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La máquina paranoica de Oswald
Spengler
No menos titánica es, empero, la acometida del dinero a la fuerza espiritual. La industria está adherida a
la tierra como la vida aldeana; tiene su sitio señalado, y las fuentes de materia prima surgen del suelo en
determinados puntos. Sólo la alta finanza es libre por completo, inaprehensible. Los bancos, y con ellos las bolsas,
desde 1789 han ido respondiendo a las necesidades de crédito que siente en proporción creciente la industria; con lo
cual se han constituido en fuerzas substantivas y pretenden ser, como siempre el dinero en toda civilización, la
única fuerza. La vieja lucha entre la economía productora y la economía conquistadora se eleva hasta convertirse
ahora en una silenciosa y gigantesca lucha de los espíritus en el suelo de las urbes cosmopolitas. Es la lucha
desesperada entre el pensamiento técnico, que quiere ser libre, y el pensamiento financiero.
La decadencia de occidente
Oswald Spengler
S
pengler piensa lo real como energías que producen formas. A estas “formas” las
comprende en tanto “culturas”. Se trata de una espesura. Una
condensación que hay que agarrar por algún lado. Hay dos tipos de
energías, en ese sentido, morfo-genéticas. Metáfora y metonimia, diríamos
hoy. Una energía que tiende a la representación y otra energía que tiende al infinito. A
la primera la denomina apolínea y a la segunda fáustica. El tufo nietzscheano es siempre
delicioso. La primera tendencia arraiga al hombre, la segunda lo desarraiga
prometiéndole la suma del poder mundial. Traición nacida de la vanidad; Spengler es
un moralista cristiano. Hay un temor a lo absoluto del poder del humano. El pensador
alemán rechaza el imperio de la técnica que reniega de la condición de la criatura. La
escala humana pierde protagonismo y disuelve todo lo sólido. Tal vez el hombre quiera
ser Dios, pero sólo ha conseguido disolverse en tanto tal. La relación con lo real es un
modo de ser de la cultura y este modo de ser se define por la cercanía al suelo o su lejanía.
Tierra. Raza. El hombre es un vegetal que hecha raíces para existir como universal
concreto. Este es el materialismo de Spengler. Una vez que tenemos la aldea, el terruño...
¿Qué sucede? Hay que defenderla. Aquí aparece el aparato ideal de Spengler: una máquina
paranoica (la raza, la nobleza, el César) que asegura la trinchera del yo frente a la
infinitud mercantil disolvente, líquida, moderna. Reacción materialista contra nihilismo:
un mundo de obediencia y lealtad que reconstruya el valor de las cosas con la música de
Wagner de fondo hacia la victoria. Pasiones del Dr. Schreber.
Spengler piensa la diferencia entre el dinero fáustico y el apolíneo. Hay perspicacia
de psicólogo es esa distinción. El dinero fáustico es el dinero como tal; crítica reaccionaria
al capitalismo: el dinero como eje del poder político. El dinero mide a los hombres y los
iguala en la forma del valor. Es claramente lo intolerable del asunto. ¿Porqué lo llama
fáustico? Por el carácter de embrujo que importa. Las relaciones pre-modernas eran
transparentes. El dinero fáustico es el que promete organizar la totalidad pero lo hace
achicando el valor del hombre: le secuestra todo el poder de comando sobre su existencia. Para
Spengler la política es la capacidad de generar una nueva realidad histórica y la guerra
es su instrumento. El dinero ya no es un “ser a la mano” sino energía psíquica, envuelta en
crédito. El dinero es potencia económica y brujería judía. Spengler advierte la
emancipación del dinero respeto de su “masa” o “magnitud” (valor de uso) a escala
mundial. Interpreta al marxismo, bajo su puño, polemiza con Sombart: con el dinero
fáustico aparece el poder del dinero como poder pero se trata de un poder que entroniza al hombre común,
al que trabaja con las manos, al obrero, al hombre pequeño y el colmo de la decadencia es que la propia
clase dominante con su “teoría del valor” (Smith) así lo concibe. El burgués ya no sabe lo que es el
pensamiento. Cuando piensa, piensa en dinero. Los hombres son meras delegaciones de
formas: la cultura fáustica es la energía psíquica del hombre transformada en dinero como
ser sin raíces. La naturaleza se agota; el globo terráqueo se sacrifica al pensamiento
fáustico de la energía. Tal es el fin del materialismo de Spengler. Allí donde Marx inicia
la crítica de la economía política, Osvaldo responde con su delirante máquina paranoica como
furioso idealismo de la decadencia.
Todo el tema de la muralla, la raza, el derecho, la idea de límite son modos de
pensar lo patológico, el infinito, el dinero fáustico. No hay fronteras. El hombre pierde su
arraigo. Se vuelve puro tiempo: “el tiempo lo es todo, el hombre ya no es nada; es, a lo
sumo, la osamenta del tiempo”, decía Marx en Miseria de la filosofía. Spengler es una
lectura que se pretende conocedora del mundo moderno al cual ataca en tanto vitalista.
La conciencia de Spengler no es dialéctica, ni muchos menos teórica sino salvaje,
brutalmente, materialista. Desconfía del mundo infinito del dinero: mundo financiero,
abstracto, destinado a colapsar. Frente a eso se ata a la materia como a lo real, lo crudo,
la aldea, el espacio primario, una sensación de estar sobre la tierra. Astrología de
taurino. Ése es su lugar de resistencia y perspectiva: la decadencia de una cultura es que domina
al mundo.
El otro costado de este pensar, el dividido sin sistema, sin dialéctica, es ésta furia
decadente, su idealismo: la raza, la cultura superior, el cesarismo. Empieza a emerger
toda la paranoia de lo que repudia, la persecución marxista, el delirio ario en clave
nietzscheana. El fantasma de Spengler anima a quienes odian la globalización y buscan
una ética de los extraños y la diferencia. Las cuestiones referidas a la técnica, en
términos específicamente políticos, están mejor tratadas por Weber en sus escritos políticos.
Pero es exacta su vertiente metafísica con relación a Heidegger y a a imagen del mundo.
A Spengler no se lo lee, ni se lo escucha, buscando una teoría sino una delirante sabiduría
defensiva: la de un experto amurallado en su espacio interior que afirma: el materialismo
fáustico, esencialmente, quiere lo mismo que su enemigo: quiere el saber como poder.
Spengler dice que prefiere el saber como virtud, tal cual como creían Confucio,
Buda, Sócrates.
Tal es mi respeto a la noble reacción de Oswald Spengler.
Buenos Aires, enero de 2014
Leonardo Sai