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18 BAJO LA LUPA Miércoles 6 de marzo del 2013 GESTIÓN DESAYUNANDO CON KRUGMAN Paul Krugman, Premio Nobel de Economía 2008. Es profesor de Economía y Asuntos Internacionales en la Universidad de Princeton. F altan pocas semanas para que se cumplan los diez años del inicio de la guerra de Iraq, una fecha que la mayoría en Washington quisiera olvidar. Lo que yo recuerdo de esa época es la completa impenetrabilidad del consenso entre la élite que estuvo a favor de esa confrontación. Si alguien trataba de señalar que era evidente que el gobierno de Bush estaba inventando un argumento falso para ir a la guerra, que ni siquiera resistiría un análisis poco serio, y manifestaba que los riesgos y los posibles costos eran enormes, pues bien, era menospreciado como un ignorante y un irresponsable. Parecía no importar qué pruebas presentaban quienes eran críticos: todo aquel que se opusiese era, por definición, un tonto hippie. Es notorio que esa opinión no cambió ni siquiera después de que todo lo que vaticinaban los detractores de la guerra se hiciese realidad. Los que aplaudían la desastrosa aventura seguían siendo considerados “creíbles” en materia de seguridad nacional (¿por qué John McCain sigue siendo un invitado habitual en los programas de debate de los domingos?), mientras que los que se oponían continuaban siendo considerados sospechosos. Y lo que resulta aún más notorio es que durante los tres últimos años se ha desarrollado una historia muy parecida, esta vez sobre la política económica. Ben Bernanke, el hippie LA ACTITUD DESDEÑOSA HACIA QUIENES NO ESTABAN A FAVOR DE LA GUERRA DE IRAQ ESTÁ DE VUELTA. AHORA CONTRA QUIENES CRITICAN LA AUSTERIDAD FISCAL. AFP La austeridad prematura no tiene sentido ni siquiera en términos presupuestales. Hace diez años, toda la gente importante decidió que una guerra inconexa era una respuesta adecuada a un ataque terrorista; hace tres años, se decidió que la austeridad fiscal era la respuesta adecuada a una crisis económica provocada por banqueros sin control, con el supuesto peligro inminente de los déficits presupuestarios, a los que les tocó el papel que antes tuvieron las supuestas armas de destrucción masiva de Saddam Hussein. Hoy, al igual que entonces, este consenso perece ser impenetrable frente a los argumentos en contra, sin importar lo bien fundamentados que estén. Y hoy, al igual que entonces, los líderes del consenso siguen siendo considerados creíbles aunque se hayan equivocado en todo (¿por qué la gente sigue tratando a Alan Simpson como un hombre sabio?), mientras que quienes critican el consenso son considerados tontos hippies aunque todas sus prediccio- En consecuencia, el déficit no es un peligro evidente y actual, los recortes en el gasto en una economía deprimida son una idea terrible y la austeridad prematura no tiene sentido ni siquiera en términos presupuestales. Puede que a los lectores habituales estas propuestas les resulten familiares, ya que son más o menos lo mismo que lo que otros economistas progresistas y yo hemos estado diciendo todo el tiempo. Pero nosotros somos hippies irresponsables. ¿Lo es Bernanke? (Bueno, tiene barba). El punto no es que Bernanke sea una fuente de sabiduría fidedigna; uno espera que el colapso de la reputación de Alan Greenspan haya puesto fin a la práctica de deificar a los presidentes de la FED. Bernanke es un excelente economista, pero no más que, por ejemplo, Joseph Stiglitz, de la Universidad de Columbia, ganador del premio Nobel y un legendario economista teórico cuya crítica feroz a nuestra obsesión por el déficit ha sido, no obstante, ignorada. La obsesión de la clase dirigente con los déficits presupuestales es un terrible error. Ben Bernanke opinó que la austeridad en una economía deprimida podría ser contraproducente incluso en términos puramente fiscales. nes —sobre las tasas de interés, la inflación, los nefastos efectos de la austeridad— se han hecho realidad. Por lo tanto, he aquí mi pregunta: ¿Habrá algún cambio ahora que Ben Bernanke, el presidente de la Reserva Federal, se ha unido a la fila de los hippies? A comienzos de la semana pasada, Bernanke hizo unas declaraciones que debieron haber ocasionado que todos en Washington prestasen atención y tomasen nota. Es verdad que no suponía una verdadera ruptura con lo que ha dicho en el pasado o, de hecho, con lo que otros directivos de la FED han estado señalando, pero su jefe habló más clara y firmemente que nunca sobre política fiscal —y lo que dijo, traducido del idioma de la FED al castellano, es que la obsesión de la clase dirigente con los déficits es un terrible error. En primer lugar, subrayó que la situación presupuestaria no es tan preocupante, incluso a mediano plazo: “Se proyecta que la deuda federal que mantiene el público (incluida la que posee la Reserva Federal) se mantendrá alrededor del 75% del PBI durante gran parte de la presente década”.Luego sostuvo que, dada la situación de la economía estadounidense, actualmente se está gastando muy poco: “Una parte sustancial de los recientes progresos a la hora de reducir el déficit se ha concentrado en los cambios presupuestarios a corto plazo, que, si se consideran en su conjunto, podrían suponer un obstáculo significativo para la recuperación económica”. Finalmente, opinó que la austeridad en una economía deprimida podría ser contraproducente incluso en términos puramente fiscales: “Además de tener efectos adversos sobre el empleo y los ingresos, una recuperación más lenta conduciría a una menor reducción del déficit en el corto plazo”. No, lo importante es que la apostasía de Bernanke puede ayudar a socavar el argumento de la autoridad —“¡nadie importante está en contra!”— que ha hecho que sea tan difícil terminar con la obsesión de la élite por los déficits. Y el final de esa obsesión no podría llegar en un momento más oportuno. En estos momentos, Washington está enfocado en la idiotez del embargo del gasto presupuestal, pero este es únicamente el episodio más reciente de una serie sin precedentes de declives en el empleo público y en las compras del gobierno que han paralizado la recuperación de la economía estadounidense. El consenso equivocado de la élite nos ha metido en un empantanamiento económico, y es hora que salgamos de él. Antonio Yonz Martínez Traducción