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lectura
página uno
HOJAS SECAS
por César Anguiano*
Los árboles de rosa morada estaban en flor cuando salí de Colima. Me
pesaba dejar atrás una ciudad a medias lila y rosa. Las calles y los
camellones, aún los peor cuidados, estaban cubiertos de flores muertas.
“Es posible que a donde voy no haya tantas flores”, pensé. No me
imaginaba que acá, en el lugar donde vivo ahora, iba a encontrar rosas
moradas en su verdadero hábitat.
No podía pensar en nada cuando dejé la ciudad, excepto que tenía que
partir. De lo único que me daba cuenta era que las avenidas estaban
cubiertas de hojarasca, que el aire era seco, como si estuviéramos ya en
semana santa. Casi no había vehículos circulando, o tuve esa impresión
porque nadie salía a despedirme. No había multitudes sacudiendo
banderitas para decirme adiós. Pero no me preocupaba por eso; en
realidad iba pensando en un poema chino que había leído hacía más de
quince años, en uno que habla de la hojarasca y la separación. He
olvidado el nombre de la poeta, sólo sé que existió en el siglo XII o XIII de
nuestra era, que tenía trece años cuando escribió sus primeros versos
inolvidables.
La habían separado de sus padres para llevarla a vivir a palacio. Debió
haber sido una niña prodigio, una niña rara, y eso le valió el honor de ser
llevada lejos de casa. Dicen que lloraba mucho, al principio, en los
complejos palaciegos, que lloraba tanto, de hecho, que muchos se
preguntaban qué era lo que de particular tenía esa niña llorona para
merecer el honor de vivir cerca del emperador. A punto de ser expulsada
de la cercanía del amo del mundo, alguien le dio la oportunidad de
componer un poema para demostrar su talento. Ella pudo no haber
escrito nada para regresar a casa, o pudo haber escrito un mal poema.
Pero el orgullo de su familia dependía sólo de ella, así que escribió esto, o
algo no del todo diferente, en su propio idioma:
En el pabellón del adiós
el viento juega con las hojas secas.
En el templo de la separación,
los tordos se dispersan en un instante.
Sobre la encrucijada de las despidas,
el viento desgarra y desvanece las nubes.
¿Por qué el hombre
no es como los gansos salvajes
que juntos hacen su camino?
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sala de
lectura
página dos
En fin, iba pensando en eso versos cuando salí de Colima, una vez más. Ya había ido y venido demasiado como
para comprender que la metáfora entre la hojarasca y el hombre es impecable, que no hay siquiera necesidad
de inventarla, sino que nos salta a la vista por sí sola una y otra vez.
Los cerros de La Salada parecían desnudos de tan secos, había millones y millones de hojas entre las raíces de
los árboles y los arbustos, esperando la lluvia para terminar de deshacerse.
Ignoro a qué se deba la voluntad de durar, de permanecer que aqueja al hombre, pero supongo que era debido
a ésta que sufría: quería durar, quedarme, como todos, y sin embargo me iba, y ahí estaban las flores de las
rosas moradas que caían y la hojarasca, recordándome que la suerte del hombre no es mejor. Me moría de
alguna manera, pero había también cierto perverso gusto en morir, en partir. Acaso tienen razón quienes dicen
que la muerte es un nuevo nacimiento.
Al bajar La Salada, ya en el valle de Tecomán, el tráfico se detuvo. Había policías desviando los autos, federales
de camino y una ambulancia con su luz naranja brillando en la distancia. “Hay heridos”, pensé, pero no había
heridos. Había dos muertas. Una mujer y una niña de entre seis y ocho años. Aunque no podría asegurar qué
edad tenían, pues estaban cubiertas con sábanas y sólo eran visibles sus pantorrillas. Había una bolsa de guajes
regada en la carretera, o no sé si se llamen guajes, pero en todo caso eran vainas cuyas semillas son comestibles.
Alguna vez, siendo niño, alguien me dijo que tales vainas sólo las comen los indios. Así que esas dos mujeres
muertas debieron haber sido indias, o pobres, o ambas cosas. Cuando pasé con mi auto justo por el lugar del
accidente, traté de no mirar.
Cuando tenía veinte años vi a un niño atropellado al borde de una autopista. Igual que las dos mujeres, tenía
una sábana encima, sólo eran visibles sus pequeños pies desnudos. Había caído sobre la hierba. En lugar de
guajes había una canasta y pan regado en la carretera. Era un niño que trabajaba. A veces me pregunto cómo
era su cara, me lo imagino reidor con su bicicleta y su canasta de pan en la cabeza, yendo y viniendo sin dejar de
sonreír. Ignoro cuánto tiempo pudo hacer esto, hasta que un imbécil que llevaba prisa lo sacó del camino para
siempre. Cuando pasé junto a las dos mujeres muertas me dije que no debía mirar si no quería recordarlas
también, igual que al niño. Pero alcancé a ver sus piernas, los guajes, las flores de las rosas moradas que
continuaban cayendo, aún entre las palmeras. ¿Y si yo fuera el muerto, me pregunté, y ellas fueran las que
miraran mi cuerpo inerte sobre el asfalto? “Miren dirían algunos al pasar, el señor ése usaba lentes.” Y seguirían
su camino. Casi todos se pondrían a pensar qué suerte tan grande es llegar salvo a casa, otros simplemente
continuarían, y aún otros, los menos quizá, se pondrían a pensar que no somos nada, simple hojarasca que
arrastra el viento.
Expresión
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sala de
lectura
página tres
En fin, como todo mundo continué mi camino. Tres horas de viaje desde mi antigua casa hasta el hotel en la
playa en que trabajo ahora. Confieso que me daba tristeza alejarme de los árboles de primavera, de las rosas
moradas y las parotas de Colima. O quizá no era de eso de lo que me pesaba alejarme, sino de otra cosa que no
alcanzo a definir. Amar una ciudad sólo por sus árboles no es amarla. Algo se quedaba allá, algo que no tenía y a
lo que, sin embargo, me dolía renunciar. O lo que me dolía, tal vez, era ese dolor de ir y venir. Saber que a mitad
de uno de mis viajes, terminaría como el niño de la bicicleta y su canasta de pan, como las dos mujeres que
comían guajes: tirado, al borde del camino. Pero nada me detenía, los libros no son una razón suficiente para
quedarse y el auto, mi otra única propiedad, es más bien una invitación a un viaje sin fin. Quedarse duele, lo
mismo que partir. Y yo me iba. Sólo que durante un viaje pueden resultar muchas cosas. Y yo no dejaba de
pensar, al tiempo que conducía, en muchas no tan remotas posibilidades.
Hay un poema cubano tan bueno como el de la niña china, o como el de “A las cinco de la tarde”, de Lorca. Lo
escribió Virgilio Piñera, un hombre a quien el viento arrastró también por todas partes. También lo cito de
memoria, tengo la excusa de vivir lejos, muy lejos de mis libros:
Si un día me muero en la carretera, no me pongan flores.
No me pongan flores, si un día me muero en la carretera.
Si en la carretera me muero un día, no me pongan flores.
No me pongan flores, si en la carretera me muero un día.
Si en la carretera un día me muero, flores no me pongan.
Flores no me pongan, si un día en la carretera me muero.
Si en la carretera un día me muero, pongan me no flores.
Pongan me no flores, si en la carretera un día me muero.
No flores me pongan, si día me muero un en la carretera.
Si día me muero un en la carretera, no flores me pongan.
Día carretera muero si me un en la, flores pongan no me.
Flores pongan no me, día carretera muero si me un en la.
Si un día en la carretera me muero, flores no me pongan.
Si un día me muero en la carretera, no me pongan flores.
Algo, alguien se murió aquel día en la carretera, además de aquellas dos mujeres cuyos cuerpos fueron
cubiertos con sábanas blancas. Pero algo también renació, o nació por vez primera.
Durante las tres horas que duró el viaje miré árboles, palmeras y rosas moradas en flor. Y cuando llegué a mi
nueva casa, me encontré con la sorpresa de que aquí también crecen todos esos árboles y aún muchos otros.
“Así que después de todo no echaré de menos esas cosas”, me dije.
Para obligarme a mirarlas, para obligarme de algún modo a continuar el viaje que es la vida, recorro por las
mañanas los senderos alrededor del hotel. Aquí en Careyes todos los caminos llevan al mar. Y siempre, también,
atraviesan la selva. A veces están cubiertos de bruma; sobre todo cuando sale el sol, o un poco antes. Y hace frío,
cosa curiosa, aún estando tan cerca del océano.
Las aves graznan, invisibles, en lo espeso de la maleza, y hay lianas que penden de los árboles; cangrejos que
viven a doscientos metros del agua, en sus madrigueras, esperando, igual que los árboles sin hojas, la lluvia;
aves azules que no había visto nunca, ni siquiera en libros.
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sala de
lectura
página cuatro
Me da gusto darme cuenta que la vida tiene siempre nuevas pequeñas cosas que ofrecernos. Y otras no
tan pequeñas; como el hecho de descubrir, por fin, la gracia con que caen las flores de las rosas moradas
al desprenderse del árbol. Es incomprensible que no me haya dado cuenta de esto sino hasta ahora,
después de vivir cuarenta años rodeado de esos árboles. ¿O será que en Colima las rosas moradas son de
otra variedad cuyas flores no giran al caer? ¡Qué increíble que no me haya dado cuenta antes! ¡Qué
maravillosa manera de descender en medio de la selva semivirgen! Ignoro si la niña china del siglo XII
tenía conocimiento de flores que caen con esa gracia; como en un suave vuelo giratorio, más semejantes
a girándolas o hélices color rosa o lila que a flores. Dudo mucho que un día se haya detenido en medio del
bosque, rodeada de graznidos, de los ruidos de pequeños pasos sobre la hojarasca, para ver el
espectáculo de una flor que vive su apoteosis justo en el momento de caer. Si hubiera tenido esa suerte,
seguramente habría escrito un poema sobre el arte de morir con gracia y en soledad, y no sobre las hojas
secas, los adioses y la separación.
Aunque es lo mismo, quizá, escribir sobre flores rotas que simplemente caen, que sobre flores que
descienden en semivuelo. Porque cualquier flor es igual a otra, y los guajes, y las hojas secas, las mujeres
y los niños, las canastas de pan, los hombres que dejan su tierra, todo ha de acabar, de cualquier modo
fuera del camino. Si se tiene suerte, con una sábana blanca encima, si no, simplemente abandonado a su
suerte, libre como las hojas:
Oh libertad vegetal, única libertad terrestre.
Solía decir el buen Apollinaire.
César Anguiano Silva (Alcaraces, Colima, México,
1966). Novelista y poeta.
Estudió la maestría en lengua y literatura
hispanoamericana en la Universidad de Colima. Ha
escrito A la deriva (novela), Cara de perro (novela),
Poemas a Safo (poemas), Vengando a Pessoa (obra de
teatro) y El país de los escarabajos (novela).
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Un sueño hecho realidad
por Lourdes Feria Basurto*, Ma. Gregoria Carvajal Santillan*, Marco Antonio Jauregui Medina*
Biblioteca de Ciencias “Miguel de la Madrid Hurtado”
En la noble tarea de poner a la disposición de los usuarios los recursos
de información, la gratificante labor de auxiliar a las personas
que acuden a buscar distintas informaciones, con
diversos enfoques y niveles de profundidad,
estamos viviendo lo que hasta hace unos años
era apenas un sueño: la posibilidad de visitar las
principales bibliotecas de Estados Unidos o de
Francia o Argentina o de cualquier otro país del
mundo o, igualmente, la posibilidad de consultar las
colecciones completas de las revistas científicas más
importantes del orbe, o pasear por las galerías de los
museos más famosos, u obtener una copia de un texto
cuyo original se encuentra a miles de kilómetros de
nuestra ubicación; todo esto en una sola sesión de
trabajo y sin movernos de la comodidad de nuestro
asiento en la sala de consulta de una biblioteca.
Características de un sueño materializado
“La Biblioteca Electrónica de la Ciencia” (inaugurada el 1 de junio
de 1995) es un moderno complejo universitario de servicios de
información orientado a la atención tanto de los propios estudiantes,
docentes e investigadores locales, como del resto del país.
Esta biblioteca tiene como propósito fundamental permitir el acceso
“en línea” (a través de la computadora) a la información referencial
o documental existente en la misma biblioteca o en otras instituciones
del país o el extranjero.
Esto ha implicado un importante equipamiento de cómputo y de
telecomunicaciones, así como de un servidor de 300 drives para discos
compactos y un servidor de archivos de gran capacidad, tanto de
almacenamiento como de memoria. El edificio ha sido cableado
de tal manera que es posible la transmisión de datos a una velocidad
aceptable, dado que se manejan un gran número de imágenes a través
de medio magnético y óptico magnético, así como conexiones
Internet para todos los equipos. La distribución espacial de los tres mil
metros cuadrados de superficie construida, en tres plantas, ha sido
pensada para albergar las siguientes áreas:
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Sala de consulta automatizada,
dotada de estaciones de trabajo
con equipo multimedia para
consulta en red. Todas las
computadoras cuentan con su
respectiva unidad de lectura de
disco compacto, audífonos y
bocinas. Posee la capacidad de
brindar servicio a 120 usuarios
simultáneamente.
Áreas dedicadas a acervo, que
comprenden espacios destinados a
textos electrónicos y CD-ROM,
colecciones bibliográficas,
hemeroteca y mapoteca.
Fonoteca para veinte usuarios.
Cuarenta y cuatro cubículos
individuales y diez cubículos para
trabajo en grupo con capacidad
para diez personas; están en
servicio para investigadores y
tesistas. Todos los cubículos se
encuentran equipados con una
terminal Internet.
Unidad de congresos con dos
salas audiovisuales, un salón de
usos múltiples y un auditorio con
capacidad para 250 personas, así
como un área de exposiciones, ya
que la biblioteca ha sido
concebida como un centro tanto
de acceso a la información, como
de intercambio y generación
permanente de conocimientos
incluso de la región
latinoamericana.
·Consulta en línea:
o
SIABUC
o
Internet
·
Red Inalámbrica
·
Visitas guiadas
·
Asesoría en utilización de
recursos de información
·
Impresión de documentos
·
Sala de lectura
·
Sala de lectura informal
Servicios
·
Sala de consulta a Internet
Capacidad para 330 personas,
con servicios de:
·
Cubículos individuales
·
Cubículos grupales
·Préstamo
·
Fotocopiado
·
Salas audiovisuales
·
Sala de usos múltiples
·
Auditorio con capacidad
para 250 personas
Interno de material
bibliográfico y documental
·Préstamo
externo de material
bibliográfico y documental
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·
Explanada para exposiciones
Infraestructura de Cómputo
Cuenta con 130 computadoras disponibles a los usuarios.
Acervo
Cuenta con un acervo de material bibliográfico que consta de:
·13,615 títulos y 17,701 ejemplares de libros
·19 títulos de revistas de suscripción y 276 de intercambio o
donación
·8 colecciones especiales
·277 CD-ROM
·88 videos
·46 tesis (40 de licenciatura, 5 de maestría y 1 de doctorado)
·14 mapas
Para mayor información, visita:
http://www.scielo.br/pdf/%0D/ci/v26n2/v26n2-8.pdf
*Lourdes Feria Basurto
[email protected]
*Maria Gregoria Carvajal Santillan
[email protected]
*Marco Antonio Jauregui Medina
[email protected]
Universidad de Colima, Coordinación General de Tecnologías de Información
Dirección General de Servicios Bibliotecarios