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Beethoven, Chopin y Shostakovich:
tres músicos por la libertad.
Por Alberto Trimeliti
Introducción.
En el transcurso del presente ciclo de conferencias el eje temático de nuestra
disertación se constituirá sobre la defensa de la libertad humana y del valor de
la poiesis artística, otorgando valor paradigmático en tal sentido a la obra de
tres compositores entre sí disímiles: Ludwig van Beethoven (1770 – 1827),
Frédéric Chopin (1810-1849) y Dmitri Shostakovich (1906 – 1975).
Cada uno de ellos, en tanto referentes estéticos, plasmarían en sus
producciones la problemática socio-política emergente de los particulares
contextos históricos y sus comportamientos frente a ellas. Sin embargo, entre
los mencionados compositores sería posible trazar una suerte de intersección
donde confluirían fundantes filosóficos y éticos de sus pensamientos frente a
un común denominador desencadenante de sus resoluciones prácticas: el
surgimiento de estados totalitarios, constrictivos de las libertades individuales.
Manifiéstase así Austria frente a la invasión napoleónica, Polonia bajo la
dominación zarista y Rusia durante el período stalinista, respectivamente en
cada caso.
La filosofía del idealismo alemán sería quien enmarque las consideraciones
pertinentes a la confluencia de lo ético y lo estético, posibilitando la
comprensión de las ideologías que se plantearán. Pese a las objeciones
nietzscheanas, sería susceptible de hallarse en Beethoven, Chopin y
Shostakovich la ejemplificación de la afirmación kantiana, (antecedida por el
pensamiento tomista), finalmente expresada también en Wittgenstein: “¡Ética y
estética son lo mismo!” (Wittgenstein, L. 1973: 75)
Tres Músicos por la libertad | Introducción
por Alberto Trimeliti
Consideraciones generales acerca de la libertad.
Jean Paul Sartre sostenía que estamos condenados a la libertad. He aquí el
desafío impuesto por el tema al pensamiento que lo analice: la imposibilidad de
liberarnos de la libertad, una condena exclusivamente humana y que en tanto
tal implicará ciertas especificidades.
En una instancia inicial y excluyendo conceptos particulares de eminentes
pensadores, la libertad se presentaría como poder volitivo respecto de la
emisión de juicios valorativos y el ejercicio de facultades desiderativas. En
consecuencia implicaría una dialéctica sostenida por nuestra voluntad y la
tensión establecida entre la razón y nuestros deseos, contenida no sólo dentro
del ámbito de una realidad biológica natural sino también dentro de una
realidad cultural heredada, aprendida y transformada.
La libertad supondría el doble cuestionamiento orientado hacia el valor del
objeto deseado y a los fundantes del deseo. Se obtendrían así las respuestas
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acerca del valorativo moral bueno y la condición de su conveniencia.
Anunciando este interrogatorio de la libertad a sí misma, surgiría la
imposibilidad de delegar la facultad de búsqueda y elección de sus acciones de
un individuo a otro, ya que ninguna de ellas podrá justificar su bondad y
conveniencia por simple prescripción, costumbre o capricho y a su vez ningún
individuo podrá ser libre en substitución de otro.
Como ya hemos indicado, la libertad se desarrollaría dentro de una doble
realidad biológica-cultural. Es decir, se develaría relevante el hecho de que la
humanidad no sería tal sin su realidad cultural, expresada en un estadío básico
por el lenguaje de quien deviene en un orbe lingüístico. Si así no ocurriese, en
ausencia de lo simbólico y sus leyes, la carencia de comunicación nos
impediría captar la significación de todo a nuestro entorno anulando las
competencias de la libertad. Lo dicho determinaría el carácter moral del sujeto
haciendo presentes los conceptos de conciencia moral y responsabilidad.
Cada acto práctico de la libertad del sujeto implicaría entonces efectos de
carácter indudable una vez producidos y constrictores de la libertad misma por
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por Alberto Trimeliti
ejercicio de una elección determinada entre posibles. La responsabilidad en
tales
circunstancias
aplicaría
a
dar
respuesta
inexcusable
ante
las
consecuencias de los actos injerentes tanto en la construcción del propio sujeto
como en la co-construcción de su entorno.
A partir de ello el sujeto como autor y guardián de las leyes que regulen el
ejercicio de su libertad, a las que voluntariamente se subsume, se erigiría como
agente moral autónomo. La libertad se traduce entonces en autonomía y el
concepto de conciencia moral se postula como centro del pensamiento de la
ética de la intención o de la convicción enaltecida por Emmanuel Kant (1724 1804) y que Max Weber (1864 – 1920) propondrá como alternativa a la ética
de la responsabilidad en tanto una de dos morales posibles en la que a
diferencia de la anterior sólo las consecuencias de los actos son consideradas
y no así sus intencionalidades.
El arte como producción libre.
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Según Kant, cualquier certeza, ya sea de orden cognoscitivo o ético, queda
depositada en el hombre y no fuera de él. Con el fin de vincular el mundo
exterior natural y el interior de la autoconciencia, en la Crítica del Juicio (1790),
Kant se ocupa finalmente de aquello que nos permite apreciar y crear belleza.
La estética allí planteada, al afirmar la finalidad sin fin de la belleza, supone
relevar a la belleza natural de funciones ulteriores y enlazar nuestras
capacidades cognoscitivas y éticas con esta tercera.
Los juicios estéticos para Kant, se basan en el hecho de que el sujeto recibe el
objeto en términos de sentimiento, y a través del juego armónico del
Entendimiento y la imaginación que a su vez enlaza a éste último con la
sensibilidad.1 La imaginación entonces es quien sufrirá la coacción del
En Kant el conocimiento posee dos fuentes: la sensibilidad que proporciona las intuiciones, y
el Entendimiento, que en tanto primera condición del conocimiento en sí mismo, piensa los
objetos como objetos del conocimiento mediante la aplicación de categorías a las intuiciones,
transformando la diferencia en identidad. La primera etapa de la transformación de datos
sensibles en elementos coherentes es efecto de la Imaginación, que convierte los datos sensibles
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Entendimiento, pero aquí el término coacción referencia a su antítesis: la
noción de libertad:
…la imaginación es libre para proporcionar al entendimiento sin
proponérselo materiales abundantes y sin desarrollar, más allá
de su concordancia en el concepto, a los que el entendimiento
no habrá tomado en consideración al conceptuar. (Kant, E.
1968: 195-96)
A través de la idea de libertad de la imaginación las facultades del
conocimiento son fortalecidas y revelan la posesión de un propósito, pero aún
lo más importante es la inclusión de una noción, la libertad, que para Kant
pertenece al reino de lo suprasensible, en nuestra relación sensible con el
mundo.
En virtud de ello, el arte sería producto de la libertad humana (lo que Kant da
en llamar causalidad de la libertad) y no del esfuerzo por trascender
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necesidades objetivas o normas naturales en axiomas estéticos producidos por
esa misma libertad que ocupará en Kant el centro de su empresa y dificultará
su filosofía moral. En sus palabras:
Porque no podemos explicar nada sino lo que podemos reducir
a leyes cuyo objeto pueda llegar a darse en alguna experiencia
posible. La libertad sin embargo es mera Idea cuya realidad
objetiva no puede mostrarse de ninguna manera aplicando las
leyes de la naturaleza, y con ello tampoco en ninguna
experiencia posible. (Bowi, A.1999:241)
La razón, abarcadora de lo infinito, en el sentido de que su alcance no puede
ser determinada de ninguna manera por ninguna cosa finita conocida, deviene
en capacidad de propósito que alcanza algo que no puede ser empírico: la
libertad.
en imágenes coherentes, que tiene el poder de instituir dentro de nosotros. Así la productividad
forma parte del Entendimiento mientras que la receptividad es propia de la sensibilidad.
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Kant buscaría entonces convertir a la subjetividad en su propio fundamento
excluyéndola del apoyo teológico y enfrentándola a la problemática de poder
constituirse en objetividad justificable. A partir de allí, la escisión de lo teológico
en la modernidad originaría el recelo ante esta liberación o la aparición de
corrientes de pensamiento nihilistas. Esta es la trayectoria que recorrerá el
temprano idealismo alemán hasta Schopenhauer y Nietzsche, a lo largo de la
cual el arte será provisto de profundos significados al establecerse como
imagen del mundo en plena consciencia de su libertad o como mecanismo
ilusorio apto de enfrentar una existencia sin sentido.
Sin embargo, la idea estética kantiana en tanto representación de la
imaginación que da mucho que pensar pero sin ningún pensamiento definido
esforzándose por alcanzar algo que está más allá de las fronteras de la
experiencia y que servirá de complemento a las ideas de la Razón, carece de
concepto pues ningún lenguaje puede captarla por completo. En consecuencia,
se lanza a la búsqueda de un lenguaje que se adecúe a una categoría
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superadora de lo conceptual: la música.
Para Kant la música se define, en concordancia con la tradición de su tiempo,
como lenguaje de emociones pues representará sentimientos a semejanza del
lenguaje que lo hace con conceptos. Por ello, alojará a la música en la
jerarquía más baja entre las artes aunque le admitiría articular lo que su
filosofía no logra, es decir, representar lo no representable en el sujeto: la base
suprasensible de su subjetividad. No obstante la disyunción entre la música y la
representación supondría insinuar el surgimiento de la autonomía estética que
exime a la obra de arte de tener que representar ninguna otra cosa más que sí
misma, pero también promovería riesgos para el intento kantiano de vincular la
estética con la ética, donde la belleza resulta símbolo de moralidad.
Como último aspecto relevante de la Crítica del Juicio, Kant expone acerca de
la idea de arte afirmando que posee un límite más allá del cual no puede pasar.
Por lo tanto si la idea de arte es limitada igualmente lo serán sus posibilidades
de conectar lo sensorial y lo inteligible. Este límite es lo sublime: aquello en
comparación con lo cual todo lo demás es pequeño. La Naturaleza conlleva la
idea de infinitud y en consecuencia lo sublime a ella pertenece, no al arte:
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La diferencia crucial entre lo sublime y la belleza es que la
inconmensurabilidad de la idea de libertad elimina cualquier
representación positiva de la misma. (Bowi, A.1999:49)
La música encarna una idea de libertad que no puede representarse pero que a
pesar de ello se revela con importancia superlativa haciendo del arte un
símbolo utópico de su realización.
En cambio para Friedrich Schelling (1775-1854), quien al respecto actuaría de
nexo entre los postulados kantianos y las ideas de Hegel, el arte documentaría
siempre y sin sugerirle amenaza alguna aquello que escapa a la filosofía, es
decir lo separado en la naturaleza de manera inconsciente que actúa y produce
su identidad original con lo consciente en la historia. El sistema aquí expuesto
comienza por lo irreflexivo deviniendo hacia la reflexión consciente, mientras
que en el arte dicho proceso se invertiría. Así el artista da inicio a la poiesis de
manera consciente respecto de sus pretensiones sobre la futura obra quien a
su vez termina bajo condiciones inconscientes de su identidad en relación a los
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pensamientos y técnicas que ha involucrado. Por ello el arte para Schelling es
representante de lo que él denomina lo Absoluto, la unidad de las polaridades
constitutivas del pensamiento y de la autoconciencia.
El concepto de libertad allí presente será el punto específico sobre el cual se
sostengan las diferencias con G.W.F. Hegel (1770 – 1831). Se trata de un
problema ya postulado por Fichte al establecer la necesidad de consciencia
indefinida del ejercicio de la libertad que posibilite comprender la petición de
practicarla en relación a la apelación a mi capacidad de decisión. Schelling
conceptualiza a la libertad como uno de los principios filosóficos incognoscibles
por pertenecer a un proceso de la subjetividad, mientras que Hegel halla la
verdad de la libertad en la articulación a través del reflejo del otro. Pero este
reconocimiento mutuo del otro como sujeto dador de conciencia de mi voluntad
en tanto generadora de las acciones que plasmen prácticamente la libertad
deja sin explicar a dicha voluntad y libertad, pues involucran una
indeterminación irreductible.
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Esta experiencia de la autoconciencia como reconocimiento de mí mismo en
los ojos del otro será ejemplificada por Hegel recurriendo a una analogía con la
música (dentro del sistema referencial de la tonalidad) como forma de arte
independiente de representación, donde entre proceso y concepto no se
establece diferencia alguna planteando una estructura reflexiva generadora de
identidad. Aludiendo al antagonismo entre consonancia y disonancia se
demostraría que cada elemento llega a ser lo que es siendo otro de sí mismo.
Esta mismidad de la díada idea-proceso dispone como supuesto de posibilidad
necesario la seguridad y la certeza de crear y superar eternamente esta
contradicción gracias a la libertad aportada por el concepto.
La idea de libertad para Hegel ocupa el centro de la realidad del hombre
manifestándose mediante un proceso dialéctico representado por las figuras
del amo y el esclavo, en donde aquello que alguna vez asignado como
horizonte a alcanzar devine límite a superar:
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Así surge el precepto metodológico hegeliano con respecto a
cualquier época: “Comprender su vida y su pensamiento en
función de sus metas y objetivos, y comprender sus metas y
objetivos mediante el descubrimiento de lo que los hombres
consideraron como obstáculos en su camino”. Así se habrá
comprendido su concepto de libertad, aun cuando no hayan
empleado al respecto la palabra libertad. (McIntyre, A.
1991:198)
En consecuencia, la libertad quedaría enlazada a la razón, puesto que sin
extensión de la razón el ejercicio de la responsabilidad quedaría igualmente
constreñido.
Contemporáneamente al pensamiento de Hegel, Friedrich Schleiermacher
(1768 -1834) declararía al arte bajo la categoría de producción libre humana
implicada necesariamente en todas las operaciones del pensamiento así como
cualquier otra actividad controlada, presuponiendo en ellas al individuo en su
diferencia con los demás. La conciencia individual, sin embargo, nunca podría
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conciliarse en unidad absoluta con lo colectivo, en forma similar a lo ya
planteado por Schelling.
En conclusión, lo expuesto aquí desde Kant hasta Hegel en referencia a sus
teorías del conocimiento y sus estéticas, se centra en el concepto de libertad
involucrando ineludiblemente adentrarse en áreas de competencia de la ética.
Convenir en este acuerdo entre ética y estética, supondría que el artista se
subordina al hombre, al “bien humano”, tanto así como el arte subordina su fin
al fin último humano y a la actividad que lo realiza encausándose por la norma
de nuestra perfección específica: la moral.
Si bien este conflicto entre la independencia absoluta del arte y los dictámenes
de la moral, históricamente, se han renovado de manera constante, es la
presencia del sujeto humano entre ambos sectores en disputa quien impone la
moral por sobre la independencia artística convirtiéndola en autonomía:
El arte autónomo dentro de los límites de sus dominios y
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estructurado en sí mismo por su propio fin extrínseco al hombre
que lo determina, no puede realizarse independientemente de
la actividad humana, por ende, de la actividad moral: siempre
es obra de un hombre y se dirige a un hombre. (Derisi, O.
1967:212)
Por esta razón, los defensores del ideal el arte por el arte ven frustrados sus
intenciones, aunque de igual manera, aquellos que en nombre de esta
particular actividad moral coaccionen frente al individualismo artístico mediante
actos contrarios al deber que la misma moral pretendida de salvaguardar
impondría.
Observemos entonces, como esta cuestión se manifestó en Beethoven, Chopin
y Shostakovich.
Autor: Alberto Trimeliti