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Ciencias Sociales y Humanas
Eje Cafetero colombiano:
compleja historia de caficultura,
violencia y desplazamiento
Documento preparado para el Congreso 2004 de la Asociación de Estudios
Latinoamericanos (LASA), Las Vegas, Nevada, octubre 7-9, 2004
•
GERMÁN TORO ZULUAGA
La principal zona cafetera colombiana que durante la bonanza del
producto alcanzó los mayores niveles de calidad de vida en el país y se
preciaba de tener una convivencia pacífica, afronta simultáneamente
las consecuencias del desplome de la economía cafetera, un creciente
empobrecimiento de su población, el impacto de múltiples formas de
violencia y delincuencia y las complicaciones de la llegada masiva de
población desplazada por la violencia. El artículo pone de presente los
antecedentes históricos de estos procesos y analiza las relaciones y consecuencias previsibles del desplome del modelo económico cafetero, las
manifestaciones de violencia, la disminución de los índices de desarrollo
humano y la condición de haberse convertido en zona altamente receptora de población en situación de desplazamiento forzado; así mismo,
aborda las características de los procesos de inserción económica, social
y política de esta población, tanto desde la perspectiva de quienes los
reciben como de quienes llegan; y las similitudes y diferencias con otras
olas migratorias hacia y desde la región.
Fecha de recepción: Febrero 15 de 2005
Fecha de aceptación: Marzo 30 de 2005
•
Germán Toro Zuluaga. Director Ejecutivo, Red de Universidades del Eje Cafetero,
Alma Mater.
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
Resumen:
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Palabras claves:
desplazamiento.
Eje Cafetero, pobreza, violencia, caficultura, política,
Abstract:
The main Colombian coffee-production region, which reached its highest levels of living standards during the boom of the product, and was proud of his
peaceful levels of co-existence, is facing now the consequences of the collapse
of the economy derived from the product, as well as an impoverishment of
its population, the impact of multiple forms of violence and crime, and the
complications derived from the massive migration caused by violence. This
article focuses on the historical background of these processes and analyzes
the relationships and foreseeable consequences of the collapse of this economic
model: the manifestations of violence, the decrease in the levels of human development and the condition of becoming a highly receptive area for people forced
to migrate; likewise, the article deals with the characteristics of the processes of
economic, social and political insertion, from the perspective of the displaced
population and those who receive them; and the similarities and differences
with other migration waves toward and from the region.
Key words: Main Colombian coffee-production region, violence, migration,
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displaced population.
Por décadas, la región del Eje Cafetero Colombiano ha sido asociada a
calificativos tales como: prospera, pujante, emprendedora, remanso de
paz, modelo de desarrollo, amable y cordial. Es conocida como una de las
zonas más dinámicas de Colombia, ubicada en el centro occidente del país,
exactamente en el corazón del llamado “triángulo de oro” que forman las
tres principales urbes: Bogotá, Medellín y Cali. Alberga alrededor de cuatro millones de personas, en un territorio de 28 mil kilómetros cuadrados,
buena parte de ellas, dedicadas desde la primera mitad del siglo pasado a
la producción cafetera. El auge de la producción y del precio internacional
del grano durante varias décadas, propició una bonanza del negocio cafetero
que permitió que la región, que concentra cerca del 50% de la producción
del grano, alcanzara los mayores desarrollos en infraestructura de servicios
a la población y los más altos índices de calidad de vida del país. Durante
casi una centuria, cualquier otra manifestación de la vida regional, por
preocupante que fuera pasaba desapercibida, era invisibilizada en el análisis. Con el desplome de la economía cafetera y más recientemente con el
terremoto que afectó la región en enero de 1999, lograron status de reconocimiento algunas dinámicas socioeconómicas que antes no recibieron la
suficiente atención: el deterioro de la calidad de vida de amplios sectores de
la población, la presencia del narcotráfico, las guerrillas y los paramilitares,
altos índices de violencia y criminalidad, la aparición de la modalidad de
correos humanos del narcotráfico, el auge de la prostitución y la trata de
personas, el desplazamiento masivo por efectos del conflicto armado o la
violencia económica, hacia y desde la región con dirección a otras zonas
del país o el exterior.
Por más que se desee, estas realidades no constituyen capas impermeables
unas con otras; por el contrario, se comunican e interactúan entre si y tejen
lazos profundos con los hábitos y las lógicas de la cultura popular de la
región. De una manera muy singular, en el Eje Cafetero Colombiano han
caminado de la mano el desarrollo, la violencia y el desplazamiento de población. Aunque lo que ha primado en el imaginario regional y en la visión
que nacional e internacionalmente se ha forjado de la zona es el empuje de
los caficultores y los reflejos de la bonanza en la infraestructura social y en
los índices de calidad de vida; las violencias, económica, política y social,
y la movilidad poblacional asociada a ellas, han estado allí, permeando y
siendo permeadas en una interacción que apenas ahora está mereciendo el
interés de investigadores y analistas.
El presente trabajo quiere inscribirse en esa línea, la de explorar a través
de los sucesos de las más recientes décadas, el tinglado de relaciones entre
desarrollo, violencia y desplazamiento de población, en el territorio del eje
cafetero colombiano, que comprende el viejo Caldas, el norte del Valle del
Cauca y el noroccidente del Tolima. Un total de 92 municipios que comparten el ecosistema del parque natural de los nevados y sus cuencas hídricas,
las bondades de la biodiversidad y las amenazas volcánica y sísmica, una
historia común de cultura, poblamiento y desarrollo económico alrededor
del café; y que hoy configuran un intento de construcción social de región,
en lo que se denomina la Ecorregión Cafetera.
Distanciándose del olvido, se pretende recordar e hilvanar procesos económicos, sucesos de violencia y desplazamiento poblacional, entrecruzándolos
con el desarrollo del modelo económico cafetero y la institucionalidad social
y política que creció a su amparo. Por el camino de la recomposición de
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Estas dinámicas socioeconómicas no surgen de manera coyuntural, han
estado por años en procesos de incubación o en pleno, pero silencioso, despliegue, como una especie de capas superpuestas de la compleja realidad
en la sociedad regional. El éxito económico derivado de las exportaciones
cafeteras, la redistribución social de parte de esas utilidades por parte de
la institucionalidad cafetera y el predominio de una escuela reduccionista
en el análisis económico y social, invisibilizaron y menospreciaron estas
otras aristas de la realidad. Tal si fuera un tabú referirse a los males, el
análisis regional en la mayoría de las veces ha preferido el olvido de estas
delicadas afecciones, como si ello permitiera desterrarlas, sin desentrañar
y enfrentar sus orígenes y sin pactar socialmente las maneras de minimizar
y reorientar sus consecuencias.
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la realidad regional, se buscan nuevas interpretaciones que contribuyan
a una mejor comprensión de la compleja realidad que hoy se reconoce y
a encontrar senderos que lleven a la sociedad regional a ir más allá de la
idea romántica de “recuperar el ritmo, el desarrollo y la prosperidad que fueron
característicos de la economía tradicional cafetera” (PNUD, 2004-8).
De la bonanza a la carencia.
A finales del siglo XIX, hacendados de Santander y Cundinamarca eran
los responsables de más del 80% de la producción cafetera de Colombia.
“No obstante, desde 1875 el sector de pequeños productores comenzaba a tener
importancia en regiones de Santander y en partes de Antioquia y de lo que hoy sería
el Viejo Caldas”1 . Entre 1900 y 1930 se produce un aumento extraordinario
de la producción de café en Antioquia, Caldas, norte del Tolima y el Valle,
generado por pequeñas y medianas propiedades.
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Desde mediados de los cuarenta hasta mediados de los años ochenta del
siglo XX, es decir por cerca de cincuenta años, el precio internacional del
café colombiano estuvo siempre por encima de 2 dólares la libra, llegando a
tener picos de 5 y 7 dólares en la década del cincuenta y setenta respectivamente2. Este período constituyó toda una bonanza económica para la zona,
que marcó el derrotero de la producción y las finanzas nacionales.
La Federación Nacional de Cafeteros (Federacafe), fundada en el año 1927
como una organización privada sin ánimo de lucro, ha tenido a su cargo,
desde los años treinta, la política y diplomacia cafeteras. Tiene como instrumento más importante y poderoso el Fondo Nacional del Café, FNC, creado
en 1940 como una cuenta del tesoro público, cuya administración ha sido
delegada a Federacafé, mediante contratos que se renuevan cada diez años.
En este Fondo se recaudan y administran los recursos de la contribución
cafetera, cuota obligatoria que se le retiene al productor. Este sistema de
recaudo obligatorio de recursos privados se conoce como la parafiscalidad
cafetera. El manejo de la política, la diplomacia y los recursos cafeteros
consolidó lo que podría definirse como institucionalidad para-estatal, alrededor del producto de mayor significación para el desarrollo económico
del país en el siglo XX.
Por muchos años, esta actividad económica y su institucionalidad fueron
la columna vertebral de las finanzas públicas y de la redistribución, en la
zona cafetera, de parte de las utilidades de la caficultura. Para tener una
muestra de la magnitud de las inversiones de la Federación de Cafeteros
en la región, basta saber que, en los últimos veinticinco años del siglo pasado, pavimentaron 2.000 kilómetros de vías, construyeron 1.000 escuelas
veredales y electrificaron el 95% del territorio cafetero.
La caficultura colombiana, que es todo un movimiento económico y social
alrededor de la producción y comercialización del café, es esencialmente
una actividad que convoca a minifundistas. El 95% de los 500.000 productores explotan en promedio 1 ha. del cultivo y representan el 62% del área
sembrada. “En 1970, el porcentaje de fincas con menos de una hectárea en café
era 12,6% frente al 60,6% actual. Mientras la participación de las explotaciones
mayores a 20 has. era 16,5% frente a un 0,5% de hoy”3. La proliferación de
productores, que para algunos significa la democratización del negocio,
ha sido constante en los últimos 30 años, pues en 1970, aunque eran ya
numerosos, no alcanzaba más de 300.000.
Otro aspecto de mucho interés es el relativo al número de fincas. A comienzos del siglo (XX), el número de propiedades era del orden de 750. Este
número aumentó en forma muy acelerada entre 1910 y 1932, año en el
cual el censo cafetero registró cerca de 150 mil predios. De ahí en adelante
continúa aumentando a un ritmo menos acelerado, hasta llegar a 566 mil
predios en 1997. No hay ninguna duda de que la pequeña propiedad es
predominante en el sector4.
La institucionalidad cafetera se configuró como la principal responsable de
dotar a la población de infraestructura de servicios básicos para el desarrollo (electrificación, salud, educación, vivienda) y soporte fundamental de
las políticas sociales en cada uno de los municipios cafeteros del país. Se
constituyó así una institucionalidad paralela, más importante e influyente
socialmente que la organización estatal del nivel municipal y departamental,
que trajo aparejadas a manera de contraste, las importantes connotaciones
de una poderosa red de pequeños productores y organizaciones sociales
asociadas a ellos, conviviendo con una organización estatal distorsionada
en lo local y departamental, por la dinámica y opulenta presencia de una
institucionalidad paralela, la Federación de Cafeteros, con mayor capacidad
para el asistencialismo y la provisión de infraestructura social.
No obstante las bondades que se le reconocen al modelo de la economía
cafetera adoptado en Colombia, también se encuentran, en la literatura académica, relatos que sugieren que el modelo no ha sido inmune a las prácticas
discriminatorias y excluyentes que llevan al aprovechamiento desigual de
las oportunidades y por ende a la concentración de la riqueza, de la mano
de manifestaciones sutiles o directas de violencia económica.
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La participación de centenares de miles de pequeños productores ha sido
decisiva en la vida económica de la región. Mientras existió el pacto cafetero y los precios internacionales del grano gozaban de buena salud, esta
proliferación de productores permitió que amplios sectores contaran con un
importante poder de compra. Ahora que se derrumbó la economía cafetera,
el impacto económico y social es enorme, concentrado en el Eje Cafetero, que
representando aproximadamente el 4% de la población nacional, alberga a
no menos del 50% de los productores del grano.
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Volviendo al tema de la producción y del mercado del café – señala Monseñor Guzmán en 1962-, deben observarse las prácticas aberrantes que
afectan a las gentes campesinas, especialmente a los pequeños productores,
en relación con la maquinaria montada en torno a la Federación Nacional
de Cafeteros (en el Quindío, por ejemplo):
1. El grano presentado por los pequeños caficultores es rechazado por la
agencia de compras.
2. El campesino, compelido por la necesidad, lo entrega a intermediarios
a precio inferior.
3. Estos venden ese mismo grano a la Federación al precio que ella le fija
al grano selecto.
Además existen preferencias descaradas o muy hábilmente disimuladas
con el cosechero acaudalado. Para éste no hay turnos, su café se le recibe
a la hora en que llega, mientras el campesino pobre debe esperar horas y
hasta días.
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La tramoya la maneja el “fiel”, un individuo encargado de pesar el grano,
quien percibe propina si atiende primero al que lo remunera. Se habla de
“fieles” que reciben en tiempo de cosecha $1.00 por arroba. Como quien
dice, un pingüe negocio amasado con inmoralidad. Y todo esto imbricado
de tan habilidosa manera, que las investigaciones de la Federación y de la
Asociación de productores de Café han resultado siempre fallidas, despistadas o inconducentes.
Este hecho, que todo Caldas conoce y del que todos hablan, indica que la
contextura moral del departamento modelo viene sufriendo muy serio
quebranto, por las fallas de algunos estamentos comerciales, empeoradas
por la violencia5.
Como se señaló anteriormente, la mayor proliferación de pequeños productores se produjo después de los años 80. Las cifras que han sido citadas
muestran que entre 1970 y 2000, el número de productores prácticamente se
duplicó, pero las explotaciones menores de 1 hectárea pasaron de ser el 12%
a representar más del 60% de las propiedades dedicadas al cultivo. Si en las
épocas de bonanza se hablaba que en la producción cafetera eran dominantes las propiedades con extensiones inferiores a 20 hectáreas, en la actualidad
dominan las propiedades cuya extensión no supera la hectárea.
Las anteriores cifras ponen de presente una dramática realidad, después
de la década del 70, en que empezó el declive de la bonanza, la producción
cafetera se fue dispersando en una gran masa de campesinos pobres, los
medianos productores se fueron reduciendo y prácticamente desaparecieron los grandes productores. El éxito de la producción del café trajo de
la mano la cultura del monocultivo y la revolución de los agroquímicos y
pesticidas. Por eso, la nueva generación de mini productores, poco conoce
de agricultura sostenible, perdieron las costumbres que les garantizaban
la autosuficiencia y la seguridad alimentaria y se precipitaron con mayor
facilidad hacia la pobreza.
Desde finales de los ochenta, aparecieron con más claridad síntomas de
malestar en la vida social y cultural de la región cafetera. Una muestra de
ellos la aporta Juan Luis Londoño de la Cuesta, quien apoyado en información generada por la Encuesta de Salud Mental y consumo de sustancias
sicoactivas desarrollada por el Ministerio de Salud de Colombia en 1983,
correlacionó diversas manifestaciones de violencia con la desigualdad y
el capital social. En su trabajo Violencia, psychis y capital social, reveló lo siguiente: “la ocurrencia de violencia es mucho mayor en aquellas regiones con alto
nivel de ingreso, lento progreso educativo y bajo capital social. La región antioqueña
(con Antioquia, Caldas, Risaralda y Quindío), que llena todas estas características,
tiene la mayor incidencia de violencia”8. El bajo capital social que evidencia
este trabajo en el eje cafetero se determinó a partir de los siguientes componentes: fortaleza de la familia y grado de confianza en ella, confianza en el
barrio, los amigos y las organizaciones comunitarias. Esta hipótesis encontró
elementos de corroboración en una encuesta experimental, desarrollada en
diez municipios de la región en el marco del trabajo “Cultura de convivencia
en el Eje Cafetero”, realizado en 1996 por la Fundación Luis Felipe Vélez y
el Programa Presidencial para la Reinserción.
Claro que a este respecto, la valoración del capital social, aparecen evidentes
contradicciones en el análisis. Mientras que investigadores vinculados a
la institucionalidad cafetera como Mauricio Perfetti, Director del CRECE,
sostiene una alta valoración del capital social en la región derivado de la
participación de los caficultores en la vida interna de la Federación; otros
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Paralelamente con estos cambios socioeconómicos, se produjeron otros en la
tenencia y destinación de las tierras de la región. Como lo pone de presente
el estudio sobre el conflicto armado en la Ecorregión cafetera realizado por
la Corporación Alma Mater y la Gobernación de Risaralda6, los valles del
Cauca y Magdalena, otras tierras bajas con vocación ganadera y grandes
propiedades otrora cafeteras, se convirtieron en objeto del interés de los
inversionistas narcotraficantes a partir de la segunda mitad de la década
de los ochenta. Según un estudio de Naciones Unidas en 1997, citado en
ese trabajo, en 66 de los 92 municipios de la Ecorregión Cafetera existen
evidencias de compras de tierras por narcotraficantes7. Pareciera que los
dividendos de la economía ilegal de las drogas, fueron copando y sustituyendo progresivamente, los espacios que el mercado cafetero empezó a
perder. Esta dinámica de reemplazo, silencioso y consentido, en el origen
de la riqueza, contribuyó para mantener la imagen de región con economía
y calidad de vida privilegiada.
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más independientes, como Juan Luis Londoño y John Sudarsky, que no
tendrían razones ideológicas o políticas para desprestigiar la sociedad
regional, han sostenido, a partir de estudios comparativos, que en el eje
cafetero se presentan evidencias de un capital social más bajo que en otras
regiones más pobres del país.
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Otra muestra del malestar en la vida social de la zona se refleja en los índices de muerte violenta, que las estadísticas revelan por encima de la media
nacional desde los últimos años de la década de los ochenta y durante la
década de los 90 en los departamentos de Caldas, Quindío y Risaralda. La
tasa anual promedio de muerte violenta para esta región ha estado oscilando
alrededor de 100 por cada 100.000 habitantes, mientras que la nacional que
estuvo al principio de la pasada década alrededor de 70 ha disminuido progresivamente y la de América Latina, para tener una referencia, es menor a
30. Los recientes estudios, el de la alianza interinstitucional que impulsa la
construcción social de la ecorregión cafetera y el de Naciones Unidas sobre
desarrollo humano, reconfirman y traen a presente tendencias que alertan
sobre la inminencia de una debacle social en la región.
La caída en los precios del café a los más bajos históricamente, como se sostiene en estos estudios, determina la perdida de rentabilidad del negocio y
marca un ciclo descendente de la economía regional, que se conjuga con la
recesión generalizada en el país y las consecuencias económicas y sociales
del terremoto de 1999. De otra parte, el índice de logro educativo (ILE) que
mide los avances logrados en la capacidad esencial de la población para
adquirir conocimientos y que conjuga en una sola medida dos indicadores,
matricula combinada y alfabetismo, cayó en los tres departamentos (Caldas, Quindío y Risaralda) entre 1993 y 2002”. La proporción de la población
adulta que sabe leer y escribir registro una reducción entre 1993 y 2002 en los tres
departamentos de la región mientras que en el país la tasa aumentó en el mismo
período”9. El informe de Naciones Unidas sobre desarrollo humano, también afirma
que por cuenta del recrudecimiento del conflicto interno en la región, en
los últimos cinco años ha caído el indicador de esperanza de vida en 33
de los 51 municipios analizados. Con este hecho, la elevada proporción de
discapacidad y el preocupante crecimiento de la desnutrición, se configura
una realidad en la región: el indicador de esperanza de vida promedio en
el eje cafetero es menor en comparación con el país.
No cabe duda que el modelo cafetero colombiano ha tenido la capacidad
para crear un conjunto de arreglos institucionales que son una excepción al
patrón universal de Latinoamérica, pues estableció instituciones distintas
del mercado para resolver dilemas colectivos tales como la creación de
externalidades positivas, las funciones de regulación, comercialización y
desarrollo del mercado, la provisión de bienes públicos, la generación de
ahorro intersectorial e importantes beneficios que se filtraron hacia el resto
A mediados de 2004, iniciando el tercer milenio, el Eje Cafetero colombiano
proyecta al país y al mundo dos imágenes profundamente contradictorias.
De un lado, la tradicional del modelo económico cafetero boyante que dejó
una estela de altos índices de calidad de vida y bienestar colectivo, ahora
además, dotada de una bella infraestructura vial, fincas cafeteras, atractivos
naturales, parques temáticos y paisaje sin igual, que se ha convertido en el
segundo destino turístico de Colombia; ese es el Eje Cafetero de mostrar.
De otro, una realidad de empobrecimiento, violencia y malestar cultural
que cada día se hace más visible, advertida por estudiosos y soslayada por
gobernantes durante el último quinquenio, adquiere ciudadanía, es decir
reconocimiento público, porque es certificado por las Naciones Unidas. El
índice de desarrollo humano (IDH) en la zona, calculado según la metodología de este organismo internacional, es inferior al promedio nacional de
Colombia y hoy se encuentra en los mismos niveles de 1993, configurando
lo que se ha dado en llamar una década perdida.
La vida de los cuatro millones de habitantes del Eje Cafetero, transcurre
hoy en un paradójico escenario en el que es evidente la coexistencia de dos
imágenes de región y la inexistencia de un consenso sobre los rasgos complejos y contradictorios de la realidad económica y social de la región. Lo
preocupante es que la mayor parte de la dirigencia solo percibe y actúa en
función de la imagen de mostrar, que bien cerca está de ser una ilusión.
Caficultura, violencia y desplazamientos poblacionales.
El desplazamiento forzado no es un problema nuevo en la historia colombiana, tiene antecedentes en los movimientos migratorios del siglo XIX,
que respondieron en parte a la dinámica de las nueve guerras civiles en
que estuvo envuelto el país durante ese siglo, y en los desplazamientos del
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de la sociedad. Como modelo fue determinante en el desarrollo económico
y social del país, pero no estuvo exento de las fragilidades de la institucionalidad nacional. También a su amparo, se desarrollaron exclusiones y
violencias que afectaron importantes segmentos sociales, que minaron su
sostenibilidad y la capacidad de reacción a las adversidades del mercado
externo. Embriagado en sus virtudes, no dio los pasos oportunos para
ajustarse a las nuevas realidades económicas del mundo, se quedó corto en
su función de negociación con el estado local y regional para potenciar las
capacidades de la gente, y hoy se encuentra en la encrucijada de administrar
los peores precios del mercado internacional del café; no cuenta con el ahorro
nacional, que está al borde del agotamiento; y enfrenta la paradoja de que
existen menos hectáreas de cultivos en las que son dominantes millares
de pequeños propietarios empobrecidos, con limitadas posibilidades de
mejorar su productividad.
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campo a la ciudad ocurridos a mitad del siglo XX, para huir de la violencia
bipartidista10. A partir de 1985, se presenta un marcado crecimiento en la
cantidad de población desplazada y los territorios afectados (Pérez, 200218)11, hasta configurar la crisis humanitaria que hoy se conoce.
Aunque algunos intentan diferenciar entre migración voluntaria y el
desplazamiento interno, tomando la primera como la movilidad humana
producida por diversos factores hasta mediados de la década de los ochenta,
y la segunda, como el fenómeno que se recrudece a partir de 1985 (Jiménez,
2002-266); en este trabajo no se hace esa diferenciación, pues se considera
que esta es una división borrosa, apoyada en datos cuantitativos que desestiman rasgos cualitativos comunes a las dos categorías que se intentan
diferenciar. En ambos períodos, tanto la violencia política y social, como
las motivaciones económicas, impulsaron el desplazamiento hacia y desde
la región.
La movilidad humana es una característica histórica connatural al modelo
de economía cafetera que ha imperado en la región, conviviendo con significativas y recurrentes manifestaciones de violencia. Varias pistas hay al
respecto de esta hipótesis:
El poblamiento como desplazamiento
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El proceso de poblamiento del territorio de la Ecorregión cafetera está
particularmente marcado por la cultura de la arriería paisa, el destierro
por razones de comportamiento social y los incentivos al desplazamiento
hacia la zona.
Las migraciones colonizadoras que tuvieron su génesis y su aliento en la
vieja Antioquia, constituyen la más grande aventura realizada en nuestro
suelo durante el siglo XIX. Esos grupos antioqueños, constituidos todos
por gentes resueltas, emprendedoras y valientes hasta el propio heroísmo,
continuaron la empresa de los colonizadores españoles, quizás con mayor
fortuna que estos, y a ese tenaz esfuerzo por construir la patria se debe
la existencia de más de cien poblaciones grandes y pequeñas que, en conjunto, constituyen un fuerte núcleo estrechamente unido por un común
denominador antropogeográfico12.
William Mejía en su trabajo sobre prostitución femenina en el Eje Cafetero13
pone de presente las huellas del destierro, como una de las fuentes del poblamiento en la región evidenciadas cuando cita a Pablo Rodríguez:
El destierro ya era utilizado como castigo desde el siglo XVII, mas los gobernantes borbónicos lo utilizaron contra concubinas, vagos y prostitutas,
para poblar nuevas villas. Distintos pueblos del Quindío fueron destino
obligado de quienes caían en las garras de los celosos moralizadores de
fines del siglo ilustrado14 .
El general Pedro Alcántara Herrán, Presidente de la Nueva Granada,
mediante decreto del 15 de julio de 1842, estableció los incentivos para
promover el poblamiento de la zona, especialmente para la creación de un
poblado en un paraje intermedio entre Cartago y la cumbre de la montaña en
el camino del Quindío. En su artículo 20, señala que el gobernador excitará
a todos los que quieran establecerse en la nueva población, haciendo saber
que gozarán de las siguientes exenciones y ventajas:
1. Que cada individuo recibirá veinte fanegadas de tierras baldías, con
la precisa condición de establecer en ellas casa y labranza.
2. Que los productos de la agricultura, bien sea granos o efectos de otra
especie que cultiven en las tierras que se les conceden en la nueva población, estarán exentos de diezmos hasta el año de 1864.
3. Que también estarán exentos del diezmo por el mismo tiempo las crías
de ganados mayores y menores, bestias y demás animales que críen en
las mismas tierra…15 Caficultura y bajas tasas de residencia
Según la encuesta nacional cafetera de 1993, las tasas de residencia de los
productores de café, mostraron que en los 5 departamentos que tienen
territorio en el Eje Cafetero, se presentan los menores porcentajes de productores residentes. Así por ejemplo, el Quindío mostró una tasa de sólo
el 24% de productores residentes, Risaralda el 44%, Valle del Cauca 47%,
Caldas 52% y Tolima 63%. Estos datos, nos permiten apreciar el peso específico que históricamente ha tenido la población flotante en la economía
cafetera de la región.
Con el declive de la caficultura, ha disminuido el peso específico de esta
población flotante y también su condición social. Ahora que el precio por
la recolección de un kilo de café es precario, los recolectores no residentes
provienen en muchos casos de habitantes de la calle, que algunos sectores
sociales llaman despectivamente “desechables”, contactados y trasportados
en camiones desde las zonas más descompuestas de las ciudades capitales
de los departamentos de la región.
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Al modelo económico cafetero le es inherente la existencia de un contingente
de agricultores itinerantes, los denominados cosecheros. Durante los períodos fuertes del negocio, se conformaban por una legión de hombres y mujeres que llegaban de otras zonas del país o del interior de la misma región
en las épocas del año en que se desarrollaba la cosecha. Cuando “Kiliar” era
rentable, en tiempos de la bonanza, estos migrantes económicos alcanzaron
un importante peso específico en la fuerza laboral de la región.
137
Emigre para que rebusque
A lo largo de la historia se encuentran referencias que resaltan que una proporción importante de hogares está compuesta por jefes de hogar abuelos
que se encargan de criar nietos en apoyo a los hijos que han migrado a las
ciudades buscando nuevas oportunidades16 . Ahora se está presentando un
situación similar, abuelos, tíos y tías, otros familiares o allegados, están al
cuidado de niños y adolescentes de padres emigrados forzosamente al exterior, que afrontan la ilegalidad especialmente en Estados Unidos y España,
impulsados por la crisis económica en que dejó la región la terminación de
la bonanza cafetera. La institución familiar en la región, ha aceptado como
normal el hecho de que uno o varios de sus miembros, vivan la migración
como recurso para el sostenimiento o el progreso de todos. Y los efectos
sociales, psicoafectivos y culturales de esta forma de vivir la migración no se
han hecho esperar. La institución familiar se enfrenta a nuevos imaginarios y
vivencias que los procesos de socialización de menores y adolescentes, en la
escuela y en el barrio, no han terminado de reconocer. En las preocupaciones
de la academia de la región, ha aparecido un nuevo objeto de estudio, los
niños y niñas “huérfanos de padres vivos”.
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Violencia liberal-conservadora y desplazamiento.
La violencia política de mediados de siglo XX tuvo en la región del Eje
Cafetero uno de sus principales escenarios y desató importantes oleadas
de desplazamiento poblacional que involucró tanto a familias enteras de
víctimas como de victimarios. La convivencia entre caficultura, violencia
y desplazamiento, es referida en diversos estudios que se han publicado a
lo largo de la historia regional.
En 1962 se produjo el primer estudio sobre la violencia en Colombia. En
él, monseñor Germán Guzmán Campos nos confirma que la violencia se
desató en el eje cafetero muy ligada a la explotación del café.
El sino de Caldas (Caldas, Quindío y Risaralda) en cuanto a la violencia
ha sido paradójico, porque es el departamento colombiano que goza, aparentemente, del más alto nivel de vida. Allí, según los sociólogos, se ha
desarrollado una verdadera clase media rural que tuvo su origen en las
inmigraciones de antioqueños al Quindío desde mediados del siglo XIX.
Una mentalidad especial de empresa con un sentido de independencia ha
hecho de Caldas una región próspera. Pero quizás su riqueza, como se dice
más adelante, sea la causa de su desgracia. Los explotadores del café, en
su mayoría minifundistas, han debido sufrir el impacto de la confusión
causada por el robo y el ansia de tierras17.
Varias modalidades de violencia golpearon al caficultor. El “pájaro”, nombre
que encarna la réplica del “bandolero” liberal, entra en escena asesinando
entre otros, a “dueños de haciendas, especialmente cafeteras, cuyas cosechas sirvan
para acrecentar el fondo de la organización” (Guzmán, G. 1962-164). Los gamonales y reducidores, que son otra pieza del rompecabezas de la violencia,
“se enriquecen en el Valle y Caldas comprando café robado por “pájaros” que ellos
alimentan, azuzan, contemplan y protegen. “Darles alpiste” significa facilitarles
armas, drogas, dinero” (Guzmán, G. 1962-166). Una tercera modalidad lo
constituye la denominada “cofradía de mayordomos”.
En el Quindío el bloque de criminales que se aprovecha del café y los
cafetales logra constituir una tenebrosa “cofradía de mayordomos”, cuya
manera de actuar es extrañamente peculiar. Al propietario de la hacienda
cafetera se le presenta cualquier día un desconocido y le comunica que
toma la mayordomía. El dueño sin recusar el aviso, debe firmar el contrato
y guardar silencio absoluto so pena de la vida…Como tales mayordomos
operan en cadena, cualquier día uno asalta la hacienda llevándose parte de
la cosecha; luego el mayordomo de esta hace lo mismo con la de su fortuito
visitante –cómplice de fechorías-, con quien posteriormente se reparte el
botín. (Guzmán, G. 1962-170).
La violencia en la zona fue más allá, afectó directamente la tenencia de la
tierra, y no en casos aislados. Un testimonio de mitad del siglo XX, nos
permite entender que lo que se escucha a los desplazados de hoy, ya está
registrado en la historia de otros muchos colombianos que la bonanza
cafetera no nos dejó conocer.
Refiriéndose al mismo aspecto, el Dominical del diario La Tarde de Pereira,
señaló en enero de 2002, lo siguiente:
El abandono de tierras después de 1957 en estos tres departamentos era
enorme. En Tolima había 98.400 parcelas abandonadas, en Caldas 36.800
y en Antioquia 26.400. Esto confirma la suposición de que la violencia
estuvo acompañada por grandes cambios en la tenencia de la tierra en los
principales departamentos cafeteros9.
Como ahora, los ambiciosos aplicaron a la fuerza un plan sistemático y
premeditado de factores que depreciaban las fincas o hacían imposible su
administración. Posteriormente, llegaban con la propuesta de una transacción leonina que los propietarios aceptaban antes de huir. Un ejemplo de
esta coacción económica lo muestra un sondeo verificado en los pueblos
de Caldas por los investigadores del primer informe sobre la violencia en
Colombia. Diez predios cuyo valor comercial alcanzaba $1.558.000, fueron
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
Nuestras fincas están en manos de otros. A mí por una de ellas me dieron
mil ochocientos pesos. Era de diez hectáreas de café. Luego me dijeron que
como ya todos en esas veredas eran de los mismos, las fincas eran de ellos.
Y esa es la cosa. Mientras no nos las devuelvan habrá violencia18 .
139
vendidos por $482.550; es decir, escasamente por el 30% de su valor real.
“En esta forma miles de propiedades son usurpadas a sus dueños, muchas veces
con la connivencia de las autoridades. Casos hubo como el de un famoso notario
de Pijao, que autenticaba letras evidentemente nulas, con las que se aseguraba la
enajenación de propiedades”20. Sin embargo, la creatividad de los pícaros de la
época no se contentó con estas modalidades. Monseñor Guzmán nos relata
otra que parece increíble:
Existieron otras modalidades en los cambios de tenencia. Así, en Belén
de Umbría un especimen humano que emulara a los viejos patriarcas por
sus pluviales barbas y mesurado continente, aviaba de noche a sus peones
a que atemorizaran con disparos y vocerío a vecinos que en amaneciendo
buscaban al barbudo arquetipo de honradez para dejarle la administración
de la finca en compañía, antes de salir apresuradamente hacia el exilio. El
pícaro vejete usufructuó así más de setenta propiedades cafeteras.
140
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
Por la vía de todas estas prácticas violentas y de las olas migratorias individuales y colectivas que las acompañó, la región cafetera también construyó
su propia sectorización política, provocando la homogeneidad liberal o
conservadora por municipios y veredas. A esto se le agrega el hecho real
de la inmensa masa migratoria que visitó por años esta tierra sin más vínculo con ella que su tránsito ocasional, y que nuevamente emigra una vez
concluida su faena de recolección y beneficio del café.
Durante todo el período de la bonanza cafetera, las cosas funcionaron con
el esquema de un engranaje demoníaco, como sostiene Monseñor Guzmán.
Pese al crimen y la violencia, la producción cafetera no presentó índices de
disminución. “¿Qué existían muchas fincas abandonadas? Si, pero todas explotadas. ¿Qué la violencia se intensifica con la perspectiva de la cosecha? Si, pero
no rebaja el volumen de la transacción comercial. En el fondo lo que existe es toda
una cadena inaprensible de reducidores que trafican con frutos teñidos con sangre
de campesinos”, concluye el prelado.
Violencia guerrillera, narcos, paras y desplazamiento
Al final de la década de los ochenta y principio de los noventa, la situación
regional no es esencialmente distinta. En general, se presentan fenómenos
similares, con actores y escenarios un tanto distintos. Importante presencia de narcotraficantes, guerrilla marginal y grupos paramilitares, justicia
privada y desinstitucionalización de la justicia, el impacto negativo de la
apertura económica, la violencia urbana y todo tipo de presiones sobre la
tenencia de la tierra.
En efecto, la Comisión para la Superación de la Violencia, señaló en 1992,
refiriéndose a Risaralda como departamento representativo de la región,
que es una de las regiones del país con mejor calidad de vida, fruto de la
continua acumulación de riqueza generada por la economía cafetera y la
redistribución adelantada por la Federación de Cafeteros, pero al mismo
tiempo es una de las más violentas21.
Los “altos niveles de flujos migratorios producidos por la cosecha cafetera y por el
carácter central de estas zonas, “tierras de tránsito” entre varios sectores del país”22 ,
es considerado como uno de los varios factores estructurales que confluyen
para explicar la violencia de la región. Las capitales de departamento y
los principales centros urbanos de la zona han sobresalido históricamente
como polos de atracción de población en situación de desplazamiento. Ya
antes del censo de 1963, las ciudades de Pereira, Armenia y Cartago, eran
consideradas dentro de las diez urbes que en el país atraían a los exilados
por razones de violencia o motivos económicos. Las casa de sus parientes o
amigos eran el primer destino, pero pronto terminaban en las barriadas de
chozas ubicadas en las zonas subnormales de la ciudad que los recibía.
Como se aprecia en el siguiente cuadro, el desplazamiento forzado por el
conflicto armado en la región, ha involucrado a más de 270 mil personas
(7% de la población total) entre 1995 y 2003, según los registros de la Red
de Solidaridad Social24, mecanismo censal que por diversos motivos, presenta subregistro y da cuenta de aproximadamente el 30% del fenómeno.
Muchas personas víctimas del desplazamiento forzado permanecen en el
anonimato por razones de seguridad, y otras que intentan entrar en los
registros oficiales en espera de una ayuda, no alcanzan a lograrlo por la
documentación que deben presentar para su registro.
Cuadro 1
Eje Cafetero: Personas desplazadas, recibidas y expulsadas
por departamento, 1995-2003.
Departamento
Personas recibidas
Personas expulsadas
Caldas
Quindío
Risaralda
Valle
Tolima
18427
6852
16483
70232
28847
23479
1259
5819
47700
52199
Total regional
140841
130456
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El estudio Ecorregión: Un territorio de oportunidades23 , refiriéndose al fenómeno migratorio del Eje cafetero señaló que “durante el período 1985-1993
más de 600 mil personas se desplazaron continuamente hacia y desde la ecorregión.
Risaralda recibió un 29% de inmigrantes, en segundo lugar se encuentra Tolima
con 28%, Caldas con 22% y Quindío con 15%”.
141
Es visible que los departamentos del Quindío, Risaralda y Valle, en su orden,
gozan de atractivos o imaginarios especiales en la región, que atraen a las
víctimas, quienes perciben en ellos una mejor opción para reemprender
sus vidas y los convierten en receptores netos. Por el contrario, los departamentos de Tolima y Caldas se muestran como los mayores expulsores
de la región.
Buena parte del desplazamiento forzado en este período, se da de manera
intraregional, incluso intramunicipal al presentarse de la zona rural hacia el
perímetro urbano del mismo municipio. Sin embargo, a la región también
están llegando pobladores procedentes principalmente de Antioquia, los
Santanderes, Caquetá y Putumayo. Más del 90% de los desplazamientos
en este período se produjeron entre el 2000 y el 2003.
Cuadro 2
Eje Cafetero: Desplazamiento poblacional. Principales municipios
expulsores y receptores X departamento 1995-2003
142
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Departamentos
Principales Principales
municipios expulsores
municipios receptores
Caldas
Samaná, Pensilvania, Riosucio
Samaná, Manizales, Marquetalia
Quindío
Génova, Calarcá, Pijao
Armenia, La Tebaida, Calarcá
Risaralda
Pueblo Rico, Quinchía, Santuario Pereira, Santuario, Dosquebradas
Norte del Tulúa, Bugalagrande, Sevilla Tulúa, Sevilla , Bugalagrande
Valle del Cauca
Norte del Líbano, San Antonio e Ibagué
Ibagué, El Líbano, Cajamarca
Tolima
Al hacer un cruce entre los municipios expulsores y los receptores, hay
algunas anotaciones que hacer. En primer lugar, varios municipios sobresalen por ser al mismo tiempo, expulsores y receptores, situación explicable
en parte por tratarse de un desplazamiento de la zona rural al perímetro
urbano del mismo municipio y que puede dar a entender que el riesgo no
tiene dimensiones severas.
En segundo lugar, es de señalar que en los municipios que se destacan como
expulsores, hay marcada presencia de guerrillas izquierdistas en unos; fuerzas paramilitares, en otros; y un publicitado dominio de narcotraficantes
en los demás. Vale recordar que un estudio de Naciones Unidas en 1997,
había detectado que en el 66% de los municipios de la región se presentan
claras evidencias de compras de grandes extensiones de tierra por parte
de los narcotraficantes.
Del desplazamiento a la inserción
A todo lo largo de la historia regional, las mayorías de población desplazada
llegan a la zona gracias al apoyo de familiares y amigos ya radicados en
la región. En un primer momento son acogidos en sus hogares, en donde
permanecen durante una temporada, hasta que los anfitriones se sienten
afectados en su economía familiar. Posteriormente, incorporados ya a la
dinámica económica del nuevo lugar, como jornaleros del campo o en la
economía informal, principalmente, se establecen en los sectores subnormales de las ciudades, en calidad de inquilinos o de invasores.
El drama de la población desplazada no termina con la llegada al municipio que han escogido para rehacer sus vidas. La prensa regional registra
permanentemente nuevas calamidades para estas familias: enfrentan la
persecución de las autoridades municipales si se dedican al comercio informal, o intentan mediante una invasión de predios conseguir un nueva
vivienda; claman por la inclusión en los servicios educativos y de salud
que se derivan del SISBEN; o afrontan la tragedias de una vida urbana a la
que no están acostumbrados y les castiga.
Para muestra un botón, la familia López Betancourt llegó a Dosquebradas
huyendo de la presencia guerrillera en un pueblo antioqueño, no soportaban el riesgo de un reclutamiento forzado de sus dos adolescentes de 14
y 15 años. Un familiar les brindó apoyo los primeros, pero no soportó la
carga adicional de una familia con seis hijos. La solidaridad comunitaria
los protegió para que construyeran un rancho con madera y plástico en un
terreno de propiedad del municipio. A los pocos días empezó el acoso de
las autoridades municipales que los conminaban a desalojar el predio, pero
la comunidad amenazó con bloqueos de vías y contuvieron la presión de
la municipalidad. Después de un año, lograron cupos escolares para los
pequeños. Cualquier día, cuando llevaban a cabo una caminata por sectores
aledaños, un conductor ebrio se salió de la vía y atropello a una de las jóvenes hijas que perdió una pierna, como consecuencia del accidente. Ahora,
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
Los que no logran entrar rápidamente en esta dinámica cíclica, deambulan
durante una temporada con su familia por las calles céntricas de las ciudades, acudiendo a la caridad pública en esquinas y semáforos, que comparten
con toda clase de vendedores ambulantes y expertos en limpiar parabrisas.
El éxito en estas labores de mendicidad estimula el carácter receptor de la
zona y el despliegue de la condición de desplazado por parte de algunos
avivatos. A manera de paradoja, comenta un vendedor ambulante que
mientras el desplazado recolecta diez mil pesos en media jornada, él necesita
vender todo un día para obtener esas mismas utilidades. En este comentario
anecdótico, se deja entrever la pugna que nace entre el pobre nativo y el
que llega desplazado, por alcanzar el apoyo oficial.
143
esta familia no solo clama por las condiciones que les permitan recuperar
sus tierras, o apoyo estatal para reemprender su vida con dignidad en esta
nueva localización, sino que busca una prótesis y rehabilitación terapéutica
para Bibiana25.
En esta historia se sintetiza la realidad de más de 50 mil familias, que en
el último período de la historia regional, han tenido que vivir las consecuencias de un desplazamiento que ya no tiene como telón de fondo una
bonanza cafetera que amortigüe, sino la disputa de actores armados ilegales
y narcotraficantes por un nuevo reparto en la tenencia de la tierra. Muy
similar a lo que pasa con los pequeños caficultores empobrecidos, Pérez
Murcia26 sostiene que “la población desplazada, al enfrentarse a dinámicas sociales desconocidas en los espacios urbanos, ve afectado su potencial productivo y
sus capacidades. El conjunto de habilidades que hacen de esta población (antes del
desplazamiento) personas con potencial productivo, imaginarios sociales propios
y colectivos, referentes productivos, está en riesgo de desaparecer en contextos
sociales adversos”.
Hipótesis para la comprensión de la realidad regional
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Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
No es fácil encontrar en el análisis social y económico producido sobre la
región, referencias que den cuenta de las complejas relaciones entre desarrollo, violencia y desplazamientos. Lo más común es que estas realidades
no se reconozcan, se disimulen o que se les de poca importancia.
Cuando se hace evidente el complejo de conflictos que vive la región, no se
alcanza a producir una interpretación; y si se hace, es asumiendo el reto de
confrontar a la autoridad, a los gobernantes y a las élites sociales. Aún en
amplias franjas de la población, pesa más el pasado de bonanza y se opaca
la lectura de la realidad. En 1992, por ejemplo, la Comisión de Superación
de la Violencia, sólo atinó a decir que
Lo que vive Risaralda y en general el eje cafetero es una violencia difusa,
delincuencial y cotidiana-, una violencia “de la calle” que a diferencia
de otros fenómenos violentos que azotan el país, no cuenta con actores
claramente definidos y por lo tanto no es negociable27.
Además, como lo señala el mismo estudio, “la guerrilla fue percibida por buena
parte de la clase dirigente como un problema marginal” y desde los inicios de la
década de los noventa, se consideró que la región no era sede de operaciones
de ningún grupo guerrillero consolidado. Esta idea reforzó la conducta de
la dirigencia que no promovió ninguna estrategia preventiva.
Otro ejemplo de un intento por explicar la correlación producción cafetera y muertes violentas se encuentra en le periódico La Tarde, ya citado.
Allí, se dan tres alternativas de explicación, no muy sólidas y sin mayor
fuerza, a la terrible violencia que vivió la región: la desesperación que
pudo causar en las familias cafeteras los altibajos en el precio del grano a
mediados del siglo pasado; las disputas por la tenencia de la tierra; o, la
pérdida de la capacidad de autosuficiencia de los cafeteros con la llegada
de la tecnificación. “Cualquiera de estas, o de las otras múltiples teorías, puede
ser la acertada. O una combinación de todas. Lo cierto es que la violencia en el eje
cafetero afectó para siempre las relaciones de producción de la zona”, se concluye
en la reflexión del Diario.
Por su parte, los más recientes estudios colombianos acerca de la relaciones
desarrollo, violencia y desplazamiento (Pérez Murcia, 2002), se han movido
alrededor de las siguientes hipótesis principales.
a) El conflicto armado opera como causa principal del desplazamiento
forzado de la población. La presencia de actores armados en la zona, o la
ocurrencia de enfrentamientos u otro tipo de acción de guerra, impulsan
la movilización de la comunidad atemorizada hacia otros territorios.
Detrás hay también algunas razones de tipo estructural, como disputas
por la tenencia de la tierra, estrategias de acumulación de riqueza y la
especulación con terrenos productivos.
c) Existe una relación desplazamiento- velocidad de las transformaciones
económicas y presencia de recursos estratégicos. Los desplazamientos
no se presentan tanto en zonas de economías muy deprimidas, sino en
territorios donde hay abundancia de recursos estratégicos, experimentan
transformaciones económicas a gran velocidad y en los que existen y se
desarrollan mecanismos muy definidos de exclusión y de concentración
de recursos estratégicos como la tierra.
Para el último período estudiado, 1995-1999, Pérez afirma que las más
importantes evidencias empíricas encontradas señalan que el desplazamiento forzado es utilizado por los actores armados fundamentalmente
en territorios donde abundan riquezas naturales y en donde la actividad
económica, sea ésta legal o ilegal, presenta mayores probabilidades de
generar nuevas riquezas que les permitan financiar la guerra y ampliar su
dominio territorial. Se trata de “municipios económicamente prósperos que tiene
serias deficiencias en materia de operación de los aparatos de justicia y donde hay
barreras para hacer la participación política efectiva”.
Una sola de estas hipótesis no alcanza a explicar la situación de conjunto
del Eje Cafetero. Para un conjunto de municipios que sobresalen como
expulsores de población (Pueblo Rico, Quinchía, Génova, Samaná, Pensil-
Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
b) Son causas objetivas como la pobreza, el abandono estatal y un modelo
de desarrollo económico excluyente e inequitativo, los que llevan a la
población a desplazarse. La falta de oportunidades y el deseo de venganza también aparecen como causas objetivas del desplazamiento.
145
vania, Riosucio, Sevilla y Líbano) podría establecerse una relación con la
combinación de las hipótesis de pobreza y presencia de actores armados.
Pueblo Rico, Quinchía, Samaná, Pensilvania y Riosucio, pertenecen al grupo de municipios de más bajo índice de desarrollo humano en la región;
Génova es el municipio de menor desarrollo humano en el departamento
del Quindío. Sevilla y el Líbano no cuentan con medición de este índice,
pero reúnen todas las condiciones para estar en condiciones similares a los
otros municipios expulsores con los que se están agrupando.
La condición de expulsores de población para otro grupo de municipios
que se destacan como tales (Tulúa, Bugalagrande, Ibagué y Calarcá), podría
asociarse a la hipótesis de la velocidad de las transformaciones económicas;
y la presencia de recursos estratégicos, estaría representada más por la economía ilegal o de fachada con origen en el comercio de las drogas, que por
la presencia de hidrocarburos u otras materias primas estratégicas. Tulúa,
Bugalagrande e Ibagué aparecen en el estudio de Naciones Unidas (1997)
como municipios en donde se han presentado compras significativas de
tierra por narcotraficantes.
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Revista de Ciencias Humanas • UTP • No. 35 • Enero-Junio 2005
Se ha hecho referencia en este análisis a los tres municipios que en cada
departamento se destacan como expulsores de población. Los demás expulsores se pueden distribuir entre estos dos grupos, pues están en condiciones
similares. Sin embargo hay que anotar que en muchos de los municipios
más retirados, más pobres y con presencia de actores armados ilegales, de
izquierda y de derecha, se están presentando indicios serios de cultivos
ilegales de coca o amapola.
Es claro que en el caso del Eje Cafetero, aunque la violencia con todas
sus secuelas, y la relativa prosperidad económica derivada de la bonanza
cafetera se entrecruzan históricamente, una explicación de la situación no
encaja con las mayores evidencias empíricas que se señala en esos estudios
para el país. Lo que si es claro es que el Eje Cafetero es un territorio, que en
su formación y consolidación social, está atravesado por intensos procesos
de movilidad poblacional, de causas y destinos múltiples, siempre asociados a móviles de violencias que se entrecruzan con dinámicas económicas
legales e ilegales.
Regionalmente, existe un relativo equilibrio entre expulsión y recepción de
población, anotando que tanto la una como la otra presentan en si mismas
una dinámica sobresaliente con respecto a otras regiones del país. Solo
atendiendo a razones del conflicto armado, las estadísticas de la última
década nos indican que más de 270.000 personas, la mayoría mujeres y
menores de edad, están afectados por desplazamientos forzados. Esto es
aproximadamente, la mitad de cualquiera de las cuatro principales ciudades
de la región. Si al fenómeno del desplazamiento por razones directamente
relacionadas con el conflicto armado, le adicionáramos la población que se
ha desplazado por razones de pobreza y exclusión y los centenares de miles
de vecinos de la región que en los últimos años conforman la diáspora de
emigrantes a España y Estados Unidos, principalmente, y de los cuales no
existe un registro cierto; podríamos estar hablando de una movilidad que
por razones económicas y de violencias involucra a la quinta parte de la
población de la región, con todas sus repercusiones en la estructura social
y cultural de la región.
La verdad es que los hechos históricos, económicos y sociales, que esta
compleja realidad pone de presente, están en buena parte por estudiar y
ponen en juego la responsabilidad social de los académicos; merecen estar
en un lugar visible de la agenda de gobernantes y dirigentes; y, deben ser el
motivo de nuevos procesos de concertación política y social, por encima de
la artificial división político administrativa, para reencontrar fortalezas económicas, políticas, sociales y culturales de la sociedad regional. Solamente
la movilización de las capacidades endógenas puede encontrar el sendero
que revierta estas dinámicas y oriente un desarrollo sostenible en la región.
De lo contrario, el Eje Cafetero corre el riesgo de pasar de ser el motor de
la economía nacional durante la mayor parte del siglo XX, a suplicar la
ayuda paternalista de los centros de poder nacional y de la cooperación
internacional en el siglo XXI.
Notas bibliográficas
1. Pizano, Diego. El café en la encrucijada, evolución y perspectivas. Libros de Cambio.
Bogotá: Alfa omega-Cambio, Agosto de 2001, p. 29.
2. Ocampo, José A. “Qué tan bajos están los precios del café”. Estrategia Economica,
dic/89-ene/90, y Federacafé – Estudios especiales. Agosto de 2001.
3. Fonseca, Luz Amparo. Colombia: escenario social, económico e institucional de la
actual crisis cafetera. Bogotá: CEPAL, 2003, p.5.
4. Pizano, Diego. Op. Cit., p.11.
5. Guzmán Campos, Germán y otros. La violencia en Colombia. Tomo I. Bogotá:
Círculo de Lectores, 1988, pp. 279,280.
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Lo que se ha presentado aquí no es un conjunto de casualidades aisladas de
la historia regional; tampoco una recopilación se sucesos e insucesos con la
idea maniquea de “hilar delgado”. Estamos ante una complejidad histórica
que muestra un verdadero entramado de relaciones de causalidad por redescubrir, reinterpretar, comprender y por supuesto, transformar. Ahí está
el reto de la región, que hoy se conmueve con la inminencia de una debacle
social, cuyas principales manifestaciones se gestaron progresivamente,
durante décadas en las que el imaginario social, sólo atendía los destellos
de una bonanza, a veces no tan real, del principal producto agroexportador
del país durante un siglo.
147
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148
6. Red Alma Mater-Gobernación de Risaralda. Conflicto interno armado y desplazamiento
en la Ecorregión Eje Cafetero. Pereira, 2004, p. 54.
7. PNUD (1997). Drogas ilícitas en Colombia. Su impacto económico, político y social. Bogotá:
Planeta Colombiana Editorial, S.A. Página 340.
8. En: Revista Consigna No.450, IV trimestre de 1996. Bogotá, p. 16.
9. PNUD. Informe Regional de Desarrollo Humano 2004. Resumen Ejecutivo, p. 23.
10. Se conoce con ese nombre, violencia bipartidista, el enfrentamiento entre liberales
y conservadores que desangró al país, especialmente en el período entre 1946 y
1957.
11. En: El desplazamiento forzado en Colombia: compromisos desde la universidad.
Primer concurso universitario de trabajos de grado sobre desplazamiento forzado
en Colombia. OIM, Red de Solidaridad Social, ASCUN, CODHES. Bogotá, 2002.
12. Santa, Eduardo. La colonización Antioqueña, una empresa de caminos. Bogotá: TM
Editores, 1993, p. 17.
13. MejÍa, William. Prostitución femenina negocio y marginalidad, realidades y alternativas
en el Eje Cafetero colombiano. Solidaridad internacional-Colombia, Corporación Alma
Mater. Bogotá 2003.
14. Rodríguez, Pablo. “Servidumbre sexual. La prostitución en los siglos XV- XVIII”.
En: Martínez, Aida et. al. (editores y compiladores). Placer, dinero y pecado. Historia
de la prostitución en Colombia. Bogotá: Aguilar, 2002. p. 86.
15. Hoyos Körbel, Pedro Felipe. Café. Caminos de herradura y el poblamiento de Caldas.
Bogotá: TM Editores, mayo de 2001, p.90.
16. Fonseca, Luz Amparo. Colombia: escenario social, económico e institucional de la
actual crisis cafetera. Bogotá: CEPA, 2003. Página 8.
17. Guzmán Campos, Germán y otros. Op. Cit., p. 130.
18. Ibíd., p. 250.
19. La violencia y la civilización cafetera. Dominical, periódico La Tarde No.902. Pereira,
27 de enero de 2002.
20. Guzmán Campos, Germán y otros. Op. Cit., p. 276.
21. Comisión de Superación de la Violencia. Pacificar la Paz, lo que no se ha negociado
en los acuerdos de paz. IEPRI – CINEP. Bogotá, 1992, p. 66.
22.Op. Cit., p, 68.
23. Ecorregión Eje Cafetero: Un territorio de oportunidades, es un trabajo interinstitucional que propone un modelo de desarrollo estratégico para la región, tomando
como base una plataforma ecosistémica, una economía, historia y cultura común;
resume la intención de desarrollar un proceso de construcción social de la región
según el mandato constitucional.
24. La Red de Solidaridad Social ha desarrollado el Sistema Único de Registro de Población Desplazada (SUR), del cual se tomaron los datos que aparecen en el cuadro,
a febrero de 2004.
25. Diario La Tarde. Pereira, Risaralda. Julio 22 de 2004. Pág. 4ª.
26. Autor del trabajo “Desplazamiento Forzado en Colombia 1995-1999; una aproximación empírica a las relaciones entre desplazamiento, conflicto y desarrollo”,
publicado en el libro Desplazamiento forzado en Colombia Compromiso desde la
universidad, citado en este trabajo.
27. Comisión de Superación de la Violencia. «Pacificar la Paz, lo que no se ha negociado
en los acuerdos de paz». IEPRI – CINEP. Bogotá, 1992. Página 66.
Bibliografía
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Santa, Eduardo. La colonización Antioqueña, una empresa de caminos. Bogotá: TM
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149