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“Una mirada más allá de la relación médico de vuelo y tripulante aéreo”
Yamil Antonio Diab Forero
Especialista Medicina Aerospacial
Hace pocos días, dando el acostumbrado vistazo matutino a la página web de la
Sociedad; me he topado con un artículo procedente de un piloto, en el que de manera
coloquial, dejaba claro, a mi modo de ver, uno de los grandes obstáculos en el buen
devenir de la medicina aeroespacial. Y vinieron a mi una serie de pensamientos.
En mi corta experiencia médica con personal de vuelo, en tres países distintos del orbe,
no ha dejado de llamar mi atención, que a pesar de las diferencias culturales y
comportamentales que puede suponer el situarse en tal o cual hemisferio, el haber
nacido antes de los 70´s o después, o el trabajar para una compañía u otra o ser
independiente, siempre existe un común denominador: la relación médico de aviación paciente, cuando de personal de vuelo se trata, deja mucho que desear. Las sonrisas van
y vienen, pero el trasfondo tiene mucha mas tensión de la que se logra observar.
Desconozco si alguna vez alguien, mas allá de reconocer esta penosa circunstancia, se
ha planteado la causa de esta situación. ¿Tendrá que ver con el sentimiento de
superioridad del que adolece el gremio médico en el mundo entero, en todas las
especialidades, hecho manifiesto en este caso en particular, en el poder que le otorga su
investidura como AME, de dar o no un apto?, y ¿puede esto reflejarse en una postura
odiosa y policiva frente al paciente, generando en él algo bastante diferente de la
imprescindible confianza? El hecho de que el concepto de aptitud deba fundamentarse
en una reglamentación, con principios más o menos similares a nivel internacional,
retiraría, desde la sensatez, cualquier posible justificación del primer postulado. Sin
embargo, es posible que la sensatez no sea la que reine en la referida situación. El ego
médico es un hecho cuya importancia no se debe minimizar, y nos puede dar luces ante
las preguntas planteadas. Es claro que debe existir, pues es un hecho que ha permitido
el desarrollo del que disponemos actualmente; pero no debe sobredimensionarse, y
mucho menos, invadir ese recinto en el que el paciente entra para poner sobre la mesa
su individualidad.
La situación se plantea de dos posibles maneras: una, puede ser la del médico que es
amable en el trato con su paciente, pero que no escucha, o igual, no da la oportunidad de
que el paciente hable. El tiempo juega aquí un papel fundamental. Dedicar el tiempo a
la otra persona, ponerse al servicio del otro. Este es uno de los puntos básicos para
lograr entablar alguna relación. Sostiene sobre si la capacidad de interacción y
generación de confianza, y es sin embargo uno de los más abandonados. Es a la vez el
que permitirá la juiciosa exploración física, antecedida por la anamnesis, y que en el
campo particular de la medicina para personal de aerolíneas en la medicina
aeroespacial, resulta tan importante, dado que se trata en su mayor parte del ejercicio de
la medicina preventiva. En este escenario, hay que ver mas allá de lo evidente, captar
esos sutiles cambios que, de no intervenir, se harán cada vez mayores; y esto no se
consigue con el escritorio en el medio. Cierto es que explorar minuciosamente cada
sistema sería difícil, especialmente en el contexto de los servicios médicos con alto
volumen de pacientes. Pero no quiere decir que haya que ir al otro extremo y dejarlo
todo a lo que, en el hipotético caso que suceda, mencione el paciente.
Esta es la otra cara de la situación. El paciente, quién en algunas circunstancias
conociendo, en otras no, que algo anda mal, se presenta ante el AME para ver
determinada, en unas horas, su aptitud de vuelo. Surge entonces otro elemento que se
entromete en la ya dificultada relación: El ego del paciente. Bien piloto, o bien auxiliar
de vuelo. Las compañías suelen asignar un tiempo a su personal para la realización del
reconocimiento médico. Sin embargo, de preguntar a la mayoría de los pacientes que
acuden en una mañana a la evaluación, qué es lo más importante que hará en el día, con
seguridad el evento que ahora interesa, estará relegado a posiciones distantes de la
principal. El tiempo que toma el reconocimiento en ocasiones se traduce en un
obstáculo para realizar otras actividades. Entonces el tan trajinado enemigo a vencer, se
ve ya no solo recortado por una parte de la situación, sino también por la otra. Ambos,
médico y paciente, quieren salir de este asunto rápido. Son como una pareja en trámite
de divorcio, cada uno con sus propios intereses: de un lado, el no ver negado el aval
médico para hacer efectiva su licencia de vuelo, o bien no ver recortado el plazo
determinado para volver a tan poco agradable cita; y del otro: cumplir con la labor
inspectora, y sugerir, a partir de lo poco que se logre ver en el corto tiempo, tal o cual
estudio, o tal o cual cambio de conducta, o bien aplicar el rigor de la regla y negar una
aptitud de vuelo, o limitar el tiempo para la siguiente evaluación, de estar esto
justificado.
En este escenario, se desarrolla la situación. El paciente que ingresa al despacho del
médico lleva sobre sí algo de tensión. Ha identificado algunas cosas que le inquietan
con respecto a su salud, o simplemente se ha sentido en perfectas condiciones.
Seguramente no ha llevado consigo una lista de chequeo, como es de esperar en
cualquier persona normal, con los puntos preocupantes o con los que desconoce, y se
involucra en el desarrollo de la consulta. Al salir disipa su tensión, conversa con
algunos compañeros de trabajo y sale. Probablemente no tenga muy claro en su
memoria reciente el transcurrir de la rápida entrevista. Puede haber sido o no explorado
físicamente de manera juiciosa. Puede recordar que había algo que quería comentar, o
preguntar sobre aquel síntoma que se ha hecho frecuente, o sobre el medicamento que
ha decidido empezar a usar por consejo de un amigo, o puede ser plenamente conciente
de su deseo de no expresar nada ante aquel “juez” que puede retirarle las facultades de
ejercer su licencia. Puede que su sobrepeso, o su hipertensión, o sus soplos cardiacos, o
su pequeña masa abdominal hasta ahora ocultos, no hallan sido explorados o hallan sido
pasados por alto por el médico. Igual, el paciente continuará su camino, satisfecho por
el éxito de la preconcebida ocultación, o con el recuerdo de eso que la tensión de la
situación le hizo olvidar mencionar. De todos modos, ya vendrá un nuevo
reconocimiento y entonces, dependiendo de lo que suceda, seguro no se olvidará.
Descrito así el panorama predominante en buena parte de los casos, sin querer decir que
todos se presenten de la misma manera, cabría interrogarse acerca de la posible
solución. Una que optimice la calidad del sistema de evaluación, y que golpee lo menos
posible la eficiencia desde el punto de vista financiero; condicionante desafortunado,
pero imprescindible. Una que permita que la relación médico – paciente, pase de ser
símil de una pareja en divorcio, a una eficiente y pro activa institución matrimonial.
El problema contiene la solución. Y al dar un vistazo se insinúan algunas pistas claras.
Una: el abandono de la superdimensión del ego médico. La vuelta a esa razón que nos
llevó a la escuela de medicina en principio. El resurgir de la actitud de servicio por el
otro, de poner no solo la reglamentación, sino el arte y el profesionalismo del acto
médico. De recordar también, que de lo que se trata es de hacer medicina preventiva
primero, y terapéutica después. Otra, la conciencia por parte del paciente de la
necesidad de cambiar el rol de “juez” del médico examinador, al rol de consejero
cercano, de confidente interesado por la conservación óptima de su estado de salud. Y
una más, sustentada en el tiempo. A cada caso, el necesario. Brindando una
conversación agradable, pero que no pierda su horizonte. Permitiendo una exploración
justa de los sistemas, con los sentidos abiertos y dispuestos a enterarse de esas
alteraciones grandes o pequeñas, o de esa deseada ausencia de enfermedad. Tiempo
también, que debe ser destinado responsablemente por el paciente para tal fin, sin prisas
de origen externo, haciendo manifiesto de este modo el interés por su propio estado de
salud, el compromiso con su trabajo, con su compañía, consigo mismo y con los demás,
que en fin último serán quienes perciban las consecuencias derivadas de su buen o mal
estar.