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CAPITULO XXX Las fuerzas democráticas reunidas en sus foros globales debatían la supresión de determinados productos financieros que distorsionaban el mercado y avocaban a millares de seres a la pobreza. El poder de estos productos y servicios financieros era tan brutal que asustaba. La democracia se enfrentaba a una intrincada paradoja, eliminar todo un sector financiero. Ello implicaba no solo reducir la especulación y limitar al capital su capacidad de generar y acumular más capital, sino la eliminación de puestos de trabajo y un componente más del producto interior bruto de los países más desarrollados. La economía no podía ser, de forma deliberada y por decisión parlamentaria, limitada y reducida. Se provocaría una recesión mayor, bajo amenaza de depresión. Era impensable la adopción de medidas anticapitalistas y entorpecer la sinergia del mercado negando al sistema su propia esencia. La supresión del mercado de derivados, de las apuestas a corto y de los futuros significaría una contracción de la economía. Todos los partidos políticos tenían conocimiento de ello. Debían luchar por mantener su producto interior bruto, su capacidad financiera, su industria especulativa que, para su propia desgracia, les encaminaba irremediablemente a convertir a los estados en entes mendigantes. Las fuerzas democráticas gobernadas por el capital y por la deuda, debían resolver urgentemente dicha problemática, dar una solución factible y directa que permitiera remontar la delicada situación en la que se encontraba su modelo institucional. Como suele suceder en estos casos, apareció una mente brillante, un joven talento. Uno de aquellos que les erguía el miembro a los políticos y les secaba el sudor a los grandes magnates. El discurso de este joven fue corto y conclusivo. Les habló de la palabra “sustitución” y les explicó que cuando un sector económico, como en este caso el mercado especulativo, no podía ser eliminado, ni mantenido, debía ser sustituido. Tras una breve introducción les planteó una solución y les entregó un borrador promovido por los propietarios de las instituciones bancarias y de los fondos de inversión más influyentes. Los políticos acogieron la propuesta y felicitaron a tan brillante joven, que empezó a figurar en todos los medios de comunicación como el último gurú de la macroeconomía. El salvador, el artífice de un nuevo sistema. Se presentó a la población la matriz de un nuevo índice en el que todo humano estaría recogido, su deuda y su consumo. Este índice aportaría a los gobiernos los datos globales a partir de los cuales diseñarían sus programas económicos y políticos. Nadie quedaba fuera del sistema económico, el modelo capitalista se modernizaba y alcanzaba unas cotas de absoluto control económico para el bien de la humanidad. El descaro de las fuerzas políticas era osado.