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PALABRAS DE SALUDO Y BIENVENIDA Renato Raffaele Cardenal Martino Muy distinguido Señor Licenciado Don Vicente Fox Quesada, Presidente de los Estados Unidos Mexicanos, Eminentísimos Señores Cardenales, Excelentísimos Señores Arzobispos y Obispos, Distinguidos Señora y Señores Secretarios, muy queridos hermanos y hermanas en Cristo. Me siento profundamente honrado y contento de saludar y darles la más cordial bienvenida a todos Ustedes que han aceptado participar en este Encuentro Continental sobre el Compendio de la doctrina social de la Iglesia, organizado conjuntamente por el Pontificio Consejo «Justicia y Paz» y la Arquidiócesis Primada de México, que generosa y activamente nos ha ofrecido su valioso, eficaz e indispensable apoyo. Es para mí una alegría que este significativo Encuentro sea objeto de la hospitalidad de México, este gran país que, en esta fausta circunstancia, representa emblemáticamente todas las esperanzas y expectativas del Continente Americano: esperanzas de justicia y de paz en la perspectiva de un humanismo integral y solidario. Haciéndome intérprete de todos los representantes de la Iglesia católica que peregrina en América, deseo expresarle, Señor Presidente, los sentimientos más sinceros y convencidos de nuestro aprecio y estima por el pueblo de México, mismos que acompañamos con nuestros mejores deseos de un futuro pleno de prosperidad, de justicia y de paz. En nuestro Convenio nos acercaremos al Compendio de la doctrina social de la Iglesia, buscando contextualizar su mensaje y sus contenidos en la realidad del Continente Americano. El Compendio nos ayudará a confrontamos con la historia de nuestros pueblos, fortalecidos por el mensaje social del Evangelio: Es en la historia que la fe evangélica adquiere el rostro de la caridad. Leer la historia a la luz del Evangelio significa recordar que ésta no es sólo el lugar de la libertad humana, sino también el lugar de la presencia y de la acción del Dios que, con su amor revelado en Jesucristo, todo lo envuelve. El Compendio nos enseña a leer la historia a la luz de la fe: La comprensión del presente, para lo cual es necesario un despliegue inteligente de acciones humanas, no puede prescindir del Evangelio con el cual Dios nos comunica la verdad última de su designio. Servidora de la Palabra, la Iglesia se hace disponible a este designio de salvación, cuya verdad debe animar toda experiencia humana. Esta apertura al Evangelio nos consentirá actuar a favor del bien común de nuestros pueblos en la perspectiva de una cultura, de una economía y de una política abiertas a las razones de la solidaridad. En la actualidad, la creciente conciencia de la propia dignidad impulsa a los hombres y mujeres a nutrir esperanzas y a cultivar expectativas que, no obstante la amplia disponibilidad de medios, están muy lejos de ser cumplidas. La difusión del bienestar, ciertamente real en muchos países, más que iluminar puede oscurecer la persistente existencia de sectores sociales marcados por la marginación y la pobreza; los procesos de transformación del trabajo, como consecuencia de la introducción de nuevas tecnologías, han elevado la competitividad de los sistemas productivos, pero también los temores y angustias por los niveles de ocupación y la conservación de los puestos de trabajo; la aspiración a una vida digna y garantizada para todos, se topa con las graves deficiencias de los sistemas educativos, de salud y seguridad social; el consumismo incide sobre las conciencias generando insatisfacción, además del deterioro de las relaciones sociales; la búsqueda de ganancias fáciles empuja hacia la violación de los derechos de los demás, sobre lo cual echa sus raíces la criminalidad organizada que genera miedo e inseguridad. Detrás de estas perspectivas se encuentra una visión equivocada de desarrollo y el peligro de la ruptura del tejido social y cultural. Algunas de estas vicisitudes tienen ya una fuerte dimensión continental que hace imposible pensar en una solución sólo nacional. En este horizonte continental se vuelve importante trabajar para construir una cultura, una economía y una política abiertas a la solidaridad. El Compendio de la doctrina social nos compromete también en el campo de la paz y nos enseña que la paz es un don. Sí, un don, porque puede venimos sólo de Dios. «Les doy mi paz», ha dicho el Señor (Jn 14,27). Si no somos capaces de pedirla, todo esfuerzo es vano: «En vano se cansan los constructores» (Sal 126,1). Entre más experimentamos nuestra impotencia ante la multitud de problemas que atormentan a la humanidad, más insistente se debe hacer nuestra imploración a Dios. Pero todo don es responsabilidad: La paz es un don que Dios pone en las manos del hombre. Es una llamada para que el creyente se haga constructor de paz. Este empeño concierne a todos y a cada uno, porque si la guerra puede ser desencadenada por pocos, la paz exige el compromiso solidario de todos. No se debe creer que es imposible. Si así fuera, Dios no la habría prometido, ni nos pediría construirla. Si se apaga la esperanza, también el compromiso muere. He aquí, en síntesis, el mensaje del Compendio que nos disponemos a estudiar y profundizar: un mensaje de justicia y de paz que llama a la unidad a los cristianos y a todos los hombres y mujeres de buena voluntad, para trabajar con amor y concordia en el mundo, para hacerlo más justo, solidario y sereno. Deseo de corazón que estos días, que confiamos a la maternal protección de Santa María de Guadalupe, sean abundantes de gracia, de esperanza y de propósitos de bien para todos los pueblos de América.
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