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LA GOTA: ESPÍRITU SANTO
P. Jesús Alfaro
En cualquier momento nos encontramos con la gota que colma nuestras expectativas de
hoy y ahora. Los que tienen fe hablan de la acción del Espíritu Santo; los que la tienen
menos quizá achacan a la suerte las intuiciones; quienes no tienen fe en absoluto, hablan
del destino, el azar, o cualquier cosa que se les ocurra en el momento.
Pienso que esas intuiciones (“trovata” las llaman los italianos) u ocurrencias del espíritu,
más que la acción de la suerte o de una inteligencia que por momentos tiene sus “luces”
particulares y propias, es una acción discreta pero eficaz del Espíritu. No pretendo
imponer a toda inteligencia la aceptación de la existencia de la Tercera Persona de la
Trinidad que, según el dogma católico, es el Espíritu Santo; si, en cambio, me parece que
toda inteligencia está de acuerdo con el reconocimiento del espíritu como algo distinto de
la materia, con sus propias leyes y naturaleza.
A ese espíritu me avoco para entender cómo, con frecuencia, se nos ilumina acerca de la
realidad, la más inmediata o la más abstracta que en algún momento podamos acertar a
reconocer. Depende siempre de nuestras necesidades intelectuales más profundas.
Pueden algunos intentar una explicación -creo que no funcionó en su momento en el
psicoanálisis- por vía de la auto reflexión, como si al considerarse a sí mismo el espíritu
fuera capaz de sacar de sí lo que precisamente busca porque no tiene: el sentido último
de la realidad.
No creo que sea tan difícil aceptar que existe una entidad superior que, con conocimiento
de causa y capacidad de acción suficiente, hable a nuestra inteligencia de lo que como
personas tenemos necesidad de saber en un momento determinado. Al ateísmo y al
agnosticismo les cuesta admitir que tal instancia pueda “dejar su alto solio” para dirigirse a
cada uno en un momento específico para solucionar nuestros problemas inmediatos.
Precisamente ahí está la diferencia entre creer y no creer. Al creyente, a quien se le exige
un alto grado de humildad para creer sin ver, le parece razonable que a Dios se le ocurra
“abajarse al hombre” para hablarle.
Para muestra un botón: abrimos la Sagrada Escritura y el Salmo 89 nos dice: Dinumerare
dies nostros sic doce nos ut inducamur cor nostrum ad sapientiam. O sea: Enséñanos a
contar las horas de nuestros días de modo que nuestro corazón se incline a la sabiduría.
A todos nos dicen algo estas palabras. Estamos pidiendo a ese Dios del cual es el tiempo
y la eternidad que nos enseñe a vivir en el tiempo porque nos hace falta que el corazón
esté en la verdadera sabiduría; y es solo con la guía de Dios como conocemos ese
camino.
Esas palabras las inspiró el Espíritu Santo a alguien que tal no supiera que uno de
nosotros las leería y recibiría idéntico mensaje: ser sabios consiste en tener la humildad
de escuchar a Dios y dejar que Él nos guie en el camino. Las palabras del Salmo pueden
ser tal vez la gota que hoy colme algún vaso.