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issn: 1576-0162
A Jesús Santamaría, in memoriam
El pasado 26 de agosto Jesús Santamaría falleció. Un desgraciado accidente
en el pirineo leridano acabó con sus días y con el sosiego de tenerlo entre
nosotros. Conocí a Jesús a mediados de la década de los noventa cuando
se dirigía a mi despacho en la Facultad de Económicas de la Universidad de
A Coruña para transmitirme su necesidad de un director para su tesis de
doctorado ya en marcha. Desde aquel día se fue fraguando entre los dos una
fuerte amistad en lo personal y una gran complicidad en el terreno académico.
Jesús era un profesional de la enseñanza de la economía que estaba más
pendiente de sus alumnos que de su currículo académico, más pendiente de
los avances en la economía como ciencia que de su carrera administrativa.
Lamentablemente, profesores así no abundan. Esta tensión creativa que tenía
Jesús lo fue convirtiendo, a lo largo de los años, en un profesor con una sólida
formación académica. Del Jesús profesor recuerdo charlas muy fructíferas
y que, por lo menos a mí, me resultaban muy formativas. Un día, viajando
en automóvil desde Huelva a Coruña, vía Valladolid, nos pasamos el tiempo
discutiendo sobre los modelos de crecimiento para llegar a la conclusión que
se necesitaba una teoría verdaderamente general que integrara los modelos
de crecimiento a corto plazo (basados casi todos ellos en la demanda), con los
modelos de crecimiento en el largo plazo, basados ya en la oferta (desarrollo
técnico, educación, salud, innovación, etc.). Fue un día inolvidable.
La semana anterior a su muerte Jesús había estado en mi casa. Llegó de
Valladolid a eso de las seis de la tarde. A las siete estábamos ya los dos en mi
despacho discutiendo sobre comercio internacional. Como resultado de aquella
discusión quedó una idea importante sobre mi mesa. Según Jesús, la teoría
moderna del comercio internacional tendría que abandonar la macroeconomía
para pasar a formar parte de la microeconomía. Sus argumentos iban en la
línea de que las decisiones de las empresas determinan las localizaciones
industriales, los flujos del comercio, los bienes que se comercian, los precios,
etc. Y en un contexto de este tipo, el comercio internacional no era más que un
capítulo adicional de la microeconomía. Nos dieron más allá de las doce de la
noche, en una sesión de trabajo totalmente improvisada, y que, al menos para
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mí, resultó absolutamente fructífera. Con Jesús, yo aprendía economía y él me
ayudaba a formarme como profesional. De aquella noche guardo un recuerdo:
unas notas manuscritas de Jesús explicando algunos pormenores del teorema
de Dixit Stiglitz y la competencia monopolística en el comercio internacional.
A parte de un cómplice en lo académico, Jesús era un amigo. Me fascinaba
con sus viajes a los destinos más recónditos. Hace un par de años había estado
en Georgia para escalar no sé muy bien qué montaña. Me comentaba que
al despertarse un día por la mañana, la carretera del hotel apareció llena de
soldados y tanques que impedían cualquier movimiento de las personas. Otro
día en Nepal tuvo que estar retenido unos días en el hotel porque la nieve
no dejaba salir a nadie. Era una persona generosa con su tiempo y con sus
conocimientos, y no solo con sus amigos: siempre tenía una sonrisa para todo
el mundo.
Julio G. Sequeiros Tizón
Vicepresidente de la SEM
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Jesús Santamaría: siempre estás
Jesús era mi compañero de trabajo y mi amigo. Ambas cosas son inseparables
y al hablar de él y de su trabajo hablo de forma subjetiva y no me importa.
Hablo del Jesús que yo conocía, que era diferente a los otros muchos Jesús
que otros conocían. Son muchos años compartiendo todo y tengo derecho
a ser subjetivo. Como dice mi hija es imposible “googlearle” a él sin que
aparezca yo y viceversa.
Jesús fue mi profesor en mi último año de carrera, allá por 1988; y empezamos
a trabajar juntos cuando volví de mi estancia en Estados Unidos en 1991.
Él estaba finalizando su tesis (cuya lectura por motivos ajenos se demoró
más de lo deseable), quería introducir los últimos avances del momento en
econometría que yo venía de aprender y me pidió ayuda. Ahí empezamos una
relación de trabajo de casi 20 años. Empezó como era Jesús, una persona que
siempre estaba buscando mejorar, tanto para la investigación como para la
docencia, mientras comprábamos las lechugas.
Sin grandes alharacas, Jesús pelos había elegido su oficio y ejercerlo dentro
del marco posible de la forma que a él le gustaba: cambió su docencia porque,
como respondió al preguntarle, para empezar no podía dar clases que le
aburrieran a él. Buen principio para una nueva metodología. Creo que de la
misma manera había elegido vivir su vida.
Jesús siempre decía a todo el mundo que era yo el que le “obligaba” a trabajar,
pero era mentira, una actitud modesta que yo nunca entendí. Como Jesús
era un viajero incansable y un amante de la montaña y aprovechaba todo su
tiempo libre para disfrutar lo que tanto le gustaba (haciéndolo falleció), yo
recuerdo sus correos electrónicos (y los tengo guardados) desde cualquier sitio
donde tenía Internet para decirme “Oye, que mientras estaba en tal sitio he
estado pensando que podíamos incorporar al trabajo que estamos haciendo
tal cosa y considerar tal variable…”.
Claro que era peor cuando un fin de semana no podía salir, entonces me
llamaba el domingo por la noche con el nuevo esquema y trabajo que había
estado pensando para quedar el lunes sin falta.
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En realidad, para mí Jesús tenía una capacidad intelectual que me asombraba.
Aprovechaba sus viajes para sus clases, para su trabajo en cooperación
internacional a la que se dedicaba aparte de su trabajo científico o como parte
(yo nunca lo distinguía) tanto en la ONG a la que pertenecía como en la Oficina
de Cooperación de la Universidad a la que dedicaba su tiempo.
Su gran preocupación era la distribución de la renta y la pobreza y siempre
la incluía en todos sus trabajos, y su firmeza intelectual nos guió durante
estos años, como puede verse en todas sus intervenciones en la Reuniones de
Economía Mundial.
Se dice que la medida de la grandeza de alguien está en sus amigos y en
sus enemigos, y en ese caso Jesús era realmente grande, pues logró muchos
y enormes amigos y, sus enemigos, a pesar de lo grandes que se creían,
demostraron ser muy pequeños (esto último es muy probable que Jesús no lo
hubiera dicho, pero yo no soy Jesús).
Ha muerto un hombre feliz, o lo más parecido a un hombre feliz que he
conocido últimamente. No un inconsciente, ni un optimista sin realidad, sino
alguien que sabía lo que había y había elegido, con la inteligencia que pocas
personas manejan, disfrutar de lo mejor y transformar lo que podía de lo que
no le gustaba, negociando su resistencia con lo imposible.
Julio Herrera Revuelta
Universidad de Valladolid