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LA VIVENCIA MARIANA FUNDAMENTO DEL HUMANISMO ECLESIAL.
Myriam de Soto
Cuando en 1916 Ortega y Gasset vuelve de Alemania a España, se reúne con la
avanzadilla de los renovadores culturales en la Madrid. La cita ocurre en la sede
del actual Consejo Superior de Investigaciones científicas. Intercambian
apasionadamente puntos de vista y el nuevo contertulio siente la necesidad de
traducir una palabra del alemán, “Erlebnis”, aportando así al idioma castellano la
nueva palabra “vivencia”. En ocho letras se contiene un concepto clave de la
fenomenología, de la antropología y de la estética del tiempo que viene. Desde la
perspectiva de la presencia femenina en la cultura, podemos afirmar que Ortega y
Gasset proporciona un instrumental indispensable para entender la relación entre
siglo XX y la mujer.
El mismo Diccionario de la Real Academia Española, en su última edición, define
la palabra “vivencia” como “hecho de experimentar algo y su contenido”. La
novedad idiomática y filosófica reside en que se escoge un derivado de “vida”. O
sea, que la “experiencia” en su máxima intensidad existencial, será una forma de
vitalidad, un acontecimiento de vida en mí. En palabras del propio Ortega:
“aquello que llega con tal inmediatez a mi yo, que entra a forma parte de él.”
Como siempre, las palabras dan para todo, y vivencia ha sido conjugada en formas
desorbitadas. Por ejemplo, cuando se equipara vivencia con vitalismo desorbitado,
analógico a cuando se confunde libertad con libertinaje. Un pedagogo alemán
contemporáneo a Ortega y Gassset, define acertadamente la vivencia como la
“recepción y elaboración de una verdad desde el Gemüt. (*)
Con los estas breves reflexiones de palabras, podría resumir lo que el encuentro de
este octubre en Roma me sugiere en una perspectiva de futuro.
En el Magisterio de los tres últimos Papas, el Espíritu Santo nos ha proporcionado
lo nuclear de una antropología del ser propio y de la vocación irrenunciable de la
mujer en el humanismo cristiano y en la Iglesia. El documento magno de tales
orientaciones lo tenemos en la carta apostólica Mulieris Dignitatem. La visión de la
mujer es por lo tanto la “verdad”, el contenido y el anuncio, el cual una pedagogía
pastoral de la Iglesia, debe llevar desde un postulado abstracto a una experiencia
existencial, a una vivencia en las mujeres y en los varones, en las personas y en las
comunidades. Se trata de un nuevo estilo de vida, de una nueva cultura interna al
pueblo de Dios e irradiada y propuesta para la vida del mundo “a todos los
hombres de buena voluntad.” Este contenido inspira una cultura donde lo femenino
es asumido en plenitud existencial y cotidiana. Se trata de expresividad de
plasmación, de comportamientos, de una forma de trabajar en común, de gestos, de
estéticas,… que tengan la amplitud del humanismo cristiano encarnado en todo el
existir y el quehacer de cada día. Tal femineidad católica ha de tener el sello
(*) Entendiendo aquí Gemüt como el centro personal donde se cruzan el querer volitivo
espiritual (la voluntad) y el movimiento sensible (el afecto) del sujeto humano.
irrenunciable de lo mariano; esta nueva femineidad se arraiga en la mariología del
Vaticano II y en los desarrollos posteriores de los Sumos Pontífices.
El Papa Francisco, sigue la estela de sus predecesores. Gran conocedor de la visión
mariana de la mujer tal y como se desarrolló en las Conferencias Generales de
Puebla y Aparecida, augura una nueva fase y un nuevo envío a partir de su
experiencia de la religiosidad popular en Iberoamérica. El mundo nuevo que se
anhela es un hogar fraterno que brota del complemento creativo de lo femenino y
lo masculino. La aceleración cultural es imparable, y ocurrirá más y más. Llegará
con la Iglesia, o sin la Iglesia, o contra la Iglesia. Triunfará María o triunfará Eva,
el mundo será pagano o crístico.
En lo que respecta a nuestro Seminario la femineidad eclesial la pudimos
experimentar en la bella liturgia eucarística. La esplendida basílica marial y el
estilo celebratorio eran verdaderamente femenino – mariano. También conviene
anotar que el ambiente y el estilo de funcionamiento del encuentro muestra un
estilo insuficientemente femenino. La presencia masculina y sacerdotal de las
estructuras de la Santa Sede, como bien se sabe, han creado un estilo donde la
unilateralidad viril deja poco espacio a la femineidad de la esposa de Cristo. Falta
más acogida personalizada, más calidez en la acogida del diálogo, hace falta un
modo de fraternidad que se suscita solo por el encuentro feliz de lo masculino y lo
femenino, de lo materno y lo paterno, de lo trinitario que desciende a nosotros por
el Espíritu Santo, alma de femineidad en la Iglesia.
El poder experimentar este misterio sensiblemente es un don de la
sacramentalidad, histórica del pueblo de Dios, con materia y forma, con gesto y
palabra. Se trata de una estética que es un eco del comportamiento litúrgico y de la
belleza secular del cristianismo. Es un estilo icónico en la palabra, en el ademán,
en la forma y el color. Así, un espacio de trabajo en donde un ramo de flores, o una
decoración general o un pequeño recuerdo de despedida… certifica las doctrinas y
las ideas expresadas de un modo también no verbal, que se respira y se asume
gozosamente, porque todo encuentro entre cristianos tiene algo de festivo, que
irradia a la Mujer que en Caná imploró a Jesús el vino sensible y mesiánico de la
alegría.
Termino citando las palabras del Cardenal Rylko en la apertura de nuestro
Seminario “el carácter específico e insustituible de lo que define el ‘genio
femenino’…es esencial y determinante tanto para la Iglesia como para la sociedad
humana”.
Myriam de Soto Falcó
Madrid, 9 de noviembre de 2013
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