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Etnografías de la globalización.
Cómo pensar el turismo desde la antropología1
Dr. Antonio Miguel Nogués Pedregal
Universitas Miguel Hernández, Elche (España)
1. El turismo para la antropología
Aunque una parte de investigadores consuman mucho tiempo discutiendo y definiendo en qué momento y
por qué motivos alguien se ‘metamorfosea en turista’ (1) o en qué consiste el ‘fenómeno’ del turismo, la
gran mayoría de los habitantes de este Planeta no dudan al reconocer quién es turista, ni al defender al
turismo como esa deseable fuente de ingresos que traerá desarrollo, riqueza y bienestar. Lejos de recurrir
al hecho cuantitativo de su presencia en el PIB, al número de viajeros, o a las pernoctaciones según
categorías de alojamientos para subrayar su importancia, lo cierto es que el turismo es una práctica social
que se ha extendido por toda la Tierra. Su presencia física –en forma de hoteles, urbanizaciones,
restaurantes, tiendas de recuerdos, redes de transporte, campos de golf, casinos…— y simbólica, como
expondré en este artículo, despierta las deseabilidades de muchos ciudadanos por visitar regiones distintas
a las cotidianas, supone la “extensión no racional de la vida humana, la extensión mítica” (2), condiciona
las políticas de gobiernos estatales y locales, altera las relaciones sociales en y entre los grupos humanos,
incorpora nuevas formas productivas, transforma la cultura en patrimonio –en un “producto metacultural”
(3), modifica paisajes, crea narrativas y metáforas, configura los modos de vernos y de mirar a los otros,
fractura la continuidad en la reproducción-producción del sentido… y, en definitiva, convierte a los
lugares en territorios y escenarios turísticos a través de la mediación significativa del espacio turístico.
Por esta razón la antropología social no permanece ajena a su estudio y diseña métodos y elabora teorías
para ahondar en el mundo de la acción turística; es decir, en los procesos sociales y culturales que se
derivan de la presencia de un colectivo humano que, mediado por la industria turística, recala durante un
tiempo limitado en un lugar habitado por un grupo social y/o cultural que es construido y percibido como
diferente.
Incluso recurriendo a esa distinción financiero-tecnocrática entre potencialidades teóricas (ciencia) y
posibilidades de aplicación (técnica) podemos comprobar que el estudio etnográfico del turismo cumple
esa función de heurística que se le exige a cualquier campo de estudio. Por un lado, la ideología del
globalismo favorece ese “nuevo régimen de producción del espacio y el tiempo” (4) que es el turismo, y
así lo conforma como campo ideal para realizar etnografías de la globalización en, al menos, tres grandes
ámbitos. Primero, en la comprensión de los procesos de cambio en toda su complejidad social y cultural
global, tales como la mercantilización de la cultura, la intensificación de los flujos de comunicación
1
Aparecido en Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, nº 68, pp. 33-38, 2005 (ISSN 0214-2686)
A.M. Nogués Pedregal “Etnografías de la globalización …”
intercultural, la adaptación a los nuevos ritmos productivos, las costumbres gastronómicas, la invención o
revitalización de tradiciones, las relaciones sociales mediadas por tecnologías, espectáculos e
informaciones, la aparición de manifestaciones identitarias, la hibridación cultural, los nuevos usos de lo
puesto en valor, la sustitución de sociabilidades tradicionales por los eficientes principios de la
mercadotecnia, etc.
Segundo, en el análisis semiológico de las narrativas y metáforas generadas por la “expansión global de
los imaginarios” (5) a través del mundo mítico que se plasma en folletos, publicidades, rutas turísticas,
lugares patrimoniales, ‘autenticidades escenificadas’ (6), y manifestados en las distintas modalidades de
turismo (rural, solyplaya, cultural, étnico…), en los discursos orientalizadores y ruralizadores de destinos
y habitantes, en la creación de iconos transculturales, etc.
Y tercero, desde el paradigma de la economía política el estudio antropológico del turismo indaga: (a) en
las sutilezas neo-coloniales que perpetúan la división internacional del trabajo, por ejemplo, mediante la
integración vertical del sector servicios, la creación de semi-periferias para jubilados (‘re-locate yourself
in the Mediterranean!’, se publicita la Costa Blanca) y de periferias para el placer (sudeste asiático o
Caribe), el apoyo a regímenes que ofrecen ‘seguridad y estabilidad política’ en los territorios ‘deseables’,
la precariedad laboral y empleos de baja cualificación (‘nos quieren convertir en un país de camareros’,
claman en las manifestaciones contra las reconversiones del calzado en Elche o del sector naval en
Cádiz), la creación de un espacio rural ‘complementario’ –ergo dependiente—a los flujos inmobiliarios y
la oferta turística de la costa; (b) en la fractura de la continuidad ecológico-cultural de los territorios
mediante la creación de rutas y el fomento de centros de desarrollo que promueven nuevas solidaridades
tecnocráticas (p.ej. mediante la creación de mancomunidades de municipios); (c) en el papel del turismo
en la consolidación de los procesos de integración supranacional (p.ej. a través del inter-rail para jóvenes
europeos) a través del entendimiento intercultural que favorece el turismo… y, por resumir, (d) en su
papel como instrumento clave del globalismo.
En el plano práctico, es decir, en ese ámbito que busca la financiabilidad de la ciencia argumentando su
rentabilidad como proveedora de conocimiento técnico, el estudio antropológico del turismo ofrece dos
líneas de trabajo relacionadas entre sí: el mundo del patrimonio cultural y el desarrollo territorial. Esferas
que, por sus numerosas implicaciones económicas, sociales y culturales, están sometidas a continuas
valoraciones por defensores y detractores. De hecho no considero que el objetivo principal de la
comprensión antropológica del turismo sea la evaluación del impacto de medidas que, como la ruta del
Cister (7), generan cambios en los nuevos destinos. Más bien considero que nuestra aportación crítica
proviene de la realización de etnografías (8) que permitan enseñar (también a los adalides de la expertez)
la diferencia entre hecho social y hecho etnográfico (9), y comprender que la aplicación indiscriminada de
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unas determinadas recetas de desarrollo turístico-patrimonial debe hacerse siempre bajo los principios
irrenunciables de la sostenibilidad ecológico-cultural (10).
2. La mediación del espacio turístico
La mayoría de las etnografías realizadas hoy en contextos turísticos rechazan la noción unívoca de
aculturación, y describen cómo los cambios producidos cuentan con la participación de las comunidades
receptoras (11). En mis investigaciones he constatado que, a pesar de esta negociación cultural entre
residentes y visitantes, la puesta en valor de los atractivos culturales y ecológicos—esa construcción
‘hacia fuera’ de los hechos culturales (12)—se realiza en los términos definidos por la industria turística
en zonas de la periferia y la semi-periferia. Lo que plantea la hipótesis de que el turismo sea un discurso
de acción que al poner en valor unos elementos y objetos culturales frente a otros, acentúa según su
modalidad (rural, cultural, urbano, étnico…) unas características culturales determinadas, clasifica las
prácticas sociales, parcela los conjuntos culturales y, mediado por el tecnotropismo, aparece como
discurso que al producir verdades e inteligibilidades marca las leyes de la posibilidad y las reglas de la
existencia (13).
La aplicación de esta hipótesis explica, por ejemplo, que no resulte necesaria la presencia efectiva de los
turistas (o sus infraestructuras) para ocasionar cambios en los ritmos sociales y modos culturales en zonas
semi-periféricas o periféricas como recoge el documental ‘Albergues turísticos en el Sahel’ (14). Este
trabajo, casi una versión etnográfica de Bienvenido Mr. Marshall de García Berlanga (1953), muestra
cómo una aldea del Sahel se prepara para la llegada de unos turistas que, ante una iniciativa de turismo
solidario, abren la posibilidad de desarrollo para la comarca a través de la autogestión de los servicios de
alojamiento y manutención, visitas guiadas y productos artesanales. En este caso, la mera posibilidad
discursiva del turismo actuó como agente promotor hacia un ‘pasaporte al desarrollo’ (15).
Ahondemos un poco más: qué ocurre cuando ese agente exógeno llamado turismo es ya parte de la
cultura. Desde qué modelo de análisis puede la antropología explicar y comprender la cultura en aquellos
contextos que, como el ‘kebudayaan parawisata’ (16), generan los destinos turísticos más tradicionales.
¿Tiene la antropología modelos de análisis capaces de explicar y comprender, desde la etnografía, cómo
se producen los nuevos significados que dan sentido a estos contextos?
Hechos y preguntas como estas desarbolan aquellas posturas que reducen el estudio del turismo a lo banal
y lo explican a partir de actualizaciones más o menos ocurrentes de la noción de ‘industria cultural’ de
Adorno, o como una fábrica de deseos inducidos que produce esas realidades distorsionadas tan propias
de una sociedad ‘hiperindustrial’ con tendencia a los comportamientos gregarios (17). Sin dudar que la
alienación existe y que, de hecho, es parte de la cultura y de las relaciones de poder que embeben las
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estructuras sociales, las etnografías muestran que, pese a la apariencia en contrario, el turismo no es un
productor de significados estándar que homogeniza los destinos. Lo que nos devuelve a la noción de
estructuración y abre la posibilidad de estudiar el turismo no sólo como un instrumento o medio de
modernización que impacta sobre lugares y culturas, que también, sino como un contexto específico y
distintivo a través del que (y no donde) esas culturas se producen y reproducen. Ante el reto de
etnografiar la globalización se hace necesario elaborar modelos teórico-metodológicos que superen los
planteamientos que miran los procesos culturales como resistencia ante, o como reacción frente a las
imposiciones y/o agresiones desde el exterior.
Uno de estos modelos teórico-metodológico podría ser el que denomino ‘conversión del lugar a través de
la mediación significativa del espacio turístico’ (18). Partiendo de la noción de mediaciones (19) con este
modelo no se indaga tanto en cómo manipula el discurso turístico o si las respuestas culturales son
resistencia o reacción, sino en cómo perviven unos modos culturales a través del uso que se hace de
aquellos elementos patrimonializados a través del turismo.
En la comarca de la Axarquía una singular ‘posada-mesón mudéjar’ ofrece a los forasteros platos típicos
mozárabes e internacionales. Salvando el anacronismo histórico que supone combinar las prácticas
musulmanas de los mudéjares con las cristianas de los mozárabes, el indicador, en su recreación del
pasado, nos traslada a ese imaginario andalusí que todavía rastreamos en topónimos, prácticas, deícticos o
apelativos y que sustituye el valor ‘verdad histórica’ por el de ‘identidad cultural’ (20). La inclusión de
‘habitaciones con encanto’ y ‘platos internacionales’ adquiere su sentido si miramos las prácticas
culturales –el uso que se hace del pasado mítico y de las circunstancias del presente—a través de la
mediación del espacio turístico. Es en la apropiación que hacen los actores mediante su uso para el
aprovechamiento turístico donde podemos ver manifestaciones y expresiones de lo deseable; por ejemplo,
mediante azulejos vidriados que, con citas de textos históricos y estratégicamente ubicados, embellecen
los rincones más particulares de muchos pueblos de la Axarquía.
En una línea muy similar se expresa Waldren (21) cuando escribe en Deià (Mallorca) sobre la
construcción mítica de la historia producida entre ‘insiders’ y ‘outsiders’, y su constante re-invención para
el futuro. En estos casos vemos que el turismo actúa como un contexto de enunciación de las prácticas
culturales y que, en cierta forma, su estudio se puede abordar desde la antropología entendiéndola como
una pragmática “que describe contextualizaciones” (22) y que se preocupa por la transformación de las
categorías –los procesos de significación—que dan sentido a la cultura.
Defiendo que esta contextualización viene, no obstante, marcada por la tensión dinámica que existe (A)
por un lado, entre las condiciones macrosociales impuestas (a) por la presencia física efectiva de la
industria sobre un territorio turístico en forma de alojamientos, restauración, empresas de ocio o
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transporte, y (b) por la presencia simbólica de los dispositivos de dominación ideológica, que condicionan
lo deseable, e institucional (gobiernos, ayuntamientos, medios de comunicación, asociaciones de
empresarios, etc.), que condicionan lo factible; y (B) por otro, las posibilidades de lo microsocial
plasmadas en los haceres y decires de las gentes. De la dialéctica generada entre estas estructuras
macrosociales, teorizadas habitualmente como constrictivas, y las prácticas microsociales, consideradas
habilitantes, surge el espacio turístico que, como postula Chadefaud, “representa la proyección en el
espacio y el tiempo de los ideales y mitos de la sociedad global” (23). Esto es, surge un marco en donde
se acumulan las imágenes y valores que dan sentido, que sirven de referente, y que median en la
comprensión de las prácticas sociales. Valga como ejemplo de esta última afirmación y como conclusión
de lo expuesto en este artículo, el siguiente relato.
3. Una etnografía de la globalización
Aquella línea aérea de bajo coste me ofrecía ser parisino por tan sólo 26,99€. En un panel publicitario
descomunal los iconos jugaban un endemoniado laberinto de verdades y simulacros que me sumían en un
viaje imaginario, pero momentáneo, a París. Envueltos por aquel frenético juego de imágenes, una pareja
que transitaba por el bulevar se fotografió junto al Arco de Triunfo mientras un joven le describía a su
pareja los detalles modernistas de aquella entrada al metro. El avión de la compañía había dejado atrás las
aspas del Molin Rouge y pronto sobrevolaría los volúmenes de Sacre Coeur. Disfruté mi silenciosa y
anónima observación desde un emplazamiento privilegiado. Muchos viandantes se detenían y otros
incluso se desplazaban unos cientos de metros para fotografiarse delante de la siempre eterna figura de la
Torre Eiffel.
París, detrás de la Puerta de Branderburgo (Berlín, mayo 2005)
Una vista muy local que adquirió, sin embargo, todo el esplendor de su dimensión global cuando
consideré que aquel enorme panel publicitario se encontraba en la Unter den Linde y justo detrás del
icono del globalismo: la Puerta de Brandenburgo en Berlín. Percibí que mi aquí y ahora quedaba
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contextualizado en una escala de orden social superior; que se había densificado la información hasta el
límite de difuminar la realidad del territorio turístico en el que me encontraba (Berlín), no con su propia
representación escénica, sino con aquella otra más lejana a la que se me invitaba (París). Se me
confirmaba la aparición de esa imaginería transcultural que “conecta presencia y ausencia” (24) y que
muestra las complicidades entre lo local y lo global en una globalización tangencial y selectiva (25). El
cartel había, en fin, des-localizado también mi propia experiencia del viaje a Berlín. ¿O fue a París?
NOTAS
(1) Jafar Jafari: “Función y estructura del turismo: algunos aspectos antropológicos sobre el turista y su
mundo”. Anthropologica, 4:31-49, Barcelona, 1988.
(2) Renè Dufour, citado en Antón Álvarez Sousa: El ocio turístico en las sociedades industriales
avanzadas. Bosch, Barcelona,1994, pág.66.
(3) José Luis García García: “De la cultura como patrimonio al patrimonio cultural”. Política y Sociedad,
27:9-20, 1998.
(4) Arjun Appadurai, Anthony Giddens y Saskia Sassen al reunir las dimensiones económicas,
financieras, migratorias y de comunicación afirman que la globalización es un nuevo régimen de
producción del espacio y el tiempo (Nestor García Canclini: La globalización imaginada. Paidós, Buenos
Aires, 1999, pág. 47).
(5) García Canclini, ibid., 33.
(6) Dean MacCannell acuño este concepto en 1973 para referirse a la escenificación de muchas
manifestaciones culturales (rituales, fiestas, danzas…) en los destinos turísticos, y la consecuente pérdida
de ‘autenticidad’ que se derivaba de aquello. El turista. Una nueva teoría de la clase ociosa. Melusina,
Barcelona, 2000.
(7) Ruta creada por la Generalitat de Catalunya en 1989. Su proyección turística complementa la oferta
turística de la Costa Daurada y del parque temático de Port Aventura con el atractivo de los monasterios
de Poblet, Santes Creus y Vallbona de les Monges.
(8) “Más aún, la etnografía puede dar una cara humana –incluso mejor, un número de caras y voces
diferentes—a los procesos de gran escala que son anónimos con demasiada facilidad”. Ulf Hannerz
“Macro-scenarios. Anthropology and the debate over contemporary and future worlds”. Social
anthropology, 11(2):169-187. Cambridge, 2003, pág. 176.
(9) “El hecho etnográfico refleja la vida social en su manifestación histórica específica, mientras que el
hecho social, por el contrario, retrata asociaciones humanas en todos los contextos y periodos históricos
como gobernadas por principios universales”. Robert Ulin [1984], Antropología y teoría social. Siglo
XXI, México, 1990, pág. 56.
(10) Antonio Mandly Robles: “Aportación a la comisión de cultura y patrimonio”. En Informe a las
comisiones de trabajo del Plan de actuaciones estratégicas para la provincia de Málaga (MADECA 10).
Excma. Diputación de Málaga, 2002, pág. 208.
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Archipiélago. Cuadernos de crítica de la cultura, 68:33-38 (2005)
(11) Jeremy Boissevain (ed.) [1996]: Tratando con turistas. Reacciones europeas al turismo de masas.
Melusina, Barcelona (de próxima aparición).
(12) Antonio Miguel Nogués Pedregal: ‘La cultura en contextos turísticos’. En ibid. (coord.) Cultura y
turismo. Págs. 27-54. Signatura, Sevilla, 2003, págs. 43-48.
(13) Michel Foucault [1981]: Espacios de poder. La Piqueta, 2ª, Madrid, 1991.
(14) Realizado por Christian Lallier y co-producido por Gédeon Programmes-ARTE France en 2001.
(15) Uno de los primeros trabajos que analizaron el turismo desde las perspectivas económica, social,
cultural y política. Emanuel de Kadt [1979]: Turismo: ¿pasaporte al desarrollo? Endymion, Madrid,
1992.
(16) Las autoridades balinesas hablan del kebudayaan parawisata para referirse a ese “estado
caracterizado por una confusión axiológica entre lo que pertenece a la cultura [local] y lo que pertenece al
turismo”. Michel Picard: “Cultural Tourism in Bali”. En M-F. Lanfant, J.B. Allcock y E.M. Brunner,
(eds.), International Tourism: Identity and Change. Págs. 44-66. Sage Publications, Londres, 1995, pág.
57.
(17) Bernard Stiegler: La misère symbolique. 2 vol. Galilée, París, 2004.
(18) Antonio Miguel Nogués Pedregal: Antropología del ocio y del turismo. Melusina, Barcelona (de
próxima aparición).
(19) Jesús Martín-Barbero [1987]: De los medios a las mediaciones. Comunicación, cultura y hegemonía.
Editorial Gustavo Gili, 5ª ed., Barcelona, 1998.
(20) Antonio Mandly Robles: ‘Echar un revezo’. Cultura: razón común en Andalucía. Servicio de
Publicaciones de la Excma. Diputación de Málaga, Málaga, 1996, págs. 117-119.
(21) Jacquelin Waldren: Insiders and outsiders. Paradise and reality in Mallorca. Berghahn Books,
Oxford, 1996.
(22) Paolo Fabbri: “Cómo pensar el conflicto desde la semiótica. Entrevista con P. Fabbri”. Causas y
azares, 6:155-174, Buenos Aires, 1997, pág. 161.
(23) Michel Chadefaud: Aux origines du tourisme dans les pays de l'Adour. Du mythe a l'espace: un essai
de géographie historique. Universidad de Pau, Pau, 1987, pág. 19.
(24) Anthony Giddens: Consecuencias de la modernidad. Alianza, Madrid, 1999.
(25) García Canclini, ibid.
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