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Editorial Han pasado algunos meses desde el editorial del número anterior que titulábamos El gobierno del shock. Señalábamos que las clases dominantes acortan distancias con el Estado, mientras la aumentan con las clases dominadas. En los últimos tres lustros (sobre todo en Europa con el Pacto de Estabilidad y Crecimiento y con el Pacto del Euro) dentro del bloque en el poder y de la propia fracción hegemónica del capital, el capital financiero, el capital bancario ha dado pasos determinantes para conquistar la hegemonía, desde el control de las conciencias y las conductas a través de las impresionantes corporaciones privadas (las industrias del entretenimiento, el cine, la televisión, la publicidad, la informática, los video juegos, etc.) hasta el control social (los innumerables, aunque menos conocidos servicios de seguridad privada, la privatización de la guerra, la tortura, e incluso el espionaje, etc.). El período de la política de los estados nacionales, tal y como lo conocíamos desde la revolución francesa, está llegando a su fin. Marx percibió síntomas de lo que hoy es norma al tratar de los «gobiernos técnicos», en los que se ocultaba la suspensión de la política para ceder ante la economía, representando la impotencia del poder político en un momento de transición. Si nos ceñíamos al caso de España para indicar que la lógica de las privatizaciones no se detiene en la organización de la sociedad, ni siquiera en la venta de empresas públicas y en la cesión al capital privado de la gestión de empresas públicas, sino que llega hasta el interior del propio gobierno, basta echar una ojeada al número de junio de Le monde diplomatique (nº 200) para comprobar abrumadoramente, con un repaso a las carteras ministeriales de Italia, Gran Bretaña, Holanda y Alemania, que no hay lugar a dudas de que la ocupación del estado por las empresas financieras y productivas con nombres y apellidos se ha producido. Las finanzas tienen rostro, se los puede ver desde hace tiempo en los pasillos del poder. Que se han apropiado de la capacidad de decisión sobre los asuntos fundamentales de nuestras vidas ya está fuera de duda. laberinto nº 36 / 2012 4 No está de más recordar, para los que todavía dudan, que como afirmamos en editoriales anteriores, desde el mismo comienzo de la crisis, ésta sería de larga duración, (confróntese especialmente el Editorial del nº 29 de Laberinto que encabezábamos como VUL). Pero hay que separar dos cuestiones que habitualmente aparecen mezcladas. Una cosa es la crisis, que es el real, que se remonta a los años 70 con la caída de la tasa de ganancia, la bajada de la productividad y los beneficios que hacen que la inversión en economía productiva no sea nada atractiva con el subsiguiente salto adelante hacia el ámbito financiero que ofrecía mejores perspectivas y una gama de productos que inventar. Los bancos alteran significativamente su papel: entramos en la época de la titularización e innovaciones financieras. Los ���� SPV ���� (Special Purpose Vehicles), MBS (Mortgage-Backed Securities), ABS (Asset-Backed Securities), CDS (Credit-Default Swaps), CDO (Collateralized Debt Obligations), etc. Las agencias calificadoras colaboraron con la orgía crediticia: el irresistible camino hacia el crack estaba en marcha. Pero esta historia ya se ha contado muchas veces (Aunque hay muchos que sin contar nada nuevo la repiten como si Hollywood no existiese). Para aquellos de nuestro lectores que quieran iniciarse en este asunto recomendamos un librito introductorio de 90 páginas VV.AA. Quiénes son los mercados y como nos gobiernan, Icaria, Barcelona, 2011. Pero decíamos que una cosa es la crisis y otra es la recomposición que el capitalismo está haciendo a través de ella. Y esto es lo que no quiere ver casi nadie. Cuando en el anterior editorial decíamos que el gobierno de Rajoy no era conservador porque intenta dinamitar el estado actual de cosas, es ridículo acusarlo de que pretende una vuelta atrás. Dinamitar el estado del bienestar no es un regreso al pasado sino un internamiento en un futuro que dependerá en gran medida de hasta qué punto las clases populares han sido atomizadas y anestesiadas con la ingente, generosa ayuda de la socialdemocracia. (Un solo ejemplo: pensemos en las competencias consagradas en la LOE , ¿es que nadie puede ver que son solidarias con todo lo que está pasando económica y socialmente?). Resulta sorprendente la intuición de Pasolini unas horas antes de ser asesinado, en su última entrevista, cuando se refirió a las virtualidades revolucionarias del capitalismo. Literalmente dijo: «El capitalismo es hoy en día el protagonista de una gran revolución interna: se está convirtiendo, revolucionariamente, en neocapitalismo. En contradicción con lo que decía antes, podría afirmar que la revolución neocapitalista se presenta como competidora de las fuerzas mundiales que van a la izquierda». ¡En 1975! En este sentido, debemos hacer la terrible constatación de que ante la pregunta esperanzada que lanzamos en el nº 30 de Laberinto de 2010: «¿Se volverá a levantar el horizonte internacionalista en Europa?», la respuesta que hasta ahora se ha planteado, después de dos años de lamentos, es negativa. Por doquier, lo único que se escucha a la izquierda (de encefalograma plano) con cacofonía rebosante de declaraciones, ruedas de prensa, llamadas a la cordura, recriminaciones vergonzantes, movilizaciones sindicales, etc., es esta letra que resumimos así: «Amo, con lo bien que nos hemos portado ¿por qué nos maltrata usted tanto?; si aceptamos que este es el único sistema posible ¿por qué es usted tan cruel con nosotros?». Incluidos los considerados con mayor respeto, los Juan Torres o Vicenç Navarro, y, la necesaria El Viejo Topo en su ‘sermón’ del nº 293 de junio; pide lo mismo que Maruja Torres: más democracia. ¿Qué comentar de la carta que encabeza Julio Anguita? Hay que constatar que Juan Torres acaba de dar un paso más: hacia «la desobediencia civil y sabotaje pacífico ». Bla, bla, bla. ¿Es que nos caímos de un guindo? Editorial Otra cuestión es el planteamiento de Pedro Montes de salir del euro. Es discutible y sería bueno discutirla por la claridad que puede llevar aparejada. Lo que sí hay que seguir con atención es el reciente debate Krugman-Keen. Hace dos años nos sorprendieron las noticias sobre un economista, del que sabemos muy poco, apenas traducido y sobre el que queremos llamar la atención, Steve Keen, (en la estela de Hyman Minsky) verdadero azote de lo que denomina «economía ptolemaica» con Krugman a la cabeza. En el debate no sólo quedan arrinconadas las versiones retóricas pasionales y morales de la crisis, sino que aborda el agujero negro de la ideología económica neoclásica que dice que la creación monetaria es monopolio del banco central, demostrando que la inversión es financiada –el crecimiento del crédito es un factor crucial macroeconómico- por la expansión de la oferta monetaria asociada al otorgamiento de crédito a empresas, expansión que es acompañada del aumento de endeudamiento, parafraseando a Alejandro Nadal. La inestabilidad fundamental de la economía capitalista se registra hacia arriba, hacia un frenesí especulativo. Keen plantea que hay similares principios subyacentes a los modelos DGSE (Equilibrio General Dinámico Estocástico –siglas en inglés-) que ahora dominan la teoría macroeconómica neoclásica con la astronomía tolemaica y que esos principios subyacentes son manifiestamente incapaces de describir el mundo real. Y que lo que hace Krugman, igual que Ptolomeo con el geocentrismo platónico-aristotélico, es afeitar con añadidos los principios neoclásicos para salvar las apariencias. Keen titula así uno de los apartados de su respuesta a Krugman «Ptolomeo y los walrasianos, hermanados por círculos». En la brevedad de sus seis páginas «Teoría económica ptolemaica en la era de Einstein: Krugman, el dinero y la banca» , réplica de Keen a la primera crítica de Krugman, no es sólo un texto genial sino un corte necesario para empezar a hablar en serio de lo que nos está pasando. Keen ya había concluido en diciembre de 2005 que una gran crisis se acercaba y explicó tres razones básicas por las que los «expertos» de la ideología económica dominante no podían verla venir: 1) porque creen que el sector privado es racional en todo lo que hace; 2) porque creen que el nivel de deuda privada (y su tasa de cambio) no tienen mayor significado macroeconómico: 3) porque deuda, dinero y el propio sistema financiero no desempeñan el menor papel en los modelos económicos neoclásicos convencionales. Pese a que Schumpeter mostró que la ley de Walras es falsa en una economía con crédito, el principio walrasiano que dice que para ser un comprador, uno tiene antes que encontrar un vendedor, está en los tuétanos de los economistas que dirigen el cotarro. Si al cerrar 2011, el total de la deuda externa española se acercaba a los 1,8 billones, y sólo un 16% era pública, parece no carecer de sentido que Keen titulase un artículo suyo «¡Es la deuda privada estúpidos! Por qué los economistas del sistema se equivocan siempre en sus diagnósticos y en sus pronósticos!». Tomando este título, podemos decir, sin miedo a equivocarnos, que la situación económica va a seguir deteriorándose (sin que podamos decir hasta dónde al cierre de este editorial) con el consiguiente empeoramiento de las condiciones de vida de las clases trabajadoras que no dejarán de ir a peor. Las consecuencias ya las estamos viendo: agudización de los enfrentamientos y de la lucha de clases de manera que están entrando en conflicto abierto, clases que hasta ahora se estaban mostrando pasivas. La cuestión clave entonces será: ¿Quién estará en condiciones de unificar todas estas luchas de manera que no se agoten en su aislamiento? A reflexionar sobre estas cuestiones y actuar en consecuencia llamamos a nuestros lectores.