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Book reviews
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Historia Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224 ISSN: 1139-1472 © 2010 SEHA
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Julián Clemente Ramos
La tierra de Medellín (1234-c.1450). Dehesas, ganadería
y oligarquía
Badajoz, Diputación Provincial, 2007, 207 páginas.
H
eredero directo de la profunda
renovación generacional que supuso el nacimiento de la Universidad de Extremadura en los últimos años
setenta del pasado siglo y autor de obras de
referencia entre los medievalistas españoles,
como La economía campesina en la corona
de Castilla (1000-1300) (Barcelona, Crítica, 2003), Julián Clemente Ramos da un
paso más hacia la plena deslocalización de
la nueva historiografía extremeña brindándonos una monografía geográficamente
restringida a la comunidad de villa y tierra
de Medellín (Badajoz), pero metodológicamente encajada en el análisis general de
las estructuras sociopolíticas de la Corona
de Castilla durante la Baja Edad Media. Y
aunque, como reconoce el autor desde el
principio, la idea de la publicación nace de
descubrimientos fortuitos en un mar de
escasez documental, la obra resultante
ofrece muestras inequívocas de una rigu-
rosa labor de investigación que logra superar la pobreza y la dispersión de las fuentes
disponibles para dibujar con trazo fino la
gestación de un nuevo modelo de sociedad
agraria en el suroeste peninsular a raíz de la
conquista cristiana.
Después de un breve repaso a los fondos
empleados, muchos de ellos de carácter
procesal, Julián Clemente Ramos entra de
lleno en el tema central del libro, en mi opinión el asunto de mayor interés para los especialistas en el mundo rural: el doble proceso de ocupación y explotación del
territorio tras la conquista de Medellín.
Frente a las eruditas formas de exposición
típicas de la crónica local, utilizadas en exceso por la historiografía tradicional extremeña, el capítulo dos ahorra al lector la relación de detalles que conforman la toma
de la villa por los ejércitos cristianos en
1234 y pasa directamente a esbozar el papel claramente marginal que juega la tierra
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meteliense en la red de poblamiento andalusí. Queda así constancia de la virginidad
de la que parte el proceso de repoblación
en esta comunidad de villa y tierra de la
zona occidental de la provincia de Badajoz,
circunstancia que, unida a la evolución de
la conquista cristiana en el resto de la Submeseta Sur, explica las características del
modelo de asentamiento, no sólo en la Tierra de Medellín, sino también en la mayor
parte de Extremadura. Y es que, a excepción de las comarcas situadas en la franja
septentrional de la región, el resto de los espacios situados en torno y al sur del valle
del Tajo no comenzó a ser invadido de
modo permanente por los cristianos hasta
los primeros decenios del siglo XIII. La victoria de las Navas de Tolosa en 1212 permitió a los ejércitos del norte alcanzar el
Guadalquivir y dejó a la retaguardia extremeña en una posición enormemente propicia para la repoblación. No obstante, los
lustros centrales del Doscientos, muy activos en el ámbito militar, no estuvieron presididos en Extremadura por los grandes
asentamientos. Eclipsada por los amplios y
fértiles campos de al-Andalus y de Murcia,
en los que no hubo que partir de cero, la
mayor parte de la región tuvo que esperar
algunos lustros más antes de entrar de lleno
en el circuito colonizador. De este modo y
con cierto retraso respecto a otras zonas del
país, el territorio objeto de estudio no empezó a ser realmente repoblado hasta las últimas décadas del siglo XIII.
Para entonces, sin embargo, la capacidad repobladora de la retaguardia castellana no sólo había sido desviada hacia la
fértil campiña andaluza o hacia la rica
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huerta murciana, sino que, en realidad, aún
no había cubierto las expectativas demográficas de las comarcas situadas más allá
de la Cordillera Central. Por otra parte, la
ocupación militar de la Submeseta Sur había sido tan rápida y dejaba tras de sí tal
cantidad de tierra por explotar que difícilmente la colonización ulterior podía generar densas redes de población en Extremadura. Consecuentemente, la fórmula de
organización territorial sobre la que comenzaría a operar la definitiva ocupación y
explotación de la superficie extremeña quedaría marcada, desde fechas muy tempranas, por la baja densidad demográfica, la
escasa consistencia de la malla urbana y la
concentración de la población en las villas
de mayor importancia (Plasencia, Cáceres, Trujillo o Badajoz). A la construcción
de esta estructura contribuiría, cómo no, la
limitada vocación agrícola de la región, la
creciente presión ejercida por la ganadería
trashumante sobre las tierras de pasto y la
decidida orientación pecuaria de las encomiendas de Santiago y Alcántara, las dos
grandes protagonistas de la conquista extremeña. En tales circunstancias, la ordenación del espacio en la Tierra de Medellín,
incluso a pesar de ser una zona de gran potencialidad agrícola y de no haber estado
sometida en conjunto a ninguna orden militar, difícilmente podía escapar a la preponderancia de la dehesa como forma de
explotación agraria, pero también como
fórmula de articulación del territorio y
como fuente de distinción social.
Es ahí, justamente, en el análisis de la
multifuncionalidad de la dehesa, donde reside la mayor aportación del libro de Julián
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Clemente Ramos, tanto para la historiografía agraria como para la investigación
económica en general. En primer lugar,
porque la constatación de la existencia de
edificios para el alojamiento en las fincas
adehesadas de la Tierra de Medellín durante las primeras fases de la ocupación
cristiana amplía la visión actual de la dehesa, dotándola de una capacidad de fijación de población que pocas veces aparece
distinguida en la literatura especializada.
En segundo lugar, porque el estudio de
esta comunidad de villa y tierra revela
cómo, a partir de mediados del siglo XV,
una vez consolidada la red urbana, la dehesa va perdiendo esa función repobladora
inicial para pasar a ser una figura de acepción casi exclusivamente económica, revelación que apuntala la tesis que hoy en día
mantiene la historiografía agraria extremeña sobre la extraordinaria versatilidad de
la dehesa. En tercer lugar, porque, frente a
las ideas de uso común, el autor sostiene
que, en la Tierra de Medellín, una zona de
suelos sedimentarios aptos para la agricultura, la configuración de la dehesa como
forma de explotación preferentemente ganadera no es tanto el resultado de una
adaptación al medio como el fruto de una
adaptación a las circunstancias concretas de
cada momento, consideración que resulta
de enorme trascendencia para devolver a la
relación espacio-tiempo el lugar que merece
dentro de la literatura económica actual.Y,
finalmente, porque el detallado estudio de
la estructura social que ofrece Julián Clemente Ramos demuestra con claridad meridiana que, desde el inicio del proceso repoblador, es precisamente la posesión
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(apropiación) de la superficie adehesada la
característica que marca la diferencia entre
la oligarquía agraria local y el resto de la sociedad en la Tierra de Medellín.
El estudio de la estructura social, desarrollado fundamentalmente en el capítulo
tres, incide, además, en la connivencia que,
tras la conquista y hasta bien entrado el siglo XV, mantuvo la autoridad jurisdiccional
(primeramente la monarquía y, más tarde,
la alta nobleza castellana) con la élite rural
meteliense. Esta tolerancia tácita permitió
ciertamente disponer de una retaguardia
sólida, pero también contribuyó, según Julián Clemente Ramos, a reforzar la excesiva
concentración de la propiedad de la tierra
por parte de la oligarquía local. La hegemonía económica y social que disfrutó esta
élite agraria en la Tierra de Medellín desde
los primeros momentos de la repoblación
no generó, sin embargo, grandes resistencias entre los grupos emergentes de la sociedad rural. Y eso que «personas más tardíamente enriquecidas no pudieron
acceder a ella» (p. 97). La clave de esa relativa estabilidad social, concretada en el
capítulo cuatro, parece haber residido no
sólo en la creación de una sólida red clientelar dependiente de la élite rural, sino también en el mantenimiento de un entramado
municipal que, pese a sufrir el paso del
concejo abierto al concejo cerrado, como
en tantas otras villas de la Meseta, seguirá
estando caracterizado hasta mediados del
siglo XV por el carácter anual de los cargos
y por el reparto de los mismos entre hidalgos y pecheros.
Tampoco la señorialización de la Tierra
de Medellín a partir de los últimos años del
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siglo XIII levanta la mayor oposición social,
según constata Julián Clemente Ramos en
el quinto y último capítulo del libro. La
connivencia entre la oligarquía agraria local
y la autoridad señorial, así como la integración de la comarca en amplios y dispersos señoríos cuya base jurisdiccional no es
la Tierra de Medellín, permiten el mantenimiento del modelo sociopolítico heredado del pasado realengo. El señorío, en
este caso, no es tanto una fuente de ingresos para la alta nobleza castellana como
una red de fidelidad clientelar que protege
la retaguardia y que, a la vez, permite disponer de una sólida base social y política
sobre la que asentar el poder de negociación del titular de la jurisdicción ante la
monarquía. Ésta es, de acuerdo con el autor, la principal diferencia entre la realidad
estudiada y lo que ocurrirá en Medellín a
partir de 1449, año en que la villa será donada a Rodrigo Portocarrero. Desde entonces, la política basada en el entendimiento y en el desarrollo clientelar será
sustituida por otra que intentará dotar a los
Portocarrero de una importante base solariega, incrementar las rentas y reducir la autonomía concejil. En este contexto, el conflicto con la oligarquía local y la ruptura del
modelo social y político vigente hasta mediados del siglo XV será inevitable. Tan
inevitable como la lectura de los trabajos de
investigación que, según anuncia el prólogo de este libro, está actualmente desarrollando Julián Clemente Ramos sobre la
Tierra de Medellín en el periodo posterior
a la llegada de los Portocarrero.
Antonio Miguel Linares Luján
Universidad de Extremadura
Ben Dodds y Richard Britnell (eds.)
Agriculture and Rural Society after the Black Death. Common
Themes and Regional Variations
Hatfield, Hertfordshire, University of Hertfordshire Press, 2008, xv + 265 páginas.
E
l siglo y medio que siguió a la Peste
Negra ha sido para los historiadores agrarios un periodo difícil de
comprender y de explicar. Aunque se ha interpretado generalmente como una etapa
de cambio tumultuoso y profundo, la dirección y las consecuencias de ese cambio
no han sido fáciles de establecer. Como
demuestra este volumen, la vieja interpretación de un periodo de desolación y perturbaciones sigue vigente, pero se enfrenta
cada vez más a visiones que destacan las
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promesas y oportunidades inherentes a un
periodo durante el cual la epidemia y la
guerra socavaron sin piedad las estructuras
tradicionales del poder y la riqueza. Los artículos reunidos en este libro, aunque no
ofrecen una reinterpretación global del periodo, sí consiguen plantear cuestiones importantes sobre la escala y la cronología
del cambio y permiten repensar algunas
de las ideas dominantes sobre las dificultades vividas en esta etapa.
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Black Death se compone de doce trabajos
agrupados en tres partes, más una cuarta
parte de conclusión general del volumen.
Los editores Richard Britnell y Ben Dodds
escriben los tres trabajos que sirven de introducción a cada parte y son coautores de
la conclusión. Ambos aportan, además,
sendos trabajos, lo que indica que los editores son responsables de una parte sustancial del libro. La división en partes refleja con claridad las preferencias
académicas de los editores. La primera, dedicada a los mercados y las prácticas comerciales, coincide con los temas que Richard Britnell ha puesto en primer plano a
lo largo de su distinguida trayectoria. La segunda parte, basada en la aplicación de los
datos sobre diezmos a la historia agraria, refleja la fructífera vía que Ben Dodds ha liderado en los últimos años para estudiar la
evolución de la productividad. La tercera
parte tiene una conexión menos evidente
con los trabajos previos de los editores.
Lleva como subtítulo «Tierra, señorío y comunidades campesinas», constituye un
acercamiento más social al periodo posterior a la epidemia y pone el acento en algunas de las respuestas que dieron los sectores sociales inferiores a los desafíos
planteados.
Dos de los trabajos de la primera parte,
dedicada a mercados y prácticas comerciales, tratan de dilucidar qué nos dice sobre el período el examen de los precios, incluyendo los diferenciales de precios entre
diferentes regiones de Inglaterra. Richard
Britnell descubre que los datos de precios
confirman en gran medida la bien conocida idea de que la economía inglesa logró
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estabilizarse en las décadas posteriores a la
Peste Negra, y que la reestructuración más
importante estuvo vinculada a la despoblación que tuvo lugar entre mediados de
la década de 1370 y la de 1410. También
argumenta que siguió otro periodo de estabilidad desde c. 1410 hasta mediados de
la década de 1430, el cual, a su vez, dio
paso a otra etapa de agitaciones y depresión que no finalizó hasta los años 1460.
Así, la economía inglesa se mantuvo a bajo
rendimiento durante un siglo tras la Peste,
no a causa de un declive catastrófico causado por la primera visita de la plaga ni de
una deriva sostenida e inexorable a la baja,
sino más bien porque las dos grandes crisis no pudieron corregirse. Phillipp Schofield investiga cómo la reestructuración
asociada a la despoblación pudo haber
afectado de diversa manera a las diferentes
regiones del país. En particular, el nordeste debió sufrir de manera más severa
que el sur o el centro de Inglaterra a causa
de que abandonó en mayor medida la producción de cereales al deteriorarse el mercado para este producto. Como resultado
de ello, la región se volvió más dependiente
de las importaciones de grano, cuya oferta
fue a menudo precaria como consecuencia
de los otros problemas del periodo. Para los
agricultores del nordeste, una respuesta
que era racional a escala microeconómica
–pasar de la producción de cereales a la de
ganado– desgraciadamente generó problemas que fueron graves a escala macroeconómica, cada vez que la guerra o el clima
interfirieron en la marcha normal de la
economía regional. Elizabeth Gemmill
concluye la primera parte del libro con un
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estudio sobre el mercado de cereales en
Aberdeen durante la primera mitad del siglo XV. Destaca que los funcionarios locales se comprometieron a fondo en la regulación y control del mercado por el temor
a que los cambios económicos que caracterizaron el periodo provocaran escaseces
alimentarias en la ciudad.
La segunda parte, la más homogénea
del libro, está integrada por tres trabajos sobre el diezmo. Robert Swanson ofrece un
repaso muy útil sobre la administración de
diezmos de la Iglesia de Inglaterra a escala
local y sobre las diversas vías que párrocos
y abades siguieron para aprovechar sus derechos a percibir el diezmo. Su exposición
ilustra las dificultades que afrontan los historiadores cuando pretenden usar el
diezmo como testimonio de la evolución
económica, pero también llama la atención sobre la importancia que esta renta tenía en el conjunto de la economía. Ben
Dodds compara cifras de diezmos de tres
zonas de Europa que cuentan con buen
respaldo documental entre 1370 y 1450: el
nordeste de Inglaterra, el norte de Francia
y Castilla. Aunque las tres áreas atravesaron
este difícil periodo ajustándose a una población en retroceso, la cronología de este
ajuste presentó considerables diferencias.
La mayor de estas diferencias se dio en
Castilla, que parece haber conocido mejores perspectivas en la primera mitad del siglo XV que las otras dos regiones. La aportación de Dodds sirve también para
recordar que el bienestar siempre depende
del periodo y el lugar y no puede suponerse, simplemente, de las tendencias económicas generales. El artículo de John
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Hare estudia los registros de diezmos que
se han conservado para el sur de Inglaterra,
especialmente en los condados de Wiltshire
y Hampshire. Entre otras cosas, Hare descubre que los campesinos cultivaron más
cebada y menos trigo después de la Peste,
atendiendo a una mayor demanda de cerveza. También muestra descensos significativos de producción en la década de
1420, algo más pronto de lo que Britnell
había pensado a partir de las cifras de precios nacionales, pero en coincidencia con la
idea de que las décadas centrales del siglo
XV fueron económicamente traumáticas.
La tercera parte del libro está dedicada
a una variedad de temas. Todos ellos están
bien tratados, pero la sección carece de la
cohesión interna que tenían las dos anteriores. El análisis macrohistórico de Simon
Harris sobre las prácticas agrícolas en
Spennymoor (Durham), proporciona un
caso de manual sobre un ciclo malthusiano,
en el cual las tierras marginales son puestas en explotación ante la presión demográfica de principios del siglo XIV, para ser
abandonadas cuando la población cayó en
la centuria siguiente a la Peste Negra. John
Mullan, por su parte, estudia el mercado de
tierras en el sur de Inglaterra durante la segunda mitad del trescientos, tal como lo revelan las anotaciones de transferencias de
tierras en los pipe rolls del obispado de
Winchester. La parte más dinámica del
mercado era la que afectaba a la adquisición de cottages y otras parcelas pequeñas
por parte de familias campesinas acomodadas, lo cual generó una distancia creciente entre la elite campesina y el resto de
sus vecinos. Peter Larson, en su sugerente
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artículo sobre las comunidades rurales en
Durham durante la segunda mitad del siglo
XIV, hace uso de la documentación judicial
del Priorato y el Obispado de Durham. En
ella descubre que localidades diferentes
afrontaron la devastación de la peste de
formas diversas, pero la tendencia común
fue la pérdida de la cohesión interna y un
debilitamiento de la acción colectiva. El
conflicto se hizo más habitual en los pueblos de Durham a finales del trescientos,
quizás, como Larson sugiere, porque la
agricultura comunal perdió sus fundamentos conforme los campesinos abandonaban el cultivo por el pastoreo.
La impresión que esta colección de trabajos deja en el lector es la de un panorama
bastante sombrío a finales del siglo XIV y en
el XV. La población cayó y no consiguió recuperarse; los niveles de producción también disminuyeron repetidamente y la inestabilidad fue la norma. Es importante
observar, sin embargo, que la mayoría de
los estudios incluidos en el libro han pretendido recoger e interpretar datos agregados escogidos por su potencial para revelar
tendencias de largo plazo. Este enfoque ha
proporcionado información valiosa acerca
del ritmo de los varios ciclos de estabilidad
y declive y las distintas respuestas a la crisis en localidades y regiones diferentes, entre otras aportaciones. Sin embargo, los
descensos de precios y del producto total
no son, por sí mismos, pruebas de que la
población se encontrara en una situación
peor de lo que estaba en la etapa anterior
o posterior. Una medida más precisa de la
situación económica es la producción per
capita, pero se trata de un indicador mucho
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más difícil de calcular a causa de las grandes incertidumbres sobre los movimientos
demográficos del periodo. Si asumimos
que la Peste mató a un tercio de la población en su primera visita y que los niveles
de población durante todo el siglo XV estuvieron en la mitad de los de principios del
siglo anterior, entonces las cifras de producción más bajas pueden interpretarse
como muestra de que los supervivientes a
la plaga y sus descendientes disfrutaron de
condiciones económicas relativamente favorables. De manera similar, los datos macroeconómicos pueden fácilmente ocultar
los cambios en la distribución social de la
riqueza, que podría haber sido más equitativa en la declinante economía de finales de
la Edad Media de lo que lo fue en muchos
otros periodos del pasado. La visión comúnmente aceptada de que el siglo XV fue
una época dorada para los trabajadores no
queda invalidada por la constatación de la
caída de la producción. El cambio brutal de
finales del siglo XIV y durante el XV engendró ganadores tanto como perdedores y es
muy posible que fueran más los primeros
que los segundos. Además, como revelan
los artículos de este libro, es precisamente
la yuxtaposición del declive general y
las oportunidades individuales lo que hace
que el estudio de este periodo sea tan
fascinante.
James Masschaele
Rutgers University
(Traducción de S. Calatayud)
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Crítica de libros
Florent Quellier y Georges Provost (dirs.)
Du ciel à la terre. Clergé et agriculture XVI-XIX siècles
Rennes, Presses Universitaires de Rennes, 2008, 365 páginas.
L
a implicación dinámica e innovadora del clero en todos los niveles
de la vida agraria y la horticultura
de la Europa moderna, hasta entrado el siglo XIX, es conocida desde hace tiempo.
Después de todo, era habitual que el clero
beneficiado extrajera sus rentas del diezmo,
por lo que su interés material residía en
maximizar los beneficios tanto en las tierras
cultivadas por los feligreses (y pagadores
de diezmo) como en las parcelas que cultivaban directamente. Lo que hasta ahora se
echaba en falta era un volumen que pusiera
en común algunos de los estudios más recientes sobre este tema central y ofreciera
una visión actual así como algunas pistas
para las investigaciones futuras. De ahí la
importancia del coloquio internacional celebrado en Rennes en 2006 y de este volumen de trabajos de historiadores de la religión y la agricultura que ha resultado de él.
El volumen se divide en cuatro partes.
La primera contiene cuatro trabajos sobre
temas relacionados con el clero y la horticultura, todos ellos de Francia, lo que refleja un sesgo (y una debilidad) del conjunto, a pesar de la apelación de los editores
a una cobertura territorial amplia. Clément
Gurvil sugiere que los jardines administrados por el clero florecieron en los faubourgs
del Paris del siglo XVI, lo que confirma la
elaborada y articulada explicación de Florent Quellier de que la jardinería fue un
signo de buenas prácticas trentinas. Sus
jardines fueron lo que se podría llamar es172
pacios semi-sagrados de recreo, meditación y, a veces, experimentación medicinal.
Georges Provost, en su trabajo sobre la reforma católica y los jardines conventuales
bretones, coincide con ello y apunta a un
grado apreciable de comercialización de
los productos; Olivier Charles estudia algunos cabildos de Bretaña en el siglo XVIII
y, a través de inventarios de bibliotecas,
calcula que aproximadamente un tercio de
ellos tenía un interés práctico por la jardinería y cerca de la mitad poseía libros sobre
el tema.
La segunda parte trata sobre las preocupaciones agronómicas de la Iglesia hasta
1800 y está mucho menos centrado en
Francia. Danilo Gasparini demuestra el
papel social clave del clero de parroquia en
el Véneto, donde muchos de sus miembros
instruían a la gente del lugar en técnicas
agrícolas ilustradas durante las últimas décadas de existencia de la República; JeanMichel Boehler centra su estudio en un
clérigo y agrónomo, el pastor Christian
Philippe Schroeder, que dejó muchos documentos ilustrativos sobre mejoras en Alsacia, mientras Bernard Bodinier se ocupa
de algunos sacerdotes normandos exiliados durante la década de 1790, cuya fascinación por el examen de la agricultura
en sus países de acogida es muy patente en
sus diarios. Los dos trabajos más sobresalientes en esta sección (y dos de los mejores en el conjunto del libro) son, sin duda,
los de Guy Lemeunier sobre las Pías Funpp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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Crítica de libros
daciones del Cardenal Belluga, obispo de
Cartagena-Murcia entre 1705 y 1733 y
Alain Contis sobre los eclesiásticos y la reforma de la agricultura en la Aquitania del
siglo XVIII. La iniciativa incansable de Belluga para mejorar las condiciones de cultivo en su diócesis, caracterizada por un
clima semiárido, anticipa el absolutismo
ilustrado de los prelados durante el resto
del siglo a lo largo de toda Europa. El
cuadro que nos muestra Contis es menos
brillante: el gobierno francés impulsó iniciativas agrícolas en Aquitania desde, al
menos, la década de1760, pero sólo una
minoría de curés cooperó con los intendants en esta iniciativa y Contis encuentra
pocas pruebas de que el alto clero se implicara también.
La tercera parte ofrece muestras del dinamismo agrícola clerical a lo largo de
cuatro siglos. Se trata de una sección más
bien dispar, de la que está ausente la unidad que subyace en las dos primeras. No
es que los artículos carezcan de interés y,
a veces, de exotismo. Éste es el caso del de
Mathieu Kalyntschuk sobre los menonitas
y la agricultura en Montbéliard en el siglo
XIX, quien advierte contra la visión de un
progreso permanente; de manera similar,
Sabine Mohasseb Saliba rastrea el importante papel de los conventos maronitas en
las montañas del Líbano en cuanto a la adquisición de tierras y el impulso pionero al
desarrollo agrícola. Hay dos artículos sobre
el anglicanismo: en el primero, Jean Morrin compara las catedrales de Durham y
Saint Paul para mostrar la variedad de rentas generadas por las fincas antes de la Cathedrals Act de 1840. Sigue un trabajo de
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John Broad sobre la progresiva gentrificación del clero parroquial en Inglaterra y las
vías por las cuales la elevación de su estatus contribuyó a las mejoras agrarias. Hay
tres artículos sobre Francia: Stéphane Gomis estudia las fraternidades de curas de
parroquia en las tierras altas de Auvernia,
unos hombres que eran, en parte, el producto de un particular sistema de herencia
y que hacían de puente en la división social
entre lo sagrado y lo secular en la vida
parroquial. A continuación Frédéric Schwindt discute el papel de las confraternidades en la economía rural de la Lorena
occidental entre los siglos XIV y XVIII. Por
su parte, Fabrice Poncet, en una de las
sorprendentemente escasas referencias a
las disputas sobre el diezmo, aborda el
tema de los pastos en Coutances y Bayeux
como resultado del desarrollo de los mercados urbanos.
La última parte, la más extensa, está
dedicada a las prácticas agrícolas del clero
en el largo siglo XIX e incluye hasta tres artículos sobre el Quebec. Normand Perron
investiga la situación en la relativamente
aislada región de Charlevoix, donde el progreso agrícola fue lento según criterios europeos. Perron muestra cómo la Iglesia
llegó a ser un actor central entre 1850 y
1910 a la hora de promover las asociaciones agrarias. Por su parte, Benoît Grenier
analiza los concours anuales de los agricultores del seminario del Quebec (18821908), mientras Jean Roy, en un trabajo
fascinante, estudia los misioneros agrícolas
de Quebec entre 1894 y 1920, unos sacerdotes con espíritu pionero comisionados
por los obispos de la provincia.
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Crítica de libros
Dos trabajos de esta parte se refieren a
Bretaña. Serj Le Maléfan revela la permanente centralidad de los curas de parroquia
en las cadenas de información de la provincia durante el Segundo Imperio y cómo
esta posición queda ejemplificada en la necesidad, ampliamente sentida por parte de
la Iglesia, de otorgar su bendición a iniciativas de modernización agrícola. Samuel
Gicquel se ocupa de la participación de los
clérigos en las sociedades agrícolas en la
diócesis de Saint-Brieuc. Su visión más
bien optimista contrasta con la de Yann
Lagadec quien, en un cuidado estudio sobre el departamento de Ile-et-Vilaine, destaca la relativa ausencia de clérigos en los
comices agricoles, tan importantes en la
zona. Marcel Launay analiza una dimensión muy diferente: el papel de los hermanos de la Instrucción Cristiana de Ploërmel
en la enseñanza agrícola en la Bretaña decimonónica. Otros dos trabajos de temática
no bretona cubren zonas diferentes de
Francia: Corinne Marache reconstruye el
notable impacto de los trapenses a su llegada a la Double, una zona entonces estancada y pobre en el departamento de
Dordoña. Su contribución a las mejoras
en la zona fue excepcional y ¡los monjes llegaron a actuar incluso como bomberos! El
último trabajo del libro, de Vincent Petit,
muestra el impacto del clero en los bancos
rurales del Franco Condado en las dos décadas anteriores a la Primera Guerra Mundial.
Como muchas recopilaciones, ésta tiene
una cobertura desigual, lo que constituye el
precio a pagar por la opción de los editores
a favor de la diversidad geográfica. El pro174
blema es que este objetivo no está conseguido de manera plena y hay un predominio abrumador de trabajos sobre Francia, y
sobre Bretaña en particular. Los trabajos
ajenos al mundo francófono resultan difíciles de casar con el conjunto y sus hallazgos y conclusiones quedan necesariamente
aparte. Así, la observación de Jean-Marc
Moriceau de que «finalmente, cualquiera
que sea la rama del cristianismo…los diferentes clérigos han sido, en el campo, tanto
agentes de salvación como promotores del
desarrollo agrícola» (p. 360), queda sugerida pero no confirmada por el libro. Quizá
los editores deberían haberse centrado exclusivamente en Francia o haber cooperado más abiertamente con investigadores
dedicados a Gran Bretaña o España, por
ejemplo, a fin de ofrecer un volumen más
equilibrado en su cobertura y con una dimensión comparativa más genuina. Algo
que este libro reclama pero que no llega a
conseguir.
Nigel Aston
Universidad de Leicester
(Traducción de S. Calatayud)
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Javier López Linage (ed.)
La patata en España. Historia y agroecología del tubérculo andino
Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino, 2008, 338 páginas +
Ilustraciones (reedición actualizada y aumentada del original publicado en 1991).
E
l antropólogo doblado en historiador social Javier López Linage nos
tiene acostumbrados a estudios de
una cierta consistencia, siempre desde la
perspectiva de la cultura y la economía
agrarias y del desarrollo rural. Obras como
Antropología de la ferocidad cotidiana. Supervivencia y trabajo en una comunidad
cántabra (1978) o la relativamente reciente
edición de Modelo productivo y población
campesina en el occidente asturiano (1940 1975) (2007) muestran los dos polos del
recorrido académico de un investigador coherente e implicado.
En esta ocasión nos encontramos además con una de sus obras más conocidas,
que ha tenido cierto impacto mediático y
social reciente. Prueba del éxito del libro es
que se trata de una reedición actualizada,
casi dos décadas más tarde, de una obra publicada en 19911. Dicha reedición se debe
a que la primera se encontraba agotada y a
que Naciones Unidas designó el año 2008
(a instancias de la FAO y por iniciativa peruana) como el Año Internacional de la patata o de la papa; hecho que hacía especialmente adecuada su publicación por el
Ministerio de Medio Ambiente y Medio
Rural y Marino, y como contribución institucional española (prologada por la entonces ministra Elena Espinosa) a dicho Año.
El libro recoge, actualizados, los artículos ya publicados a principios de los años
noventa. Abre la obra la aportación del ingeniero agrónomo peruano Luis Masson
sobre «La papa entre las grandes culturas
andinas»; una introducción en el más pleno
sentido del término que sirve para situar al
lector, desde un punto de vista tan técnico
como abierto y divulgativo, ante las características generales de este cultivo: ecosistema andino, historia del tubérculo y de su
cultivo y expansión, botánica, denominaciones, usos y cultivos, para acabar con
una exposición de determinados proyectos
peruanos-andinos relacionados con la papa
(y que suponen la mayor parte de la actualización del capítulo): el Centro Internacional de la Papa (CIP)2, el Consorcio para
el Desarrollo Sostenible de la Ecorregión
Andina (CODESAN) o la Iniciativa Papa
Andina.
El capítulo segundo del libro es en realidad un bloque que reúne tres textos de
1. LÓPEZ LINAGE (1991). Entre la primera y la segunda edición varía también el titulo principal del
libro, que pasa de estar centrado en la nomenclatura del tubérculo (a través de la cual, sin embargo,
ya se infiere que acabará hablando de su expansión y desarrollo en España) a su evolución ibérica.
[Nota del Editor: la edición de 1991 fue reseñada por José Miguel Martínez Carrión en el Noticiario de Historia Agraria, 3, 1992, pp. 182-186].
2. El CIP mantiene el banco de germoplasma de la papa más grande del mundo, disponible para
los fitomejoradores internacionales que lo soliciten.
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diferente naturaleza. El primero se debe al
médico aragonés Bernardo de Cienfuegos
(1580-1640), quien hacia el segundo tercio
del siglo XVII redactó un manuscrito inédito (conservado en la Biblioteca Nacional) bajo el título Libro de los panes y mie-
ses, donde se ponen todos los granos más
comunes y usuales que se siembran (…), y
en el cual dedica su capítulo 88 a la papa
peruana: «De las papas del Perú, que en Indias llaman Chuno al pan que de ellas se
haze». Se publica, pues, este capítulo dedicado a la patata, cuyo principal valor es el
de pertenecer a una obra del siglo XVII
inédita hasta 1991 y que pone su acento
especialmente en los aspectos «curativos» y
de utilidad práctica del tubérculo. El editor de la obra añade, en su breve introducción a esta primera parte del capítulo
segundo, la relevancia de Cienfuegos como
«eslabón perdido español entre los herbarios tradicionales y los Alonso de Herrera,
Valverde de Arrieta y Miquel Agustí»
(p. 93).
El segundo texto del capítulo segundo
se debe a la historiadora de la Universidad
de Santiago de Compostela Mª Xosé Rodríguez Galdo, y se ocupa de analizar la introducción y la difusión de la patata en
España entre los siglos XVI y XVIII. Finalmente, López Linage introduce otra obra
de referencia, esta vez publicada por Esteban Boutelou en 1806. Boutelou, de origen
francés, jardinero del palacio real de Aranjuez y profesor de agricultura en el real jardín botánico de Madrid durante el reinado
de José I Bonaparte, publicó su «Memoria
sobre las patatas» en 1806, uno de los pocos escritos dedicados al cultivo de esta so176
lanacea suramericana antes de mediados
del siglo XIX.
El capítulo tercero es obra del profesor
José Luis García Ruiz, de la Universidad
Complutense de Madrid, y es una breve
historia económica de la patata en España
entre mediados del siglo XIX y el momento
actual (2005 para este capítulo, dado que el
libro se reeditó en 2008). El autor analiza
el asentamiento definitivo de la patata en la
producción agraria española durante la primera mitad del siglo XIX, así como su expansión e incluso conversión en un producto de exportación, su evolución
agroeconómica durante el siglo XX y su situación ante la globalización actual.
El capítulo cuarto analiza las perspectivas agroecológicas sobre la patata. Sus autores (A. Bello, D. Ríos, M. A. Díez-Rojo, J.
A. López Pérez y L. Robertson) analizan la
papa desde distintas perspectivas: fisiológicas y genéticas, ecológicas, agronómicas y
biotecnológicas. La biodiversidad de la papa,
mucho más allá de la papa cultivada, incluye
235 especies silvestres; de ellas, sólo trece
han aportado genes a las papas cultivadas
actualmente. Los autores señalan que esa
gran biodiversidad de la papa corre peligro,
ya que algunas variedades antiguas cultivadas por los pueblos andinos durante milenios se están perdiendo o se han perdido ya
y algunas de las especies silvestres están
siendo afectadas por enfermedades diversas
o por el cambio climático. Por razones obvias, este capítulo del libro es uno de los más
ampliamente actualizados de toda la obra
con respecto a la edición de 1991.
El capítulo quinto, debido al profesor de
la Universidad de la Laguna (Tenerife)
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Eduardo Sobrino, está dedicado a los usos
industriales de la patata. A través de su análisis, traza el recorrido histórico hasta nuestros días de la patata en la industria (no
sólo) alimenticia española y europea, analizando los diferentes procesos industriales
y sus posibilidades de utilización. Especialmente interesantes (quizás por mi propia
deformación profesional) resultan los apartados dedicados tanto a la elaboración de la
tortilla de patatas industrial, como al vodka
de patata y el aquavit, así como a las variedades de patatas transgénicas, un tema controvertido aún en el momento actual. El libro no recoge todavía (aunque lo señala ya
como propuesta) la aprobación por parte de
la Unión Europea de la variedad de patata
transgénica Amflora, a instancias de la multinacional alemana Basf. Dicha controvertida aprobación en 2010 por parte de la UE
se ha visto seguida sólo cinco meses más
tarde de una segunda propuesta de la
misma compañía: la demanda de aprobación de la patata transgénica Amadea. La
patata transgénica produce almidón compuesto sólo por amilopectina, lo que la diferencia de las patatas comunes, en las que
se encuentra también la amilosa. Al no contener amilosa, se aduce que la patata transgénica reduce los costes de producción, ya
que no es necesario recurrir a los procedimientos de extracción y lavado de la misma
y permite ahorrar recursos, energía y costes.
Sin embargo, no es necesario recordar la
controversia social en la cual los cultivos
transgénicos se encuentran inmersos hoy en
día y de la cual la patata no solamente no se
escapa, sino que está en primera línea de
fuego.
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Finalmente, y como uno de los capítulos estrella del libro, Javier López Linage, se
ha reservado el tema del papel de la patata
en la gastronomía popular española, con un
sugerente capítulo: «La patata entra en la
cocina del pueblo llano». El autor realiza un
recorrido por la historia social de la gastronomía española en relación con el tubérculo rey, señalando su importancia en la
alimentación, agrandando las posibilidades de las despensas y de las dietas locales
«sin apenas desplazar recurso alimentario
alguno». Conseguir que la patata entrase a
formar parte de la dieta cotidiana de los españoles costó más de lo que pensamos. Sin
embargo, su introducción y adopción se
llevan a cabo en poco tiempo, sin posibilidad de retroceso.
Quizás la actualización que López Linage ha llevado a cabo de su artículo en
este libro sea la más mediática de todas las
aportaciones, ya que en ella el autor aporta
un interesante descubrimiento culinario:
un nuevo origen para la tortilla de patatas,
que se sitúa a finales del siglo XVIII (en
1798) y no entrado el siglo XIX, como se
creía hasta ahora. Basándose en la elaboración del «pan de patatas» según el tratado
de E. Doyle de 1785 (1804, 5ª edición),
López Linage aporta la documentación
anotada por dos hacendados de Villanueva
de la Serena (Badajoz): Joseph de Tena Godoy y Malfeyto y el marqués de Robledo,
los cuales ya en 1798 se desvían de la pauta
de elaboración del pan, al que dan forma de
tortitas y pasan por la sartén. Ante la buena
reacción del invento, que se levanta y esponja, piden opinión a «las señoras» (imaginamos que a las suyas propias o a las que
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estaban a su servicio), quienes sugieren
añadir huevo batido para así «conseguir
una fruta de sartén». Si bien la documentación encontrada no refiere el resultado de
dicha sugerencia, señala la posibilidad de
un ingenio precursor de la célebre tortilla
de patatas, cuya referencia más antigua,
hasta el momento, se remontaba a la Navarra de 1817. Sea cual sea el momento de
la «invención» de la tortilla, el uso gastronómico de la patata se afianza en España
durante el siglo XIX, encontrando un lugar
propio y cada vez más destacado en los
distintos sistemas culinarios locales. Si bien
su introducción fue relativamente lenta
tanto a nivel agronómico como alimentario,
su afianzamiento se hace indiscutible por
razones socioeconómicas y nutricionales.
El libro aquí comentado es una reedición esperada. Ya a partir de su primera
aparición en 1991 se convirtió en una referencia apreciada en estudios científicos de
historia agraria, antropología alimentaria y
disciplinas afines. Esta reedición es, pues,
oportuna, y mucho más desde la perspectiva del acierto en la ampliación y actualización de las temáticas tratadas, así como
de su coincidencia con el Año internacional
de la papa en 2008. A pesar de su cotidianidad y de su omnipresencia en los hábitos
alimentarios en toda España –en toda Europa–, la patata continúa siendo una gran
desconocida del público. Y este libro es un
paso más en la dirección de corregir este
desconocimiento.
REFERENCIAS
DOYLE, E. [1785] (1804): Tratado sobre el cultivo,
uso y utilidades de las patatas o papas, Madrid,
Imprenta de D. Josef Collado, 5ª edición.
LÓPEZ LINAGE, J. (1978): Antropología de la fero-
cidad cotidiana. Supervivencia y trabajo en
una comunidad cántabra, Madrid, Ministerio
de Agricultura.
LÓPEZ LINAGE, J. (ed.) (1991): De papa a patata.
La difusión española del tubérculo andino, Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
LÓPEZ LINAGE, J. (2007): Modelo productivo y po-
blación campesina en el occidente asturiano
(1940-1975), Madrid, Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación.
F. Xavier Medina
Universitat Oberta de Catalunya
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Karl-Peter Krauss (ed.)
Agrarreformen und ethnodemographische Veränderungen.
Südosteuropa vom ausgehenden 18. Jahrhundert bis in die
Gegenwart
[Reformas agrarias y cambios etnodemográficos. La Europa
Suroriental desde finales del siglo XVIII hasta la actualidad]
Stuttgart, Franz Steiner Verlag, 2009, 340 páginas.
E
l presente volumen abarca un conjunto amplio de temas. El vocablo
«reforma» designa aquí todo tipo
de interferencias del Estado en la sociedad
rural, desde las que reflejaban los ideales
ilustrados del siglo XVIII o la emancipación
liberal de los siervos en el siglo XIX, hasta la
expropiación de los terratenientes de los
países derrotados tras la I Guerra Mundial
(alemanes y húngaros) y, ya en la siguiente
postguerra, las reformas agrarias o la colectivización bajo regímenes comunistas.
Por otro lado, el concepto de «cambios etnodemográficos» queda reducido en estas
páginas a las modificaciones en el tamaño
y divisiones de las diferentes nacionalidades. Sólo el artículo de Dietmar Neutatz
ofrece información sobre las diferencias en
el comportamiento demográfico real de las
diversas comunidades.
En el primer artículo, Holm Sundhaussen se pregunta por las razones del fracaso
de la modernización en la Europa suroriental. La respuesta depende del significado que se dé al concepto «modernización». Sundhaussen ofrece numerosos
rasgos que sugieren una definición amplia
de modernización como cambio social. Sin
embargo, enseguida utiliza (para analizar el
desarrollo secular de los Balcanes, pp. 2829) el éxito económico como indicador. El
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fracaso modernizador significa crecimiento
lento de la renta per capita y sobrepoblación relativa. Ello se interpreta como resultado de un inadecuado cambio institucional consecuencia, a su vez, de la
incapacidad de las elites estatales para impulsar un programa de modernización más
decidido. El autor singulariza los mayores
fracasos en la ausencia de una alfabetización y escolarización amplias, lo cual es de
sentido común. Pero entonces la modernización definida de esta manera sólo fracasó en la mitad sur de la región, porque en
el reino de Hungría el Producto Interior
Bruto per capita no disminuyó sino que
creció espectacularmente hasta 1918. Con
todo, la crítica más elemental afecta a la
perspectiva general que Sundhaussen
adopta: etiquetas, rasgos, tipos y modelos
son definidos, invariablemente, en relación
a la acción del Estado o a su ausencia,
como si un proceso social como la modernización fuera algo que los gobiernos inician, sostienen y manejan.
Como Sundhaussen, muchos de los autores se ven encorsetados por el concepto
alemán de «Europa suroriental». Esta noción, nacida de la política exterior expansionista y colonial de la Alemania de la primera mitad del siglo XX, confunde regiones
que son básicamente diferentes. Sund179
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haussen define claramente (p. 25) lo que,
según él, abarca esta región: el inicial reino
de Hungría, los principados rumanos y todos los Balcanes al sur del río Sava. Hay, al
menos, dos problemas principales que resultan al agrupar los territorios de Eslovaquia, Hungría y Croacia con Albania, Bulgaria, Kosovo y Macedonia. En primer
lugar, las regiones del sur fueron liberadas
del dominio turco ciento cincuenta años
después que las del norte, por lo que sufrieron de manera más profunda y prolongada sus huellas más duraderas. En segundo lugar, en el norte, en el reino de
Hungría, hubo una sociedad de órdenes y
un dualismo político entre Estados y monarca, mientras que, en el sur, en los Balcanes, lo que encontramos es el dominio
imperial sobre un campesinado abatido. El
trabajo de Gerhard Seewann, «Aspectos étnicoreligiosos de las reformas del absolutismo ilustrado», se centra en Hungría.
Seewann defiende las reformas agrarias del
absolutismo de los Habsburgo al afirmar
que dieron nacimiento a la piedra angular
de la sociedad burguesa en una Hungría
que, de otra manera, hubiera permanecido
en el atraso. Considera que las reformas
fundamentales fueron las que afectaron a
las relaciones entre señores y campesinos,
a la vida religiosa y a la educación. Cabría
preguntarse, sin embargo, si las reformas
que ampliaban la escolarización hubieran
podido mejorar los índices de alfabetización
si la sociedad hubiera seguido siendo predominantemente rural. Seewann tampoco
se pregunta si todas las confesiones religiosas reaccionaron del mismo modo ante
las reformas. Los historiadores sociales po180
drían argumentar que debería ponerse menos énfasis en las políticas ilustradas de los
Habsburgo y subrayar, en cambio, las reacciones de los diversos segmentos sociales
de esta sociedad de órdenes sutilmente estructurada. Las dudas sobre la utilidad de
esta visión estatista de la historia aumentan
cuando atendemos al cuadro que Seewann
nos ofrece de las reformas agrarias del absolutismo ilustrado. Aquí se olvida lo que
han escrito los estudiosos de la sociedad rural del siglo XVIII. La opresión feudal se
exagera en la misma medida que la protección efectiva que el Estado ilustrado
ofrecía al campesinado. De hecho, las reformas de 1767 que afectaban a las cargas
sobre los campesinos (Urbarregulierung)
experimentaron una marcha atrás en casi la
mitad del país: desde luego esas cargas fueron unificadas, pero experimentaron un incremento y no una disminución.
Los dos trabajos siguientes, de Spannenberger y Krauss respectivamente, plantean el tema de la colonización alemana en
el sur de Hungría durante el siglo XVIII. La
cuestión básica que requiere explicación es
el éxito de los alemanes en cuanto a su número y riqueza, lo cual les llevó a suplantar
a serbios y húngaros. Spannenberger ofrece
tres instantáneas. Se refiere, en primer lugar, al establecimiento sistemático de alemanes, impulsado por los grandes terratenientes, principalmente a partir del cálculo
económico, aunque la religión jugó también su papel. A continuación avanza algunos datos sobre la contribución de los colonos alemanes a la renta total de las
grandes fincas y muestra que era sustancial.
Ello podría dar la impresión de una supepp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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rioridad económica germana. Es de lamentar que no especifique lo que entiende
por tasas (Steuer) de los señores sobre los
campesinos. El alto porcentaje de los pagos
de campesinos alemanes en la renta monetaria de las grandes explotaciones pudo
deberse también al hecho de que los alemanes cultivaran productos, como los cereales, que eran más fáciles de tasar en dinero que los procedentes de otros grupos
étnicos. Finalmente, el autor ofrece la imagen de unos campesinos alemanes muy diligentes, tal como los veían los escritores
ilustrados del periodo.
Karl-Peter Krauss, el editor del volumen, aborda detenidamente el mismo proceso de sustitución de «nativos» por colonos
alemanes durante el siglo XVIII. No aprovecha, sin embargo, para explicar el papel
que las diferencias en el comportamiento
demográfico de alemanes y serbios pudieron jugar en el éxito o el fracaso de estos
grupos. Su idea de que lo determinante
fue la abstinencia es la única explicación,
dada la completa ausencia de datos o de
resultados de la investigación (p. 115).
Creemos, sin embargo, que esta interpretación debe ser sustancialmente modificada. El autor explica los visibles éxitos de
los alemanes por el mayor volumen de capital de que disponían, pero también por el
conjunto de cualificaciones y actitudes que
estos inmigrantes traían de sus lugares de
origen.
Todo ello no es improbable, pero lo que
se nos ofrece en estos dos artículos con
frases atractivas es una visión más bien tradicional: es el caso, por ejemplo, del empleo
que hace Spannenberger del término «opHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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timización de beneficios» (Gewinnoptimierung) para designar el simple hecho de que
los campesinos tomaran tierras en barbecho para cultivarlas. Por otro lado, los autores no integran en su explicación ni los
resultados de la historia social rural ni el
considerable volumen de fuentes disponibles.
Dietmar Neutatz, por contraste, explica
la estructura social y el comportamiento
demográfico de los colonos alemanes en la
zona del mar Negro después de 1861. Hay
aquí una descripción bastante compacta
del juego entre las obligaciones legales establecidas por los gobiernos, los sistemas
institucionales de los alemanes y las peculiaridades de su conducta demográfica a
largo plazo. Neutatz piensa que no hubo diferencias en el comportamiento demográfico a largo plazo. En su explicación, consigue integrar también los cambios
históricos provocados por el final de la
abundancia de tierras, el crecimiento, madurez y exceso relativo de población en los
lugares de colonización y también la política imperial rusa.
Un contraste entre mundos rurales diferentes lo encontramos en el trabajo de
Zoran Janjetović sobre los escritos de Radoslav Marković, patriota serbio y sacerdote griego ortodoxo. Marković se preocupó por la rivalidad económica entre
serbios y alemanes en su comunidad, en la
misma región del sur de Hungría de la que
los autores anteriores se habían ocupado.
Janjetović está en lo cierto cuando argumenta que los observadores contemporáneos son fuentes importantes que hay que
tomar en serio, a pesar de algunos sesgos
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evidentes. Pone de manifiesto que Marković estaba convencido de que ni los privilegios legales, ni la reserva de conocimientos y métodos técnicos avanzados, ni la
dotación inicial de capital fueron responsables del éxito de los alemanes. Éstos
triunfaron, más bien, a causa de algo más
difícil de aprehender y que los otros autores subestiman: las mentalidades, manifestadas en un código de conducta. Consumo
y alcoholismo creciente de un lado; diligencia, sobriedad y carácter frugal del otro.
Esto es lo que Marković ofrece como explicación del diferente éxito de unos y
otros.
En el siguiente artículo, Günther Schödl
compara las políticas prusianas para impulsar nuevos procesos de colonización
agrícola desde los años 1880, con el intento austríaco de reformar la ley de tenencias campesinas –«Kolonat»– en la provincia litoral de Dalmacia veinte años más
tarde. Gerd Pistohlkors, por su parte, ofrece
una visión panorámica con mucha información sobre las reformas agrarias en los
países bálticos en el periodo 1919-1922.
Tales reformas comportaron la expropiación completa de las tierras propiedad de
alemanes, pero los modelos y el ritmo de la
confiscación se relacionó muy estrechamente con los acontecimientos y exigencias
políticas. Además, añade un breve estado
de la cuestión sobre la consolidación de
las nuevas estructuras agrarias, especialmente centrado en la constitución de cooperativas y del marco general del entramado corporativista. La imagen que nos
transmite Pistohlkors cuadra bien con el
penetrante artículo de Dietmar Müller so182
bre las características de las reformas agrarias posteriores a la I Guerra Mundial en
Rumanía y Yugoslavia. Müller ofrece muchas novedades. Hace un repaso a las medidas legales sobre las reformas agrarias de
la postguerra y reproduce sucintamente los
argumentos básicos en favor de ellas.
Atiende, sin limitarse a su carácter étnico,
a la expropiación de las tierras de propietarios «extranjeros» o «enemigos» y estudia
los efectos finales que las reformas tuvieron
en sus beneficiarios, aquellos que recibieron
tierras y se establecieron en ellas. Por diferentes razones, esta población y, con ella, el
conjunto del sector agrario, llegó a ser dependiente del Estado en un grado que hubiera sido completamente impensable antes de 1918. Por lo tanto, Müller cree que
las reformas agrarias posteriores a 1945 y
las estructuras totalitarias que se crearon en
ese momento tenían sus fundamentos en
las reformas de la tierra realizadas entre
1918 y 1922, lo que han corroborado los
estudios de las reformas agrarias de entreguerras fuera de los Balcanes, por ejemplo
en las políticas de reforma y colonización
en Checoslovaquia. Aunque el argumento
de la continuidad totalitaria en política
agraria no es enteramente nuevo, este reseñador nunca lo ha visto expuesto con
tanta fuerza como en el artículo de Müller.
József Vonyó analiza las relaciones entre
las luchas políticas posteriores a 1945, la reforma agraria y la expulsión de la minoría
alemana de Hungría. Vonyó considera que
hubo un reforzamiento mutuo entre la tradición de enemistad hacia los alemanes del
periodo de entreguerras, tal como fue formulada por escritores e intelectuales popp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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pulistas, y la necesidad que tenían los comunistas de obtener el apoyo popular para
su consolidación en el poder. A todo ello se
podría añadir el papel desempeñado por los
soviéticos, del cual autores anteriores pensaban que había tenido una influencia determinante en la reforma agraria.
Ágnes Tóth aborda, en esencia, el
mismo tema que Vonyó, pero ofrece un
fascinante volumen de información sobre
la aplicación real de la reforma agraria y de
las políticas de expulsión. La autora muestra que el dominio del Partido, la debilidad
de un Estado derrotado y la posibilidad de
que la reforma agraria fuera gestionada
por quienes se beneficiarían de ella (la «democracia popular»), hicieron que el proceso fuera más brutal.Y ello a pesar de que
las medidas legales húngaras dirigidas a
los alemanes, por muy horribles que resultaran, no fueron tan severas como, por
ejemplo, las de los decretos yugoslavos, a
causa del temor a que se sentara un precedente para la política checa de expulsión
de húngaros.
Ranka Gašić, por su parte, aporta un relato de la reforma agraria en la Yugoslavia
posterior a 1945, que coincide básicamente
con lo que nos ha mostrado el resto de trabajos. Finalmente, los dos últimos artículos,
debidos a Peter Jordan y Horst Förster,
discuten algunos aspectos del desarrollo
rural de la postguerra. De esta discusión,
sin embargo, está ausente la vertiente étnica
que, en cambio, resulta omnipresente en el
resto del libro.
En conjunto, el volumen tiene sus altibajos. Es de lectura recomendada para
quienes se interesen en el estudio de la historia agraria de la Europa del Este y los
Balcanes. Pero el lector necesitará recurrir
a otros trabajos, incluso viejos manuales y
monografías, para afinar la perspectiva que
ofrece este libro e incluso para ajustar los
datos que se ofrecen en algunas de las contribuciones.
András Vári
Universidad de Miskolc
(Traducción de S. Calatayud)
Enrique Llopis y Carlos Marichal (coords.)
Latinoamérica y España, 1800-1850. Un crecimiento económico
nada excepcional
Madrid, Instituto Mora y Marcial Pons, 2009, 295 páginas.
E
s, ante todo, un libro del que hay
que celebrar la oportunidad –que
no oportunismo– de su publicación, precisamente cuando nos hallamos
inmersos en un revival conmemorativo de
los fastos de la independencia de las Repúblicas latinoamericanas y de lo que fuera
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el fin del primer imperio colonial de la
edad moderna, tras haber ejercido España
durante más de tres siglos continuados el
papel de metrópoli.
Y es oportuno –frente a tanta literatura
retórica que suele acompañar a la celebración de efemérides históricas– por la te183
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Crítica de libros
mática que aborda, por el enfoque con que
la analiza y por las tesis posicionales que en
el libro se sustentan. En suma, una invitación clara a su lectura por quienes sientan
interés en adentrarse en las trayectorias
económicas seguidas por metrópoli y colonias una vez consumada la ruptura independentista.
La ruptura fue traumática y, al parecer,
caló hondo, al menos en perspectiva hispana: las instancias públicas españolas tardaron en asumir que la derrota de Ayacucho ponía un punto y final al dominio
colonial en el continente americano.Y hubo
de pasar casi medio siglo –las mismas décadas que se analizan en este libro– hasta
que se reconociese a las nuevas repúblicas
y se restableciesen relaciones diplomáticas
con normalidad cuando Gran Bretaña, en
similar trance medio siglo antes, tardó sólo
un año en recomponer la normalidad política y económica con su excolonia, los
EE.UU. Aunque en el caso español los contactos económicos, sin embargo, comenzaron de inmediato pues sabemos que, apenas iniciada la década de 1820, Manuel
Agustín Heredia entraba en relación directa con los mercados de las nuevas repúblicas y en los beneficios de ese comercio
tempranero asentó la fortuna inicial con la
que alumbraría en Málaga uno de los focos
más brillantes de la revolución industrial en
España.
No es de extrañar, pues, que esos cincuenta años que conforman la primera mitad del siglo XIX sean el período peor conocido de las relaciones entre España y la
América hispana independiente: por razones que no es momento de detallar, la his184
toriografía de uno y otro lado del Atlántico,
sencillamente, lo ignoró. Y las respectivas
historias nacionales se forjaron desde el
desconocimiento mutuo o desde el resentimiento, que de todo hubo. Sobre todo,
cuando por vía de contraste, se pusieron en
pie de comparación la dispar trayectoria,
como naciones y economías independientes, seguida por las colonias americanas
del imperio anglosajón y del hispano. Un
tema que sin ser el objeto principal de este
libro, sin embargo, subyace en él de manera
cuasi permanente.
No faltaron, en fechas recientes, intentos para abordar la posible interrelación
que pudo darse en las trayectorias de las
economías española y latinoamericana durante las décadas de 1820 a 1870. Quizás la
iniciativa más destacada fuese la impulsada
por Rafael Anes, durante la década de
1990, a través de los seminarios estivales
promovidos en Gijón por la Universidad de
Oviedo, aunque con resultados empíricos
limitados a causa del erial de las estadísticas por entonces disponibles. Tal vez, también, por la ausencia de un marco teórico
y general que sirviese, aunque fuese por vía
de hipótesis, de lugar de encuentro para un
análisis de historia comparada del mundo
hispánico –europeo y latinoamericano– en
el período crucial de formación del capitalismo industrial y financiero a mediados
del siglo XIX. A los que habría que incorporar los trabajos de Prados (1988 y 2006),
Coatsworth (1990 y 1998), Sánchez Albornoz (1968), Amaral (1993), etc.
Las limitaciones que entonces no pudimos soslayar las han salvado, con el acierto
de su enfoque, Enrique Llopis y Carlos
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Marichal, coordinadores del libro que reseñamos y cuyos precedentes arrancan del
Seminario promovido por ambos en 2007,
en la Fundación Areces, bajo el título «Obs-
táculos al crecimiento económico en Iberoamérica y España, 1790-1850». Más que
un análisis de interrelación económica –que
todavía a nivel de investigación empírica resultaría embarazoso abordar–, los coordinadores se han propuesto algo, sin duda,
más estimulante: analizar en paralelo las
trayectorias de las economías de las antiguas metrópoli/colonias, tomando como
eje vertebrador en términos comparativos
la evolución del crecimiento económico –
valoración del PIB y PIB per capita– a partir de la reconstrucción de las macromagnitudes más características de las economías nacionales analizadas. Una vía que, no
obstante, no cumple con los requisitos de
equilibrio que Plutarco quisiera infundir a
sus «vidas paralelas»: en este caso por mor
de la desigualdad de conocimiento que se
tiene de la primera mitad del siglo XIX en la
historiografía económica española y latinoamericana: mucho mejor conocida, la
primera; apenas en esbozo, la segunda.
¿Qué pudo motivar el atraso, que se
daba hasta hace bien poco por incuestionable, que afectó por igual a España y sus
excolonias en el tránsito a la economía capitalista? En la historiografía al uso, al enumerarse los obstáculos al crecimiento aparecen como causas la geografía poco
propicia, la herencia colonial de cuyo derrumbe surgieron unas instituciones entorpecedoras del desarrollo económico, la
inestabilidad de los nuevos Estados poco
ajustados al sistema constitucional o las
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prolongadas y profundas crisis financieras
y fiscal que hubieran de soportar. Aún así,
una visión optimista y renovada se impone
en los trabajos ahora presentados pues
hubo países con crecimiento en demografía y economía, como en Argentina, o con
indicios claros del crecimiento del PIB –en
México–, más aún en España, aunque no
falte estancamiento como en Perú. De aquí
que, anticipando las conclusiones del libro, se concluya que la acumulación de
atraso en las economías excoloniales fuera
menor de lo que suele enfatizarse y que la
vía del análisis regional es necesaria para
caracterizar el comportamiento económico
de manera menos reduccionista de lo que
suele hacerse durante la primera mitad del
siglo XIX para América latina. Para España,
siendo similar la situación, los resultados
serían menos llamativos gracias al conocimiento mejor documentado que ya se tiene
de esa etapa y que permite ahondar, como
hacen los autores responsables del texto
publicado, con más énfasis en el crecimiento económico de su economía decimonónica.
Lo más novedoso del libro, sin duda,
aflora en la contundencia con que se afrontan las tesis posicionales, de las que de uno
u otro modo son partícipes los distintos
autores de los capítulos que conforman el
libro. En realidad, del seminario primigenio
al libro ahora editado se ha recorrido un
trecho teórico nada desdeñable: de los obstáculos al crecimiento económico en Iberoamérica y España, que inspiró la convocatoria del seminario, se ha pasado a la
afirmación, sin paliativos, de un crecimiento económico nada excepcional, como
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se subtitula el libro en cuestión. En el seminario aún parecía darse cierta entidad a
la tesis clásica del atraso mientras que, en el
libro, se trae a portada la síntesis de las
conclusiones renovadoras que en él se ofrecen: nada de atraso y sí, en cambio, un crecimiento nada excepcional. Afirmación tan
rotunda hecha no sin cierta perplejidad
pues al definir el crecimiento como «nada
excepcional» deja abierta al lector la ambigüedad interpretativa de si la no excepcionalidad proviene de lo irrelevante del
mismo o, si por el contrario, se debe a que,
con las limitaciones que se quieran establecer, el crecimiento económico español y
latinoamericano, pese a los niveles menores
en términos de PIB, se ajustaba en la primera mitad del siglo XIX a los patrones habituales de las economías occidentales. Una
ambigüedad que, ¿calculada o no?, termina
por convertirse, desde las primeras páginas,
en acicate para adentrarse en su lectura.
En una densa introducción, los coordinadores de la edición, Llopis y Marichal,
ponen el tema en suerte. Se trata de un libro con doble vocación: de historia comparada y de revisionismo de las hipótesis
tradicionales que apuntan a que el atraso
relativo de América latina más que de la
época colonial arrancaría de los años en los
que las repúblicas forjaron su independencia: las «décadas perdidas» entre 1820 y
1870. De una u otra manera, son sometidas
a crítica y revisión sistemática las más diversas hipótesis sobre crisis y estancamiento
en Iberoamérica y España en la primera
mitad del siglo XIX con referencias inexcusables a los múltiples estudios de Coatsworth y Taylor (1990 y 1998), Bates,
186
Coastworth y Williamson (2006) o, entre
nosotros, a Prados, que han sido, usualmente, los referentes inmediatos a tener
en cuenta a la hora de abordar el tema que
nos ocupa. Incluidos los autores de la
«nueva ortodoxia», a los que Dobado dedica
una acerada crítica.
Sobre las líneas argumentales en que se
sustentan los planteamientos revisionistas
de los autores hay varias que se repiten y
son comunes a diversos autores. Entre ellas,
destacaría la que achaca a que muchas de
las valoraciones y modelos sobre el atraso y
crecimiento negativo del período están elaborados a partir de visiones demasiado generalistas, convertidas en una falsa pista.
Más aún, en unos países con territorios
donde predominan acusados contrastes regionales; de ahí, la apuesta recuperada que
se hace del factor geográfico al introducir el
análisis espacial como una variable de importancia creciente a tener en cuenta. Incluso, tan importante, o más, que la propia
variable institucional, cuyo relativismo
como factor de atraso es destacado, incluso
enfáticamente –¿la historia institucional, en
retroceso?–, en la mayoría de los trabajos
reunidos. De igual modo que se asigna un
limitado efecto negativo en la responsabilidad del atraso al factor de la inestabilidad
política –y, aún, del conflicto bélico– que
tanto asoló a las naciones hispanas de uno
y otro lado del Atlántico en la primera mitad del siglo XIX. O el retomado tema del
papel de la herencia colonial, sujeto a renovada discusión en las aportaciones de Dobado, Gelman y Marichal-Jáuregui.
Al incidir en el factor geográfico se trata
de enfatizar las desigualdades internas exispp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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tentes en las diferentes economías analizadas, en la pérdida de centralidad ejercida en
la época colonial por algunas áreas –también en España, con la recuperación económica de la periferia– y en la configuración de otras nuevas tras la independencia,
en la oposición entre los territorios interiores –ligados a la minería– y los litorales,
abiertos al nuevo comercio exterior. El retroceso de la actividad minera de la plata –
salvo en México–, las dificultades en recomponer un sistema fiscal acorde a las
nuevas condiciones de la economía liberal,
la internacionalización creciente de los intercambios de la que dependerán los factores exportadores o el paradigma de población-recursos son algunos de los hilos
conductores por los que se desenvuelve el
plan de renovación historiográfica propuesto, con modificaciones importantes
incluso en la cronología a seguir.
En contrapartida, sin embargo, en
cuanto a los resultados, la visión revisionista
queda constreñida en sus logros, como reconocen los autores, por la difícil tarea que
supone la reconstrucción de macromagnitudes, debido a la calidad deficiente de la
información cuantitativa utilizada en todos los casos analizados salvo en los referidos a España –Tedde y Llopis-Sebastián,
de sólida fundamentación estadística– y a
México, en el tema de la vertiente fiscal,
abordado por Marichal-Jáuregui. En los
restantes casos, el alargamiento de unas
estadísticas –débiles y fragmentarias– es
palpable en la formulación de modelos y en
la constatación de resultados.
En conjunto, el libro lo forman seis estudios, tres de ellos dedicados al creciHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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miento económico (Gelman para Argentina-Perú, Sánchez para México y LlopisSebastián para España), dos a problemas
fiscales y monetarios (Marichal-Jáuregui
sobre fiscalidad mexicana y Tedde sobre
circulación monetaria en España) y, por último, uno de naturaleza teórica y crítica sobre los planteamientos de la «nueva ortodoxia» respecto al crecimiento económico
en América latina debido a Dobado. Una
muestra, en principio, representativa para
abordar el tipo de análisis que se pretende.
Para Gelman, Argentina y Perú serían
modelos en cierto modo dispares. En ambos casos, el factor geográfico resultaría
más estimulante que el institucional –cultural, o político– a efecto de propiciar el
crecimiento económico. Las alteraciones
surgidas en el mercado interno postcolonial
–por ejemplo, la ruptura del mercado de
Alto Perú en el tránsito de colonias a repúblicas– fueron más determinantes que
cualquier otro factor. Aunque no hay una
pauta única explicativa para sostener la viabilidad del crecimiento, al menos en Argentina, éste se sustenta en la evolución de
la población y del comercio exterior –al
igual que en los trabajos de valoraciones pesimistas– al tiempo que se reconoce que los
cálculos para medir el PIB son arriesgados
por falta de información seriada –salvo las
variables enunciadas– para la mayoría de
los fenómenos económicos. Para Perú,
como en época colonial, la plata sigue marcando la pauta en las opciones del crecimiento, pues de su economía agraria campesina poco se sabe, puro terreno
especulativo, dada la escasez de estudios regionales que logren cuantificar los fenó187
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menos económicos, aunque parece ser que
la economía agraria costera, capitalizada,
resultaría fortalecida.
En el caso de México, Sánchez se aplica
a fondo al analizar las argumentaciones de
crisis y estancamiento que la historiografía
habitual asigna a la economía mexicana en
el primer medio siglo como nación independiente. En este caso también, los débiles y discontinuos crecimientos del PIB –
que, sin embargo, se dieron y logran
medirse– irían, no obstante, por detrás del
impulso demográfico por lo que, a la altura
de 1870, el PIB per capita sería inferior al
que hubiese a comienzos de siglo. Aunque
la información cuantitativa para los grandes
agregados macroeconómicos deja mucho
que desear –sólo pueden ser considerados
como ejercicios de aproximación, dice– el
autor, haciendo uso de fuentes cualitativas
y secundarias, propone la revalorización de
un conjunto de hechos que encaminan a
una percepción más positiva y favorable
del crecimiento económico nacional, entre
ellos, la pérdida de la centralidad económica de México capital, la reactivación minera, el inicio de una industrialización moderna en el textil o el dejar de considerar al
gobierno federal como referente de la política económica cuando los aspectos más
relevantes de la misma se estaban produciendo en los Estados y Departamentos.
Marichal y Jáuregui abordan las paradojas fiscales y financieras de la primera mitad del siglo XIX mexicano. En este caso, la
hipótesis puesta en cuestión es la que sostiene que durante las tres primeras décadas
como Estado independiente fuera la debilidad de las finanzas del gobierno federal,
188
posiblemente, el mayor factor de desequilibrio de la economía nacional. También
aceptan los autores –en clara discrepancia
con Klein (1985) para la época colonial–
que en determinadas circunstancias, como
las que pudieron darse en el caso mexicano,
la historia fiscal traza una trayectoria que no
refleja necesariamente la evolución de la
economía real y, en consecuencia, pudiera
resultar difícil argumentar que la «crisis fiscal» en que se deslizara la historia mexicana
de aquellos decenios fuera consecuencia
del desempeño de la economía. Con una
armazón empírica y estadística bien construida, se analiza la estructura y dinámica
de la fiscalidad del gobierno federal, si bien,
como los autores reconocen, para ahondar
en el análisis propuesto sería deseable incorporar al estudio el efecto precios –del
que hacen caso omiso los demás trabajos
referidos a América latina– que, por otra
parte, es una variable que podría cuantificarse sin dificultad, como en España, a partir de los registros diezmales.
El caso de España, abordado por Llopis
y Sebastián, aun dentro de la misma tónica
teórica y revisionista de los precedentes,
difiere, no obstante, de ellos por lo que
atañe a la naturaleza del crecimiento económico en la primera mitad del siglo XIX,
mejor fundamentado, al desempeño del
PIB y del PIB per capita, a la construcción
estadística de macromagnitudes muy elaboradas y al diseño de un modelo complejo –por las múltiples variables que incorpora–. Un notable esfuerzo de síntesis,
a través del análisis económico sustentado
en población y precios y reconstrucción del
PIB, que se inserta en un discurso teórico
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bien construido, donde se da cuenta de los
avances investigadores de la historia económica española de las últimas décadas sobre la primera mitad del siglo XIX. Es, de
otra parte, el estudio donde el papel asignado a la economía agraria como factor
explicativo de crecimiento –auge de la producción cerealera, roturaciones, cambio en
los modelos productivos, precios, etc.– adquiere una mayor relevancia. En síntesis,
viene a demostrar que el producto agrario
creció a tasas ligeramente superiores a la de
la población y que, posiblemente, pueda
ser verosímil que la productividad por trabajador en el mundo rural creciese entre
1815 y 1850. Sin embargo, ese impulso
agrario no parece que fuese acompañado
de un relevante progreso industrial –con la
excepción catalana, ya sabida–, tal vez por
los efectos retardatarios legados por una
crisis de antiguo régimen, de escaso calado
transformador y alargada en exceso en el
tiempo hasta sentar las bases del nuevo orden económico liberal.
El estudio de Tedde es modélico por el
valor de síntesis que representa, al analizar
las cuestiones monetarias y financieras
desde el último tercio del siglo XVIII a mediados del siglo XIX. Sus personales investigaciones y el manejo preciso y crítico de
las estadísticas disponibles le permiten concluir la reconstrucción más solvente de las
que disponemos hasta el presente sobre las
cantidades de oro y plata circulante en España en la etapa de 1770-1850. Que, a su
vez, completa con unas estimaciones del
PIB a partir de los datos monetarios y población para las fechas de 1770, 1793 y
1850. Con unas conclusiones, en alineaHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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miento a las hipótesis renovadas mantenidas en el libro, que se decantan por destacar el proceso de crecimiento de la economía española desde la penúltima década del
siglo XVIII en adelante, y que ese crecimiento aún tuvo en las remesas americanas
un soporte eficaz –al menos hasta la segunda década del siglo XIX–. Finalmente,
reafirma que si los efectos económicos para
España no fueron más devastadores al perderse las colonias y la plata remesada, fue
debido, como ya demostró Prados, a la
apertura a Europa de la economía española.
El último trabajo, debido a Dobado, es
más de naturaleza teórica y crítica que de
análisis empírico. Aborda un tema sensible
en la reciente historiografía sobre los imperios, muy prolífica, como sea el discernir
si el colonialismo español, o su herencia,
está casualmente relacionado con los problemas pasados y contemporáneos del desarrollo de América latina, a la vista de la
divergente trayectoria que existe, en términos económicos, políticos, etc., entre
EE.UU y las Repúblicas latinoamericanas.
El trabajo se centra en el análisis crítico de
las aportaciones recientes de la «nueva ortodoxia», representada por los estudios de
Engerman y Sokoloff (2005) y el de Acemoglu, Johnson y Robinson (2001), cuyo
eco se ha dejado sentir en autores tan influyentes como Easterly o en organismos
tan significativos como el Banco Mundial.
Tras reconvenir las generalizaciones, en exceso, de dichos trabajos o la valoración que
se hace del papel decisivo y duradero que
asignan a las instituciones en la explicación
del desempeño económico latinoamericano
a largo plazo, el autor apela a un mejor co189
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nocimiento de la historia, pre y postcolonial
de la que hacen caso omiso los textos de la
«nueva ortodoxia».
Como los distintos autores reconocen,
de uno u otro modo, en sus respectivas
aportaciones, queda mucho camino por recorrer y faltan nuevas investigaciones que
llevar a cabo hasta alcanzar unos niveles satisfactorios de conocimiento sobre la trayectoria económica de las naciones ibéricas
tras la independencia colonial –tan en paralelo y entrelazada, en pautas principales–.
E insertar dicha trayectoria, de manera homologable a través de la reconstrucción de
las macrovariables económicas fundamentales, en el contexto internacional correspondiente. Mientras tanto, el libro que
ahora comentamos es, sin duda, una guía
certera para adentrarse en los problemas a
resolver y su lectura un estímulo que no
deja indiferente.
COATSWORTH, J. (1990): Los orígenes del atraso.
Nueve ensayos de historia económica de México
en los siglos XVIII y XIX, México D.F., Alianza
Editorial Mexicana.
COATSWORTH, J. (1998): «Economic and Institutional Trajectories in Nineteenth-Century Latin America», en COATSWORTH, J. AND TAYLOR,
A. (eds.), Latin America and the World Eco-
nomy since 1800, Cambridge, Mass., Harvard
University Press, pp. 23-54.
ENGERMAN, S. L. y SOKOLOFF, K. L. (2005): «Colonialism, Inequality, and Long-Run Paths of
Development», NBER Working Paper, 11057.
KLEIN, H. S. (1985): Las finanzas americanas del
imperio español, 1680-1809, México, Universidad Autónoma Metropolitana.
PRADOS DE LA ESCOSURA, L. (1988): De imperio a
nación: crecimiento y atraso económico en España (1780-1930), Madrid, Alianza Editorial.
PRADOS
DE LA
ESCOSURA, L. (2006): «The Eco-
nomic Consequences of Independence in LaAntonio-Miguel Bernal
Universidad de Sevilla
REFERENCIAS
tin America», en The Cambridge Economic
History of Latin America, vol. 1, The Colonial
Era and the Short Nineteenth Century, Cambridge, C. University Press, 463-504.
ACEMOGLU, D., JOHNSON, S. y ROBINSON, J.
SÁNCHEZ-ALBORNOZ, N. (1968): España hace un
(2001): «The Colonial Origins of Comparative
siglo: una economía dual, Barcelona, Penín-
Development: An Empirical Investigation»,
sula.
American Economic Review, 91, pp. 13691401.
AMARAL, S. y PRADOS DE LA ESCOSURA, L. (eds.)
(1993): La independencia americana: conse-
cuencias económicas, Madrid, Alianza Editorial.
BATES, R. H., COATSWORTH, J. yWILLIAMSON, J.G.
(2006): «Lost decades: Lessons from Post-Independence Latin America for Today’s Africa»,
NBER Working Paper, 12610.
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Ramon Garrabou (coord. del volumen)
Emili Giralt (dir.)
Història Agrària dels Països Catalans, vol IV, segles XIX-XX
Barcelona, Fundació Catalana per a la Recerca i la Innovació, 2006, 663 páginas.
l volumen que la Història Agrària
dels Paisos Catalans dedica a la
época contemporánea, dirigido por
Ramón Garrabou, es una expresión completa de todos los procesos y aspectos de la
historia agraria de Cataluña, Valencia y Baleares estudiados a lo largo de los últimos
treinta años. La evolución de las formas de
propiedad y su relación con la estructura
de clases, la producción y los cambios de
uso, aprovechamientos y formas productivas, los procesos de mercantilización y la
sociedad desde el punto de vista de sus
conflictos centran los contenidos. Reúne
por tanto todas las líneas de indagación
abiertas y desarrolladas por la historiografía rural catalana, si bien están poco presentes o incluso ausentes los enfoques más
innovadores y recientes: los relacionados
con aspectos medioambientales, con la
evolución del paisaje, así como el período
posterior a 1936. Parece que el planteamiento adoptado opta en exclusiva por
aquellos aspectos más conocidos y reconocidos en la investigación, excluyendo
desarrollos más recientes y prometedores
en los que participan varios de los autores
del volumen pero que todavía están en fase
inicial, en beneficio de aquellos saberes
más consolidados y fundamentados que
aquí se incluyen.
E
Este ambicioso proyecto de Historia
agraria de Cataluña continúa la estela de la
Historia Agraria de la España contemporánea, también impulsada por Garrabou en
los años ochenta, o la Storia dell’agricoltura
italiana in età contemporanea, que siguen el
modelo clásico de la The Agrarian History
of England and Wales3, y ese parece ser en
realidad el modelo original en que se fundamenta esta ambiciosa iniciativa catalana,
digna de aplauso y de imitación.
Los autores constituyen un selecto
elenco de los mejores especialistas en la
historiografía rural catalana actual. Estamos
pues ante una obra ambiciosa y de gran envergadura que, además de las tres comunidades autónomas del Estado español, también se ocupa –más como desiderátum que
como realidad investigada– del Rosselló,
también denominado Catalunya Nord y
perteneciente al Estado francés. El marco
territorial elegido, los Países Catalanes, es
por tanto un ámbito político-cultural que
no está delimitado por el Estado contemporáneo, ni ceñido al territorio de las comunidades autónomas de la actual Constitución. La elección puede parecer atrevida
pero es coherente con el pasado y con el
presente de un territorio con entidad cultural y política, si bien es precisamente en
la época contemporánea cuando los esta-
3. GARCÍA SANZ, GARRABOU, SANZ, BARCIELA y JIMÉNEZ BLANCO (1985 y 1986); BEVILACQUA
(1989-1991) y THIRSK (1967-2000).
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Crítica de libros
dos se delimitan política y económicamente
de modo más estricto y por tanto el período
en que esa unidad histórica es más débil.
En todo caso, el marco físico mediterráneo
y el marco cultural o etnolingüístico son
perfectamente útiles para el análisis histórico de la agricultura y de la sociedad rural
que aquí se plantea e incluso añade evidentes ventajas para comprender los rasgos
singulares de la agricultura de la fachada levantina peninsular –unos comunes y otros
diversos– facilitando la comparación y la
comprensión de las diferentes evoluciones
tecnológicas o de las estructuras sociales o
agrarias o el comportamiento de las instituciones.
El contenido del volumen refleja con
claridad dos circunstancias que merecen
destacarse y que aluden a la definición de
los objetos de estudio y los marcos cronológicos de la historiografía agraria catalana
y por extensión de la española desde hace
treinta años, que definen esta contribución
y que permiten una reflexión que trasciende a este libro. El lector comprobará, en
primer lugar, hasta qué punto la historiografía agraria sigue trabajando en la estela
del debate de los años setenta sobre la revolución burguesa y, en segundo lugar, que
la investigación apenas ha superado el límite cronológico de 1936.
Lo primero resulta evidente revisando
los epígrafes de un índice que atiende a un
programa coherente en el que, combinando
esquema estructural y cronológico, se nos
habla preferentemente de viejas y nuevas
estructuras, de mercado, de producción,
de crecimiento y de conflictividad. Un modelo ya clásico, inteligible y de difícil subs192
titución. En este modelo, la crisis del antiguo régimen y la creación de un nuevo
marco institucional liberal que reemplazó al
que había quebrado entre la revolución
francesa y la cuarta década del siglo XIX, es
el pórtico del mundo contemporáneo; los
sistemas y las relaciones de propiedad constituyen el mejor indicador para observar el
avance o el fracaso de la revolución liberal
y el cambio o la permanencia de las estructuras de clase; la evolución de las macromagnitudes para percibir las transformaciones del sistema productivo, para
medir las pautas del crecimiento y para detectar los cambios en la distribución de la
población, los cultivos o el producto; los
mercados de productos, de trabajo y de
crédito están también primorosamente estudiados. La sociedad aparece por varias
vías, pero la preferente es la conflictividad
y la indagación sobre los conflictos de clase
ocupan un capítulo entero.
El índice también demuestra que gran
parte del siglo XX sigue siendo un completo
desconocido para la historiografía. De las
663 páginas del volumen, el período 19402000 ocupa menos del 10 por cien. Eso es
lo que decimos saber sobre más de una
cuarta parte de los doscientos años de los
que se ocupa el libro. Y digo decimos porque, aún cuando algunos aspectos del franquismo han sido indagados para el conjunto español (Barciela, 1987) o para
algunas de sus agriculturas (Rico Boquete,
2005), esta circunstancia no es ajena al
conjunto de la historiografía agraria española, de modo que el nivel de conocimiento explicitado por la historiografía catalana es un síntoma revelador de una
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situación que en grados diferentes es común a todo el Estado.
Esta historia agraria contemporánea de
los Países Catalanes puede definirse sin
duda como una expresión muy completa y
acabada de procesos bien estudiados y conocidos, derivados de un programa de investigación desarrollado en los últimos 30
años. La primera parte está dedicada a la
«Crisis del Antiguo Régimen y el nuevo
marco institucional», y se centra en estudios
sobre la propiedad (Millán, Tello y Jover)
que recorren, además, algunas de las otras
seis partes que componen este volumen; incluye además un capítulo de Garrabou sobre la política agraria liberal (hidráulica,
de innovación, etc) hasta 1939 y otro de
Ferrer sobre los cambios en los sistemas de
herencia. La segunda se ocupa de «Las
transformaciones del sistema productivo»
con un criterio estructural, cronológico y
sectorial: demografía (Nicolau), transformaciones de la agricultura llamada tradicional y el papel y evolución de los montes
(Calatayud) y el cambio técnico unido a la
agroindustria, siempre con el límite de
1936 (Pujol). La tercera parte, titulada
«Mercantilización», analiza la progresiva integración de las explotaciones en el mercado y la aparición de una agricultura de
exportación acompañada de una participación en el mercado de medios de producción que se define como modesta (Garrabou, Manera y Valls). Los mercados de
trabajo y de dinero, bien conocidos y estudiados, se desarrollan en sendos capítulos,
elaborados respectivamente por Garrabou
y Tello. La parte cuarta, «Hombres, mujeres y clases», se centra también en las forHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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mas de tenencia y la evolución de las estructuras de propiedad de un modo diacrónico, descifrando una diversidad que se
concreta –después de la crisis finisecular–
en la fragmentación de las formas más persistentes de gran propiedad y el reforzamiento de la propiedad campesina que
triunfa, además, como forma de explotación frente a la escasa implantación de la
supuesta e ideal gran explotación capitalista
(Garrabou y Saguer). La evolución de la
dieta (Cussó y Garrabou) y la caracterización de la familia pagesa (Vicedo) completan este interesante apartado. En la quinta
parte, sobre conflictividad y asociacionismo, el análisis se fundamenta principalmente en los trabajos sobre asociacionismo,
en una secuencia cronológica de cincuenta
años basada en las investigaciones de Millán, Colomé, Planas y Garrido y una conflictividad que estalla en los sincopados
años treinta con guerra, revolución, contrarrevolución y establecimiento del fascismo agrario en la versión nacional-sindicalista de Falange, superando aquí el límite
de 1936 para ofrecer una perspectiva de
ruptura entre dos mundos marcada por el
golpe de estado de 1936 y la guerra (Tebar). La sexta y última parte titulada «Las
grandes transformaciones de los sistemas
agrarios (1940-2000)», a cargo de Majoral,
se dedica a la autarquía posbélica y su fracaso, incidiendo en el freno de las vías modernizadoras anteriores en el contexto de
una larga posguerra. Completa esta parte y
el libro otro capítulo de Ramon Garrabou
que, a modo de coda, se ocupa de la herencia histórica de la Cataluña agraria en el
momento en que se sentencia el final del
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Crítica de libros
mundo pagés y nos enfrentamos al futuro
de los problemas de una agricultura industrializada.
El interés de la historiografía peninsular
sobre el mundo rural ha ido, aparentemente, mudando desde los años setenta y,
en especial, en los últimos veinte años, con
una importante diversificación de objetos
de estudio, revisión de tópicos, incorporación de nuevos aportes interdisciplinares,
así como nuevas cuestiones y puntos de
vista que también tienen su reflejo en esta
obra: la dieta y la alimentación, la vida cotidiana, las políticas agrarias y especialmente el cambio tecnológico, están directamente presentes, del mismo modo que la
antropología o la etnografía y sus aportes
tiene un hueco en estas páginas. Pero la incorporación de estas novedades no empece
el carácter general que atribuimos en nuestro diagnóstico a los textos aquí reunidos.
El hilo argumental de la obra y el debate
auténtico que plantea se sitúa en los problemas relacionados con la crisis del Antiguo Régimen y las preguntas que suscita e
intenta resolver entendemos que siguen estando relacionadas con el debate original
sobre la revolución burguesa.
¿Qué nos ofrece singularmente el volumen que compila e idea Ramon Garrabou?
De entrada, los resultados de una indagación demorada y la culminación de un programa de investigación sobre el desarrollo
del capitalismo en la agricultura catalana
desarrollado a lo largo de casi cuarenta
años.Y presentado con un tratamiento impecable que sitúa al texto en la cima de la
historiografía del sur de Europa y con poco
que envidiar a la anglosajona clásica.
194
El principal objetivo del libro es analizar
las transformaciones que se producen en
los sistemas agrarios de los Países Catalanes en el período de implantación de la
agricultura capitalista. La tesis global es
sólida y coherente, constata el desarrollo
del capitalismo en la agricultura catalana
contemporánea y para ello define las grandes cuestiones que permiten caracterizar el
capitalismo agrario y, a partir de su disección, define la forma que adopta, a saber:
centralidad del mercado, nuevas relaciones sociales y cambio técnico. Para desarrollar esta tesis se discute eficazmente la
interpretación tradicional que insistía en el
parcial, lento y moderado desarrollo del
capitalismo como una singularidad, aunque
desde mi punto de vista esto se hace sin la
contundencia de otros textos de los mismos
autores. De hecho ni siquiera se cita El
pozo de todos los males (2001), libro que
desde esta misma perspectiva crítica con las
visiones más tradicionales, tuvo una mala
recepción en algunos sectores de la historiografía catalana, seguramente porque la
interpretación más asentada sobre la historia de los procesos de industrialización requiere de la caracterización de una agricultura poco desarrollada para garantizar la
coherencia interpretativa.
Se rompe, en cualquier caso y definitivamente, con interpretaciones anticuadas
pero muy arraigadas sobre el desarrollo del
capitalismo agrario, inspiradas en versiones
deformadas sobre el modelo inglés y su
singularidad. Versión ésta de la agricultura
capitalista que tiende a convertirse en mítica y simplista y que no tiene en cuenta ni
los condicionantes ambientales, ni las oferpp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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tas tecnológicas realmente operativas, ni
las herencias históricas que tanto marcaron
los procesos de transformación de la agricultura contemporánea, incluido como sabemos ahora, el inglés. Esa interpretación
tradicional enfatiza la precariedad del
desarrollo del capitalismo en los países
del sur de Europa, basándose en la supuesta lentitud de la incorporación de las
principales innovaciones, los crecimientos
moderados de la producción y la productividad y la supervivencia de formas tradicionales de organización de la producción:
explotaciones campesinas frente a empresas agrarias a gran escala consideradas más
racionales y eficientes en el sentido definido
por Kautsky. Esta visión es corregida en
este volumen con la perspectiva ambiental
y un demorado análisis sobre la naturaleza
de los cambios tecnológicos.
Para la caracterización de este capitalismo agrario, en relación con la centralidad
del mercado como institución y la marginalización del autoabastecimiento, se incide
en la construcción de un nuevo marco institucional, que elimina restricciones a la
circulación e introduce la nueva fiscalidad;
la especialización en la producción para la
venta y el recurso al mercado para la subsistencia y la incorporación de inputs, así
como la aparición de una demanda interna
vinculada a la urbanización. En Cataluña se
constata la formación de un mercado de
medios de producción después de la crisis
finisecular, con la estructuración del mercado mundial y el aumento de la competencia.
La aparición de las nuevas relaciones
sociales deriva del nuevo marco institucioHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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nal: reforma agraria liberal y nuevos derechos de propiedad privada. La acción de los
nuevos propietarios individuales se produce en alianza con otros grupos sociales y
no por parte de una burguesía investida de
una supuesta misión histórica. La propiedad privada de los grupos intermedios convivirá con formas basadas en el privilegio
pero, al abolirse las formas de propiedad
colectiva, configurará las nuevas relaciones
sociales. En relación con las estructuras de
propiedad, su equilibrio o desequilibrio
también es un indicador. En los Países Catalanes, se constata la concentración de
propiedad y la exclusión de la propiedad familiar hasta la crisis finisecular y posteriormente el proceso contrario: pierde ritmo la
concentración y se constata incluso la fragmentación (Mallorca). Los resultados de la
investigación demuestran que la gran explotación no es norma y que ni siquiera evidencia más ventajas que la explotación familiar, de lo que se puede concluir que, en
la estructura de clases, al lado de la propiedad campesina hay una gran propiedad
que no está enfrentada a un proletariado
que vive básicamente del salario sino a un
campesinado precarizado que le sirve ocasionalmente de fuerza de trabajo. Ahí residen los conflictos: entre el campesinado
precarizado y la gran propiedad.
En cuanto al cambio técnico, su caracterización se pone en relación con las ofertas disponibles en cada etapa y con los condicionantes ambientales que pueden
restringir la aplicación de determinadas innovaciones. En este sentido no se aprecia
como lento o escaso, ni se considera una
anomalía del tipo de capitalismo agrario
195
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Crítica de libros
desarrollado en los Países Catalanes. El catálogo de innovaciones que se expone es
conocido. El desarrollo fue moderado en el
siglo XIX, en el marco de una agricultura orgánica avanzada, con un uso marginal de
energía fósil. Sin embargo, se constata la
aparición de algunos nuevos fertilizantes,
así como una mecanización incipiente y el
uso de inputs industriales y, sobre todo,
mejoras biológicas concretadas en nuevas
razas ganaderas y nuevas labores más cuidadas. La innovación principal se sitúa en
las nuevas rotaciones y cultivos, pero es territorialmente limitada. De finales del siglo
XIX a la guerra civil se produce una renovación de las bases biológicas del sector: viñas americanas, frutales, selección y renovación de patatas y cereales; el consumo de
abonos minerales se sitúa al nivel de Holanda y se introducen nuevos aperos y motores eléctricos para el regadío. No se aprecian, según los autores, grandes desfases en
relación con otras agriculturas europeas,
teniendo en cuenta las posibilidades tecnológicas realmente existentes y las condiciones ambientales para la difusión de las
innovaciones.
En cuanto al crecimiento agrario, se
plantea la discusión sobre los aumentos de
producción y productividad que han sido,
con razón, cuestionados para Cataluña.
Calatayud demuestra un crecimiento agrario extensivo, con expansión de la superficie cultivada y del área regada (de 200.000
has. en 1860 a 475.000 en 1960) y cambios
importantes en la distribución y el tipo de
cultivos: arbustivos en el secano y frutas,
hortalizas y tubérculos en el regadío. Pero,
a diferencia de otros territorios peninsula196
res –especialmente los atlánticos– no se
constatan en el siglo XIX incrementos en la
productividad del trabajo o de la tierra, y
tan sólo se mencionan indicios de cambio
a comienzos del XX.
En relación con el cambio tecnológico,
se echa de menos un análisis detenido sobre la construcción y el desarrollo del sistema de innovación agropecuario en los
Países Catalanes, al que se refiere sucintamente Garrabou en el capítulo sobre la
política agraria. También merecería un mayor recorrido el papel de la industria productora de inputs, tan bien representada en
Cataluña por la Casa Cros de fertilizantes
y en Valencia por casas pioneras en la importación de fertilizantes y otras productoras de medios mecánicos para la agricultura.
A pesar del desarrollo y las novedades
incorporadas a la historiografía agraria española, creo que es hora de reconocer que
seguimos siendo substancialmente deudores del debate sobre la revolución burguesa, los problemas de la transición del
feudalismo al capitalismo y los asuntos derivados de este tronco principal, como
puede ser el interés por la evolución de las
formas de propiedad o los cambios en la
estructura de las clases. Se diría que sigue
vigente el programa de investigación establecido entre el final del franquismo y el final de la transición, con todas sus preocupaciones, al que se han ido incorporando
nuevas promociones de investigadores y
nuevas perspectivas teóricas y metodológicas. En términos de madurez del producto investigador, seguiríamos por tanto
en la fundación de la disciplina y de hecho
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en las preocupaciones y las necesidades
de explicación que a toda una generación
de académicos suscitó el momento de la
transición de la dictadura a la democracia
actual, hace mas de treinta años. Ese parece seguir siendo el gran marco explicativo y el objetivo último al que responde la
investigación.
Desde mi punto de vista, este texto revela que las tendencias y los programas de
investigación de las últimas cuatro décadas
se ocuparon preferentemente del viejo problema agrario, entendido como el conjunto
de dificultades del mundo rural hispano
para incorporarse a la modernidad del estado liberal y el mercado capitalista contemporáneo. La conciencia colectiva de
atraso que la sociedad hereda como pesado lastre en el momento de la transición
a la democracia sigue siendo una sombra
alargada cuyo elemento nuclear es el atraso
agrario como responsable último de la divergencia con Europa y de la falta de modernización en la segunda mitad del siglo
XX. De modo que atraso y revolución burguesa lo centran todo, aunque sea para –
como es evidente en este caso– contradecir
los viejos tópicos. También queda en evidencia que seguimos desconociendo casi
todo de la mayor parte del siglo XX y que el
franquismo –auténtico y principal productor del atraso contemporáneo– no ha llegado a convertirse todavía en un nuevo
centro de la producción en historia agraria
REFERENCIAS
BARCIELA, C. (1987): «Crecimiento y cambio en la
agricultura española desde la Guerra Civil», en
NADAL, J., CARRERAS, A. y SUDRIÀ, C.
(comps.), La economía española en el siglo XX.
Una perspectiva histórica, Barcelona, Ariel, p.
258-279.
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tura italiana in età contemporanea, Venecia,
Marsilio, 3 vols.
GARCÍA SANZ, A., GARRABOU, R., SANZ, J., BARCIELA,
C. y JIMÉNEZ BLANCO, J.I. (1985 y
1986): Historia Agraria de la España contemporánea, Barcelona, Crítica, 3 vols.
PUJOL, J. et al. (2001): El Pozo de todos los males:
sobre el atraso en la agricultura española contemporánea, Barcelona, Crítica.
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Galicia», en JUANA, J. DE y PRADA, J. (coords.),
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THIRSK, J. (ed.) (1967-2000): The Agrarian His-
tory of England and Wales, Cambridge, Cambridge University Press, 8 vols.
Lourenzo Fernández Prieto
Universidad de Santiago de Compostela
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Crítica de libros
Áreas. Revista Internacional de Ciencias Sociales
Número monográfico dedicado a «La cuestión agraria: de los
ilustrados a la globalización»
nº 26 (2007), 182 páginas.
ste número de la revista Áreas está
dedicado a la «cuestión agraria».
Reúne una docena de artículos de
contenido económico recopilados por Ricardo Robledo. El arco cronológico que
abarca es muy amplio, desde las aportaciones de algunos economistas ilustrados en la
segunda mitad del siglo XVIII hasta la actualidad. Bien es cierto que la «cuestión
agraria», término que adquirió todo su significado durante las primeras décadas del
siglo XX en España vinculado a la propiedad de la tierra y a su distribución, es utilizada en este número en un sentido amplio
prácticamente equiparable al sector agrario.
No obstante, el lector no va a encontrar en
este número monográfico contribuciones
sobre el funcionamiento de los mercados o
sobre la formación de los precios agrarios
o sobre cómo deben regularse estos, sino
más bien una colección de opiniones de diversos economistas o estudiosos que tuvieron y tienen en común la preocupación
por el desarrollo de políticas estructurales
como manera de solventar los problemas
del sector. Ello explica quizá la elección de
los autores y la época en la que desarrollan
su pensamiento.
El número es, pues, de evidente utilidad
para los estudiosos. El rigor de sus aportaciones es también uno de los valores más
destacados, de manera que será de consulta
obligada por todos aquellos que se ocupan
de la cuestión agraria y su evolución en la
E
198
España contemporánea. El número se divide en tres partes: una primera en la que
se analiza el pensamiento económico de
varios autores sobre el papel del sector
agrario en el desarrollo económico y en los
obstáculos que se oponen a él y que está
centrado sobre todo en el siglo XIX; una segunda parte dedicada a la cuestión agraria
en el siglo XX, cuando ésta se confunde
prácticamente con la reforma de las estructuras agrarias; entre ambas, una interesante contribución sobre la agronomía
en España y sus practicantes, los ingenieros
agrónomos; y una tercera y última parte en
la que se agrupan tres textos de diverso
signo y de encaje nada fácil en la temática
de este número, excepto quizá el último, un
texto en el que se trata de mostrar hasta qué
punto la cuestión agraria se ha confundido
en la actualidad con la cuestión ambiental.
En la primera parte se agrupan los trabajos de Pablo Cervera Ferri («En los orígenes del reformismo: Ilustración y agronomía en Valencia, 1765-1812»), José
Manuel Menudo («Agricultura y política
monetaria en España (1814-1820). La crítica de Gonzalo de Luna»), Estrella Trincado Aznar («La cuestión agraria en Stuart
Mill») y José Luis Ramos Gorostiza («Los
economistas y el debate sobre la nacionalización de la tierra en Gran Bretaña en la segunda mitad del siglo XIX»). Los dos primeros tienen que ver sólo indirectamente
con la «cuestión agraria». El de Pablo Cerpp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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vera muestra que los avances técnicos de la
agronomía francesa e inglesa fueron introducidos por los ilustrados en Valencia, pero
ello no desembocó en cambios agrarios de
envergadura ni, como consecuencia de ello,
en una transformación de la estructura industrial valenciana. Este debate parece ya
bastante superado. No obstante, el artículo
hace inventario de las traducciones de
obras agronómicas extranjeras y de la aparición de obras firmadas por ilustrados valencianos, información de indudable utilidad. También a estudiar el pensamiento
económico, en este caso de Gonzalo de
Luna, dedica su artículo José Manuel Menudo, texto en el que la agricultura no se
trata más que de manera tangencial, como
un sector económico más.
En cambio, las dos otras aportaciones
centradas en el pensamiento económico
británico tocan de lleno el tema principal y
ofrecen una perspectiva interesante de una
cuestión, la agraria, cuya vigencia o interés
entre los economistas pareciera reducida
únicamente a unas pocas décadas del siglo
XX. El texto de Estrella Trincado es un recorrido por la biografía intelectual de John
Stuart Mill, prestando especial atención al
lugar que la agricultura ocupa en su pensamiento. Desde sus posiciones primeras,
próximas a Malthus, hasta las últimas, más
preocupadas por la propiedad y la renta de
la tierra y su influencia en los mercados
agrarios. La lectura del artículo sugiere la
necesidad de vincular el pensamiento sobre
la cuestión agraria de autores como Malthus y Mill con la situación de la agricultura
británica a mediados del siglo XIX, cuyas
potencialidades de crecimiento se habían
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agotado y cuyo recurso a los mercados exteriores era imprescindible para mantener
el ritmo de crecimiento económico e industrialización. El debate en torno al librecambio o la protección del mercado interior agrario o el debate en torno a la renta
de la tierra y su influencia sobre el crecimiento agrario deben contextualizarse dentro de este marco de una agricultura de
base orgánica que había llegado prácticamente a sus límites productivos y donde la
propiedad ejercía todo su poder. Sugiere
también que la reivindicación de una teoría de la población, como trataron de construir Malthus y en cierto modo Mill no
era algo descabellado. La transición hacia
los combustibles fósiles y hacia una agricultura parcialmente desvinculada de la
tierra –con el optimismo tecnológico que
comportaba– arrumbaron estas pretensiones. En cambio, en un mundo cada vez
más consciente de la finitud de los recursos
y de los «males» ecosistémicos que produce
el crecimiento económico sostenido, en un
mundo que está poblado por más de 6.500
millones de habitantes, esta preocupación
no parece desenfocada. ¿Neomaltusianismo ecológico? Más bien conciencia de
los límites, una conciencia que en realidad
sólo se perdió momentáneamente en el
«largo siglo XX», especialmente en la corriente dominante del pensamiento económico. En ese sentido, las reflexiones de
Stuart Mill sobre la renta de la tierra y el
precio final de los productos agrícolas tienen actualidad. El encarecimiento repentino y sostenido –salvo los meses en que se
contrajo abruptamente la demanda por la
crisis financiera de 2008– de los precios
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agrarios tiene que ver con la competencia
por la tierra que protagonizan los distintos
usos del suelo (ganadero, agrícola, forestal
o energético con los biocombustibles), una
tierra cada vez más limitada, cuya expansión se ha paralizado prácticamente desde
comienzos de siglo.
El texto de José Luis Ramos confirma
que la preocupación por la tierra no fue un
hecho aislado ni el capricho de algunos economistas, sino la preocupación compartida
por prácticamente todos, independientemente de su adscripción ideológica. Efectivamente, el autor pasa revista a la literatura
económica inglesa del siglo XIX para mostrar
que la nacionalización de la tierra fue defendida por bastantes economistas no sólo
del ala izquierda, sino también por economistas liberales, defensores de la propiedad
privada y del libre mercado. Fundamentaron la propuesta en argumentos muy diversos, tanto éticos y religiosos como fiscales,
jurídico-filosóficos, político-sociales, etc. El
autor llama la atención sobre el hecho de
que, tras un periodo en que el debate desapareció prácticamente de la agenda de la
corriente principal de los economistas, precisamente cuando ocupaba un papel central
entre los movimientos sociales, el debate ha
vuelto a aparecer, esta vez centrado en la
propiedad pero desde el punto de vista del
manejo de los recursos naturales.
El artículo de Juan Pan-Montojo («De la
agronomía a la ingeniería agronómica: la
reforma de la agricultura y la sociedad rural españolas, 1855-1931») es un resumen
de su libro Apostolado, profesión y tecnología (2005), cuyas tesis no por conocidas
son menos interesantes. Pese a reiterarlas
200
aquí, su inclusión es pertinente. Sirven para
enmarcar adecuadamente en el pensamiento de los agrónomos como cuerpo las
aportaciones que componen la segunda
parte de este número monográfico. Coincido con el autor en su afirmación esencial:
la «agricultura racional» que propugnaron
los agrónomos «no era sino una agricultura
entendida como industria, como actividad
productiva fundada en la maximización de
los beneficios, es decir, como agricultura
capitalista» (p. 77). Su preeminencia social
e implicación en las políticas públicas, su fe
en una visión positiva de la ciencia agronómica, su origen de clase acomodada, su
afán reformista los situó en el centro de la
elaboración y discusión de las políticas
agrarias. En este texto el lector podrá encontrar una descripción muy sintética y
por ello muy útil de la evolución de su pensamiento corporativo, desde su reivindicación de las grandes fincas como garantes de
la innovación tecnológica y de la superación
del atraso agrario hasta su vinculación cada
vez más estrecha con el debate político entre conservadores y reformistas de las estructuras agrarias españolas, influidos, no
cabe duda, por el protagonismo social de
los movimientos campesinos.
El segundo bloque se inicia con el artículo de Ricardo Robledo («La cuestión
agraria en España: de Canalejas a Vázquez
Humasqué (1902-1936)«). Robledo es un
reconocido estudioso del pensamiento
agrario español de los dos últimos siglos y
ha dedicado muchos de sus últimos trabajos a estudiar la aplicación de la reforma
agraria de la Segunda República. Quizá
ese interés por una distribución más equipp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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tativa de la propiedad de la tierra y su impacto sobre el desarrollo del sector agrario,
preocupación que, como el lector verá, estaba presente desde el siglo XIX, sea también la suya y ello se manifiesta no sólo en
la recopilación de los artículos de este número sino también en su contribución al
mismo. Contribución que se completa con
la presentación y edición del texto que sigue, debido al agrónomo Vázquez Humasqué. El texto de Robledo trasmite la idea de
que la cuestión agraria tiene más lecturas
que la parcelación de los latifundios, visión que en el imaginario de la historiografía española se identifica con el problema agrario. Describe cinco miradas
distintas representadas por otros tantos autores, que enriquecen y vuelven más complejo el problema, al menos desde el punto
de vista económico. Pero quizá lo más llamativo de su aportación sea su análisis del
pensamiento antilatifundista de Canalejas,
partidario en este tema de la intervención
del Estado pese a su militancia oficialista liberal. Sustentaba sus posiciones en cierto
reformismo social y enraizaba su discurso
económico en los efectos negativos que la
propiedad latifundista tenía sobre el desarrollo económico de un país atrasado como
España y las soluciones en la abundante literatura económica que durante todo el siglo XIX, casi sin distinción de ideología, había vertido reproches sobre los conceptos
mismos de propiedad y renta de la tierra.
Pese a lo moderado de sus propuestas (expropiación por causas de utilidad pública:
«si el Ejército y la Dirección de Obras Públicas expropian, ¿por qué no podía hacerlo el Ministro de Agricultura?», p. 98), su
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ataque contra los latifundios resultaba incómodo para sus correligionarios dinásticos. Es de destacar, como señala Robledo,
el «efecto» que un discurso antilatifundista,
realizado desde la bancada del gobierno,
tuvo en la vida intelectual y política del
momento: convirtió la cuestión agraria en
la cuestión latifundista.
Especial atención debe prestarse al texto
de Vázquez Humasqué («El problema agrario español») porque, como militante del
partido de Azaña, tuvo una participación
decisiva en el diseño y aplicación de la política agraria republicana, mucho más que
el propio Carrión, con el que tradicionalmente se asocia. No en vano fue el Director General del Instituto de Reforma Agraria entre octubre de 1932 y febrero de 1933
y de nuevo en marzo de 1936. Sus posiciones en torno a la «cuestión agraria» son
paradigmáticas del regeneracionismo agrario en su versión republicana, alejadas por
cierto de las que exhibió el socialismo en
esos mismos años. En su argumentación
aparecen todos los «tópicos» de esa corriente: la solución injusta e individualista
a la desamortización y la privatización del
régimen comunal, el aumento y agudización del latifundismo, fenómeno estrechamente relacionado con el absentismo productivo, etc. No obstante, la mayor parte
del texto –una conferencia pronunciada en
agosto de 1939– está dedicada a justificar
la política agraria de los gobiernos republicanos del Primer Bienio y del Frente Popular, tanto de la legislación laboral agraria como de la propia Reforma Agraria. El
testimonio aquí recogido es, desde mi
punto de vista, clave para entender cómo
201
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pensaban los políticos republicanos que estuvieron al frente de la política agraria. Es
de justicia felicitar por este rescate al coordinador de este número monográfico.
El tercer y último bloque contiene tres
textos de temática y orientación diferente y
que difícilmente pueden ser agrupados bajo
el rótulo común de la cuestión agraria. El
artículo de Cristóbal Gómez Benito y de
Emilio Luque («Modernización agraria,
modernización administrativa y Franquismo. El modelo educativo y administrativo del Servicio de Extensión Agraria
(1955-1986)»), no trata de hacer una historia de este Servicio, sino de explicar «su naturaleza y su significado en el contexto de la
política agraria franquista y de la transformación del campo español» (p. 133). La tesis principal es que el Servicio de Extensión
Agraria se creó inicialmente como un instrumento del proceso de modernización
agraria, esto es de incremento de la productividad antes que de reforma de las estructuras. Esta dirección era lógica dentro
del régimen franquista, pero su evolución lo
llevó hacia «orientaciones más integrales,
descubriendo la dimensión social de la agricultura» (p. 132). No se puede, por tanto y
según los autores, considerar el Servicio de
Extensión Agraria como un mero instrumento para la difusión de la «revolución
verde»; fue algo más complejo, que acabó
yendo más allá, a la «búsqueda del desarrollo integral» (p. 148). La contribución de
Oscar Carpintero («Economía, naturaleza y
agricultura en los economistas españoles: algunos atisbos económico-ecológicos (19401970)«) se ve bien reflejada en su título: la
búsqueda en los economistas agrarios es202
pañoles de la corriente ortodoxa signos de
preocupación por el medio ambiente y su
influencia sobre la economía agrícola. El
texto, pese a su interés para la historia de la
economía ecológica y de la construcción
de una tradición alternativa a la dominante
que ignoró casi siempre los condicionamientos ambientales en el sistema económico, tiene en este número poca cabida.
El número se cierra con un artículo del
agroecólogo y activista norteamericano Peter Rosset («Mirando hacia el futuro: la Reforma Agraria y la Soberanía Alimentaria»), quien, a primera vista, parece
reivindicar la vieja vinculación entre el imperativo ético y el imperativo productivo,
que estuvo presente en la idea regeneracionista de reforma agraria. La reivindicación responde no a una preocupación por
el crecimiento agrario y la modernización
del campo que sólo pueden aplicar los pequeños propietarios a través de un reparto
de los latifundios, sino al enfrentamiento
entre dos modelos de agricultura que pugnan en los países en desarrollo. Por un lado,
el modelo de monocultivo para la exportación, modelo en realidad extractivo de los
recursos naturales, causa principal de la
degradación ambiental y de la pobreza rural y del hambre, un modelo económica y
políticamente dependiente, frente a un modelo de autosuficiencia alimentaria, un modelo agronómicamente más eficiente y respetuoso con los recursos y funciones
ambientales. En no pocos países en desarrollo, el acaparamiento de la tierra en
pocas manos dificulta el acceso de los campesinos a la subsistencia y también a la posibilidad de un manejo más sostenible de
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Crítica de libros
los agroecosistemas. Ambas cosas, el reparto de la renta agraria y el manejo sostenible de los agroecosistemas no son, sin
embargo, dos cuestiones que vayan necesariamente juntas. El fracaso ambiental que
han cosechado muchas experiencias de reforma agraria entre los asentamientos del
Movimiento de los Sin Tierra, en Brasil, o
del Sindicato de Obreros del Campo, en
Andalucía, así lo demuestran. El texto de
Peter Rosset, en realidad, llama la atención sobre la necesidad de separar cuidadosamente el reparto equitativo de los be-
neficios de la actividad agraria de las reformas estructurales necesarias para promover
el desarrollo agrario. No siempre van unidas ni es deseable que vayan.
Manuel González de Molina
Universidad Pablo de Olavide
REFERENCIAS
PAN-MONTOJO, J. (2005): Apostolado, profesión y
tecnología. Una historia de los ingenieros agrónomos en España, Madrid, Asociación Nacional de Ingenieros Agrónomos.
Florence Bourillon, Pierre Clergeot y Nadine Vivier (dirs.)
De l’estime au cadastre en Europe. Les systèmes cadastraux au
XIXe et XXe siècles
Paris, Comité pour l’histoire économique et financière de la France, 2008, 419 páginas.
l Comité pour l’histoire économique
et financière de la France
E
(C.H.E.F.F.) empezó a funcionar
en 1987, impulsado políticamente por los
ministros de Estado Édouard Balladur y
Pierre Bérégovoy, en tanto que Michel Bruguière fue uno de sus promotores académicos. Este investigador, director de estudios en la École practique des hautes études
(sección IV), promovió la constitución, en
dicha Escuela, de un Centre d’histoire financière (1985) y de la Société d’historie financière (1987), el mismo año en que iniciaba su dinámica andadura el C.H.E.F.F.,
en el seno del Ministerio francés de Economía y Hacienda. Entre sus iniciativas se
encuentran la preparación de Guías del investigador, para orientar en el uso y la disponibilidad de fuentes, la organización de
coloquios y la publicación anual de un volumen de Melanges, para dar cabida a la
producción bibliográfica, en forma de trabajos metodológicos, trabajos de investigación especializados en historia económica y financiera o bien textos poco
conocidos o difíciles de localizar.
Michel Bruguière, nacido en Toulouse
en 1938, murió prematuramente en 1989.
No obstante, uno de sus legados, el
C.H.E.F.F., continuó su labor. Actualmente, su catálogo bibliográfico está compuesto por más de 135 obras4. Una de ellas
4. Puede consultarse en: http://www.comite-histoire.minefi.gouv.fr/sections/comite_pour_lhistoi/
publications_du_chef/catalogue6600/
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Crítica de libros
es precisamente el objeto de esta reseña.
Con anterioridad, el C.H.E.F.F. había publicado sendas obras colectivas, con el
mismo título, aunque correspondientes a
las Edades Media y Moderna, dirigidas
por Albert Rigaudière (2006) y Mireille
Touzery (2007). También de 2007 es la
tercera edición revisada de Le cadastre.
Guide des sources, obra de Paul-Marie Grinevald aparecida originalmente en 2003.
Esta publicación aporta, tras unas precisas
definiciones de los principales términos
técnicos referidos al Catastro, una cronología –internacional y de largo plazo– sobre
los trabajos catastrales, una lista de las principales normas francesas sobre la materia
(desde 1791 a 2002), una guía de fuentes
para estudiar el catastro francés en bibliotecas y archivos nacionales, departamentales y locales, así como una extensa bibliografía internacional sobre los catastros5.
Quien desee iniciar un estudio comparado
sobre el catastro en Europa tiene en esta
obra un buen punto de referencia.
Les systèmes cadastraux au XIXe et XXe
siécles recoge el resultado del coloquio celebrado el 20 y 21 de enero de 2005 bajo
la dirección de Florence Bourillon, Pierre
Clergeot y Nadine Vivier, en el que colaboraron una veintena de especialistas de
Francia, Gran Bretaña, España, Italia, los
Países Bajos y Turquía. La obra está dividida en cuatro apartados: los catastros europeos; la «invención» de un nuevo catastro en Francia; los catastros urbanos; y,
por último, una sección con dos trabajos
que, a mi entender, bien podrían haber
sido incluidos en las secciones previas de
los catastros europeos y urbanos, pues contiene sendos trabajos de Juan Pro sobre el
catastro en España (1800-2000) y de Bourillon sobre el catastro de Paris en el siglo
XIX.
El primer apartado, dedicado a los catastros europeos, se abre con una breve reflexión de Pierre Clergeot sobre la diversidad de catastros en Europa, a la que
identifica como un verdadero laboratorio
de sistemas territoriales de propiedad y
catastrales. Tras ella, Roger J.P. Kain, E.
Baigent y D. Fletcher analizan las relaciones entre los propietarios privados y el Estado a propósito de los planes catastrales
en Inglaterra y el País de Gales, donde las
realizaciones cartográficas han tenido un
desarrollo muy lento; su aportación ofrece
una perspectiva de largo plazo, que arranca
en la General Enclosure Act de 1801 y
llega hasta la Ley de Finanzas de 1910 y
los planos del «Lloyd George’s Domesday». Muestran cómo el impuesto territorial inglés no fue recaudado con la ayuda
de los planos catastrales, en parte debido a
la resistencia general a la cartografía sistemática de los límites de la propiedad, que
acabó situando a Inglaterra y el País de
Gales en una posición retrasada en Europa
en la implantación de un catastro nacional
cartografiado. Por su parte, Frank Keverling aborda la creación del catastro en los
Países Bajos en la primera mitad del siglo
XIX, que tiene como fecha de referencia el
5. Puede consultarse en http://www.comite-histoire.minefi.gouv.fr/sections/comite_pour_lhistoi/
editions_en_ligne/le-cadastre-guide-des-sources/le-cadastre.-guide-des-sources/view
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1 de octubre de 1832, cuando se había
catastrado la casi totalidad del territorio de
aquel país, tras veinticinco años de trabajos destinados a articular un sistema orientado a una mejor recaudación del impuesto territorial y a registrar de forma
precisa la propiedad y las operaciones jurídicas que le afectaban; de ahí su utilidad,
que convierte los documentos catastrales,
con su cartografía respectiva, en una fuente
histórica fundamental, cuya accesibilidad
está siendo facilitada por los programas
para su consulta en soporte electrónico,
que se empezaron a aplicar desde la década de 1980.
Wolfang Hans Stein, partiendo del
ejemplo de Renania, explica las «tres edades» del catastro alemán, que identifica
como de «fiscalidad, propiedad y planificación». El catastro nació en los territorios
alemanes a principios del siglo XIX como
catastro fiscal, destinado a recaudar el impuesto sobre la propiedad, para adquirir,
un siglo más tarde, la calidad de catastro jurídico y actualmente la función de instrumento de planeamiento territorial. Desde la
década de 1990, la digitalización de los registros catastrales ha convertido los documentos catastrales en un sistema de información geográfica al que contribuye la
coordinación de los Länder o estados
miembros de la federación alemana. Alfredo Buccaro estudia, por su parte, los catastros italianos antes y después de la unidad; explica cómo surgen desde el siglo
XVIII para ponerse en los primeros años del
siglo XIX, en países como Francia, al servicio de la nueva propiedad burguesa de la
tierra –libre y plena–, como instrumentos
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de un nuevo orden social; no obstante, en
Italia no son fruto de programas revolucionarios sino de planes de reforma de los
gobiernos absolutistas para responder a las
crecientes necesidades presupuestarias. Las
iniciativas catastrales de los reinos (Nápoles, Lombardía, Cerdeña…) dan lugar a
sistemas dispares, patentes una vez que fragua la unidad italiana; de ahí que, desde
1864, se busque un sistema homogéneo, al
tiempo que se separan, en 1865, el impuesto sobre la propiedad urbana y el de la
propiedad rural. En 1870 se puso en marcha un catastro de urbana y desde 1886 un
«nuovo catasto terreni» de carácter geométrico parcelario, que seguía el modelo milanés, a raíz de la ley de dicho año que ordenaba evaluar la propiedad inmueble de
todo tipo con el fin de lograr la proporcionalidad en el reparto de los impuestos sobre los terrenos y los edificios.
Al catastro español están dedicados dos
capítulos, el de María Teresa Pérez Picazo
y el de Juan Pro, que explican el «fracaso»
catastral del siglo XIX y sus distintas fases de
realización a lo largo del siglo XX. Pérez Picazo valora las consecuencias de aquel retardo, en forma de ocultaciones, desigualdad fiscal y menor recaudación para la
Hacienda, una debilidad fiscal que afectaría a la ralentización del crecimiento económico, en tanto que Pro analiza la cuestión catastral partiendo de una sugerente
idea, central en su discurso: la confección
del catastro en España está relacionada con
la construcción del Estado español contemporáneo, siendo un «indicador excepcional» de sus progresos y sus retrocesos, de
sus fuerzas y debilidades; así los amillara205
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Crítica de libros
mientos como sucedáneo del «catastro» serían expresión del contenido de una revolución liberal demediada, dominada por
los notables locales; en tanto que sus avances del «catastro», en el XX, coinciden con la
crisis del liberalismo y un proceso de modernización del Estado para adaptarlo a
una sociedad de masas, hasta desembocar
en el actual Estado democrático, que piensa
el catastro como pieza esencial de la misma
democracia. Por último Alp Yücel Kaya explica las reformas fiscales de tipo liberal
del imperio otomano a mediados del siglo
XIX y las circunstancias que rodean la implantación de un sistema catastral, que tienen que hacer frente a resistencias de distinta naturaleza, especialmente en Bosnia.
La segunda sección del libro (pp. 151249) está dedicada al catastro en Francia.
La abre Paul-Marie Grinevald con un capítulo sobre el primer gran período del catastro francés (1780-1811), que explica
atendiendo a las dos cuestiones centrales
planteadas en el nacimiento de catastro:
por qué hacerlo y cómo hacerlo, cuestión
ésta segunda que aborda a partir de las opciones fiscales, económicas y técnicas de
Gaspard de Prony, ingeniero director de la
oficina del Catastro desde 1791. Tras él,
Pierre Clergeot efectúa, a su vez, una interpretación de la «Colección metódica de
leyes, decretos, reglamentos, instrucciones
y decisiones sobre el catastro de Francia»
de 1811, en tanto que Matthieu de Oliveira
estudia la configuración del nuevo cuerpo
de Ingenieros y Geómetras del Catastro
entre 1800 y 1830, y los debates que aquella suscita. A continuación, Nadine Vivier
analiza también los debates, esta vez sobre
206
la finalidad del catastro, entre 1814 y 1870,
para concluir que, de ser «modelo en
1807», limitado después a simple instrumento de la administración fiscal de un
impuesto fijo y moderado, el catastro francés devino en «proyecto bastardo», a causa
de los disensos sobre sus fines, mientras
que en los estados alemanes, los Países
Bajos e incluso los reinos italianos se convertía en instrumento jurídico susceptible
de favorecer las transformaciones económicas. Por su parte, Sylvie Devigne estudia
el proyecto de transformación del catastro
francés en catastro jurídico, promovido por
la Comisión extraparlamentaria del catastro entre 1891 y 1905, que se tradujo en
tres proyectos de ley que no llegaron a ser
discutidos en el Parlamento, reflejando la
falta de consenso respecto al objetivo inicial. Tras ella, Pierre Jaillard explica que el
catastro francés ha conocido en el siglo XX
tres grandes evoluciones: una jurídica, que
ha permitido ponerlo al día; otra geométrica, que hizo posible que ganase en precisión; y, una evolución técnica, que desde
1988 ha informatizado su gestión y su difusión, proceso cuyo desarrollo hasta 2004
nos explica. Por último, Michel Kasser
acaba esta sección del libro con un trabajo
sobre el impacto de la evolución tecnológica sobre los levantamientos catastrales,
incluyendo la informatización, que democratiza el acceso a la información geográfica y trae exigencias nuevas y un nuevo papel para el catastro, ahora no sólo
«guardián» de la propiedad territorial sino
suministrador de datos geográficos a gran
escala, papel para el que originalmente no
había sido concebido.
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En la tercera parte del libro, dedicada a
los catastros de urbana, Cecile Souchon
estudia los atlas de los barrios de Paris, debidos a Philibert Vasserot (1773-1840), en
tanto que Sylvain Schoonbaert analiza las
relaciones entre catastro y contribuciones
directas en Burdeos, para el período 17901848, en un trabajo exhaustivo en el que reconstruye el proceso de elaboración del catastro (matrices, planos catastrales,…), la
administración de las contribuciones directas y extrae conclusiones acerca de la
geografía de la propiedad territorial y de la
morfología urbana y social de Burdeos. A
su vez, Marco Iuliano narra la historia técnica de la realización de los planos de la región y la villa de Nápoles desde los primeros trabajos de Luigi Marchese (1793)
hasta los planos parcelarios de los barrios,
finalizados en 1905, en tanto que Carlo
M. Travaglini estudia el proceso que lleva,
desde el siglo XVIII, a establecer un catastro
de los inmuebles urbanos en el Estado pontificio de Roma en el primer tercio del siglo
XIX. En la sección siguiente, Florence Bourillon aporta un detallado estudio sobre el
catastro de París en el siglo XIX. En él reflexiona sobre su representatividad y su capacidad para servir de instrumento al justo
reparto de la contribución territorial –y
otros impuestos directos–, siguiendo los
valores fluctuantes del mercado inmobiliario urbano y las transformaciones urbanas,
un seguimiento que los documentos catastrales parisinos hicieron con dificultades,
pese a la particular posición de Paris y a la
atenta mirada a que la sometían la Dirección general de contribuciones directas y la
Prefectura.
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Con este aporte de Bourillon se cierra
una obra que habían abierto ella y Nadine
Vivier, en un capítulo introductorio en el
que ofrecen las principales claves de este
volumen ambicioso por su marco geográfico y la temática abordada. Una obra de
consulta necesaria para aproximarse a las
realizaciones y los principales debates en
torno al catastro en la Europa de los siglos
XIX y XX. Una experiencia catastral cuyo
conocimiento ellas mismas continúan impulsando, con su proyecto sobre «La mesure cadastrale», plasmado en sendos encuentros en Paris y Le Mans en 2008 y
2009 y en una sesión del Congreso Internacional de Historia Económica de Utrecht
(2009), que acabará en una próxima publicación.
Rafael Vallejo Pousada
Universidad de Vigo
REFERENCIAS
GRINEVALD, P.-M. (dir.) [2003] (2007): Le ca-
dastre. Guide des sources, Paris, CHEFF.
RIGAUDIÈRE, A. (dir.) (2006): De l’estime au ca-
dastre en Europe. Le Moyen Âge, Paris,
CHEFF.
TOUZERY, M. (dir.) (2007): De l’estime au cadas-
tre en Europe. L’époque moderne, Paris,
CHEFF.
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Mónica Blanco
Reforma en el agro pampeano. Arrendamiento, propiedad y
legislación agraria en la provincia de Buenos Aires, 1940-1960
Buenos Aires, Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes, 2007, 350 páginas.
D
urante el siglo XX, el grito de «La
tierra para el que la trabaja» atravesó continentes anunciando las
aspiraciones a la reforma agraria. Se escuchó repetidamente, por ejemplo, en Portugal en los años que siguieron a la Revolución de 1974. Como consigna proclamada
en manifestaciones, escrita en muros o en
publicaciones, traducía la voluntad de millares de trabajadores, pequeños propietarios y arrendatarios de cambiar las estructuras de la propiedad dominantes en el sur
del país. En la década de 1940 había sido
difundido en Argentina por el gobierno de
Perón. La proclamación de «la tierra para el
que la trabaja», inicialmente difundida por
el gobierno, fue interpretada por propietarios y agricultores como el primer paso de
una reforma agraria (p. 25). Como muestra Mónica Blanco, para una amplia mayoría se trató de una esperanza vana ya que
la intervención estatal en la democratización de las condiciones de acceso a la tierra acabó siendo más restringida de lo que
la propaganda hacía esperar.
El análisis de la cuestión de la tierra
que realiza este libro se centra en el periodo
que va de 1940 a 1960. Durante la última
década del siglo XIX y el primer tercio del
XX, Argentina había consolidado su posición en el mercado mundial como abastecedora de cereales y productos ganaderos.
Cuando, al estallar la II Guerra Mundial,
esa posición fue amenazada por el poder de
208
EE.UU., aumentaron las dificultades para
vender los productos argentinos en el mercado internacional. En estas décadas en
que se intensificaron los debates internos
sobre los problemas agrarios, gobiernos de
diferente tendencia política plantearon soluciones diversas para abordarlos. En la
década de 1940, mientras duró el bloqueo
económico de los EE.UU., la creciente intervención del Estado se presentaba como
antilatifundista y priorizaba las medidas de
contención del éxodo rural. Después, con
la vuelta de los productos argentinos a los
circuitos internacionales, se propugnó una
«vuelta al campo» y se estimuló el aumento
de la productividad de la tierra.
Sin embargo, no son los aspectos internacionales, ni siquiera los de ámbito nacional, los que reciben más atención en
este estudio. La principal preocupación de
la autora es evaluar «el impacto de la legislación agraria sobre el sistema de tenencia
de la tierra, analizando hasta qué punto
estas leyes fueron ejecutadas y cuáles fueron los efectos concretos sobre la realidad»
(p. 37). Para ello da primacía a la provincia
de Buenos Aires. Empeñada en explicar
minuciosamente las circunstancias que
subyacían en esa ambición de dar «la tierra
a quien la trabaja» en esta zona, la autora
deja de lado todo lo que habría llevado la
interpretación a niveles más generales y
habría contribuido a una mayor comprensión del caso provincial. Algunos de los aspp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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pectos que sobrepasan el nivel regional
apenas se enuncian en el primer capítulo,
que hace las veces de introducción y resumen, y se retoman de forma más sucinta en
la conclusión.
El segundo y tercer capítulos dan
cuenta del debate historiográfico argentino
sobre el «atraso de la agricultura». A pesar
de que este debate, que fue más intenso en
las décadas de los ochenta y noventa del siglo XX, era deudor de los surgidos en otros
países, especialmente en España, el caso argentino aparece aquí como aislado, sin conexiones con la circulación global de las
ideas. Tras el repaso de los principales autores nacionales que han estudiado cuestiones relacionadas con el tema del libro,
hubieran sido de desear comparaciones
con lo que estaba sucediendo en otras provincias, pero estas referencias son escasas.
Tampoco hay alusiones a la bibliografía sobre las condiciones de acceso a la tierra y
las experiencias de reforma agraria en
América Latina o en otros continentes.
La parte más significativa del estudio
explora fondos documentales de instituciones públicas provinciales (administración, tribunales, bancos, etc.), entre los que
destacan los contratos de arrendamiento y
los procesos judiciales. Procurando conciliar la calidad de las fuentes disponibles
con la representatividad de las explotaciones agrícolas en el conjunto de la provincia, la autora ha escogido cuatro casos para
un análisis más profundo: los partidos de
Bolívar, Benito Juárez, Adolfo Gonzales
Chaves y Pergamino. A partir de esta documentación se construyen los cuatro capítulos que, con cerca de 250 páginas,
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constituyen lo esencial del libro. Estos casos, en parte inéditos, son de gran interés,
aunque en algunos aspectos son insuficientes para sustentar cabalmente todos
los argumentos presentados por la autora.
Tal vez por ello, Mónica Blanco ha sentido la necesidad de escuchar a algunos de
los afectados por las medidas del gobierno.
A mitad de la lectura, el lector se sorprende
por las referencias a entrevistas realizadas a
miembros de familias de agricultores. La
identificación de los entrevistados aparece
en notas a pie de página o, de forma genérica, como «testimonios orales» (p. 285).
Sin embargo, no se justifica el recurso a esta
metodología y a estas informaciones. Desde
los años cincuenta, las condiciones de recogida y utilización de fuentes orales han
sido fijadas por los investigadores, lo que ha
generado una larga herencia teórica y metodológica. En este estudio el uso de testimonios orales aparece sin contextualizar: ni
se explicita en los capítulos introductorios
ni se recoge al final entre las fuentes utilizadas.
Comenzando por el nivel provincial, el
cuarto capítulo explica cómo afrontaron
los gobernadores bonaerenses las posibilidades de reforma agraria admitidas por el
peronismo. Mónica Blanco destaca el estilo
político de Domingo Mercante (19461952), que no sólo utilizó su poder para
desarrollar proyectos de colonización, sino
que también los asoció a la expropiación de
medianas y grandes propiedades, incluso
después de 1949, es decir en un momento
en que la política nacional ya no era favorable a este tipo de medidas. Esta confrontación entre poder central y provincial pro209
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longó hasta 1952 tales medidas agrarias en
Buenos Aires. En ese año entró en funciones el gobernador Carlos Aloé (19521955), que restableció la coherencia entre
las medidas regionales y los objetivos definidos por el gobierno nacional. De acuerdo
con las propuestas del Segundo Plan Quinquenal, ahora se trataba de estimular la
productividad. La democratización en el
acceso a la tierra fue olvidada, con lo que se
pretendía contener las tensiones sociales y
políticas que tales medidas habían generado. De cualquier modo, no habían sido
las explotaciones agropecuarias de mayor
tamaño las afectadas, sino tan sólo algunos
propietarios medianos y opositores políticos. Además de poner de manifiesto las diferentes estrategias de articulación entre
los poderes central y regional, este capítulo
demuestra la gran distancia que hubo entre la propaganda antilatifundista del peronismo y su práctica.
El impacto de los cambios introducidos
por la legislación en las condiciones de
arrendamiento de la tierra se analiza en el
quinto capítulo. Las medidas tomadas a
partir de los años cuarenta aceleraron la
desestructuración del sistema tradicional.
Una de las alteraciones fue la redacción de
contratos escritos, que se volvió una práctica corriente. Si en la actualidad ello favorece a la historiografía argentina, que puede
recurrir a esta fuente rara en otros países,
en la época la firma de estos contratos pretendía proteger a los arrendatarios de la
expulsión y también ofrecer las garantías
necesarias para que obtuvieran crédito de
los bancos oficiales. En la provincia de Buenos Aires los cambios ocurrieron a ritmos
210
diferentes. En el norte las alteraciones contractuales fueron más lentas, especialmente
cuando se trataba de colonias agrícolas. La
autora destaca las extensas relaciones de
obligaciones y prohibiciones a las que estaban sujetos los arrendatarios y también el
control ejercido por los propietarios en la
organización de la producción. Las condiciones podían ser menos rígidas en otros
partidos de la provincia, pero las experiencias de asentamientos agrícolas creados en
diferentes países en la misma época muestran, precisamente, que los colonos estuvieron sujetos a presiones más intensas que
la generalidad de los arrendatarios
Las medidas gubernamentales acerca
de las condiciones de acceso a la tierra y al
crédito bancario influyeron también sobre
el mercado de predios rústicos. Aunque las
propiedades de millares de hectáreas no
desaparecieron, se multiplicaron los procesos de fragmentación a través de la venta,
expropiación y sistema de herencia. Estas
modalidades de subdivisión permitieron el
aumento del número de propiedades (clasificadas como medianas en el contexto argentino) que oscilaban entre 500 y 2.000
hectáreas o entre 100 y 500 hectáreas en las
zonas más fértiles. A pesar de las promesas
de intervención en la estructura de la propiedad de los inicios de la era de Perón, fueron las transacciones privadas estimuladas
por los Planes de Transformación Agraria
de la segunda mitad de la década de los cincuenta las que más contribuyeron al incremento del número de propietarios. Sin embargo, algunos terratenientes, en parte por
el temor ante una reforma agraria que parecía planear como una amenaza, desapp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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rrollaron estrategias para salvaguardar la
integridad de sus tierras, ya fuera constituyendo sociedades anónimas, ya intentando
expulsar a los arrendatarios. Estas tentativas provocaron tensiones y, en ocasiones, la
apertura de procesos judiciales.
El análisis de los procesos de los Tribunales de Trabajo como jurisdicción rural
constituye el último capítulo. Se presentan
algunos casos en los cuales los arrendatarios recurrieron al tribunal para intentar
garantizar el derecho a permanecer en las
tierras o a recibir indemnización por mejoras. Los trámites procesales y los diferentes argumentos presentados sugieren
la existencia de conflictos que este tipo de
documentación no permite esclarecer
completamente. Ésta es una de las cuestiones que se hubiera beneficiado de la
utilización de otros fondos documentales o
de la recogida de testimonios orales. Las
tensiones sugeridas por la información presentada hacen pensar que, para una comprensión plena de estos conflictos, habría
que tener en cuenta aspectos, como las
formas de resistencia o las redes informales de sociabilidad, que habitualmente no
son contemplados es estos documentos
escritos.
Centrada en los fondos documentales
disponibles para la provincia de Buenos
Aires, Blanco describe las circunstancias
políticas y sociales que envolvieron los cambios en las condiciones de acceso a la tierra
en las décadas de 1940 a 1960. Aunque no
sobrepase los límites de esta provincia para
establecer comparaciones en el ámbito nacional o internacional, los datos mostrados
en este estudio muestran que existen múlHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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tiples puntos en común con lo ocurrido en
otras geografías. Por ejemplo, la creación en
los años treinta de una institución para
promover la colonización; la fugacidad y las
tensiones asociadas a las medidas de reforma agraria; las estrategias desarrolladas
por los propietarios para alterar las decisiones políticas que les eran desfavorables;
o la articulación entre intereses privados y
colectivos de quienes ocupaban cargos públicos. La profundización de los análisis
comparativos permitirá explicar cómo la
ambición de garantizar «la tierra para quien
la trabaja» atravesó décadas y fronteras para
vincularse a diferentes ideologías y proyectos políticos.
Dulce Freire
Universidad de Lisboa
(Traducción de S. Calatayud)
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Gaia Redaelli (ed.)
Pueblos de colonización II: Guadiana y Tajo
Córdoba, Fundación Arquitectura Contemporánea, 2007, 149 páginas + CD.
Pueblos de colonización III: Ebro, Duero, Norte y Levante
Córdoba, Fundación Arquitectura Contemporánea, 2008, 141 páginas + CD.
U
no de los aspectos de mayor interés científico de cuantos ha traído
aparejada la política de colonización que se puso en marcha en España tras
la guerra civil es el del trazado urbanístico
y diseño arquitectónico de los nuevos núcleos de población que se construyeron en
las grandes zonas regables para acoger a los
miles de colonos que se asentaron en ellas.
En su ejecución trabajaron algunos de los
más cualificados arquitectos españoles del
momento, encuadrados en el servicio de arquitectura del Instituto Nacional de Colonización (I.N.C.). Algunas de sus obras, y
no por casualidad, fueron reconocidas con
afamados premios nacionales e internacionales que ponían en evidencia el carácter
innovador y vanguardista de sus apuestas.
Con el fin de contribuir a la difusión de
este inmenso legado, desconocido durante
años, la Fundación Arquitectura Contemporánea ha creado la colección Itinerarios
de Arquitectura, de la cual forman parte
los dos libros que comentamos, consagrados, respectivamente, a los poblados de
colonización de las cuencas del Guadiana
y Tajo, por un lado, y del Ebro, Duero,
Norte y Levante, por otro. Con anterioridad había visto la luz en la misma colección
otro volumen dedicado a las cuencas del
Guadalquivir y de la vertiente mediterránea
andaluza, de manera que en con estas tres
212
obras se ha cubierto el grueso del territorio
en el que con mayor intensidad se dejó
sentir la acción desarrollada por el I.N.C.
Las obras que nos ocupan, tanto en el
formato como en la estructura de sus contenidos, responde a un mismo modelo. Están publicadas en formato de bolsillo con el
fin de que resulte más cómoda su consulta
por quienes decidan efectuar los recorridos
propuestos en cada cuenca, y en ambos casos se acompañan de un disco compacto
que contiene información complementaria
del máximo interés. Destacan por su originalidad algunos videos realizados por los
servicios de divulgación agraria al tiempo
que tenían lugar las obras de transformación en regadío; un material de incuestionable valor en las investigaciones de base territorial, ya que permite apreciar el
verdadero calado de los cambios experimentados en las zonas de intervención. Al
mismo tiempo, ese material es perfectamente utilizable como apoyo en la explicación docente de algunos de los procesos de
innovación agraria que tuvieron lugar en las
décadas de los años sesenta y setenta,
cuando las formas tradicionales de producción se hallaban en plena crisis y asistíamos
al desmoronamiento de la sociedad rural.
Es digna de resaltar, igualmente, la reproducción de distintos artículos aparecidos en publicaciones de la época, cuya aupp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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toría corresponde a los arquitectos más reconocidos de cuantos diseñaron y ejecutaron los poblados de colonización: De la
Sota, Fernández del Amo, etc. En ellos se
explican de manera sucinta los proyectos de
creación de algunos de estos núcleos y se
acompañan los textos de un material gráfico de suma utilidad para comprender y
apreciar la obra arquitectónica.
En cuanto al contenido de los textos
que integran estos libros, tras una presentación de los aspectos más relevantes de la
intervención colonizadora llevada a cabo en
cada una de las grandes cuencas hidrográficas, elaborados por expertos en la materia, se recogen una serie de fichas correspondientes a los distintos poblados que se
han seleccionado dentro de las mismas,
bien por la originalidad de su trazado y diseño, bien por la relevancia del arquitecto
que los planeó. Aunque muy heterogéneas
en su dimensión y contenidos, cada ficha
suele incluir (en español y en inglés) una
breve descripción de los aspectos más significativos y originales de la trama urbana,
a la que acompaña un mapa de localización
del núcleo urbano en el contexto comarcal.
Asimismo, la mayoría de las fichas se acompañan de un plano urbano y de alzados y
fotografías de aquellos edificios más emblemáticos de cuantos pueden visitarse en
cada localidad. Lógicamente, los poblados
de mayor relevancia y significado urbanístico, bien por el carácter atrevido de su diseño, bien por la proyección nacional del
arquitecto que los ideó, cuentan con fichas
más extensas en las que el apartado gráfico
y fotográfico alcanza su máximo protagonismo, reproduciendo muchos de los eleHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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mentos y detalles urbanos en los que se
basa su singularidad arquitectónica. Los
poblados cuya autoría corresponde a José
Luis Fernández del Amo son los más extensamente tratados: tanto su archiconocido Vegabiana (objetivo de uno de los primeros análisis sobre los resultados de la
política de colonización a escala local),
como otros que planificó en el centro y
este peninsular (Villalba de Calatrava, La
Estacada, El Realengo, etc.), han merecido
una atención especial en ambos textos, por
la reconocida importancia de la obra de
este arquitecto (Centellas, 2010).
Para los fines con que han sido concebidos, estos Itinerarios cumplen sobradamente con sus objetivos pues permiten una
aproximación relativamente rápida a unos
escenarios territoriales en los que aún es
posible contemplar la enorme variedad y
originalidad de una obra arquitectónica
realizada en momentos de extrema escasez
(a diferencia del otro gran escenario de la
arquitectura española de posguerra como el
que representan las ciudades del Protectorado del norte de Marruecos). En ese precario contexto, la totalidad de los miembros
de los cuerpos técnicos estatales, y no sólo
el de los arquitectos, no tuvieron otra opción que desplegar toda su imaginación e
inteligencia para suplir la carencia de medios materiales y poder atender así las continuadas exigencias de un régimen político
que había fiado buena parte de su credibilidad nacional e internacional a la transformación en regadío de vastas extensiones
del solar ibérico, así como a la instalación
en ellas de amplios colectivos de jornaleros
sin tierra y pequeños agricultores a los que
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Crítica de libros
la exigüidad superficial de sus explotaciones
les impedía atender las estrictas necesidades de subsistencia del grupo familiar.
La edición de estos textos viene a poner
de manifiesto el renovado interés que en los
últimos años ha despertado la actuación
colonizadora, a la que se han dedicado varias tesis doctorales, además de distintos libros y numerosos artículos de investigación aparecidos en revistas especializadas y
actas de congresos. La ordenación y catalogación de algunos archivos nacionales y
provinciales ha resultado decisiva a la hora
de abordar estos nuevos trabajos científicos
sobre la intervención del I.N.C., enfocados
desde muy diversas perspectivas disciplinares y variadas escalas de análisis.
Del mismo modo, ese interés queda
plasmado en algunas exposiciones específicas y en los diferentes centros de interpretación de la colonización que paulatinamente se están abriendo en distintas
zonas regables, desde el pionero de Sodeto
en Los Monegros aragoneses, hasta el de
Valdelacalzada en las Vegas Bajas del Guadiana; ejemplos que, estamos convencidos,
se van a seguir multiplicando en los próximos años en otros rincones peninsulares. A
través de estos centros, muestras inequívocas de la gran capacidad de transferencia de
conocimiento que tienen las ciencias sociales, se pretende divulgar la actuación
colonizadora no ya sólo entre la corriente
cada vez más numerosa de turistas rurales
sino también entre la propia sociedad local,
ajena muchas veces a sus verdaderas señas
de identidad.
Sería oportuno en el futuro, siguiendo el
ejemplo puesto en marcha por la Funda214
ción Arquitectura Contemporánea, trabajar
en la confección de nuevas guías en las que
la intervención colonizadora se contemplara desde una perspectiva multidisciplinar, integrando todos los elementos territoriales, demográficos, agrícolas, etc. que
definen y dan sentido a una de las políticas
agrarias de mayor calado en la España de la
segunda mitad del siglo XX. Sería conveniente variar el formato de los libros para
poder introducir textos en los que se contextualizara de forma más pormenorizada
la actuación colonizadora (tanto a escala de
cuenca hidrográfica como de cada zona regable), y cuyas fichas introdujeran otro tipo
de mapas (por ejemplo, el parcelario agrícola de cada poblado, diferenciando entre
lotes familiares y huertos agrícolas) y gráficos (por ejemplo, la pirámide de población en el momento de la instalación de colonos), que permitieran comprender en su
integridad el verdadero sentido de una empresa con muchas luces, evidentemente
(entre ellas, la arquitectónica), pero también con abundantes sombras, como pone
de manifiesto buena parte de la bibliografía más reciente.
Eduardo Araque Jiménez
Universidad de Jaén
REFERENCIAS
CENTELLAS SOLER, M. (2010): Los pueblos de co-
lonización de Fernández del Amo: arte, arquitectura y urbanismo, Barcelona, Fundación
Caja de Arquitectos.
pp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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Crítica de libros
Philippe Madeline y Jean-Marc Moriceau
Un Paysan et son univers de la guerre au marché commun, à
travers les agendas de Pierre Lebugle, cultivateur en pays d’Auge
París, Belin, 2010, 429 páginas, ilustraciones.
E
l período inmediatamente posterior a la Segunda Guerra Mundial
es conocido en Francia como «Les
Trente Glorieuses», treinta años espléndidos de reconstrucción, prosperidad creciente y mejora de las condiciones materiales de vida. También fue, desde finales de
los cincuenta, un tiempo de modernización agraria, durante el cual centenares de
miles de pequeños campesinos abandonaron la tierra. El libro que comentamos presenta la vida de un campesino, tal como la
muestran sus propios diarios, que se han
conservado hasta hoy. Excepto por unas
pocas mejoras, Pierre Lebugle se mantuvo
fiel a las tradiciones que conocía, de manera
que el progreso pasó ostensiblemente de
largo para él.
El universo geográfico de Lebugle, indicado en el título de este libro absorbente,
lo constituyó el paisaje de colinas boscosas
del bocage normando, con sus característicos setos hundidos. Nació en 1922 y vivió
cerca de Camembert, un pueblo tranquilo
más conocido por sus quesos, que tenía entonces una población de tan sólo 270 residentes. Durante veinte años no salió de su
pueblo, hasta que la guerra le arrancó de él
y le llevó hasta el otro extremo de Europa.
Cuando regresó, se casó con una mujer
del pueblo en la iglesia local y ambos se instalaron en la granja de Le Village Caillou,
a sólo cinco kilómetros de su lugar de nacimiento.
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Sus diarios se presentan aquí a cargo de
dos profesores de la cercana Universidad de
Caen, quienes en 2004 publicaron un extenso artículo en Histoire et Sociétés Rurales sobre la experiencia bélica de Lebugle.
Uno es geógrafo y el otro historiador y esta
combinación permite ofrecer buenos diagramas y mapas de la localidad, que aclaran el auge y la caída de la producción de
mantequilla de Lebugle, la incidencia de su
asistencia a misa o el diseño de su granja.
Tras explicar la cronología de su vida, los
autores desarrollan varios capítulos temáticos. Reproducen también algunos años
completos de los diarios de Lebugle, que
ocupan unas 120 páginas. Además, han
elaborado un útil glosario de términos
agrarios, algunos de los cuales son peculiares de la región.
Los diarios son notables, quizás más de
lo que los autores han percibido. Lebugle
escribió docenas de ellos en su desván,
desde la década de 1930 hasta 1971 (y posiblemente más allá de estas fechas pero, en
ese caso, no han sobrevivido). Junto a otros
documentos y fotografías, guardó veintisiete pequeñas libretas y diarios de varios
formatos y colores. A diferencia de otros
dietarios de campesinos, éstos tienen la
gran ventaja de la continuidad, excepto por
dos o tres años perdidos y alguna pequeña
laguna. A diferencia también de muchos
otros, los diarios no fueron destruidos ni
deliberadamente ni por accidente y la fa215
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Crítica de libros
milia no vio razones para mantenerlos ocultos. Lebugle los mostró él mismo y, antes
de su muerte en 2009, discutió los contenidos con los autores del libro. Las anotaciones fueron escritas diariamente, con una
letra cuidada pero forzada. Hay algunas
faltas de ortografía, pero muy pocas tachaduras. Lebugle no tenía pretensiones literarias, no expresaba sentimientos íntimos o
emociones personales. Su estilo lacónico es
el típico de los escritores campesinos. Madeline y Moriceau emplean sus diarios
como testimonio de la historia agraria francesa, un enfoque con claras ventajas pero
también con algunos inconvenientes.
La principal experiencia en la vida de
Lebugle comenzó en 1943, cuando fue movilizado para trabajar en la Alemania nazi
en el seno del Service du Travail Obligatoire
(S.T.O.). Aunque contamos con algunos
testimonios personales de trabajadores industriales del S.T.O., los informes debidos
a campesinos son bastante raros. Lebugle
dedicó libretas especiales a la época pasada en una granja de Prusia y a su traslado
a Polonia y Rusia, antes de ser repatriado
en 1945. Trabajó en una finca grande, la
antítesis de la pequeña explotación campesina que le era familiar y parece haberse
resignado a este destino. Los autores especulan con el hecho de que su pertenencia
a la Jeunesse Agricole Catholique (JAC)
pudo haberle predispuesto a simpatizar con
el régimen de Vichy. Pero se trata de conjeturas, porque los diarios no expresan
nunca opinión política alguna. Lebugle sobrellevó estos dos años en Europa oriental
sin expresar ningún sentimiento antialemán, con el apoyo de un grupo de amigos
216
de la infancia con los cuales había sido movilizado y que mantuvieron la camaradería
hasta mucho después de la guerra. Sabía,
sin duda, que cualquier resistencia por su
parte podía provocar represalias contra su
familia. Cavó tranquilamente sus patatas,
cosechó grano e incluso hizo algunos envíos
a casa. Fue para él una experiencia perturbadora, su único viaje de verdad, que le
proporcionó una memoria compartida y
una camaradería especial.
Lebugle fue un pequeño granjero y siguió siéndolo siempre, rechazando las
oportunidades para ampliar su explotación.
Fue, antes que nada, un productor de leche, con seis u ocho vacas, pero también
crió cerdos y gallinas y elaboró algunas especialidades de Normandía como sidra y
calvados, que él llamaba «pétrole». Los diarios son útiles para mostrar cómo se administraba la granja. El ancestral ritmo del
trabajo agrícola, gobernado por las estaciones, parecía inmutable. En invierno el
ganado se encerraba en los cobertizos y se
prensaban las manzanas. En primavera, las
vacas volvían a los pastos y se llevaban a
que las cubriera un buey de la localidad,
mientras se procedía a podar los árboles y
los setos. En verano, se cosechaba el heno
y el otoño era la eterna estación de la caza
y la cosecha de manzanas.
Sólo unas pocas cosas cambiaron en el
universo cerrado de Lebugle. Confió en la
fuerza de tiro animal hasta 1965, cuando
compró su primer tractor con remolque.
En 1958 instaló el agua corriente en los
edificios de la granja y en 1959 construyó
un estercolero. En 1963 compró una motosierra (tronçonneuse) e instaló electricipp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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dad en el establo de las vacas. Su granja era
pequeña –solamente doce hectáreas en la
década de 1960– y no hubo ampliaciones
por herencia familiar ni retiro de los padres.
Tampoco tuvo empleados permanentes en
la granja sino sólo jornaleros en épocas de
mucha actividad y una lechera para sustituir a su mujer durante sus tres embarazos.
Los diarios recogen también los hitos que
alteraron su estilo de vida y de ocio y reflejan así una imagen francesa muy estereotipada: Lebugle obtuvo su primer permiso
de conducir a los 29 años, en 1955 compró
un Citroën 2CV y en 1965 el inevitable Renault 4. En 1959 adquirió una aspiradora,
en 1962 un televisor y finalmente, en 1968,
un frigorífico. Pero la granja era lo primero
y el confort doméstico venía después.
Lebugle sentía verdadero aprecio por
sus vacas. Les puso nombres cariñosos (Lisette, Mistinguette, Papillon) y dio a su
propia descendencia femenina los mismos
nombres de las dinastías bovinas que obtuvo. El diario de Lebugle registraba cada
vez que las cubría un toro y, tres de cuatro
veces, también los partos. Fiel a la tradición, Lebugle no adoptó la inseminación
artificial hasta 1968 e incluso entonces sólo
la utilizaba de manera intermitente. «Brunette crève à midi» [«Brunette ha muerto a
mediodía»], anotaba en julio de 1952, en
referencia no a un amigo o a un miembro
de la familia sino a una vaca favorita arrebatada por la fiebre aftosa. Batir la mantequilla para el mercado fue una rutina de los
lunes en la granja, pero desde 1966 abandonó la fabricación propia de mantequilla
y, desde entonces, Lebugle vendió la leche
a un gran grupo industrial.
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La importancia de la caza resalta notablemente en los diarios de Lebugle. Siendo
joven, se había ganado una reputación local como cazador de topos, lo cual le proporcionó una valiosa renta suplementaria
en los primeros años de la guerra. Las pieles de topo eran muy apreciadas y se podían vender en el mercado. Cogía conejos
utilizando hurones, redes y trampas. Tras la
guerra, Lebugle nunca se perdió la apertura
oficial de la temporada de caza y su diario
registraba fielmente sus éxitos, sobre todo
codornices y perdices, pero a veces una liebre, pieza muy bien pagada.
Lebugle tenía horizontes estrechos, pero
una vida social rica. Madeline y Moriceau
cartografían cuidadosamente su red de relaciones. En el propio distrito tenía a su familia más próxima y a sus amigos de los
años de guerra, con los que mantenía contacto. Estaban sus compañeros del ayuntamiento, en el cual desempeñó durante muchos años los cargos de conseiller municipal
y maire adjoint. Lebugle era católico practicante e hizo una peregrinación a Lourdes
en 1946. Después fue muy solicitado para
cantar en las misas de funerales y bodas, lo
que le puso en contacto con parroquianos
y clérigos. Tenía también a sus compañeros
de caza y a sus vecinos más cercanos con
quienes establecía relaciones de ayuda mutua en los momentos de más trabajo o para
prensar las manzanas, pesar una cerda o
castrar un cerdo. La reconstrucción de este
denso tejido de la vida local es un rasgo sobresaliente del libro.
Sin embargo, tratar los diarios como
testimonio de prácticas agrarias implica olvidar su existencia como textos. Los diarios
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Crítica de libros
de Lebugle son también testimonios del
acto mismo de escribir. Los autores no nos
dicen nada que nos ayude a comprender
por qué Lebugle escribió estos diarios, qué
significaban realmente para él y por qué los
conservó durante medio siglo. Aunque la
escolarización de Lebugle finalizó cuando
tenía sólo trece años, sintió claramente la
necesidad de escribir de manera regular, al
menos unas entradas cortas. También tuvo
un corresponsal, pero los autores, inexplicablemente, no muestran interés en sus
cartas o en qué pasó con ellas. Escribió su
primer dietario completo en 1939, pero
Lebugle utilizó lo que tenía a mano: un
diario de 1937 no utilizado que sus padres
habían tirado. Tanto su padre como su madre escribieron diarios, por lo que quizá Lebugle estaba continuando una tradición familiar.
Los diarios recuerdan el antiguo género del livre de raison, como los autores
puntualizan. Como los livres de raison, los
diarios de Lebugle tenían varios propósitos. En un primer nivel eran un registro
contable. Lebugle anotaba lo que pagaba
por equipamiento nuevo, lo que ganaba
con la caza de topos, por cuánto se vendían
sus manzanas y la sidra y cuánto ahorraba
en la Caisse d’Épargne. Pero no los utilizaba sistemáticamente para este propósito,
de manera que no incluía balances anuales
de beneficios y pérdidas. En un segundo
nivel, eran un simple registro de las tareas
agrícolas diarias, del cual los autores han
extraído información sobre la vida y actividades cotidianas de la granja. En otro nivel, todavía, los diarios registraban los entretenimientos, porque la vida no era sólo
218
trabajar duramente y sin descanso. Lebugle anotaba con quien se había encontrado, cuándo iba a misa, al cine o a ver pasar el Tour de Francia. Los diarios fueron,
además, un registro meteorológico: anotaba cada día el tiempo que hacía, los episodios extremos de calor y frío, la altura de
la nieve en invierno, las tormentas e inundaciones ocasionales y un eclipse solar en
1961. Como el livre de raison, el diario de
Lebugle también servía como crónica histórica en la que anotó unos pocos acontecimientos importantes: los desembarcos
en Normandía en 1944, la rendición alemana, el asesinato de J.F.K. en 1963 y la
muerte de De Gaulle en 1970. Estos pocos
eventos parecen señalar el alcance de la
conciencia política de Lebugle. El Mercado Común, aunque mencionado en el título del libro, no aparece nunca. De tanto
en tanto, registraba la genealogía familiar,
la boda de sus hijas y el nacimiento de sus
nietos.
Otro rasgo del livre de raison era la
emergencia, gradual y tenue, de una personalidad individual. Esto se les escapa por
completo a Madeline y Moriceau. A diferencia de los livres de raison, el diario de
Lebugle no es, por supuesto, un producto
con múltiples autores, en el cual miembros
de diferentes generaciones van dando continuidad al diario. Aunque está al servicio,
principalmente, de la granja y la familia,
podemos entrever en su escritura indicios
de la conciencia de Lebugle sobre su propio yo. En sus visitas al peluquero o al dentista para una extracción o un empaste dental, encontramos referencias personales. De
repente, desde 1964 el diario incluye detapp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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lles como su nombre y dirección, el número
de su cuenta bancaria, su carnet de identidad y de la seguridad social. La identidad
individual esencial de Lebugle se expresa
aquí, aunque sea definida de modo muy
burocrático.
Como testimonio de la vida agraria en
la Francia de postguerra este libro es impecable. Nos muestra en detalle las prácticas laborales de un pequeño granjero que
nunca respondió plenamente a los desafíos
de la mecanización y la modernización.
Pero como presentación de un «escrito de
la gente común« el análisis se queda corto.
Se ha desaprovechado la oportunidad de
explicar por qué Lebugle elaboró los diarios
y de interpretar qué significaba, para su
rica y activa vida, el hecho de la escritura
cotidiana.
Martyn Lyons
Universidad de Nueva Gales del Sur
(Traducción de S. Calatayud)
Grupo de Análisis Económico, Ministerio de Medio Ambiente y Medio
Rural y Marino
El Agua en la economía española: Situación y perspectivas.
Informe integrado del análisis económico de los usos de agua.
Artículo 5 y anejos II y III de la Directiva Marco de Agua
Serie Monografías, Madrid, Ministerio de Medio Ambiente y Medio Rural y Marino,
2008, XIV + 320 páginas y gráficos y mapas.
L
a transposición de la Directiva
Marco del Agua o DMA (Directiva 2000/60/CE) al ordenamiento
jurídico español en diciembre de 2003 (Ley
62/2003) ha traído consigo una paulatina y
necesaria transformación en la política de
aguas en España, estableciendo la exigencia de recuperación y conservación del
buen estado ecológico de nuestras aguas
como un objetivo primordial e introduciendo criterios de gestión integrada de todas las aguas; de racionalidad económica y
recuperación de costes; y de transparencia
y participación pública en la planificación
y la gestión del agua.
Entre sus principales novedades, la
DMA introduce la necesidad de realizar
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un análisis económico de los usos del agua
como elemento integral del proceso de elaboración de los nuevos planes de cuenca.
Este análisis debería permitir evaluar la importancia económica del agua para los distintos usos y para la economía en general;
relacionar los usos significativos con las
presiones que éstos ejercen sobre las aguas
y que afectan a su estado ecológico; y averiguar cuanto cuestan los servicios del agua
y quién y en qué medida los está pagando.
Según establece la propia DMA, esta información debe servir para, por un lado,
«efectuar los cálculos pertinentes necesarios
para tener en cuenta (…) el principio de recuperación de los costes de los servicios relacionados con el agua» (Anexo III); y por
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otro, informar el proceso de toma de decisiones en relación con el diseño y aplicación
de las medidas que se propongan en los
planes de cuenca para lograr los objetivos
de la Directiva.
El Informe Monográfico que aquí se
comenta contiene una integración nacional
y ampliada de los informes a escala de
cuenca que el Ministerio de Medio Ambiente (MMA) presentó a la Comisión Europea en diciembre 2005 en cumplimiento
de los requisitos de los artículos 5 y 9 y
Anejos II y III de la DMA. Este documento es parte de un trabajo más amplio,
que se complementa con el informe «Precios y Costes de los Servicios de Agua en
España». Ambos son el resultado del trabajo del Grupo de Análisis Económico
(GAE) que el MMA creó en 2004 dentro
de la Dirección General del Agua y que
acabó disolviéndose con la entrada del
nuevo equipo ministerial en 2008. El GAE
estuvo dirigido desde el inicio por Josefina
Maestu, que fue la responsable de impulsar
y coordinar el trabajo de más de cien expertos y profesionales de administraciones
públicas, universidades y empresas que colaboraron en este esfuerzo. Los resultados
de estos trabajos se difundieron en un ciclo
de debates públicos que bajo el título «El
Uso del Agua en la Economía Española: Situación y Perspectivas» organizó la Fundación Biodiversidad en colaboración con el
GAE entre febrero y octubre de 20076. En
dichas sesiones se presentaron análisis ac-
tualizados de los resultados de los trabajos
del GAE que, junto con los informes de
síntesis, componen un cuerpo de documentación de gran interés para investigadores, gestores y público en general y aportan de manera sistemática una visión
novedosa y crítica del papel que el agua
juega en los distintos sectores de la economía española y la presión que los distintos
usos del agua ejercen sobre nuestros ecosistemas acuáticos.
Aunque existe una amplia tradición en
el análisis de la economía del agua en España –ver, por ejemplo, trabajos de José
Manuel Naredo y Jose María Gascó Las
Cuentas del Agua en España (1997) o La
economía del agua en España (1997); las
publicaciones de Federico Aguilera Klink,
que incluyen el libro más reciente La
Nueva Economía del Agua (2007); o el
debate académico y público que se generó
en torno la memoria económica del Plan
Hidrológico Nacional– ésta es la primera
vez que los análisis económicos relacionados con el uso y la gestión del agua entran
de manera decidida en la administración
del agua. El trabajo supone un importante
esfuerzo de sistematización y homogeneización de datos y fuentes de información
dispersas, elaboradas a distintas escalas y
para distintos fines. El informe es especialmente valioso ya que, al haberse elaborado desde la propia administración, los
autores han tenido acceso a fuentes de datos e información difícilmente accesibles a
6. Toda la información del ciclo, incluyendo presentaciones, documentación de referencia, síntesis
de los debates y documento de conclusiones, puede consultarse en la página web de la Fundación Biodiversidad: http://www.fundacion-biodiversidad.info/ciclodelagua/productos.php?id=1&idd=1
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Crítica de libros
aquellos estudiosos que se aproximen al
problema desde otros ámbitos, y han contado con la colaboración de las distintas
administraciones competentes en los sectores afectados.
El informe El agua en la economía española: situación y perspectivas se estructura en tres partes. En la primera parte
(capítulo 2) se presentan las principales
conclusiones de la caracterización económica de los usos significativos del agua –
agricultura y ganadería; abastecimientos;
industria manufacturera; otros usos, incluyendo los usos en la producción de energía
eléctrica, ocio y turismo y acuicultura y
pesca comercial– así como su dinámica
presente y tendencial. En la segunda (capítulo 3) se explica la metodología utilizada
para la caracterización económica y para el
análisis tendencial de los mismos en el horizonte de planificación hasta 2015. La tercera y última parte del informe (capítulos
4 a 7) presenta una discusión más amplia
de los resultados del trabajo para cada uno
de los usos significativos del agua. Al ser un
informe que se inserta dentro de un proceso de elaboración de política pública, se
echa en falta un capítulo que presente al
lector una síntesis de las principales conclusiones y recomendaciones que se pueden extraer de los trabajos7. También hubiera sido deseable contar con un glosario
que estableciera una terminología de referencia, así como una bibliografía que re-
mitiera al lector interesado a los informes,
estudios y publicaciones que han servido de
base para este trabajo.
Una lectura detallada del documento
permite extraer importantes observaciones que deberían informar las decisiones
relacionadas con la planificación y la gestión del agua y, muy en particular, la elaboración de los programas de medidas que
deben incluirse en los planes de cuenca.
Así por ejemplo, de la lectura del informe
se deduce que los análisis agregados de
los usos del agua en España no son útiles
para establecer medidas de gestión. Es necesario que los análisis, las medidas y las
propuestas de gestión se modulen de
acuerdo con las diferencias territoriales y
de otro tipo que se observan en todos los
sectores. En el caso del regadío, esta realidad ya se había puesto de manifiesto en el
pionero Inventario de Regadíos de Andalucía en 1999 (CAP-JA, 1999). El informe
que comentamos subraya la dualidad que
existe en España entre una agricultura extensiva de regadío en el interior, cuya rentabilidad ha estado fuertemente vinculada
a las ayudas europeas; y una agricultura intensiva, fundamentalmente en el litoral
mediterráneo de Almería, Granada o Murcia, donde el regadío permite alcanzar rentabilidades muy elevadas. A la hora de
plantear una política de recuperación de
costes en la agricultura, tal como requiere
la DMA, parece lógico que distintas reali-
7. Un avance de conclusiones y de sus implicaciones para la planificación y gestión del agua pueden encontrarse en las presentaciones que establecían el marco de debate para cada una de las sesiones del ciclo de debate arriba mencionado y que todavía están disponibles en la página web de la
Fundación Biodiversidad.
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Crítica de libros
dades socioeconómicas requieran tratamientos diferenciados.
El trabajo también nos invita a una revisión crítica de la realidad de la agricultura
de secano, señalando regiones como el viñedo en La Mancha o La Rioja o el olivar
andaluz, donde la agricultura de secano
puede alcanzar rentabilidades netas elevadas. Mientras que la rentabilidad del regadío es de media 4,4 veces superior a la del
secano, estas diferencias pueden variar entre el 1,1 en zonas de olivar y viñedo, hasta
rentabilidades del regadío 50 veces superior
al secano en zonas de agricultura intensiva
bajo plástico de Almería o Murcia. Dado
que el secano ocupa el 85 por cien de la superficie agraria y recibe menos ayudas que
el regadío, parecería lógico fomentar este
tipo de agricultura en aquellas regiones
donde los cultivos de secano alcancen rentabilidades significativas.
En cualquier caso, el informe subraya
que las políticas o planes que persigan incidir en el uso del agua en la agricultura se
encontrarán ante una situación de enorme
incertidumbre y cambio como resultado
de la evolución de la Política Agraria Común y la desvinculación de las ayudas respecto a la producción. En este sentido los
efectos de la globalización, la liberalización
comercial, los cambios en la política agraria y las nuevas demandas de productos
agrícolas como fuentes alternativas de energía, presentan una situación en la que es difícil hacer predicciones fundadas sobre la
evolución del sector.
El informe también permite concluir
que los problemas del uso del agua en España no son necesariamente problemas de
222
escasez del recurso, como con frecuencia se
argumenta, sino más bien, de modelo de
desarrollo territorial. El trabajo se publicó
con anterioridad al comienzo de la crisis
económica, pero su análisis arroja datos de
gran interés para entender la situación actual. Así por ejemplo, el informe destaca
que en la década 1991-2001 (el período de
referencia para el análisis) el número de viviendas principales en España creció a un
ritmo medio del 1,9 por cien anual, 4 veces
por encima del ritmo de crecimiento demográfico, de modo que la superficie urbanizada en España creció en un 30 por
cien en esa década y el parque de viviendas
creció a una tasa que –de haberse mantenido– podría duplicarlo cada veinte años.
Pero es que, además, el crecimiento urbanístico y poblacional se concentra en los
territorios con menor abundancia de recursos hídricos, tales como el litoral mediterráneo o Madrid, incrementando las presiones sobre unas regiones que ya están
sometidas a cierto grado de estrés hídrico.
Así, por ejemplo, en las cuencas del Segura,
Mediterráneas Andaluzas (Almería y Málaga) y las islas, el crecimiento del número
de viviendas principales en esa década superó el 2,5 o incluso el 3 por cien, muy por
encima de la media nacional, a las que habría que añadir las viviendas secundarias, el
40 por cien de las cuales se concentran en
el litoral.
El trabajo también analiza tanto la importancia económica como las presiones
que otros usos ejercen sobre nuestros ecosistemas acuáticos. Quizás sea destacable el
caso del turismo, que no demanda grandes
volúmenes de agua (aunque en lugares
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Crítica de libros
como Baleares puede representar hasta el
40% de todo el consumo para abastecimientos) pero cuya estacionalidad de la
demanda exige el sobredimensionamiento
de las redes de distribución y depuración,
con los consiguientes impactos ambientales y económicos. Por otro lado, la tendencia del sector hacia la diversificación de la
oferta turística para incluir ofertas complementarias altamente demandantes de
agua (campos de golf, parques temáticos,
etc.) con desarrollos urbanísticos extensivos
asociados, va a intensificar las presiones
existentes.
Otro uso de gran relevancia es la producción de energía eléctrica, tanto por los
impactos que genera sobre los ríos donde
se encuentran los embalses o pequeñas
centrales, como por el papel que juega dentro de la oferta energética nacional y de la
estrategia contra el cambio climático. La recuperación del buen estado ecológico de
nuestros ríos que exige la DMA puede requerir la alteración del régimen de explotación de los embalses hidroeléctricos para
la recuperación del régimen de caudales intentando minimizar los efectos sobre la
producción.
Sin duda El agua en la economía española es una referencia imprescindible para
cualquiera interesado en entender los factores que determinan la evolución de los
usos del agua en España, las presiones que
estos usos ejercen sobre nuestras aguas y las
motivaciones económicas que subyacen a
muchas de las decisiones políticas y administrativas en torno al agua. Sin embargo, es
importante recalcar, como hacen los autores a lo largo del documento, que este inHistoria Agraria, 52 Diciembre 2010 pp. 165-224
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forme «no debe considerarse un producto
final, sino que constituye el punto de partida necesario que sirve para identificar
cómo debe ser el sistema de información
económica que deberá actualizarse a medida que se disponga de mejores datos»
(p.4). Lamentablemente, desde la elaboración y difusión de estos informes, cuya información de base en gran medida data de
la década 1991-2001, no han vuelto a hacerse públicos otros estudios que complementen o actualicen la información que
aquí se presenta. Sería deseable que el esfuerzo de transparencia que caracterizó el
ciclo de debate «El agua en la economía española», donde se presentaron por primera
vez estos trabajos, fuera un primer paso en
un proceso en el que la información económica en relación con los usos del agua
sea periódicamente actualizada y puesta a
disposición del público interesado, de
modo que el papel del agua en la economía
se convierta en elemento esencial de los
procesos de toma de decisiones relacionados con el agua en nuestro país.
Nuria Hernández-Mora
Fundación Nueva Cultura del Agua
REFERENCIAS:
AGUILERA KLINK, F. (2007): La Nueva economía
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Crítica de libros
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pp. 165-224 Diciembre 2010 Historia Agraria, 52
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