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SUBSIDIO
Año Jubilar
de la Misericordia
LA PLATA
Subsidio elaborado por la Junta Catequística Arquidiocesana para caminar
juntos como Iglesia
1- ¿Qué es el Año de la Misericordia?
Es un tiempo especial para experimentar la gracia y el amor de Dios que se acerca a nosotros. Es un año jubilar,
donde la Iglesia invita a sus hijos a celebrar y anunciar la infinita Misericordia de Dios. El Papa Francisco lo ha
convocado para comenzarlo el 8 de diciembre de 2015, solemnidad de¬ la Inmaculada Concepción de María,
anticipo de la Misericordia de Dios que vence el pecado, conmemorando los 50 años de clausura del Concilio
Vaticano II. Culmina el 20 de Noviembre de 2016, solemnidad de Jesucristo Rey del Universo.
2- ¿Para qué convoca el papa Francisco a la Iglesia a este Año de la
Misericordia?
El Papa Francisco dice que el mundo reclama a la Iglesia signos de la cercanía y presencia de Dios, porque
tiene necesidad de Misericordia. Por eso nos invita a experimentar el amor de Dios que consuela, que perdona,
que ofrece esperanza, a descubrir que hemos sido buscados, encontrados, perdonados y amados por la
Misericordia del Padre, manifestada en Jesús Buen Pastor. La Iglesia necesita redescubrir que ella misma ha
sido objeto de la Misericordia del Padre y que su misión es ser testigos e instrumento de esta Misericordia
divina, con gestos concretos para con todos, especialmente para con los más alejados
3- ¿Y qué entendemos cuando hablamos de Misericordia?
La Sagrada Escritura nos dice que lo propio de Dios es la Misericordia. Toda ella es una canto al amor
compasivo y misericordioso de Dios para con nosotros (EX 34,6). El misterio de la fe cristiana encuentra su
síntesis en esta palabra, nos dice Francisco.
La palabra misericordia encuentra su raíz y sentido en dos expresiones del latín: miserere, que significa
tener compasión, y cor, que significa corazón. Quien tiene compasión “padece/siente/sufre junto”
con…, percibe de modo comprensivo el sufrimiento de otra persona.
Quien vive la Misericordia tiene compasión desde el corazón, es entrañablemente compasivo, y desde lo más
profundo de su ser, se ve movido a buscar el modo o los modos de aliviar, disminuir y de ser posible, eliminar
por completo tal sufrimiento y hasta la misma causa que lo provoca.
En el Antiguo Testamento así se reveló Dios a Moisés, los salmos nos invitan a contemplar la Misericordia de
Dios por nosotros, nos llaman a alabarlo, a darle gracias, y nos mueven en nuestra vida cotidiana a reflejar la
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“eterna misericordia de Dios”. Los profetas, con sus gestos y palabras, nos mueven a reconocer la misericordia
y a encarnarla en nuestra vida.
Esta Misericordia divina “se ha vuelto viva, visible y ha alcanzado su culmen en Jesús de Nazaret quien con su
palabra, con sus gestos y con toda su persona revela la Misericordia de Dios”. Tan es así que podemos afirmar
que “Jesucristo es el rostro de la Misericordia del Padre” (Misericordiae Vultus, 1).
4- ¿Qué es propiamente la Misericordia contemplada como misterio de fe?
La Misericordia es:
a) fuente de alegría, de serenidad y de paz.
b) condición para nuestra salvación.
c) la palabra que revela el misterio de la Santísima Trinidad.
d) el acto último y supremo con el cual Dios viene a nuestro encuentro.
e) la ley fundamental que habita en el corazón de cada persona cuando mira, con ojos
sinceros, al hermano que encuentra en el camino de la vida.
f) la vía que une Dios y el hombre, porque abre el corazón a la esperanza de ser amados, no
obstante el límite de nuestro pecado.
No se trata tanto de una definición sino de la misericordia en acción, tal como se revela en la historia de la
salvación y nos involucra personalmente. En efecto, la Misericordia de Dios no es una idea abstracta, sino una
realidad concreta con la cual Él revela su amor, que es como el de un padre o una madre que se conmueven
en lo más profundo de sus entrañas por el propio hijo. Vale decir que se trata realmente de un amor "visceral”.
Proviene desde lo más íntimo como un sentimiento profundo, natural, hecho de ternura y compasión, de
indulgencia y de perdón.
5- Y esta cualidad de Dios ¿genera alguna responsabilidad a la Iglesia?
Es sobre esta misma amplitud de onda que se debe orientar el amor misericordioso de los cristianos. Como
ama el Padre, así aman los hijos. Como Él es misericordioso, así estamos nosotros llamados a ser
misericordiosos los unos con los otros. El lema de este año es justamente “Misericordiosos como el Padre”,
tomado del evangelio de Lucas.
La Misericordia es la viga maestra que sostiene la vida de la Iglesia. Todo en su acción pastoral debería estar
revestido por la ternura con la que se dirige a los creyentes; nada en su anuncio y en su testimonio hacia el
mundo puede carecer de misericordia. La credibilidad de la Iglesia pasa a través del camino del amor
misericordioso y compasivo. La Iglesia «vive un deseo inagotable de brindar misericordia».
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6- ¿Cómo podemos expresar la Misericordia de Dios?
Como en todos los años jubilares, se nos propone la peregrinación a lugares destinados para recibir la
indulgencia. Además, podemos considerar la Misericordia ante todo, como un don recibido, a través del perdón
de los pecados. Y luego, expresar la misericordia como tarea, a través de la práctica de las obras de
misericordia, corporales y espirituales.
7- ¿Hay que peregrinar entonces?
Sí, porque uno de los gestos y signos clásicos de los años jubilares es la peregrinación. La vida es una
peregrinación hasta alcanzar la meta deseada, Dios, que es nuestro fin, y el hombre es un peregrino que
recorre su camino. El Papa Francisco la entiende, en primer lugar, como un signo del hecho que también la
Misericordia es una meta por alcanzar, y que requiere compromiso y sacrificio. Y también como un estímulo
para la conversión: atravesando la Puerta Santa, nos dejaremos abrazar por la Misericordia de Dios y nos
comprometeremos a ser misericordiosos con los demás, como el Padre lo es con nosotros. Y nota que Jesús
ha indicado las etapas de esta peregrinación cuya meta es la Misericordia: no juzgar y no condenar; perdonar
y dar (cf. Lc 6,37-38).
Estamos invitados a realizar una peregrinación en donde la misericordia sea camino y, a la vez, sea nuestra
meta.
En este sentido hay lugares especialmente destinados para ir, en los que habrá una Puerta de la Misericordia
para poder cruzar y recibir la indulgencia. En Roma, las cuatro Basílicas Papales (San Pedro, San Juan de
Letrán, Santa María la Mayor, San Pablo Extramuros), en cada diócesis la Catedral y aquellas Iglesias que el
obispo designe como indulgenciadas.
8- ¿Qué es la indulgencia?
La palabra ¨indulgencia¨ viene del término indulto, que significa perdón de una deuda o de una culpa merecida.
Cuando uno peca gravemente de manera libre y consciente, además de hacer daño a los otros, nos separamos
de Dios y quedan cerradas para nosotros las puertas del cielo. Con el sacramento de la Reconciliación,
recibimos el perdón de Dios y recuperamos la unión con El. Este perdón Dios nos lo da gratis, y supone que
tendremos un cambio real en nuestra vida. Al confesarnos, se espera también que estemos dispuestos a
¨reparar¨ o componer aquello que hemos descompuesto con el pecado. Como esto muchas veces no es
posible, pues es difícil reparar el daño cometido, entonces el pecado aunque ya esté perdonado en la confesión,
te deja como una mancha, que tendremos que limpiar en esta vida con obras buenas, o en el Purgatorio, para
poder entrar totalmente limpio al cielo. Para entender esto mejor, podemos usar un ejemplo muy sencillo: el
pecado es como un clavo que penetra en la madera. La confesión saca el clavo, pero deja un agujerito en la
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madera. La indulgencia es como el resanador que tapa el agujero y deja la madera como nueva.
Esto significa que si recibimos la indulgencia plenaria (de todas tus culpas) estaremos como recién
bautizados, con el alma totalmente limpia de culpa. Es muy importante reflexionar: esto solo es posible porque
la Misericordia de Dios es infinita, y porque su Amor hacia nosotros también es infinito, y no porque uno se lo
gane por sus méritos.
Para recibir una indulgencia plenaria, se deben tener en cuenta los tres requisitos siguientes:
1. La Confesión: La confesión puede hacerse el mismo día que se quiere recibr la indulgencia o haberla
hecho recientemente.
2. La Comunión: Esta debe llevarse a cabo el mismo día en que quiera obtenerse la indulgencia.
3. La oración por las intenciones del Papa: Rezar un Padre Nuestro, una Ave María y un Gloria, y
ofrecerlas por las intenciones del Papa.
Además de los 3 requisitos, en un Año Santo, debemos cumplir con cualquiera de las siguientes 4 obras:
1. Ir en peregrinación a un lugar santo.
2. Cruzar la Puerta Santa.
3. Hacer una obra de misericordia.
4. Hacer una obra de penitencia.
Es importante tener presente que:
- Se puede recibir una indulgencia plenaria cada día, pero no más de una al día.
- La indulgencia se puede obtener para uno mismo o para las almas de los difuntos que están en el purgatorio.
No se pueden obtener para dar a personas que aún estén vivas.
- No es necesario repetir la confesión cada vez, aunque se recomienda hacerla con frecuencia.
Así lo explica el Papa Francisco: Para vivir y obtener la indulgencia los fieles estamos llamados a realizar una
breve peregrinación hacia la Puerta Santa abierta en cada Catedral o Iglesias establecidas por el obispo
diocesano. Es importante que este momento esté unido, ante todo, al sacramento de la Reconciliación y a la
celebración de la Eucaristía, con una reflexión sobre la Misericordia, unidas a la profesión de fe, la oración por
la Papa y sus intenciones.
Para los enfermos, ancianos o imposibilitados de llegar a la Puerta Santa, se les propone para recibir la
indulgencia, vivir la enfermedad y el sufrimiento como experiencia de la cercanía a la Pasión del Señor, vivirla
con fe y esperanza, recibiendo la comunión o participando en la misa y oración comunitaria, a través de los
diversos medios de comunicación. A los privados de libertad, en las capillas de las cárceles podrán ganar la
indulgencia, y cada vez que atraviesen la puerta de su celda, dirigiendo su pensamiento y oración al Padre (cfr.
Carta del Papa Francisco concediendo la indulgencia para el Jubileo de la Misericordia, 1 septiembre 2015).
En nuestra Arquidiócesis serán lugares de peregrinación indulgenciados:
- La Iglesia Catedral
- Basílica San Ponciano
- Basílica Sagrado Corazón de Jesús
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- Santa María Magdalena (Magdalena)
- María Auxiliadora (Berisso)
- Nuestra Señora de la Merced (Ensenada)
- Nuestra Señora de la Salud (Los Hornos)
- Sagrado Corazón de Jesús (City Bell)
- Parroquia Cristo Rey.
9- ¿Qué es el sacramento de la Reconciliación y cómo recibirlo? La
Misericordia recibida como un don: el perdón de los pecados.
Para comprender el sacramento del perdón, presentamos un extracto de lo que el Papa Francisco dijo en la
Catequesis de la Audiencia General de los miércoles, el 19 de febrero de 2014:
“El sacramento de la Reconciliación es un sacramento de sanación. Cuando yo voy a confesarme, es
para sanarme: sanarme el alma, sanarme el corazón por algo que hice no está bien. El ícono bíblico que los
representa mejor, en su profundo vínculo, es el episodio del perdón y de la curación del paralítico, donde el
Señor Jesús se revela al mismo tiempo médico de las almas y de los cuerpos (Mc 2,1-12 / Mt 9,1-8; Lc 5,17-26).
El Sacramento de la Penitencia y de la Reconciliación nosotros lo llamamos también de la Confesión
y brota directamente del misterio pascual. En efecto, la misma tarde de Pascua el Señor se apareció a los
discípulos, encerrados en el cenáculo, y luego de haberles dirigido el saludo ¡Paz a ustedes!, sopló sobre ellos
y les dijo: Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen (Jn. 20,21-23). Este pasaje nos
revela la dinámica más profunda que está contenida en este Sacramento. Sobre todo, el hecho que el perdón
de nuestros pecados no es algo que podemos darnos nosotros mismos: yo no puedo decir: Yo me perdono los
pecados; el perdón se pide, se pide a otro, y en la Confesión pedimos perdón a Jesús.
El perdón no es fruto de nuestros esfuerzos, sino es un regalo, es don del Espíritu Santo, que nos
colma de la abundancia de la Misericordia y la Gracia, que brota incesantemente del corazón abierto del Cristo
crucificado y resucitado. En segundo lugar, nos recuerda que sólo si nos dejamos reconciliar en el Señor Jesús,
con el Padre y con los hermanos, podemos estar verdaderamente en paz. Y ésto lo hemos sentido todos, en el
corazón, cuando vamos a confesarnos, con un peso en el alma, un poco de tristeza. Y cuando sentimos el
perdón de Jesús, ¡estamos en paz! Con aquella paz del alma tan bella, que sólo Jesús puede dar, ¡sólo Él!
En efecto, es la comunidad cristiana el lugar en el cual se hace presente el Espíritu, el cual renueva
los corazones en el amor de Dios, y hace de todos los hermanos una sola cosa, en Cristo Jesús. He aquí por
qué no basta pedir perdón al Señor en la propia mente y en el propio corazón, sino que es necesario confesar,
humildemente y confiadamente, los propios pecados al ministro de la Iglesia.
En la celebración de este Sacramento, el sacerdote no representa solamente a Dios, sino a toda la
comunidad, que se reconoce en la fragilidad de cada uno de sus miembros, que escucha conmovida su
arrepentimiento, que se reconcilia con Él, que lo alienta y lo acompaña en el camino de conversión y de
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maduración, humana y cristiana. Alguno puede decir: Yo me confieso solamente con Dios. Sí, tú puedes decir
a Dios: Perdóname, y decirle tus pecados. Pero nuestros pecados son también contra nuestros hermanos,
contra la Iglesia, y por ello es necesario pedir perdón a la Iglesia y a los hermanos, en la persona del sacerdote.
Pero, padre, ¡me da vergüenza! También la vergüenza es buena, es salud tener un poco de vergüenza. Porque
cuando una persona no tiene vergüenza, en mi País decimos que es un sinvergüenza. La vergüenza también
nos hace bien, nos hace más humildes. Y el sacerdote recibe con amor y con ternura esta confesión, y en
nombre de Dios, perdona. También desde el punto de vista humano, para desahogarse, es bueno hablar con el
hermano y decirle al sacerdote estas cosas, que pesan tanto en mi corazón: uno siente que se desahoga ante
Dios, con la Iglesia y con el hermano. Por eso, no tengan miedo de la Confesión. Uno, cuando está en la fila
para confesarse, siente todas estas cosas, también la vergüenza pero luego, cuando termina la confesión sale
libre, grande, bello, perdonado, blanco, feliz. Y esto es lo hermoso de la confesión.
Queridos amigos, celebrar el Sacramento de la Reconciliación significa estar envueltos en un abrazo
afectuoso: es el abrazo de la infinita Misericordia del Padre. Recordemos aquella bella Parábola del hijo que se
fue de casa con el dinero de su herencia, despilfarró todo el dinero y luego, cuando ya no tenía nada, decidió
regresar a casa, pero no como hijo, sino como siervo. Tanta culpa había en su corazón, y tanta vergüenza. Y la
sorpresa fue que, cuando comenzó a hablar y a pedir perdón, el Padre no lo dejó hablar: ¡lo abrazó, lo besó e
hizo una fiesta! Y yo les digo, ¿eh? ¡Cada vez que nos confesamos, Dios nos abraza, Dios hace fiesta! Vayamos
adelante por este camino. Que el Señor los bendiga.”
10- ¿Qué tengo que tener en cuenta para celebrar el sacramento de la
Reconciliación?
La Iglesia nos propone cinco pasos a seguir para hacer una buena confesión, y aprovechar así al máximo las
gracias de este maravilloso sacramento. Estos pasos expresan simplemente un camino hacia la conversión,
que va desde el análisis de nuestros actos, hasta la acción que demuestra el cambio que se ha realizado en
nosotros.
1. Examen de conciencia: Ponernos ante Dios que nos ama y quiere ayudarnos. Analizar nuestra vida
y abrir nuestro corazón sin engaños. Podemos ayudarnos con una guía.
2. Arrepentimiento. Sentir un dolor verdadero de haber pecado porque hemos lastimado al que más nos
quiere: Dios.
3. Propósito de no volver a pecar. Si verdaderamente amo, no puedo seguir lastimando al amado. De
nada sirve confesarnos si no queremos mejorar. Podemos caer de nuevo por debilidad, pero lo importante es la
lucha, no la caída.
4. Decir los pecados al confesor. El sacerdote es un instrumento de Dios. Hagamos a un lado la
“vergüenza” o el “orgullo” y abramos nuestra alma, seguros de que es Dios quien nos escucha.
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5. Recibir la absolución y cumplir la penitencia. Es el momento más hermoso, pues recibimos el
perdón de Dios. La penitencia es un acto sencillo que representa nuestra reparación por la falta que cometimos.
Para ayudarnos a hacer un buen examen de conciencia, a continuación te presentamos las 30 preguntas
propuestas por el papa Francisco, para hacer una buena confesión:
En relación a Dios
¿Solo me dirijo a Dios en caso de necesidad? ¿Participo regularmente en la Misa los domingos y días de fiesta?
¿Comienzo y termino mi jornada con la oración? ¿Blasfemo en vano el nombre de Dios, de la Virgen, de los
santos? ¿Me he avergonzado de manifestarme como católico? ¿Qué hago para crecer espiritualmente, cómo
lo hago, cuándo lo hago? ¿Me revelo contra los designios de Dios? ¿Pretendo que Él haga mi voluntad?
En relación al prójimo
¿Sé perdonar, tengo comprensión, ayudo a mi prójimo? ¿Juzgo sin piedad tanto de pensamiento como con
palabras? ¿He calumniado, robado, despreciado a los humildes y a los indefensos? ¿Soy envidioso, colérico, o
parcial? ¿Me avergüenzo de la carne de mis hermanos, me preocupo de los pobres y de los enfermos?
¿Soy honesto y justo con todos o alimento la cultura del descarte? ¿Incito a otros a hacer el mal? ¿Observo la
moral conyugal y familiar enseñada por el Evangelio? ¿Cómo cumplo mi responsabilidad de la educación de
mis hijos? ¿Honoro a mis padres? ¿He rechazado la vida recién concebida? ¿He colaborado a hacerlo?
¿Respeto el medio ambiente?
En relación a mí mismo
¿Soy un poco mundano y un poco creyente? ¿Como, bebo, fumo o me divierto en exceso? ¿Me preocupo
demasiado de mi salud física, de mis bienes? ¿Cómo utilizo mi tiempo? ¿Soy perezoso? ¿Me gusta ser
servido? ¿Amo y cultivo la pureza de corazón, de pensamientos, de acciones? ¿Nutro venganzas, alimento
rencores? ¿Soy misericordioso, humilde, y constructor de paz?
11- ¿Cómo podemos vivir cada día las Obras de Misericordia corporales y
espirituales? La Misericordia ofrecida como tarea: las obras de
misericordia.
Enseña el Catecismo de la Iglesia Católica: “las obras de misericordia son acciones caritativas mediante las
cuales ayudamos a nuestro prójimo en sus necesidades corporales y espirituales (cf. Is 58, 6-7; Hb 13, 3)” (n°
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2447).
Este Año Santo, al que nos ha invitado el Papa Francisco, será una oportunidad de responder personal y
comunitariamente a esta invitación de Jesús:
“Es mi vivo deseo que el pueblo cristiano reflexione durante el Jubileo sobre las obras de misericordia
corporales y espirituales. Será un modo para despertar nuestra conciencia, muchas veces aletargada ante el
drama de la pobreza, y para entrar todavía más en el corazón del Evangelio, donde los pobres son los
privilegiados de la misericordia divina. La predicación de Jesús nos presenta estas obras de misericordia para
que podamos darnos cuenta si vivimos o no como discípulos suyos. Redescubramos las obras de misericordia
corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al sediento, vestir al desnudo, acoger al forastero, asistir
los enfermos, visitar a los presos, enterrar a los muertos. Y no olvidemos las obras de misericordia espirituales:
dar consejo al que lo necesita, enseñar al que no sabe, corregir al que yerra, consolar al triste, perdonar las
ofensas, soportar con paciencia las personas molestas, rogar a Dios por los vivos y por los difuntos” (MV 15).
Ahora bien, ¿cómo podemos en este tiempo ejercitarnos más concretamente en la práctica de gestos y
actitudes misericordiosas?
Las Obras de Misericordia nos invitan a hacer gestos y a tener actitudes de cercanía con los demás. Hay en
ellas un campo inmenso para vivir la caridad que Jesús nos enseñó.
Este año pensemos cómo hacernos tiempo y acercarnos, por ejemplo, a los hospitales, las cárceles, los
hogares de ancianos, a la gente en situación de calle, los que están solos, los que viven en la pobreza y la
miseria, los que padecen alguna adicción. Podemos dar una mano en Caritas, en comedores, en apoyo escolar,
en el servicio de la escucha a los que están tristes, solos, afligidos. También aprender a tolerarnos más y
tenernos paciencia entre nosotros, con nuestros límites, a recordar frecuentemente a nuestros seres queridos
vivos y difuntos.
Estas propuestas de las Obras de Misericordia pueden tener una dimensión personal, pero también
comunitaria, eclesial. Por eso te invitamos a acercarte a las parroquias, capillas, movimientos e instituciones de
la Iglesia, para poder servir juntos, y así vivir la gracia de ser “Misericordiosos como el Padre”.
12- ¿Y qué podemos decir de María, Madre de la Misericordia?
Hay que buscarla para que la dulzura de su mirada nos acompañe en este Año Santo, para que todos podamos
redescubrir la alegría de la ternura de Dios. Ninguno como María ha conocido la profundidad del misterio de
Dios hecho hombre. Todo en su vida fue plasmado por la presencia de la Misericordia hecha carne. La Madre
del Crucificado Resucitado entró en el santuario de la Misericordia divina porque participó íntimamente en el
misterio de su amor. María atestigua que la Misericordia del Hijo de Dios no conoce límites, y alcanza a todos
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sin excluir ninguno. Dirijamos a ella la antigua y siempre nueva oración del Salve Regina, para que nunca se
canse de volver a nosotros sus ojos misericordiosos, y nos haga dignos de contemplar el rostro de la
Misericordia, su Hijo Jesús.
Anexo
A continuación les proponemos una serie de gestos concretos con los que poner
en práctica las obras de misericordia, en nuestra agenda cotidiana.
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De las obras corporales
1.Dar de comer al hambriento.
a) Visitar solidariamente algún comedor vecinal o parroquial.
b)Colaborar con alimentos para ser distribuidos por Caritas parroquial.
c) Preparar alguna comida (sopa, fideos, pizza, etc.) y compartirla con personas en situación de
calle…
d)Invitar a una familia o persona necesitada a comer a casa.
e) Ayunar de algún modo (golosinas o frutas, o solo arroz, etc.) y ofrecer lo “ahorrado” como ofrenda a
algún vecino o a través de Caritas.
f) En la compra familiar del Supermercado separar parte de la compra para compartirla con alguna
familia.
2.Dar de beber al sediento
a)Preparar caldo para familias carecientes o en situación de calle.
b)Donar agua mineral en botellas o bidones para comunidades que carecen de ella (contactarse con
Caritas Nacional).
c)Favorecer económicamente algún proyecto u organización que provee agua potable a comunidades
necesitadas.
d)Difundir por las redes sociales el llamado a cuidar el agua potable y a proveerla según nuestras
posibilidades: “el acceso al agua potable y segura es un derecho humano básico, fundamental y
universal, porque determina la sobrevivencia de las personas, y por lo tanto es condición para el
ejercicio de los demás derechos humanos” (Laudato Si 30).
3. Dar posada al necesitado
a) Colaborar con el hogar de tránsito de mi diócesis o donde haya uno cercano.
b) Visitar como voluntario cualquier hogar de tránsito.
c) Colaborar con las organizaciones de servicio al migrante.
d) Ofrecer alojamiento gratuito para algún encuentro comunitario.
e) Difundir por las redes sociales el llamado a construir una “cultura del encuentro”: “se necesita por
parte de todos un cambio de actitud hacia los inmigrantes y los refugiados, el paso de una actitud
defensiva y recelosa, de desinterés o de marginación –que, al final, corresponde a la “cultura del
rechazo”- a una actitud que ponga como fundamento la “cultura del encuentro”, la única capaz de
construir un mundo más justo y fraterno, un mundo mejor” (Mensaje del Santo Padre Francisco para
la Jornada Mundial del emigrante y del refugiado. 2014).
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4. Vestir al desnudo
a) Donar ropa limpia y arreglada para que Caritas la distribuya.
b) Ofrecer mi tiempo y habilidad para arreglar o mejorar ropa que haya sido donada.
c) Tejer frazadas “sociales”
d) Tejer escarpines, etc., para bebés de familias indigentes.
e) Apadrinar el ropero comunitario o de alguna familia de la comunidad.
f) Ofrecer mi tiempo y disponibilidad para ordenar el ropero de Caritas.
5. Visitar al enfermo
a) Participar, con los miembros de la Pastoral de la salud, de visitas voluntarias a hospitales.
b) Colaborar en áreas de sanidad, barrial o municipal, como voluntario.
c) Visitar a vecinos ancianos o enfermos, sistemáticamente durante el año o el tiempo que dure su
aflicción.
d) Asistir/ayudar en sus necesidades a algún anciano o enfermo del mismo edificio o del barrio donde
vivo.
e) Organizar y participar de alguna visita a Hogares, sean geriátricos, psiquiátricos, etc.
f) Colaborar, con mi tiempo y disponibilidad, con la pastoral de la Salud.
6. Socorrer a los presos
a) Colaborar con la pastoral carcelaria.
b) Organizar y participar de visita dominical a retenidos en comisarías barriales.
c) Asistir con productos de higiene personal a quienes se encuentran alojados en algún centro de
reclusión o rehabilitación.
d) Colaborar con la pastoral de adicciones.
e) Informarme sobre la existencia en mi barrio o comunidad de grupos de ayuda y superación de
adicciones: Alcohólicos Anónimos, Narcóticos Anónimos; Jugadores Anónimos… Conocer horarios y
propuestas…
f) Difundir por las redes sociales el llamado a recuperar el verdadero sentido de los centros de
reclusión: “Cuando las condiciones en las cárceles obstaculizan el proceso de recuperación de la
autoestima y la aceptación de los deberes relacionados con ella, estas instituciones dejan de cumplir
uno de sus objetivos esenciales» (Benedicto XVI, 11-09-2007).
g) Si saben de alguna persona que atraviesa (o puede hacerlo) algún tipo de adicción pueden compartir
este mensaje del Papa Francisco en la JMJ de Brasil: “Tengan siempre en el corazón esta certeza: Dios
camina a su lado, en ningún momento los abandona. Nunca perdamos la esperanza. Jamás la
apaguemos en nuestro corazón”.
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7.Enterrar a los muertos
a) Acompañar a quienes sepultan a algún familiar, conocido, amigo, vecino, en el cementerio o en el
cinerario.
b) Dar cristiana sepultura a las cenizas de parientes fallecidos y cremados (si aún no fueron
sepultados).
c) Colaborar con los familiares, impedidos o limitados en sus posibilidades de velar y sepultar a
indigentes fallecidos.
d) Participar del ministerio del consuelo en velatorios públicos o vecinales.
De las obras espirituales
1. Dar buen consejo al que lo necesita.
a) Desde tu capacidad profesional (abogado, psicólogo, etc.) ofrece tu servicio gratuitamente de
asesoría.
b) Colabora en los servicios de consultoría parroquial.
c) Ofrecele a tu hijo/a un tiempo generoso de escucha para dialogar cordialmente.
d) El que sea cura u obispo ofrezca y avise un día, un horario, para que se acerque “el que quiera”.
2.Enseñar al que no sabe
a) Colabora en algún servicio de ayuda escolar, en tu comunidad parroquial, o en alguna de las
sociedades intermedias que la ofrezcan.
b) Ofrece tu tiempo y disponibilidad como catequista en tu comunidad.
c) Colabora con los catequistas de tu comunidad.
d) Desde tu idoneidad, ofrece ayuda, un curso, etc...
e) Ayuda a algún compañero/a de estudio para progresar en lo que no sepa o se le dificulte aprender.
3. Corregir al que está en error
a) Visita al “director espiritual” para disponerme a la corrección de mis errores.
b) Practica la corrección fraterna en clima de oración y discernimiento ante la Palabra de Dios.
4. Consolar al triste
a) Acompaña a algún familiar, amigo, vecino que atraviesa una situación adversa o dolorosa.
b) Promueve y participa en tu comunidad de la pastoral del consuelo: ya para visitar y acompañar
personas enfermas, ancianos abandonados o solos; ya para asistir y acompañar a los familiares de
algún difunto.
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c) Procura dedicar un tiempo para dialogar, sonreir y alentar a algún familiar o amigo que se sienta triste
o deprimido.
5. Perdonar las ofensas
a) Ofrece algún sacrificio voluntario y reza por las personas que te han hecho sufrir.
b) Reza el Padrenuestro diariamente, invocando su Misericordia para perdonar de corazón a quienes
consideras que te han ofendido.
c) Procura dialogar, o al menos restaurar el vínculo, con quien/es te sientas alejado por viejas ofensas.
6. Sufrir con paciencia los defectos de los demás
a) No evites a las personas que te resultan “cargosas”, procura dedicarles un tiempo con atención e
interés.
b) Contempla y medita el Vía Crucis, ofreciendo ese tiempo de meditación por las personas que en tu
vida diaria –familiar, laboral, estudiantil– te resultan molestas.
7. Rogar a Dios por vivos y difuntos
a) Aportar y participar en una misa rezando por los difuntos de mi familia.
b) Visitar y rezar en el “cinerario parroquial” por los que han sido allí sepultados.
c) Visitar y rezar en el cementerio público/privado por todos los difuntos que están allí enterrados.
d) Rezar el Rosario por las intenciones del Papa, de mi obispo, de mis sacerdotes, de los miembros de
mi familia.
e) Ofrecer la oración de la mañana, de la tarde o de la noche por la comunidad en la que comparto la
vida y celebro la fe.
f) Ofrecer algún ejercicio de piedad (Vía crucis; visita al Santísimo Sacramento; Vía lucis; etc.) por los
misioneros que prestan su servicio lejos de sus tierras natales y por los que sufren persecución por vivir
con devoción y compromiso su fe.
El texto fue elaborado tomando como fuente la bula Misericordiae Vultus y la Carta concediendo la
indulgencia del año jubilar, ambas del Papa Francisco, y aportes de los presbíteros Damián Nannini,
de Rosario, y Fabián Esparafita, de Avellaneda, Director de la Junta Nacional de Catequesis.
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Oración del Papa Francisco para el
Año de la Misericordia
Señor Jesucristo,
tú nos has enseñado a ser misericordiosos como el Padre del
cielo,
y nos has dicho que quien te ve, lo ve también a Él.
Muéstranos tu rostro y obtendremos la salvación.
Tu mirada llena de amor liberó a Zaqueo y a Mateo de la
esclavitud del dinero;
a la adúltera y a la Magdalena de buscar la felicidad solamente en
una creatura;
hizo llorar a Pedro luego de la traición,
y aseguró el Paraíso al ladrón arrepentido.
Haz que cada uno de nosotros escuche como propia la palabra
que dijiste a la samaritana:
¡Si conocieras el don de Dios!
Tú eres el rostro visible del Padre invisible,
del Dios que manifiesta su omnipotencia sobre todo con el perdón
y la misericordia:
haz que, en el mundo, la Iglesia sea el rostro visible de Ti, su
Señor, resucitado y glorioso.
Tú has querido que también tus ministros fueran revestidos de
debilidad
para que sientan sincera compasión por los que se encuentran en
la ignorancia o en el error:
haz que quien se acerque a uno de ellos se sienta esperado,
amado y perdonado por Dios.
Manda tu Espíritu y conságranos a todos con su unción
para que el Jubileo de la Misericordia sea un año de gracia del
Señor
y tu Iglesia pueda, con renovado entusiasmo, llevar la Buena
Nueva a los pobres
proclamar la libertad a los prisioneros y oprimidos
y restituir la vista a los ciegos.
Te lo pedimos por intercesión de María, Madre de la Misericordia,
a ti que vives y reinas con el Padre y el Espíritu Santo por los
siglos de los siglos. Amén.
Año Jubilar
de la Misericordia
LA PLATA