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Las Ciencias del Siglo XIII
Náutica
Posiblemente uno de los mayores servicios hechos por los árabes a la
cultura sea la transmisión a Occidente de los diversos elementos técnicos,
de arquitectura naval (vela latina y timón de codaste), astronómicos
(determinación de coordenadas) y geográficos (cartas náuticas), que iban a
permitir la navegación Atlántico adentro. En el momento que conquistaron
el Próximo Oriente, sus conocimientos, escasos en estas materias, pudieron
acrecentarse rápidamente ya que con las costas del Líbano, la antigua
Fenicia, conquistaron la cuna de la marina mediterránea que, hasta aquel
momento, había surtido las filas de la armada bizantina y que ahora les
permitía crear a ellos su propia flota, primero de guerra y luego comercial,
que pronto adquiriría la hegemonía en el viejo mar de Roma.
Pero mayor trascendencia tuvo, la ocupación de costas orientales del Golfo Pérsico. Allí, en Siraf,
terminaba, la línea regular que unía este puerto a Cantón, aprovechando la periodicidad de los
monzones (del árabe mawsin, “fecha o estación fijada para hacer algo”).
Y si analizamos las etimologías de las palabras árabes que se refieren a la navegación veremos que son
persas: daftar, “derrotero” o libro de instrucciones para seguir las distintas derrotas; rahnamay, “carta
náutica”; jann, “rumbo”; qut al-yah, “polo”, etc. El propietario del barco (najuda) llevaba siempre a su
lado al capitán (rubban), que era el responsable de todo lo que le atañía a la navegación. Que los árabes
incorporaron toda esta organización y se aprovecharon de ella nos consta por los libros escritos con
anterioridad al siglo X por los comerciantes y marinos que habían viajado en la ruta de Extremo Oriente.
Que los geógrafos árabes de las costas carecía de todo tipo de regularidad y que los mares no tenían ni
forma de pájaro ni de taylasán queda claro a través de una anécdota que nos narra Maqdisi (375-898)
en la introducción de su Geografía: Sentado en la playa de Adén, al lado del viejo marino Abu Ali b.
Hazin, pregunta a éste por la disposición de los mares. Como contestación, “allanó la arena con las
manos y dibujó un mar que no tenía forma ni de taylasán ni de pájaro. Trazó sinuosidades de múltiples
entrantes y numerosas ensenadas. Luego dijo: “Ésta es la figura del Océano Índico. No tiene otra forma.
He dibujado sólo un esquema y he omitido los golfos y las ensenadas de poca importancia (…) He puesto
aquello en que no se discrepa y he dibujado los accidentes en que todos estamos de acuerdo (…)”
Y quienes están de acuerdo son los derroteros con que se auxiliaban en la navegación y que el propio
Maqdisi tuvo en sus manos. El paso siguiente lo constituyó el trazado de un mapa perfeccionado del
Océano índico que recogía las observaciones de sus marinos. Ese mapa es el que Ibn Mayid pudo ver.
Fue trazado en el año 1184 por Ismail b. Hasan b. Sahl b. Aban.
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En esa época se conocía en Occidente el mapamundi del Idrisi, que estaba dividido en “climas” en el
sentido de las latitudes y en “secciones” en el de las longitudes. Los “climas” habían sido ideados en
Babilonia y con el correr del tiempo llegó a concebirse como una división de la Tierra en zonas
delimitadas por uno de los paralelos tales que el día más largo del año en uno de ellos fuera a su vez,
también, x minutos más largo que el mismo día en el paralelo que delimitaba el clima inmediato al
siguiente.
El origen de las longitudes había quedado fijado ya en la Edad Antigua en las Islas Canarias. E Idrisi trazó
los once meridianos necesarios para delimitar diez secciones que cubrían la superficie de ecúmene.
Otros autores tuvieron cuidado en anotar al lado de cada topónimo la longitud y latitud
correspondientes, pero sin atreverse a trazar un cañamazo lo suficientemente denso que remplazase la
división de climas y secciones.
Es en Persia durante la dominación de los Ijlán, donde aparece el cañamazo geográfico astronómico. De
aquí que haya que pensar en un posible origen chino del mismo.
Y, efectivamente, se encuentra. El geógrafo Chu-ssupen, con el fin
de poder determinar de modo rápido las distancias que separan
dos puntos dados en el mapa o bien calcular superficies, tuvo la
idea de añadir a los mismos una cuadrícula. La transmisión hacia
Occidente de esta primitiva carta cuadrada pudo correr a cargo del
Marino Sanudo, Ruy González de Clavijo, Nicolo da Conti o de
cualquier otro de los múltiples viajeros, comerciantes y
embajadores que a partir de la época mongola recorrían a Asia.
Para el levantamiento del mapa de una cuenca hidrográfica es conveniente el empleo de la brújula. Los
chinos que fueron los primeros en conocer las propiedades del imán, creen que la brújula fue invento de
los extranjeros; luego, indio, persa, árabe o javanés. Cuando menos, así expresa Chu-Fu al decirnos que
fue empleada por primera vez en el mar de China en un barco que se dirigía de Sumatra a Cantón.
Los árabes conocían éste instrumento (posiblemente la brújula de cebo) en el siglo XI, pero guardaron el
secreto técnico del mismo, puesto que éste les facilitaba el comercio marítimo en detrimento de sus
competidores. Por eso sus textos no lo mencionan hasta la tercera decena del siglo XIII. Es entonces
cuando Muhammad al-Awfi, en su Yawami al-hikayat (Colección de narraciones), refiere que un capitán
perdido en el golfo Pérsico, en medio de un violento temporal, encontró su rumbo valiéndose de una
aguja en forma de pez, previamente cebada. Por su parte, Baylaq al-Qabyaqi en su lapidario titulado
Kanz al-tuyyar (Tesoro de los comerciantes que permite conocer las piedras preciosas), cuenta que en
un viaje que hizo por el Mediterráneo tenían la Meca como sur magnético, de aquí que para ellos la
aguja que indicaba el Sur se llamara alquibla o yanub. A diferencia de aquellos que navegaban por el
Indico, los cuales daban al mismo polo el nombre se Suhayl; con ello querían indicar que marchaban
hacia el Sur.
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Ibn Mayid, al tratar de estas cuestiones, distingue entre la
rosa de veinticuatro rumbos (jann) o javanesa y la de
treinta y dos árabe. No es de extrañar, que a mediados del
siglo XIII surja el primer derrotero del Mediterráneo,
italiano, publicado por Motzo y que integra las distintas
cuencas hidrográficas de este mar en un todo único. Y en
1270 aparece la primera cita de una carta náutica en el
Mare Nostrum, cuando Luis XI, hacia Túnez, navegando
hacia Túnez, se hace mostrar por el almirante en que punto
del mar se encuentra. La carta más antigua conservada, la
pisana, pertenece al último cuarto del siglo XIII.
Pronto el número de cartas se multiplica, y junto a las italianas surgen mallorquinas y una árabe del
Mediterráneo Occidental, compuesta alrededor del año 1330, una época en que tanto la marina
marroquí como la granadina estaban en pleno auge y los almirantes Ibn Kunas e Ibn Salvador daban que
hacer a las flotas cristianas que cruzaban el estrecho. Cabe también, atribuir a los vizcaínos el
levantamiento de las costas del Cantábrico, haya que poner en el haber de los árabes de occidente,
marroquíes y granadinos, la reunión en un solo mapa de las costas del Atlántico. Así, cuando los
mallorquines y los genoveses se lanzaron a descubrir las Canarias, tenían ya información previa facilitada
por los mismos árabes. Por otro lado, los árabes habían incorporado a los buques la vela latina, y con
ella el navegar de bolina, cuya primera descripción escrita da Ibn Awal, quien la había visto emplear en
el siglo X en el delta del Nilo.
En cuanto la aparición de las primeras cartas náuticas portuguesas (siglo XV) pueden ponerse en relación
con el magisterio de Ribes, así como un siglo después (1500) será el español Juan Faras, al servicio de
Portugal, quien hará experimentos acerca de la navegación astronómica. La misma consiste en referirse
al sol de día y de noche a la Polar, permitiendo así una determinación exacta de la latitud. Las del primer
tipo exigían la utilización a bordo de almanaques en que constara la declinación del Sol y de
instrumentos apropiados para determinar la altura-astrolabio, cuadrante o ballestilla- y cartas con
graduación en latitudes y longitudes que permitieran fijar el punto de observación. Estas cartas náuticas
existían en el Índico pero no en Occidente, en donde las primeras conocidas con graduación de latitudes
son obra de portugueses o realizadas por encargo de éstos.
Las influencias árabes que trascienden a los marinos de la península son las
siguientes: introducción de la brújula, derroteros, carta náutica, ballestilla,
y del timón de codaste y de la vela latina; adopción en las cartas de los
módulos de 56.66 millas al grado adoptado alrededor de 1327, valor
establecido por los astrónomos de al-Ma´mun; el de 66.66 establecido por
Juame Ribes a principios del siglo XV, que deriva de Abu-l-Hasan Ali, y el de
75 millas de Ibn Jurdadbih, reproducido por Idrisi; utilización por
Cadamosto de la lanza como medida angular que se empleaba en el Indico
como mínimo desde el siglo XIII y en los textos de astronomía desde el X; la
determinación de la latitud por observación de las guardas, y la utilización
de las tablas de declinación solar en las vecindades del Ecuador-los marinos
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del Indico cruzaban éste desde varios siglos antes que los del Atlántico-, a las que llegaron los
portugueses en 1471. El que el Almanaque de Abraham Zacuto tenga por radix el año 1473 apunta a que
este astrónomo español fue el encargado de calcularlas. Ahora bien: no todas las tablas empleadas
tuvieron la misma fuente, y así las declinaciones solares las tablas de Pedro el Ceremonioso y las
empleadas por Colón derivan de las Ibn al-Kammad, en una redacción distinta de la latina conservada en
la Biblioteca Nacional de Madrid y que tal vez sea la española descubierta por Beajouan; como tampoco
se puede referir a Ibn al-Kammad la tabla de declinación inserta por Alfonso X en Los libros del saber de
astronomia.
Fuente: Las Ciencias en el S. XIII y siguientes.
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