
adquirirla deberá acudir a esos que
se la llevaron por sacos, para luego
revenderla en jarros a precios exorbitantes.
Santa Clara resultó el municipio
más beneficiado, contrario al resto
de los territorios, donde en muchos
ni siquiera llegó el tubérculo. Además de la capital provincial, únicamente en Santo Domingo y Sagua
la Grande se vendió un porciento
mínimo de lo cosechado.
Ojalá la experiencia de esta contienda sea tomada en cuenta para
el venidero año. No se puede predecir con antelación cómo se comportará la naturaleza cuyos efectos
negativos limitaron el proceso de
siembra en esta etapa que culmina. Tampoco se puede asegurar
que la distribución satisfaga la demanda, aunque sí se podrán tomar
medidas para que la venta de papas no sea tan bochornosa como
lo fue en esta oportunidad.