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Cínicos
La escuela cínica fue fundada, en el siglo IV a.C., por el filósofo Antístenes, quien
originariamente fue seguidor de las ideas socráticas. Al parecer, su nombre deriva del término
griego kynos, que significa perro o perruno. Según algunos historiadores de la filosofía, fueron
llamados así por sus formas extravagantes de vida, ya que rechazaban las costumbres sociales
mayoritarias y los convencionalismos. Según otros, porque Antístenes enseñaba su doctrina en un
gimnasio situado a las afueras de Atenas que recibía el nombre de Cinosargo.
El más famoso de los cínicos fue Diógenes de Sínope, de quien el historiador Diógenes Laercio
nos cuenta que vivía en un tonel, buscaba seres humanos a la luz del sol con una linterna,
despreciaba los honores y la fama, e incluso satisfacía todas sus necesidades allí donde le surgían.
Otros cínicos conocidos fueron Crates de Tebas, Bión de Borístenes e Hiparchía, llamada la mujer
sabia, y primera mujer que apareció en los manuales filosóficos.
Se ha escrito con frecuencia que el cinismo, más que una filosofía, fue una forma de vida. En ese
sentido, los cínicos pretendían convertirse en modelos de conducta, llevando una vida natural y
rechazando radicalmente las imposiciones sociales sobre la urbanidad y las normas de conductas
basadas en actitudes antinaturales.
Las líneas generales de su pensamiento fueron las siguientes:
- El sabio debía seguir en todo los dictados de la vida natural: sencillez, naturalidad, frugalidad,
renuncia a las riquezas y a los honores...
- Su objetivo en la vida debía ser la autarquía o autosuficiencia, es decir, el bastarse a sí mismo
sin pretender nada que no ofreciera la propia naturaleza. De ahí su insistencia en el autodominio de
los deseos no naturales.
- Se mostraban contrarios a los usos sociales y a los convencionalismos, porque los consideraban
artificiales y contrarios a la virtud natural.
- Se declararon ciudadanos del mundo (al parecer, el término ‘cosmopolita’ fue inventado por
Diógenes), rechazando los nacionalismos y las patrias.
- En numerosas ocasiones llevaron a cabo actos de insumisión o de desobediencia legítima, en
contra de leyes sociales que ellos consideraban injustas. De igual modo, se pronunciaron a favor del
pacifismo y del antimilitarismo.
- Dieron una importancia capital a la educación, no desde la perspectiva académica, sino desde
los modelos de su propia vida, que ellos consideraban profundamente moral y contraria a la
hipocresía de otras normas sociales vigentes en su tiempo.
- Proclamaron la igualdad de todos los seres humanos, independientemente de su origen,
nacimiento o condición social. En ese sentido, fueron claros partidarios de la abolición de la
esclavitud y de la igualdad social de las mujeres. En resumen, defendieron la igualdad social
mediante el retorno a la naturaleza.
Los historiadores actuales los consideran precursores de los grupos contraculturales del siglo XX,
más concretamente del movimiento hippie, a la vez que alaban la integridad moral de los primeros
cínicos, integridad que fue derivando con el paso del tiempo y perdida ya la pureza del
movimiento originario en actitudes escandalosas y poco edificantes, carentes ya de cualquier
intención puramente moral.
Emotivismo
Teoría ética que defiende la imposibilidad de comprobar que los juicios morales son verdaderos o
falsos. Según esta teoría, nuestras valoraciones morales proceden exclusivamente de los
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sentimientos de agrado o reprobación que tenemos ante la contemplación o ejecución de
determinadas acciones que poseen una interpretación moral.
Se considera a Hume (filósofo empirista del siglo XVIII) como el primero que sistematizó el
emotivismo moral. Siguiendo sus criterios epistemológicos para determinar qué conocimientos
pueden considerarse objetivos y cuáles no, el empirismo creyó que únicamente podían ser
conocidos objetivamente los hechos de la experiencia. Más allá de ésta, el conocimiento era
imposible y, por tanto, una falsa ilusión.
Ahora bien, los conceptos de la ética (bien, mal, justo, etc.) son propiedades abstractas que
atribuimos a los objetos, a los actos o a las situaciones, pero no son hechos. Por ejemplo, un hecho
porque lo puedo percibir y por tanto conocer es cuando observo que alguien toma ilegítimamente
una propiedad que no es suya (robo). Así, puedo afirmar con total rotundidad: "X ha robado". Sin
embargo, si yo afirmo a continuación: "el robo es malo", me encontraré con que no estoy
describiendo un hecho (robar), sino tan sólo estableciendo una valoración moral (robar es malo).
Dicha valoración, al no ser un hecho, no puede ser objeto de conocimiento por parte de la razón.
Ahora bien, si los juicios morales no se refieren a hechos, ¿qué expresan exactamente? Según
Hume, únicamente sentimientos, deseos o intereses, es decir, estados emotivos del sujeto que emite
el juicio moral, y a través de los cuales éste manifiesta su conformidad o rechazo moral de la
acción. Expresado en palabras del propio Hume: "mientras dirijas tu atención al objeto, el vicio no
aparecerá por ninguna parte. No lo encontrarás hasta que dirijas tu reflexión hacia tu propio
corazón y encuentres un sentimiento de reprobación, que brota en ti mismo, respecto a tal acción.
He aquí un hecho, pero un hecho que es objeto del sentimiento, no de la razón".
Al no aceptar que la moral es ajena al ámbito del conocimiento racional, todos los sistemas éticos
existentes hasta el siglo XVIII cayeron en lo que Hume denomina la falacia naturalista, es decir,
derivar la moral (el deber ser) de las leyes de la naturaleza (lo que es). Pero ese paso esconde un
error lógico: el deber ser no puede deducirse del simple ser. Dicho de otro modo, las cosas son
como son, no como deben ser (ésa es una valoración que nosotros realizamos a causa de nuestro
sentimiento de aprobación o rechazo moral).
Dos cuestiones más merecen destacarse de la ética de Hume: una, la valoración moral no debe
quedar únicamente en la apreciación personal de agrado o rechazo ante una acción:
- Hay que abstraer los aspectos personales que pueden influir en ella (intereses, aprendizajes
culturales previos, deseos individuales, etc.) para intentar que ese sentimiento coincida con un
sentimiento universal de rechazo o aprobación similar ante esa acción (así se trata de evitar el
subjetivismo a la hora de valorar una acción moral).
- La identificación de la aprobación moral con el criterio de utilidad (lo útil se percibe como
bueno), idea en la que se inspiraría posteriormente Bentham para sentar las bases teóricas del
utilitarismo moral.
La crítica de Hume a los sistemas éticos precedentes tuvo una enorme influencia en la obra de los
filósofos morales posteriores. Por ejemplo, Kant convencido de que el emotivismo cuestionaba
seriamente a la ética elaborada hasta aquel entonces buscó una transformación de los fundamentos
morales, criticando los sistemas que él denominó ‘éticas materiales’, y construyendo un nuevo
modelo ético inspirado en principios estructurales distintos, al que denominó ‘ética formal’.
Moore, siguiendo el modelo crítico de Hume, trató de justificar la ética a través del intuicionismo
moral. Ya en el siglo XX, el neopositivismo y la filosofía analítica, investigaron sobre la naturaleza
lógica y lingüística de las proposiciones morales para reforzar las tesis emotivistas.
Muchas han sido, sin embargo, las corrientes éticas que han criticado al emotivismo su
subjetividad (y por tanto su incapacidad de formular leyes morales de alcance universal: el criterio
de Hume acerca de abstraer las circunstancias personales se considera insuficiente). Para los críticos
con el emotivismo, hacer depender la moral de un sentimiento interior de rechazo o aprobación
personal, significa caer en una suerte de relativismo, salvo que se acuda a teorías como la creencia
en una ley natural que puede ser conocida intuitivamente.
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Entre las corrientes críticas con las consecuencias prácticas que se derivan del emotivismo,
podemos destacar las siguientes: ética kantiana, ética de los valores, prescriptivismo y las éticas
fundamentadas en el contrato social como las de Rawls o de H. Jonás (ética ecológica).
Epicureísmo
Escuela filosófica helenística, fundada por Epicuro (341-270 a.C.), de quien toma el nombre. Su
discípulo Lucrecio extendería este sistema filosófico al mundo latino.
Los epicúreos parten de un materialismo extremo: todo está formado por materia, incluso el alma.
Pero su gran preocupación filosófica consistirá en la creación de un sistema ético que nos permita
alcanzar la felicidad (eudemonía), verdadero fin de la existencia humana. Al igual que todos los
eudemonistas, identifican al hombre virtuoso con el hombre feliz.
Para ellos, la felicidad consiste en alcanzar el máximo grado de placer posible; por tanto, ése debe
ser el fin que guíe la vida humana. Ahora bien, ¿qué debemos hacer exactamente para alcanzar la
felicidad? Según nos cuenta el antiguo historiador de la filosofía Diógenes Laercio, para Epicuro el
placer deseable es aquel que "se caracteriza esencialmente por la ausencia de sufrimientos
corporales y de turbación del alma". Es decir, se trata fundamentalmente de la consecución de
placeres pasivos y no necesariamente activos.
Epicuro entiende por placeres activos aquellos que debemos ir a buscar nosotros (como, por
ejemplo, los placeres del sexo). Considera al respecto Epicuro que los deseos son ataduras de
nuestro espíritu, y que aquellas personas que sólo buscan placeres activos están esclavizadas, puesto
que anteponen su satisfacción a cualquier otra consideración intelectual. De ahí que insista en la
primacía de los llamados placeres pasivos (la salud, el bienestar, no sentir inquietudes).
Desde una perspectiva biológica, para Epicuro los mejores placeres son los naturales, aunque
éstos deben gozarse moderadamente, nunca en exceso. Por contra, los placeres sociales (el gozo del
poder, por ejemplo) acaban haciendo infelices a los hombres. También distingue entre placeres
físicos e intelectuales (para él ambos son naturales, porque considera a la racionalidad como algo
natural al ser humano), y entre ellos, prefiere los intelectuales por considerarlos más acordes con
nuestra naturaleza.
Epicuro distingue tres tipos de deseos:
- Los naturales y necesarios, que consisten en satisfacer nuestras necesidades orgánicas (comer,
tener un hogar, pero también reflexionar y gozar con nuestros pensamientos).
- Los naturales pero no necesarios, como, por ejemplo, el consumo de cosas innecesarias o la
búsqueda de placeres exquisitos.
- Los que no son naturales ni necesarios, entre los que cita expresamente el deseo de alcanzar la
gloria y la fama.
Según Epicuro, el hombre sabio y virtuoso debe buscar únicamente la satisfacción plena de los
deseos naturales y necesarios.
Finalmente, afirma que el ideal del sabio es alcanzar el estado de ataraxia (imperturbabilidad del
espíritu, es decir, no ser afectado por las sensaciones del mundo) y la tranquilidad y el equilibrio del
cuerpo.
Estoicismo-Estoicos
El estoicismo es una escuela filosófica fundada por Zenón de Citio hacia el año 300 a.C. (periodo
helenístico), dentro de la cual los historiadores de la filosofía distinguen tradicionalmente tres
épocas o períodos:
- Estoicismo antiguo (s. III y II a.C.): Zenón, Cleandro, Crisipo.
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- Estoicismo medio (s. II y I a.C.): Panecio, Posidonio.
- Estoicismo tardío: (s. I al III d.C.): Séneca, Epicteto, Marco Aurelio (filosofía romana).
El estoicismo se inspiró en las ideas de Sócrates, Heráclito, Anaxímenes y los cínicos. Tuvo una
enorme influencia posterior en la Filosofía cristiana y en algunas doctrinas éticas de la Filosofía
Moderna (especialmente en Kant). Además de como escuela filosófica, el estoicismo es considerado
tradicionalmente como un modo de vida inspirado en un estricto pensamiento moral. La parte más
importante e influyente de su sistema filosófico fue la Ética.
Su física parte de la idea de considerar al universo como un todo dotado de vida (todo lo que
existe es material; lo inmaterial no es más que vacío, aunque, para ellos, la materia está dotada de
un soplo que anima a la materia; de aquí que algunos hayan denominado a esta teoría materialismo
espiritualista). Ese universo está sometido a un ciclo de creación-destrucción. Lo que rige los
acontecimientos es una especie de alma divina a la que los estoicos denominan ‘alma del mundo’
(anima mundi).
El universo queda sometido a las leyes inexorables del destino, puesto que todo está determinado
y no existe la libertad exterior o física; de la única libertad que puede hablarse es de libertad interior
o de conciencia. Sobre todas la cosas, sin embargo, gobierna una especie de Providencia (en ella,
los filósofos cristianos posteriores creyeron ver la creencia en un Dios semejante al de los
Evangelios) que es la clave para interpretar el orden oculto del cosmos: lo que a nosotros nos
parecen desgracias y males suceden, según el estoicismo, para que pueda realizarse en el universo
un bien superior; de ahí que no quepa hablar del mal, sino tan sólo de apreciaciones subjetivas de
los humanos, quienes no son capaces de comprender el sentido de esa providencia que actúa sobre
el universo.
Como ya dijimos, la parte más conocida de su filosofía, y también la que más influencia posterior
ejerció, es la Ética. Se trata de un sistema eudemonista: el fin de las acciones humanas es alcanzar la
felicidad. ¿En qué consiste ésta? Pues básicamente en seguir la máxima: "vive de acuerdo con la
naturaleza".
Ahora bien, para los estoicos, la naturaleza no es exclusivamente algo exterior a la conciencia,
sino que ésta también se encuentra dirigida por las propias leyes de la naturaleza, ya que existe una
Razón Universal o Alma del Mundo que gobierna todo lo existente.
Por tanto, el ideal del sabio consiste en vivir de acuerdo con la razón. ¿Y qué nos dice la razón
sobre el orden y los sucesos del universo? Pues que están sometidos al destino, y que todo lo que
sucede ocurre porque así está escrito en ese plan oculto de la naturaleza (fatalismo). Si eso es así, al
sabio sólo le queda aceptar el orden natural de las cosas, puesto que de nada sirve el rebelarse
contra ese orden, y si uno lo hace sólo sentirá angustia y desasosiego.
Ésa es la razón por la que el estoicismo defiende la ataraxia o imperturbabilidad del alma,
concepto que está íntimamente ligado al de autarquía o autosuficiencia del sabio (indiferencia frente
a los sucesos del mundo y desapego a todos los bienes materiales innecesarios). Los estoicos
tratarán de dominar las pasiones evitando ser afectados por ellas, ya que son fuente de sufrimiento o
provocan la intranquilidad del espíritu.
Aunque a primera vista, y juzgando por su fatalismo, los estoicos puedan parecer pesimistas con
respecto al mundo, no lo son en absoluto. Y no lo son porque consideran que el destino es justo y
racional puesto que implica el despliegue de esa Razón Universal. Y que si nosotros consideramos
como desgracias ciertos acontecimientos es porque no podemos penetrar que esos hechos han
sucedido para que se instaure un bien mayor en el universo. El único mal consiste en las fuerzas de
la pasión que llevan la intranquilidad al ser humano.
Paradójicamente, la defensa de la ataraxia y la autosuficiencia no los condujo al individualismo.
Al contrario, ellos interpretaron que el individuo se realiza plenamente en el seno de la comunidad.
Esa convicción les llevó a desarrollar una ética social muy avanzada para su época y que hoy día
nos parece claramente contemporánea en muchos de sus aspectos. Al igual que los cínicos,
defendieron al hombre como ciudadano del mundo, más allá de patrias y fronteras. Proclamaron la
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igualdad del hombre y la mujer dentro del matrimonio, lucharon contra la existencia de la esclavitud
y proclamaron la existencia de derechos humanos comunes a todos los hombres.
Ética kantiana
I. Kant nace en la ciudad prusiana de Köninsberg en 1724, en el seno de una familia que lo educa
en la rígida moral del pietismo, lo que marcará al filósofo para el resto de sus días con un rigorismo
ético, tanto en su vida privada como en la concepción de sus obras filosóficas. A lo largo de su vida
laboral se dedica a la educación, al principio con clases particulares y posteriormente como profesor
de la Universidad de Köninsberg. Muere en 1804.
Cabe decir que Kant es uno de las más grande filósofos de toda la historia del pensamiento. Su
obra no sólo plantea una nueva manera de acceder a la Teoría del conocimiento y a la Ética, sino
que se convierte ya incluso durante la vida del propio autor en el referente filosófico más
importante para los pensadores de su época. Su influencia en la posterioridad igualmente fue
inmensa. Sus tres grandes obras son: Crítica de la Razón pura, Crítica de la Razón práctica y
Fundamentación de la metafísica de las costumbres. La primera está dirigida a establecer las
condiciones y los límites del conocimiento; mientras que las otras dos abordan la fundamentación
de la Ética como disciplina del conocimiento.
En lo que respecta a la moral, Kant adoptará un punto de vista totalmente novedoso en la historia
de la filosofía. Parte de una crítica a los sistemas éticos anteriores, a quienes considera modelos de
ética material: establecen la bondad o la maldad de una acción en cuanto ésta resulte o no apropiada
para alcanzar un fin que se identifica con el bien (sea éste la vida contemplativa, el placer, las leyes
de la naturaleza o la ley divina). Según Kant, esta forma de entender la ética es incorrecta, puesto
que las razones que se aportan para que uno obre moralmente se encuentran fuera de la propia ética.
Él propone como alternativa un nuevo sistema: la ética formal: nos dirá qué tenemos que hacer
para alcanzar un fin bueno (ni tampoco en qué consiste éste), sino que nos proporcionará la forma
que deben tener nuestras acciones para ser morales. La forma concreta en que se expresa la
moralidad será el llamado imperativo categórico.
Ahora ya no se trata de llevar a cabo actos porque son buenos para alcanzar un fin deseable
moralmente (tal como quieren las éticas materiales), sino que los actos son buenos porque mi deber
moral que se expresa en la racionalidad humana así lo determina. El fundamento de la ética será
tan sólo lo que Kant llama la buena voluntad.
Desde el punto de vista moral, Kant distingue tres posibles tipos de acciones:
- Contrarias al deber: son inmorales.
- Conformes al deber: son acciones buenas, pero no morales, porque han sido realizadas no por
motivos éticos, sino por intereses personales o buscando lograr ciertos fines que son ajenos a la
ética.
- Acciones por deber, las únicas auténticamente morales, puesto que su realización ha sido
determinada exclusivamente por respeto al deber.
Como puede apreciarse, la ética kantiana busca la autonomía (es decir, que sea la razón la que se
dé a sí misma las leyes morales) en contra de la heteronomía (lo que debe hacerse está determinado
por una finalidad placer, utilidad, perfeccionamiento intelectual, etc. que no procede de la propia
razón moral, sino de algo exterior a ella) característica de las éticas materiales.
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Existencialismo
Se conoce como existencialismo un movimiento filosófico inspirado en las ideas originarias de
un pensador del siglo XIX, S. Kierkegaard. Para esta corriente, la existencia se convierte en el
objeto de estudio esencial de la filosofía.
El rasgo básico que define al existir es la libertad. Pero ser libre (estar condenado a ser libre, en
palabras de Sartre) significa tener que elegir lo que uno quiere ser y hacia dónde debe dirigirse; esa
necesidad de tomar decisiones continuamente (en eso consiste precisamente vivir) conduce al
hombre a la angustia.
Para conjurarla, algunos seres humanos buscan consuelo en las ideologías o las religiones: ellas le
dicen lo que debe hacer y le evitan de esa manera el tener que elegir a cada paso de su vida. Ahora
bien, ésa será una existencia inauténtica, un consuelo bajo forma de ideología. El hombre auténtico
debe aceptar que no existen leyes inmutables, ni en la naturaleza ni siquiera en Dios (puesto que
éste no existe), y que su existencia es una ‘pasión inútil’ que surge de la nada y a la nada vuelve.
Sin embargo, y desde su actuación ética, el ser humano no debe ser pasivo socialmente. Para el
existencialismo, el sujeto tiene la obligación moral de actuar sobre la sociedad para transformarla
mediante valores puramente humanos.
Helenismo
En la historia de la cultura se conoce por helenismo un periodo histórico de la civilización
griega que abarcó desde la época de Alejandro Magno hasta el reinado del emperador romano
Augusto. Esta época se caracterizó históricamente por la desmembración del sistema de polis, y por
la pérdida de influencia militar y colonizadora de Grecia, aunque, desde el punto de vista cultural,
las artes y el saber griego siguieron ejerciendo enorme influencia en otros territorios.
En filosofía, el helenismo hizo de la moral el tema esencial de la reflexión, floreciendo durante
esta época dos grandes corrientes: el estoicismo y el epicureísmo. En cuanto a la teoría del
conocimiento sobresalieron dos escuelas: el escepticismo y el eclecticismo.
Nihilismo
Vocablo que procede del latino nihil (nada). En un sentido muy genérico significa la negación de
realidades absolutas y trascendentes, como Dios o la Naturaleza entendida como un todo, por
ejemplo.
En cuanto a la Teoría del conocimiento, se considera nihilista a cualquier teoría que afirme la
inexistencia de verdades absolutas o inmutables que puedan ser accesibles al conocimiento humano.
En este sentido, pueden ser considerado nihilistas movimientos tales como el escepticismo, el
pirronismo, el fenomenismo de Hume, etc.
Sin embargo, el filósofo que más ha utilizado este concepto (además, con una significación
propia) ha sido F. Nietzsche. Para él, el nihilismo es una enfermedad que ha padecido todo el
pensamiento filosófico y, por extensión, toda la cultura occidental. Según él, la filosofía socráticoplatónica inventó la falsa ilusión de dos mundos: uno, el verdadero, que estaría más allá de la
naturaleza; y otro, el falso o la copia imperfecta, que sería nuestro mundo real. Más tarde el
cristianismo insistiría en esta dualidad, diferenciando el mundo divino del terrenal.
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De ahí que los valores de la ética occidental fuesen ‘valores de muerte’ en palabras de Nietzsche
(obediencia, humillación, sufrimiento..., estas serían las actitudes reivindicadas por el cristianismo
para ganar la salvación), rechazando en cambio ‘valores de la vida’ como poder, placer, gozo,
alegría..., los cuales quedaban estigmatizados por la moral cristiana.
Para Nietzsche, los valores morales defendidos por la civilización occidental son pura ‘nada’ (de
ahí el nombre de nihilismo), puesto que representan ilusiones y falsas ideas sobre la existencia de
un mundo más allá del único real, que es nuestro mundo.
A esa ‘voluntad de muerte’ es a lo que Nietzsche llama nihilismo pasivo. Pero, según él, existe
otro tipo de nihilismo, el activo, que consiste en destruir la totalidad de esas ideas y en proceder a la
transmutación de todos los valores, para conseguir que desaparezca la noción de pecado y volvamos
a gozar de la inocencia de la vida y la naturaleza. Para ello es necesario ‘matar a Dios’ (a su idea) y
hacer que muera el hombre antiguo para que surja un hombre nuevo (el superhombre), que encarne
el triunfo de la vida y de una moral fundamentada en la alegría y el gozo de la existencia.
Pragmatismo
Teoría filosófica que surgió en EE. UU. a comienzos del siglo XX, y que aplicó el principio de
utilidad (utilitarismo) al establecimiento del criterio de verdad de una proposición. En síntesis, el
pragmatismo defiende que una proposición es verdadera si funciona en la realidad, esto es, si resulta
eficaz objetivamente, mientras que será falsa si no funciona. Su creador fue el filósofo
norteamericano Peirce. Otro de sus representantes más conocido es W. James.
Desde el punto de vista moral, el pragmatismo defendió posturas utilitaristas, insistiendo más en
el valor práctico de las acciones que en su puro valor teórico. Su influencia social ha sido grande, ya
que establecía criterios para determinar la búsqueda de éxito, tanto científico como social.
En el sentido coloquial del término, un pragmático es alguien eminentemente práctico que no se
cuestiona las teorías sino el funcionamiento de las leyes y las normas en la realidad inmediata, y que
hace de la búsqueda de lo útil su santo y seña.
Relativismo
El concepto ‘relativismo’ posee un significado genérico común, aunque incluye muchas
significaciones particulares según se aplique en uno u otro campo del saber; así, hablamos de
relativismo físico, moral, cultural, epistemológico, etc.
En términos generales, un relativista es el que niega la existencia de realidades absolutas,
considerando que todas las cuestiones son relativas, es decir, su realidad depende del punto de vista
particular del sujeto que las considere.
Dentro de la teoría del conocimiento, el relativismo niega la posibilidad de conocer verdades
absolutas, afirmando que la verdad o falsedad de una ley científica depende de las condiciones o
sistema de referencia mediante los que la consideremos.
El relativismo cultural, por su parte, afirma que no hay culturas o civilizaciones superiores o
inferiores desde el punto de vista de sus costumbres y normas sociales, ya que estas últimas
provienen de las diversas circunstancias históricas o culturales que ha sufrido cada pueblo en
concreto. Según el relativismo, estas normas son aceptadas por los individuos de cada una de esas
sociedades porque se han revelado útiles para esa comunidad, o simplemente por tradición y respeto
a la autoridad de los antepasados. Puesto que cada pueblo ha tenido experiencias históricas
diferentes, no cabe hablar de culturas superiores, sino tan sólo de culturas diversas.
El conocido como ‘relativismo moral’ consiste en la actitud de negar la existencia de normas,
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leyes o valores morales que posean el carácter de absolutos, ya que cada uno de ellos depende de las
circunstancias personales o históricas, o incluso de las experiencias previas que condicionaron la
aparición de dichas normas.
Por tanto, el relativismo moral se opone a la existencia de una ley natural como fundamento
universal de la ética. Para él, las normas morales son productos de nuestra experiencia colectiva y
están condicionadas por su utilidad social. Afirma, pues, que la moral no es más que una
convención aceptada socialmente.
No obstante, existen dos formas de relativismo moral: el fuerte y el débil. Para el primero, no
podemos hablar en ningún caso de normas morales superiores con respecto a unas culturas u otras:
todas ellas tienen el mismo valor, ya que su origen y validez han venido marcados por las diferentes
experiencias históricas y costumbres.
Desde un punto de vista racional, sin embargo, resulta muy difícil mantener esta postura extrema;
por ejemplo, ¿debemos aceptar prácticas inmorales que están arraigadas culturalmente en
determinadas sociedades, como la ablación, el sometimiento de la mujer al varón, la perduración de
castas biológicas y sociales, etc., simplemente porque son admitidas como costumbres sociales en
determinados lugares? Desde un punto de vista moral, ¿cabe considerar de igual manera las normas
que impiden esas violaciones de derechos que las que las permiten?
Por eso, el llamado ‘relativismo débil’ no admite esa pretendida igualdad moral de unas normas u
otras, señalando acertadamente que la costumbre por sí sola no puede constituir un fundamento
esencial de la ética, puesto que la experiencia histórica nos demuestra la existencia de costumbres
contrarias a los Derechos Humanos. De ahí que se limite a afirmar que los valores morales no son
absolutos en sí mismos ni existen independientemente de los seres humanos. Eso no quiere decir,
sin embargo, que no podamos intentar alcanzar acuerdos sobre qué es lo justo y lo bueno, utilizando
para ello criterios puramente racionales.
Si alcanzamos unos acuerdos mínimos, podremos afirmar que esos valores son válidos
provisionalmente, es decir, hasta que los propios seres humanos decidan cambiarlos por otros que
consideren más convenientes o más útiles. Insisten, por tanto, en el carácter histórico de las leyes
morales, aunque creen en la existencia de normas más o menos ajustadas a la racionalidad moral.
Numerosas corrientes o escuelas de filosofía han adoptado posiciones relativistas en materia ética
a lo largo de la historia del pensamiento. Merecen destacarse las siguientes: sofistas, utilitarismo,
intuicionismo y emotivismo moral, y las teorías éticas derivadas del pactismo o Contrato social.
Sofistas
Corriente filosófica surgida en Grecia (siglo V a.C.) y constituida mayoritariamente por filósofos
venidos de otras polis a instalarse en Atenas, donde abrieron escuelas de enseñanza. No
constituyeron un movimiento propiamente dicho, ya que los sofistas defendieron ideas diversas y en
no pocas ocasiones disintieron entre sí. Sin embargo, la Historia de la filosofía los suele presentar
como un grupo de pensadores más o menos homogéneo que provocó un cambio filosófico
importante con respecto a los filósofos anteriores, conocidos como presocráticos.
Si el pensamiento anterior había versado sobre el origen (arjé) del universo y la materia, y sobre
los mecanismos del cambio o transformación, con la llegada de los sofistas el interés filosófico se
centró en las cuestiones éticas, políticas, epistemológicas y antropológicas (es decir, sobre
cuestiones relativas a la naturaleza humana), antes que en los problemas físicos del cosmos y la
naturaleza. Entre sus más afamados representantes destacan Protágoras, Gorgias, Calicles, Hippias,
etc.
Aunque hoy en día el término ‘sofista’ posee un significado coloquial peyorativo (en ese sentido,
se entiende por tal a una persona demagógica que juega con los argumentos para ‘enredar’ y
‘confundir’ las cuestiones esenciales, sacando provecho de ello), antiguamente significaba ‘sabio’,
nombre que a sí mismo se daban esos filósofos como maestros que eran. Fueron atacados
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duramente por Sócrates, Platón y Aristóteles, ya que defendían el relativismo y el pragmatismo, lo
que hizo que su mala fama se transmitiera a la posteridad a través de las obras de los autores antes
citado. Sin embargo, hoy en día los historiadores de la filosofía han rechazado las acusaciones
clásicas, destacando por contra que los sofistas fueron grandes filósofos que abrieron debates de
enorme importancia en campos como la ética, la política y la teoría del conocimiento. Actualmente
se destaca, sobre todo, sus aportaciones al estudio del lenguaje y de las convenciones sociales,
morales, políticas y culturales, etc.
Sus rasgos filosóficos más sobresalientes fueron:
- La defensa del relativismo, tanto en el ámbito de la moral como en el del conocimiento.
Argumentaron que todas nuestras ideas y normas provenían de la experiencia y que, por tanto, no
existían verdades inmutables, ya que la propia verdad era fruto de un acuerdo o convención entre
los hombres.
- El pragmatismo: tanto sus enseñanzas como sus métodos buscaban siempre una utilidad social;
de ahí que concedieran gran importancia a la práctica real y no sólo teórica de la filosofía. Así, sus
especialidades más cultivadas fueron la retórica (con el fin de triunfar en la vida pública mediante el
don de la persuasión), la lógica (o capacidad de construir argumentos que convencieran a los demás
sobre la verdad de lo que uno defendía), la política y la ética.
- El subjetivismo, consecuencia lógica de su relativismo, ya que la verdad y las normas eran para
ellos relativas a cada ser humano o a cada grupo social cohesionado por tanto, puramente
subjetivas, y nunca universales.
- El convencionalismo o teoría de que la política y la ética consistían en acuerdos tomados por
una colectividad acerca de lo que era bueno o malo tanto para el individuo concreto como para la
nación. Por eso, afirmaban que las normas morales de una sociedad concreta no podían considerarse
superiores a las de otra sociedad distinta, ya que ambas eran fruto de las respectivas experiencias
históricas y culturales de cada pueblo concreto, de tal manera que cada uno admitía como ‘bueno’
aquello que la experiencia del pasado le había convencido de que era ‘útil’ para esa sociedad. De ahí
que muchos autores hayan insistido en el carácter utilitarista de esta corriente filosófica.
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Universalismo moral
En Ética, se conoce con el nombre de ‘universalismo moral’ a cualquier teoría defensora de la
existencia de normas y valores universales, es decir, que sean válidos para todos los seres humanos,
independientemente de la cultura a la que pertenezcan. El universalismo se caracteriza por su crítica
radical contra el relativismo moral, al que acusa de caer en un puro subjetivismo y de no ser capaz
de resolver sus propias contradicciones.
Ahora bien, dentro del universalismo no existe unanimidad a la hora de establecer cuáles son esos
valores universales ni de donde procede su fundamentación teórica. De una manera excesivamente
general, podemos resaltar dos grandes corrientes dentro del universalismo ético:
- El iusnaturalismo: cree en la existencia de una ley natural, válida e inmutable, cuya esencia se
encuentra dentro de la propia naturaleza humana, ley mediante la que todos los seres humanos
captamos por intuición directa y sin necesidad de demostración la bondad o maldad de los actos,
independientemente de la cultura a la que pertenezcamos o de la forma que nos hayan educado.
- Las llamadas éticas dialógicas o éticas fundamentadas en el consenso entre todos los seres
humanos, las cuales creen posible llegar a acuerdos de alcance universal a través del diálogo entre
las diversas culturas sobre los valores y normas morales. Un ejemplo de este consenso sería la
Declaración Universal de Derechos Humanos.
Utilitarismo
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Con el nombre genérico de utilitarismo se cataloga a un conjunto de teorías éticas para quienes el
criterio que determina la felicidad (eudemonía) y la finalidad de las acciones morales es el de
utilidad. Aunque antes de él hubo autores que defendieron modelos parecidos, se considera al
filósofo del siglo XVIII, J. Bentham, el primero que sistematizó y fundamentó un sistema utilitarista
ético, sistema que expuso en su obra Introducción a los principios de la moralidad y la legislación
(1789).
Bentham parte del emotivismo de Hume. Al igual que éste, considera que las acciones morales no
son objeto directo del conocimiento, ya que conceptos como bien, justicia o vicio no corresponden a
hechos de la naturaleza, sino que únicamente expresan emociones o sentimientos de agrado o
rechazo con respecto a la moralidad de ciertas acciones. Aceptado que el fin del ser humano
consiste en la búsqueda de la felicidad, Bentham afirma que sólo el placer (corporal pero también
intelectual y moral) y la huida del dolor (epicureísmo) son sentimientos universales que pueden
definir a la felicidad, ya que todos los seres humanos catalogan al placer como bueno y al dolor
como malo.
A su vez, Bentham identifica lo útil con lo bueno, puesto que aquello que me resulta beneficioso
(útil para aumentar mi felicidad) lo considero necesariamente bueno para mí. Ahora bien, este tipo
de utilitarismo individual puede dar lugar a muchas injusticias (a causar dolor a muchas personas,
dice Bentham), ya que el utilitarismo individual conduce necesariamente al egoísmo. De ahí que sea
necesario establecer un criterio cuantitativo y aritmético de la utilidad, criterio que Bentham define
de la siguiente manera y al que denominó Principio de felicidad: para que nuestras acciones quepan
ser consideradas morales deben asegurar la mayor cantidad posible de felicidad para el mayor
número posible de individuos.
Pongamos un ejemplo: si yo tengo bastante dinero, y a pesar de ello sigo acumulando dinero
porque ese hecho aumenta mi placer personal, estaré contribuyendo a fomentar únicamente mi
felicidad, ya que los demás no gozan de ella. Ahora bien, si yo soy solidario y dono ese dinero para
que se realicen obras sociales con él, aumentará la felicidad de un número elevado de personas (las
que se beneficien de la donación). Luego, el ser solidario es más moral que el no serlo.
Sin embargo, las ideas de Bentham pronto recibieron importantes críticas. Una de ellas señalaba
la imposibilidad de calcular aritméticamente todas las consecuencias de nuestras acciones para
decidirnos a actuar en uno u otro sentido (de ahí que llamaran despectivamente al modelo de
Bentham una ‘ética aritmética’). Otra, la facilidad con que un sistema de ese tipo podía degenerar
en una especie de egoísmo individual (tender a considerar que es bueno sólo lo que me beneficia) y
en una suerte de hedonismo social: el fin de la vida se reduce a la búsqueda de un placer que
satisfaga a las mayorías sociales.
Consciente de esas críticas, J. Stuart Mill se propuso reformar el utilitarismo acudiendo a criterios
cualitativos en lugar de criterios cuantitativos. En su obra El utilitarismo (1863) propuso un nuevo
principio para establecer la moralidad de nuestros actos. Distinguió así entre placeres superiores e
inferiores, haciendo hincapié en la supremacía moral de los criterios de utilidad que más beneficien
a la humanidad antes que en los puramente personales. Trataba así de evitar el subjetivismo
personalista de Bentham y apostar por el predominio de lo social sobre lo individual. Para
determinar esa utilidad social, Mill acude a la experiencia histórica: bastará con estudiar qué reglas
morales han resultando más útiles para la humanidad en su conjunto a lo largo de las sucesivas
épocas históricas.
Finalmente, estableció lo que él mismo denominó criterio utilitarista de verificación, criterio que
debía aplicarse sobre todas y cada una de las leyes morales: una regla moral es válida siempre que
las consecuencias de que sea observada son mejores (es decir, más útiles socialmente) que en el
caso de que no lo sea, y siempre que sean igualmente mejores que las consecuencias obtenidas con
una regla moral alternativa. Como puede apreciarse, Mill formula una ética consecuencialista.
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Vossenkhull, en el Diccionario de Ética dirigido por Höffe, señala cuatro principios generales de
cualquier utilitarismo que aspire a ser moral:
1. A diferencia de la deontología, el utilitarismo afirma que las acciones no deben valorarse por sí
mismas, sino en razón de que sus consecuencias sean buenas o malas (consecuencialismo).
2. Las consecuencias tienen que ser buenas no en relación a cualquier fin, sino tan sólo a lo bueno
en sí mismo.
3. Lo bueno en sí mismo se determina por el principio de utilidad: debe satisfacer las necesidades
y la felicidad humanas desde un punto de vista social, además de buscar lo más beneficioso posible
para los intereses colectivos, dejando que sea cada individuo en concreto el que determine
subjetivamente su concepto de felicidad personal.
4. La felicidad y el placer que se obtengan con las consecuencias de la acción no deben reducirse
a un grupo o a individuos particulares, sino a la totalidad de los afectados por la acción.
A lo largo del siglo XX han aparecido nuevas versiones de utilitarismo moral, entre las que
destacan las de Urmson y Brandt (para quienes el principio de utilidad no debe aplicarse a
situaciones o acciones, sino a las reglas morales) y el utilitarismo indirecto defendido por J. Rawls
en su teoría del Contrato social sobre la justicia, para quien el utilitarismo olvida los derechos de las
minorías (ya que tiene un criterio de utilidad en razón de las mayorías sociales). Con el fin de
remediar ese olvido, propone que el fundamento utilitarista sea el incrementar el respeto a los
Derechos Humanos.
Las mayores críticas que aún hoy recibe cualquier tipo de utilitarismo moral son las siguientes:
- Descuida al individuo en beneficio de la sociedad, y por tanto, es incapaz de establecer una ética
de deberes personales.
- El principio de utilidad no posee una fundamentación teórica convincente, aunque sí la tenga
desde el punto de vista práctico.
- Se trata de un sistema consecuencialista que sólo atiende a las consecuencias y no a los valores
morales en sí.
Utilitarismo individual
Con este nombre se conoce el modelo de utilitarismo propuesto por Bentham, donde el individuo
en particular es el que tiene que calcular las consecuencias de su acción en relación a la totalidad de
personas afectadas por la misma, y, por tanto, donde el criterio de utilidad queda reducido a una
valoración personal.
De una manera más extensa, también podemos denominar utilitarismo moral al egoísmo, ya que
este último busca exclusivamente la felicidad personal en acciones que le resulten particularmente
beneficiosas, sin calcular las consecuencias de dichas acciones en los demás.
Utilitarismo social
Nombre con el que se conoce la doctrina utilitarista de Stuart Mill y de otros autores que
insistieron en la supremacía de la felicidad social sobre la individual o particular. Este sistema se
basa en el establecimiento de placeres superiores e inferiores, siendo considerados mejores aquellos
que más beneficios o utilidad proporciones al conjunto de una sociedad o incluso al conjunto
general de la humanidad.
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