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INSTRUMENTOS DE DOMINIO
Capítulo 16
Instrumentos de dominio:
Samuelson viaja a Washington
No me importa quién redacte las leyes de la nación o quién elabore
sus importantes tratados, mientras yo pueda escribir libros de economía.
PAUL A. SAMUELSON1
Paul Anthony Samuelson, la mente anónima que había tras el informe
al que se refería el presidente Roosevelt en su «radical» mensaje sobre el
Estado de la Unión, pasó los primeros meses de la guerra enseñando
economía a aburridos estudiantes de ingeniería y haciendo cálculos interminables para el ejército en el Laboratorio de Radiaciones del MIT.2
En 1940, el economista Lauchlin Currie comentó a Roosevelt que Estados Unidos debería ir organizándose para cuando acabara la guerra. El
presidente se mostró de acuerdo, y Currie contrató a un grupo de expertos para el Consejo Nacional de Planificación de Recursos, el primer y único organismo de planificación del país, dirigido por Frederic
A. Delano, tío de Roosevelt. Samuelson, que por entonces tenía veintisiete años, acababa de licenciarse por Harvard y ejercía como profesor
auxiliar en el MIT, pasó a ser el jefe de una veintena de economistas y
unos cuantos estudiantes de posgrado de la Universidad Johns Hopkins,
encargados de estudiar la evolución que podía seguir la economía después de la guerra y proponer soluciones para los posibles problemas.3
Para demostrar a sus superiores que la nueva economía keynesiana no
tenía nada de subversivo, Samuelson se empeñó en asistir con una visera verde de contable a las reuniones informativas de la Casa Blanca.
El primer martes de septiembre de 1944, aquel soldado de a pie del
vasto ejército de asesores universitarios de la administración rooseveltia450
na tomó el tren nocturno en dirección a Washington por primera vez
desde hacía casi un año. Bajo, enjuto, con el pelo cortado a cepillo y un
pulcro atuendo de traje y pajarita, Samuelson se dedicó a recorrer las
«calurosas oficinas provisionales» que habían proliferado por toda la capital para hablar con antiguos colegas y estudiantes y ponerse al día de
las últimas noticias y cotilleos.
Samuelson empezó a sospechar que «habría recortes en la producción de guerra».4 Las oficinas que visitó estaban invadidas de calculadoras de sobremesa, pilas de formularios y montones de informes presupuestarios. Ante la inminencia del final de la guerra, Washington
pensaba menos en la producción bélica y se preocupaba más por las
dificultades de la transición a una economía de paz. Había cientos de
burócratas ocupados en calcular en qué medida podían reducir las adquisiciones militares, cuántos soldados habría que licenciar o cuánto se
tardaría en convertir las líneas de producción de tanques en líneas de
producción de automóviles. Estaba previsto comenzar la primera tanda
de reducciones en otoño, coincidiendo, quizá no por casualidad, con la
campaña presidencial de 1944, en la que el presidente Roosevelt se enfrentaría al republicano Thomas E. Dewey, que en esos momentos era el
gobernador de Nueva York. Al final, corno la ofensiva de las Ardenas en
otoño retrasó el avance de los aliados, la reconversión se pospuso hasta
comienzos de 1945.5
A pesar de la pegajosa humedad y el sofocante calor de aquellos
días, Samuelson advirtió frialdad en los «expertos» que trabajaban para
el gobierno y para el Congreso. El día antes de su llegada a Washington, había leído consternado un titular del New York Times: «La prosperidad de la posguerra, casi asegurada».6 En realidad, lo más probable
era que tras la guerra hubiera problemas serios. En aquel momento
había 11 millones de hombres y mujeres sirviendo en el ejército, y 16 millones de personas, casi un tercio de la población, trabajaban en las fábricas de defensa. En 1943, los gastos del gobierno federal habían superado los 60.000 millones de dólares, una cifra que equivalía a casi la
mitad del producto nacional y que multiplicaba por siete la de 1940.
Cuanto más pensaba en lo que le esperaba a su país después de la guerra, más preocupado estaba Samuelson.
Su estado de ánimo coincidía con el de otros keynesianos que, si
bien aceptaban que durante unos cuantos años sería posible elevar la
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producción, la eficacia y la renta per cápita del país, no tenían tan
claro que las empresas y las familias estuvieran en condiciones de gastar los ingresos generados por toda esta actividad. Samuelson tenía
cada vez más claro que la tendencia al estancamiento económico no
era una dolencia crónica sino un trastorno transitorio, causado por
errores de la política monetaria o por influencias externas. Según el
historiador de la economía David M. Kennedy, las conclusiones del
informe que redactó Samuelson para el Consejo Nacional de Planificación de Recursos se inspiraban en dos fuentes. Una era la opinión que ya había expresado Keynes en 1940 en Cómo pagar la guerra,
es decir, que para asegurar las perspectivas de la economía británica
después del conflicto tenía que haber una inyección importante y
constante de dinero público.7 La otra fuente de inspiración venía del
grupo de keynesianos que asesoraban al gobierno estadounidense,
sobre todo Currie, White y Alvin Hansen, que era profesor de Harvard y consultor del Consejo Nacional de Planificación y de la R e serva Federal. Hansen fue quien reclutó para el bando keynesiano a
los estudiantes y profesores conservadores de su departamento (el
«lumpenproletariado», como le gustaba decir a Samuelson). En todo
caso, como ha observado Kennedy, los discípulos estadounidenses
de Keynes eran aún más pesimistas que su líder.Ya en 1938, el mismo año en que salió del Medio Oeste para entrar corno profesor en
Harvard, Hansen había publicado Full Recovery or Stagnation?, donde vaticinaba un futuro muy sombrío en los años posteriores a la
guerra.
Samuelson, que escribía con la misma rapidez y facilidad con la
que hablaba, estrenó su carrera estelar de periodista publicando dos polémicos artículos en el New Republic sobre «la inminente crisis económica».8 El tono de su discurso era más enérgico que fatalista. Dando
por supuesto que el problema, aunque difícil, era resoluble, reclamaba lo
mismo que en el informe de 1942 para el Consejo Nacional de Planificación: escalonar la desmovilización y mantener un gasto público elevado. El texto irradiaba la misma confianza que ya había mostrado en
otra ocasión uno de los partidarios del New Deal, Chester Bowles:
«Hemos asistido a la última de nuestras grandes depresiones, por la sencilla razón de que la gente [es] lo bastante lista para saber que no tiene
por qué soportar otra».9
Samuelson procedía de la emigración de judíos rusos instalada en el
Medio Oeste de Estados Unidos tras la Primera Guerra Mundial, en los
alegres años veinte. Había nacido en 1915 en Gary (Indiana), hecho al
que atribuía su vocación por la economía y la Bolsa. En aquel tiempo
Gary no era un suburbio de Chicago sino una gris población fabril, con
grandes acerías y modernos edificios de viviendas que se alzaban en
plena pradera y producían una atmósfera especial que olía a humo, hollín y dinero. Durante la Primera Guerra Mundial, las acerías funcionaban día y noche, y los obreros, casi todos inmigrantes, podían trabajar
doce horas al día y siete días a la semana. Cuando se ponían enfermos,
no iban al médico sino a la farmacia, para no perder ni un día de paga,
y Frank Samuelson tenía la suerte de ser uno de los pocos farmacéuticos de la ciudad. Miembro de la primera generación de inmigrantes
judíos, hablaba ruso y polaco con sus clientes.
En sus ratos libres, Frank Samuelson se dedicaba también a especular con terrenos, una afición generalizada entre los habitantes del Medio
Oeste con dinero para invertir, ya fuera procedente de sus ahorros o de
préstamos. La prosperidad de la guerra se había transmitido a la economía agraria y había provocado una subida extraordinaria de los precios
de los cereales. A los granjeros les iba mejor que nunca, y se animaban a
pedir créditos para invertirlos en más tierras y maquinaria. Tanto ellos
como Frank Samuelson, que compró solares en el centro de Gary, vivieron varios años de prosperidad. Como en Gopher Prairie, la ciudad
ficticia retratada en la novela de Sinclair Lewis Malas calles, en Gary
abundaban los triunfadores como Frank Samuelson y sus frustradas esposas, que encontraban horrible la ciudad y odiaban a sus maridos por
obligarlas a vivir tan lejos de Chicago. Guapa, frivola y «tremendamente
esnob», Ella Lipton Samuelson oscilaba entre animar a su marido a seguir invirtiendo y burlarse de él. Era una mujer de carácter inestable
que soñaba con ser una famosa diseñadora de sombreros; le hubiera
gustado tener hijas, pero tuvo tres hijos varones, a los que envió a criarse con otras familias en cuanto fueron capaces de andar solos.
A los diecisiete meses de edad, Samuelson era un niño rubito y de
ojos azules que tuvo que irse a vivir a una granja de Wheeler (Indiana),
un pueblucho rodeado de vastos trigales, sin electricidad, agua corrien-
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te, teléfono ni coche. Más tarde recordó: «En mi infancia conocí de
primera mano la desaparición de la economía basada en el caballo y la
llegada del agua corriente y la luz eléctrica. Después de algo así, cosas
como las transmisiones de radio o las imágenes de televisión no le impresionan a uno».10 Samuelson no volvió a ver a su madre hasta que empezó a ir a la escuela infantil.
El distanciamiento materno puede producir frialdad e indiferencia
de carácter, pero también ansia de cariño y deseo de agradar. En el caso
de Samuelson, el resultado fue un poco una mezcla de ambas cosas. Su
madre de acogida fue la primera de una larga lista de seres de sexo femenino que lo adoraron: desde esposas y secretarias hasta hijas y perras.
A diferencia de su madre biológica, era una mujer de formas generosas,
amable, cariñosa y muy buena cocinera.
A los cinco años, cuando Paul volvió a la casa familiar, ya se había
firmado el armisticio y la recién creada Reserva Federal trataba de limitar el crédito para revertir la inflación de los años de guerra. Los bancos
centrales de Inglaterra y de Francia, dos países que eran los principales
compradores de trigo estadounidense, estaban haciendo lo mismo. En
cuestión de meses, los precios del grano habían bajado a la mitad, las
acerías estaban inactivas y los bancos iniciaban una oleada de quiebras.
«Las quiebras bancarias no eran un fenómeno extraño ni desconocido
en mi zona de Indiana —recordó más tarde Samuelson—. Las granjas,
cargadas de hipotecas y totalmente equipadas en el momento de más
prosperidad de la guerra, sufrieron mucho con la caída de los precios
del grano. Por eso quebraron los bancos de la zona.» Como era de esperar, los precios de la tierra se desplomaron, y también se esfumó el colchón financiero de los Samuelson.
La recuperación económica iniciada a mediados de 1921 no logró
reactivar la maltrecha economía agraria ni las finanzas de la familia de
Samuelson. Durante cuatro años, Frank Samuelson vio cómo su antes
próspera farmacia iba de capa caída. Al final, en el verano de 1925, atraído por las historias de inviernos cálidos y exuberancia tropical —¡naranjas a la puerta de casa!— y cansado de las constantes quejas de su
mujer, entregó las llaves de su comercio al nuevo propietario. Su mujer
y él subieron al coche y se marcharon a Miami, como decenas de miles
de familias que en esa misma época decidieron instalarse en Florida.
Comprar un terreno allí parecía una apuesta segura: con una bajada del
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10 por ciento, duplicar el precio significaba obtener beneficios del
1.000 por ciento sobre la inversión original. Daba igual que aquel «paraíso de la construcción» fuera algo «a medio camino entre un pantano
y un terreno de matojos».11
Cuando sus padres se fueron de Gary, Samuelson, que tenía diez
años, y su hermano Harold, de doce años y medio, se instalaron en
Wheeler, donde solían pasar los veranos. Sus padres los invitaron a reunirse con ellos a principios de septiembre, y los dos niños viajaron de
Chicago a Miami en tren. Samuelson ha contado que lo primero en lo
que se fijó al llegar no fueron sus padres sino «los chicos con pantalones
bombachos que compraban y vendían terrenos».12
A mediados de 1925, la prosperidad había llegado a Jacksonville,
una tranquila ciudad agrícola situada al norte de la costa atlántica, a
quinientos kilómetros de Miami. También había atraído a un tipo tristemente célebre llamado Charles Ponzi, que vendía parcelas por diez
dólares, que al final resultaban estar a cien kilómetros en línea recta de
Jacksonville y medir la décima parte de una hectárea. En 1926 empezó
a desvanecerse la ilusión de que en Florida uno se podía hacer de oro, y
ya no llegaban tantos compradores. Como es natural, los precios también bajaron. Además hubo dos huracanes, y lo que parecía una pausa
transitoria dentro de una ascensión imparable terminó siendo una caída
en picado. Frank Samuelson perdió casi todo el dinero que le quedaba
y se ganó más reproches de su mujer. «No se controlaba demasiado»,
dijo Paul de su madre, que, después de que Frank muriese con cuarenta
y ocho años de un ataque al corazón, no se cansaba de hablar una y otra
vez de las estúpidas especulaciones de su marido. El origen de los problemas económicos de la familia era evidente incluso para un niño de
diez años.
Dos años después, la familia Samuelson regresó al Medio Oeste y
se instaló en el barrio sur de Chicago, que por entonces era un distrito
de clase media, situado entre el gueto negro y el lago Michigan. La economía de Chicago pasaba por otro momento de auge. La fetidez de los
corrales de ganado se mezclaba con el humo de las acerías de Gary, que
llegaba desde el otro lado del lago. Paul se matriculó en el instituto
Hyde Park y, como el resto de sus conciudadanos, se aficionó a leer
diariamente las páginas de la Bolsa, muchas veces con su profesor de matemáticas.
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Por aquel entonces, la adoración por F. Scott Fitzgerald, autor del
Gran Gatsby, estaba en su apogeo. Samuelson publicó en la revista del instituto algunos relatos con protagonistas jóvenes, mundanos y cínicos, que
se enamoraban y desenamoraban en lo que tardaban en cambiarse de
ropa y soltaban frases como «Por Miguel, Pablo, Pedro y todos los apóstoles, ¡cierra esa boca!».13 Acostumbrado a vivir con una madre que no paraba de «pegar gritos», fantaseaba con poder refugiarse algún día en una
universidad de la Costa Este, en algún «pueblo verde y tranquilo» donde
hubiera «una iglesia de paredes blancas».14 En 1931, cuando terminó la
secundaria, Samuelson tenia dieciséis años y la Gran Depresión se cernía
sobre Estados Unidos como una larga noche de invierno. Samuelson ya
no podría, si es que alguna vez había podido, ir a estudiar a la Costa Este.
Por eso en enero de 1932 se matriculó en la Universidad de Chicago, con
la idea de estudiar matemáticas, y siguió viviendo en la casa familiar.
Al final, quedarse en el Medio Oeste tuvo beneficios inesperados.
Lejos de ser el pueblucho atrasado que Samuelson había imaginado,
Chicago era un hervidero de actividad intelectual y política, y en la
universidad abundaban los economistas convencidos de que Washington
debía implicarse más a fondo para combatir la Gran Depresión. El profesorado, formado por conservadores en materia fiscal oriundos del
Medio Oeste y por liberales burkeanos de extracción centro europea,
veía con alarma las medidas con las que el gobierno se enfrentaba a la
crisis y aconsejaba una respuesta más activa.
Por su tutor, Samuelson supo que «el economista más importante
del mundo», John Maynard Keynes, había dado varias conferencias en la
universidad el verano anterior.15 Su primer profesor de economía fue
Aaron Director (el futuro cuñado de Milton Friedman), «un economista árido, reaccionario y seguro de sí mismo», que tuvo «una influencia
importante» sobre él. Más tarde, Samuelson contó que había empezado
a interesarse por la economía en la primera clase de Aaron Director, que
versó sobre la teoría malthusiana de la población. Otro de sus profesores
fue Jacob Viner, un canadiense de origen rumano que tenía fama de ser
durísimo poniendo notas. Después de la toma de posesión de Roosevelt,Viner se convirtió en uno de los asesores de Henry Morgenthau y
ayudó a decenas de estudiantes a entrar a trabajar en el Tesoro, la Reserva Federal y varios organismos del New Deal. íntimo amigo de Schumpeter y de Hayek, Jacob Viner fue uno de los críticos más activos e in456
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fluyentes de la Teoría general del empleo, el interés y el dinero. Estaba de
acuerdo con Keynes en su visión de la política y en la necesidad de incurrir en gastos deficitarios para combatir la depresión, pero sostenía
que su teoría, lejos de ser «general», solo era válida a corto plazo y no
funcionaba si se aplicaba a períodos más largos.
Cuando Samuelson aún no llevaba un mes en Chicago, la universidad organizó un congreso en el que varios expertos en política monetaria, entre ellos Irving Fisher, el economista más famoso y polémico de
Estados Unidos, debatieron las medidas que debería adoptar la administración de Hoover para combatir la depresión. Director y Viner firmaron el telegrama escrito por Fisher que instaba al presidente a elaborar
un programa decidido de estímulo económico.
Tres años más tarde, Samuelson decidió que sería mejor economista que matemático, y tras conseguir una beca de doctorado, prefirió
trasladarse a Harvard en lugar de seguir en Chicago. Uno de los motivos era que allí daba clases Edward Chamberlin, que acababa de publicar la innovadora Teoría de la competencia monopolística, pero también le
influyó la posibilidad de dejar la casa familiar y hacer realidad la fantasía
de estudiar en un «pueblo verde y tranquilo». Cuando llegó a Cambridge, durante el tercer año del programa de recuperación de Roosevelt,
Samuelson descubrió que los profesores de Harvard, aunque políticamente se situaban más a la izquierda que los de Chicago, desde el punto
de vista intelectual eran mucho más conservadores.
En el otoño de 1936, durante su primer semestre en Harvard,
Samuelson conoció a un estudiante canadiense que había asistido a las
conferencias de Keynes en Cambridge. En uno de sus trabajos de curso,
Robert Bryce presentaba de forma resumida las ideas de una obra de
Keynes aún inédita: la Teoría general. Bryce se centraba en la importancia del gasto público para combatir el desempleo pero no explicaba del
todo la teoría subyacente, lo cual desconcertó un poco a Samuelson,
que no creía que la intervención fiscal fuera una idea novedosa o exclusivamente «keynesiana». En cualquier caso, como era obvio que había
un repunte económico, dio por sentado que el motivo era el New Deal
y creyó de buena fe que Keynes había elaborado una teoría nueva, rigurosa y coherente que explicaba los motivos. «Terminé preguntándome
si no estaría bien aceptar un paradigma que me ayudaría a entender el
cambio de línea adoptado por Roosevelt entre 1933 y 1937.»16
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En 1936, Nicholas Kaldor, partidario de Keynes y de Marx y asesor
económico del Partido Laborista, visitó la universidad y asistió a lo que
pensaba era la brillante intervención de un gran académico. Antes de
hacer una pregunta al ponente, quiso felicitarle: «Enhorabuena, profesor
Chamberlin», comenzó. Pero el «profesor» resultó ser Samuelson, un estudiante de primer curso de doctorado. Samuelson estaba matriculado
en la asignatura del matemático Edwin Bidwell Wilson, el último discípulo de Willard Gibbs enYale, en la que la mitad del alumnado la formaban él mismo y Schumpeter, quien desde un principio lo había adoptado como su protegido. También asistía a las clases de un brillante exiliado
ruso y futuro Premio Nobel: Wassily Leontief. El economista japonés
Tsuru Shigeto, que fue el mejor amigo de Samuelson en los años de
doctorado, lo describió así: «Como es sabido, Leontief no era demasiado
elocuente y usaba asiduamente la pizarra, en la que trazaba un par de
líneas que se entrecruzaban y decía:"Como ven, en esta intersección...".
Entonces intervenía Paul: "Sí, es el punto de...". Pero no podía terminar
la frase, porque Leontief exclamaba enseguida alborozado: "¡Eso es! ¡Lo
ha entendido usted perfectamente!". Paul y él sabían de qué estaban hablando, pero el resto de la clase no nos enterábamos de nada».17
Al año siguiente, Samuelson fue el primer economista elegido para
formar parte de la Society of Fellows, una curiosa institución de Harvard inspirada en la tradición inglesa de la mesa de los profesores. Para
entrar en ella, los jóvenes estudiantes de diferentes disciplinas debían
suspender durante tres años sus estudios de doctorado y limitarse a...
pensar. De pronto, Samuelson se encontró en compañía de grandes matemáticos, como el lógico Willard Van Orman Quine, el inventor de la
teoría de grafos George Birkhoff, o Stanislaw Ulam, creador del diseño
Teller-Ulam para el armamento termonuclear.
No obstante, los retos intelectuales y el ambiente apasionadamente
reflexivo del grupo no podían sustituir a una familia. Al cabo de un año,
Samuelson se casaba con Marión Crawford, otra estudiante de doctorado originaria de Wisconsin. En mayo de 1940, cuando Samuelson cumplía veinticinco años y estaba a punto de agotar el plazo de doctorado,
Marión ya había terminado el suyo y la joven pareja había tenido a su
primer hijo.
Como muchos de los jóvenes que alcanzaron la mayoría de edad
durante la Gran Depresión, Samuelson tenía prisa por vivir. Sus amigos
europeos se escandalizaban al saber que escuchaba la Novena Sinfonía
de Beethoven desordenada, para no perder tiempo rebuscando entre sus
discos de setenta y ocho revoluciones. A la espera de recibir una oferta
de trabajo de Harvard, Samuelson se enfrascó en la escritura de su tesis,
que Marión pasaba a máquina. En la presentación, Samuelson tomó
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prestado el título de los Fundamentos del análisis económico. Sus Funda-
mentos se inspiraban en parte en la crítica que había escrito Schumpeter
en 1931 contra la crisis de la teoría económica, y presentaban cierta similitud con las tesis de Irving Fisher. El trabajo era un ambicioso ataque
contra la teoría económica del momento, en el que Samuelson usaba
«sencillas argumentaciones lógicas y aritméticas» para demostrar que
esta se podía reducir a proposiciones más simples y fundamentales. «Me
sentía como si estuviera abriéndome paso en una selva con una navaja
de bolsillo —dijo más tarde—.Todo era una maraña de contradicciones,
repeticiones y confusiones.»18
Los Fundamentos lograron lo que habían intentado conseguir los
Principia mathematka de Bertrand Russell y los Fundamentos matemáticos
de la mecánica cuántica de John von Neumann, y también lo que habían
conseguido en 1890 los Principios de economía de Marshall. Herbert
Stein, formado en la Universidad de Chicago y defensor del New Deal,
comparó el logro de Samuelson con la teoría económica anterior a Fisher y a Keynes: si la gente se queda sin trabajo, hay que darle empleo. Es
decir, si no hay trabajo, hay que manipular algún factor situado en un
extremo del sistema —por ejemplo, el dinero circulante o las tarifas
fiscales—, entendiendo que afectará de algún modo a lo que está en el
otro extremo: el empleo. Esta era la implicación práctica de la nueva
«economía del conjunto» o macroeconomía.Y eso era lo que había de
novedoso en la teoría económica de Fisher y de Keynes.19
El énfasis en los vínculos existentes entre los diferentes elementos
de la economía y en sus efectos indirectos y secundarios explica la importante base matemática de la nueva macroeconomía. Sin fórmulas no
es posible analizar un sistema complejo. El debate sobre la utilidad de las
matemáticas para analizar los problemas económicos resurge de vez en
cuando, como el debate sobre el uso de la informática para demostrar
los teoremas matemáticos. Los economistas, como los ingenieros, los
físicos nucleares y los compositores, necesitan resolver problemas. Si las
herramientas antiguas no les son del todo útiles para el problema que
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están estudiando en un momento concreto, probarán a usar herramientas nuevas. Lo cierto es que la vieja generación suele tener dificultades
para adaptarse a las nuevas técnicas y no suele encontrarlas necesarias,
pero la generación de Samuelson, que alcanzó la mayoría de edad durante la Gran Depresión y la Segunda Guerra Mundial, aceptaba con
naturalidad que las matemáticas son un lenguaje, como aseguraba Willard Gibb. El temor a que el cultivo de las matemáticas pudiera perjudicar el uso de las lenguas naturales era totalmente infundado. John von
Neumann, uno de los muchos matemáticos q u e influyó en la economía
teórica, era capaz de traducir sin problemas del alemán al inglés y citar
pasajes enteros de Dickens.Y el virtuosismo verbal de Samuelson era
aún más evidente.
Probablemente no es una casualidad que los Fundamentos se escribieran en la década de 1930, una época extraordinariamente innovadora. Samuelson, que cambió el enfoque de sus estudios después de
estudiar un año en Harvard, dedicó los tres cursos académicos del período 1937-1940, en los que trabajó como profesor, a elaborar las bases
de sus Fundamentos del análisis económico. Según dijo más tarde, este trabajo «no tuvo un momento de concepción concreto. Evolucionó por
sí solo gradualmente, entre los años 1936 y 1941».20 Se cuenta que,
cuando Samuelson terminó de defender su tesis, Schumpeter se volvió
hacia Leontief y le preguntó: «¿Qué le parece?, ¿hemos aprobado?». Sin
embargo, como sucedió con muchas de las creaciones de aquella época
fecunda, la Segunda Guerra Mundial dificultó la difusión de los Fundamentos. A diferencia de la Theory ofGames and Economic Behavior, escrita por Von Neumann y Oskar Morgenstern, la tesis doctoral de Samuelson no tuvo patrocinadores ricos ni defensores influyentes. De hecho,
Harold Burbank, director del Departamento de Economía de Harvard, la veía con tanta hostilidad —no se sabe si por su aversión a las
matemáticas o por su odio a los judíos— que mandó destruir las galeradas e insistió en que Samuelson no tuviera una plaza fija de profesor.
A finales de 1947, cuando por fin se publicaron, los Fundamentos tuvieron una buena acogida, porque tras la guerra se aceptaba mejor el uso
de herramientas y técnicas nuevas. Samuelson recibió el galardón John
Bates Clark, el equivalente de la Medalla Fields, por ser el mejor matemático menor de cuarenta años. Schumpeter proclamó que los Fundamentos eran una obra maestra y escribió en una carta a su ex alum-
no: «Si me pongo a leerlos por la noche, el entusiasmo no me deja
dormir».21
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Las aprensiones estadounidenses sobre la economía de la posguerra se
debían a la creencia de que el factor de recuperación económica no era
el New Deal sino la propia guerra. Mientras los británicos pensaban en
cómo evitar el crecimiento de la inflación sin dejar de compensar a la
población por los sacrificios realizados, la mayoría de los estadounidenses estaban preocupados por el retorno del paro cuando Washington
recortase los gastos militares y millones de soldados dejaran el ejército.
El Consejo Nacional de Planificación de Recursos, precursor del
Consejo Asesor de Economía, se encargó de planificar la transición a
una economía de paz. Everett Hagen, que escribió el informe del Consejo junto a Samuelson, elaboró una proyección general para la administración. A mediados de 1944 hubo una escisión entre los expertos en
economía de Washington. Los partidarios del New Deal veían por lo
general con optimismo las perspectivas de la posguerra, mientras que
los keynesianos tendían a ser pesimistas. Samuelson aceptaba que tras la
guerra podía haber un momento de auge porque las empresas restablecerían inventarios y sustituirían equipamientos y los consumidores actuarían de forma similar. Sin embargo, pensaba que el auge no duraría
mucho debido a los grandes recortes militares.
La desmovilización fue aún más rápida de lo que imaginaba Samuelson, pero la crisis que predijo no se materializó. En 1947, tras una recesión profunda pero breve, la economía se reactivó rápidamente. Cuando
comenzó la guerra fría, la administración de Truman dedicó cientos
de millones de dólares al arsenal nuclear, aunque el gasto en fuerzas de
tierra convencionales disminuyó bastante. Pero lo que Samuelson no
llegó a prever fue el enorme crecimiento en la demanda de los consumidores, que estaban ávidos de adquirir viviendas, coches, electrodomésticos y otros bienes característicos de la vida de clase media y tenían
mucho dinero ahorrado. Samuelson estuvo siempre convencido de que
este incómodo error de previsión frenó la entrada del keynesianismo en
la academia. En cierto modo, cometer un error tan clamoroso al comienzo de su carrera profesional fue beneficioso para alguien como él,
que detestaba los errores y pocas veces los cometía. Gracias a ello, Samuel461
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son empezó a ver con más escepticismo las previsiones económicas y
se mostró más reservado a la hora de defender o rebatir determinadas
políticas.
problema, según le confesó Freeman a Samuelson, que probablemente
ya lo sabía, era que «es una asignatura que todos odian». Basil Dandison,
representante de la editorial de libros de texto McGraw-Hill, visitó el
Departamento de Economía de Harvard un día después del ataque japonés a Pearl Harbor y solo encontró a un profesor en su despacho.
Dandison le contó que su editorial estaba buscando a alguien que escribiera un manual de economía y les habían dicho que en la Facultad de
Ingeniería, al otro lado de Cambridge, había un joven profesor muy
brillante. En el momento en que Japón capitulaba, Dandison ya había
llegado a un acuerdo con el profesor del MIT. Más tarde explicó: «Pensé que el asunto podría salir muy bien». El profesor al que le propusieron la redacción del manual tuvo el acierto de rechazar un pago a tanto
alzado e insistir en que prefería cobrar un porcentaje de derechos del 15
por ciento, algo poco usual en aquella época.24
Samuelson pensó que, si dejaba el puesto en el Laboratorio de Radiaciones, podría dejar listo el texto durante el verano. Pero en 1945
aceptó ser uno de los tres escritores en la sombra de Vannevar Bush,
ingeniero del MIT y fundador de la compañía de defensa Raytheon,
que dirigía una entidad de planificación y tenía que preparar por encargo de Roosevelt un informe sobre investigación y desarrollo titulado
La ciencia: una frontera sin límites.25 Por eso Samuelson no pudo terminar
su Economía: un análisis introductorio hasta abril de 1948, aunque los estudiantes de ingeniería del MIT leyeron copias mimeografiadas de algunos capítulos.
La desmovilización fue un momento de prosperidad para los centros de
enseñanza superior estadounidenses, entre ellos el embrionario Departamento de Economía del MIT. Antes de que Roosevelt pronunciara su
exhortación de 1944 en favor de los derechos económicos, la única
medida de este tipo aprobada por el Congreso fue la Ley de Recolocación de las Tropas, que concedía becas universitarias a los soldados desmovilizados. Esta medida tuvo efectos importantes y duraderos en la
economía de la posguerra. En el Reino Unido, el gobierno laborista
creó un Estado del bienestar con el que intentaba compensar al pueblo
británico por los sacrificios realizados en los años de guerra. La contrapartida en Estados Unidos fue la Ley de Recolocación de las Tropas.
Según David Kennedy, la única oposición seria vino de la Universidad
de Chicago, el alma máter de Samuelson y de Friedman. Su célebre
rector, Robert Hutchins, advirtió: «Las facultades y universidades terminarán siendo selvas en las que se educarán salvajes».22 El MIT, que no
tenía ningún programa universitario de economía, adoptó una postura
más pragmática.
La Ley de Recolocación se aprobó en junio de 1944, justo antes de
que comenzara la desmovilización. Samuelson llevaba tiempo queriendo
dejar su trabajo en el Laboratorio de Radiaciones, que le parecía tedioso,
para asumir nuevos proyectos. Tras cierta vacilación, rechazó la oferta de
escribir anónimamente una historia sobre el Proyecto Manhattan. Entretanto, como cada vez más soldados se acogían a la Ley de Recolocación,
su carga docente en Cambridge aumentó exponencialmente. En abril de
1945, Ralph Freeman, el jefe de su departamento, le propuso escribir un
manual de economía para ingenieros. Samuelson envió una carta de justificación al ejército, que seguía reclamándole su tiempo: «El MIT me ha
propuesto abordar un importante proyecto que solo yo puedo llevar a
cabo», y añadió: «Se acerca el día en que ya no será de interés nacional
que un buen economista se convierta en un matemático mediocre».23
Los nuevos estudiantes del MIT tenían que hacer un curso introductorio de economía, otra muestra más del cambio de los tiempos. El
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En el ensayo God and Man at Yale: The Superstitions of «Academic Freedom», que fue éxito de ventas en 1951,William F. Buckley Jr., que por
entonces contaba veinticinco años, lanzaba una fuerte acusación contra su alma máter. Según él, «la principal influencia sobre los economistas de Yale» era «profundamente colectivista», es decir, la antítesis
de los valores empresariales preconizados por los alumnos de la universidad. Como prueba, Buckley citaba la bibliografía propuesta en
Economía 10, el curso introductorio que seguían un tercio de los estudiantes.26 Uno de los textos criticados era el manual escrito por
Samuelson: Economía: un análisis introductorio. Tras acusar a Samuelson
de glorificar la intervención estatal y denostar la concurrencia y la
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iniciativa individuales, Buckley se mostró escandalizado por su «típica
facundia [...] y su melodramático llamamiento».27 Lo que más le indignaba era la insinuación de que las herencias y las grandes fortunas
eran peligrosas.
Las blasfemias del manual Economía eran muchas y sus muestras de
respeto a la sabiduría tradicional, pocas.28 En vez de la «mano invisible»
de Adam Smith, Samuelson hablaba de una «máquina a la que le falta
un timón eficaz» para describir la economía privada.29 En vez de considerar que el Estado era un mal necesario, Samuelson lo calificaba de
entidad imprescindible «allá donde las complejidades de la economía
requieren planificación y coordinación social»,30 y para recalcar su argumento añadía: «El hombre moderno ya no puede creer que "el Estado que mejor gobierna es el que gobierna menos"».31 Además, Samuelson despreciaba la disciplina monetaria que imponía el patrón oro
antes de la Primera Guerra Mundial porque convertía «a cada país en
esclavo en lugar de dueño de su propio destino económico».32 Samuelson consideraba pasada de moda la obsesión con el equilibrio presupuestario y aseguraba a sus lectores que no había «razones técnicas ni
financieras para que un país proclive a los gastos deficitarios no pueda
seguir usando este método hasta el fin de nuestras vidas o incluso después».33
El manual Economía era obra de un joven que hablaba directamente a otros jóvenes:
OBSERVAD BIEN AL HOMBRE DE VUESTRA DERECHA
Y AL HOMBRE DE VUESTRA IZQUIERDA...
[El] primer problema que debe resolver la economía moderna: las causas
de [...] la depresión, y también las de la prosperidad, el pleno empleo y el
alto nivel de vida. Pero no menos importante es el hecho, que claramente
debemos interpretar pensando en la historia del siglo xx, de que la salud
política de una democracia está ligada de forma crucial al mantenimiento
adecuado de un nivel de empleo alto y estable y de unas oportunidades
de vida igualmente altas y estables. No es exagerado decir que la extensión de los regímenes dictatoriales y la Segunda Guerra Mundial que estalló como consecuencia de ello fueron, en no poca medida, un resultado
de la incapacidad del mundo para resolver adecuadamente este problema
económico básico.34
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INSTRUMENTOS DE DOMINIO
En una muestra del espíritu de los tiempos, favorable a la intervención estatal y a la democratización desde la base, Samuelson anunciaba
con solemnidad: «El modo de vida capitalista está pasando por una
prueba».35 La estructura del libro reflejaba las nuevas prioridades. Samuelson comenzaba explicando cómo se produce, distribuye y gasta la renta
nacional y cómo afectan a la economía privada las decisiones tributarias
y de gasto público. Eran asuntos «importantes para entender el mundo
económico de la posguerra» y también «cuestiones que la gente encuentra muy interesantes». Invirtiendo el orden usual, Samuelson empezaba hablando de macroeconomía y dejaba para la segunda parte del
libro otros temas más conocidos, como la teoría de la empresa y la capacidad de elección del consumidor. Consciente de que los ahorros y
los bonos de los años de guerra habían impulsado un nuevo interés por
la inversión, y deseoso de que los estudiantes de ingeniería no se durmieran leyendo el manual, Samuelson incluía un capítulo sobre las finanzas personales y el mercado de valores.
Básicamente, Samuelson combinaba la nueva economía keynesiana
con la teoría heredada de Marshall, a la vez que seguía el ejemplo de
este último e incorporaba conclusiones y técnicas propias. En la cuarta
edición, Samuelson calificó el enfoque de su manual como «síntesis
neoclásica».36 Marshall y Schumpeter habían señalado ya que el aumento
de la productividad era el principal factor de las mejoras en el nivel de
vida. A esta idea, Samuelson le sumó «la importancia de evitar un paro
masivo».37
Para describir las implicaciones de su nueva teoría, Samuelson recurrió a Alicia en el País de las Maravillas. En el mundo del pleno empleo
—es decir, un mundo con escasez, donde no se podrían conseguir cosas
gratuitamente y donde obtener más de una cosa implicaría renunciar a
otra— se aplicaban los parámetros antiguos, aunque el lenguaje matemático permitía reformularlos con más exactitud. En el mundo keynesiano, caracterizado por la abundancia y donde el empleo distaba de ser
total, se volvían posibles cosas imposibles, como obtener algo a cambio
de nada. El mejor ejemplo era la «paradoja del ahorro».38 En una economía con pleno empleo, si una familia ahorra una porción mayor de
sus ingresos, el importe total de ahorro asciende. En una depresión,
ahorrar más reduce la cifra total de ahorro, porque rebajar el gasto implica una bajada de la producción y de los ingresos, y por lo tanto del
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ahorro general. Cuando el empleo no es total, «todo se invierte». Lo
mismo se aplica al ahorro público.
Aunque la Gran Depresión no se caracterizó por el mal funcionamiento de un solo sector sino por un fallo en la coordinación entre los
mercados, Samuelson no acuñó el término macroeconomía en su sentido
actual, que es la interrelación entre la demanda efectiva de los hogares,
los negocios y el Estado, la cifra total de desempleo, la tasa de inflación
y otros factores. El mensaje que Samuelson quiso transmitir a los lectores de su manual era que la política monetaria ya no funcionaba. La
Gran Depresión era una prueba de ello: «Hoy, pocos economistas ven la
política monetaria de la Reserva Federal como una panacea para controlar el ciclo económico».39 Las ideas de la Reserva Federal estaban tan
anticuadas como los vestidos de los años veinte. Lo mismo podía decirse de Irving Fisher, que había muerto el año anterior, e incluso de todos
los keynesianos anteriores a 1933.
INSTRUMENTOS DE DOMINIO
Sería desacertado pensar que el gran éxito que obtuvo el manual de
Samuelson en las aulas universitarias implicó la adopción generalizada
de los principios económicos vigentes en Washington. A pesar de la
romántica nostalgia con la que hoy suele verse la década de 1950, fue
un tiempo en que hubo tres recesiones, una de ellas grave, y en los últimos años, una cifra de paro bastante elevada. Algunos historiadores subestiman la urgencia con la que Truman, y más tarde Eisenhower, tuvieron
que tomar medidas para equilibrar el presupuesto federal y, sobre todo,
recortar el gasto militar.Y a veces se ha confundido la agresiva retórica
de Truman sobre la guerra fría con la decisión de respaldar sus declaraciones con recursos. Sin embargo, como ha explicado Herbert Stein,
Truman no solo llevó a cabo recortes importantes en 1945, sino también en 1946, 1947 y 1948. El Plan Marshall fue la excepción y no la
regla.
¿A qué se debía este distanciamiento entre la teoría y la práctica?
De entrada, a la prudencia fiscal.Truman estaba convencido de que una
defensa fuerte era esencial para la salud económica del país, y atribuía la
victoria aliada, en no poca medida, a la capacidad de Estados Unidos
para erigirse en arsenal de la democracia. Para Traman, que como era
habitual en el Medio Oeste era conservador en lo fiscal y en lo econó-
mico, y que además se enfrentaba a un Congreso republicano, la prioridad básica era frenar el crecimiento de la deuda de guerra, eliminando
el déficit federal anual. Además, como demuestra la ausencia de un presupuesto de defensa en 1940, Estados Unidos no estaba acostumbrado a
mantener un ejército grande en tiempos de paz.Tras la derrota de Alemania, el avance de la desmovilización fue imparable, y el proyecto de
Truman para los tiempos de paz no logró imponerse. Por todo ello,
además de la necesidad de extender el poder de Estados Unidos a escala mundial como medida defensiva, hubo que hacer las cosas con poquísimo dinero.
La revolución keynesiana solo conquistó Washington en los años
sesenta. De todos los estudiantes de Samuelson, John E Kennedy fue el
que llegó más lejos, y poco antes de las elecciones presidenciales de
1960 invitó a su antiguo profesor a dar una charla informal en el jardín
de su casa de Hyannis Port, en Cape Cod. Más tarde, Samuelson contó
con humor: «Me esperaba un opíparo festín, pero nos dieron salchichas con habichuelas».
En conjunto, Samuelson consideró interesante el carácter frío, calculador y cauteloso de Kennedy. El nuevo presidente era difícil de convencer, pero cuando tomaba una decisión se mantenía firme. A pesar
del elevado déficit presupuestario, Kennedy impulsó fuertes recortes
fiscales para reavivar la tambaleante economía, y de paso sus índices de
popularidad. En una alocución televisada afirmó: «El peor déficit viene
de las recesiones», y añadió que rebajar los impuestos tanto a los particulares como a las empresas era «la medida más importante que podernos tomar para evitar otra recesión».
El recorte fiscal que impulsó Kennedy en 1963, aprobado después
de su magnicidio, fue un gran éxito. En 1970, el presidente Richard
Nixon aseguró que «ahora somos todos keynesianos», pero el recorte
fiscal fue la máxima aplicación de la teoría keynesiana a la gestión del
ciclo económico. Según Samuelson, el keynesianismo llegó a su punto
máximo no por la ascendencia de teorías rivales sino por la estanflación,
es decir, la combinación de desempleo, inflación y estancamiento que
aquejó a las economías más ricas del mundo en las décadas de 1970 y
1980. En cualquier caso, a finales de la década de 1950 y principios de
la de 1960, Milton Friedman ya estaba dirigiendo una ofensiva contra
el paradigma imperante en la Universidad de Chicago y rechazaba la
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idea de que el Estado pudiera manipular los presupuestos públicos para
obtener una combinación concreta de niveles de desempleo e inflación.
Retomando el legado de Irving Fisher y la teoría de que el dinero circulante afecta a la cifra de resultados económicos, y partiendo de la
base de que la Gran Depresión era el resultado de un fracaso monumental de la gestión monetaria, Friedman convenció a los jóvenes economistas primero, y después al presidente Jimmy Cárter, que contrató a
PaulVolcker para controlar el monstruo de la inflación, de que la m o neda, después de todo, era importante. Ni Friedman ni Samuelson volvieron a trabajar para el gobierno; los dos pensaban que podían tener
mucha más influencia dando clases y publicando que colaborando con
el presidente o con la Reserva a Federal.
Capítulo 17
La gran ilusión:
Joan Robinson en Moscú y en Pekín
Hoy en día es muy difícil dar lecciones de teoría económica, porque
ahora tenemos países socialistas y países capitalistas.
JOAN ROBINSON, 19451
En abril Moscú es todavía una ciudad gélida y cubierta de nieve, pero
hasta las nueve no anochece, y en las esquinas se instalan las ancianas
que venden ramilletes de mimosa. En la primavera de 1952, poco después de que Winston Churchill anunciara que el Reino Unido estaba
en posesión de la bomba atómica, Joan Robinson contemplaba emocionada las cúpulas doradas del Kremlin. Era una imagen tremendamente familiar y, al mismo tiempo, extrañamente irreal. En su diario
escribió: «Miro y miro, y no sé si lo que veo está allí realmente y si soy
realmente yo la que lo está mirando».2
Más tarde, en el gigantesco Salón de las Columnas, Robinson escuchaba distraída los pomposos discursos, las resoluciones de paz y las
bienvenidas «fraternales» de las «mujeres de Escocia». Pensaba en la
impresión que le había causado lo que había visto en la calle: el mercado, con sus montones de remolachas y sus pilas de lechugas; los escaparates con réplicas en yeso de jamones, salchichas y quesos (no porque
se hubiera acabado la comida de verdad, como en Inglaterra, sino para
no desperdiciarla en una vitrina); las guarderías donde las madres dejaban a niños bien vestidos y bien alimentados; el almacén al que se llevaba la ropa que les quedaba pequeña a los niños para que la aprovecharan otros («¡Qué idea tan buena!»); el «nivel "sueco" de orden y
limpieza», pero sin la tristeza del ambiente escandinavo... Todo ofrecía
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