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TEXTO DE SELECTIVIDAD DE I. KANT
Fundamentación de la metafísica de las costumbres
CAPÍTULO 1: Tránsito del conocimiento moral vulgar de la razón al
conocimiento filosófico.
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1
Ni en el mundo, ni, en general, tampoco fuera del mundo, es posible pensar nada
que pueda pensarse como bueno sin restricción, a no ser tan sólo una buena
voluntad. El entendimiento, el gracejo, el juicio, o como quieran llamarse los
talentos del espíritu; el valor, la decisión, la perseverancia en los propósitos, como
cualidades del temperamento, son sin duda, en muchos respectos buenos y
deseables; pero también pueden llegar a ser extraordinariamente malos y dañinos si
la voluntad que ha de hacer uso de estos dones de la naturaleza (...) no es buena. Lo
mismo sucede con los dones de la fortuna. El poder, la riqueza, la honra, la salud
misma y la completa satisfacción y el contento del propio estado, bajo el nom bre de
felicidad, dan valor, y tras él, a veces arrogancia, si no existe una buena volun tad
que rectifique y acomode a un fin universal el influjo de esa felicidad y con él el principio todo de la acción ( ... )
En la Fundamentación Kant se plantea cuál es el principio supremo de la
moralidad y presenta la buena voluntad como el único bien absoluto y sin restricciones,
es decir, sólo la buena voluntad es algo bueno de una manera absoluta.
Ninguno de los talentos ni de las cualidades personales puede ser bueno por sí mismos,
ya que cualquiera puede convertirse en malo en función de la manera en que los use. Además,
ninguno de los dones que nos ha otorgado la naturaleza o la fortuna, como la salud, el poder, la
fama o la riqueza, aporta un valor moral a las acciones, ni refuerza el valor de la persona, ni le
aporta una felicidad consistente. Es la buena voluntad la que debe encauzar, preparar y
ordenar todos nuestros poderes para orientarlos al fin universal del comportamiento moral.
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La buena voluntad no es buena por lo que efectúe o realice, no es buena por su
adecuación para alcanzar algún fin que nos hayamos propuesto; es buena sólo por el
querer, es decir, es buena en sí misma. Considerada por sí misma, es, sin
comparación, muchísimo más valiosa que todo lo que por medio de ella pudiéramos
verificar en provecho o gracia de alguna inclinación y, si se quiere, de la suma de
todas las inclinaciones. Aun cuando, por particulares enconos del azar o por la mezquindad de una naturaleza madrastra, le faltase por completo a esa voluntad la
facultad de sacar adelante su propósito; si, a pesar de sus mayores esfuerzos, no
pudiera llevar a cabo nada y sólo quedase la buena voluntad -no desde luego como
un mero deseo sino como el acopio de todos los medios que están en nuestro poder-,
sería esa buena voluntad como una joya brillante por sí misma, como algo que en sí
mismo posee su pleno valor. La utilidad o la esterilidad no pueden ni añadir ni
quitar nada a ese valor (...)
La obra de Kant introduce una variedad con respecto a la tradición: a diferencia de todas
las éticas materiales, se presenta como una ética formal en la que el hombre no puede
ordenar la acción moral hacia un bien mediatizado por un contenido; la bondad no
consiste en los contenidos ni en los fines de la acción.
Por lo tanto, la buena voluntad, buena en sí misma, se determina sólo por el
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querer. Su valor no procede de la utilidad ni de los resultados. En la moralidad de las acciones
no pueden intervenir las inclinaciones, ni los sentimientos, ni las emociones, ni los resultados. El
sentido universal de la moralidad radica en la razón, es decir, en el carácter racional del
ser humano.
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Para desenvolver el concepto de una voluntad digna de ser estimada por sí misma,
de una voluntad buena sin ningún propósito ulterior, tal como ya se encuentra en el
sano entendimiento natural, sin que necesite ser enseñado, sino, más bien explicado,
para desenvolver ese concepto que se halla siempre en la cúspide de toda la
estimación que hacemos de nuestras acciones y que es la condición de todo lo demás,
vamos a considerar el concepto del deber que contiene el de una voluntad buena, si
bien bajo ciertas restricciones y obstáculos subjetivos, los cuales, sin embargo, lejos
de ocultarlo y hacerlo incognoscible, más bien por contraste lo hacen resaltar y
aparecer con mayor claridad.
Kant necesita explicar el sentido que tiene la buena voluntad por sí misma. Lo que la
aleja de las necesidades, de los deseos o de las inclinaciones meramente individuales es la
relación necesaria que ha de tener con el deber puro, sin contenido.
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Prescindo aquí de todas aquellas acciones conocidas ya como contrarias al deber,
aunque en este o aquel sentido puedan ser útiles; en efecto, en ellas ni siquiera se
plantea la cuestión de si pueden suceder por deber, puesto que ocurren en contra de
éste. También dejar a un lado las acciones que, siendo realmente conformes al deber,
no son de aquellas hacia las cuales el hombre siente inclinación inmediatamente;
pero, sin embargo, las lleva a cabo porque otra inclinación le empuja a ello. En
efecto, en estos casos puede distinguirse muy fácilmente si la acción conforme al
deber ha sucedido por deber o por una intención egoísta. Mucho más difícil de notar
es esa diferencia cuando la acción es conforme al deber y el sujeto, además, tiene
una inclinación inmediata hacia ella. Por ejemplo: es conforme al deber que el
mercader no cobre más caro a un comprador inexperto; y en los sitios donde hay
mucho comercio, el comerciante avisado y prudente no lo hace, en efecto, sino que
mantiene un precio fijo para todos en general, de suerte que un niño puede comprar
en su casa tan bien como otro cualquiera. Así, pues, uno es servido honradamente.
Mas esto no es ni mucho menos suficiente para creer que el mercader haya obrado
así por deber, por principios de honradez: su provecho lo exigía; (...)
Para explicar la relación existente entre la buena voluntad y el deber, no es necesario
considerar las acciones que son contrarias al deber, porque éstas no son susceptibles de ser
consideradas como acciones morales, como vemos en el ejemplo del comerciante que, al cobrar
precios abusivos, no actúa de una forma moral.
Hay acciones que son conformes al deber y que el individuo no tiende a
mantener de forma natural. Así, por ejemplo, el comerciante que no cobra precios abusivos,
pero lo hace sólo porque en la zona hay mucha competencia y tiene que mantener la clientela;
no actúa de una forma moral, ya que dejará de cobrar los precios justos cuando las
circunstancias dejen de ser propicias.
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En cambio, conservar cada cual su vida es un deber, y además todos tenemos una
inmediata inclinación a hacerlo así. Mas, por eso mismo, el cuidado angustioso que
la mayor parte de los hombres pone en ello no tiene un valor interior, y la máxima
que rige ese cuidado carece de un contenido moral. Conservan su vida
conformemente al deber, sí; pero no por deber. En cambio, cuando las adversidades
y una pena sin consuelo han arrebatado a un hombre todo el gusto por la vida, si
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este infeliz, con ánimo entero y sintiendo mas indignación que apocamiento o
desaliento, y aun deseando la muerte, conserva su vida sin amarla, sólo por deber y
no por inclinación o miedo, entonces su máxima sí tiene un contenido moral. ( ... )
También hay acciones conforme al deber que el individuo tiende intensamente a
realizar. Es el caso del hombre que conserva su vida por su tendencia natural a sobrevivir. Si
no se hace por deber no es una acción moral, porque cuando las circunstancias no ayuden y
cuando la situación no sea favorable, el individuo dejará de considerar el principio moral que lo
animaba.
No es válida ni la actitud del comerciante que no cobra precios abusivos por satisfacer
sus intereses egoístas ni la de la persona que conserva su vida por la inclinación natural de
sobrevivir. En ambos casos han de actuar sólo por deber.
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La segunda proposición es esta: una acción hecha por deber tiene su valor moral, no
en el propósito que por medio de ella se quiere alcanzar, sino en la máxima por la
cual ha sido resuelta; no depende, pues, de la realidad del objeto de la acción, sino
meramente del principio del querer, según el cual ha sucedido la acción,
prescindiendo de todos los objetos de la facultad del desear. Por lo anteriormente
dicho se ve con claridad que los propósitos que podamos tener al realizar las
acciones, y los efectos de éstas, considerados como fines y motores de la voluntad, no
pueden proporcionar a las acciones ningún valor absoluto y moral ¿Dónde pues,
puede residir este valor, ya que no debe residir en la voluntad, en relación con los
efectos esperados? No puede residir sino en el principio de la voluntad,
prescindiendo de los fines que puedan realizarse por medio de la acción (...).
El valor moral de las acciones no viene impuesto por los resultados ni por la
utilidad, sino por la “máxima” usada para resolver la acción. La “máxima” es el principio
que orienta a la voluntad, el que organiza la moralidad y el carácter universal de la acción. La
racionalidad moral se determina por la voluntad y por el principio del querer.
Lo que llama la atención en la ética kantiana es la actitud de carácter dramático que se
le exige a la voluntad. El valor moral de las acciones dependerá siempre de la necesidad
de sobrepasar las inclinaciones individuales. Esto quiere decir que las acciones son valiosas
en la medida en que la voluntad supere obstáculos, soporte los mayores sufrimientos y haga los
mayores esfuerzos.
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La tercera proposición, consecuencia de las dos anteriores, la formularía yo de esta
manera: el deber es la necesidad de una acción por respeto a la ley. ( ... ) Una acción
realizada por deber tiene que excluir por completo el influjo de la inclinación, y con
ésta todo objeto de la voluntad; no queda, pues, otra cosa que pueda determinar la
voluntad, si no es, objetivamente, la ley y, subjetivamente el respeto puro a esa ley
práctica y, por tanto, la máxima de obedecer siempre a esa ley, aun con perjuicio de
todas mis inclinaciones. ( ... )
En contra de los presupuestos de cualquier ética heterónoma, es la ley que configura
a la voluntad como libre en sí misma y por sí misma. La razón no necesita contenidos para
determinar cuál es la idea del bien supremo, porque la voluntad se da a sí misma la ley, y justo
al darse la ley se constituye la esfera de la moralidad.
La configuración de la voluntad como fundamento de un bien supremo abre el
camino de la ley de la libertad, pero nunca garantiza, como se presuponía en el ámbito de
filosofías anteriores, la realización de la felicidad.
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Pero ¿cuál puede ser esa ley cuya representación, aun sin referirnos al efecto que se
espera de ella, tiene que determinar la voluntad para que ésta pueda llamarse
buena en absoluto y sin restricción alguna? Como he sustraído la voluntad a todos
los afanes que pudieran apartarla del cumplimiento de una ley, no queda nada más
que la universal legalidad de las acciones en general -que debe ser el único principio
de la voluntad-; es decir, yo no debo obrar nunca más que de modo que pueda querer
que mi máxima deba convertirse en ley universal. ( ... )
La “máxima” representa el principio subjetivo del querer, mientras que la ley
representa el principio objetivo del querer. Sólo en la ley encuentra la voluntad el ámbito
de la necesidad y de la universalidad, por ello se configura en la ley el principio objetivo. El
deber es la forma en que el sujeto asume la necesidad del principio objetivo de la ley.
Hay que educar la voluntad, conducirla y separarla de los deseos que la pudieran apartar del
cumplimiento de la ley. El querer moral ha de ajustarse a la legislación universal.
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Para saber lo que he de hacer para que mi querer sea moralmente bueno, no
necesito ir a buscar muy lejos una penetración especial. Inexperto en lo que se
refiere al curso del mundo, incapaz de estar preparado para los sucesos todos que en
él ocurren, bástame preguntar: ¿puedes querer que tu máxima se convierta en ley
universal? Si no, es una máxima reprobable, y no por algún perjuicio que pueda
ocasionarte a ti o a algún otro, sino porque no puede convenir, como principio, en
una legislación universal posible; la razón me impone respeto inmediato por esta
universal legislación, de la cual no conozco aún el fundamento -que el filósofo habrá
de indagar-. ( ... )
Al margen de las inclinaciones individuales, la voluntad ha de aceptar como bueno lo
que le propone la razón en la necesidad de cumplir la ley. O, dicho de otro modo, la única
posibilidad de actuar moralmente es la de seguir la ley universal, dentro de la autonomía de la
voluntad.
La acción moral se mide por la “máxima” que la ha generado. Lo que elimina la
subjetividad es la capacidad de convertir en universal la “máxima” que ha dado lugar a la
realización de la acción.
CAPÍTULO II: Tránsito de la filosofía moral popular a la metafísica de las
costumbres.
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...Y en esta coyuntura, para impedir que caigamos de las alturas de nuestras ideas
del deber, para conservar en nuestra alma el fundado respeto a su ley, nada como la
convicción clara de que no importa que no haya habido nunca acciones emanadas de
esas puras fuentes, que no se trata aquí de si sucede esto o aquello, sino de que la
razón, por sí misma e independientemente de todo fenómeno, ordena lo que debe
suceder (...);
En los supuestos del pensamiento de Kant no cabía la posibilidad de que la moralidad se
pudiera basar en la razón sise atendía sólo a la experiencia. A lo largo de la historia varios
pensadores habían basado la ética en los contenidos, es decir, en el establecimiento de un bien
supremo y de unas normas que garantizaran la realización de ese bien. En cambio, Kant
establecerá que la moralidad de nuestras acciones no se ha de basar en las condiciones
materiales ni en los contenidos, sino en principios “a priori”.
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así, por ejemplo, ser leal en las relaciones de amistad no podría dejar de ser exigible
a todo hombre, aunque hasta hoy no hubiese habido ningún amigo leal, porque este
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deber reside, como deber en general, antes que toda experiencia, en la idea de una
razón que determina la voluntad por fundamentos a priori. ( ... )
Kant pone como ejemplo del carácter a priori de la ética la lealtad entre amigos. Esa
lealtad no se puede exigir basándose en la experiencia (lo que sucede con más frecuencia en la
amistad), sino desde la razón. Repugna a la razón que los amigos sean desleales ¿Qué clase de
amigo es un individuo desleal? Se dice amigo, pero no lo es. Aunque no hubiera un solo amigo
en el mundo que fuera leal, la lealtad no dejaría de ser exigible siempre.
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El peor servicio que puede hacerse a la moralidad es quererla deducir de ciertos
ejemplos. Porque cualquier ejemplo que se me presente de ella tiene que ser a su vez
previamente juzgado según principios de la moralidad, para saber si es digno de
servir de ejemplo originario, esto es, de modelo; y el ejemplo no puede ser en manera
alguna el que nos proporcione el concepto de la moralidad. ( ... )
La ética a priori que propone Kant no puede deducirse de los ejemplos, porque los
ejemplos se refieren a hechos, y los hechos pertenecen a la experiencia. Eso es propio de las
éticas materiales, que son a posteriori. Lo que hay que hacer es exactamente lo contrario: los
ejemplos que usemos tienen que ser formulados a modo de modelos generales por la razón,
que es la que establece los principios de la moralidad.
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Todos los imperativos exprésanse por medio de un "deber ser" y muestran así la
relación de una ley objetiva de la razón a una voluntad que, por su constitución
subjetiva, no es determinada necesariamente por tal ley (una constricción). Dicen
que fuera bueno hacer u omitir algo; pero lo dicen a una voluntad que no siempre
hace algo sólo porque se le represente que es bueno hacerlo. Es, empero,
prácticamente bueno lo que determina la voluntad por medio de representaciones de
la razón y, consiguientemente, no por causas subjetivas, sino objetivas, esto es, por
fundamentos que son válidos para todo ser racional como tal. ( ... )
El fundamento de la racionalidad práctica constituye una moral con base
universal, autónoma y que puede formular el “imperativo categórico”. Es la propia
naturaleza de los imperativos la que determina la obligación de seguirlos en contra de las
tendencias e inclinaciones naturales del hombre.
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Pues bien, todos los imperativos mandan, ya hipotética, ya categóricamente... Ahora
bien, si la acción es buena sólo como medio para alguna otra cosa, entonces el
imperativo es hipotético; pero si la acción es representada como buena en sí, esto es
como necesaria en una voluntad conforme en sí con la razón, como un principio de
tal voluntad, entonces el imperativo es categórico. ( ... )
Lo que verdaderamente le interesa a Kant es saber cómo ha de proceder el individuo
para evitar las condiciones particulares y conseguir que el imperativo moral que rige su
conducta se convierta en un imperativo con un valor absoluto.
La validez del “imperativo categórico” nunca ha de depender de las condiciones
meramente individuales y particulares, ni de las inclinaciones como los deseos, los
sentimientos, las emociones, los intereses o las necesidades.
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El imperativo categórico es, pues, único, y es como sigue: obra sólo según una
máxima tal que puedas querer al mismo tiempo que se torne ley universal. ( ... )
La primera formulación del “imperativo categórico” recoge la necesidad de
actuar conforme a leyes universales. La autonomía del sujeto moral va necesariamente
unida a la formulación del “imperativo categórico” porque no nos indica lo que debemos hacer,
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sino cómo debemos actuar. Nos exhorta a actuar de tal forma que la “máxima” que ha guiado
nuestra acción se pueda convertir en una ley de carácter universal. Esta exhortación a actuar de
tal manera que cualquier persona en nuestro lugar pudiera hacerlo de la misma forma que
nosotros establece la unidad de la voluntad, lo que en la tercera formulación aparecerá como la
unidad de todos los seres racionales.
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La universalidad de la ley por la cual suceden efectos constituye lo que se llama
naturaleza en leyes universales. Resulta de aquí que el imperativo universal del
deber puede formularse: obra como si la máxima de tu acción debiera tornarse, por
tu voluntad, ley universal de la naturaleza (...)
La variante de la primera formulación del “imperativo categórico” la hace Kant
siguiendo la guía de las leyes de la naturaleza. La razón ha de funcionar de forma paralela
al estado natural. Es la razón la que determina el orden de las acciones morales obligándonos a
actuar con el mismo rigor y con la misma necesidad que existe en el orden de la naturaleza, es
decir, obligándonos a actuar de tal forma que la “máxima” que ha dirigido nuestra
conducta se convierta en una ley universal.
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En una filosofía práctica donde no se trata para nosotros de admitir fundamentos de
lo que sucede, sino leyes de lo que debe suceder, aún cuando ello no suceda nunca
( ... ) no necesitamos instaurar investigaciones acerca de los fundamentos de por qué
unas cosas agradan o desagradan... no necesitamos investigar en qué descanse el
sentimiento de placer y dolor, y cómo de aquí se originen deseos e inclinaciones y de
ellas máximas, por la intervención de la razón;... porque si la razón por sí sola
determina la conducta... ha de hacerlo necesariamente a priori. (...)
La esfera de la moral no es la esfera del “ser”, sino del “deber ser”. Kant se esfuerza en
explicar que sólo se trata de establecer la forma en que la razón determina la conducta
con principios “a priori”. De esta manera se separa de las éticas materiales que establecían
contenidos y supeditaban las normas morales a un principio.
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Pero suponiendo que haya algo cuya existencia en sí misma posea un valor absoluto,
algo que, como fin en sí mismo, pueda ser fundamento de determinadas leyes,
entonces en ello y sólo en ello estaría el fundamento de un posible imperativo
categórico, es decir, de la ley práctica.
Ahora yo digo, el hombre, y en general todo ser racional, existe como fin en sí
mismo, no sólo como medio para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; debe
en todas sus acciones, no sólo las dirigidas a sí mismo, sino las dirigidas a los demás
seres racionales, ser considerado siempre al mismo tiempo como fin. (...)
Si, pues, ha de haber un principio práctico supremo y un imperativo categórico con
respecto a la voluntad humana, habrá de ser tal que, por la representación de lo que
es fin para todos necesariamente, porque es fin en sí mismo, constituya un principio
objetivo de la voluntad y, por tanto, pueda servir de ley práctica universal. El
fundamento de este principio es: la naturaleza racional existe como fin en sí mismo.
Así se representa necesariamente el hombre su propia existencia, y en ese respecto
es ella un principio subjetivo de las acciones humanas. Así se representa, empero,
también todo ser racional su existencia, a consecuencia del mismo fundamento
racional, que para mí vale; es, pues, al mismo tiempo un principio objetivo, del cual,
como fundamento práctico supremo, han de poder derivarse todas las leyes de la
voluntad.
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El imperativo práctico será, pues, como sigue. Obra de tal modo que uses la
humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin
al mismo tiempo y nunca solamente como un medio.
En la segunda formulación del “imperativo categórico” sigue presente la necesidad
de que la acción moral se mantenga en la esfera de la universalidad, pero Kant introduce un
elemento nuevo que será clave en la declaración de los derechos humanos: el
reconocimiento del valor absoluto de la persona.
El hombre es el centro y la clave de la racionalidad práctica en la medida en
que es un fin en sí mismo y posee un valor absoluto. La “máxima” obliga al hombre a
tomarse a sí mismo siempre como un fin en sí mismo y nunca como un medio. Esto quiere decir
que el hombre encuentra la soberanía en la propia conciencia, que es el hombre, en cuanto ser
racional, un ser autónomo que se da la ley por ser racional.
El fundamento de la racionalidad práctica y la reflexión sobre los valores morales
coincide con el fundamento de la dignidad del hombre y con la declaración de los
derechos inalienables de la humanidad.
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