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Narraciones desde la voz y el cuerpo de las mujeres del campo:
memorias epistémicas y ciudadanía
Ana López Molina
AVANCSO – Guatemala
Seminario memoria, cultura, ciudadanía, IHNCA – UCA, Managua, septiembre 2011
La memoria como ejercicio epistemológico
¿Con cuál pasado relacionarse, el reciente o el remoto, el de dolor o el idealizado? ¿A través de la
representación histórica o del uso político? ¿Para qué traer el pasado al presente?
Ruz discute la denostación del presente como un elemento inherente a la memoria, y nosotros
(AVANCSO, 2009) agregamos que en la memoria hay una visión cíclica del tiempo, en que el
pasado se ve como futuro deseable. Rabotnikof (2007) revisa esta idea y agrega otra vía, la de los
futuros presentes, que dieron sentido a proyectos de modernización y de revolución, aunque sí ve
que la tendencia actual es hacia recuperar, reconstruir, construir o inventar (el verbo sí tiene
consecuencias teóricas y políticas) futuros del pasado en la forma de invención de tradiciones,
secuencias identitarias o continuidades políticas.
En los ejercicios de memoria podemos encontrar una estructura que sostiene el recuerdo, y que al
final dicta qué podemos saber sobre el pasado, hasta dónde alcanza nuestro conocimiento en ese
sentido. Para estos ejercicios está previamente establecido quién recuerda y qué recuerda. Así es
que para otear el pasado desde el presente, igual que para construir cualquier conocimiento, las
circunstancias vitales de quien recuerda y de quien indaga (producción, validación y justificación
del conocimiento) en ese saber pasado/presente son de peso. Por otro lado, encontramos un
esfuerzo por hacer narrable esa experiencia, y sobre todo, inteligible para quien la escucha.
Si desde la memoria se construye el pasado y el futuro, y la memoria está dada por el presente,
entonces la realidad es construida por la memoria. ¿Por y para la memoria? La memoria crea
certezas sobre lo que somos, lo que fuimos y lo que podemos ser, como grupos y como individuos.
Es desde la memoria que está construida nuestra cosmovisión, nuestra identidad, ubicamos todo
lo que compone nuestro mundo y lo llenamos de significación. Estas construcciones son tan
fuertes que sirven como criterio de validez, con un poder de legitimación y cuestionamiento como
el que ostentan la razón, la intuición, e incluso la autoridad.
El conocimiento está dado socialmente, determinado históricamente, ahí se originan los
procedimientos por los que los sujetos hacen ciertas elecciones sobre las pautas con las que
intentan discernir, basadas en conocimientos, y aplicadas a la experiencia. La memoria es una
construcción social, permanentemente elaborada y reformulada. Desde este proceso perenne
puede pensarse la manera en que se ordena el presente en relación con el pasado y el futuro. El
discurso que se crea desde la memoria implica un marco teórico que define y explicita una
determinada mirada y una estrategia valorativa sobre los problemas y la experiencia (Escolar y
Palacios, 2009).
El discurso epistemológico hegemónico pone pautas, pero la memoria puede resistir o rebelarse
contra ellas. “La imposición hegemónica del saber es violenta porque enmarca sujetos, tradiciones
y perspectivas en la injusticia de una homogeneidad de superficie que esconde negación y
exclusión. Desactivar esta violencia, o al menos denunciar las estrategias del poder
1
epistemológico –que crea saber a partir de la manipulación, la opresión y la discriminación-, es
sin duda un ejercicio de defensa de la sociedad, ejercicio que opera en la resignificación de los
vínculos y en el ensanchamiento de los márgenes para la decisión y la acción.” (Rivera y
Margetic, s.f.:8).
La construcción de la memoria, entendida como resistencia a la hegemonía, reducto de luchas
contra discursos y prácticas del poder, tiene significado para un grupo social en lucha. Una
subjetividad crítica puede elaborarse en la memoria, convirtiéndola en factor de lucha, resistencia,
desafío a la Historia y memoria oficiales: la memoria como campo de lucha, que establece, resiste
o cuestiona una epistemología hegemónica (Tischler, 2005:103). Héau-Lambert y Rajchenberg
refuerzan esta idea ubicando el control y la conservación de la memoria colectiva en las relaciones
de poder, en consecuencia, no puede haber una sola memoria social compartida. Este espacio
donde se crea poder –la memoria- es un espacio estratégico para la resistencia (2000:42).
Pero, una cierta idea de la realidad y las relaciones que en ella ocurren, incluso de la construcción
de memoria, parece circular bajo un discurso instituido. El trabajo de memoria puede, entonces,
convertirse en trabajo de institucionalización de un cierto discurso, de una cierta memoria social.
Todorov sugiere la idea de dos tipos de memoria, una literal y otra ejemplar. La memoria
ejemplar es la que permite utilizar el pasado para tener una perspectiva del presente, poniendo al
primero al servicio del segundo. Esto resulta útil, para ilustrarlo, en procesos de búsqueda de
justicia (Todorov, 2000, citado en Escolar y Palacios, 2009:60).
Las sociedades eligen qué y cómo recordar y olvidar. Ambas decisiones reflejan en forma
compleja sus condiciones actuales, y a la vez, establecen su capacidad para pensar y edificar el
futuro. “Sin embargo los retos y la batalla ahora tendrían que enfocarse en la elaboración de la
historia y la construcción de una memoria social más completas, con su riqueza de sujetos,
ambiciones, atrocidades, ilusiones, errores y aciertos.” (Mersky, 2005:11).
La relación entre historia y memoria es siempre discutida. Interesa aquí la pregunta de si se trata
de una ruptura epistemológica entre ambas o si una construye sobre la otra. Rabotnikof (2007)
resuelve afirmando que entre ambas hay diferente sensiblidad temporal, dos formas de vivir el
tiempo: la memoria es más presentista. La complejidad de la relación entre memoria y política
radica en que el pasado se interpreta de distinta manera mientras el presente va cambiando.
Brauer dice que el problema primordial de la memoria es que ocurre en el presente, recordamos
ahora. El pasado alguna vez fue presente, pero nunca el presente es pasado. Entonces, es necesaria
una convicción sobre la realidad pasada para inferir algo de ella, para lo que es fundamental todo
un proceso de comparación, ordenamiento e interpretación de los recuerdos. Lo que lleva a poner
en juego distintos puntos de vista desde los que se infiere sobre lo sucedido temporal y
espacialmente (Brauer, 2002, citado en Taracena, 2005:29).
Parece ser recurrente que existan dos posturas frente a la memoria. Una que se inclina por la
necesidad de olvidar como condición para el futuro. La otra, por el derecho a recordar que implica
definir qué debe ser recordado, y que tiene como fin, generalmente, evitar o buscar que el pasado
se repita. Pero entre la necesidad de olvidar y el deber de recordar, se encierra una variedad de
memorias entendidas como formas de relatar el pasado y abordar el presente. Estas memorias
están cruzadas por consideraciones sobre quién está legitimado para hablar del pasado, a partir de
los lazos de cohesión y la visibilidad pública. Los espacios públicos son espacios donde hay
2
múltiples capas de relatos y memorias, lo que los complejiza y dificulta comprenderlos (Da Silva,
2005:75).
La memoria puede entenderse también como algo intangible, no formalizable, sino como
construcción social producida por sujetos en interacciones (Milos, 2005: 348). Una cosa son los
recuerdos, otra los testimonios y una tercera, la memoria: tenemos (como colectivos y como
individuos) recuerdos, silencios, olvidos. Nadie puede expropiarlos, y algunos son movilizadores
(Ibíd: 390). Las relaciones de poder, entonces, dicen quién y qué recuerda, así como la manera en
que se registran los recuerdos. Así es que retener, traer al presente y hacer permanente el
recuerdo es de entrada una tarea condicionada (Monzón, 2005:249). Las reconstrucciones de la
memoria colectiva mantienen una relación afectiva con el pasado, que puede ser hasta militante o
manipuladora, que puede encerrar a un grupo en sus sufrimientos, sin comprender los de otros
grupos, sin ser capaces de ver más allá.
Existen bloqueos para observar los hechos y entenderlos, y tiene que ver con la negativa de
aceptar que la realidad construida por quien observa está cargada con fines diversos y
cambiantes, que no es lo mismo que la realidad objetiva (Taracena, 2005: 27). Los usos políticos
del pasado definen y están definidos por la práctica historiográfica: ¿qué elegimos investigar?
¿cómo lo presentamos? ¿Cómo el lado oscuro de la historia? ¿Como hito fundacional de algo
nuevo?
Algunas consideraciones sobre la memoria en Guatemala
En nuestro país se empezó a hablar de memoria hasta después de la firma de la paz, con los
esfuerzos del REMHI y de la CEH. Tal vez por eso, al hablar de memoria inmediatamente se
piensa en la guerra, en las víctimas, en los desplazados y los refugiados. Pero los ejercicios de
memoria alcanzan a cualquier otro esfuerzo que tenga que ver con el pasado y el futuro, con la
identidad y con las luchas.
Recordar sólo es posible con la ayuda de otros, presentes o ausentes; de quién o qué se constituye
en despertador de la memoria. Y luego, la mediación, quién hila este tejido construido de valiosos
cúmulos de recuerdos, interpretaciones, olvidos y silencios, la memoria entendida como el acto de
rescatar vivencias del pasado en función de vislumbrar un futuro. Taracena (2005:29-30) aporta
lo que Roger Chariter (2002) dice: no puede construirse sin combinar memoria individual y
colectiva e historia. La memoria está determinada por las exigencias para su propia existencia de
las comunidades para las que el pasado en el presente define la construcción del ser colectivo.
Es común escuchar y leer sobre “recuperar” o “reconstruir” la memoria. Esto hay que
problematizarlo: ¿Es la memoria algo inerte y terminado que por una u otra razón se desarma o
se descompone y entonces necesita ser recuperado o reconstruido? ¿Qué se esconde en procesos
que quieren “reconstruir” memoria? ¿Será que al reconstruir memoria siempre hay un interés que
designa cuál es el hilo discursivo sobre el que se hará la reconstrucción?
Yo creo que la memoria está en constante construcción. Si hablamos con una persona que ha
sobrevivido, por ejemplo, una masacre en su comunidad y después de 20 años volvemos a hablar
con la misma persona, encontraremos dos relatos distintos. Lo que permanecerá será una esencia
del yo (soy yo mismo-a pero no soy el/la mismo-a), y la serie de eventos ocurridos que atan el
3
relato, pero las interpretaciones, las posiciones, lo que se acepta, lo que se calla, lo que se cuenta y
lo que no, variará de una circunstancia social e histórica a otra (ver Manz, 1999).
Por eso, es importante acompañar el ejercicio de memoria con una lectura de la realidad de quien
narra, porque la memoria es como una fotografía del momento en que fue recogido el testimonio.
La interpretación de lo que sucedió, el recuerdo, el olvido y el silencio responden al hoy de cada
una de las personas que habla. La lectura de la realidad que se ofrece es el contexto en el cual y
desde el cual se hace esta memoria, esta interpretación de la vida desde el hoy.
En Guatemala se habla mucho de memoria histórica, según entiendo, como la memoria de lo que
verdaderamente ocurrió. Pero, en teoría (Halbwachs) la memoria histórica es prestada, aprendida,
escrita, pragmática, larga, unificada. Se maneja una distinción como que la memoria histórica
abarca lo que realmente ocurrió, mientras que la memoria colectiva es más mentirosa. Por eso,
cuando se adjetiva una memoria como histórica lo que se quiere es legitimar el testimonio, que
finalmente se consigue por medio de la escritura. Pero hace falta pensar un poco más sobre el
trasfondo de este apelativo. Creo que a lo que le hemos estado apostando es a la memoria
colectiva producida, vivida, oral, normativa, corta y plural. La memoria porta una “verdad
reveladora de sentido” (Candau, 2002) y es indispensable para la historia, pero también puede
estar “contaminada” por la historia y repetir los conocimientos comunes sobre lo ocurrido, que
pueden no coincidir con lo que verdaderamente ocurrió.
La lucha en nuestro país, entonces, parece ser en el sentido de deslegitimar la historia por ser
mentirosa y exaltar las memorias vivas como portadoras exclusivas de la verdad. Eso implica
olvidar que la memoria viva es creada por personas que dentro de su marco social y cultural
interpretarán lo ocurrido, se interrogarán sobre el pasado desde su presente particular y
finalmente elaborarán un relato que será censurado, embellecido, exagerado, recortado y
adecuado a la situación presente, a quien escucha y al objetivo de relatarlo. El relato de memoria,
entonces, está siempre construyéndose en estos términos. Si la memoria es la interpretación que
hoy se hace del ayer, los ayeres posibles por interpretar son muchos. Por eso, la memoria
selecciona, censura, embellece, recorta, conecta, traslapa. Va creando laberintos que luego quien
recuerda debe transitar, al mismo tiempo que va armando la ruta recorrida, y con ella, el relato.
La memoria nos trae un pasado mejor, donde consideramos que fuimos mejores, tuvimos mejores
prácticas y entonces buscamos cuándo fue que ocurrió el cambio a este presente que no es tan
bueno. O al contrario, nos trae un pasado de horror que no queremos repetir y agradecemos que
haya terminado. Ubicamos el evento parte aguas, ponemos en él toda la responsabilidad de haber
perdido ese pasado tan maravilloso o superado ese pasado terrible, olvidando nuestras
responsabilidades en el camino.
Sobre las mujeres y la memoria
En un curso corto ofrecido a principios de julio en la USAC, Jean Piel afirmaba que se recoge
memoria para recolectar elementos de verdad. ¿Cómo se establece qué es la verdad? Dice que
debe buscarse la posibilidad de llegar a la verdad del pasado que nos interesa, mas no a la
fetichización de la memoria. En este sentido, es necesario tener presente que el poder se
inmiscuye en la memoria, desde la violencia con que la historia oficial pretende borrar las
memorias, hasta lo que resulta de una interpretación del pasado que ningunea a las mujeres. Las
mujeres, atadas por ese poder, en sus relatos se identifican con el opresor o como la víctima. Las
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más, organizan su relato a partir de la experiencia que más las muestra como víctimas. Por eso,
parece que es difícil marcar puntos de quiebre o cambios de período o época en la historia
femenina, por la continuidad entre el pasado y el presente, por un pasado que no pasa.
Sin embargo, a las mujeres se les puede ubicar como actores sociales y políticos a través de un
enfoque de memoria, recogiendo discursos que recrean un pasado de lucha y explorando las
diferentes formas y espacios de participación en que se inscriben. Estudiar esto desde la memoria
ha permitido develar las lógicas de organización y lucha del pasado, entender cómo la identidad
política se ha desarrollado en el contexto de una participación histórica de las mujeres, y
esbozado las continuidades y rupturas entre las generaciones, así como entre luchas y
organizaciones (AVANCSO, 2009).
Las mujeres no han estado en la ciencia ni como preocupación ni como elaboradoras, ni como
objeto ni como sujeto; pero su memoria las ubica en esa creación de conocimiento a través de la
historia. “¿Cuál es la naturaleza de esa subordinación? ¿Cómo entenderla como aporte al
conocimiento y como una estrategia de lucha? (…) Un primer hito de esta trayectoria feminista
fue el descubrimiento de la invisibilidad social de las mujeres”: aparecen sólo en el trabajo
doméstico, en la retaguardia de las luchas históricas, detrás de cada gran hombre (Jelin, 2010:60).
O sea, era necesario, primero, hacer visible lo invisible, la necesidad de ser reconocidas y
nombradas, es decir, de existir. Estos saberes abren camino para revertir situaciones
(reconocimiento de labor doméstica como trabajo, redistribución de tareas del hogar), una
perspectiva que no entró en la ciencia latinoamericana sino hasta tarde (Ibíd.).
La lucha se desplazó de buscar estar en el espacio público, sobre todo en el mundo del trabajo
remunerado, a luchar contra la discriminación y por la igualdad (no ser empleada doméstica,
enfermera, maestra o secretaria, sino cualquier profesión considerada “masculina”). Fue posible,
entonces, la imbricación de desarrollo teórico, investigación y acción política porque la lucha se
ubica en dos frentes, uno, el reconocimiento del trabajo y la lucha por mejores condiciones para
las tareas ligadas a la división del trabajo; el otro, transformar estas condiciones. “Se constataba
que la división sexual del trabajo es opresora en sí misma, implica subordinación y falta de
autonomía de las mujeres, que son propiedad de los pater familiae. La discusión teórica y las
consecuencias prácticas de la historia del patriarcado –concepto que permite vincular las
relaciones dentro de la familia con las relaciones sociales más amplias, centrando la atención en
las relaciones de poder.” (Jelin, Ibid:61).
Traigo esto porque “nNo es sólo el derecho a saber la historia de la opresión. Es también la
historia de resistencia y la historia de rebelión, sin apologías y sin romanticismos.” (Mersky,
2005: 11). Con Taracena, considero que la historia debe equilibrar la necesidad de conocimiento
del pasado con la lucha contra la subordinación a que ese mismo pasado ha condenado a grupos y
colectivos, incluidas las mujeres. La única forma de trascender el olvido es conocer críticamente
el pasado, lo cual implica diálogo entre memoria e historia (Taracena, 2005:29).
“La memoria cobra sentido, más que como una actitud nostálgica respecto al pasado, como una
fuente de saber que orienta y activa las acciones del presente. En este sentido, el pasado más que
aparecer como algo inmóvil e inmutable, -o como algo "perdido"-, es resignificado de manera tal
que activa, potencia y da una direccionalidad al quehacer social de los sujetos. El ejercicio de
mirar hacia atrás, tiene que ver con el ejercicio de mirarse hacia adentro, es decir, de cuestionar y
volver al pasado en función de lo actual y contingente. Es por lo mismo, un acto en que se
5
reafirman las identidades sociales. La memoria en acción, tiene que ver con la capacidad de poner
en práctica esa acumulación de experiencias que actúa como un dispositivo al cual las mujeres
podemos recurrir en nuestras vidas personales y colectivas. Desde ese punto de vista, la memoria
actúa como un recurso social disponible para las mujeres. La memoria registra, ordena y ofrece
conocimientos que pueden ser puestos en práctica, se trata en definitiva, de un ´corpus de
conocimientos` que se nutre de una práctica empírica transmitida de generación en generación
por medio de distintos tipos de vínculos y redes de comunicación.” (Correa y Ruiz, 2001).
En un ejercicio como el sugerido por Correa y Ruiz, y parafraseando a Mersky (2005:7), pueden
ubicarse tres dimensiones de igual importancia de la historia de las mujeres: 1. la parte “objetiva”,
los hechos duros, el quién, qué, cómo, cuándo dónde, las responsabilidades. 2. la vivencia
subjetiva, fundamental para el análisis de consecuencias: cómo se sintió, cómo se vivió, cómo
cambió la vida (individual, familiar, organizativo, comunitario). 3. las interpretaciones sobre el
por qué. Claro que hay sesgos y afiliaciones creadas artificialmente (empezando por la categoría
“las mujeres”), pero es en un esfuerzo de honestidad en cuanto a lo que se busca, que no es la
explicación racional de lo que ocurrió. Lo que interesa es más bien cómo lo experimentan los
miembros de una colectividad definida por religión, etnia, nación sexo, modo de vida, etc. Hay un
relativismo sobe el que se requiere honestidad. (Hobsbawm, 2005, citado en Taracena, 2005:27).
“La investigación de la historia ha subordinado la experiencia histórica de la Humanidad a la
experiencia histórica del varón y por lo mismo, la presencia de las mujeres aparece como
marginal, limitada y excepcional.” (Correa y Ruiz, 2001). La historia y la memoria han sido una
elaboración en “clave masculina”, es decir, lo considerado trascendental es lo hecho por hombres
de cierta clase social, grupo étnico y pertenencia religiosa y política, cuyas acciones marcan los
períodos históricos que dan forma al pasado (Monzón, 2005:250).1 Las mujeres, entonces,
seríamos unas desmemoriadas: “no tenemos nombre propio, desconocemos nuestra historia y con
ello nuestra identidad ha sido designada desde los lugares de poder.” (Vásquez Araya, citada por
Monzón, Ibíd.). Claro que hay un lugar para las mujeres en esta historia hecha en “clave
masculina”, aparecen como ángeles, flores delicadas, compañeras, etc. A no ser que transgredan,
entonces aparecen como brujas, viejas, o incluso zopes2. A las mujeres, entonces, nos toca ver al
pasado con referentes en “clave femenina”, otra mirada, una narrativa diferente, para ver lo antes
oculto y significarlo. Reivindicar las memorias, plurales, porque somos diversas. Pero, para Mario
Ruz, la memoria de las mujeres siempre ha estado ahí, “lo que ha faltado es tiempo y olfato”, con
esto se refiere a que aparecen en textos coloniales, incluso, y en su ilustración, hace alusión a
documentos que refieren conflictos y reclamos por propiedades y derechos (cuando el marido o
concubino fallece).
Recoger memoria de mujeres no es solamente recoger un testimonio y grabarlo, sino es todo un
proceso político que implica la reivindicación de derechos, y que además se proyecta en el futuro
para las organizaciones. En suma, porque las mujeres estamos en constante construcción. No se
1
Según Corre y Ruiz (2001), las mujeres entran a la historia no por una convicción de que fuera necesario, sino porque la historia
incorpora la esfera privada a su foco tradicional en el ámbito público, logro de la Escuela de los Annales, transitando de lo político
a lo social, lo cotidiano y lo personal.
2
A propósito de Berta Stecker, la primera mujer que se inscribió en la Facultad de Medicina, en un periódico, donde sus
compañeros dijeron que “la miel no se había hecho para el pico del zope.” O la llegada de la española Belén de Sárraga a Chile en
1913, quien mientras recibía numerosas muestras de apoyo de sectores liberales, radicales, anarquistas y socialistas,
escandalizaba a los conservadores con sus postulados anticlericales y emancipadores. A tal punto llegó el malestar de estos
sectores que la prensa conservadora la trato de "estafadora, divorciada, vieja, fea, prostituta y sin hijos", llamando a boicotear las
conferencias.
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trata de escribir un panfleto político, sino de tener un ojo crítico. Puede no gustarnos escribir
sobre los conflictos y tensiones entre las mismas mujeres, o de imposiciones de madrinasmadrastas, pero las relaciones de poder alcanzan toda esfera de vida.
No se trata de poner atención sólo a la subordinación femenina, lo que permite comprender la
forma en que la estructura patriarcal de la sociedad las domina. Esta perspectiva ha caído en una
visión “miserabilista” de su historia, donde aparecen sólo como víctimas, sin reconocer la
pluralidad y diversidad de acciones de resistencia y subversión que realizan en la vida cotidiana.
Así, la tarea de comprenderse como protagonistas les es retirada y asignada a otro sector. (Correa
y Ruiz, 2001).
Para que “el vínculo que las mujeres podemos establecer con nuestra propia historia, no puede
limitarse a un rescate puramente testimonial de las experiencias pasadas. La recuperación de una
historia que se ha forjado colectiva y organizadamente a lo largo de distintos y complejos
procesos históricos, tienen un sentido y una proyección política. Este retorno hacia nosotras
mismas, posee una dimensión profundamente social, ya que no sólo permite un acercamiento
crítico a las experiencias pasadas, sino también fortalecer los lazos de nuestra identidad
colectiva.” (Ibíd.).
La refundación de la república democrática después de la guerra, con los Acuerdos de Paz (1996)
suponía una ciudadanía, un nuevo sujeto ciudadano no violento. ¿Qué pintan las mujeres del
campo en esa ciudadanía? ¿No caben por rebeldes? ¿No están por invisibles?
Memoria de mujeres
En estos procesos investigativos se construye un Nos-Otras que nos une en nuestra condición
común de mujeres, explorando las posibilidades de construir otra ciudadanía desde los relatos
femeninos. Al pedirles a las mujeres que narren su historia, por un lado, se provoca el recuerdo.
Pero por otro, se construye una memoria, su memoria. La memoria de la que hablamos es la
acción de volver la vista al pasado para verlo con los ojos del presente.
Se va tejiendo un relato desde la pauta puesta por la entrevista, que si es precedido por un
proceso que permita navegar entre la tormenta de recuerdos y emociones, da lugar luego a un
relato más pausado, más reflexivo, más profundo. Demanda, además las preguntas correctas, las
que llevan a recordar, así como comprender el tiempo tal como es percibido por quien relata el
pasado. La construcción resultante entremezcla los recuerdos propios con los de las demás para
encontrar una narrativa común de las mujeres. Desde su identidad de mujeres, la narración se
entiende como una forma de no olvidar, de no ser olvidadas.
El pasado convive con el presente en la cotidianidad, porque le memoria es un ejercicio más
afectivo que racional, es cordial: es afectuoso, es de corazón. La acción de recordar, de volver a
pasar por el corazón, se encaja perfectamente en la cotidianidad porque lo vivido permanece
indeleble en ella. Es difícil recordar algo que no ha provocado emoción alguna. A las mujeres se
nos educa para los afectos y las emociones y eso facilita la narración generada por el proceso de
activar el pasado a través de los sentimientos.
Las mujeres que dan su testimonio, encuentran una oportunidad, a veces esperada y otras veces
no, para contar lo vivido, y en el proceso, sentirse parte de un colectivo más grande. La memoria
7
une, así, generaciones: las ancestras encuentran una forma de llegar hasta el presente. Y estos
detalles de la cotidianidad que ubican temporal y espacialmente a la memoria nos van develando
el panorama de la “normalidad” que se rompe por la guerra, el genocidio, la represión o el
encierro en las fincas cafetaleras. Pero, a pesar de que son los eventos traumáticos los que
generalmente organizan el relato femenino, coincido con Manz (1999) cuando dice que es
necesario evitar la repetición ritualizada del relato traumático y siniestro, por las razones antes
expuestas.
Así como la memoria puede ser un dispositivo de poder, también es una herramienta de lucha. Al
construir las mujeres su relato, cuya memoria es la más relegada y la más olvidada,
inevitablemente van apareciendo todas esas luchas sin las que el hoy no sería posible. Siguiendo
la ruta del laberinto memorial, va haciéndose visible el protagonismo femenino en las luchas de
un pueblo, una comunidad o una organización.
La memoria es lugar de elaboración de una subjetividad crítica, es un campo de lucha, un espacio
estratégico de resistencia (Tischler, 2000; Rajchenberg y Héau-Lambert, 2000), por eso, puede,
también, desafiar y transformar relaciones de poder entre géneros. Las mujeres han podido
evidenciar el sentido de sus decisiones a través de un relato narrable que contiene la razón del
pasado. La identidad vinculada a la memoria, resulta, así, también vinculada a las prácticas
cotidianas y al impacto de sus acciones en las comunidades. Reconocer en la memoria elementos
cohesionadores, les sirve para recuperar sus raíces, y llenar los vacíos en la historia personal. El
sentido de pertenencia cimenta la identidad, y las lecciones aprendidas fundamentan el futuro.
Así, el pasado da sentido al presente.
A través del relato de la memoria pueden desnaturalizarse las jerarquías y costumbres
patriarcales para mostrar sus posibilidades de transformación (comprender para desarmar). En
los relatos se encuentran escondidas las formas de dominación basadas en estructuras y
relaciones desiguales entre los sexos, enquistadas en la sociedad, cobijadas bajo el (falso)
argumento de que “la vida siempre ha sido así”. En esta realidad, las mujeres son sujetos de
cambio a través de sus prácticas políticas en la vida diaria y su participación en las acciones
colectivas.
Un peligro es luchar por ver el pasado como una serie sin rupturas de opresión y violencia hacia
las mujeres, lo que dejaría como única posibilidad de futuro la exclusión de toda violencia e
injusticia. Esto sería un pasado sin continuidad en el presente –a no ser como amenaza- para lo
que habría que pensar cómo se socializa una nueva generación en un pasado que no pasa y un
presente sin pasado. Tal vez requeriría un pacto de olvido, en nombre de la reconciliación. ¿Sería
una sociedad que no tiene nada que ver con su pasado? El futuro prometido (equidad, igualdad,
libertad, autonomía) opera como movilizador del presente. El pasado queda caracterizado como la
herencia maldita, despolitizándolo y deshistorizándolo.
Muchas veces, para las mujeres, el futuro prometido se ha convertido en futuro pasado, un sueño
no cumplido. “La idea de una sociedad sin pasado, o de un pasado lejano del que se estuvo
ausente, o la visión de un presente montado y amenazado por fuerzas impersonales pareció minar
toda ilusión acerca de la capacidad de agencia de la sociedad y la política [y las mujeres].”
(Rabotnikof, 2007).
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Memoria de mujeres del campo: ¿otra ciudadanía?
Los relatos recogidos3 nos plantean principalmente tres grandes asuntos. El primero es que las
mujeres del campo, además de las opresiones comunes a todas las mujeres, sufren otras dadas por
3
En investigaciones: Memoria de mujeres, lucha e identidad. Esta investigación se realizó con las mujeres de dos comunidades
indígenas. Una en el suroeste, tz’utujil, y una en el norte, q’eqchi’. Las mujeres tz’utujiles de Santiago Atitlán, en el lago Atitlán,
son parte de una historia de resistencia contra imposiciones religiosas, políticas y militares; y de trabajo colectivo para solucionar
problemas comunes. Las mujeres q'eqchi' de Tucurú, región cafetalera, participan en las organizaciones comunales, que reclaman
la tierra que perteneció a sus antepasados, para asegurar suficiente de este recurso para las cosechas, los animales y la vivienda
de cada familia. En esta investigación, realizada por un equipo de investigación de AVANCSO del que formé parte, junto con Luis
Galicia e Isabel Solís, intentamos sumergirnos en la memoria de estas mujeres puesto que se relaciona recíprocamente con su
identidad. Esta identidad da sustento a lo que una vida mejor significa, así que es esencial en sus luchas, que se desarrollan desde
organizaciones. Es en ellas que la memoria y la identidad están expresadas, reconstruidas y actualizadas en la esfera pública y
privada. Memorias rebeldes contra el olvido. Esta investigación cumplió con el deseo de un grupo de ex guerrilleras de etnia ixil,
del norte del departamento de Quiché, quienes querían que su historia fuera relatada y no olvidada. Ellas, desde la adolescencia
se unieron a las filas del Ejército Guerrillero de los Pobres (EGP), siendo entrenadas, viviendo y combatiendo en las montañas
selváticas del departamento. Cumplieron diversos roles dentro del EGP, de acuerdo a sus habilidades y capacidades: la cocina, la
comunicación, la formación política y el combate directo. En esas circunstancias recibieron instrucción primaria, aprendiendo a
leer, a escribir y a hablar el español. También recibieron educación sexual y sobre salud. 600 hombres y mujeres ixiles que
pertenecieron al EGP pero se retiraron por diversas razones antes de la firma de la paz, no fueron reconocidos como
combatientes y por lo tanto no recibieron los beneficios de deponer las armas. Por lo tanto, se organizaron y crearon la
Asociación para el desarrollo integral en el Quiché ADIQ-KUMOOL. Kumool significa compañero/a. Las mujeres dentro de Kumool
tienen su propia junta directiva y toman algunas decisiones para emprender acciones colectivas. Con esta investigación
respondimos a una iniciativa de ellas, formando un equipo que incluyó periodistas y antropólogas. El resultado final recoge sus
testimonios desde el antes, el durante y el después de su incursión en la lucha armada, con sus dudas, anhelos y reclamos; sus
esperanzas y sus desilusiones. Una narración desde el cuerpo, desde la lucha y desde la memoria. Nos salvó la sagrada selva. Esta
publicación recoge la memoria de veinte comunidades q’eqchi’es que sobrevivieron al genocidio. Este libro es la traducción de la
publicación original en q’eqchi’ (2006), que además ha sido acompañada de una estrategia pedagógica que incluye cuatro afiches
y una guía didáctica para los docentes. La memoria fue recogida por el autor, Alfonso Huet, a través de entrevistas y de talleres.
Quienes participaron lo hicieron con la intención de que sus palabras, resguardadas por la escritura, perduren y venzan al olvido.
Cada capítulo relata la vida de los q’eqchi’es del municipio de Cobán. En el libro se encuentran las causas de la guerra, las
masacres, las estrategias de sobrevivencia en la selva y el regreso a las aldeas modelo y las comunidades, desde la experiencia de
estas familias que huyeron a las montañas cuando sus comunidades fueron masacradas o estaba a punto de serlo. En sus páginas
aparecen esbozos de lo que significó cada una de estas etapas para las mujeres. Y además, cómo entienden la maternidad, tanto
ellas como los demás actores involucrados en el conflicto. Las reflexiones de las mujeres que hablaron para el libro de Alfonso
Huet se enfocan más en la contradicción entre las aspiraciones, los sacrificios y los resultados finalmente obtenidos. Pero como
madres, quieren que sus hijos se alimenten de estas memorias contenidas en el texto, para que conozcan el pasado de sus
padres, y sepan hacia dónde orientar el futuro. Pueblos indígenas, Estado y lucha por tierra en Guatemala. Igual que la
investigación anterior, ésta no se centra únicamente en las mujeres, pero sí le dedica importantes páginas a comprender su
participación en las tomas de fincas, ocupaciones y otras luchas legales por la tierra en tres comunidades de etnia mam, Aztlán,
Nueva Cajolá y Nuevo Paraíso, que, provenientes de tierras poco cultivables, lucharon tanto para acceder a tierra como para
recuperar tierras que les habían sido arrebatas fraudulentamente. Este estudio parte de la crisis del café a inicios de la década
2000, para explorar la lucha por mejores condiciones de vida, tanto en lo económico como en lo social, cultural y político. Aborda
estos problemas como una deficiente inserción en la economía global, sobre todo, por parte de las estrategias y políticas públicas.
Estudia, además, la opresión de clase y de raza, y la opresión de género sufrida por las mujeres. Y en la participación en la Red de
Mujeres de Plataforma Agraria. Mi participación en la Red es, a la vez, como investigadora y como parte del movimiento social.
Plataforma Agraria, es una alianza multisectorial conformada por organizaciones campesinas, instancias de la Iglesia Católica y
ONGs, de la que AVANCSO es parte. El interés común principal está en crear un amplio movimiento social con capacidad para
abrir los espacios de discusión sobre la problemática agraria y rural e impulsar el diseño y aplicación de políticas públicas para
solucionarlas. Es una alianza conformada por organizaciones mixtas, por lo que las mujeres de estas organizaciones vieron la
necesidad de crear su propio espacio. En principio, el propósito fue la búsqueda de fondos para proyectos productivos
gestionados por ellas, para generar ingresos. Luego fue tomando un rumbo más político, convirtiéndose en un espacio de
reflexión y discusión de la realidad común a todas las mujeres, para identificar las opresiones y afrontarlas. Se ha construido una
Agenda Política que contiene seis demandas: participación, igualdad, trabajo, tierra, salud sexual y reproductiva, y una vida sin
violencia. Las demandas, a su vez, están desmenuzadas en demandas específicas para el hogar, la organización y el Estado. Al ser
parte de la Red como delegada participo en las reuniones, discusiones, toma de decisiones y algunas veces, gestión de fondos
9
su contexto rural, la pobreza, las relaciones de género y la particular intersección de las
identidades de género, raza y clase que en ellas y sus compañeros convergen. Nos dicen que son
capaces de reconocer y nombrar esas opresiones, y de identificar vagamente de dónde provienen.
El segundo gran asunto es la capacidad de soñar. Las mujeres del campo saben imaginar una vida
mejor, identifican cuáles transformaciones son necesarias para vivir mejor, y confían en que sus
hijos vivirán mejor, le apuestan a una socialización distinta para ello. Pero no están seguras de
cómo se consigue lo que sueñan, y en sus relatos aparece la idea de un cambio “desde arriba”, una
súplica constante al gobierno, una espera eterna por “ayudas”, o por capacitaciones.
El tercer gran asunto es, a la vez, una presencia y una ausencia. Todas comparten esa difusa
insatisfacción e incomodidad que no saben cómo llamar, ni cómo enfrentar, y que está dada por
una vida dedicada a caber en el molde de lo que ser mujer significa. Esa es la presencia. La
ausencia es que no hay un cuestionamiento, o hay pero de manera muy incipiente, a este orden
social que se considera hasta natural, y que ubica a las mujeres en el espacio doméstico, a los
hombres en el público; a las mujeres como madres, a los hombres como proveedores; y que
organiza toda la estructura social a partir de la legitimación de la progenie por la vía masculina.
Esta tercera consideración es mayormente mi intervención que pretende ser una lectura desde
una óptica feminista.
Identificar y situar las opresiones
La memoria de las mujeres del campo reconoce que las opresiones están en la casa, en la
comunidad, en la organización y en el Estado. Ubican el hogar, eso sí, como el primer espacio de
opresión. Las ixiles ven cómo cuando eran combatientes vivían la igualdad de género porque las
tareas no se repartían por sexos, sino por capacidades. Sobre todo porque combatieron a la par de
los hombres, con las mismas carencias, con los mismos recursos escasos, y encima, con la
menstruación algunas veces. Cuando decidió cada una dejar las filas del EGP por varias razones
(enfermedad, lesiones, matrimonio, embarazo, voluntad) el regreso a la casa fue como un
retroceso. Todo lo que habían aprendido, crecido, y vivido se quedó en la montaña. En la casa se
les quería para estar en la cocina, parir y cuidar niños, atender enfermos o ancianos. Incluso
aquellas que se casaron con compañeros de lucha tuvieron la misma suerte.
Las que no han transgredido el orden de manera tan extrema, las que crecieron y maduraron al
lado de sus padres, tampoco vieron nunca mayores posibilidades. Muchas no estudiaron porque
no había recursos para los útiles escolares y el viaje hacia la escuela. O porque una mujer no
necesita estudiar. O peor, “para qué le voy a dar estudio, sólo para que el hombre con el se case lo
aproveche”. Otras empezaron a estudiar y luego de uno o dos años, lo tuvieron que dejar porque
algún hermanito varón llegaba a la edad de estudiar.
Y en cuanto al trabajo, ellas, sus madres y sus hijas lo desarrollan en la casa o desde la casa. Las
que trabajan fuera de casa –como las q’eqchi’ de la región cafetalera, que lo hacen en las fincas
recogiendo el grano o limpiando la maleza alrededor de las matas– lo hacen como ayudantes del
hombre, completando su sueldo, nunca ganando para ellas mismas. Y las que han tenido el valor
de emprender proyectos propios para generar ingresos, ya sea la costura, la preparación de
comida o la elaboración de artesanías, han recibido el desdén del esposo que siente amenazada su
posición de (exiguo) proveedor, o simplemente resuelve concluyendo que por lo tanto ella ya no
para asuntos puntuales. Como investigadora, he conocido a muchas mujeres con historias diversas, de las cuales dos me han dado
el regalo de narrarme su historia de vida.
10
necesita que él le dé dinero para los gastos familiares. Así es que estos ingresos no son para
promover los sueños femeninos, sino para paliar la infinita crisis económica doméstica.
La opresión, en estos relatos, también aparece bien ubicada en la organización. Las risas y las
burlas han acompañado sus pasos en las organizaciones mixtas4. Además, los hombres intentan
imponer una forma de hacer las cosas y de pensar la realidad a los grupos de mujeres,
señalándolas de ir por un camino errado si no las acatan.5
Soñar con una vida mejor
A pesar de una vida que para muchas no ha sido más que sufrimiento, la capacidad de soñar esos
futuros imaginados no se pierde, y aparecen en la memoria. Construyendo el futuro desde el
pasado, eso que significa una vida mejor difiere de un grupo de mujeres a otro. Para las mujeres
del lago el sueño es una vida sin carencias. Para las de Tucurú es la liberación del control que el
dueño de la finca ejerce en todos los ámbitos de sus vidas. Para las excombatientes es alcanzar los
ideales por los que lucharon, a nivel de Estado, y a nivel privado, volver a gozar de igualdad.
Todos esos sueños están anclados en una memoria creada alrededor de lo que ocurrió y de la
experiencia de lo ocurrido.
La memoria no solo está inscrita en las neuronas. Hay una memoria inscrita en el cuerpo. Un
cuerpo femenino que no les pertenece a ellas. Las cicatrices de la guerra, las estrías de la
maternidad, el encorvamiento de la osteoporosis. La salud femenina es la más descuidada del
hogar. Igual que su desarrollo intelectual. Parecen no ser decisiones bajo su control, o al menos,
no por completo. El cuerpo relata, entonces, una historia personal construida desde lo colectivo.
El cuerpo es como el lienzo de una memoria que es y no es, a la vez, propia. Pensar en otra
ciudadanía requiere la reapropiación del cuerpo como primer territorio femenino, para ejercer en
él la autonomía.
La autonomía como sueño implica, sobre todo, poder tomar decisiones. Disponer de todo lo
propio, empezando por el cuerpo, siguiendo con las decisiones sobre qué hacer y cómo,
incluyendo ampliar las opciones, es decir, decisiones de todo tipo. Y esto significa que se necesita
autonomía en la casa, en la comunidad, en la organización, en el trabajo, en la salud, etc.
Si se revisa, como ejercicio de memoria, las demandas que las organizaciones han planteado –
tanto las mixtas como las de mujeres; las llamadas históricas como las más recientes– hay un
denominador común que es el Estado. Las demandas se plantean frente al Estado concibiéndolo
como responsable de la vida. La Constitución de nuestro país sí establece ciertos deberes tutelares
del Estado. Hay algunas leyes y reglamentos que regulan estas obligaciones con la vida, la salud,
la educación, la seguridad, la vivienda, los recursos. Pero estar siempre exigiendo al Estado ha
hecho a las organizaciones descuidar otros frentes de lucha, algunos más abstractos y otros muy
concretos, muy cotidianos.
A las organizaciones de mujeres en particular les hace falta un análisis más fino de las estructuras
que permiten que ellas vivan más pobres, menos educadas, en fin, peor que sus compañeros. Y
luego poder dirigir sus luchas hacia eso que se identifique como origen de las opresiones.
Nuevamente caemos en la falta de autonomía para poder tener los procesos reflexivos que
encaminen hacia esa tarea.
4
5
Por ejemplo, AVANCSO (2002) Se cambió el tiempo: Conflicto y poder en territorio k’iche’. Guatemala: AVANCSO, §450.
Reflexiones de la Red de Mujeres de Plataforma Agraria, 2008-2010.
11
Un primer paso ha sido precisamente la construcción de espacios femeninos colectivos para
discusión, acción y propuesta. De esa forma, más o menos se hacen visibles en el espacio público.
A la vez, se logra articular un relato de memoria colectiva. Tener el tiempo y la libertad para
reunirse, salir de la comunidad y formarse políticamente significa que en el hogar han debido
suceder algunos reacomodos en cuanto a las tareas domésticas y la administración de los
recursos, pero sobre todo, en cuanto a la disposición de sí mismas.
Politizando la vida cotidiana
Lo político no sucede exclusivamente en el espacio público, sucede en la esfera privada. Cuando se
lleva a lo político todo aquello que se considera ya establecido o natural en cuanto al reparto del
trabajo y las relaciones personales en el hogar, se está politizando la vida cotidiana. Esto
constituye una fuerte afronta al patriarcado y extiende el alcance de las luchas campesinas que se
gestan y dan fuera del espacio doméstico.
La politización de la vida cotidiana se da a partir de una de las estrategias de lucha que las
mujeres eligen, y que consiste en llevar al espacio público sus roles tradicionales para legitimar
con ellos sus demandas y luchas. Así, se hacen visibles en el ámbito político, mientras en
apariencia no trastrocan6 el “orden social”. Esta estrategia, narrada en los relatos de memoria que claro, no es exclusiva de las mujeres del campo- presenta una imagen de estas mujeres, tan
visibles y tan activas en lo público, como madres y amas de casa que buscan educación para sus
hijos, vivienda para la familia, servicios públicos. Pero con ella están logrando horadar al
patriarcado, haciéndose un espacio, levantando una voz que ya no puede ser ignorada.
Vimos a lo largo de las investigaciones que el rompimiento de “la normalidad”7 marca el
itinerario de memoria porque crea ventanas de tiempo en las que ellas pueden actuar con libertad,
autonomía y estar en el espacio público como protagonistas. Con ellas, buscamos explicar por qué
la vuelta a “la normalidad” significa una vuelta a las formas de vida y relaciones intergenéricas de
siempre, de antes de las situaciones límite que las colocan en una posición de igualdad con los
hombres. Algunas no logran identificar ninguna diferencia entre su vida antes y después de la
crisis, sino solo durante, y organizan su relato alrededor de esa experiencia.
Para trastrocar el “orden social” son útiles esos paréntesis en el tiempo en que el límite entre lo
masculino y lo femenino se hace más borroso. En esas interrupciones del tiempo normal, las
mujeres actúan visiblemente fuera del espacio doméstico, lo que tiene repercusiones en las
relaciones en la esfera privada, aunque no sean profundas ni generen cambios rápidos. En los
contextos de lucha por la tierra, donde las mujeres han asumido un rol protagónico usando
cuánto recurso esté a su disposición, tanto los simbólicos (imagen de madre, el Himno) como los
materiales, han contribuido a lograr el objetivo inmediato y creado las bases para alcanzar el
objetivo ulterior. Esta experiencia genera en ellas nuevo vínculos colectivos y referentes
identitarios, una forma de conocimiento diferente y reflexiones sobre su lugar y su papel, tanto en
la comunidad como en el hogar.
Sin embargo, el resultado de las luchas a las que ellas contribuyen, incluso arriesgando sus vidas,
es apropiado por los hombres (igual que sucede con el trabajo femenino en el hogar). La
6
Preferí usar trastrocar, “mudar el ser o estado de algo, dándole otro diferente del que tenía” a trastocar, “trastornar, revolver” y
por extensión, “invertir el orden regular de algo”.
7
Puede ser por la guerra, el genocidio, el desalojo, etc.
12
propiedad de la tierra, obtenida como compensación por sueldos y prestaciones adeudadas o por
la vía del endeudamiento a través del Fondo de Tierras8, es para los hombres. Esta iniquidad se
lleva al extremo de expulsar a las mujeres que quedan viudas o solas de las comunidades libres9,
bajo el pretexto de que ellas no son capaces de cumplir con el jornal requerido por la cooperativa
o asociación formada para administrar la tierra.
Las organizaciones campesinas, especialmente las nacionales y las de segundo nivel, trabajan
constantemente por incidir en las políticas públicas de desarrollo rural, uso y acceso a la tierra, y
uso y administración de los recursos naturales. Para las mujeres, estas luchas de interés común
son las que las ligan a estas organizaciones, pero de algunos años para acá, están intentando
colocar sus demandas específicas para que sean asumidas por las organizaciones de las que
forman parte. La cuestión central es su participación como sujetos políticos en la organización, y
por extensión, en la comunidad. El siguiente paso es esta misma reflexión dentro del hogar, lo
que conlleva iniciar a trastrocar las relaciones de poder domésticas.
Atrás están quedando los tiempos en que el involucramiento femenino era bastante indirecto, o
resultado de espacios creados y “otorgados” por los hombres para incluir a las mujeres. Con más
claridad puede verse que la participación femenina tiene distintos niveles y distintas formas, y que
no todas van unidas a una identidad política. Un primer paso ha sido pasar de ser las que
preparan la comida para que los hombres lleven en sus viajes de gestiones, a conformar una Junta
Directiva de Mujeres. Pero otro paso mayor será que las mujeres estén en los espacios de
discusión y decisión, y todavía más allá: que la organización asuma las demandas de ellas como
propias.
En los relatos, las mujeres son más visibles en las luchas y en las organizaciones no porque los
hombres les den permiso para estar en el espacio público o porque los organismo cooperantes
exijan un “enfoque de género” en los proyectos, sino porque se han convertido en rebeldes
incómodas10, no sólo para un sistema que les niega su capacidad de ser sujetos, sino para los
mismos compañeros de lucha y de vida, a quienes interpelan y en cuyas relaciones van generado
procesos encaminados a trastrocar el “orden”, empezando por disponer de sí mismas.
Este proceso ya iniciado y en marcha –sea visible o no, y sean ellas visibles o no– incluye politizar
la vida cotidiana y resolver las tensiones generadas por ser ellas sujetos políticos, en términos de
relaciones de género, del uso del poder, de las identidades y de las autoafirmaciones. Significa que
las estrategias de lucha se van transformando, desplazando referentes identitarios y generando
nuevos, tanto en las mujeres como en los hombres. Significa que son rebeldes y son incómodas en
el contexto de la lucha, pero también en el hogar. Y significa que el anclaje del presente en el
pasado está dado por el futuro.
8
Desde 1997 y como resultado de los Acuerdos de Paz, se empezaron a crear estas instituciones y a movilizarse fondos para
formar un mercado de tierras. En este proceso han participado las organizaciones campesinas, aportando al proyecto de ley y
teniendo representación en el Consejo Directivo. Ha tenido mejor resultado para los terratenientes que obtienen por tierras
desgastadas, improductivas, escarpadas o deforestadas el mismo precio que por tierras productivas. Para los grupos campesinos
que han accedido a tierra por este medio, ha significado un endeudamiento impagable, debido a que el apoyo técnico y los
créditos productivos no son otorgados a pesar de ser parte del compromiso que el Estado adquiere, dejándoles la responsabilidad
de hacer producir tierras no aptas para ello por sus propios medios.
9
Las comunidades creadas por ex mozos colonos se denominan comunidades libres, por estar fuera del control patronal.
10
Apelativo utilizado por el subcomandante insurgente Marcos para referirse a las mujeres mexicanas del EZLN.
13
Mujeres construidas por la memoria
¿Cómo nos constituye el acto de recordar? Si la memoria es un ejercicio epistemológico que al
final crea realidad, entonces las mujeres sí están construidas por esa memoria. Una memoria que
narra la experiencia y que perfila las posibilidades de futuro.
Y a la inversa, el conocimiento también ha definido qué es ser mujer, cómo se es mujer. Esta
violencia epistemológica ha sido estudiada, deconstruida y por lo tanto, con más facilidad una
memoria femenina colectiva resulta contestataria. Una mujer que perdía su capacidad para la
maternidad si llegaba a cultivar sus capacidades intelectuales, una mujer que era toda
concupiscencia y nada de razón. Estas construcciones del siglo XVIII contrastan con la imagen
de una mujer que al ser madre no deja de ser subjetividad individual, y que la encontramos
narrada en la memoria femenina.
La manera en que esa memoria se crea, circula y vincula es en los espacios donde la experiencia se
comparte, donde al hablar de la vida cotidiana se le politiza. Las narraciones individuales
encuentran eco en otras, y las memorias colectivas entonces se hacen narrables. En las diferentes
formas de traer el pasado –o fragmentos de éste– al presente están los usos políticos de la
memoria. Demoliendo la violencia epistemológica podemos elaborar conocimiento anclado en un
pasado y con perspectivas de futuro no como imposición, sino como construcción. Hablar de un
uso político de la memoria es hablar de recuerdo y de olvido. Eso requiere conciencia de las
opacidades y la honestidad sobre la específica condición histórica y situación de vida. El resultado
puede ser una criticidad frente a una memoria construida para nosotras y no por nosotras.
Una posible vía para comprender la vinculación entre memoria, ciudadanía y mujeres, es
acercando el estudio de la memoria al feminismo, reconociendo las contradicciones, tensiones,
complejidades y ambigüedades del mundo social donde se crea la memoria. Esto es, incorporar las
paradojas y dilemas que constituyen las relaciones de género, tanto en el espacio público como en
el privado. “Que las mujeres reclamen derechos de igualdad frente a los hombres sobre la base de
su especificidad e identidad de género entraña una paradoja irresoluble, que se repone
permanentemente en la historia de las luchas sociales.” (Scott, 1996, citada por Jelin, 2010:75).
Los feminismos han tendido o a demandar igualdad o a reivindicar diferencia, cuando el
reconocimiento de estas paradojas, ambigüedades y contradicciones abre el horizonte a
combinaciones, soluciones y salidas más creativas. En los ejercicios de memoria se pueden
encontrar tanto estas tensiones como sus soluciones, y por eso es fundamental tomar esos relatos
como puntos de partida para una ciudadanía de las mujeres, y en este caso, de las del campo. La
memoria colectiva como elaboración histórica de las mujeres del campo significa subvertir lo que
imposibilita su voz y su autonomía, desde la vida cotidiana hasta la academia, desde la
organización hasta el Estado.
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