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La Crisis de las Caricaturas: el Jyllands-Posten, el Mundo Islámico, y la Libertad de Expresión
Jason Fishman
Civilización Islámica en España y Norte de África hasta 1492
Profesor Lozano
11 de mayo de 2011
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En el año 855 en Córdoba, el capital del al-Ándalus, unos cincuenta cristianos fueron
decapitados en público. Sin embargo, estas ejecuciones espantosas de mozárabes estaban
anomalías; Córdoba es conocida como un centro de tolerancia religiosa donde judíos,
musulmanes, y cristianos vivían en armonía. Los líderes omeyas de al-Ándalus permitían los
cristianos y los judíos a practicar sus religiones con restricciones mínimas, pero había una línea
que los dhimmis no podían cruzar. Los cristianos que fueron decapitados en Córdoba cometieron
unos de las graves ofensas que se pueda imaginar: ellos difamaron el profeta Mahoma en
público. Historiador y autor María Rosa Menocal, señala que “aunque el Islam era elástica en
materia de doctrina, sobre todo cuando tenía que ver con los cristianos, tenían una tolerancia cero
para el desdoro del Profeta” (Menocal 70 – 71).
1.150 años después de los ejecuciones en Córdoba, esta regla de “tolerancia cero” ha
demostrado ser vivo y bien. Cuando el Jyllands-Posten, un periódico danés, publicó doce
caricaturas políticas que representaban el profeta Mahoma en el año 2005, el mundo islámico
estalló con indignación y violencia (Sari 1). Procedente de un debate sobre la autocensura en
Dinamarca, la controversia sobre las caricaturas se convirtió en una crisis internacional que
enfrentó al mundo islámico con el Occidente. La respuesta muy rencorosa de la comunidad
islámica a los caricaturas se debe a la tradición del aniconismo en Islam, reverencia por el
profeta Mahoma, y quizás, sobre todo, la provocación y manipulación de las masas por líderes
políticos y religiosos. (Burckhardt, Soage 363, 366, Bloody Cartoons). La crisis de las
caricaturas ha revelado diferencias culturales entre el Occidente y el mundo islámico con respeto
a los límites de la libertad de expresión.
La publicación de las doce caricaturas que satirizaban el Islam y el profeta Mahoma no
fue un acontecimiento al azar, sino más bien un intento coordinado para hacer una profunda
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declaración ideológica sobre la libertad de expresión y la autocensura. Antes de la publicación de
las caricaturas en el 30 de septiembre, el Jyllands-Posten ya había examinando el tema de la
libertad de expresión a principios del mes con una serie de artículos. El detonante para los
artículos fue la situación reciente de Kåre Bluitgen, un autor y periodista de Dinamarca, quien
estaba trabajando en un libro para niños sobre el profeta Mahoma. Bluitgen no podía encontrar
un ilustrador para su libro porque muchas artistas temían que si ellos se atreverían a dibujar el
profeta, unos extremistas islámicos les atacaran (Sari 2 – 3). El Jyllands-Posten afirmó que las
personas que no practican el islam no tienen la obligación de ajustarse a las costumbres y los
tabúes de los musulmanes. Para ilustrar su punto de vista en una manera clara y fuerte, el
periódico invitó artistas daneses a dibujar caricaturas que representan el profeta, y doce
ilustradores aceptaron el desafío (Sari 3).
Imprimido en el 30 de septiembre de 2005, con un comentario escrito por el editor
cultural del periódico Flemming Rose, las caricaturas variaban mucho en sus estilos y
contendidos. Algunas de las caricaturas representaban Mahoma en maneras abstractas, mientras
un ilustrador dibujó un retrato realista y bastante inocuo del Profeta con un burro detrás de él.
Otros dibujantes hicieron meta-comentario sobre la polémica: una caricatura muestra un
ilustrador sudoroso y nervioso quien está dibujando el profeta, y otra caricatura representa Kåre
Bluitgen, llevando un turbante, con un infantil dibujo de Mahoma en su mano y una naranja
inscrito con la frase “Truco de Publicidad” en su turbante. Otros dibujos estaban más cargado de
controversia político y religioso. En una caricatura, Mahoma, quien está en el cielo, le dice a una
línea de terroristas suicidas recién llegados “¡Paren, paren, no tenemos más vírgenes!” La
caricatura más inflamatorio e icónico, dibujado por Kurt Westergaard, representa Mahoma con
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una bomba en su turbante que está estampado con la shahada en el centro. (Sari 3, Cartoons of
Muhammad).
Como la bomba en la caricatura de Westergaard, la explosiva respuesta internacional a
los dibujos tenía un fusible bastante corto. Las caricaturas fueron condenadas rápidamente por
las organizaciones musulmanas de Dinamarca, y en el 12 de octubre, hasta 5.000 personas
manifestaron pacíficamente afuera de las oficinas del Jyllands-Posten en Copenhague (Sari 4).
El primer periódico internacional que reprodujo algunas de las caricaturas fue al-Fagr, un diario
de Egipto, que describió los dibujos como un “insulto continuado” y una “bomba racista,” y la
primera respuesta oficial de unos gobiernos extranjeros ocurrió dos días después, el 20 de
octubre, cuando embajadores de diez países islámicos se quejaron al primer ministro danés sobre
las caricaturas (Muslim cartoon row timeline).
Los embajadores que expresaron sus inquietudes al Primer Minstro Ramussen habían
presionados por una delegación de representantes de varios grupos islámicos en Dinamarca, y
más tarde en 2005, esta delegación se reunió con prominentes líderes políticos y religiosos en
Líbano, Siria, Turquía y Egipto. Los líderes influyentes que se reunieron con la delegación
recibieron un dossier de cuarenta y tres páginas que incluía las doce caricaturas del JyllandsPosten, caricaturas similares del semanario danés Weekendavisen, y tres imágenes sin ninguna
relación a la controversia. (Sari 4). Uno de estas imágenes que no tiene relación con el JyllandsPosten representa “Mahoma” llevando la nariz y las orejas de un cerdo, pero en realidad, la foto
era de un hombre que estaba participando en un concurso francés para chillar como un cerdo
(Bloody Cartoons). A pesar de la ilegitimidad de algunas de las imágenes, el dosier tuvo éxito en
la estimulación de indignación en el mundo islámico; las caricaturas fueron denunciadas por la
Organización de la Conferencia Islámica (OCI), la Organización Islámica para la Educación, la
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Ciencia y la Cultura (ISESCO), el Consejo de la Liga Árabe y el Consejo de Cooperación para
los Estados Árabes del Golfo (CCEAG) (Sari 4 – 5).
En respuesta a las peticiones musulmanas para acción legal contra el Jyllands-Posten, el
primer ministro danés, Anders Fogh Rasmussen, declaró que si bien el gobierno danés “condena
cualquier expresión, acción o indicación que intente demonizar a grupos de personas sobre la
base de su religión u origen étnico,” él se negó a disculparse por las caricaturas porque “[un]
gobierno danés no puede pedir disculpas en nombre de un periódico libre e independiente” (Sari
6). El Jyllands-Posten ofreció una disculpa formal por las caricaturas en el 31 de enero de 2006,
el día después de que un hombre armado forzó la entrada en la oficina de la UE en Gaza para
exigir remordimientos, pero la disculpa era demasiado tarde; la polémica se había convertido en
una gran crisis internacional. (Sari 1, Muslim cartoon row timeline).
El 26 de enero, Arabia Saudí retiró su embajador en Dinamarca, y pronto después, Libia,
Siria, e Irán hicieron lo mismo. Además, los consumidores de estos países y otras naciones
empezaron a boicotear los productos daneses (Sari 1). Al mismo tiempo que el mundo islámico
se volvía contra Dinamarca, otros países occidentales recogieron la antorcha de la libertad de
expresión. Un periódico noruego reimprimió las caricaturas en el 10 de enero, y en el 1 de
febrero, periódicos en Francia, Alemania, Italia y España reimprimieron los dibujos también
(Muslim cartoon row timeline).
El 4 de febrero, las tensiones entre el Occidente y el mundo islámico alcanzaron un punto
crítico cuando los manifestantes en Damasco prendieron fuego a las embajadas danesa y noruega
en Siria. (Muslim cartoon row timeline). Violencia anti-occidental continuó durante todo el mes
de febrero en varios países islámicos. La embajada danesa en Beirut fue incendiada, el consulado
italiano en Bengasi, Libia fue asaltado por manifestantes, y unos iraníes bombardearon las
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embajadas danesa, francesa y austriaca en Tehrán. Asimismo, empresas occidentales y edificios
gubernamentales de países europeos fueron atacados, y en Líbano y Nigeria, los cristianos fueron
hostigados y asaltados. (Gerstenfeld). Más que 130 personas se murieron en los disturbios
violentos en Afganistán, Líbano, Kenia, Somalia, Libia, Pakistán y Nigeria (Westergaard,
Gerstenfeld). La mayoría de los muertos eran musulmanes, aunque algunos cristianos fueron
matados, particularmente en Nigeria (Gerstenfeld). En febrero de 2008, la policía danesa detuvo
a dos hombres tunecinos que habían planeado asesinar a Kurt Westergaard, el artista de una de
las caricaturas más controvertidas, y en enero de 2010, un hombre de ascendencia somalí fue
detenido por la policía cuando él forzó la entrada en la casa de Westergaard con una hacha
(Westergaard, Assassination attempt on Mohammed cartoonist).
Se puede atribuir la reacción virulenta contra las caricaturas del mundo islámico a varios
factores. En primer lugar, el Islam tiene una larga tradición del aniconismo (Burckhardt). El
aniconismo es la costumbre de no crear representaciones figurativas de seres divinos, los profetas
y en algunos casos, los seres vivos. Titus Burckhardt, un erudito del Islam, explica:
El Islam se centra en la Unidad, y la Unidad no es expresable en términos de
cualquier imagen. Así, el arte islámico en conjunto tiene como objetivo crear un
ambiente que ayuda el hombre darse cuenta de su dignidad primordial; por lo
tanto, evita todo lo que podría ser un “ídolo,” aunque lo fuera de una manera
relativa y provisional – nada debe interponerse entre el hombre y la presencia
invisible de Dios – así la eliminación de todas las turbulencias y sugerencias
apasionadas del mundo, y en su lugar la creación de un orden que expresa el
equilibrio, la serenidad y la paz (Burckhardt).
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Para los musulmanes, Mahoma es el último mensajero de Dios, y por eso, si representaría
figuradamente el profeta, quitara el poder de su mensaje divino.
Sin embargo, el aniconismo en Islam no es absoluto; los eruditos suníes están en acuerdo
en la prohibición del arte figurativo, pero el Corán no menciona el aniconismo (Bloody
Cartoons). Mahoma ha sido representado en el mundo islámico por muchos siglos, y en el
chiismo, representaciones figurativas del Profeta no se consideran tabú (Gerstenfeld, Bloody
Cartoons). No obstante, unas de las protestas más acaloradas contra las caricaturas ocurrieron en
Irán, un estado con una población mayoritariamente chií. Fue sólo después de la debacle de las
caricaturas que los clérigos chiís decidieron prohibir la idolatría de Mahoma como una
demonstración de solidaridad con sus hermanos suníes (Bloody Cartoons).
Para muchos musulmanes, no era sólo la representación de Mahoma que provocó la
indignación, sino más bien la percepción de la difamación de su carácter. No se puede exagerar
la importancia del Profeta a los musulmanes piadosos. Mahoma es el último mensajero de Dios,
y por eso él personifica la virtud absoluta y se considera infalible. El Profeta es visto como el
modelo perfecto de comportamiento correcto, y por consiguiente, la Sunna, un compendio de sus
palabras y acciones, es el segundo texto religioso más importante en el Islam. Además, los fieles
creen que cuando el Día del Juicio llega, Mahoma va a garantizar la salvación de todos los
musulmanes (Soage 363). En el documental Bloody Cartoons, dirigida por Karsten Kjaer,
Abdallah Khalid Ismail, un imán que vive en Dinamarca, explica cómo las caricaturas afectaban
la comunidad islámica: “Es como un cuchillo en nuestros corazones. Si…me insultan o otras
personas, no es una problema. Pero han humillado el símbolo más importante para los
musulmanes. Nos encanta el Profeta aún más que nuestros padres o niños” (Bloody Cartoons).
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La humillación percibida del Profeta era muy exasperante para los musulmanes de todo el
mundo, pero en particular, la asociación de Mahoma con el terrorismo era despreciable. Muchos
musulmanes interpretaron la caricatura de Mahoma con una bomba en su turbante, dibujado por
Kurt Westergaard, para significar que el dibujante estuvo llamando el Profeta un terrorista
(Bloody Cartoons). Ahora bien, Westergaard afirma que “el dibujo era un intento de
desenmascarar a los fanáticos que han justificado un gran número de atentados, asesinatos y
otras atrocidades con referencia a los dichos de su profeta” (Westergaard). Westergaard no
intentaba a llamar el Profeta un terrorista; sólo quería ilustrar su opinión que a través de las
acciones de los extremistas musulmanes, y el silencio percibido de la mayoría musulmana,
Mahoma se había convertido en “munición espiritual” para el terrorismo (Westergaard,
Humphreys). Es posible que la mala interpretación del mensaje deseado de la caricatura de
Westergaard contribuyera a la respuesta agria que su dibujo incitó.
De todas formas, los disturbios y la violencia en el mundo islámico no fueron causados
principalmente por las reacciones individuales al contendido de las caricaturas, sino más bien por
la provocación y el apoyo de influyentes líderes religiosos y políticos (Soage 366). En Beirut, era
el jeque Mohammed Rashid Qabbani, el gran muftí de Líbano, que exigió las manifestaciones
contra las caricaturas. El muftí afirma que él intentaba de la protesta ser pacífica, pero en
realidad la manifestación se convirtió en un disturbio que terminó en la destrucción de la
embajada danesa y la muerte de un manifestante. Cuando los agitadores incendiaron la
embajada, el ejército libanés quedó inactivo (Bloody Cartoons). Es evidente que en Beirut, los
manifestantes violentos tenían el apoyo tácito de sus líderes religiosos y el gobierno.
El jeque Yusuf al-Qaradawi, un líder espiritual con su propio programa semanal de
televisión en la emisora Al Jazeera, hizo mucho para incitar a la comunidad islámica global a la
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acción. En un discurso, al-Qaradawi declaró: “La nación debe levantarse con ira. No somos una
nación de burros. No somos burros para montar, pero leones que rugen” (Bloody Cartoons). AlQaradawi exigió un día internacional de la ira contra las caricaturas en el viernes, el 3 de febrero
2006, y en el lunes las embajadas danesas en Damasco, Beirut y Tehran habían incendiados por
manifestantes (Bloody Cartoons).
En Irán, el ataque contra la embajada danesa y el bombardeo de la casa del embajador
danés fue organizado por el Basij, una milicia paramilitar formada por voluntarios jóvenes. El
Basij es parte de la Guardia Revolucionaria Islámica, la organización militar comandada por el
gobierno iraní. Para estimular las fuerzas paramilitares, unos mayores revolucionarios
profesionales fueron puestos en el Basij. Ali Bakshi, uno de estos revolucionarios, admitió que
fue “el más activo en la manifestación” a pesar de que nunca había visto las caricaturas de
Mahoma (Bloody Cartoons). Es claro que la mayoría de las manifestaciones que ocurrieron en el
mundo islámico no eran erupciones espontaneas de ira; fueron incitadas y, a veces orquestadas,
por luminarias políticas y religiosas que se beneficiarían de las tensiones con el Occidente
(Gerstenfeld).
Si mucha de la violencia y la indignación en el mundo islámico había avivado por la
manipulación de la opinión pública por los líderes espirituales y políticos ¿qué responsabilidad
tiene el Jyllands-Posten y los otros periódicos occidentales que publicaron las caricaturas de
Mahoma por el caos que los dibujos han causado? Sería ridículo sugerir que los editores del
Jyllands-Posten no estaban cortejando la controversia cuando decidieron publicar las doce
caricaturas en cuestión. Los dibujos pretendían demonstrar el compromiso a la libertad de
expresión y cuestionar la exención de crítica que tiene Islam. La controversia no era simplemente
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un subproducto de las caricaturas, sino más bien una consecuencia prevista, y quizás
intencionada.
En su editorial publicado con las caricaturas, Flemming Rose, el editor cultural del
periódico, sostuvo que “la sociedad moderna y secular está rechazada por algunos musulmanes.
Ellos exigen una posición especial para ellos mismos, insistiendo en que sus propios
sentimientos religiosos merecen consideración especial. Esto es incompatible con una
democracia secular y la libertad de expresión, donde la gente debe estar preparado para
enfrentarse con el desprecio, las burlas y el ridículo” (Sari 3). Los comentarios de Rose sugieren
que el Jyllands-Posten era consciente de que sus caricaturas ofenderían la comunidad islámica,
pero publicó los dibujos para demonstrar que ninguna religión merece la inmunidad de la crítica.
Así, el Jyllands-Posten se presentaba como un defensor noble de la libertad absoluta de
expresión y el derecho a satirizar cualquier persona y cualquier cosa.
No obstante, un concurso de caricaturas iraní demostró que el Occidente tiene sus propios
límites de la libertad de expresión. El 13 de febrero de 2006, el Hamshahri, un periódico iraní
prominente, anunció un concurso internacional para dibujar caricaturas que satirizaba el
Holocausto (Muslim cartoon row timeline). Aunque el tema del concurso era deplorable, el
periódico hizo un punto válido; varios países europeos tienen leyes contra la negación del
Holocausto. En el documental de Kjaer, un historietista iraní explicó que está prohibido el
ingreso a diecisiete países a causa de una historieta que dibujó sobre el Holocausto (Bloody
Cartoons). En respuesta al concurso del Hamshahri y la implicación que hay límites de la
libertad de expresión en el Occidente, Flemming Rose anunció que el Jyllands-Posten
reimprimirá algunos de las caricaturas iraníes sobre el Holocausto, pero el redactor jefe lo
desautorizó y Rose tuvo que tomar un permiso de ausencia del periódico (Bloody Cartoons). El
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Jyllands-Posten publicó las caricaturas de Mahoma para demonstrar que ningún grupo religioso
merece exención del ridículo, pero cuando el periódico tenía la oportunidad de publicar
caricaturas que ofenderían la comunidad judía, y muchos otros grupos, se acobardó. El JyllandsPosten cometió el mismo tipo de autocensura que había luchado contra menos de seis meses
anterior.
La debacle internacional de las caricaturas de Mahoma ha arrojado luz sobre
significativas diferencias culturales entre el Occidente y el mundo islámico. Feisal Abdul Rauf,
un imán sufí que dirige la Iniciativa de Córdoba, una organización no gubernamental que sirve
para mejorar las relaciones entre los musulmanes y el Occidente, explica que “la cultura
occidental se porta la libertad de expresión como casi un valor religioso. Protege el derecho a
decir cualquier cosa, no importa si es muy insensible o escandalosa. Se puede insultar todos y
todo” (Rauf). Aunque muchos occidentales creen que la libertad de expresión es un derecho
fundamental, esta creencia es culturalmente relativa. Imán Rauf expone que “muchas culturas no
occidentales – no sólo musulmanes – equilibra la libertad de expresión con el respeto por los
mayores, las tradiciones y la modestia” (Rauf).
Cuando los editores y caricaturistas publicaron las caricaturas del profeta Mahoma, lo
hicieron en nombre de la libertad absoluta de expresión. Sin embargo, el gran gesto simbólico
del Jyllands-Posten ha tenido consecuencias concretas muy graves. El compromiso total a la
libertad de expresión es admirable, pero no se debe ignorar otros valores como el respeto, la
sensibilidad cultural y el pragmatismo. La autocensura no siempre señala la cobardía; se puede
practicarla debido a la preocupación por los sentimientos y el bienestar de los demás. Las
tensiones entre el Occidente y el mundo islámico ya están bastantes altas; no es prudente
fomentar deliberadamente polémica en el nombre de nobles principios ideológicos.
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