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El trabajo y la ética del cuidado
Prólogo
E
n momentos en los cuales América Latina se
enfrenta a lo que han denominado los optimistas
como «La década de la Región», se abre, por parte de
los pesimistas y de los realistas, un debate sobre el
tipo de desarrollo latinoamericano. No obstante tener
un crecimiento económico dinámico y haber
manejado mejor la crisis mundial, después de Asia,
no ha logrado superar sus profundas desigualdades
sociales. Colombia no puede estar alejada de este
debate porque, aunque crece, lo hace por debajo de
los niveles de la región y sus condiciones de
desigualdad, pobreza, desempleo e informalidad, se
encuentran entre las peores de América Latina.
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El trabajo y la ética del cuidado
Es el momento, tanto en la región como
particularmente
en
Colombia,
de
participar
activamente en este debate, para incluir elementos
críticos que pueden encausar el desarrollo por sendas
diferentes a aquéllas que han predominado. En ese
contexto, la equidad de género es crucial porque se
trata, nada menos, que de considerar la posibilidad
de reducir y, ojalá, eliminar todas las causas que
llevan al 51% de la población a una posición más
injusta en estas sociedades. No debe sorprender,
entonces, el auge que ha tomado en muchos países de
América Latina, y en este país, el debate sobre la
economía del cuidado. Colombia aprobó, en
noviembre del año anterior (2010), la Ley 1413, la
primera de América Latina «por medio de la cual se
regula la inclusión de la economía del cuidado en el
Sistema de Cuentas Nacionales con el objeto de medir
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El trabajo y la ética del cuidado
la contribución de la mujer al desarrollo económico y
social del país y como herramienta fundamental para
la definición e implementación de políticas
públicas»1.
Se ha hecho evidente en esta parte del mundo, y
probablemente en otras economías emergentes donde
el Estado de bienestar nunca llegó a plenitud, que el
cuidado como tal desapareció de las agendas de los
países. Le eliminó esta responsabilidad al Estado,
dejando en los hombros de las mujeres,
prioritariamente, un trabajo esencial para la sociedad
en todos sus niveles, pero invisibilizado, no valorado y
calificado como simplemente reproductivo, para
diferenciarlo del que realizan mayoritariamente los
hombres, y denominado como productivo. Pero las
mujeres en siglo XXI, que han entrado masivamente a
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El trabajo y la ética del cuidado
los mercados laborales, donde se remunera la
actividad pero en condiciones precarias, han visto
crecer «la carga de trabajo», que suma las
actividades no remuneradas dentro del hogar con las
remuneradas en el mercado laboral. Ha llegado
entonces el momento de medir las diversas
contribuciones que ese trabajo reproductivo hace a la
economía y a la sociedad en general. Solo así se
logrará distribuirlo entre el mercado, el Estado, y
otros miembros de la familia y de la comunidad, a
través de políticas públicas. Muchas consecuencias se
desprenderán de esta nueva línea de políticas, siendo
probablemente una de las más importantes la mayor
flexibilidad de roles entre hombres y mujeres; punto
fundamental para avanzar en la equidad de género.
Y, desde el punto de vista económico, la economía
del cuidado se identifica como responsable de las
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El trabajo y la ética del cuidado
grandes diferencias en las tasas de participación en el
mercado de trabajo entre hombres y mujeres, que en
Colombia es de 25 puntos porcentuales2. Si, gracias a
la distribución de la economía del cuidado, entre
distintos actores, se incrementa la actividad
productiva de las mujeres, esta estrategia será, para
muchos, el dinamizador que faltaba para impulsar un
crecimiento más alto y más igualitario, no solo en los
países emergentes sino también en los desarrollados,
hoy en crisis. Pero para que esto suceda, es
fundamental explorar nuevos tipos de desarrollo que,
a diferencia de los actuales, sí ofrezcan trabajo
digno, productivo y decente. No se justificaría lograr
que más mujeres entren al mercado laboral si su
esfuerzo se enfrenta al desempleo o subempleo. Es
decir, se ha encontrado el elemento económico que
faltaba para plantear modelos de desarrollo con
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El trabajo y la ética del cuidado
equidad de género, donde la búsqueda de ese
objetivo se convierte en motor de crecimiento y en el
fundamento para la construcción de sociedades más
justas que las actuales.
Pero existen otras dimensiones de la economía del
cuidado que no se han explicado suficientemente,
desde el punto de vista estadístico y conceptual. Por
ello, Corina Rodríguez3 lo resume en el título de uno
de sus informes «La economía del cuidado: un
concepto macro y en construcción», no solo desde la
economía sino desde muchas otras disciplinas. En el
primer caso, uno de los nuevos aspectos de gran
trascendencia que llevaría a redefinir la forma
convencional de medir la economía, como dice
Picchio4, consiste en relacionar e identificar la
contribución del trabajo productivo no remunerado,
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El trabajo y la ética del cuidado
realizado fundamentalmente por mujeres, con el
productivo, que goza de reconocimiento y
remuneración, donde predomina la fuerza de trabajo
masculina. Es una tarea pendiente que se empieza a
explicar y que complementaría la ya aceptada, de
medir este tipo de trabajo del cuidado y distribuirlo
en diferentes sectores, entre ellos, el mercado.
Y es en ese esfuerzo de ampliar las dimensiones de la
economía del cuidado donde entra el libro El trabajo
y la ética del cuidado, cuyas compiladoras, Luz
Gabriela Arango Gaviria y Pascale Molinier, han
realizado un excelente esfuerzo, al recoger textos y
contribuir con otros que hacen valiosos aportes,
desde la perspectiva de distintas disciplinas, para
profundizar en este debate teórico. De esta manera,
han continuado el trabajo realizado en octubre de
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El trabajo y la ética del cuidado
2008, en el Seminario Internacional «El trabajo y la
ética del cuidado», organizado por el Grupo
Interdisciplinario de Estudios de Género de la
Universidad Nacional de Colombia, en colaboración
con la profesora Pascale Molinier, de la Universidad
de París XIII.
Su mayor contribución a este debate de gran
trascendencia consiste, como lo mencionan las
compiladoras en la introducción, en que «aporta
elementos para situar la génesis de este concepto [el
cuidado], su traslado de la filosofía moral a la
economía, la sociología, la psicología y a profesiones
como la enfermería y el trabajo social». Para aquellas
que estamos involucradas en el tema, pero desde la
economía, este aporte es valioso no solo por lo
oportuno, dado el nivel del debate tanto en Colombia
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El trabajo y la ética del cuidado
como en América Latina, sino porque también amplía
de una manera significativa el horizonte de la
discusión y construcción de esta nueva variable del
desarrollo. Para empezar, este libro contribuye a
revalorizar el cuidado desde la ética. Como señala
Carol Gilligan, este libro «… puso en evidencia la
existencia de una voz moral diferente, es decir, de
una manera distinta de resolver los dilemas morales,
basada ya no en criterios de ley e imparcialidad como
ocurría con la ética de la justicia, sino en criterios
relacionales y contextuales». Más aún, sostiene: «…
La ética del cuidado permite formular de modo
inédito asuntos cruciales para las democracias, como
el cuidado y la preocupación por los otros».
Patricia Paperman, en su capítulo «La perspectiva del
care: de la ética a lo político» avanza aún más al
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El trabajo y la ética del cuidado
considerar la ética del cuidado como una ética
política, sosteniendo que «implica desasociarla [la
ética] de las mujeres, poniendo como evidencia que
las actividades que se desarrollan en el cuidado son
respuesta a la vulnerabilidad humana en general y por
lo tanto tienen una importancia absoluta para la vida
en general, fuera de los alcances meramente
morales». Se abren claramente las puertas para
entrar en lo económico. Este aspecto del debate se
refuerza en el trabajo de Pascale Molinier «Antes que
todo, el cuidado es un trabajo», pero incluye un
elemento interesante al plantear una realidad: «El
cuidado generalmente moviliza afectos por parte de
la persona que cuida». De esta forma, la autora entra
en la feminización de este tipo de trabajo y reconoce
su invisibilidad. Es decir, describe las consecuencias
de la división sexual del trabajo, que trae a la
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El trabajo y la ética del cuidado
memoria la confusión entre sexo, como una
característica física, y género, como una categoría de
análisis que puede cambiar según las circunstancias.
Domesticar el trabajo es el tema de María Teresa
Martín Palomo, con una propuesta interesante:
invertir la relación trabajo-cuidado «ya que el
cuidado domestica el trabajo» y por ello lo
invisibiliza; y abordar el cuidado como trabajo, lo que
implica una visión distinta sobre este tipo de
actividades, que realizan mayoritariamente las
mujeres. Como elemento fundamental, la autora
analizar las tres dimensiones del cuidado, al
diferenciar la vida familiar en tres aspectos: «Los
materiales, los morales y los afectivos», lo que
deconstruye la naturalización de la feminización,
creando un nuevo ser y deber ser del cuidado. En ese
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El trabajo y la ética del cuidado
mismo campo, Luz Gabriela Arango Gaviria,
reflexiona
sobre
el
carácter
históricamente
androcéntrico de este concepto, y reconoce el
esfuerzo que las feministas han realizado para
«entender las particularidades de una buena
proporción del trabajo que realizan las mujeres»,
léase trabajo del cuidado. Y se hace una pregunta
crucial: «El trabajo de cuidado: ¿servidumbre,
profesión o ingeniería emocional?». Apasionante su
análisis, por decir lo menos.
Los otros capítulos pasan del valioso campo de lo
conceptual a otros aspectos igualmente necesarios,
como el aporte de elementos para la formulación de
políticas en este campo. Como ejemplo de esto
último, destaca el aporte de Javier Pineda, que se
basa en la coyuntura actual colombiana sobre este
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El trabajo y la ética del cuidado
tema; un documento de necesaria consulta. Matxalen
Legarreta en las «conclusiones» de su trabajo «El
tiempo donado en el ámbito doméstico» afirma:
«Hablar de tiempo donado en el ámbito doméstico
permite repensar el trabajo desde la centralidad del
tiempo que no se determina exclusivamente por su
medida y que, por lo tanto, ofrece la posibilidad de
estudiar el trabajo doméstico y los cuidados en su
complejidad». Esta afirmación trae a la memoria otro
concepto novedoso: el de la pobreza de tiempo, que
define el bienestar de una persona o de un hogar, en
términos tanto de ingresos monetarios como de
tiempo disponible, lo cual necesariamente se asocia
con la economía del cuidado. Claire Vickery lo define
así (1977): «… Es razonable suponer que para que un
hogar logre superar el umbral de pobreza debe tener
una
mínima
disponibilidad
de
tiempo,
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El trabajo y la ética del cuidado
independientemente de la disponibilidad de ingresos,
y un mínimo de disponibilidad de ingresos,
independientemente
del
nivel
de
tiempo
disponible»5.
Los otros dos bloques de capítulos sobre empleos
domésticos y trabajadoras del cuidado, abordan el
complejo tema de las fronteras entre lo público y lo
privado en este tipo de actividades. María Himelda
Ramírez le da una perspectiva histórica al tema en su
texto: «Las amas de cría: la vida, la muerte y el oficio
de cuidado de la caridad barroca en Santafé de
Bogotá». Jeanny Posso presenta uno de los capítulos
de su tesis doctoral titulado: «El proceso de
socialización de la empleada doméstica: mujeres
inmigrantes negras en Cali», y plantea el llamado
proceso de «blanqueamiento» de ellas y la negación
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El trabajo y la ética del cuidado
de una cultura propia mediante la subordinación. El
texto del Claudia Mosquera Rosero-Labbé se mueve
en torno a una reflexión sobre las emociones y el rol
de estas dentro de la intervención social, como podría
esperarse.
Finalmente, todos los trabajos anteriores, sumados a
los tres últimos documentos que recogen diversas
experiencias con madres comunitarias, aseadoras y
desplazadas, conforman un texto imprescindible, si se
desea enriquecer el discurso de equidad de género,
que incluya además a los hombres del siglo XXI, no
solo en Colombia sino en América Latina. Pero,
además, se constituye en lectura obligada para
quienes buscan afanosamente ese modelo de
desarrollo que deje de ser androcéntrico y que
reconozca que este mundo está también compuesto
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El trabajo y la ética del cuidado
por mujeres tan capaces y tan productivas como los
hombres, pero más pacifistas y sensibles frente a las
realidades del mundo actual.
Cecilia López Montaño
Bogotá, mayo 18 de 2011
C. e.: [email protected]
www.cecilialopezcree.com
www.cecilialopez.com
*** Fin del extracto
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El trabajo y la ética del cuidado
El cuidado como ética y como trabajo
E
ste libro es una continuación del trabajo
realizado en octubre de 2008, en el marco del
Seminario Internacional «El trabajo y la ética del
cuidado (Le souci des autres: une éthique et un
travail)» organizado por el Grupo Interdisciplinario de
Estudios de Género de la Universidad Nacional de
Colombia, en colaboración con la profesora Pascale
Molinier1, del Conservatoire National des Arts et
Métiers de Paris. El seminario tuvo como propósito
profundizar en los debates teóricos en torno al
«trabajo de cuidado» desde distintas perspectivas
disciplinarias, ponerlos en diálogo con investigaciones
adelantadas sobre este tema en Colombia, Francia y
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El trabajo y la ética del cuidado
España y con experiencias en políticas públicas,
programas y organizaciones sociales, buscando
favorecer el encuentro entre diversos actores
sociales.
Debido a una demasiado anclada división del trabajo,
y a pesar del debate enriquecedor que se vivió en el
seminario,
entre
académicas
y
académicos,
trabajadoras en oficios y profesiones del cuidado,
gestoras de programas y políticas sociales, la
compilación recoge fundamentalmente las reflexiones
teóricas e investigativas. La experiencia cotidiana de
las trabajadoras en estos oficios está presente en un
solo testimonio, muy significativo sin duda, gracias a
la reflexión colectiva realizada por un grupo de
madres comunitarias que aceptaron ser entrevistadas
por las compiladoras del libro.
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El trabajo y la ética del cuidado
El libro se ocupa de debatir sobre una categoría que
se ha ido instalando en el lenguaje de los estudios
feministas sobre el trabajo y que ha penetrado
igualmente en los discursos institucionales de las
políticas públicas, las conferencias mundiales, los
planes de igualdad de oportunidades: el cuidado.
Aporta elementos para situar la génesis de este
concepto, su traslado de la filosofía moral a la
economía, la sociología, la psicología y a profesiones
como la enfermería y el trabajo social.
Considerando el origen anglosajón del término care y
de una proporción importante de los desarrollos
teóricos del mismo, la traducción plantea algunas
dificultades. Por razones conceptuales y de léxico, las
autoras francesas que participan en esta compilación
han escogido conservar el término care, sin
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El trabajo y la ética del cuidado
traducirlo, cuando escriben en francés. Sin embargo,
en este libro, hemos optado por traducirlo al español,
utilizando los términos «cuidado», «cuidar»,
«cuidador» o «cuidadora» que se aproximan a la idea
del care en inglés ya que permiten resaltar la
dimensión práctica del cuidado: la solicitud, la
atención, la asistencia, la conservación y la
preocupación por el otro o la otra (DRAE). Del mismo
modo proceden las autoras y el autor colombianos
mientras las autoras españolas han preferido utilizar
el término en plural, «los cuidados», con la intención
política de enfatizar en la diversidad, la pluralidad y
la complejidad de estos trabajos, desde una
perspectiva feminista abierta.
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El trabajo y la ética del cuidado
La ética del cuidado: de una ética
femenina a una ética feminista
La ética del cuidado surgió en el campo de la
psicología del desarrollo con el libro de Carol Gilligan,
In a different voice (1982). En él, la autora constata
la existencia de un sesgo androcéntrico en las
investigaciones de Lawrence Kolberg sobre el
desarrollo moral de los niños (quien solamente había
encuestado a varones) y, paralelamente, identifica la
devaluación de la ética y las formas de pensamiento
de las mujeres por parte de eminentes psicólogos.
Estas revelaciones la condujeron a preguntarse «si el
discurso de la psicología, tal como era retomado en
las teorías dominantes de la disciplina, no sería en
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El trabajo y la ética del cuidado
realidad una simple traducción de las dualidades de
género y de las jerarquías patriarcales al lenguaje
psicológico» (Gilligan, 2009). Con base en
investigaciones con niñas y mujeres, Gilligan puso en
evidencia la existencia de una voz moral diferente, es
decir, de una manera distinta de resolver los dilemas
morales, basada ya no en criterios de ley e
imparcialidad como ocurría en la ética de la justicia,
sino en criterios relacionales y contextuales. Lejos de
desembocar en un relativismo moral, la ética del
cuidado permite formular de modo inédito asuntos
cruciales para las democracias, como el cuidado y la
preocupación por los otros.
Siguiendo a Gilligan, otras autoras, en particular Joan
Tronto (1993), argumentaron que esta voz diferente
no era exclusivamente de las mujeres (lo que Gilligan
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El trabajo y la ética del cuidado
nunca había afirmado) sino más bien la voz de
aquellos, y sobre todo de aquellas, cuya experiencia
moral estaba basada en un trabajo específico:
ocuparse de los demás. Es decir que la ética del
cuidado no emana únicamente de las mujeres ni
emana de «todas» las mujeres. Este punto es
importante porque desnaturaliza la «voz diferente»
doblemente: primero, al situar sin ambigüedades su
surgimiento en una «actividad», el trabajo doméstico
y de cuidado, y no en una pretendida «naturaleza»
biológica (de las mujeres); segundo, al establecer
divisiones sociales en el grupo de mujeres puesto que
no todas estarían concernidas de la misma manera
por las actividades de cuidado.
Si bien la ética del cuidado no puede ser definida
como una «ética femenina» en oposición a una «ética
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El trabajo y la ética del cuidado
masculina» que sería la de la justicia y se
desarrollaría de acuerdo con la escala de Kolberg, no
deja de ser cierto, como lo subraya Gilligan, que «en
el universo generizado del patriarcado, el cuidado es
efectivamente una ética femenina que refleja la
dicotomía del género y la jerarquía del patriarcado.
Ocuparse de los demás es lo que hacen las mujeres
buenas y las personas que se ocupan de los demás
hacen un trabajo de mujeres. Ellas se dedican a
otros, son sensibles a sus necesidades, atentas a sus
voces… Y se sacrifican (selfless)». Gilligan agrega
entonces: «En una sociedad y una cultura
democráticas, basadas en la igualdad de las voces y
en el debate abierto, el cuidado es en cambio, una
ética «feminista»: una ética que conduce a una
democracia liberada del patriarcado y de los males
que le están asociados como el racismo, el sexismo,
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El trabajo y la ética del cuidado
la homofobia y otras formas de intolerancia y de
ausencia de cuidado».
De este modo, el proyecto de la ética del cuidado es
a la vez científico y político. Científico, porque busca
deconstruir los marcos teóricos y metodológicos que
reproducen los prejuicios del sistema patriarcal y
construir nuevos conocimientos sobre las formas de
moral y de trabajo que han sido hasta ahora ignoradas
o devaluadas. Político, porque la disposición de estos
nuevos conocimientos sobre la moral y el trabajo se
inscribe en una perspectiva de emancipación de las
trabajadoras y los trabajadores del cuidado, en el
horizonte de una sociedad más cuidadora, en la que
las ciudadanas y los ciudadanos tengan el derecho a
ser cuidados –cuando lo necesiten– de manera
equitativa y eficaz.
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El trabajo y la ética del cuidado
El cuidado como trabajo
La aproximación al cuidado como actividad y como
trabajo se sitúa en continuidad con los debates que la
crítica feminista ha adelantado a disciplinas como la
sociología, la economía o la historia, introduciendo
categorías como división sexual del trabajo, trabajo
reproductivo, trabajo doméstico, trabajo de
reproducción social. Economistas feministas como
Diane Elson, Nancy Folbre, Lourdes Benería criticaron
los conceptos hegemónicos de economía, producción
y trabajo consagrados por las diversas escuelas
económicas, incluida la teoría marxista, que
ocultaban y devaluaban las actividades de producción
de bienes y servicios adelantadas mayoritariamente
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El trabajo y la ética del cuidado
por las mujeres por fuera del mercado y de la
economía monetaria. Estas corrientes desarrollaron el
concepto de «economía del cuidado» que permite
identificar esa economía paralela, sobre la cual se
apoya la economía formal para asegurar las
condiciones de reproducción de la mano de obra y de
las nuevas generaciones. Desde la sociología, autoras
como Christine Delphy, Colette Guillaumin o Linda
Nicholson enfatizaron en las dimensiones materiales
de explotación y apropiación del trabajo doméstico y
reproductivo de las mujeres, al tiempo que
historiadoras como Joan Scott revelaron el carácter
histórico y construido de la división sexual del trabajo
y la ideología de la domesticidad en estrecha relación
con el desarrollo del capitalismo industrial moderno.
Estudiaron asimismo las consecuencias de esta
división sexual del trabajo sobre la vinculación
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El trabajo y la ética del cuidado
subordinada y desventajosa de las mujeres al
mercado laboral.
El paso del concepto de trabajo doméstico al de
trabajo de cuidado permitió complejizar el abordaje
de estas actividades dando cuenta de sus dimensiones
emocionales, morales y simbólicas. Estos aspectos
recibieron un interesante impulso en las últimas
décadas, gracias a las investigaciones de Arlie Russell
Hochschild que pusieron en evidencia la presencia de
un «trabajo emocional» por fuera del ámbito
doméstico y privado de las familias y los hogares, en
particular en la atención a los clientes en el sector de
los
servicios,
en
empleos
mayoritariamente
femeninos. Simultáneamente, los desarrollos de las
teorías sobre las intersecciones de género, clase,
raza, etnia y sexualidad, impulsados por corrientes
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El trabajo y la ética del cuidado
feministas como el «black feminism», el feminismo
tercermundista y poscolonial, cuestionaron la idea de
división sexual del trabajo, mostrando la existencia
de relaciones de explotación entre mujeres y la
naturalización de la servidumbre de mujeres
marcadas étnica o racialmente. Así renovada, la idea
de trabajo de cuidado ha orientado nuevas miradas
sobre la globalización, las migraciones y la división
internacional del trabajo, identificando por ejemplo
las «cadenas globales del cuidado» que conectan a
mujeres de los países del Norte y del Sur en
intercambios desiguales.
El trabajo de cuidado también está en el centro de
las relaciones entre el Estado y la familia: las
políticas públicas se han construido sobre modelos de
familia y pactos de género basados en una concepción
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El trabajo y la ética del cuidado
que equipara a las mujeres con las madres. Estas son
vistas como si estuvieran dotadas de cualidades
«naturales» que las convertirían en las mejores
cuidadoras de su prole y de sus familiares
dependientes. Las políticas sociales de salud,
educación y atención a la infancia, se establecen
sobre estos supuestos y las reformas neoliberales de
los últimos años se han apoyado, implícita o
explícitamente, sobre el trabajo femenino en los
hogares, intensificando la ya recargada doble jornada
de las mujeres, en especial de las más pobres.
En los últimos años, en América Latina se vive un
resurgir de la preocupación por el trabajo doméstico
y la reproducción social que durante la década de
1980 había dado lugar a importantes trabajos. Entre
las preocupaciones más significativas de aquellos años
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El trabajo y la ética del cuidado
el trabajo de las empleadas domésticas y el trabajo
invisible de las mujeres rurales ocuparon un lugar
central, con estudios destacados, liderados por
investigadoras como Magdalena León, Mary Castro o
Elsa M. Chaney que compararon las experiencias de
distintos países latinoamericanos. Como en aquellos
años, la preocupación actual insiste en sacudir los
referentes teóricos dominantes, cuestionando con
nuevas herramientas los postulados centrales de
disciplinas como la economía o la sociología, con
objetivos claros de incidir en una transformación
social.
Un indicio del lugar creciente que ocupa este tema en
la región es la X Conferencia Regional sobre la Mujer
de América Latina y el Caribe: «El aporte de las
mujeres a la igualdad en América Latina y el Caribe»
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El trabajo y la ética del cuidado
(Cepal, 2007) que le dio una importancia central al
trabajo doméstico y de cuidado, con miras a hacer
más efectivo el mandato de la Cuarta Conferencia
Mundial sobre la Mujer (1995) de reconocer y hacer
visible la contribución de las mujeres a la economía y
al desarrollo mediante su trabajo remunerado y no
remunerado. Cabe destacar los esfuerzos para
elaborar argumentaciones, propuestas legislativas y
programas en torno al cuidado como un derecho de
todas y todos los ciudadanos a lo largo de sus vidas,
incluyendo el derecho de las personas cuidadoras a
ser cuidadas y a tener calidad de vida e igualdad de
oportunidades. Tratados internacionales como la
«Convención sobre la eliminación de todas las formas
de discriminación contra la mujer» (ONU, 1979) o el
Pacto Internacional de Derechos Económicos, Sociales
y Culturales (ONU, 1966) están siendo reinterpretados
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El trabajo y la ética del cuidado
para incorporar el cuidado. En Colombia, diversas
organizaciones sociales se han movilizado en busca de
transformaciones en este ámbito y en defensa del
reconocimiento de los derechos al cuidado y de los
derechos de las personas proveedoras de cuidado
como las empleadas domésticas o las madres
comunitarias. El tema ha estado presente en varias
iniciativas de políticas públicas a nivel local y
nacional, de proyectos de ley y en programas de
candidatas a cargos de elección popular.
Politizar el cuidado
Obrar en el campo de la ética del cuidado significa
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El trabajo y la ética del cuidado
interesarse en una multiplicidad de actividades y
oficios, remunerados y calificados de manera diversa,
pero que tienen en común la preocupación por los
demás, entendida como respuesta concreta a sus
necesidades. El cuidado designa el trabajo realizado
para conservar su propia vida, por supuesto, pero
también la vida de otros y otras. La ventaja de una
problemática tan amplia es que supera, como lo
teoriza Tronto, las fragmentaciones del cuidado. Si
tomamos a las niñas y los niños, las personas
ancianas, enfermos o en discapacidad, todas ellas son
susceptibles de ser «tomadas a cargo», «cuidadas»,
«asistidas» o «educadas» por profesionales y por
miembros de sus familias (con frecuencia por
mujeres). En los abordajes clásicos de la sociología o
la psicología, rara vez se problematiza dentro de una
misma esfera de preocupaciones y de actividades el
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El trabajo y la ética del cuidado
trabajo de los profesionales y de las familias.
Generalmente, el trabajo doméstico no es pensado
como un verdadero trabajo con todas sus coerciones
aunque muchas mujeres atiendan las necesidades de
distintas personas (niños/as, cónyuge, personas
cercanas dependientes, padres, etc.). El cuidado
doméstico no suele abordarse desde su dimensión
temporal, de responsabilidad de largo plazo, con los
riesgos de cansancio y desaliento que conlleva.
Tampoco se tiene en cuenta su dimensión ansiogénica
a pesar de que no es fácil enfrentar las dependencias
de los suyos y el temor a no lograr responder
adecuadamente. De otro lado, las familias tienen con
frecuencia una idea equivocada del trabajo de las y
los profesionales del cuidado, desconocen las reglas
de su oficio y las coerciones organizacionales. Por lo
tanto, superar la fragmentación del cuidado permite
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El trabajo y la ética del cuidado
eliminar los malentendidos que obstaculizan la
comunicación entre los distintos proveedores y
proveedoras de cuidados y permite convertirlos en
actores solidarios y no antagónicos.
A partir del momento en que admitimos que el
cuidado no debe confundirse con el amor de las
mujeres ni su ausencia con su maldad o su indolencia
sino que se trata de una actividad siempre
contextualizada, debemos aceptar también que las
responsabilidades se reparten en distintos niveles: el
de las personas comprometidas con el trabajo de
cuidado, el de las instituciones que organizan las
condiciones de este trabajo, el de las y los
ciudadanos y de las decisiones políticas que enmarcan
el todo. Todas y todos somos potenciales
destinatarios del cuidado, todos y todas somos
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El trabajo y la ética del cuidado
igualmente responsables de su lugar en la Ciudad.
¿Cómo llevar entonces estas preocupaciones del
cuidado al espacio público?
La apuesta más importante consiste en hacer
reconocer que se trata ante todo de un «trabajo»,
tarea que no está ganada como lo ilustra de manera
ejemplar la experiencia de las madres comunitarias
en Colombia. Politizar el cuidado no es solo hacer
reconocer el valor del cuidado en el plano simbólico
de la civilización sino también apelar a la ética de la
justicia. Se requiere un repertorio de leyes que
garanticen los derechos de los y las profesionales a
ejercer su oficio en condiciones decentes pero es
igualmente
necesario
reflexionar
sobre
las
condiciones que permiten que esas leyes sean
aplicadas. Cuando las mujeres son demasiado pobres,
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El trabajo y la ética del cuidado
cuando su legitimidad es débil debido a su origen
social o a su condición de inmigrantes, cuando están
atrapadas por las angustias cotidianas, algunas están
dispuestas a aceptar «cualquier cosa», como ellas
mismas lo dicen, no por sumisión o desconocimiento
de sus derechos, sino porque con frecuencia son las
proveedoras principales en sus hogares y que varias
generaciones –padres, abuelos, hijos, hasta nietos–
dependen de ellas (Molinier, Cepeda, 2009). La
justicia no se puede realizar a nivel individual sino a
través de acciones colectivas.
Sin una asunción colectiva y ciudadana del conjunto
de los problemas que plantea el cuidado, la situación
de quienes realizan ese trabajo corre el riesgo de
agravarse, tanto en los países del Norte donde se
multiplican las formas de cuidado a domicilio, por
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El trabajo y la ética del cuidado
fuera de todo control, como en los países del Sur en
donde el servicio doméstico se ha incrementado con
las migraciones internas, el empobrecimiento y la
exclusión. En Colombia, esto se ha visto agravado con
el masivo desplazamiento de la población rural. La
privatización del cuidado y su confinamiento en zonas
por fuera de la ciudadanía no pueden sino perjudicar
a las mayorías, trabajadoras o beneficiarias del
cuidado, profesionales o no, en las instituciones y en
los hogares.
*** Fin del extracto
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El trabajo y la ética del cuidado
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