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El carácter normativo de la economía y sus conexiones con la ética
Ricardo F. Crespo
Lic. en Economía, Dr. en Filosofía
IAE (Universidad Austral) y Universidad Nacional de Cuyo
Resumen:
En este trabajo se hace una evaluación de la tarea normativa de la economía; se
concluye que tiene una gran importancia. Se deduce el carácter normativo de la
economía de la idea de racionalidad, y se analiza cuál es la racionalidad más
adecuada para la economía. Finalmente se presenta la relación entre el carácter
normativo de la economía y las teorías éticas.
JEL: A1, B4
Abstract
This work appraises normative task of economics, often not recognized by all the
economists; however, it has great relevance. Thus, the normative character of
economics is deduced from rationality, and what is the most adequate rationality for
economics is analyzed. Finally, the relationship between ethical theories and the
normative character of economics is addressed.
JEL: A1, B4
El carácter normativo de la economía y sus conexiones con la ética*
Generalmente no se considera a la prescripción normativa entre las tareas de
la ciencia económica. La mayor parte de la economía académica ha adoptado el value
free requirement –o Wertfreiheit- como condición de cientificidad. En todo caso se
suele plantear la coexistencia de una economía positiva junto a otra normativa, o
economía aplicada o política económica. En este trabajo sostendremos que, sin
embargo, todo avance que la economía pueda hacer en la explicación y en la
predicción legitima su capacidad de prescripción. Y esta es, según sugeriremos, la
tarea en la que los economistas pueden hacer más por los hombres con una buena
ciencia económica.
¿Qué noción de economía?
La legitimidad o no de incluir la tarea normativa dentro de las atribuciones de la
economía dependerá del concepto de ciencia económica que adoptemos. Podemos
distinguir dos grandes posturas: algunos autores plantean un alcance limitado de la
ciencia económica, mientras que otros plantean una noción ampliada. Estos últimos
suelen distinguir entre una lógica económica formal y el estudio de la economía real.
Es el caso, entre otros, de Karl Polanyi, quien distingue entre el significado
formal y el sustantivo del término “económico”. El formal es el derivado de la lógica de
la decisión, inducida por la insuficiencia de los medios respecto a los fines. Es similar a
las nociones de Robbins y Mises. El significado sustantivo deriva de la dependencia de
la vida humana de la naturaleza y de los demás hombres. Afirma Polanyi que “sólo el
significado substantivo de lo económico es capaz de proveer los conceptos requeridos
por las ciencias sociales para una investigación de todas las economías empíricas del
pasado y presente”.i
Max Weber incluye entre los objetos económico-sociales, los objetos de
conocimiento estrictamente económicos (la economía formal de Polanyi), otros
“económicamente importantes” y finalmente otros “fenómenos económicamente
condicionados”.ii Carl Menger reconoce que los resultados de la orientación exacta de
la investigación teórica de la economía difieren de la realidad, por el error y por los
motivos no económicos (entre otros, “la libertad de la voluntad humana”) que actúan
sobre lo económico.iii Otra distinción interesante en este sentido es la de James
Buchanan entre la economía positiva predictiva y la economía subjetiva que está entre
los límites de la economía ortodoxa y la filosofía moral. Ambas componen para él la
teoría económica.iv John Maynard Keynes señala en una carta a Roy Harrod que la
economía es una ciencia moral, no una ciencia natural, en el sentido de ciencia
humana (no estrictamente ética), que usa la introspección, los juicios de valor,
motivos, expectativas, incertidumbres psicológicas: su material no es constante ni
homogéneo;v tampoco mensurable. Se pueden medir efectos o correlatos de esos
estados interiores, pero no los estados interiores mismos.
Volviendo a Weber nos encontramos con dos distinciones más que pueden
sernos útiles. La primera es entre Erklären y Verstehen –explicación y comprensión(en realidad esta distinción está ya antes en Droysen y Dilthey). Weber le da una
aplicación metodológica: trata de usar ambas aproximaciones –la explicación de
procesos causales a través de observaciones y la aprehensión individual del
significado- en las ciencias sociales. La economía también tiene, para él, la dosis de
ambigüedad e historicidad que le da la Verstehen. Podríamos preguntarnos dónde
está la Verstehen en la teoría económica contemporánea. Granger responde que, a
pesar de constituir un sistema abstracto al modo físico, la comprensión se haría
presente en los postulados intuitivamente comprensibles, los supuestos, tanto de los
neoclásicos como de los austríacos.vi Sería un punto interesante de analizar. La
segunda distinción de Weber es la trazada en Economía y Sociedad entre
Zweckrationalität –racionalidad instrumental- y Wertrationalität –racionalidad
valorativa-. Aunque, para Weber, la primera prevalece en los actos económicos,
ambas están presentes en todos los actos humanos. Esta distinción tiene sus
similitudes con la hecha por Aristóteles entre los aspectos práctico y poiético de los
actos humanos. Para el filósofo de Estagira, en las ciencias sociales la racionalidad
práctica abarca la técnica. También podríamos preguntarnos dónde está la practicidad
de la actual ciencia económica.
Pero antes debemos volver a una pregunta previa ¿Cuál es la visión de la
economía prevaleciente en los economistas académicos? Coherentemente con lo
afirmado más arriba acerca de la adopción del requisito de neutralidad valorativa, la
economía moderna adopta su modo formal, estricto, que explica –Erklären- y que
obedece a un tipo de racionalidad instrumental –Zweckrationalität-: la óptima. Este tipo
de economía se adapta a mercados muy puros, a países o sectores en los que hay
una estabilidad muy grande en las expectativas, o a modelos con una complejidad
muy grande, junto a las condiciones anteriores –“ausencia de sorpresas”-, que
permiten abarcar muchos comportamientos. Como dice Simon, “por supuesto el
análisis económico, como todo análisis formal, reconoce que sus leyes rigen en el
mundo real sólo en sistemas que satisfacen condiciones específicas. En este sentido,
agrega, la teoría es tautológica y puede alcanzarse mediante el razonamiento
matemático sin recurrir a los hechos.”vii
Hechas estas precisiones y distinciones, surge la evidencia de la siguiente
afirmación: la razón de la reconocida debilidad de la economía, tanto para la
descripción, como la explicación y la predicción estriba en que no considera un
conjunto de factores reales no estrictamente económicos que inciden en el acto
económico real.viii La economía es una lógica simplificada. A pesar de que, como
decíamos, esta afirmación es evidente y es reconocida por los economistas que
trabajan continuamente con sus cláusulas ceteris paribus, distinguiendo las variables
exógenas y endógenas, muchas veces se olvida su contenido limitante y se trata de
explicar lo inexplicable. Este olvido proviene de una tendencia psicológica muy natural.
Como señala Mark Blaug, una vez que se ha comprobado la ‘perfección’ del modelo
de equilibrio general, “es difícil resistir la tentación de argumentar que lo que es verdad
bajo condiciones de competencia perfecta es casi cierto también en el imperfecto
mundo competitivo real.”ix Frente a este problema caben dos posibles actitudes, que
pueden ser complementarias: reconocer cabalmente la limitación de la economía
formal y ser cauto en las recomendaciones (como hacen Mill y su tradición posterior) –
algo difícil-x , o abrirse al campo incierto de la economía amplia, como ciencia moral en
el sentido que tendría para Keynes y también para Aristóteles.
Esta disyuntiva se resuelve al analizar la posible tarea normativa de la
economía. Decía que esta es la que tiene más interés. En efecto, la economía quizás
no pueda ni describir ni explicar ni predecir bien, pero sí puede indicar el curso lógico
para una acción económica racional. Todos los economistas, por más puristas que
sean, tienen un mínimo de interés de influir en el curso de los acontecimientos. “Pocos
son los que se hacen economistas, señala Robbins, por mera curiosidad; considerada
como conocimiento puro, nuestra ciencia, aunque tenga sus momentos fáusticos, tiene
menos atracción que muchas otras.”xi Más recientemente afirmaba Mark Blaug: “La
economía siempre ha reclamado la facultad de guiar a los políticos y todos los grandes
economistas han tenido la intención de estudiar economía para ‘hacer el bien’”.xii Tony
Lawson es de la idea de que la economía puede hacer una importante tarea a través
de la política económica para facilitar el reemplazo de estructuras no queridas por
otras más justas, que propendan a una emancipación social.xiii Ahora bien, en este
punto se hace necesario abrirse a la economía de racionalidad amplia, puesto que, o
bien el resultado de la implementación de la normativa económica puede ser exitoso, o
bien fallar, o bien puede resultar torturante en mayor o menor grado del curso natural
de los acontecimientos (con la consiguiente posible injusticia y/o reacciones
inesperadas). Si la teoría económica formal es correcta la clave para el fracaso o éxito
está en las condiciones no económicas del fenómeno o acción económica
considerada. Tal como afirma Simon, “la actividad económica se realiza en un ámbito
natural y social complejo, de cuyo comportamiento sólo puede hacerse endógeno una
pequeña parte en el seno de la teoría económica (...). En la medida en que este
ámbito permanece exógeno, las leyes de la economía no pueden tener el grado de
universalidad y constancia de, digamos, la mecánica Newtoniana. Sus leyes
continuarán modificándose con los cambios de las instituciones sociales y del
conocimiento y creencias de la gente limitadamente racional que las habita (...) Por
todas estas y otras razones argumentadas en este trabajo, la ciencia económica ha
tenido y continuará teniendo un importante componente histórico. (...) Los datos
reunidos y analizados por los historiadores son, de hecho, esenciales para la
comprensión de nuestro comportamiento económico y para formular leyes económicas
empíricamente válidas, incluyendo los mecanismos mediante los que los cambios en
conocimiento, creencias, percepciones, valores e identificaciones de los agentes
económicos alteran continuamente dichas leyes”.xiv En definitiva, la economía formal
sigue un modelo hipotético-deductivo. La economía ampliada provee la imprescindible
flexibilidad en la variación de las hipótesis.
Es en este último ámbito donde puede tener un gran interés el trabajo
interdisciplinar de la economía con otras ciencias sociales, especialmente con los
estudios de administración de empresas. La empresa es la institución económica
contemporánea por excelencia. La economía puede brindarle racionalidad económica
y, a la inversa, el conocimiento de la empresa, aporta a la economía el necesario
realismo y contacto con las circunstancias concretas. Mark Blaug se quejaba
recientemente de la esterilidad de los cada vez más sofisticados análisis económicos
teóricos, al margen de los problemas reales del mundo, que les lleva a clamar:
“realidad, no, por favor, somos economistas”. “Este puede ser el motivo, agrega, por el
que los estudiantes eligen crecientemente los estudios de business management
sobre los de economía”.xv
Ahora bien, este último argumento parece más bien utilitarista: “-si usted quiere
ser un economista efectivo, agregue a su análisis los factores exógenos”. Bien podría
un economista raro quedarse haciendo teoría y decidir que los prácticos se las vean
con esos aspectos inasibles. Me propongo entonces, finalmente, mostrar que es
necesario que también el economista teórico los tenga en cuenta, pues lo que él
diseña es ya de por sí normativo. Esta prueba, que no es casi más que de sentido
común, va en contra de la mentalidad común de los economistas académicos. En
otras ocasiones lo he argumentado acudiendo a la noción de ciencia práctica
aristotélica o de ciencias sociales de Weber.xvi Aquí seguiré otra vía.
Normatividad y racionalidad
“La racionalidad, sostienen, Hausman y McPherson, es normativa”.xvii Decir que
‘estas causas producen tales efectos’ es simplemente el otro lado de la moneda de
decir que ‘podemos obtener tales efectos mediante estas causas’. Cuando uno dice:
“es racional que la gente tenga seguro médico” o “tal decisión es irracional”, uno
expresa su a/desaprobación y sugiere que se siga/no se siga.xviii Cuando uno describe
y explica, si la explicación es buena, también prescribe. Esto se aplica desde la
racionalidad simple de la teoría microeconómica del consumidor a las teorías de los
juegos.xix “Mucho, sino la mayoría, de la teoría de los juegos, afirma Blaug, es
prescriptivo acerca del modo en que los jugadores racionales deberían tomar
decisiones.”xx
El mero hecho de afirmar que ‘hacer esto es lo racional’ me empuja a hacerlo.
Nicholas Rescher, Profesor de la Universidad de Pittsburgh, ha trabajado
extensamente la noción de racionalidad. Afirma en uno de sus libros: “la importancia
de la racionalidad no descansa en el fondo en su papel como caracterización
descriptiva del proceder humano (cómo funciona la gente), sino en su papel normativo
en tanto indicación de cómo la gente debería funcionar en relación con los intereses
superiores de sus preocupaciones cognoscitivas y prácticas.” Y más adelante: “la
capacidad del hombre para la razón no significa que la gente normalmente actúe de
manera racional. La fuerza de la racionalidad es normativa y se orienta menos al
retrato descriptivo de lo que los agentes hacen que al análisis evaluativo de lo que
deberían hacer”.xxi Por eso tiene tanto sentido el hallazgo de Harvey Leibenstein de
que la conducta maximizadora es más excepción que regla. Es un objetivo que sólo se
alcanza bajo presión. Rescher llega a hablar de una obligación ontológica de ser
racionales.xxii El carácter normativo de la economía está claro para algunos
economistas. Buchanan lo afirma explícitamente de su “Constitutional Political
Economy”.xxiii Esto es así ya que la Escuela de la Elección Pública, como muy bien
señala Simon, “busca ‘endogeneizar’ el impacto de las instituciones sobre la elección
individual haciendo que las mismas formas institucionales respondan a fuerzas
económicas”.xxiv La normatividad de la ciencia económica también resulta clara para
Daniel Bell quien sostiene que ésta sería un estándar normativo contra el que juzgar la
economía real.xxv No resulta sorpresivo observarlo también en A. Sen y en Simon.xxvi
De algún modo se resume esta opinión en la siguiente cita de Rosenberg: “Se ha
mantenido con frecuencia que las teorías en las disciplinas sociales son normativas
porque versan sobre la acción (...) Por ejemplo, se defiende algunas veces que la
Economía es un cuerpo de prescripciones acerca de cómo ser racional, y se considera
que la racionalidad es un concepto normativo.”xxvii
Normatividad y ética
Pero afirmar que la racionalidad es normativa no implica necesariamente sin
más –sería otro paso- decir que es moralidad o que tiene alguna relación con la moral.
Es el paso que daremos ahora. Sucede lo siguiente: en cuanto la economía pasa el
límite auto-impuesto de los fines estamos entrando en el plano valorativo. El carácter
normativo de la racionalidad empuja en esta dirección. Sólo conque nos propongamos
alcanzar el equilibrio o controlar la inflación estamos sobrepasando ese umbral. Lo que
sucede es que la racionalidad instrumental –género al que pertenece, como especie,
la racionalidad económica- es un concepto de laboratorio. Las acciones reales abarcan
elecciones de medios y fines. “La omisión de una explicación o condenación de los
motivos [de una acción económica] no implica evaluación alguna, desde un punto de
vista lógico. Pero desde un punto de vista pragmático, sí lo hace”, afirman Hausman y
McPherson.xxviii Citamos nuevamente a Nicholas Rescher: “la racionalidad presenta
dos lados: uno axiológico (evaluativo) que concierne a la adecuación de los fines y uno
instrumental (cognoscitivo) que concierne a la efectividad y eficiencia en su desarrollo.
La racionalidad unifica estos dos elementos en un todo integral y bien coordinado (...)
La evaluación constituye el centro de la racionalidad, ya que la racionalidad consiste
en el balance de costes y beneficios, es decir, de lo que mejor sirva a nuestros
intereses globales (...) La racionalidad de nuestras acciones depende
fundamentalmente tanto de la adecuación de nuestros fines como del ajuste de
nuestros medios con relación a lo que perseguimos (...) La racionalidad consiste en la
búsqueda inteligente de los fines adecuados.”xxix La realidad de las acciones humanas,
también de las económicas, es que hay un dinamismo constante entre medios y fines.
Por otra parte los agentes reaccionan positivamente, con la voluntad, cambiando
preferencias de acuerdo a las variables expectativas.xxx La matemática sólo da para un
análisis de adecuación de medios a fines dados: siempre tiene que haber alguna
variable independiente para poder resolver una ecuación. La economía positiva formal
sólo puede llegar hasta aquí. Por eso se impone la necesidad de pasar su límite hacia
el concepto amplio de economía. Como muy bien intuye Buchanan, esta parte
subjetiva –porque trata de los aspectos subjetivos, los fines- está fuertemente
emparentada con la filosofía moral.
Rosenberg, concretamente, considera que la teoría del equilibrio general es un
componente importante del programa de investigación de la Filosofía política
contractualista. Para Hausman y McPherson la racionalidad es el caballo de Troya en
el que los compromisos éticos se introducen en la economía positiva.xxxi De una ética
utilitarista. ¿Por qué? Porque si nos quedamos al nivel de economía positiva formal
con fines dados, la única ética compatible es la que se orienta a una noción formal del
bien. Una racionalidad axiológica consecuencialista, afirma R. Boudon, no puede
distinguirse de la racionalidad instrumental.xxxii Como explican muy bien Hausman y
McPherson, la racionalidad económica tradicional sólo puede coordinarse con una
visión moral utilitarista.xxxiii Con razón se ha llamado a la ética consecuencialista,
sucesora del utilitarismo, “estrategia universal de optimización.”xxxiv En cambio la
noción amplia de economía que permite el dinamismo fines-medios no meramente
formal, deja lugar a las perspectivas kantiana del deber y la aristotélica de las virtudes,
que en cierto sentido abarca también a la anterior.xxxv La kantiana plantea, en contra
de una moral eudemonista (felicidad), que lo esencial de la moral es precisamente el
desinterés. Lo que sucede es que el referente de Kant era una versión utilitarista de la
ética teleológica en el que los fines -la felicidad- tienen un carácter conativo
subjetivo,xxxvi generalmente hedonista.xxxvii Y tiene el problema de continuar siendo
formal. En cambio, en la ética aristotélica la felicidad es normativa, pues está ligada a
una determinada concepción de la naturaleza humana, de la función propia del
hombre y del ejercicio de virtudes orientadas a la búsqueda de un bien que sólo puede
alcanzarse dentro de la polis. Es decir, la felicidad es un fin supra-individual y fundado
objetivamente. Por eso, aunque para Aristóteles la felicidad personal es el fin de la
vida moral, la misma no es la norma de moralidad, sino que, a la inversa, el
cumplimiento de la norma de moralidad, facilitada por las virtudes, conduce a la
felicidad.xxxviii Por otra parte, los “medios” para alcanzar dicha felicidad conservan su
calidad de fines en sí mismos, especialmente cuando del hombre se trata (como
también establece Kant).
Conclusión
Luego de esta última digresión, tratemos de ir concluyendo. Con una noción
ampliada de economía podemos describir y explicar bastante bien, ya que atendemos
a otros factores que van más allá de los económicos. La predicción será
necesariamente limitada y general, pues la materia humana es contingente debido a la
complejidad, la singularidad y la libertad. Todo dependerá de la mayor o menor
incidencia de factores económicos y de la mayor o menor relativa estabilidad de los
hábitos.xxxix En cambio, se puede hacer mucho por prescribir conductas que sean
exigentes pero tolerables. Evidentemente ésta es una cuestión prudencial. Ahora bien,
si existe la ciencia prudencial, ¿qué economista real no dirá que éste es el lugar
epistemológico propio de su ciencia? Y la ciencia humana prudencial existe hace más
de 24 siglos. La propuesta de Buchanan parece muy razonable. Una teoría económica
que no descuida la economía predictiva dejando campo a los desarrollos matemáticos,
pero que se funde con la economía subjetiva, donde tienen tanto que aportar los
“intuitivos” y otras disciplinas. Sólo si no se quiebra esta unidad, se evitan los
prejuicios de los matemáticos que piensan que los otros son poetas, y de los
economistas reales que piensan que los matemáticos son unos aspirantes a “gurúes”
a fuerza de crear dificultades que los primeros consideran poco relevantes.
El contacto con la realidad en una escuela de negocios o una Facultad de
administración de empresas, o en el ejercicio de la política económica, puede ser muy
interesante para la economía. La empresa como institución desarrolla un conjunto de
hábitos y hace que la economía sea más predecible en sus comportamientos. Por otra
parte, en ésta se “palpa” la economía real.
También en las circunstancias del ejercicio de la política económica se
descubre que la economía es una ciencia de lo razonable, más que de las condiciones
del equilibrio bajo determinados supuestos de racionalidad económica. Hans Georg
Gadamer, representante reconocido de la corriente hermenéutica en nuestros días,
llama a la racionalidad propia de la comprensión hermenéutica (la vieja racionalidad
práctica aristotélica, muy asimilable a la Wertrationalitat) “razonabilidad” o “sensatez
práctica”.xl Esta denominación es muy acertada , pues el término “racionalidad” ha
quedado demasiado unido a su forma instrumental o técnica. El hecho es que
intervienen muchos otros factores, fuera del análisis económico estricto, en la decisión
de política económica concreta. Esto no obedece a un defecto del agente “decisor”
sino a una virtud: sabe amalgamar lo que le dice el análisis económico con la
comprensión de la situación: todo esto es economía y no es nada fácil. En economía
se requiere una adecuada percepción y comprensión de la realidad. Este es un
servicio que puede prestar la ciencia económica a la realización del bien público y el
interés común, sobre todo en la medida en que dicho conocimiento se traduzca y
refleje en medidas adecuadas.
*
Agradezco los comentarios de Sebastián Edwards, Javier Finkman, Wenceslao
González, Julio H. G. Olivera, Ludovico Videla y Gabriel Zanotti a una version previa
más amplia de este trabajo. Por supuesto, los errores son míos.
i
“The Economy as Instituted Process”, en George Dalton (ed.), Primitive, Archaic, and
Modern Economies: Essays of Karl Polanyi, Doubleday, Garden City, 1968, 139-74, p.
140.
ii
En “La objetividad del conocimiento en las ciencias y la política sociales”, en Sobre
las ciencias sociales, Península, Barcelona, 1971 (Gesammelte aufsätze zur
wissenschafslehre, JCB Möhr, Tübingen, 1969), pp. 24-6.
iii
Cfr. Investigations into the Method of the Social Sciences With Special Reference to
Economics, New York y London: New York University Press, 1985 (Untersuchungen
über die Methode der Socialwissenschaften und der Politischen Oekonomie
insbesondere, Leipzig: Ducker & Humblot, 1883, trad. de F. Nock y ed por L.
Schneider, 1ª ed. como Problems of Economics and Sociology, Urbana, 1963), pp. 84
y 217.
iv
Cfr. Buchanan, J. M. “The Domain of Subjective Economics” en Kirzner, Israel M.
(ed.) Method, Process, and Austrian Economics., Lexington (Mass.), Lexington Books,
1982, 7-20.
v
Cfr. dichas cartas reimpresas en D. Hausman, The Philosophy of Economics. An
Anthology, Cambridge University Press, 2nd edn, 1994, pp. 287-8.
vi
Cfr. La razón, Eudeba, 1961, pp. 42-3 (La raison, PUF, 1955).
vii
“Economics as a Historical Science”, Theoria 13/2, 1998, pp. 241-60, p. 243.
viii
Sobre las limitaciones de la predicción en economía, cfr. W. J. González, “On the
Theoretical Basis of Prediction in Economics”, Journal of Social Philosophy, 27/3,
1996, pp. 201-28.
ix
Blaug, M., “Confessions of an Unrepentant Popperian”, 1994, o.c., p. 120.
x
Este escepticismo corresponde a los hechos reales; de facto ha sido la causa de la
imposición de la neutralidad valorativa en la economía; es señalado en nuestro medio
por Gustavo Marqués (“Sobre la legitimidad del empleo normativo de los modelos
económicos”, www.aaep.org.ar, 1998) y por muchos otros autores.
xi
Política y economía. Disertaciones sobre economía política, UTEHA, Méjico, 1965, p.
7 (Politics and conomics: Papers in Political Economy, MacMillan, Londres, 1963).
xii
“Confessions...”, 1994, o. c. p. 118.
xiii
Cfr. Economics and Reality, Routledge, 1997, Chapter 19.
xiv
Simon, o.c., pp. 258-9.
xv
“Disturbing Currents in Modern Economics”, en Challenge, mayo-junio/1998, 11-34.
xvi
En La economía como ciencia moral, Educa, Buenos Aires, 1997 y La Crisis de las
teorías económicas liberales, Fundación Banco de Boston, Buenos Aires, 1998,
respectivamente.
xvii
Economic Analysis and Moral Thinking, Cambridge University Press, 1996, pp. 7,
cfr. también 29, 38 y ss..
xviii
Cfr. Hausman y McPherson, o.c., p. 25.
xix
En una conversación acerca de este trabajo, el Profesor Julio H. G. Olivera me
ponía como ejemplo de esta situación dos enunciados de Gerard Debreu en su libro
Theory of Value (John Wiley & Sons, NY, 1959): “Si un estado alcanzable de la
economía es un equilibrio relativo al sistema de precios, este estado es un óptimo”, y
su converso “si un estado de la economía es un óptimo, existe un sistema de precios
en relación al cual dicho estado está en equilibrio” (p. 90).
xx
1994, p. 128 y 1998.
xxi
La racionalidad. Una indagación filosófica sobre la naturaleza y la justificación de la
razón, Tecnos, Madrid, 1993, pp. 216 y 220 (Rationality. A Philosophical Inquiry into
the Nature and the Rationale of Reason, Oxford University Press, 1988).
xxii
Cfr. o.c., p. 224 ss..
xxiii
Cfr. Essays on the Political Economy, University of Hawaii Press, Honolulu, 1989,
e.g., p. 39.
xxiv
O. c., p. 254.
xxv
Cfr. “Modelos y realidad en el discurso económico”, en D. Bell e I. Kristol, (eds.), La
crisis en la teoría económica, El Cronista Comercial , 1983 (Basic Books, 1981), e.g.,
p. 84.
xxvi
Cfr. “Prediction and Prescription in Systems Modeling”, Operations Research, 38/1,
1990, pp. 10 ss..
xxvii
“La Teoría económica como Filosofía Política” en Theoria, 13/2, 1998, pp. 279-99,
p. 282.
xxviii
O.c., p. 47.
xxix
O. c. , pp. 116-8.
xxx
Cfr. S. Zamagni, “Economics and Philosophy: A Plea for an Expansion of Economic
Discourse”, The John Hopkins University Bologna Center, Occasional Paper, 1996, p.
23.
xxxi
Cfr. o. c., p. 45. “La economía positiva, agregan, de diferente modo que las ciencias
naturales, explica las decisiones en términos de razones. Consecuentemente, no
puede evitar retratar a los seres humanos como racionales hasta cierto punto. No
puede evitar plantear cuestiones valorativas acerca de las razones que dice explicar
las elecciones y no puede evitar sugerir respuestas” (p. 49).
xxxii
Cfr. “The Present Relevance of Weber’s Wertrationalität, en Peter Koslowski (ed.),
Methodology of the Social Sciences, Ethics, and Economics in the Newer Historical
School, Springer Verlag, Berlin-London-NY, 1997, p. 20.
xxxiii
O. c., pp. 266 y ss..
xxxiv
Cfr. Robert Spaemann, Felicidad y benevolencia, Rialp, Madrid, 1991, p. 20.
xxxv
Cfr. Alejandro Vigo, La concepción aristotélica de la felicidad, Universidad de Los
Andes, Santiago de Chile, 1997, pp. 25-6.
xxxvi
Cfr. Vigo, o. c., pp. 14-5, 23, 25, 53, quien toma esta expresión de T. H. Irwin.
xxxvii
Cfr. Spaemann, o. c., p. 46.
xxxviii
Al respecto, cfr. Ángel Rodríguez Luño, Ética General, Eunsa, Pamplona, 2ª ed.,
1993, pp. 202-7, Antonio Malo, “La ética cartesiana entre teleología y deontología,” en
Sapientia, 195-6, 1995, pp. 33-49.
xxxix
Sobre la cuestión de los hábitos hay mucho escrito. Incluso Becker los ha
incorporado a su modelo. Cfr. también de Javier García Sánchez, Economía y
Sociedad en el pensamiento de Karl Polanyi, Tesis inédita, 1998, pp. 193 ss..
xl
Cfr. El giro hermenéutico, Cátedra, Madrid, 1998, por ejemplo en pp. 183, 193
(Hermeneutik im Rückblick, JCBMohr (Paul Siebeck) Tübingen, 1995).