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Carta de William Tucker a Marcelo Brodsky William Tucker, británico, es escultor. Reside en los Estados Unidos, desde donde envió esta carta a M.B. en julio de 2001. Tus fotos evocaron vívidamente en mi memoria el día en que exploramos juntos el terreno de relleno donde se construirá el futuro Parque de la Memoria. Las otras fotos del área las habrás tomado antes de esa visita, como las fotos de la tira de película o de la puerta del coche; o en una ocasión posterior, como las imágenes del rescate de la punta de la “estrella” o las de los collages reconstruidos. Pero son las imágenes del material que encontramos juntos las que me impactaron especialmente. La triple vuelta del cable de acero entrelazado con una frágil hebra de pasto, o el trozo de hierro corrugado contraído y doblado, recortado contra los edificios de la Universidad; o los fragmentos de la estrella (que acabaron no siendo una estrella en absoluto), vistos contra un fondo de escombros y de la rompiente a la orilla del río. Estas imágenes me sugirieron monumentos fotográficos a la resistencia, a la esperanza, a las fuerzas de la vida que enfrentan las fuerzas de la opresión y la destrucción. Recuerdo que intentamos buscar puntos de vista desde los que los distintos fragmentos de piedra pudieran sugerir la estrella completa. Tal vez la foto de los trozos de metal superpuestos tenía una intención similar. Recuerdo la discusión que tuvimos sobre si era legítimo reordenar físicamente los materiales dispersos al azar para hacer una composición más coherente o si –como yo sentía– nada debía moverse excepto la cámara, para registrar sólo la percepción de ese cuadro en ese momento, con esa luz. Estoy seguro de que éste es un tópico familiar en la historia y la teoría de la fotografía, pero para mí tenía una urgencia especial en ese momento. Esta era mi primera visita al sitio. De hecho, acababa de llegar por primera vez a Buenos Aires y a América del Sur. Durante años yo había estado interesado en la literatura y en la historia de América Latina, y fue primero por esta razón que me sentí convocado por la idea del parque de esculturas. Inmediatamente tras mi arribo a la capital, fui llevado por algunos miembros del movimiento de Derechos Humanos a ver la marcha de aniversario de las Madres en Plaza de Mayo y me sentí profundamente emocionado e impresionado por lo que vi. Sin embargo, nada me había preparado para el sentimiento de desolación del terreno donde se construirá el parque. Parecía tan alejado de la ciudad, con los edificios sombríos y monótonos de la Universidad a media distancia, flanqueado por el río del que no se podía ver la orilla de enfrente, más un mar que un río, inmensamente gris y siniestro (acababa de leer El vuelo, de Verbistky 1). El suelo en sí mismo, chato y sin relieves, con una leve caída hacia el agua. La superficie tosca del pastizal y la maleza cubriendo parcialmente los restos – concreto, ladrillos, varas de metal, otros materiales de construcción y desechos varios–. Parecía más abandonado y desangelado que otros sitios de demolición, como si se hubiera intentado a medias cubrir los restos, y luego se hubiera abandonado la tarea. Mientras hablábamos y me explicabas las circunstancias de la explosión en la AMIA, me pareció que la fotografía era el medio más directo y natural de capturar la desolación del lugar y de su contenido, de aislar los rígidos fragmentos del edificio de la AMIA y crear con ellos un memorial de los que allí murieron, y un recordatorio de la crueldad sin sentido de los que lo destruyeron. Sin embargo, una cosa es que la fotografía de un trozo de metal retorcido sugiera la forma y los vestidos agitados al viento de una Alada Victoria de Samotracia, y otra cosa es remodelar físicamente varias hectáreas de desechos para convertirlas en la base de un grupo permanente de monumentos esculturales dedicado a la memoria de los desaparecidos. Esta ha sido la ambición de todos los que integran el movimiento de Derechos Humanos: los escultores cuya obra ha sido escogida hemos sido afortunados por tener la oportunidad de concretar un proyecto perdurable para esta causa tan importante para todos. 1). Horacio Verbitsky, El vuelo, Buenos Aires, Planeta, 1995. Este libro contiene la confesión del ex marino Antonio Scilingo, quien cuenta cómo muchos desaparecidos fueron arrojados desde aviones al río de la Plata.