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Levante
pd
EL MERCANTIL VALENCIANO ■ Viernes, 29 de junio de 2007
La selección de la semana
5
LIBROS
Amenazada de muerte por su defensa de la emancipación de las mujeres musulmanas, la
autora cuenta su infancia y juventud en África, su llegada a Europa huyendo de un matrimonio forzoso y, tras estudiar ciencias políticas, su entrada en el Parlamento holandés.
El camino a la libertad de A. Hirsi Ali
Ayaan Hirsi Ali
Mi vida, mi libertad
La meva vida, la meva llibertat
Traducción al español de Sergio
Pawlowsky y al catalán de Marc Rubió
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2007
Yo acuso. Defensa de la emancipación
de las mujeres musulmanas
Traducción de Natalia Fernández Díaz
Galaxia Gutenberg / Círculo de Lectores
Barcelona, 2006
Arantxa Bea
«Como si fueran iguales», se admira una chica somalí de 22 años
al contemplar con ojos atónitos
que en las calles de Dusseldorf
hombres y mujeres se sientan juntos, «sin separaciones de por medio» y se relacionan con naturalidad. Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio,
1969) aterrizó en Europa en julio
de 1992 oficialmente para volar a
Canadá y reunirse con el marido
que le había impuesto su padre,
pero en realidad decidida a huir
de este matrimonio forzado. A diferencia de lo que sucede en Somalia, Arabia Saudita, Etiopía y
Kenia —donde ha residido hasta
entonces—, en Alemania puede
ver el pelo, el rostro, los hombros,
brazos y piernas de las mujeres y,
sin embargo, los varones no enloquecen cegados por el deseo,
los autobuses no chocan entre sí
ni existe un estado de fitna total.
Por lo que observa a su alrededor,
Occidente no es tan peligroso
como le han advertido: deambulando a solas entre ciudadanos
anónimos, sin ningún Hermano
Musulmán que la increpe, la joven
se siente segura, a gusto y libera
su curiosidad —poco después,
también su cabello, por vez primera desde la pubertad.
El descubrimiento y la asunción de sus derechos como individuo y de un estado democrático que existe para garantizarlos,
la conciencia de la opresión y la
violencia que una educación islámica ortodoxa ha ejercido hasta
entonces en su vida, el alejamiento progresivo del credo musulmán y, sobre todo, el reconocimiento y el gozo de la libertad
es la parte más impactante de la
autobiografía de Ayaan Hirsi Ali,
una obra que podría leerse como
una novela de aventuras si no fuera porque las atrocidades que su-
fre y presencia la heroína suceden en la realidad.
La transformación que emprende en Holanda es irreversible: en contraste con la represión
anterior, la experiencia de la libertad es tan potente, tan decisiva y necesaria que no abandonará a Hirsi Ali ni siquiera cuando
años más tarde musulmanes integristas la amenacen de muerte
por su contundente denuncia de
la sumisión de las mujeres en los
regímenes islamistas. Que no era
una broma lo evidenció el asesinato de Theo Van Gogh en septiembre de 2004: el cineasta pagó
con su vida haber filmado Submission: part I, con guión de la
propia Hirsi Ali. Tras disparar y
degollar a Theo, el asesino clavó
una carta en el pecho del cadáver
para Ayaan: era una condena a
muerte, una fatwa. Su pecado, ser
una mujer libre, capaz de discutir
el carácter absoluto de la palabra
de Alá.
Conseguido el estatus de refugiada en Holanda, Hirsi Ali estudia ciencias políticas en la Universidad de Leiden, mientras trabaja
de intérprete oficial de somalí a neerlandés. En 2001, ya licenciada,
es admitida como investigadora
en la Fundación Wiardi Beckman,
un centro de análisis sociopolítico
vinculado al partido socialista holandés, el Partij van der Arbeid
(PvdA). A partir de entonces, y
tras los atentados del 11S, plantea
públicamente la urgencia de una
Ilustración en el mundo musulmán que separe la religión de la
política y de la moral y reflexiona
sobre los motivos del atraso social
de los países islamistas —la relación de miedo y sometimiento que
mantienen con su dios, la búsqueda de respuestas a las inquietudes
del siglo XXI en el Corán, un texto del siglo VII—, y del odio a Occidente; cuestiona que la forma actual del islam sea compatible con
la democracia y el estado de derecho, ya que el honor y la vergüenza cuentan más que la autonomía
del individuo, «en este sentido, —
añade— los fundamentalistas se
apresuran a mostrar que la vida de
los musulmanes moderados entra
en conflicto con la doctrina islámica». Y sobre todo Hirsi Ali airea las
crueldades que se perpetran cotidianamente a las mujeres musulmanas a consecuencia de la misoginia exacerbada que predica esta
fe: «Así como la esencia de la mujer se reduce a su himen, el velo que
oculta sus rostros recuerda permanentemente al mundo exterior esa
moral asfixiante, que convierte a
los musulmanes varones en dueños
absolutos de las mujeres». En algunos estados africanos como Somalia, Eritrea, Sudán o Egipto, en
su obsesión por la virginidad, se
practica la ablación de los genitales a las niñas —Ayaan la padeció
a los cinco años—, cuya forma
más extrema es, además de la mutilación del clítoris, la extirpación
de los labios mayores y menores
y el raspado de las paredes vaginales para que se unan al cicatrizar. Según datos de la Organización Mundial de la Salud, 130 millones de mujeres han sufrido mutilaciones genitales y cada año están expuestas a ello dos millones
más de niñas y jóvenes.
Afortunadamente, no en todos
los estados islamistas se practica
la ablación, sin embargo las mujeres padecen una variedad espeluznante de vejaciones y de falta
de libertad. En Irán, las selectas
alumnas de la universidad —describe la profesora Azar Nafisi en
Leer Lolita en Teherán con una delicadeza que, por disonante, hiela
la sangre— acceden al edificio por
una puerta lateral, son registradas
por un tipo que confisca cualquier
cosa que considere inmoral —un
colorete o unos calcetines rosas—
, reciben castigos por subir corriendo las escaleras, por reír en
los pasillos o por hablar con personas del sexo opuesto; con frecuencia son insidiosamente «vigiladas» por cualquier hombre de la
familia, incluidos hermanos menores, y obligadas a casarse contra su voluntad; patrullas de la moralidad recorren las calles al ace-
❙❙❙
Ayaan Hirsi dice que
el velo «recuerda
permanentemente
esa moral asfixiante
que convierte a los
musulmanes varones
en dueños absolutos
de sus mujeres»
cho de un mechón rebelde o de
unas uñas lacadas y sus portadoras son detenidas y encarceladas;
en las prisiones reciben latigazos
y palizas —cuando no son violadas— y, en ocasiones, las someten a humillantes exámenes de
virginidad. Si esto sucede a la elite socioeconómica e intelectual de
la capital, aterra imaginar qué soportarán las mujeres en el Irán
profundo, un país que censura a
Nabokov, pero en el que se permite casar a las niñas de 9 años.
Por eso exasperan términos como
«la modernidad de la política de género del islamismo contemporáneo», que utiliza Lila Abu-Lughod,
mientras cuestiona la importancia
de la entrada de las mujeres occidentales en la esfera pública; ella
puede permitirse proferir tales
despropósitos, con la libertad que
le confiere su puesto en la Universidad de Columbia, en la confortable y liberal ciudad de Nueva York.
«Tienen derecho a su propio
atraso», es lo que, en palabras de
Hirsi Ali, mantiene irresponsablemente una parte de la izquierda europea ante los dilemas que
plantea la integración de emigrantes procedentes de teocracias islámicas: «A los inmigrantes
de países donde no existe la libertad de expresión les será difícil acostumbrarse a las libertades. Difícil,
pero necesario», escribe en Yo acuso —una recopilación de sus artículos—, y reprocha la mojigatería
de los relativistas culturales, incapaces de percibir que, «al mantener temerosamente al margen de
toda crítica a las culturas no occidentales, encierran al mismo tiempo a los representantes de aquellas
culturas en su atraso (…) Se trata de racismo en su acepción más
pura». De esta manera perpetúan
—con la mejor intención— la sumisión de las mujeres musulma-
VON GARY CALTON
POLÍTICA Y ESCRITORA. Ayaan Hirsi Ali (Mogadiscio, 1969).
nas, porque piensan que así preservan su identidad —desatendiendo, además, la protección de
la infancia. La cuestión no es sencilla, pero el laissez faire laissez
passer de las políticas actuales no
augura necesariamente algo bueno. En Francia, por ejemplo, el
fundamentalismo enraizado en el
descontento de la segunda generación de inmigrantes ha tenido
consecuencias muy graves para
las mujeres —falta de educación,
matrimonios forzosos, violaciones colectivas, etc.—, como evidenció en 2003 la larga marcha
hasta París del movimiento Ni putas ni sumisas, cuya crónica narra
sagazmente Fadela Amara en la
obra del mismo título.
Tras abandonar el PvdA,
Ayaan Hirsi Ali llegó a diputada
del parlamento holandés por el
Partido Liberal (VVD) en enero
de 2003; tras un extraño y fallido
intento de quitarle la ciudadanía
—que costó la participación en el
gobierno al VVD—, trabaja en el
American Enterprise Institute de
Washington, donde vive rodeada
de guardaespaldas y vehículos
blindados.
A pesar del peligro, la incomprensión y los insultos —en webislam, por ejemplo, la tildan de
«islamófoba» mientras omiten vergonzosamente que está amenazada por integristas, uno de los cuales, mató a Theo Van Gogh—,
otras mujeres de origen musulmán recorren caminos paralelos
al escogido por Ayaan Hirsi Ali y,
usando la libertad de expresión
que les brinda Occidente, critican
el islam y alertan de los peligros
de la extensión de este totalitarismo: la escritora y periodista canadiense-ugandesa Irshad Manji, autora de Mis dilemas con el islam
(Els problemes de l’islam), ostenta
con orgullo el título de «la peor pesadilla de Bin Laden», como la designó el New York Times; Chahdortt Djavann, antropóloga de origen iraní refugiada en Francia, en
el imprescindible y valiente ¡Abajo el velo! pide al gobierno que proteja a las niñas y jóvenes y prohíba el uso del velo a las menores de
edad, dentro y fuera del colegio,
porque el velo «es como un estigma, como la estrella amarilla de la
condición femenina»; Mina Ahadi
(Irán, 1956) ha creado la asociación de ex-musulmanes de Alemania; Nonie Darwish, nacida en
El Cairo y criada en Gaza, es la fundadora del colectivo ArabsForIsrael.com; Taslima Nasrin, ginecóloga y escritora de Bangladesh,
está condenada por su novela Vergüenza. Todas ellas —y muchos
otros hombres y mujeres críticos
con el islam— viven amenazados
de muerte; algo que Ayaan Hirsi
Ali compara con tener una enfermedad crónica, «puede recrudecerse y matarte, o puede que no».
Esperemos que el antídoto, una
combinación de razón, humor y libertad, sea efectivo. No es infalible, pero es el único.