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Estudios Sociales
Universidad de Sonora
[email protected]
ISSN (Versión impresa): 0188-4557
MÉXICO
2005
Edgar Piña Ortiz
EL DESARROLLO SUSTENTABLE: APORTACIONES DE LA ESCUELA
AUSTRIACA DE ECONOMÍA
Estudios Sociales, enero-junio, año/vol. XIII, número 025
Universidad de Sonora
Hermosillo, México
pp. 142-161
Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C.
El desarrollo sustentable:
aportaciones de la
escuela austriaca de
economía
Edgar Piña Ortiz*
Fecha de recepción: 18 de julio de 2004.
Fecha de aceptación: 30 de noviembre de 2004.
* Profesor-Investigador del Centro de Estudios Superiores
del Estado de Sonora, A. C.
Correo electrónico: [email protected]
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Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C.
Resumen / Abstract
Se argumenta en este artículo que
Ludwig von Mises, miembro distinguido de la escuela austriaca de
economía, debe ser colocado como
precursor de la sustentabilidad del
desarrollo, aun cuando en su tiempo
el concepto no había emergido a la
literatura especializada.
Ya en 1949, este economista, autor de Acción humana, un tratado sobre economía, en el capítulo XXII de
dicha obra, “Los factores originales no
humanos de la producción”, examina
la teoría de la renta de David Ricardo,
a partir de la cual argumenta, desde
un punto de vista económico, sobre
la explotación de los recursos naturales y sobre el llamado “Mito de la
Tierra”. Así, con base en una visionaria e irrefutable percepción de la
agotabilidad de dichos recursos, Mises supera la concepción ricardiana
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This article argues that Ludwig von Mises, a distinguished member of the
Austrian School of Economics, should
be considered as a precursor of development sustainability, even though
during his time that concept had not
yet emerged in the specialized literature.
As early as 1949, in chapter XXII
related to “The Non-Human Original
Factors of Production”, of his book Human Action, A Treatise on Economics, this economist examines David
Ricardo’s theory of rent, and derives
arguments from an economic standpoint on the exploitation of natural resources and on the so-called “Mother
Earth” myth. Thus, based on a visionary and irrefutable perception of the
exhaustibility of such resources, Mises
overcomes the Ricardian conception
prevailing until then, in the sense that
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prevaleciente hasta entonces, consistente en que los poderes de la Tierra
eran originales e indestructibles.
En disenso de quienes opinan que
la ciencia económica es contraria a la
lógica de los procesos de la madre
naturaleza, en este trabajo se concluye que el desarrollo sustentable es
alcanzable mediante la acción organizada de la sociedad sobre los factores de la producción. Cualquier otra
racionalidad que se intente imprimir
al proceso, lo desvía de su viabilidad.
Palabras clave: desarrollo sustentable, factores de la producción,
escuela austriaca de economía.
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the powers of Earth were original and
indestructible.
In disagreement with those who
think that Economics is opposed to
Mother Nature logical processes, this
article concludes that sustainable development is reachable by means of
the society’s organized action over the
factors of production. Any other rationality intended to be imposed to the
process is a deviation from its viability.
Key words: sustainable development, factors of production, Austrian
School of Economics.
Volumen 13, número 25
Centro de Investigación en Alimentación y Desarrollo, A. C.
La ciencia económica tiene que ver con los problemas
fundamentales de la sociedad, concierne a todos
y se involucra en todo. Es el estudio principal
y más propio de todo ciudadano.
Ludwig von Mises
Introducción
T
anto en la literatura como en el discurso de buena
parte de los especialistas del ambiente prevalece la opinión de que la
racionalidad económica es contraria a los procesos espontáneos de la
naturaleza y existen aún los que –confundiendo los objetos de la ciencia
económica con los procesos de la economía en sí– llegan al extremo de
cuestionar los conocimientos de esta rama de las ciencias sociales, llamándola,
entre otras cosas, anquilosada, unidimensional, parcelaria, estrecha y opuesta
a la sabiduría de la naturaleza.1
La satanización de los procesos económicos es la que lleva a considerar a
la “capitalización de la naturaleza” como la causante de los grandes males del
ambiente, cuando, por el contrario, es este fenómeno lo que asegura su
conservación y lo mejora, en la misma forma y por las mismas razones por las
que un propietario cuida y repara su propia casa.
En este trabajo se parte de la premisa de que la Praxeología, ciencia de la
acción humana, y la Economía, no son de ninguna manera contrarias a la
naturaleza y al ambiente; que no están anquilosadas, no son unidimensionales
y que, por el contrario, pueden proveer fundadamente los marcos teóricos y
conceptuales que las diversas corrientes ambientalistas y ecologistas requieren
para llevar adelante el enfoque relativamente nuevo de la sustentabilidad.
1
Es prolífica la literatura dedicada a descalificar, bajo una variada perspectiva, a la ciencia económica
en general y al sistema de mercados en particular. Considérense las siguientes referencias: Hutton y
Giddens (2001), Saxe-Fernández y Petras (2001) y Leff (2002).
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Se sostiene en este artículo que, muchos años antes de que alguien diera
el grito de alerta sobre los riesgos ambientales, un destacado miembro de la
escuela austriaca de economía, Ludwig von Mises (1881-1973), en su brillante
y genial obra sobre la acción humana, publicada en 1949, ya había considerado
a la naturaleza como un factor de producción finito y destructible que debía
ser manejado en la misma forma y bajo similares criterios a los utilizados para
el resto de los factores que constituyen los procesos productivos (Mises, 1963).
Con el propósito de contextualizar esta aportación de Mises al análisis
económico, en este documento se revisan brevemente algunos antecedentes
de la escuela austriaca de economía y se proporciona una semblanza sobre el
autor aludido, para luego examinar el capítulo del libro La acción humana, un
tratado de economía, en el que Mises (1963) reflexiona sobre la naturaleza y
la producción económica y sobre el mito de la Madre Tierra.
La escuela austriaca de economía
Parece haber coincidencia entre los especialistas en que la escuela austriaca
de economía nació en el segundo tercio del siglo XIX, fundada en 1871 por Carl
Menger (1840-1921) con su libro Principios de economía política (1950), dando
origen a la revolución marginalista que continuó Eugen von Böhm Bawerk
(1851-1914) con su libro Karl Marx and the Close of his System (1949).
Carl Menger fue el fundador de la escuela austriaca de economía al haber
creado la teoría del valor y los precios que constituye el corazón de la misma.
También se distinguió por originar y aplicar consistentemente el método
praxeológico para la investigación teorética en economía. La preocupación
intelectual de Menger fue establecer una conexión causal entre los valores
subjetivos subyacentes en las decisiones de los consumidores y los precios
objetivos usados en los cálculos de los empresarios.
El mayor logro y la esencia de su revolución en la ciencia económica fue la
comprobación de que los precios son la manifestación objetiva de procesos
causales voluntariamente iniciados y dirigidos a la satisfacción de deseos
humanos. Por ello se considera que la teoría de los precios es el corazón de la
escuela austriaca de economía.
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Después de estudiar a David Hume, Adam Smith y David Ricardo, entre
otros clásicos, y junto a los escritos de sus contemporáneos Leon Walras y
Stanley Jevons, Menger estableció las bases subjetivas del valor económico y,
por primera vez, explicó la teoría de la utilidad marginal.
Con su libro Principios de economía política, publicado en 1871, estableció
las bases de la “revolución marginalista” en la historia de la ciencia económica.
Al igual que sus predecesores en la tradición liberal clásica, Menger fue un individualista metodológico que entendió la economía como la ciencia de la
elección individual.
De Eugen von Böhm-Bawerk se dice que estuvo en el lugar correcto en el
momento preciso para contribuir en forma importante al desarrollo de la escuela
austriaca. El primer volumen de su libro Capital e interés (1959), titulado “Historia y crítica de las teorías del interés”, publicado en 1884, es una investigación
exhaustiva de los tratamientos alternativos dados al fenómeno de la tasa de
interés.
Sin embargo, lo más significativo de este trabajo es la crítica devastadora
a la teoría de la explotación, tal como la expusieron Carlos Marx y sus seguidores.
Para Böhm-Bawerk, los capitalistas no explotan a los trabajadores, sino que
los emplean y les pagan un salario anticipadamente sobre la ganancia del
producto que ellos ayudan a producir.
Posteriormente, en el libro Karl Marx and the Close of His System (1949),
estableció que la cuestión de la distribución del ingreso entre los factores de
la producción es fundamentalmente un asunto de la economía más que de la
política.
Como ahora todos podemos apreciar, el siglo pasado se distinguió porque
el marxismo, el keynesianismo y el autoritarismo se impusieron en buena
parte del mundo. Los hechos históricos así lo demuestran. Algunos de ellos
bastan para no abundar sobre esta declaración. Las revoluciones de Mao Dze
Dong en China (1905), la mexicana (1910), la rusa (1917) y la cubana (1959),
fueron todas ellas –con las naturales diferencias de tiempo, circunstancias y
actores– expresión del triunfo del colectivismo en los respectivos países,
mientras que el proteccionismo, los monopolios y oligopolios, lamentablemente
aún presentes en nuestra realidad, son prueba del predominio estatista en
América Latina.
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Incluso países que se han distinguido por su respeto a los derechos humanos y a la libertad de los individuos, como lo son Estados Unidos, Inglaterra y
algunos del norte de Europa, aunque no se declaran socialistas y se alinean en
el hemisferio ideológico del mundo libre, se han hecho partidarios, en diversas
épocas de su historia, de la intervención estatal a distintos niveles en la vida
económica, política y social de sus naciones.
En este ambiente global, sólo los austriacos encabezados por Ludwig von
Mises, con obras como Socialismo: un análisis económico y sociológico (1981)
y Human Action, a Treatise on Economics (1963), que data de 1949, y Friedrich
von Hayek (1889-1992) con The Road to Serfdom (1944), advirtieron que los
sistemas comunistas, socialistas, fascistas y nazis tendrían que fracasar porque
todos ellos se basan en la eliminación de la propiedad privada, de las libertades
económicas y en la abolición del mercado. Tarde o temprano, las estructuras
autoritarias donde el gobierno se transforma en el amo y señor de la economía
tienen que caer, llevando toda clase de perjuicios a la sociedad.
La razón del fracaso radica en que ningún aparato burocrático –aun cuando
esté formado por hombres brillantes, doctos y honestos– es capaz de asimilar
la información de los gustos, preferencias, anhelos y necesidades de la gente.
Todos los sistemas autoritarios pretenden manejar la economía como si un
país fuera una sola empresa, encabezada por un grupo, una familia o un líder.
Los gobiernos socialistas o nazis organizan la producción a través de monopolios encabezados por un burócrata que debe obedecer órdenes centrales.
Naturalmente, se genera una enorme descoordinación que conduce a aumentar
sin límites la burocracia de cada unidad productiva; la producción es poco diversa y onerosa, se genera el derroche de recursos y, sobre todo, se desperdicia
el talento de millones de personas.
El caos que genera el estatismo llega a ser de tal magnitud que no hay
fuerza humana que lo corrija, y el sistema se colapsa (Hayek, 1944; Mises,
1963 y 1981). Las desafortunadas experiencias vividas en nuestro país durante la última parte del siglo veinte son prueba de la validez de esta afirmación.
(Bueno, 1971; Kate y Wallace, 1980; Kessel, 1995 y Reynolds, 1977).
Estas ideas defendidas por los economistas de la escuela austriaca nunca
fueron del gusto de los gobernantes. Muchos de ellos se creían con conocimientos y poderes sobrenaturales y no estaban dispuestos a escuchar a los
teóricos. Por el contrario, autores como John Maynard Keynes (1957), Vladimir
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I. Lenin (1966), Oscar Lange (1970), Paul Baran (1966) y Gunnar Myrdal (1990),
llegaron a ser muy apreciados por la academia y los hombres del poder porque
justificaban desde el punto de vista teórico el porqué el Estado debía ejercer el
control de la economía.
A los pensadores austriacos, en cambio, se les aisló, se les persiguió y se
les condenó al olvido. Sólo a finales del siglo XX, cuando las crisis económicas
derivadas de las recetas marxistas y keynesianas provocaron las peores crisis
económicas de la historia humana, el mundo empieza a voltear hacia los pensadores liberales.
El resurgimiento de las teorías del libre mercado y de la función estatal limitada no ha estado exento de la grave dificultad que implica la pesada carga
filosófica y metodológica del marxismo y el estatismo, presente en la ideología
de los políticos, gobernantes y empresarios que toman las decisiones políticas
que afectan la economía y la sociedad de nuestros días.
En perspectiva, sin embargo, parece haber mejores expectativas en modelos que alienten las fuerzas del mercado y no en los que descansan en la
intromisión y crecimiento del aparato de gobierno. De ahí la pertinencia de
justipreciar las aportaciones de los liberales al análisis económico, como es
sin duda el caso de la escuela austriaca al desarrollo sustentable.
¿Quién fue Ludwig von Mises?
Como se dice en uno de los sitios de internet dedicados a promover las obras
de la escuela austriaca,2 cuando Ludwig Heinrich Edler von Mises murió en la
ciudad de Nueva York en 1973, a la edad de 92 años; no hubo obituarios de
primera plana en los diarios de la ciudad. Sin embargo, los creyentes en la
libertad y la economía de mercado supieron que un gigante había caído.
Mises nació en 1881 en Lemberg –ciudad en ese entonces perteneciente
al imperio Austro-Húngaro–, hijo de un exitoso ingeniero. A la edad de 19
años ingresó a la Universidad de Viena y obtuvo su doctorado en leyes a la
edad de 27.
De entre su prolífica obra sobre teoría monetaria y crédito, epistemología
y metodología económica, permítaseme destacar por ahora su libro titulado
2
www.mises.org/mises.asp
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Socialism: An Economic and Sociological Analysis (1981), escrito en 1922 en
plena materialización del fantasma comunista en Europa.
Desapercibido e incomprendido en su tiempo, este libro es reconocido
ahora como un clásico donde Mises predijo el rotundo fracaso del experimento
comunista. Él argumentó que el socialismo no podía funcionar en una economía
industrial porque no habría un mercado de capitales y en consecuencia no
existiría un sistema de precios para calcular pérdidas y ganancias.
El resultado, dijo, será el caos y el estancamiento. En la misma forma
mostró que las economías mixtas no pueden funcionar eficientemente debido
a que los impuestos, las regulaciones y el gasto público distorsionan el sistema
de precios y la asignación de recursos en su búsqueda de la máxima redituabilidad.
En oposición a las filosofías colectivistas, Mises presenta una persuasiva
defensa del mercado no obstaculizado como estructura conductora de procesos
virtuosos de crecimiento de la economía. En la misma obra, el autor entiende
a la sociedad humana como un producto de la conducta deliberada y consciente
de los individuos, de la cooperación y la acción concertada entre ellos.
La sociedad, dice, es la estructura mediadora entre el individuo y el Estado,
y la cooperación social descansa sobre la desigualdad humana, la división del
trabajo y las jerarquías institucionales (Mises, 1963: 143).
No satisfecho de trabajar en las áreas de la ciencia económica, historia y
sociología, Mises también se dedicó a reconstruir metodologías y los fundamentos de la economía. En su tiempo, la disciplina económica estaba cayendo
en el convencimiento del institucionalismo y el positivismo. El primero niega
la ciencia económica, mientras que el segundo no distingue entre las ciencias
físicas y las sociales.
La gran respuesta de Mises a esta situación fue la Praxeología, la ciencia
de la acción humana, la cual ve a cada actor económico individual como sujeto
que tiene sus propios propósitos y metas. Mises apreció el positivismo como
especialmente peligroso, no sólo por ser científicamente inválido, sino porque
trata a las personas como objetos inanimados que pueden ser manipulados a
voluntad, lo que les da a los “ingenieros sociales” el marco perfecto para justificar sus actividades.
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La sustentabilidad de la escuela austriaca
Un análisis precursor de la sustentabilidad que debe caracterizar a la actividad
económica de acuerdo a los enfoques recientes3, lo encontramos en el capítulo
XXII de la obra máxima de Mises, Acción humana… (1963), “Los factores originales no humanos de la producción”. Publicado por primera vez en 1949 por
la Yale University, en este libro Mises analiza la teoría de la renta de David Ricardo (1821), a partir de la cual argumenta, desde un punto de vista económico,
sobre la explotación de los recursos naturales y sobre el llamado “Mito de la
Tierra”, basado en una visionaria e irrefutable percepción de la agotabilidad
de dichos recursos, con lo cual mejora la concepción ricardiana prevaleciente
hasta entonces de que los poderes de la Tierra eran originales e indestructibles.
La naturaleza y la producción
Mises inicia su análisis con algunas observaciones generales concernientes a
la teoría de la renta de los factores de producción. Dice que, en el marco de la
economía ricardiana, la idea de la renta constituye claramente un intento de
enfocar este tipo de aspectos con lo que hoy conocemos como análisis de la
utilidad marginal. La teoría de Ricardo –escribe el economista austriaco– luce
más bien insatisfactoria, si se juzga con el conocimiento disponible hoy en
día, ya que el método de la teoría subjetiva del valor es, con mucho, superior
al de la teoría de la renta de los factores. No hay razón, señala, para que la
historia del pensamiento económico se avergüence de la teoría de la renta de
Ricardo, ya que sobre ella se construyeron los cimientos de las nuevas
concepciones. El hecho de que tierras de distinta calidad y fertilidad rindan
diferente utilidad por unidad de insumo, no es ningún problema de entendimiento actual, ya que la generación de renta de los recursos naturales
cae dentro del mismo tipo de análisis para los otros factores de la producción
(Mises, 1963: 635).
Son abundantes los escritos que discuten en torno a los nuevos paradigmas del desarrollo
sustentable. Véase al respecto a Max Neef y otros (1980), Sen (2000) y Wong González (2001).
3
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La teoría moderna del valor y los precios, dice Mises, no está basada en la
clasificación de los factores de la producción como la tierra, el trabajo y el capital, sino en la distinción fundamental entre mercancías de un orden mayor o
menor; es decir, entre bienes para la producción o para el consumo. Cuando
se clasifican los factores de la producción como originales de la naturaleza y
producidos por el hombre, y luego todavía se clasifican los primeros como
humanos (trabajo) y no humanos (recursos naturales) y los segundos, los producidos, como intermedios y de capital, no se rompe la uniformidad del razonamiento concerniente a la determinación de los precios de los factores de la
producción. “El hecho de que diferentes rendimientos generados por los factores de la producción sean valorados, apreciados y tratados en forma diferencial,
sólo puede asombrar a las personas que no distinguen las diferencias en servicialidad de dichos factores.” (Mises, 1963: 636).
A ningún agricultor –recuerda Mises– le asombra que un comprador esté
dispuesto a pagar más por una tierra fértil que por una que no lo es. La única
razón por la cual los primeros economistas estaban intrigados por este hecho
empírico es que ellos usaban el concepto general de tierra sin distinguir entre
diferentes productividades.
El gran mérito de David Ricardo –continúa explicando Mises– fue su conocimiento de que la tierra marginal no produce ningún rendimiento. De este
concepto al principio de la teoría subjetiva del valor sólo hay un paso. Sin
embargo, cegados por la noción del “costo real”, ninguno de los economistas
clásicos ni sus seguidores dieron este paso. Para sustanciar este argumento,
el autor de Acción humana… toma el ejemplo de los vinos en Europa. Así, se
pregunta por qué el precio de un borgoña es mayor que el de un chianti de
Toscania. “No es porque los viñedos de Borgoña se coticen más alto que los de
Toscania, sino al revés: la preferencia del consumidor asigna más valor al borgoña que al chianti, y es eso lo que aumenta el valor de la tierra en Borgoña.”
(Mises, 1963: 637).
Así, el error de la economía clásica, de acuerdo a la argumentación de
este autor, fue que asignó a la tierra un lugar distinto en el esquema teórico,
mientras que ahora la tierra, en el sentido de los recursos naturales, es un
factor de producción que se somete a las mismas leyes que determinan la
formación de precios de los otros factores.
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El primer punto de la enseñanza de la economía concerniente a la tierra
es, dice Mises, la distinción entre dos clases de factores originales de la producción: humanos y no humanos. Tratándose del problema económico del
valor del factor original no humano; esto es, los poderes de la tierra –los recursos
naturales–, el analista deberá hacer una clara distinción para separar el punto
de vista cosmológico del praxeológico.4
La primera reflexión de Mises sobre la teoría cosmológica, según esta
concepción, prevaleciente todavía a mediados del siglo XX –tiempo en que se
publicó por primera vez su libro–, es que la acción del hombre no alcanzaría a
afectar los poderes de la tierra, o que el daño, en el peor de los casos, sería de
poca importancia en la esfera de la acción humana. Era claro que todavía entonces se actuaba en el convencimiento de que los recursos naturales, excepto
los no renovables, se regeneraban por sí mismos periódicamente.5 Frente a
esta concepción, Mises advierte: “Eso de la auto-recuperación de los recursos
naturales ante el efecto de la acción humana está por verse, ya que es posible
que el uso humano de la tierra sea en tal forma devastador que los procesos
de regeneración de sus poderes productivos sean tan lentos que requieran
largos períodos o, lo que es peor, que se destruyan y que sólo puedan ser restaurados mediante un uso considerable de capital y trabajo” (Mises, 1963: 638).
Es aquí donde nuestro autor se coloca en la línea del tiempo como el primer filósofo, praxeológo y economista que trata científicamente el problema
de la necesidad de dar sustentabilidad al desarrollo, cuando aún este concepto
en su tiempo no se utilizaba.
Más adelante, Mises, continuando con su argumento, dice que, tratándose
de los recursos naturales, el hombre tiene para escoger entre varios métodos
–diferentes unos de otros– con relación a la preservación y regeneración de su
poder productivo. No menos que en cualquier otra rama de la producción, el
factor tiempo entra también en las actividades de explotación de la tierra: caza
4
Mises da al término “cosmológic” el significado de que los eventos cósmicos tienen un sentido
de permanencia y conservación de la masa y la energía. “Praxeología”, por su parte, es el estudio de la
acción humana tal como la concibió nuestro autor: como una ciencia más general que la economía, no
obstante el mayor desarrollo alcanzado por esta última. Para una argumentación sobre estos términos
y sus precisos significados, véase la introducción de Acción humana... (1963).
5
De acuerdo con los antecedentes disponibles, el primer grito de alerta sobre la destrucción del
ambiente fue dado en 1962 por Rachel Carlson en su libro La primavera silenciosa (2002).
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pesca, ganadería, agricultura, silvicultura y utilización del agua. Aquí también
el hombre debe escoger entre la satisfacción inmediata o futura, de acuerdo a
los prerrequisitos6 de la acción humana, tal como se explica en el capítulo 1 de
la primera parte de Acción humana (Mises, 1963: 35).
Existen condicionantes institucionales –agrega Mises–; es decir, generadas
por la sociedad, que causan que las personas prefieran la satisfacción de necesidades en el futuro cercano y no en futuros distantes. Si los recursos naturales, por un lado, no son propiedad de individuos concretos, y por otro, son
concesionados como privilegios especiales a ciertos otros individuos, entonces
éstos son libres de hacer uso temporal de ellos para su propio beneficio, sin
ningún compromiso de pago para el futuro.
Lo mismo sucede cuando el propietario, cuando existe, vive con la expectativa de ser expropiado de un momento a otro. En ambos casos, los actores
actúan exclusivamente en el intento de exprimir tanto como sea posible para
su beneficio inmediato, sin interesarse por el futuro. Ellos no consideran las
consecuencias de los métodos de aprovechamiento utilizados en su acción. El
mañana no cuenta para los no propietarios. Las consecuencias de esto son
visibles en los casos del agua, la caza, la pesca, la madera y muchos otros
ejemplos de explotación de los recursos naturales.7
Examen aparte merecen, a nuestro juicio, los casos de propiedad comunal
en los que la organización lograda por los miembros del grupo facilita el
aprovechamiento de los recursos naturales sin deteriorar sus propiedades y
sin sacrificar a las generaciones futuras. En todo caso, lo interesante de estas
experiencias sería el análisis de las motivaciones o restricciones que dicha
organización implica para sus miembros, lo cual se aleja de los propósitos de
este artículo.
Desde el punto de vista de las ciencias naturales, afirma Mises, el mantenimiento de los bienes de capital y la conservación de la naturaleza pertenecen
6
La acción del hombre se da condicionada por tres requisitos: primero, un estado de insatisfacción;
segundo, la imagen de un estado más satisfactorio y, tercero, la expectativa razonable de que la acción
desarrollada logre el cambio deseado.
7
Comprobación empírica de esta argumentación son los casos de la agricultura y ganadería de
Sonora, donde la tierra, el agua y la vegetación fueron repartidas por el gobierno a propietarios y ejidatarios bajo formas legales que propiciaron la falta de aprecio al recurso natural, lo cual vino a resultar
–lo cual continúa sucediendo– en el ensalitramiento de decenas de miles de hectáreas en los valles y la
deforestación y erosión de millones de hectáreas de agostadero en el piedemonte y la sierra del estado
(Moreno, 1992; Wong, 1997).
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a dos categorías completamente diferentes. Agrega que, cuando se trata de
los bienes de capital, el productor se preocupa por reponerlos, si no quiere
acabárselos en el proceso productivo. Pero cuando se trata de la naturaleza, el
hombre actúa como si fuera eterna. Tal actitud sólo tenía sentido bajo la
concepción cosmológica superada por Mises, misma que en la actualidad luce
completamente fuera de toda lógica.
Sin embargo, para la Praxeología lo mismo se consumen los factores creados por el hombre que los de la naturaleza, respecto a los cuales “los actores
deben optar entre seleccionar procesos de producción que rindan mayores
beneficios ahora a expensas del futuro –aún cuando éste sea el de la aniquilación–, o sacrificar ahora la ganancia para asegurar la conservación del recurso” (Mises, 1963: 640). Los economistas de ahora, concluyó Mises en su
tiempo, a diferencia de los de la época de Ricardo, deben valorar en la misma
forma los factores creados por la acción humana y los originados en la naturaleza.
El mito de la Madre Tierra
Con un sentido de asombrosa actualidad, el fundador de la Praxeología se refiere a los románticos8 que se autonombran defensores de la madre natura.
Ellos, dijo, condenan las teorías económicas concernientes a la tierra por su
reducida mentalidad utilitaria. Según los románticos, los economistas miran a
los recursos naturales desde el punto de vista del despiadado especulador
que degrada los valores eternos a términos de dinero y ganancia. La naturaleza,
sin embargo –dicen ellos– es mucho más que un factor de producción. Es, por
el contrario, la fuente inagotable de vida y energía humana. La agricultura no
es simplemente una rama de la producción entre otras, sino la única natural y
respetable actividad del hombre, la única que dignifica la existencia humana.
8
Se conoce como romanticismo al movimiento filosófico, literario y artístico que a comienzos del
siglo XIX creó una estética basada en el rompimiento con la disciplina y reglas del clasicismo y el academicismo. El subjetivismo romántico produjo un intenso cultivo de la lírica, una valoración creciente del
paisaje, un gusto retrospectivo por las cosas de la edad media y un amor a lo folklórico y local. Schiller,
Byron, Rousseau (precursor del siglo anterior), Lamartine, Chateaubriand. Hugo, Pushkin, Emerson y
Melville, son algunos apellidos de la larga lista de románticos.
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Es malévolo, en consecuencia, tratarla como el factor al que hay que exprimir para sacarle el mayor beneficio. La naturaleza –continúan argumentando
los románticos– no sólo provee los frutos que nutren nuestro cuerpo, sino
que, primero que todo, produce las fuerzas morales y espirituales de la civilización. “Las ciudades, las industrias y el comercio son fenómenos de depravación y decadencia; su existencia es parasitaria y son actividades que destruyen
lo que el cultivador debe crear una y otra vez” (Mises, 1963: 644).
Ante este discurso romántico, dice Mises que, hace miles de años, cuando
los antiguos pescadores y cazadores empezaron a cultivar la tierra, la nostalgia romántica era desconocida. Pero si los románticos hubieran vivido en esas
épocas, ellos hubieran elogiado los altos valores morales de la caza y la pesca
y habrían estigmatizado al cultivo de la tierra como un fenómeno de depravación. Ellos habrían reprochado al productor agrícola por explotar la tierra
que los dioses dieran al hombre como campos de cacería y recolección. Pero
en las eras prerrománticas nadie consideraba a la naturaleza como algo más
que una fuente de bienestar humano, un medio de vida.
Los ritos mágicos y las costumbres concernientes a la naturaleza –continúa
el economista austriaco– estaban dirigidos nada más que al mejoramiento de
la fertilidad y al incremento de los frutos cosechables. Aquella gente no buscaba
la “unión mística” con los poderes misteriosos y fuerzas ocultas de la tierra;
todo lo que ellos querían era más y mejores frutos. Ellos acudían a rituales
mágicos y abjuraciones porque en su opinión ese era el método más eficiente
de obtener los fines buscados. Son sus sofisticados descendientes, opinó Mises,
quienes yerran al interpretar aquellas ceremonias con un punto de vista idealístico.
Un campesino de la vida real no se da el lujo de extasiarse con plegarias a
la tierra y sus poderes misteriosos. Para él la naturaleza es un factor de producción, no un objeto de emociones sentimentales. Él quisiera más y mejores
recursos naturales porque anhela incrementar y mejorar su nivel de vida. “Los
agricultores compran y venden tierras; las hipotecan y las arriesgan, porque
ellos producen y venden cosechas y por lo mismo se indignan cuando los precios de sus productos no se venden de acuerdo a sus expectativas” (Mises,
1963: 645).
Continuando con su argumentación sobre el mito político de la Madre
Tierra, nuestro autor dice que el amor a la naturaleza y la apreciación del pai156
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saje eran en cierta forma diferentes en la población rural. Fueron los habitantes
urbanos quienes empezaron a valorar a la naturaleza en forma distinta a como
los granjeros la entendían. Mientras que los pobladores del campo aprecian la
naturaleza desde el punto de vista de su productividad para la agricultura, la
ganadería, la caza y la silvicultura, para los residentes en las ciudades el paisaje
merece apreciarse con fines artísticos, de descanso y contemplación. Desde
tiempo inmemorial, recuerda Mises, las rocas y glaciares de los Alpes fueron
sólo un desperdicio de tierra a los ojos de los montañeses, y fue cuando los
citadinos se aventuraron a escalar los picos y llevaron dinero a los valles cuando
los nativos cambiaron su punto de vista. Los primeros montañistas y esquiadores fueron ridiculizados por los granjeros hasta que éstos se percataron que
podían obtener ganancias de la excentricidad de los visitantes.
No fueron pastores, sigue diciendo Mises, sino sofisticados aristócratas y
habitantes urbanos los autores de la poesía bucólica. Dafnis y Cloe9 son creaciones fantasiosas alejadas de la ruda realidad rural y no menos extraño a la
naturaleza es el moderno mito político de la Madre Tierra. “Este mito no emergió
del musgo de los bosques y de la hierba de los campos, sino de los pavimentos
de las ciudades y de las alfombras de los salones. Los agricultores de ahora se
adhieren a la moda porque es una forma práctica de obtener consideración
política y de aumentar los precios de sus productos”, escribió este autor (Mises,
1963: 645).
En nuestra época, esta corriente romántica de pensamiento sigue estando
bien representada, como puede comprobarse con la lectura de los textos mencionados en el pie de página número 1 de este artículo. Nuestra posición al
respecto es que esta tendencia tradicionalista tiene, sin lugar a dudas, un
espacio importante en los medios académicos y políticos, de forma tal que
sus propuestas sobre cultura ecológica, justicia étnica, conservación de valores
y saberes consuetudinarios, y otros aspectos, están siendo considerados seriamente en el diseño de las políticas ambientales.
9
Célebre novela pastoril escrita en el siglo iv por Longo.
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Conclusiones
Los economistas clásicos del siglo XVIII fundaron las bases de la ciencia económica imbuidos del conocimiento prevaleciente en su época, consistente en
que la energía no se consume, sólo se transforma y que, en consecuencia, los
poderes de la tierra; esto es, los recursos naturales, al ser inagotables, jugaban
un papel distinto a los otros factores de la producción.
Fue David Ricardo quien, al estudiar la renta de los factores de la producción, estuvo a punto de descubrir el concepto de productividad marginal
de la tierra, con lo cual hubiera estado en condición de considerar a los recursos
naturales como un factor de producción finito y vulnerable.
Ludwig von Mises, de acuerdo con esta investigación, es el primer economista que, al colocar a la naturaleza como factor de producción agotable y
susceptible de deterioro, se sitúa como uno de los primeros en advertir la
necesidad de que el crecimiento productivo tenga el carácter de sustentable;
esto es, que el empresario, ante los recursos naturales, tenga la opción económica implícita en los otros factores de la producción –trabajo y capital–, que
consiste en sacrificar o no su uso presente en previsión de un potencial uso
futuro.
El desarrollo económico con sentido humano, sustentable, democrático,
equitativo socialmente, sectorial y regionalmente balanceado, es un problema
primordial de la Praxeología y la Economía, las cuales encuentran en la ciencia
política, la ecología, sociología, psicología, antropología y otras disciplinas,
un apoyo indispensable en su búsqueda de soluciones dentro de la complejidad
del tema.
Enfocar demasiado la atención y los esfuerzos de la investigación, la academia y la acción pública hacia debates y teorías sobre un mundo idealizado y
cuya existencia pasada o presente es difícilmente comprobable, sólo contribuye
a complicar una problemática de por sí polémica.
Las visiones románticas e idealistas de una sociedad primitiva en armonía
con la naturaleza, alejada de la tecnología y de las relaciones de intercambio
del mercado, no son congruentes con la realidad de nuestra época.
No hay duda de que lo que la población de un país, una región o una localidad desea, es contar con alimentos, empleo, ingreso, salud, vivienda, educación y servicios para el bienestar material y moral, y sólo una vez logrado lo
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anterior, excepcionalmente buscará satisfacer inclinaciones místicas conectadas
con la naturaleza y los saberes ancestrales.
Por supuesto que los casos de supervivencia cultural existentes en nuestros
días, encarnados en grupos indígenas, merecen el respeto a su diversidad y a
sus creencias, así como la igualdad ante la ley, exactamente por las mismas
razones y en la misma forma que cualquier otro grupo humano contemporáneo.
El desarrollo sustentable es alcanzable mediante la acción organizada de
la sociedad sobre los factores de la producción. Cualquier otra racionalidad
que se le intente imprimir al proceso lo desvía de su viabilidad. Las características complementarias que se le señalen al proceso, ya sean que se trate
de la equidad social, el equilibrio regional, la igualdad de género, la justicia
étnica, la conservación del patrimonio cultural, la solidaridad con grupos en
desventaja o cualquier otro, deberá de integrarse sinérgicamente a los procesos
productivos generados por una economía de mercado, libre de ataduras intervencionistas y barreras artificiales.
Finalmente, digamos que cualquiera que sea el enfoque con el que se
quiera abordar la problemática del desarrollo, el interesado encontrará en la
Praxelogía y en la Economía insustituibles herramientas de conocimiento. Considérese al respecto que la primera es el estudio de la acción humana y la segunda es la que estudia los fenómenos de la producción, el empleo, el ingreso
y el bienestar; el ingreso y el bienestar de todos, incluyendo a los que no creen
o no desean saber de dichas ciencias.
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