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Gustavo Gándara, Raquel Cosentino: PONENCIA REALIZADA EN EL MARCO DEL CONGRESO USACH INTERNACIONAL DEL CONOCIMIENTO “Ciencias, tecnologías y culturas: Diálogos entre las disciplinas del conocimiento. Mirando al futuro de América Latina y el Caribe. “efectuado entre los días 7 y 11 de Enero de 2013 en Santiago de Chile, Chile. El rol de los Centros de Formación Profesional en relación al sostenimiento del modelo de desarrollo con inclusión social 1- Introducción La década de los noventa nos ha obligado a re significar el rol y el valor del trabajo en una nueva coyuntura mundial, signada por el avance tecnológico e informático, y fundamentalmente, por el lugar protagónico del mercado en el crecimiento económico despolitizado. Desde esta perspectiva se han impulsado teorías sobre el fin del trabajo, en un sentido general, o sobre el tipo de trabajo asalariado desde otras, pero a todas luces de lo que se habla es de las transformaciones en y del trabajo, lo que constituye una realidad innegable. La relación entre educación y trabajo es la que nos provoca realizar un análisis coyuntural para comprender el universo en donde se desarrolla, y afirmar la importancia que esta diada representa en el proyecto nacional, en un mediano y largo plazo. Si bien hablamos de dos caminos diferenciados, cuyas peculiaridades se acentuaron con el predominio de la teoría neo liberal, el desafío es lograr una comunicación entre ambas realidades que señale una cooperación entre la educación y el trabajo para el sostenimiento del modelo de desarrollo con inclusión social. Nuestro análisis se orienta a comprender que en la década de los noventa, la formación profesional estaba orientada a una suerte de compensación de las desigualdades que producía el sistema, y que intentaban dar una respuesta (limitada) a la segmentación educativa y el empleo precario; mientras que a partir del 2003, el nuevo panorama educativo responde al interés de formar ciudadanos comprometidos con la realidad y buscar mecanismos de inserción social a través de la participación y la cooperación en torno a un sistema de seguridad social ampliado, erigido sobre el valor del trabajo. A partir de esto, los CFP no representan solo un puente entre la educación formal y el mundo productivo, sino que articulan un compromiso ciudadano enmarcado dentro de la búsqueda de colaborar con la formación de un sujeto social, que efectúa una interpretación fundamentada de la realidad y decide hacer uso de sus herramientas de participación para involucrarse en la construcción de la historia. En líneas generales, presentamos en este trabajo el interés sobre la problemática social de los jóvenes, a partir del dato de que el 43% de quienes asisten a los centros de formación profesional de la red de instituciones uocra son jóvenes de menos de 25 años, con lo cual se pone en evidencia que la oferta de capacitación por oficios y la articulación que la misma significa para la obtención de un trabajo de forma directa, capta la atención de un importante segmento del mismo. En este sentido, desde UOCRA se ha perseguido el objetivo de abordar al sujeto desde una mirada integral, no solo desde el punto de vista formal/salarial, sino abarcar aspectos y condiciones que estructuralmente se escapaban del marco de acción sindical. Centralmente, y en relación al alto porcentaje de jóvenes que acceden a la educación por oficios que parte del Plan Nacional de Calificaciones, la cuestión social de los jóvenes (Perez Sosto, 2008) reproduce un interés propio sobre cuestiones que refieren a la cooperación y responsabilidad institucional para asegurar condiciones dignas de trabajo, que en definitiva es el indicador esencial de la calidad de vida de las familias. Es por ello que defendemos y articulamos un dialogo social a partir del Estado, las organizaciones sindicales y empresariales, en el contexto productivo actual, para abordar estas problemáticas especificas. 1- La nueva coyuntura y las políticas activas de empleo Si bien la educación ha significado tradicionalmente el acceso a un trabajo digno, generalmente sistematizado por el propio estado en su organización de la economía, a partir de la experiencia neo liberal, contamos con un escenario mucho mas diversificado, y con un desempleo estructural que implica una atención diferente en torno a la búsqueda de una realidad mas equitativa, en base a la inserción social de sectores antes amarrados a una condición de asistencia social. “En efecto, la forma que adquirió el complejo de políticas [durante el neo liberalismo] produjo, recurrentemente, intervenciones poco estratégicas que “amarraron” a las personas en la situación de carencia; a la vez que perfeccionaron los dispositivos de discriminación entre “pobres merecedores” y “no merecedores” de asistencia.” (Andrenacci, 2006) No obstante, a partir del año 2003 se han impulsado políticas públicas a favor de la inserción social de los jóvenes, entendidos estos como uno de los sectores fundamentales del proceso productivo. Es por ello que se han puesto en marcha programas que buscan fortalecer el modelo económico estratégicamente, a través de la inclusión de grupos altamente productivos al escenario educativo, orientado a lo técnico productivo, representados en los jóvenes que están terminando la secundaria o están dentro de alguna carrera terciario o universitaria y que pronto serán los principales actores sociales de sostenimiento del modelo. En este sentido, se vuelve a recuperar el valor de la educación técnica en los secundarios a través de la creación del instituto nacional de educación tecnológica, y fundamentalmente por la promulgación de la ley de educación técnica profesional nº 26.058 del 2005, y la ley de educación nacional nº26.206 de 2006. Asimismo, se han creado universidades públicas con una vinculación directa con lo productivo a fin de lograr un camino unificado entre la educación media y superior en donde, agregamos, la formación profesional que antaño solo servía como un paliativo a las deficiencias educativas del neo liberalismo, hoy día sí representa un elemento más que significativo de inclusión de jóvenes a este nuevo proyecto nacional. En este sentido, nos parece útil establecer una caracterización en torno a políticas públicas de empleo que están directamente asociadas a este planeamiento educativo con miras al sostenimiento del modelo de desarrollo, y que constituyen la base de la recomposición de la relación entre educación y trabajo. Adherimos entonces a la clasificación elaborada por J.C. Neffa sobre políticas de empleo pasivas, que son “Las que prioritariamente ponen el acento en la oferta de fuerza de trabajo, operan por lo general en el horizonte de la coyuntura o de ciclos cortos (pero que pueden dar lugar a efectos duraderos), proporcionan subsidios y políticas sociales a los desempleados y procuran contener el desempleo mediante el incremento de la población económicamente activa y la reducción o contención de la oferta de fuerza de trabajo” (Freyssinet, 2005) Mientras que, las políticas activas de empleo son “aquellas que con una perspectiva de mediano y largo plazo, y actuando al mismo tiempo sobre la oferta y la demanda de fuerza de trabajo, se proponen lograr un efecto positivo sobre el nivel de empleo y reducir el desempleo haciendo frente de manera durable a las causas macro económicas estructurales y además promover la generación de nuevos empleos” (Freyssinet, 2005) Con lo cual, podemos afirmar de acuerdo a esta línea conceptual que las políticas activas de empleo cubren tres variables: Reducir el desempleo Mejorar la calidad de oferta de trabajo satisfaciendo las demandas de empleo de los trabajadores Cambiar la naturaleza de las demandas (mejorar la calidad y cantidad de los empleos ofrecidos desde los empleadores) De este modo, la transformación de las políticas de empleo (de pasivas a activas) esta asociado a el nuevo esquema productivo, que se impulsó desde el año 2003 como estrategia de superación de la crisis y, además, como cambio de paradigma para lograr una mayor autonomía nacional y una búsqueda de crecimiento sostenido, fundamentado sobre la mejora de la calidad de vida de las personas mediante el trabajo como eje primordial de inclusión social. Este recuperado horizonte se produce junto con un Estado social fuerte que equilibre los intereses antagónicos inherentes a la sociedad, y que hoy día se traducen en una defensa de los colectivos antes olvidados, en una suerte de contención del avance del capital por sobre lo humano. Por su parte, con la recuperación de un proyecto estratégico de desarrollo en torno a la industria nacional y el protagonismo del trabajo (decimos una economía con rostro humano como expresa b. kliksberg), se presupone que la relación entre educación y trabajo debe necesariamente abordarse desde una perspectiva integral. Entonces, de lo que estamos hablando es de la inserción social de los jóvenes al mundo del trabajo pero decente, mediante una educación polivalente, dinámica que de respuestas a las demandas coyunturales, en lo cual los centros de formación profesional implican algo mas que solo un puente entre estas dos realidades, para significar un complemento educativo que favorece al acceso a un trabajo digno. 2- Los jóvenes: heterogeneidad ontológica y homogeneidad construida La situación social de los jóvenes no es algo fácil de conceptualizar, pues como todo grupo social en el contexto actual, advierte dentro de sí mismo muchas sub categorías a tener en cuenta, y es por ello que esbozaremos tres subgrupos sociales dentro del colectivo “jóvenes”, a modo de simplificación, para acceder a un análisis teórico descriptivo: Aquellos jóvenes que parten de una familia empobrecida, que fue arrastrada hacia una situación social de pobreza extrema, y que no han podido acceder a una educación formal, o al menos, no han podido finalizar sus estudios por necesidades económicas. Este sub grupo además, no cuenta con un trabajo estable ni la posibilidad de conseguirlo bajo las reglas del mercado. Son los excluidos estructurales, que están insertos en un grupo familiar y un contexto social también excluido. Jóvenes que corresponden a una clase media empobrecida, que posee mayores niveles educativos que sus padres pero no pueden acceder a aun trabajo digno en una economía que vuelca sobre ellos unos requisitos inalcanzables y que significan un pretexto para la flexibilización laboral y el trabajo informal. Son jóvenes que acceden a trabajos con bajos salarios, de manera informal o precaria, sin protección y sin goce de los beneficios de la seguridad social. En este sub grupo están aquellos que poseen educación terciaria y universitaria pero que tampoco acceden a un trabajo estable y formal, poniendo en evidencia que estamos ante un sistema perverso que no otorga posibilidades ni siquiera para aquellos que supuestamente poseen las condiciones. Es decir, el rango de jóvenes con niveles universitarios lógicamente tienen mejores posibilidades de inclusión, pero en líneas generales, no están exentos de las negatividades del sistema y de las condiciones a las que se sometió el mundo del trabajo. Un sub grupo de alto poder adquisitivo, que adquiere empleos por tal condición o por relaciones sociales, pero sobre el cual recae todo el andamiaje flexibilizador, con lo cual, muchas veces sin darse cuenta, están insertos en un sistema que les permite ser parte de él pero bajo condiciones infrahumanas por el valor del capital. De este modo, y a sabiendas de la segmentación que esta categorización significa, se puede inferir que en la (pos) modernidad la educación por si sola no significa movilidad social ascendente, así como tampoco refleja el acceso a un trabajo decente o a una estabilidad socio- económica. Consecuentemente, la estabilidad y seguridad de las personas se establece en la conjunción entre la educación y el trabajo concebidos como derechos y características que deben tender a la igualdad de oportunidades. Actualmente entonces, percibimos un cambio en la matriz ideológica en cuanto a la concepción que se tiene de los jóvenes; si antes se los encerró en una lógica negativa establecida sobre la individualidad y la “libertad” que el mercado brindaban, hoy día contamos con una perspectiva positiva que los proyecta como un segmento social altamente productivo cuya inclusión es primordial dentro del modelo con seguridad social. Concretamente, pasamos de concebir un grupo social segmentado, dividido, con una difícil interpretación de sus demandas, fundamentalmente por desatenciones en un Estado “mínimo”, hacia el pasaje a un colectivo organizado, militante, que defiende sus derechos, y que supera sus diferencias a favor de una identidad de clase1. Se denomina juventud al período del ciclo de vida, en que las personas transitan de la niñez a la condición adulta y durante el cual se producen importantes cambios biológicos, psicológicos, sociales y culturales inherentes al proceso de formación de la propia identidad, de emancipación y de creciente interacción con la sociedad, característico de este período. (Rodríguez, E; 2003). Este colectivo, posee particularidades e identidad propia, mas allá de sus diferencias internas, concentradas en torno a un nuevo rol que cumplen en el escenario social contemporáneo. Los jóvenes de hoy tienen participación directa en la realidad, trabajan, estudian, una o ambas, compran, venden, deciden, hablan, se quejan, defienden, y podemos afirmar que, con la recuperación del valor de la política como herramienta de cambio, han sabido concentrarse y organizarse de modos impensados diez años atrás. En líneas generales, vemos que la nueva cuestión social de los jóvenes esta mutando de una realidad adversa a otra con posibilidad de cambios mediante la participación organizada. Desde este punto de vista, podemos decir que estamos ante un proceso 1 Como expresa Laclau (2004)“Afirmando el carácter relacional de toda identidad social” en base a los antagonismos (no contradicciones) y que además, tienen un carácter de necesidad institucional nuevo, donde la separación entre Estado y Sociedad Civil se esta superando, a favor de una mayor relación en torno a una democracia popular con sentido. Recapitulando, en relación al primer sub grupo que describimos en el punto anterior, vemos que la incorporación temprana de los mismos al mercado de trabajo, como consecuencia de la necesidad de ingresos en la familia y en un contexto donde el único que puede acceder a el es el joven que posterga sus derechos e hipoteca su futuro, esta asociada obligatoriamente a la deserción escolar, implicando a largo plazo que ese joven no acceda a un trabajo digno en un futuro, y tampoco en su presente. De este modo, se puede ver el sentido perverso de esta condición, al cual agregamos, la negación sistemática de sus derechos como ciudadano. En esta condición salvaje, vemos que además de la desigualdad y la pobreza que atentan contra los jóvenes, se encuentran diversas formas de violencia que se constituyen como lo cotidiano, y que encierran un círculo vicioso que favorece a su estigmatización. Se pueden encontrar entonces altos índices de desocupación y sub ocupación en este sector de la sociedad que sostiene muy a pesar suyo la flexibilización laboral, eternizando una condición de pobreza estructural que se pasa de generación en generación. No hay que olvidar, ni dejar de alarmarnos, en como se ha reproducido ideológicamente esta condición de empobrecimiento general como una consecuencia residual, en donde los jóvenes victimas se muestran desde algunos sectores de la sociedad como culpables de su propia condición, y se instaló en el imaginario social la naturalización de esta exclusión, del mismo modo que se los desconoce como sujetos de derechos. En torno al segundo sub grupo, se observa que son ciudadanos con un nivel de educación formal mediano/ alto, pero que deben insertarse en un mercado de trabajo segmentado, que articula momentos de desempleo con momentos de trabajo precario, de modo que achica al máximo los márgenes de decisión en un contexto flexibilizado y legitimado por la privatización de la economía. Entonces, su incorporación al mercado de trabajo se produjo de manera inestable, y soportando como venimos afirmando las consecuencias de la flexibilización laboral determinándolos como un sector social vulnerable, cuyos efectos son tan dispares como complejos. Fundamentalmente, creemos que la precariedad laboral constituye la variable significativa en torno a la vulnerabilidad y exclusión social. Por lo tanto, siguiendo a Castel decimos que la desocupación no es la determinante, sino las condiciones paupérrimas del trabajo moderno, que son la condición de ella y de muchos otros efectos negativos en las sociedades actuales. En cuanto al ultimo sub grupo, estamos ante una serie de particularidades y algunas similitudes respecto de los primeros dos subgrupos. Las diferencias parten esencialmente de que quienes integran este sector están incluidos estructuralmente en el sistema, y suelen ser el sujeto social tenido en cuenta en el modelo neo liberal, de modo que la privatización de la vida y el cambio de ciudadanos a consumidores no representa una perdida de derechos, sino que los convierte en sujetos privilegiados en un escenario de empobrecimiento generalizado. Es así que, la privatización de la educación a la cual tuvieron acceso y la individualización del mercado de trabajo (desprotegido, desafiliado) en el cual están insertos, les otorga un lugar privilegiado asociado al favor del capital. De este modo, son quienes mas intentan separarse del colectivo juventud, y no poseen identidad ni pertenencia como consecuencia del abrazo a la exacerbada individualidad. Mientras que en relación a las continuidades, observamos que recaen también sobre ellos las leyes impersonales y flexibles del mercado, creando un ambiente de trabajo extenuante, inseguro y que requiere de una validación diaria del propio rol del agente. En este sentido, en la Corrosión del Carácter, Sennett2 refleja de forma precisa los cambios dentro de las empresas y del rol de los trabajadores en ellas, mostrando que la inseguridad invade a todos por igual. Si bien estos individuos están en condiciones diferentes y privilegiadas respecto de las otras, podemos afirmar que no escapan a los efectos negativos del modelo improductivo. Por lo tanto, intentamos que se considere al colectivo social como una unidad, más allá de sus diferencias. Lo cual no implica que se atiendan todas las demandas en forma general, sin detenerse en las particularidades, sino concebirlos como un todo, y atender sus problemáticas de forma precisa a modo de favorecer a una mayor homogeneidad. 2 Ver Richard Sennet (1995) “La corrosión del carácter”, Buenos Aires, Anagrama. Como explica Laclau (2011) la homogeneidad social nunca esta “dada”, sino que es una construcción social a la cual agregamos, cargada de sentido. El objetivo de esto es que para dar una respuesta correcta desde el sistema político a las demandas de un sector social determinado, necesariamente deben organizarse en base a la construcción de una homogeneidad, o de una cadena equivalencial de demandas como expresa Laclau (2005) que es el punto de partida obligado3. Desde este sentido, la profundización de la democracia se produce desde la institucionalización y la politización de la vida, mediante la cual esta relación institución/ ciudadano constituye en esencia el modo de conformar un Estado cuyo fin es el bienestar general. Claramente, de lo que se habla es de participación ciudadana organizada, de la relación entre lo político referido a los movimientos en la sociedad civil, y las instituciones en un juego dinámico. 3- La formación ciudadana y sindical Desde la perspectiva sindical, la cuestión social de los jóvenes representa uno de las problemáticas más acuciantes e importantes en la coyuntura actual. Decimos que estamos siendo testigos de un momento histórico de profundos cambios no solo en la matriz económica con sus beneficios sociales, sino principalmente desde el rol de la política: un Estado fuerte, amplia participación y el reconocimiento de que la sociedad es el fundamento y el interlocutor valido del Estado, nos permite (re) pensar tanto temas relacionados al trabajo como a la educación, en relación a los jóvenes. De este modo, luego de las características expuestas en los apartados anteriores, decimos que en cuanto al trabajo, el mismo debe conceptualizarse socialmente asociado al termino Decente, el cual implica no solo empleo, sino protección social, la adhesión a las normas internacionales de trabajo y un dialogo social efectivo. En el contexto actual, contamos con estas premisas defendidas desde el MTySS, pero aun resta instalar el concepto en la sociedad civil, de modo que se reconozca el valor no solo del salario, sino de todo el conjunto de beneficios que deben percibirse con un empleo digno. 3 En este sentido, podemos ver como se articula tanto los movimientos de la sociedad civil en torno a lo político como condición necesaria de la democracia popular, y de las instituciones, de la política, en respuesta a ella. Es un movimiento dual del proceso político. En este sentido, y a sabiendas que partimos de un escenario difícil en torno al empleo, y afirmamos, donde el proceso flexibilizador se ha instalado como practica legitima en la sociedad civil, sostenemos que hay que favorecer al cambio cultural en torno al Trabajo. Gracias a que hoy día se ha recuperado un proceso productivo centrado en la industria nacional con el trabajo con valor agregado como epicentro, el debate en torno al Trabajo Decente como articulador es indispensable. A diferencia de lo que aconteció en la década de los noventa, donde las relaciones internacionales se produjeron en torno a la sumisión a los organismos multilaterales de crédito, actualmente se ha cambiado por una asociación con la Organización Internacional del Trabajo (OIT) a favor de esta recuperación del mismo universalmente, pero donde América Latina y concretamente Argentina ha sabido comprender la importancia de tal asociación en un momento de cambio de la estructura productiva. Es por ello que nuestro país ha ratificado resoluciones de OIT a fin de otorgar un marco legal internacional al proceso que es protagonizado por el Trabajo, de los cuales destacaremos las Res. 87 y 98 de libertad sindical y negociación colectiva; las Res. 29 y 105 de eliminación del trabajo forzoso; las Res. 100 y 111 que tiene como derecho fundamental la eliminación de la discriminación en materia de empleo y ocupación; las Res. 138 y 182 de abolición efectiva del trabajo infantil y el Convenio nº 102 como norma mínima de seguridad social. En cuanto a la legislación nacional, se derogaron las leyes de flexibilización laboral y se favoreció a una mesa tripartita de debate entre el Estado, las organizaciones empresariales y los sindicatos con el fin de abordar las problemáticas relativas al empleo desde un abordaje multidisciplinario y con representantes de opuestos intereses. Es en este sentido que ampliar la sindicalización y la participación del trabajador desde las organizaciones es fundamental en el nuevo marco regulatorio. Asimismo, Argentina ha modulado un programa de defensa del Trabajo Decente, que resulta fundamental, ya que como expresa Castel, la lucha por el Trabajo Decente debe ser la piedra angular de toda lucha contra la exclusión. A lo cual agregamos la expresión desde OIT que indica que el Trabajo Decente debería constituir la esencia de las estrategias para lograr progreso económico y social, asimismo, es esencial para reducir la pobreza y como medio para alcanzar un desarrollo equitativo, global y sostenible. En Argentina, las acciones más importantes en cuanto a Trabajo Decente se han desarrollado en el marco del Programa Nacional de Regulación del Trabajo, el Programa Integral de Promoción del Empleo Más y Mejor Trabajo, la Red de Oficinas de Empleo, y el Seguro de Capacitación y Empleo. Además, nuestro país ha integrado el Trabajo Decente como objetivo nacional mediante la Ley de Ordenamiento Laboral Nº 25.877, del año 2004. Por lo tanto, advertimos una relación primordial e innegable entre el Trabajo y la seguridad social en un sentido cualitativo, que determinará un desarrollo, como afirma OIT, productivo y social: ambas asociadas en un mismo rango de importancia. 4- La relación educación y trabajo El escenario educativo representa por sí mismo un universo complejo y con intermitencias y cambios radicales a lo largo de la historia, por lo tanto, comenzaremos diciendo que las necesidades sociales en materia educativa han mutado sustancialmente de las demandas sucedidas a mediados del siglo XX. De este modo, advertimos un panorama diverso producto de la (pos) modernidad4 que altera radicalmente el concepto de educación clásico. En líneas generales, podemos ver que la educación actual responde a un esquema más integral y permanente, que intenta formar un individuo que no solo posee conocimientos específicos y formación profesional, sino que adquiere las herramientas necesarias para interpretar la realidad y actuar sobre ella, en el contexto de las denominadas “sociedades del conocimiento”. Es así que, como explica D. Filmus (1995) en los tiempos modernos lo que importa son los ciudadanos y la re vinculación entre el mundo del trabajo y el mundo educativo, a partir de la comprensión de los cambios que se experimentan en la actualidad, donde los procesos productivos están cargados de movimientos dinámicos en torno a las nuevas tecnologías y la informática, que deben estar comprehendidas desde esta diada. 4 La posmodernidad posee características socio psicológicas importantes, entre ellas destacamos: una época de desencanto, donde se renuncia a utopías y la idea de progreso; se apuesta por el progreso individual; se cuestiona el conocimiento; se pasa de un modelo de acumulación productivo a otro de consumo; medios de comunicación masivos; vacuidad; información abrumadora; desacreditación de la política; desmitificación de lideres; ausencia de planes a futuros y desconocimiento del pasado; inestabilidad generalizada; volatilidad; desaparece a valorización del esfuerzo y la auto superación; diversidad religiosa; despreocupación ante la injusticia. Tomando al ser humano como protagonista del proyecto de desarrollo, la capacidad de las personas es lo que importa para el sostenimiento del modelo, y en este sentido es que la educación debe atender a esta necesidad. Desde esta perspectiva, podemos intentar ubicarnos en un intermedio útil entre la visión que sostiene que la educación desde su racionalidad esta imposibilitada de seguir el ritmo dinámico del mundo del trabajo; y aquella postura que intenta formar individuos de forma practica, sin desarrollo de pensamiento critico, desde una vertiente utilitaria. Esta posición se puede sumar desde las escuelas técnicas, los centros de formación profesional y las nuevas universidades públicas, con la renovación educativa libre y gratuita que significan. De este modo, creemos que hay que articular dos movimientos: formar ciudadanos profesionales desde los Centros, donde se realice una suerte de formación integral que module lo profesional con los valores ciudadanos; y en un mismo proceso, las universidades del conurbano que se perfilan profesionalmente desde esta visión integral de la educación, vincularse no solo con ámbitos de apertura del trabajo, sino también coordinar un trabajo cooperado con sectores del sindicalismo para profundizar la inclusión social y la movilidad ascendente perdida antaño. Por lo tanto, podemos afirmar el interés de formar una alianza entre la formación ciudadana que incluye conocimiento de derechos y de valores democráticos; y la formación sindical que implica la organización y la defensa de los mismos. De esta manera, la formación sindical y ciudadana constituyen los dos pilares fundamentales para este objetivo. La formación ciudadana, responde al interés de entender que el tiempo, nuestra historia, se produce de manera continua entre pasado, presente y futuro que a suerte de línea temporal se retroalimentan mutuamente. Desde esta perspectiva, el conocimiento del pasado, y la interpretación de la realidad y su posibilidad de cambio a través de la política como herramientas significan la construcción de un futuro fundado en el interés de la comunidad y no ya impuesto “desde arriba”. Es decir que la conformación de una democracia popular es obviamente el marco de este tipo de concepción no solo del conocimiento, sino de la responsabilidad social. Asimismo, dentro de este marco conceptual, incluimos lógicamente la profundización de conocimientos en torno a los derechos civiles y laborales, que junto con la educación formal conformaran un ciudadano con conocimiento teórico abstracto que le permite sortear la vorágine del mundo de hoy, pero también mediante el conocimiento de sus derechos, sostener la lucha por una vida digna en la cual el trabajo es un eje primordial. En cuanto a la formación sindical, creemos que hay que recuperar el valor de los sindicatos como organismo de defensa de los derechos, pero que también ha sufrido transformaciones internas. Entre ellas, decimos fundamentalmente que no se debe defender solo al ser humano desde su rol como trabajador, sino concebir una mirada mas amplia que lo tome como un sujeto social: como trabajador/ ciudadano. Sabemos que la política de desafiliación que se puso en marcha con el terrorismo de Estado y que se ha profundizado en la década de los noventa, ha determinado consecuencias negativas al movimiento sindical tanto externa como internamente. Para señalar diremos, principalmente la desaparición y tortura de líderes de los trabajadores en la dictadura que, junto a otras y en el marco de una exacerbada individualidad, lograron el retroceso de las instituciones; los cambios en la matriz productiva y el repliegue de los asalariados en el PBI nacional; las transformaciones propias del trabajo en la era de la economía de mercado; la retorica y publicidad negativa tanto de los representantes sindicales, como de las organizaciones estrictamente, en relación al objetivo del desprestigio y desvinculación social de las organizaciones, para poder impulsar la legislación laboral flexibilizadora que con una presencia sindical fuerte como la historia lo muestra hubiera sido imposible; etc. A través de los Cursos que se impulsan en los Centros de Formación Profesional de la red de instituciones de la Fundación UOCRA, se pudieron realizar investigaciones en torno al perfil de los asistentes y se puso en evidencia que el 43% de los que asisten a los cursos tiene menos de 25 años; un 24% es de 26 a 35 años; un 13% de 36 a 45 años y un 12% de 46 años y mas (el “% NS/NC) ; el 59% se encuentra desocupado (y dentro de este segmento el 50 % son menores de 25 años); y un 37 % esta ocupado.5 Consecuentemente, en el próximo cuadro se puede ver como incide directamente sobre el empleo los niveles educativos alcanzados por una persona. 5 Datos según INSOC del 2008 Tasa de Empleo según nivel Educativo 45% 86,40% secundario incompleto 70,60% secundario completo universitario completo Elaboración propia en base a datos Indec De los que asisten a otra institución educativa, y en esto hacemos hincapié, casi el 50% está en la secundaria, lo cual refleja la vinculación directa entre terminalidad educativa formal y la formación profesional, como una capacitación estratégica para el acceso a un trabajo (decente). De este modo, los CFP constituyen instituciones educativas que favorecen directamente a la inclusión social de jóvenes que hasta hace un tiempo se mantenían al margen del sistema y que han sido victimas de rupturas en el proceso educativo tradicional6. Porque la relación entre la condición laboral y la situación educativa constituyen los elementos usuales para identificar a los jóvenes en vulnerabilidad, por lo tanto, abordar los dos escenarios y desde una realidad concreta como lo son aquellos que han sido excluidos responde a un cambio de las políticas públicas referidas al tema ya no desde una focalización y una lógica de asistencia y contención social, sino partiendo de la necesidad de incluir a los ciudadanos en un sistema de seguridad social ampliado y como hemos afirmado con anterioridad, concebir a los jóvenes como un sector social fundamental en este esquema. Entonces, este nuevo contexto en relación a la conformación de un Estado fuerte con responsabilidad social, invita a que desde las organizaciones y las instituciones se produzcan un compromiso mayor con la comunidad en torno a valores democráticos 6 También hay que tener en cuenta que la formación profesional afecta de manera positiva y directa a las pequeñas y medianas empresas, pues llegan a cumplir las características de calificación de todo el personal en el marco de las nuevas técnicas de producción y organización empresarial. que deben impartirse desde la educación formal e informal, asociado a los perfiles productivos a fin de sostener un régimen popular asociado a un modelo estratégico de desarrollo, establecido sobre la industrialización con sentido federal. Puntualmente, se puede distinguir dos procesos de cambios significativos en torno a la planificación social a futuro: en una primera instancia, la creación del Sistema Previsional Argentino (SIPA) en el año 2008, constituye la posibilidad de destinar recursos hacia una construcción colectiva que se diferencia tangencialmente del individualismo y la focalización social de los noventa, mediante un sistema de responsabilidad compartida que contempla grupos vulnerables prioritariamente, pero en miras a una inclusión productiva. Seguidamente, se impulsa la Asignación Universal por Hijo para Protección Social (AUHPS) en el año 2009, que plantea una real transferencia de recursos y una capitalización de concretamente los niños y adolescentes, pero no desde una lógica mercantil, sino traducida en el ejercicio y el reconocimiento de derechos. Asimismo, representa un factor económico que reduce los índices de indigencia de forma directa, y un acceso al sistema formal de educación que articulará en un futuro una realidad menos volátil para la comunidad toda. EPH-Porcentaje de personas bajo la línea de pobreza, total de aglomerados urbanos 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º 2º 1º SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM SEM 03 03 04 04 05 05 06 06 07 07 08 08 09 09 10 10 11 2º SEM 11 De todos modos, esta serie de políticas no constituyen el objetivo, sino una herramienta que debe articularse con otras para revertir condiciones negativas que se profundizan en el colectivo en cuestión, en una continuidad desde las políticas de niñez y adolescencia, hasta las de juventud7. Es así que, según datos de INDEC en el año 2011, el 15% de estos jóvenes no posee ingresos suficientes para cubrir la Canasta Básica Total, es decir que son pobres, mientras que un 5 % no alcanza a cubrir la Canasta Básica Alimentaria, o sea, son indigentes. Lo cual se traduce en un camino difícil en el pasaje de la adolescencia a la adultez, con amplias consecuencias en términos de inclusión y percepción de los beneficios del sistema de seguridad social por un lado, y en relación a la planificación personal, por otro. Fundamentalmente, se puede advertir una continuidad de la segmentación social interna del colectivo, al que intentan atender las nuevas políticas ya expuestas, pero cuyos resultados no son inmediatos, más allá de la mejora de los indicadores sociales en pobreza e indigencia. No obstante, la reducción de la desocupación e informalidad laboral (que no está aun abolida) tiene relación directa también con esta serie de políticas activas de reactivación del mercado interno y la inclusión de amplios sectores sociales al sistema productivo, tanto desde la economía tradicional como la renovada economía social. No obstante, se continúa articulando además políticas y demandas en torno a los miembros menos calificados dentro de los jóvenes, que son los que tienen dificultades para percibir las mejoras del mundo laboral y apreciar los beneficios de la activación de las negociaciones colectivas. Los CFP representan uno de los ámbitos de recepción de estos colectivos para sortear esa realidad a partir de la obtención de herramientas y conocimientos específicos que le permitan insertarse o contar con un ingreso muchas de las veces sostenido, y cambiar los condicionamientos negativos heredados del neo liberalismo. En este sentido, de acuerdo a las investigaciones realizadas desde el INSOC, se puede ver que la población desocupada según edad que asiste a los Centros es mayoritariamente los jóvenes, que alcanza el 45% en menores de 25 años, cuyo impacto es directamente proporcional con la terminalidad educativa, donde los que no terminaron el secundario llega al 26%, a lo que le sumamos los que terminaron la primaria asciende a un total de 49%. 7 Para INDEC, la franja etaria que delimita el periodo juvenil es de 18 a 29 años. Edad de la población desocupada de los CFP UOCRA, 2008 22% hasta 25 45% de 26 a 35 de 36 a 45 13% 46 y más ns/nc 12% 8% Fuente: Insoc Población desocupada de acuerdo a nivel educativo de los CFP UOCRA, 2008 1% primario incompleto 1% 10% 10% primario completo 6% secundario incompleto 23% secundario completo 17% univ. Y/o terciario incompleto 26% univ. y/o terciario completo Fuente: Insoc De todos modos, resta que esos sujetos sean absorbidos por la economía formal, pues la mayoría de ellos se orienta al trabajo autónomo, o a conformar cooperativas de trabajo, lo cual reproduce un cambio en la lógica de producción que no persigue solo el lucro, sino que tiene como máxima el bienestar social, pero que deben reproducirse en un incremento de los asalariados en el PBI nacional y fortalecer el sistema se seguridad social. 5- Conclusiones tentativas La cuestión social de los jóvenes ha adquirido mayores dimensiones en un contexto que los concibe como sujetos de derechos y como un grupo altamente productivo, ya sea desde el punto de vista estratégico como demográfico. Desde esta perspectiva, ya no se los naturaliza en una condición de exclusión o mediante una visión legitimada de vulnerabilidad, donde la flexibilidad surgía como un componente positivo, sino que en la actualidad se trata de recomponer la relación difícil entre educación y trabajo para el sostenimiento del modelo de desarrollo. En este sentido, vemos que lo que se puso en marcha desde el año 2003 fueron cambios sustanciales en torno a las directrices del país desde un abordaje integral entre lo económico, lo social y lo político, que constituyen un proyecto estratégico de desarrollo (De Piero, Gradin, Ruiz del Ferrier, 2011) Asimismo, en políticas destinadas a este sector social concreto, se establecen los cimientos de lo que será la condición futura de las personas, en donde la lógica del mundo del trabajo y el derecho de educación representan valores indispensables con amplias consecuencias, que en este momento se consideran de carácter público y gracias a ello se transforman en derechos positivos. Es por ello que se deben avanzar en políticas activas en torno al trabajo decente, y a la ampliación de una educación de calidad que constituya el punto homogeneizador de inserción social. La concepción de los CFP como algo más que un puente entre la educación formal segmentada y la exclusión, o como un mero paliativo de las deficiencias del propio sistema educativo mercantilizado de los noventa, advierte que su importancia dentro del esquema productivo industrial supone una serie de beneficios directos: Por un lado, articula las instancias educativas formales, así como establece terminalidad de primaria y secundaria para la reinserción social, en una suerte de homogeneizador de diferencialidades sociales producto de la segmentación educativa y la precarización laboral de los noventa. Permite que se desarrollen proyectos productivos de visión emprendedora, y en muchos de los casos, que se impulsen trabajos cooperados que constituyen una nueva economía con rostro social. Desarrolla una concientización de derechos referidos a la ciudadanía y concretamente en relación al mundo laboral, para que la inserción de los mismos se produzca en términos legales y justos. Favorece a la capacitación de los proyectos de la economía social buscando operativizar mecanismos y apuntalar un desarrollo sostenido de las mismas, a partir del conocimiento específico y la asistencia técnica. Para concluir, decimos que un abordaje integral de los problemas específicos del colectivo juvenil, se produce desde un Estado con responsabilidad y compromiso social, pero que además requiere de la cooperación de otros actores sociales en conjunto, como lo son las empresas y los sindicatos, de modo tal que se pueda lograr un seguimiento de las políticas impulsadas, así como analizar sus efectos y alcances en concreto, y fomentar la inserción al mundo del trabajo decente bajo reglas justas, que desarrollen la economía local y permitan la inclusión de los jóvenes en conjunto al sistema. En este sentido, el fortalecimiento de los centros de formación vinculados a los actores sociales legítimos, representan en sí mismos un valor agregado en este proceso de transición, insertando laboralmente a colectivos antes olvidados. Nuevamente se afirma, la importancia del seguimiento de las políticas para no solo medir sus impactos, sino poder modificar o profundizar lo que sea necesario a partir de particularidades y contingencias que se puedan suceder.