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Costumbres
Conferencia auspiciada por la Escuela de Filosofía, Facultad de Humanidades, Universidad
Autónoma de Santo Domingo, en el marco de la conmemoración del primer centerario del
fallecimiento de Pedro Francisco Bonó. Biblioteca Pedro Mir, Octubre 2006.
Pedro Francisco Bonó nació en Santiago de los Caballeros en 1828, tocándole vivir el período
de la transición de la economía del hato ganadero a la economía comercial e industrial. Aunque
nació en Santiago residió la mayor parte de su vida en la ciudad de San Francisco de Macorís,
conociendo profundamente la forma en como los campesinos del Cibao se desenvolvían en la
cotidianidad, cómo producían sus riquezas y cómo practicaban sus costumbres y naturalezas.
Fue un estudioso de la economía ganadera y de la producción agrícola, además de mantener
sólidos vínculos, en su condición de alambiquero, con el comercio de la región, además de
poseer un amplio bagaje intelectual que le permitía profundizar en las problemáticas políticas y
social de su época. Falleció el 14 de septiembre de 1906.
Gran parte de su producción intelectual se encuentra dispersa en revistas y periódicos de la
última mitad del siglo XIX, y recopilada por Emilio Rodríguez Demorizi en la obra “Papeles de
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Pedro Francisco Bonó”, mientras que su novela El Montero (posiblemente la primera novela
divulgada por un dominicano), apareció publicada en París, en el periódico español El Correo
de Ultramar, en 1848. El Montero fue considerada por su autor en 1880, haciendo acopio de su
humildad, como una “obrita relegada y olvidada con los papeles viejos en que está
incorporada” y publicada cuando “tenia por compañera a la pobreza” y le faltaba más
instrucción clásica.
Como político de mediado del siglo XIX, recogió en sus escritos la experiencia alcanzada en
cada uno de los aspectos en que estuvo implicado y en su condición de sociólogo, de cuya
disciplina es el primero en abordarla científicamente en la República Dominicana; sus Apuntes
sobre las clases trabajadoras dominicanas, lo sitúan entre los grandes pensadores de la
historia dominicana.
El pueblo dominicano es el resultado de una hibridación que se produjo como parte, primero de
la integración del indígena con el español y muy pronto, mucho antes de que tocara el medio
siglo XVI, un tercer componente étnico vino a determinar el conglomerado humano que se ha
proyectado hasta hoy.
La forma en que se dio esa integración guarda estrecho vínculo con los modelos económicos
impuestos desde la misma llegada del español y el consiguiente exterminio indígena que sentó
las bases para la introducción masiva de los esclavos africanos. En poco tiempo, las
autoridades coloniales impusieron el tributo en oro, las encomiendas de indios y la industria
azucarera basada en el trabajo esclavo, al mismo tiempo que crecía y desarrollaba integrada al
ingenio una economía ganadera que va a determinar a partir del siglo XVII, la existencia de una
sociedad donde el hatero propietario, el mayoral, el ranchero, el liberto y el esclavo van a
interactuar en un mismo espacio y en una actividad, que Pedro Francisco Bonó va a considerar
como poco productiva y sin condiciones para producir las riquezas que el país necesitaba para
avanzar.
Esa actividad que junto al hato ganadero se hizo común a los diferentes sectores de la
población dominicana fue la montería y el campesino dominicano, lejos todavía de lo que podía
constituir una economía agrícola, devino en un proceso que se prolongó por más de trescientos
años, en lo que se conoció como el montero, personaje que se ocupaba dentro de la economía
del hato, de—como dice Antonio Sánchez y Valverde en Idea del valor de la isla Española—de
buscar en los espesos montes el ganado requerido por el patrón: los pastores de La Española
que se ocupaban de la cría de animales, tenían que madrugar todos los días y “salir descalzos,
pisando el rocío o el lodo, en busca del Caballo que han de montar para sus correrías. (…).
Condúcela el pastor a la casa y después de aparejarla, se desayuna con un Plátano asado, si
le tiene y una taza de Jengibre o de Café, que es todo su alimento hasta la hora que vuelve.
Así desayunado, monta a caballo y va sufriendo los ardores del Sol o la molestia de las lluvias
por bosques, monte o sabanas. (…). A él se añade el que llaman Montear, al cual deben darse
con más o menos frecuencias, según pide la subsistencia de la familia que mantienen, no de lo
que crían, sino de lo que cazan, en un País que sólo el día de la matanza puede comerse la
carne fresca y donde casi todo el alimento es la vianda fresca o salada, especialmente en los
Hatos.” (Antonio Sánchez y Valverde, Idea del Valor de la isla Española, pág.195).
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El propietario o hatero es el individuo que se ejercita en el cuidado del hato y la crianza de los
animales y se distingue del montero en que el primero anda a caballo y el segundo casi
siempre a pie. El primero salva grandes distancias buscando el ganado mayor por las sabanas
y el segundo camina por los bosques o montes valiéndose de estrechísimas veredas
practicadas en la espesura para buscar los trozos de cerdos.
Esta descripción hecha por Antonio Sánchez Valverde en Idea del valor de la isla Española se
ajusta a la narración que sesenta años después va a realizar Pedro Francisco Bonó en su
novela El Montero, la cual me propongo brevemente comentar más adelante: “Sale el montero,
descalzo y a pie por lo regular, con una lanza y sus perros. Si va a caballo, tiene que dejarle a
la entrada del bosque o montaña. (…). Aun así ha de hacer mil contorsiones con su cuerpo
para entrar y poder seguir la caza. Suelta uno, dos o más perros (…). Al ladrido de estos corre
el pastor con su lanza, rompiendo ramas, pisando espinas y tropezando con ganchos, en que
quedan los harapos de la camisa o calzones, y no poca veces la carne. Tiénese feliz si
encuentra un buen toro o un berraco grande (especie de jabalí) que le embiste con furia y con
el que lidia hasta matarle (…). Sus pies crían una soleta o costra del espesor de un dedo con la
continuación de andar descalzo. Las espinas, que son muchas (…), suelen no penetrarle a lo
vivo. (…). Todo el día que ha pasado en montear, se ha mantenido mitigando la sed con
naranjas agrias o dulces, según las encuentra, y engañando el calor natural con alguna fruta
silvestre que se presenta al país. “(obra citada, pag.196).
Por otro lado, es interesante adentrarnos un poco en la forma en que Moreau de Saint Mery en
su obra Descripción de la parte española de la Isla de Santo Domingo (1783), describe la
cultura del montero: Para este autor que nos visitó a finales del siglo XVIII, Santo Domingo
vivía del hato, abandonado y sin motivaciones para la producción de riquezas, sin conocer de
necesidades complicadas que satisfacer: “Una camisa, una chaqueta y un calzón de tela de
cutí o terliz; tal es el vestido ordinario del colono, que anda muy a menudo descalzo”. (pág.83).
Las mujeres llevan una especie de basquilla a saya, comúnmente de color negro: unas
espacies de corpiños y una camisa que no desciende siempre mucho más debajo de la cintura.
Sus hermosos cabellos, sin polvos, van trenzados; a veces van anudados con una cinta en
forma de venda; y un lujo verdadero es, pero que no se usa sino en las grandes ciudades, el
llevar una cofia o redecilla o sujetar los cabellos con gruesos alfileres blancos, adornados con
piedras falsas y de colores. A veces son flores campestres, pero es fácil comprender que esa
moda no les place mucho. Las mujeres llevan también aretes en las orejas y los cambian con
frecuencia; del Cabo Francés (Cabo Haitiano), es de donde vienen esas joyas que las mujeres
tienen un placer especial en usar con cierta especie de coquetería” (pag. 83). En los campos
son las mujeres las que preparan las comidas y las que sirven; muy a menudo ni siquiera se
sientan a la mesa y comen sentadas en el suelo. La moda comienza a influir un poco y algunas
españolas llevan casaquines o jubones. Las mujeres se ocupan de la costura y no viven
recluidas como en España y no llevan el velo o la mantilla sino cuando van a la iglesia, en
donde nadie se sienta y todas se colocan en un lado y los hombres de otros.
Los dominicanos acostumbran a tomar la siesta después de la comida y las enfermedades son
muy frecuentes donde no hay médicos ni cirujanos, con excepción de la ciudad de Santo
Domingo. Son aficionados a las armas y su canto es muy monótono, acompañados de una
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guitarra ronca, “que se queja dolorosamente de la torpeza de los dedos que la tañen, o
simplemente con el sonido de una calabaza o maraca que agitan, o sobre la cual ejercitan sus
manos poco armoniosas. Al oír semejante canto, al contemplar baile tan singular, seria muy
difícil conocer en ellos los hijos del placer”. Y se divierten al compás de un bailecito llamado
fandango, en el que una joven, casi siempre bonita, comienza a bailar en medio de un corro de
espectadores”.
Muchas de estas observaciones recogidas y aparecidas en la obra de Moreau de Saint Mery,
eran conocidas de Pedro Francisco Bonó, quien conocedor de la vida campesina, llegó a recibir
consejos de su amigo Ulises Francisco Espaillat de que escribiera sobre la vida del campo, la
crianza del ganado, la mejora de pastos, el pastoreo del ganado, la prohibición de vender las
hembras y la riqueza rural. (Carta de Espaillata a Bono el 3 de julio de 1876). Bonó era crítico
del juego de azar y su pluma tronaba contra las galleras (el deporte nacional de la época), así
como contra la superabundancia de días festivos, por la perdida de tiempo y riquezas que
significaban y favorecía la construcción de caminos, la protección de la agricultura y del
campesino, así como el mejoramiento de las clases trabajadoras
Entendido en los asuntos de la vida del campesino cibaeño y de los cultivos que más
beneficios le dejaban a su familia y al país, Bonó era un radical defensor de la producción de
tabaco, al que consideraba la mayor y única riqueza de la República Dominicana y en la que
estaba “cifradas las esperanzas de varios miles de personas y de familias, porque en cada
cosecha circula más de un millón de pesos entre ellas repartido”.
En su condición de Ministro de Guerra de la Restauración conoció una parte importante del
territorio dominicano, de sus habitantes y su cotidianidad y como intelectual que conocía el
valor de lo escrito, iba encargándose de describir sus experiencias y de ir dejando a la
posteridad detalles, muchos de los cuales se acercaban a relatos de los episodios en los que él
se implicaba, y de paso iba describiendo la cultura campesina de entonces.
Ejemplo de lo antes dicho, aparece en su escrito Episodios de la Restauración, del cual cito los
siguientes párrafos: En el Cantón una multitud de soldados tendidos en el camino acostado de
una manera particular: una yagua les sirve de colchón y con otra se cubrían, de manera que
aunque lloviera como acaba de suceder, la yagua de arriba les servia de techumbre y la de
abajo como una especie de esquife, por debajo de la cual se deslizaba el agua y no lo dejaba
mojar. A esta yagua en el lenguaje pintoresco de esa época se le llamaba la frisa de Moca. En
muchos ranchos se oía el rosario de María con oraciones estupendas. Dos o tres ciriales
alrededor de una enjalma tendida indicaban una talla. Al pasar cerca de ellos vi que uno decía
que había ganado seis reales y otro que había ganado cuatro y otro que había ganado cuatro
hojaldras de catibía” (En el Cantón de Bermejo, pág.120). y aclara que “cada soldado es un
montero” y tenían habilidades para adquirir sus alimentos: unos cogían calabazos y bajaban
por agua al arroyo, otros mondaban plátanos y los ponían a asar y en los ranchos no faltaba
una tasajera con uno dos tocinos, que cocinaban en un improvisado fogón “clavando en tierra
tres estacas gruesas a una altura de seis pulgadas, formando un triangulo rectángulo sobre los
cuales” asentaban el caldero.
Es notorio en sus escritos, la habilidad muy rara todavía entre los estudiosos de los problemas
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culturales, para descubrir la relación entre economía y práctica cultural. Por ejemplo, para él el
tabaco era una actividad económica que provocaba actividades colectivas de las que surgían
costumbres en la sociedad campesina. “Por dondequiera—decía él—cruzan tongos, serones, y
pacas de tabaco; por doquier veo los almacenes atestados de esta hoja y a un enjambre de
trabajadores de ambos sexos, apartando, enmanojando, pesando y enseronando. Yo veo las
tiendas atestadas de compradores, llegan y desaparecen los surtidos, en una palabra hay una
circulación de riquezas triple a la del resto del año, y esto por consiguiente es lo más
importante” (Apuntes de las clases trabajadoras dominicanas, pág.193).
Favorecía la producción agrícola, especialmente del tabaco, pero aborrecía el hato ganadero,
la ganadería libre, cuyos dueños llevaban “en las despoblada y yermas ciudades dominicanas
una vida supersticiosa, holgazana y embrutecida”, mientras que los aparceros o mayorales son
más embrutecidos y se conforman con “un poco de tasajo frito, o sancocho agrio por toda la
vida, y por solo haber mobiliar, un trabuco, una lanza, una espada, un postro enjaezado con un
fuste medio retobado, y una capa de paño basto. Este haber, salvo el caballo, era transmitido
de generación en generación en la familia cuya vivienda, desnudez y apocamiento causaban
lastima, tan ruinosa y exageradas eran.” (Las clases trabajadoras, pág.218)
Pedro Francisco Bonó era del criterio del que el delito era producido por la economía ganadera
y en la forma como esta se practicaba, encontrándose la economía campesina, que era la
economía del país pues más de un 75 por ciento vivía lejos de las ciudades, y que ésta se
hallaba arrinconada en el hato ganadero desde los tiempos de la colonia: “El fondo de la
riqueza en el país consiste en animales de crías, es decir, que los habitantes como pueblo casi
primitivo, son aún pastores, pero los ganados no son guardados directamente. (..). Los
animales vagan sin pastor (…), en sabanas inmensas, en bosques vírgenes”” motivando e
inclinando la tentación del hurto, y lo que sólo cambiaría cuando los dominicanos se
convirtieran en pueblo de agricultores. (Actuación publica en 1867. Tratado dominico-haitiano
de 1867, pág. 142). En ese medio, las riñas y las heridas “son comunes, porque el dominicano
es valiente y más que por eso, porque siempre anda armado” y (…) ninguno sale de sus casas
sin su sable”.
Refiriéndose a la producción de arroz, que muchos estudiosos de la historia de ese producto
creen más reciente, explica la existencia de ese cultivo en La Vega, “pero sólo el que lo come
sabe las malas semillas que se cruzan y confunden con las buenas en los conucos; arroz
canillita, el congo, el amarillo largo, el punzante, etc . que son de difícil digestión”. (El
comisionado especial de agricultura de la provincia de La Vega, 1876, pag.155). En cuanto a la
producción de riqueza agrícola, plantea que ésta casi no existe en la República Dominicana
pues en el país no hay haciendas que puedan producir una renta regular. Lo que existe son las
vegas de tabacos, algunos trapiches y una pequeña agricultura “viviendo al día”, un poco de
café, cacao y otro frutos menores. La extracción de madera es otra industria que no debe
llamarse productiva, sólo destructiva”.
El trabajo agrícola se hace en la proporción “de un quinto de las fuerzas disponibles, distraídas
como permanentemente está en servicio de guerra inútil o servicio civil mal indicado”. La mitad
del año los agricultores la pasan en campañas o acuartelados; la otra mitad la consagran al
servicio civil ordinario y gratuito; ya en rondas de vigilancia política; en persecuciones de
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delincuentes, en guardias semanales sin objeto, en situaciones de interés privado, en correos,
en prestaciones personales de caminos, fabricas públicas, etc. (…). Son las mujeres y los niños
los que vienen a dar cumplimiento a todas las faenas del campo..” (Trabajo muscular de la
nación, pp.159-160)
Y vinculando el trabajo que produce riquezas y las costumbres, plantea lo siguiente: “Los
dominicanos guardan las tres cuartas partes del año, comprendiendo en ella: los domingos, los
días de ambos preceptos, los preceptos de misa, los de los patronos generales y particulares,
los tres días de las cuatro solemnidades pascuales, los de los santos abogados de los gremios
de las enfermedades de los ojos, garganta, muelas, partos, terremotos, cosas perdidas, etc.
Imprimiendo en su abstención, no la idea religiosa, santa y pura de la oración, buenas obras o
recogimiento, pero atribuyendo al acto del trabajo útil y honesto, castigos próximos y
eventuales por haberse hecho en el día que creen de guarda. (…), siendo socorrida la opinión
entre los obreros y labradores de que quien trabaja en uno de esos días feriados por su
idolatría, incurre en lesiones traumáticas o en resultados negativos en el mismo trabajo”. (Ley
religiosa-tiempo empleado en trabajo, pág.161)
Sobre el juego de gallo, actividad que era común en todo el país, incluyendo las ciudades,
expone como “los sábados, domingos y lunes de todas las semanas, se amontonan diez o
doce mil agricultores, algunos con sus mujeres e hijos, gritando, gesticulando, apostando,
desgañitándose; rodea a esta valla una, dos, tres o más mesa de juego de azar, aquí los
dados, allá el monte, acullá la veintiuna. Hay un departamento de bebidas alcohólicas que
siempre es pocas para apagar la sed de los desgañitados; hay el salón de baile en
permanencia que se calma de día y recrudece de noche, y todo esto cercado de bateas y
bandejas cargadas de dulces, licores, fiambres, cigarros, vendidos por mujeres la mayor parte
cortesanas” (ob. cit., pág.162). En este tipo de vida el joven se hacen “viejos caduco que ya sin
vigor sólo piensa en jugar lo que adquiere, beber aguardiente y cuidar de sus gallos y gallinas
de calidad”, aclarando que el dominicano no rehúsa “la hospitalidad al que se la pide” y
acostumbraba a comer sancocho.
Interesante resulta, como referencia a épocas pasadas, la forma en que se constituía la familia
campesina: “Un joven labrador llegado a su mayor edad quiere emanciparse. Su padre pobre
estanciero o ranchero, no le da ni puede darle más que algunos cordeles de tierras de monte.
En el primer año por un esfuerzo, el mozo tala, tumba, cerca, habita y siembra unas tantas
tareas de maíz, plátanos, yuca y en el segundo año, por otro esfuerzo, apropia materiales para
un bohío que fabrica con su hacha y su machete. Ya tiene vivienda y comida para algún tiempo
y entonces se casa. La mujer comparte sus cuidados; sus faenas, pero además de sus
consumos personales aporta los de partos, enfermedades e hijos. La familia harta y a cubierto,
está desnuda, enferma, sin médicos ni medicinas y la vista fija en el jefe que la ha creado, todo
lo espera de él” (Apuntes de las clases trabajadoras, p.193)
Como hemos podido comprobar, Pedro Francisco Bonó se encontraba para su época por
encima de la capacidad intelectual para describir la cultura campesina y lo hizo magistralmente
a través de su novela El Montero.
Quisiera ahora, antes de terminar que ustedes me permitan reseñar la cultura campesina en la
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forma que la presentó Bonó en su ya citada novela, en la que el montero vive de la caza del
puerco montaraz, al que persiguen desde temprano vestido con una chamarreta de burda tela
de cáñamo con calzones de lo mismo sujetos a la cintura por una correa con su hebilla de
acero, machetes cortos de cabos de palo y vaina de cuero, cuchillo de monte, eslabón de afilar
pendiente de la correa y con una cadenita de hierro, he aquí el vestido. Agréguese para evitar
los estorbos de sombrero entre zarzas y malezas, el montero cubría su cabeza con un gorro de
paño que en su primitivo origen debía ser negro. (El Montero, pp. 48-49).
El montero olvida los peligros de su profesión cuando supone la caza de un jabalí. Cuando
llega a su casa después de la cacería, pronuncia la frase “Ave María” la que impone el silencio
y rezan el Ave María, llevado por la sonora voz del amo de la casa y después del “Sin pecado
concebido” los hijos y niños que estaban arrodillados piden la bendición a las personas
mayores .
La casa del montero y su familia, iluminada por un haz de pino encendido, se compone “de
cuatro o cinco rollos de seiba que servían de sillas en competencia con una barbacoa, mueble
formado por cuatro estacas clavadas en el suelo, soportando dos cortos palos atravesados,
sobre los que descansaban cinco tablas de palmas barnizadas por el continuo frote de los
cuerpos” (pag.51). Ellos “son los que fabrican sus viviendas, y que el único instrumento de que
se valen es el corto machete de trabajo que también sirve para sus cacerías y hasta en el caso
fortuito par su defensa, razón porque tampoco es de extrañar que el machete y el montero
sean inesperables, que puede decirse es uno de sus miembros”. Duerme en una hamaca tejida
de delgadas cuerdas de majagua y cena sancocho de tocino utilizando cucharas de jigüero.
(pág. 55).
Para declararse el amor, entre criadores y monteros, los jóvenes lo hacen “primero con los
ojos, como en toda partes, luego el hombre apoya fuertemente un pie sobre el de la mujer, y
esto equivale a una declaración circunstanciada y formal; si no la mujer retira el pie y queda
seria, rehúsa; si lo deja y sonríe, admite, en este último caso se agrega—Quieres casarte
conmigo—y si una necia sonrisa acompañada de un bofetón le responde, trueca un anillo de
oro o plata con ella y quedan asentadas las relaciones amorosas”. (pág. 59).
La diversión por excelencia en la sociedad que habita el montero es el fandango, “arena de las
declaraciones”. El fandango es una “danza especial; el fandango son mil danzas diferentes, es
un baile en cuya composición entra: un local entre claro y entre oscuro, dos cuatro, dos güiras,
dos cantores, un tiple, mucha bulla, y cuando raya en lujo, una tambora”. (pág. 59). El fandango
es una reunión social, donde a la luz de una jumiadora los que se divierten y embriagan de
aguardiente casi siempre terminan en desenfrenada violencia, donde las heridas y las muertes,
como bien narra nuestro referido autor que nació en 1828 y falleció en 1906, son el colofón de
la fiesta.
Como no tenemos tiempo para contarle todo lo que de la cultura campesina trae la obra El
Montero de Pedro Francisco Bonó, sólo me queda sugerirle la adquisición de la misma y tal vez
leyéndola podamos comprobar, hasta donde ha evolucionado el pueblo dominicano. Muchas
gracias.
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