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UN VIAJE POR LA CIUDAD A TRAVÉS DE UN AGUJERO DE 50CM DE
PROFUNDIDAD Y UNAS SOMBRAS
José Antonio Portillo
Maestro de escuela y escritor
Intentar explicar mi presencia en un libro sobre viajes resulta como mínimo extraño. Invitar al
lector a realizar un viaje a un agujero de la escasa profundidad de 50 cm y otro viaje a través de una
sombra, que recorre lugares que se repiten día a día, no parece, al menos de forma inicial, lo
suficiente estimulante como para llamar la atención a la hora de competir con otros destinos de
mayor presencia mediática.
Sin embargo, el hermoso argumento de que “todo es viaje” tranquiliza mi relación con el
teclado del ordenador a fin de ponerme en marcha para extraer las palabras adecuadas que puedan
narrar estos dos viajes, el primero recogido en un proyecto denominado “El Museo del Tiempo” y
el segundo aparado bajo el título "¿Qué piensa mi sombra?" No nacieron, ambos, con la intención
de narrar un viaje, en realidad son un viaje en sí mismo. Caminar a través de una ciudad es su
propósito, caminar es viaje.
El Museo del Tiempo1 es, podríamos decir, un viaje cuyo punto final es un agujero de 50
centímetros de profundidad. Para adentrarte en él, basta con que te proveas de un mapa, ya editado,
y que busques los lugares, calles, barrios, plazas o museos donde se enterraron, a 50 cm de
profundidad, objetos pertenecientes a niños que quisieron resguardar, de esta manera, su memoria,
ante los “hombres grises”, esos personajes que aparecen en Momo, el precioso libro de Michael
Ende. La lectura de este texto nos ofreció el argumento literario para comenzar el proyecto.
Buscaríamos 7 niños en diferentes ciudades, y les contaríamos: “los hombres grises roban el tiempo
presente, el futuro que no existe y son tan tan ambiciosos que quieren robar el tiempo pasado a las
personas. Debemos tomar una decisión, buscaremos en nuestra memoria un objeto, un objeto que
guarde un recuerdo, un tiempo pasado. Luego lo enterraremos en un lugar de la ciudad para que los
hombres grises no lo roben”. Con estos antecedentes, los niños caminarían por distintas ciudades y
barrios para resguardar sus memorias: Se trataba de que niños de muy diversos lugares buscaran en
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El libro Museo del Tiempo fue publicado por la editorial Kalandraka. En la edición aparece un mapa de las ciudades
que citamos y donde se indica el lugar y el objeto enterrado, y en la parte posterior del mapa aparecen las fotos de los
objetos enterrados y la memoria que encierran esos objetos. Los autores de este libro, la ilustradora Carmen Puchol y yo
mismo, ya habíamos trabajado juntos en el proyecto “Artefactes”, que obtuvo el Premio Nacional al Mejor Libro
Editado en Literatura Infantil y Juvenil, cuya versión teatral también fue realizada por estas compañías. Artefactes
recibió el premio al Mejor Espectáculo Teatral en la categoría Infantil de Teatres de la Generalitat, Premio de la Crítica,
y fue finalista en los premios Max en las categorías de espectáculo Infantil y Escenografía. En el año 2008 se estrenó la
versión teatral del Museo del Tiempo, producida también por Albena Teatre y Tanttaka Teatroa.
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su memoria un objeto muy importante de su infancia. Un objeto que guardase un recuerdo, un
tiempo pasado que no quisieran perder. Luego tenían que enterrar ese objeto en un lugar de su
ciudad elegido por ellos, para que nada ni nadie pudiese robar su tiempo pasado y así poder
construir el Museo del Tiempo del Mundo.
Seguramente, las palabras que Manuel Delgado pronunció a raíz de la presentación del Museo
del Tiempo en Lisboa serán más clarificadoras: “Se plantea con frecuencia la discusión sobre cual
es el papel que debe ocupar la memoria en el diseño de las ciudades modernas. Frente a esta
cuestión, nuestras autoridades políticas y urbanísticas optan por la generación de espacios sin
identidad –los famosos no-lugares que tan bien encarnan los centros comerciales, por ejemplo– o
por la disposición de escenarios que presumen ser memorísticos y evocadores, pero que no son
luego en realidad otra cosa que barrios museificados –es decir, momificados–, que se presumen
históricos, aunque su característica es que la historia –la vida, la lucha, el conflicto– ha sido
expulsada definitivamente de ellos. Por no hablar de la manera como se siembra todo espacio
urbano de monumentos destinados a hacerle recordar al habitante y al transeúnte lo que debe ser
recordado”.
En Macao (China), Sofia enterró sus zapatillas de ballet. En Viseu (Portugal), Flavio su
certificado de comunión, Margarida el pañuelo de algodón que necesitaba para dormir cuando era
pequeña, Bárbara un lápiz que jamás quiso estrenar. En Evora (Portugal), Tiago enterró su linterna
China, Diogo un fósil de amonite, Denise su chupete de bebé, el único que consiguió calmar su
primer llanto. En Alcalá de Henares enterró Yossef los tres collares que le entregó su madre
cuando se vino para España; Tomás la pelota que le permitió tener sus primeros amigos, Roberto la
baraja de cartas con la que jugó durante muchos años con su padre fallecido. En Nanterre: Sihem el
pañuelo de su abuela, Hugo Jean un barco que hizo con su padre con cortezas de árbol, Léa una
piedra que le dio mucha suerte. En Valencia: Amir un móvil de bebé, Edgar el DVD de su
comunión, Sandra una camiseta de fútbol, Joan un muñeco de Buzz Lightyear, Fran una rana
conservada en alcohol, Dani una foto y Nacho su colección de coches en el mercado del Cabanyal.
En Benicarló, Iowa su varita mágica, Rafik un coche de juguete que le regaló su abuelo cuando
emigró, David un collar de perro, Laura una entrada de un concierto, Esteban un diente de tiburón,
Mara una piedra con dibujo y un grupo de niños sus peluches. En otros muchos lugares y ciudades
de todo el mundo se siguen produciendo enterramientos continuamente como el de Sasha, que
enterró su Gran Enciclopedia de Estudiante, que le regaló su padrino para que no olvidara la lengua
de Ucrania cuando emigró a España. Son algunos ejemplos.
Durante el proceso de creación se fueron colando fragmentos de contenidos que no estaban
previstos al comenzar el proyecto. En esto se asemeja a cualquier trabajo creativo, sabemos de
dónde partimos pero no sabemos dónde llegaremos. Basta tener abiertos los sentidos para poder
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captar aquellos significados nuevos que aparecen durante el camino. Partimos de la memoria en la
búsqueda de un objeto que guardara un tiempo pasado. Pero una memoria verdadera, una memoria
realmente importante en nuestra vida. Descubrimos algunos testimonios cuya memoria era artificial,
poco significativa. Si en esa búsqueda habían intervenido los padres, éstos se sentían mal. De
pronto habíamos descubierto que aquellos padres que no recuerdan un objeto en la vida del hijo se
sienten mal. Pero se fueron colando otros significados:
– La identidad. Es una tendencia habitual que cada territorio invierta una importante cantidad
de dinero en investigaciones y publicaciones relacionadas con la búsqueda de la identidad nacional.
Este pequeño proyecta nos plantea otra posibilidad: “nuestra identidad es un objeto enterrado a
50cm en la calle de una ciudad”.
– La memoria no histórica. Las ciudades están repletas de señales (placas, esculturas,
museos...) que nos recuerdan memorias históricas de grandes personajes y acontecimientos.
Nuevamente, el Museo del Tiempo nos plantea la posibilidad de enterrar memorias de personajes
“secundarios” (niños, ancianos...), de memorias no-históricas que desaparecerán. Hay un momento
significativo durante el enterramiento de un playmobil en un jardín próximo a la Universidad de
Alcalá de Henares que viene a explicar este apartado. Durante el ritual de enterramiento observé a
dos grupos de niños de la misma edad: uno entierra un playmobil en un jardín mientras leen la
memoria que encierra ese juguete, el otro grupo atiende las explicaciones de un guía sobre la
fachada renacentista de la Universidad de Alcalá de Henares. Estas dos situaciones tan lejanas, tan
contrarias o complementarias, convivían al mismo tiempo y en el mismo espacio. La historia
también la tejen otras personas cuya memoria quedará redactada en un mapa. Con este mapa
podremos recorrer la ciudad visitando el Museo del Tiempo. En el reverso podremos ver las fotos
de los objetos enterrados y el tiempo pasado que encierra cada uno. Este mapa, junto con el libro,
pasará a formar parte de la biblioteca, el archivo y la oficina de Información y Turismo de la propia
ciudad. Manuel Delgado: “Compárense los grandes monumentos que las instituciones han
levantado en las ciudades que administran, y comparémoslos con el laberinto de recovecos que
Portillo y estos muchachos nos invitan a recorrer para que nos perdamos en él. Todo monumento
oficial expresa la voluntad de hacer de cada espacio un territorio acabado, definido, irrevocable,
puesto que es una expresión vicaria del Palacio, lugar cimero de la representación arquitectural del
poder político. Por ello, todo monumento es ante todo eso, una erección, y una erección no sólo en
el territorio, sino del territorio mismo.).
– La memoria transmitida a través de la mujer. Este proyecto nos muestra la implicación
de la madre en la recuperación de la memoria de su hijo frente a una actitud secundaria del padre.
Sin pretender tener categoría de afirmación, hemos podido observar a través de la pequeña muestra
cuantitativa que supone este proyecto la mayor implicación de la madre y su mayor retención
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narrativa de la memoria frente al padre. Insisto, no tiene valor estadístico pero señala una
posibilidad.
– La casualidad. No esotérica, más bien un exceso de mirada. Durante el desarrollo de
diferentes museos del tiempo han aparecido multitud de casualidades. Cuando Tiago decidió
enterrar su lámpara china en la plaza Giraldo de Evora debajo de una farola para que su luz le
recordara la luz de su lámpara china, no se dio cuenta que el forjado acababa en un dragón chino.
Como tampoco sabía Ricardo que la distancia del árbol hasta el agujero donde quería esconder su
pequeña goma de borrar era de 9 pasos, 9 años tenía en aquel momento y llevaba una camiseta con
la inscripción del número 9.
– El encuentro del niño con su propia narración a través de su memoria. A todos los
niños-as participantes en el proyecto hemos visto crecer en su simpatía, en su expresividad a medida
que su implicación era mayor en el proyecto. Sentíamos que una fuerza liberadora se apoderaba de
ellos a medida que iba creciendo su narración sobre la memoria encontrada en un objeto.
Descubrimos que el niño crece cuando encuentra su propia narración. Algo ha cambiado a través de
esa experiencia que nunca olvidará. Aún permanece en nuestros oídos la voz sugerente con la que
Flavio, posiblemente movido por la fuerza liberadora de la narración, narró con gran fuerza creativa
mientras sondeaba en su realidad dolorosa, la de un niño que no conoce a su madre y a su padre
puede verle dos veces al año. También nos descubrió el gesto de desprendimiento de todos los niños
que participaron en este proyecto al enterrar el objeto original y no otro que simbolizara el original.
Las dudas que tuvo Flavio para desprenderse de su Certificado de comunión al ser el único objeto
que tenía de su infancia, se disiparon en el momento del enterramiento al manifestar: “Voy a
enterrar mi certificado original porque cuando tenga 25 años vendré a este lugar y diré a mi mujer y
mis hijos que aquí está enterrado mi Certificado de comunión, el verdadero”.
– Memoria colectiva .Unas de las condiciones que se impusieron a los participantes es que en
el mapa sólo aparecería su nombre. Desde el momento que enterraran el objeto, esa memoria sería
una memoria colectiva. De alguna manera estaban representando a todos las personas cuya memoria
fuera similar. Sirva el ejemplo del enterramiento colectivo de los peluches. En todo momento
supieron que estaban representando a todos los niños que “pusieron un peluche en su vida”,
personas que sintieron su cercanía en la soledad de su cuarto oscuro y protección ante el acecho de
las pesadillas. Manuel Delgado observa que esta propuesta: “repito: –estética, pero también moral y
política– lo que hace es escenificar cómo funciona y qué es la memoria colectiva. Atención: no
común, sino colectiva, en el sentido de que es una memoria compartida pero no idéntica, puesto que
cada persona la enhebra con los mismos elementos del paisaje, pero de manera siempre distinta, de
manera que la memoria de cada cual continua en la memoria de los demás. Esa memoria colectiva –
la memoria urbana por excelencia– se opone sobre todo a la memoria oficial, esa memoria que
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orienta las grandes políticas monumentalizadoras, la que distribuye estatuas y nombres de calles, la
que tematiza los centros urbanos para convertirlos en mausoleos para turistas... Y es que a ras de
suelo todo son intersticios, grietas, ranuras, agujeros, intervalos, escondites... La ciudad profunda y
oculta, la república de lo Múltiple. Lo uterino de las ciudades.”
¿Qué piensa mi sombra? muestra el camino orgánico2 de siete adolescentes de Madrid.
Fueron seleccionados entre 200 alumnos que participaron en el proyecto. A todos se les pidió que
narraran por escrito su camino orgánico. Fueron elegidas siete redacciones que no destacaban por su
correcta sintaxis y calidad literaria, lo que buscábamos eran textos donde se apuntaran fragmentos
sugerentes aunque estuvieran mal escritos: “salgo de mi casa , cruzo tres pasos de cebra y llego a un
banco donde recuerdo a mi madre que ya no está”, “miro un portal sin puerta”, “mi sombra canta”,
“mi padre me explicó las normas de las calles de Madrid”, “la sombra de mi madre”, “siempre
cruzo un puente que une mis dos vidas”. Durante los días soleados del mes de noviembre, estos
siete adolescentes nos invitaron a caminar por las calles de Vallecas, Carabanchel, Santa Eugenia,
Vicálvaro, Palomeras, Barrio de la Concepción y Puerta del Ángel. Luego se sumaron adolescentes
de Carlet y Sueca. Nos hicieron descubrir diferentes señales de su camino afectivo: puentes, pasos
de cebras, bancos de una placita, casas abandonadas, jardines, farolas que proyectan sombras,
transeúntes con los que se cruzan, sombras de otras personas. Cada uno con su significado y
siempre en el espacio de su ciudad. Andrea, la placita donde un banco le recuerda su madre que ya
no está; Amaya, el puente que une su barrio que fue dividido en dos por la carretera de la M30,
Ester y Sandra la sombra que canta, Patricia el bar con el toldo que filtra la luz de color naranja en
un barrio que no le gusta, Laura el pasadizo donde juega con sus amigas mientras sus madres
hablan, Mónica los lugares por donde transitaba la sombra de su madre, Noelia la palmera que
crecía con ella, Diego su camino parecido al desierto del Sahara y Susy la puerta que encierra una
historia que no quiso desvelar. Luego buscaron un lugar concreto de ese camino, espacio que
tuviera un significado especial. Allí esperaron a que el sol proyectara su sombra para “cazarla con
su pensamiento” a través de una fotografía. La fotografía fue realizada por un profesional que no
hubiera tenido experiencia con niños ni adolescentes. La intención de este perfil profesional era
demostrar que los niños y adolescentes pueden enriquecer nuestra mirada y engrandecer nuestro
trabajo artístico a cambio de saber escucharles y mirarles. Otros compañeros fueron enviándonos las
fotos de las sombras junto a su pensamiento para completar nuestra colección de sombras.
Este proyecto nos devuelve la otra imagen del adolescente. Frente al adolescente oscuro e
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Camino orgánico: camino rutinario que las personas realizamos durante un trayecto de nuestra vida en nuestro barrio
o ciudad. En este camino se fijan imágenes de otros transeúntes, mobiliario urbano, paredes, ventanas… que encierran
un pensamiento. Proyecto producido por Teatralia 2007.
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inexpresivo, nos encontramos una persona con gran capacidad narrativa, con un mundo personal
expresado a partir de la pregunta: ¿Qué piensa mi sombra? Cada uno con su singularidad nos
descubrió afectos, contenidos sociales, conductas mágicas, encuentros casuales, espacios de la
ciudad, amigos y la frase “hay que seguir”, que nos entregó Andrea para todos.
Estos paseos nos mostraron la capacidad del ser humano para establecer relaciones afectivas y
de identidad con espacios absolutamente anónimos, impersonales y clonados en todas las ciudades
del mundo. Recordaremos siempre a Laura cuando es capaz de reconocer el pasadizo (imagen de la
portada del libro) que transcurre a través de un enorme bloque de viviendas y que se repite en
cualquier barrio de la periferia de Madrid, o a Ester y Sandra cuando reconocen un lugar concreto
de su barrio por el tipo de valla, a Amaya por su conciencia social al recordar el puente que cruza
todos los días.
En este proyecto la sombra, tema suficientemente analizado y usado en la literatura y en las
artes, tenía que estar inmersa en un espacio urbano. De algún modo debía ser capaz de captar la
realidad urbana de una ciudad a nivel físico y emocional. Resultó significativo el debate que se
produjo cuando en una de las fotos se “coló” un cartel de Nestlé. La organización que apoyaba
artísticamente y producía el proyecto, con buen criterio, manifestó que no debíamos hacer
publicidad indirecta de esta marca máxime cuando había mandado leche caducada al Tercer Mundo
con fines humanitarios. La réplica argumental que finalmente se impuso mantenía la tesis de que el
espíritu de este proyecto y la fotografía era documental. Además debíamos pensar que si
eliminábamos con el photoshop el cartel de Nestlé perderíamos la oportunidad de explicar a futuros
adolescentes que leyeran el libro y vieran las fotografías la campaña que hubo en Europa contra
Nestlé por enviar leche caducada al Tercer Mundo. De manera que este proyecto nos ponía sobre la
mesa un debate que estaba presente en esos momentos en la sociedad española: la eliminación de
signos del antiguo régimen. De alguna manera la foto nos planteaba debatir sobre el peligro que
supone realizar una cirugía estética a las ciudades en profundidad y guardar todas las señales del
pasado en los Museos. Corríamos el peligro de impedir que en el futuro pudiéramos explicarles a
nuestros hijos qué hizo Nestlé, ante la presencia de un cartel.
El origen de estos dos viajes ya os lo contaré otro día...
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