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Portavoz de
la Gracia
Número 203s
Arrepentimiento
“Fue necesario que el Cristo padeciese,
y resucitase de los muertos al tercer
día; y que se predicase en su nombre
el arrepentimiento y el perdón de
pecados en todas las naciones”.
Lucas 24:46-47
Nuestro propósito
“Humillar el orgullo del hombre, exaltar la gracia
de Dios en la salvación y promover santidad
verdadera en el corazón y la vida”.
Portavoz de la Gracia
Arrepentimiento
203s
Contenido
¿Qué es el arrepentimiento? ........................................................................................ 3
William S. Plumer (1802-1880)
La necesidad de arrepentimiento ................................................................................ 6
J. C. Ryle (1816-1900)
Seis ingredientes del arrepentimiento ......................................................................10
Thomas Watson (c. 1620-1686)
Arrepentimiento o fe: ¿Cuál viene primero? ............................................................18
John Murray (1898-1975)
Cristo mandó que haya arrepentimiento .................................................................21
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
Pecado, pecadores y arrepentimiento .......................................................................26
John Gill (1697-1771)
Los frutos del arrepentimiento .................................................................................29
Arthur W. Pink (1886-1952)
Examen de nuestro arrepentimiento ........................................................................33
Thomas Watson (c. 1620-1686)
El motivo principal para el arrepentimiento ............................................................35
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
El arrepentimiento y el juicio universal ...................................................................39
Samuel Davies (1723-1761)
El gozo del cielo y el arrepentimiento .......................................................................46
Edward Payson (1783-1827)
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¿QUÉ ES EL ARREPENTIMIENTO?
William S. Plumer (1802-1880)
E
arrepentimiento pertenece exclusivamente a la religión de pecadores. No
tiene cabida en las actividades de criaturas no caídas. Aquel que nunca ha
cometido un acto pecaminoso, ni ha tenido una naturaleza pecaminosa, no
necesita perdón, ni conversión, ni arrepentimiento. Los ángeles santos nunca se
arrepienten. No tienen nada de qué arrepentirse. Esto resulta tan claro que no hay
razón para discutir el tema. En cambio, los pecadores necesitan todas estas
bendiciones. Para ellos, son indispensables. La maldad del corazón humano lo hace
necesario.
Bajo todas las dispensaciones, desde que nuestros primeros padres fueran
despedidos del Jardín del Edén, Dios ha insistido en el arrepentimiento. Entre los
patriarcas, Job dijo: “Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”
(Job 42:6). Bajo la Ley, David escribió los salmos 32 y 51. Juan el Bautista clamó:
“Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:2). La
descripción que Cristo hizo de sí mismo fue que había venido para llamar a “a
pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:13). Justo antes de su ascensión, Cristo
mandó “que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados
en todas las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc. 24:47). Y los Apóstoles
enseñaron la misma doctrina, “testificando a judíos y a gentiles acerca del
arrepentimiento para con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21).
Por lo tanto, cualquier sistema religioso entre los hombres que no incluya el
arrepentimiento de hecho es falso. Dice Matthew Henry: “Si el corazón del hombre
hubiera seguido recto y limpio, las consolaciones divinas quizá hubieran sido
recibidas sin la previa operación dolorosa; pero siendo pecador, tiene que primero
sufrir antes de recibir consolación, tiene que luchar antes de poder descansar. La
herida tiene que ser investigada, de otro modo no puede ser curada. La doctrina del
arrepentimiento es la doctrina correcta del evangelio. No solo el austero Bautista,
que era considerado un hombre triste y mórbido, sino también el dulce y amante
Jesús, cuyos labios destilaban miel, predicaba el arrepentimiento…” Esta doctrina
no dejará de ser mientras exista el mundo.
Aunque el arrepentimiento es un acto obvio y muchas veces dictaminado, no
puede realizarse verdadera y aceptablemente sino por la gracia de Dios. Es un don
del cielo. Pablo aconseja a Timoteo que instruya en humildad a los que se oponen,
“Por si quizá Dios les conceda que se arrepientan para conocer la verdad” (2 Tim.
2:25). Cristo es exaltado como Príncipe y Salvador “para dar arrepentimiento”
(Hch. 5:31). Por lo tanto, cuando los paganos se incorporaban a la iglesia, esta
glorificaba a Dios, diciendo: “¡¡De manera que también a los gentiles ha dado Dios
L
4
Portavoz de la Gracia • Número 203s
arrepentimiento para vida!!” (Hch. 11:18). Todo esto coincide con el tenor de las
promesas del Antiguo Testamento. Allí, Dios dice que realizará esta obra por
nosotros y en nosotros. Escuche sus palabras llenas de gracia: “Os daré corazón
nuevo, y pondré espíritu nuevo dentro de vosotros; y quitaré de vuestra carne el
corazón de piedra, y os daré un corazón de carne. Y pondré dentro de vosotros mi
Espíritu, y haré que andéis en mis estatutos, y guardéis mis preceptos, y los pongáis
por obra” (Eze. 36:26-27)… El verdadero arrepentimiento es una misericordia
especial de Dios. Él la da. No procede de ningún otro. Es imposible que la pobre
naturaleza que ha caído tan bajo se recupere por sus propias fuerzas como para que
realmente se arrepienta. El corazón está aferrado a sus propios caminos y justifica
sus propios caminos pecadores con una tenacidad incurable hasta que la gracia
divina ejecuta el cambio. Ninguna motivación hacia el bien es lo suficientemente
poderosa como para vencer la depravación del corazón natural del hombre. Si
hemos de obtener su gracia, tiene que ser por medio del gran amor de Dios hacia
los hombres que perecen.
No obstante, el arrepentimiento es sumamente razonable… Cuando somos
llamados a cumplir responsabilidades que somos renuentes a cumplir, nos
convencemos fácilmente que lo que se nos exige es irrazonable. Por lo tanto es
siempre provechoso para nosotros tener un mandato de Dios que compele nuestra
conciencia. Es realmente benevolente que Dios nos hable con tanta autoridad sobre
este asunto. Dios “manda a todos los hombres en todo lugar, que se arrepientan”
(Hch. 17:30). La base del mandato radica en que todos los hombres en todas partes
son pecadores. Nuestro bendito Salvador no tenía pecado, y por supuesto, no podía
arrepentirse. Salvo esa sola excepción, desde la Caída no ha habido ni una persona
justa que no necesitara el arrepentimiento. Y no hay nadie más digno de lástima
que el pobre iluso que no ve nada en su corazón y su vida por lo que debe
arrepentirse.
Pero, ¿qué es el verdadero arrepentimiento? Esta es una pregunta de primordial
importancia. Merece toda nuestra atención. La siguiente es probablemente una
definición tan buena como hasta ahora se ha dado. “El arrepentimiento para vida es
una gracia salvadora operada en el corazón del pecador por el Espíritu y la palabra
de Dios, por la cual nace en él un modo de ver, y un sentimiento no sólo de lo
peligroso, sino también de lo inmundo y odioso de sus pecados; y al apercibir la
misericordia de Dios en Cristo para aquellos que se han arrepentido, se aflige por
sus pecados, los odia y se aparta de todos ellos a Dios, proponiéndose y
esforzándose constantemente en andar con el Señor en todos los caminos de una
nueva obediencia”1. El que esta definición es irrebatible y bíblica se va viendo con
más claridad cuanto más a fondo se examina. El arrepentimiento verdadero es un
dolor por el pecado que termina en una reforma. Meramente lamentarse no es
1
Catecismo Mayor de Westminster, P 76.
¿Qué es el arrepentimiento?
5
arrepentirse, tampoco lo es una reforma que solo sea externa. No es la imitación de
la virtud: es la virtud misma…
Aquel que realmente se arrepiente está principalmente afligido por sus pecados;
aquel cuyo arrepentimiento es falso, está preocupado principalmente por sus
consecuencias. El primero se arrepiente principalmente de que ha hecho una maldad,
el último de que ha traído sobre sí una maldad. El uno lamenta profundamente que
merece el castigo, el otro que tiene que sufrir el castigo. El uno aprueba de la Ley
que lo condena; el otro cree que es tratado con dureza y que la Ley es rigurosa. Al
arrepentido sincero, el pecado le parece muy pecaminoso. El que se arrepiente
según las normas del mundo, el pecado de alguna manera le parece agradable. Se
lamenta que sea prohibido. El uno opina que es cosa mala y amarga pecar contra
Dios, aun cuando no recibe castigo; el otro ve poca maldad en la transgresión si no
es seguida por dolorosas consecuencias. Aunque no hubiera un infierno, el primero
desearía ser librado del pecado; si no hubiera retribución, el otro pecaría cada vez
más. El arrepentido auténtico detesta principalmente el pecado como una ofensa
contra Dios. Esto incluye todos los pecados de todo tipo. Pero se ha comentado con
frecuencia que dos clases de pecados parecen pesar mucho en la conciencia de
aquellos cuyo arrepentimiento es del tipo espiritual. Estos son los pecados secretos
y los pecados de omisión. Por otro lado, en el arrepentimiento falso, le mente parece
centrase más en los pecados que son cometidos a la vista de otros y en pecados de
comisión2. El arrepentido auténtico conoce la plaga de un corazón malo y una vida
estéril; el arrepentido falso no se preocupa mucho por el verdadero estado del
corazón, sino que lamenta que las apariencias estén tanto en su contra.
De Vital Godliness: A Treatise on Experimental and Practical Piety (Un tratado sobre la piedad
experimental y práctica), reimpreso por Sprinkle Publications.
_______________________
William S. Plumer (1802-1880): Pastor presbiteriano norteamericano; autor de numerosos
libros centrados en Cristo; nació en Greensburg, Pennsylvania, EE.UU.
2
pecados de omisión… comisión – uno comete un pecado de omisión cada vez que no cumple aquello
que ha sido ordenado; uno comete un pecado de comisión cuando hace algo que está prohibido o, que
siendo bueno en sí, se hace por una razón equivocada.
LA NECESIDAD DE ARREPENTIMIENTO
J. C. Ryle (1816-1900)
“Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” (Lucas 13:3).
E
texto que encabeza esta página, a primera vista parece inflexible y severo:
“Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente”. Me imagino que
algunos dirían: “¿Es este el evangelio?” “¿Son estas las buenas nuevas?”
“¿Son estas las buenas nuevas de las que hablan los ministros?” “Dura es esta
palabra; ¿quién la puede oír?” (Juan 6:60).
Pero, ¿de la boca de quién salieron estas palabras? Salieron de la boca de Aquel
que nos ama con un amor que sobrepasa todo entendimiento, sí, Jesucristo, el Hijo
de Dios. Fueron dichas por Aquel que tanto nos amó que dejó el cielo por nosotros,
vino al mundo por nosotros, fue a la cruz por nosotros, fue al sepulcro por nosotros
y murió por nuestros pecados. Las palabras que salen de una boca como esta son
indudablemente palabras de amor.
Después de todo, ¿qué prueba más grande de amor puede haber que el que uno
advierta a su amigo de un peligro inminente? El padre que ve a su hijo caminando
hacia el borde de un precipicio, al verlo exclama bruscamente: “¡Detente, detente!”
¿Quiere decir esto que ese padre no ama a su hijo? La tierna madre que ve a su
infante a punto de comer una mora venenosa y exclama bruscamente: “¡Detente,
detente! ¡Deja eso!” ¿Quiere decir esto que la madre no ama a esa criatura? Es la
indiferencia la que no molesta a la gente y deja que cada uno se vaya por su propio
camino. Es el amor, el amor tierno el que advierte y da el grito de alarma. El grito
de “¡Fuego, fuego!” a medianoche puede sobresaltar súbita y desagradablemente al
hombre que duerme. Pero, ¿quién se va a quejar si ese grito significa la salvación de
una vida? Las palabras: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis igualmente” al
principio pueden parecer duras y severas. Pero son palabras de amor, y pueden ser
la única manera de librar del infierno a almas preciosas.
Paso ahora a… considerar la necesidad del arrepentimiento: ¿Por qué es necesario el
arrepentimiento? El texto al principio de esta página muestra claramente la
necesidad del arrepentimiento. Las palabras de nuestro Señor Jesucristo son
precisas, expresivas y enfáticas: “Antes si no os arrepentís, todos pereceréis
igualmente”. Todos, todos sin excepción necesitan arrepentirse delante de Dios. Es
necesario no solo para los ladrones, homicidas, borrachos, adúlteros, fornicarios y
reos en las cárceles. No. Todos los nacidos de la semilla de Adán, todos sin
excepción necesitan arrepentirse delante de Dios. La reina en su trono y el
indigente en un albergue; el rico en su sala y la sirvienta en la cocina; el profesor de
ciencias en la universidad y el muchachito pobre e ignorante detrás del arado…
L
La necesidad de arrepentimiento
7
todos, por naturaleza, necesitan el arrepentimiento. Todos son nacidos en pecado; y
todos tienen que arrepentirse y convertirse para ser salvos. El corazón de todos
tiene que ser cambiado en lo que al pecado respecta. Todos tienen que arrepentirse
al igual que creer en el evangelio. “Si no os volvéis y os hacéis como niños, no
entraréis en el reino de los cielos” (Mat. 18:3). “Antes si no os arrepentís, todos
pereceréis igualmente” (Luc. 13:3).
Pero, ¿de dónde viene la necesidad del arrepentimiento? ¿Por qué se usa un
lenguaje tan tremendamente fuerte en relación con esta necesidad? ¿Cuáles son las
razones… por las cuales el arrepentimiento es tan indispensable?
(a) Por un lado, sin el arrepentimiento no hay perdón de pecados. Al decir esto,
tengo que cuidarme de que se me malinterprete. Le pido enfáticamente que no me
entienda mal: las lágrimas de arrepentimiento no lavan ningún pecado. Es mala
enseñanza cristiana decir que lo hacen. Ese es el oficio, esa es la obra de la sangre
de Cristo exclusivamente. La contrición1 no expía ninguna transgresión. Es una
teología espantosa decir que lo hace. De ninguna manera puede. Nuestro mejor
arrepentimiento es deficiente, imperfecto y debemos repetirlo una y otra vez.
Nuestra mejor contrición tiene suficientes defectos como para hundirnos en el
infierno. “Somos contados como justos delante de Dios únicamente por medio de
nuestro Señor Jesucristo, por fe, y no por nuestras propias obras ni por nuestros
méritos”2, ni por nuestro arrepentimiento, santidad, ni obras de caridad, no por
recibir ningún sacramento ni nada parecido. Todo esto es absolutamente cierto. No
obstante, no es menos cierto que la gente justificada es siempre gente arrepentida y
que el pecador perdonado es siempre un hombre que deplora y aborrece sus
pecados. Dios en Cristo está dispuesto a recibir al hombre rebelde y darle paz con
que solo venga a él en nombre de Cristo, por más malvado que haya sido. Pero Dios
requiere, y requiere con justicia, que el rebelde renuncie a sus armas. El Señor
Jesucristo está listo para compadecerse, perdonar, quitar, limpiar, lavar, santificar y
preparar para el cielo. Pero el Señor Jesucristo anhela ver al hombre aborrecer los
pecados que quiere que le sean perdonados. Quien quiera, llame “legalidad” a esto.
Quien quiera, llámelo “esclavitud”. Yo me baso en las Escrituras. El testimonio de
la Palabra de Dios es claro e indubitable. La gente justificada es siempre gente
arrepentida. Sin arrepentimiento, no hay perdón de pecados.
(b) Por otro lado, sin arrepentimiento no hay felicidad alguna en la vida presente.
Puede haber optimismo, entusiasmo, risa y alegría mientras hay buena salud y
dinero en el bolsillo. Pero estas cosas no significan felicidad sólida. Hay en todos los
hombres una conciencia, y esa conciencia tiene que ser satisfecha. Mientras que la
conciencia sienta que el pecado no ha causado arrepentimiento y no ha sido
1
2
contrición – dolor sincero o aflicción mental por hacer el mal.
Los Treinta y Nueve Artículos de la Religión, Artículo XI, “De la justificación del hombre”. Es
traducción para esta obra.
8
Portavoz de la Gracia • Número 203s
abandonado, no estará tranquila y no dejará que el hombre se sienta tranquilo por
dentro…
(c) Además, sin arrepentimiento no puede haber idoneidad para el cielo en el
mundo venidero. El cielo es un lugar preparado, y los que van al cielo tienen que
ser un pueblo preparado. Nuestro corazón tiene que estar en armonía con las
labores del cielo, de otra manera el cielo mismo sería una morada amarga. Nuestra
mente tiene que estar en armonía con los habitantes del cielo, o de hecho la
sociedad del cielo pronto nos resultaría intolerable… ¿Qué cosa podría hacer usted
en el cielo si llega allí con un corazón que ama el pecado? ¿Con cuál de los santos
hablaría? ¿Junto a quién se sentaría? ¡Seguramente los ángeles de Dios no
producirían música melodiosa en el corazón del que no puede aguantar a los santos
en la tierra y que nunca alabaron al Cordero por su amor redentor! Seguramente la
compañía de patriarcas, apóstoles y profetas no sería motivo de gozo para el hombre
que no lee su Biblia ahora y a quien no le importa conocer lo que los apóstoles y
profetas escribieron. ¡Oh, no! ¡No! No puede haber felicidad alguna en el cielo, si
allí llegamos con un corazón impenitente…
Le ruego por las misericordias de Dios que considere profundamente las cosas
que he estado diciendo. Vive usted en un mundo de engaños, falsedades y mentiras.
Que nadie lo engañe en cuanto a la necesidad del arrepentimiento. ¡Oh, que los que
profesan ser cristianos vieran, supieran y sintieran más de lo que hacen, de la
necesidad, la necesidad absoluta de un auténtico arrepentimiento ante Dios! Hay
muchas cosas que no son necesarias. Las riquezas no son necesarias. La salud no es
necesaria. La ropa fina no es necesaria. Los dones y el mucho saber no son
necesarios. Millones han llegado al cielo sin todo eso. Miles están llegando al cielo
cada año sin todo esto. Pero nadie ha llegado al cielo sin “el arrepentimiento para
con Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21).
No permita que nunca nadie lo convenza que cualquier religión, en la que el
arrepentimiento ante Dios no ocupa un lugar prominente, merece ser llamada el
evangelio. ¡Un evangelio, sí! No es evangelio aquel en que el arrepentimiento no es
lo principal. Un evangelio es el evangelio del hombre, pero no el de Dios. ¡Un
evangelio! Viene de la tierra, pero no del cielo. ¡Un evangelio! No es de ninguna
manera el evangelio. Es puro antinomianismo3 y nada más. Mientras abrace usted sus
pecados y se aferre a sus pecados y tenga sus pecados, puede hablar todo lo que
quiera sobre el evangelio, pero sus pecados no han sido perdonados. Si gusta, puede
llamarlo legalismo. Si gusta, puede decir que “espero que al final todo resulte bien
––Dios es misericordioso— Dios es amor ––Cristo murió— espero ir al cielo al
3
antimonianismo – del griego anti, “contra” y nomos, “ley”; literalmente “contra la ley”. Esto por lo
general significa 1) la creencia de que la ley moral de Dios no es en ningún sentido obligatoria para
los creyentes, o 2) la creencia de que el cristiano puede pecar sin temor al castigo porque no está bajo
la ley sino bajo la gracia.
La necesidad de arrepentimiento
9
final”. ¡No! Le afirmo que eso no está bien, nunca estará bien… Está usted
pisoteando la sangre de la expiación. No tiene hasta ahora arte ni parte con Cristo.
Mientras que no se arrepienta del pecado, el evangelio de nuestro Señor Jesucristo
no es evangelio para su alma. Cristo es un Salvador del pecado, no un Salvador para
el hombre en pecado. Si el hombre quiere retener sus pecados, el día vendrá cuando
ese Salvador misericordioso le dirá: “Apartaos de mí, malditos, al fuego eterno
preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat. 25:41).
No permita que nadie le haga creer que puede ser feliz en este mundo sin el
arrepentimiento. ¡Oh, no!... Cuanto más sigue sin arrepentirse, más infeliz será ese
corazón suyo. Cuando vaya haciéndose anciano y peine canas ––cuando ya no
pueda ir a donde una vez iba, y disfrutar de lo que antes disfrutaba— la desdicha y
el sufrimiento lo atacarán como un hombre armado. Escríbalo en las tablas de su
corazón: ¡sin arrepentimiento no hay paz!
Espero ver muchas maravillas en el día final. Espero ver algunos a la derecha del
Señor Jesucristo quienes yo temía ver a su izquierda. Y veré a algunos a la izquierda
que suponía buenos creyentes y esperaba ver a la derecha. Pero estoy seguro de una
cosa que no veré. No veré a la derecha de Jesucristo a ningún hombre impenitente.
De “Repentance” (Arrepentimiento) en Old Paths,
reimpreso por The Banner of Truth Trust.
_______________________
J. C. Ryle (1816-1900): Obispo de la iglesia anglicana; autor de Holiness (Santidad) y de muchos
otros; nació en Macclesfield, Cheshire County, Inglaterra.
SEIS INGREDIENTES DEL ARREPENTIMIENTO
Thomas Watson (c. 1620-1686)
E
arrepentimiento es una gracia del Espíritu de Dios por la cual el pecador
es interiormente humillado y visiblemente reformado. Para aclararlo más
ampliamente, sepa que el arrepentimiento es un medicamento espiritual
compuesto de seis ingredientes especiales… si uno de ellos falta, pierde su virtud.
INGREDIENTE 1: VER EL PECADO. La primera parte del remedio de Cristo es el
ungüento para los ojos (Hch. 26:18). Es lo más admirable que se nota en el
arrepentimiento del pródigo: “Y volviendo en sí” (Luc. 15:17). Se vio a sí mismo
como un pecador y nada más que un pecador. Antes de que el hombre pueda venir
a Cristo, tiene que primero volver en sí. Salomón, en su descripción del
arrepentimiento considera esto como el primer ingrediente: “Si se convirtieren” (1
Rey. 8:47). El hombre tiene que primero reconocer y considerar cuál es su pecado y
conocer la plaga de su corazón antes de poder ser debidamente humillado por él. La
primera creación de Dios fue la luz. De igual modo, lo primero que sucede en el
arrepentido es la iluminación: “Más ahora sois luz en el Señor” (Ef. 5:8). El ojo se
hizo para ver al igual que para llorar. Hay que primero ver el pecado antes de poder
llorar por él. Por eso, digo que donde no se ve el pecado, no puede haber
arrepentimiento. Muchos que pueden ver faltas en otros no ven ninguna en ellos
mismos… Están cegados por un velo de ignorancia y soberbia. Por ello, no ven el
alma deformada que tienen. El diablo hace con ellos lo que el halconero hace con el
halcón: los ciega y se los lleva tapados al infierno…
INGREDIENTE 2: SENTIR DOLOR POR EL PECADO. “Me contristaré por mi pecado”
(Sal. 38:18). Ambrosio1 llama al dolor o contrición la amargura del alma. La palabra
hebrea para estar contristado significa “tener un alma, por así decir, crucificada”.
Esto debe ser parte del verdadero arrepentimiento: “Y mirarán a mí, a quien
traspasaron, y llorarán” (Zac. 12:10), como si sintieran los clavos de la cruz en sus
costados. El que una mujer espere dar luz a un hijo sin dolores es igual a que uno
espere tener arrepentimiento sin dolor. Desconfíe del que puede creer sin dudar,
desconfíe del que se arrepiente sin dolor… Este dolor por el pecado no es
superficial: es una agonía santa. Es lo que las Escrituras llaman quebrantamiento
del corazón: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado” (Sal. 51:17); y un
corazón rasgado: “Rasgad vuestro corazón” (Joel 2:13). Las expresiones herirse el
muslo (Jer. 31:19), golpearse el pecho (Luc. 18:13), vestir cilicio (Isa. 22:12),
arrancarse el pelo de la cabeza (Esd. 9:3), son todas señales exteriores de dolor
interior. Este dolor es (1) Para hacer inestimable a Cristo. ¡Oh qué deseable es un
L
1
Ambrosio (339?-397) – obispo de Milán en el siglo IV, teólogo trinitario, compositor de himnos.
Seis ingredientes del arrepentimiento
11
Salvador para el alma atribulada! Ahora Cristo es ciertamente Cristo, y la
misericordia es ciertamente misericordia. Hasta que el corazón esté lleno de
remordimiento después de haber pecado, no puede ser apto para Cristo. ¡Cuán
bienvenido es el médico para el hombre cuyas heridas están sangrando! Es (2) Para
ahuyentar al pecado. El pecado produce dolor, y el dolor mata al pecado… Lo
salado de las lágrimas mata el gusano de la conciencia. Es (3) Para abrir el camino
al verdadero consuelo. “Los que sembraron con lágrimas, con regocijo segarán”
(Sal. 126:5). El arrepentido adquiere una siembra regada de lágrimas, pero también
una cosecha deliciosa. El arrepentimiento desintegra los abscesos del pecado y
entonces el alma descansa… El que Dios agite el alma por el pecado es como el
agitar del estanque por parte del ángel (Juan 5:4), lo cual abría el camino para la
curación.
Pero no todo dolor es evidencia verdadera del arrepentimiento… ¿De qué se trata
este arrepentimiento piadoso? Tiene seis requisitos:
1. El auténtico dolor piadoso es interno. Es interno por dos razones: (1) Tiene que ver
con un dolor en el corazón. El dolor de los hipócritas se nota en sus rostros:
“Demudan sus rostros” (Mat. 6:16). Ponen cara de afligidos, pero su dolor no pasa
de allí, así como el rocío sobre una hoja no penetra hasta la raíz. El arrepentimiento
de Acab era una demostración externa. Rasgó sus vestiduras pero no su espíritu (1
Rey. 21:27). El dolor piadoso es profundo, como una vena que sangra por dentro. El
corazón sangra por el pecado: “se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Como el
corazón es el principal responsable del pecado, así también debe ser el dolor. (2) Es
un dolor por los pecados del corazón, los primeros brotes y apariciones del pecado.
Pablo se entristeció por la ley en sus miembros (Rom. 7:23). El verdadero doliente
llora por las muestras de orgullo y concupiscencia2. Sufre por la “raíz de amargura”
aunque nunca se manifieste en una acción. El hombre malo puede sentirse mal por
los pecados desvergonzados; el verdadero convertido se lamenta por los pecados del
corazón.
2. El dolor piadoso es honesto. Es un dolor por la ofensa más bien que por el castigo.
La Ley de Dios ha sido quebrantada, su amor maltratado. Esto deshace en lágrimas
al alma. El hombre puede lamentarse, pero no arrepentirse. El ladrón se lamenta
cuando lo apresan, no porque haya robado sino porque tiene que pagar por su
culpa… Por otro lado, el dolor piadoso es principalmente por haber pecado contra
Dios, de modo que aun si no tuviere conciencia que lo molestara, ni el diablo que lo
acusara, ni infierno que lo castigara, su alma todavía estaría atribulada por la falta
cometida contra Dios… ¡Oh que no ofendiera yo a un Dios tan bueno, que no
afligiera a mi Consolador! ¡Esto me destroza el corazón…!
2
concupiscencia – un deseo intenso, especialmente lascivia sexual.
12
Portavoz de la Gracia • Número 203s
3. El dolor piadoso es uno que confía. Está entremezclado con la fe… El dolor
espiritual hunde el corazón si la polea de la fe no lo levanta. Así como nuestro
pecado está siempre delante de nosotros, debe estar también la promesa de Dios
siempre delante de nosotros…
4. El dolor piadoso es un dolor grande. “En aquel día habrá gran llanto..., como el
llanto de Hadadrimón” (Zac. 12:11). Dos soles se pusieron el día que murió Josías3,
y hubo gran llanto fúnebre. A este extremo tiene que hervir el dolor por el pecado…
5. El dolor piadoso en algunos casos va acompañado de restitución. Quien haya
cometido una falta contra la propiedad de otros por medio de tratos injustos y
fraudulentos debe conscientemente hacer restitución. Hay una ley específica para
esto: “Y compensará enteramente el daño, y añadirá sobre ello la quinta parte, y lo
dará a aquel contra quien pecó” (Núm. 5:7). Por ello, Zaqueo hizo restitución: “Si
en algo he defraudado a alguno, se lo devuelvo cuadriplicado” (Luc. 19:8).
6. El dolor piadoso es duradero. No tiene que ver con derramar unas pocas lágrimas
por emoción. Algunos lloran a mares durante un sermón, pero es como el chaparrón
de primavera, pronto pasa o como abrir una llave de agua que pronto uno cierra. El
verdadero dolor tiene que ser habitual. Oh cristiano, la enfermedad de su alma es
crónica y con frecuencia recurrente. Por lo tanto, usted tiene que aplicarse
continuamente curaciones por medio del arrepentimiento. Tal es el dolor que es
para con Dios, verdaderamente “piadoso”.
INGREDIENTE 3: CONFESIÓN DEL PECADO. El dolor es una pasión tan intensa que
tiene que desahogarse. Se desahoga por los ojos con el llanto y por la boca con la
confesión: “Y estando en pie, confesaron sus pecados” (Neh. 9:2). Gregory
Nazianzen4 llama a la confesión “un bálsamo para el alma herida”.
La confesión es una acusación hacia uno mismo “Yo pequé” (2 Sam. 24:17)… Y lo
cierto es que por medio de esta autoacusación prevenimos la acusación de Satanás.
En nuestras confesiones nos acusamos de orgullo, infidelidad, pasión, de modo que
cuando Satanás, llamado el acusador de los hermanos, ponga estas cosas a nuestra
cuenta, Dios dirá: “Ellos mismos ya se han acusado. Por lo tanto, Satanás, tus
cargos no corresponden, tus acusaciones llegan demasiado tarde”… Y escuche lo
que dice el apóstol Pablo: “Si, pues, nos examinásemos a nosotros mismos, no
seríamos juzgados” (1 Cor. 11:31).
Pero, ¿acaso hombres malvados como Judas y Saúl no confesaron su pecado? Sí,
pero la suya no fue una confesión auténtica. Para que la confesión de pecado sea
correcta y genuina, estos… tienen que cumplir estos requisitos:
1. La confesión tiene que ser voluntaria. Tiene que brotar como el agua de un
manantial, libremente. La confesión del malvado es arrancada a la fuerza, como en
3
4
dos soles se pusieron – una referencia al atardecer natural y a la pérdida de un gran rey.
Gregorio Nazianzen (329-389) – arzobispo de Constantinopla en el siglo IV.
Seis ingredientes del arrepentimiento
13
el caso de las torturas. Cuando una chispa de la ira de Dios penetra en su
conciencia o si teme la muerte, entonces confiesa… Pero la verdadera confesión
brota de los labios como mirra del árbol o miel del panal, libremente…
2. La confesión tiene que ser por compunción. El corazón tiene que sentirla
profundamente. Las confesiones del hombre natural pasan por él como el agua por
un caño. No lo afectan para nada. En cambio, la confesión auténtica deja en el
hombre las marcas del corazón herido. David sentía un peso en su alma cuando
confesó sus pecados. “Como carga pesada se han agravado sobre mí” (Sal. 38:4).
Una cosa es confesar el pecado y otra es sentirlo.
3. La confesión tiene que ser sincera. Nuestro corazón tiene que acompañar nuestras
confesiones. El hipócrita confiesa su pecado pero lo ama, igualmente, el ladrón
confiesa lo que robó, pero la encanta hacerlo. Cuántos confiesan orgullo y codicia
con la boca pero los saborean debajo de la lengua como a la miel… Un buen
cristiano es más honesto. Su corazón se mantiene a ritmo con su boca. Está
convencido5 de los pecados que confiesa y aborrece los pecados de los que está
convencido.
4. En la confesión auténtica, el hombre especifica los pecados. El hombre malo
reconoce que es un pecador en general. Confiesa el pecado al mayoreo. El convertido
auténtico reconoce sus pecados específicos. Es como el herido que acude al médico
y le muestra cada una de sus heridas: “Aquí tengo un tajo en la cabeza, allí me
dispararon en el brazo”. Del mismo modo el pecador atribulado confiesa las
diversas condiciones desordenadas, las enfermedades, de su alma.
5. El verdadero doliente confiesa el pecado desde su origen. Admite la contaminación
de su naturaleza. Lo pecaminoso de nuestra naturaleza no es solo falta de lo bueno,
sino una infusión de maldad… Nuestra naturaleza es un abismo y semillero de toda
maldad, desde la cual provienen esos escándalos que infectan al mundo. Es esta
depravación de la naturaleza lo que envenena nuestras cosas sagradas. Es esto lo
que trae los juicios de Dios y causa que al nacer nazcamos sin nuestras
misericordias. ¡Oh, confiese el pecado desde su origen!...
INGREDIENTE 4: VERGÜENZA POR EL PECADO. El cuarto ingrediente del
arrepentimiento es la vergüenza: “Avergüéncense de sus pecados” (Eze. 43:10). El
rubor es el color de la virtud. Cuando el corazón está negro por el pecado, la gracia
hace que el rostro se sonroje: “Avergonzado estoy para levantar, oh Dios mío, mi
rostro a ti” (Esd. 9:6). El hijo pródigo arrepentido estaba tan avergonzado de sus
excesos que no se sentía merecedor de ser llamado hijo (Luc. 15:21). El
arrepentimiento causa una timidez generada por la vergüenza. Si la sangre de
Cristo no estuviera en el corazón del pecador, no aparecería tanta sangre en el
rostro. Existen… consideraciones sobre el pecado que pueden causar vergüenza:
5
convencido – un despertar de la conciencia a un estado pecaminoso.
14
Portavoz de la Gracia • Número 203s
(1) Cada pecado nos hace culpables, y la culpabilidad por lo general produce
vergüenza.
(2) En cada pecado, hay mucha ingratitud; y eso es motivo de vergüenza. Abusar
de la bondad de un Dios tan bueno, ¡cuánta vergüenza nos da!... Ser ingratos es un
pecado tan grande que Dios mismo se sorprende de él (Isa. 1:2).
(3) El pecado nos ha desnudado, y eso puede generar vergüenza. El pecado nos ha
despojado de nuestro lino blanco de santidad. Nos ha desnudado y deformado ante
la vista de Dios, lo cual puede causar que nos sonrojemos…
(4) Nuestros pecados han avergonzado a Cristo ¿y no debiéramos nosotros estar
avergonzados? Él se vistió de púrpura, ¿y no se ruborizarán nuestras mejillas?...
(5) Lo que puede hacernos sonrojar es que los pecados que cometemos son peores
que los pecados de los paganos. Actuamos en contra de más luz.
(6) Nuestros pecados son peores que los pecados de los demonios. Los ángeles
caídos nunca pecaron contra la sangre de Cristo. Cristo no murió por ellos…
Ciertamente si hemos pecado más que los demonios, esto nos hará ruborizar.
INGREDIENTE 5: ODIO POR EL PECADO. El quinto ingrediente del arrepentimiento
es el odio por el pecado. Los “Schoolmen”6 se distinguían por un odio doble: odio
por las abominaciones y odio por la enemistad.
Primero, hay odio o aborrecimiento por las abominaciones: “Y os avergonzaréis de
vosotros mismos por vuestras iniquidades” (Eze. 36:31). El arrepentido auténtico es
un aborrecedor del pecado. Si alguien detesta aquello que le descompone el
estómago, mucho más detestará aquello que le descompone la conciencia.
Aborrecer el pecado representa más que meramente dejarlo… Cristo nunca es
amado hasta que uno aborrece el pecado. Nunca se anhela el cielo hasta que uno
aborrece el pecado… Segundo, hay odio por la enemistad. No hay mejor manera de
descubrir la vida que por medio del movimiento. Los ojos se mueven, el pulso late.
Así que para descubrir el arrepentimiento no hay mejor señal que una antipatía
santa contra el pecado… El arrepentimiento firme comienza en el amor de Dios y
termina en el odio por el pecado.
¿Cómo puede reconocerse el verdadero odio por el pecado?
1. Cuando el espíritu del hombre se opone al pecado. No solo la boca se expresa contra
el pecado, sino que también lo aborrece el corazón, de modo que no importa lo
atractivo que parezca el pecado, lo encontramos detestable, tal como detestamos el
retrato de alguien que aborrecemos mortalmente, por más hermoso que se haya
dibujado… No importa que el diablo cocine y aderece el pecado con placeres y
ventajas, el arrepentido auténtico con un aborrecimiento secreto por él se siente
disgustado por él y no se mezclará con él.
6
Schoolmen – una sucesión de teólogos y escritores de la Edad Media que enseñaban lógica, metafísica
y teología, como Tomás de Aquino.
Seis ingredientes del arrepentimiento
15
2. El verdadero odio por el pecado es universal. El verdadero odio por el pecado es
universal de dos maneras: con respecto a las facultades y al objeto. (1) El odio es
universal con respecto a las facultades; es decir, que hay una antipatía por el pecado
no solo mental, sino también de la voluntad y los sentimientos. Muchos están
convencidos de que el pecado es una cosa vil y mentalmente tienen una aversión
por él. No obstante gustan de su dulzura y se complacen secretamente en él. En
estos casos se manifiesta en una aversión mental por el pecado y a la vez en un amor
por él; mientras que el verdadero arrepentimiento, el odio por el pecado está en
todas las facultades, no solo en la parte intelectual, sino principalmente en la
voluntad: “Lo que aborrezco, eso hago” (Rom. 7:15). Pablo no estaba libre de
pecado, no obstante estaba en contra de él. (2) El odio es universal con respecto al
objeto. El que aborrece un pecado aborrece todos… El hipócrita aborrece algunos
pecados que pueden arruinar su reputación, pero el verdadero convertido aborrece
todos los pecados, los pecados que le producen ganancias, los pecados por sus
debilidades y los primeros indicios de corrupción. Pablo odiaba la propensión a
pecar (Rom. 7:23).
3. El verdadero odio contra el pecado es contra el pecado en todas sus formas. El
corazón santo detesta el pecado por su contaminación intrínseca. El pecado deja
una mancha en el alma. La persona regenerada aborrece el pecado no solo por la
maldición, sino también por lo contagioso. Aborrece esta serpiente no solo por su
picadura, sino también por su veneno. Aborrece el pecado no solo por el infierno,
sino como el infierno.
4. El verdadero odio es implacable. Nunca volverá a reconciliarse con el pecado. El
enojo puede reconciliarse, pero el aborrecimiento, no…
5. Donde hay verdadero odio, no solo nos oponemos al pecado en nosotros mismos sino
también en los demás. La iglesia en Éfeso no podía tolerar a los malos (Apoc. 2:2).
Pablo censuró tremendamente a Pedro por su duplicidad aunque él era un Apóstol.
Cristo, en un disgusto justificado, echó con azotes a los cambistas del templo (Juan
2:15). No toleraba que hicieran del templo una casa de cambio. Nehemías reprendió
a los nobles por su usura (Neh. 5:7) y su profanación del día de reposo (Neh. 13:17).
El que odia el pecado no lo tolera en su familia: “No habitará dentro de mi casa el
que hace fraude” (Sal. 101:7). ¡Qué vergüenza el que las autoridades puedan
demostrar mucho entusiasmo por sus pasiones, pero nada de heroísmo para
reprimir la corrupción! Los que no sienten antipatía por el pecado desconocen el
arrepentimiento. El pecado es en ellos lo que el veneno es en una serpiente, el cual,
siendo parte de su naturaleza, les brinda placer.
¡Qué lejos están del arrepentimiento los que, en lugar de odiar el pecado, lo
aman! Para el fiel, el pecado es como una espina en el ojo; para los malos, es como
una corona sobre su cabeza: “...Habiendo hecho tantas abominaciones… ¿Puedes
gloriarte de eso?” (Jer. 11:15). Amar el pecado es peor que cometerlo. Un hombre
16
Portavoz de la Gracia • Número 203s
bueno puede caer en una acción pecaminosa sin darse cuenta, pero amar el pecado
es el colmo. ¿Qué hace que a un porcino le encante revolcarse en el fango? ¿Qué
hace que el diablo ame aquello que se opone a Dios? Amar el pecado demuestra que
la voluntad está en pecado; y cuanto más de la voluntad está en pecado, más grande
el pecado. La obstinación lo convierte en un pecado que no puede ser purgado por
medio de un sacrificio (Heb. 10:26). ¡Oh, cuántos hay que aman el fruto prohibido!
Aman sus juramentos y adulterios; aman el pecado y aborrecen la reprensión… Así
que los que aman el pecado, los que se aferran a aquello que les significa la muerte,
los que juegan con la condenación, “está[n] lleno[s]… de insensatez en su corazón”
(Ecl. 9:3). Nos persuade a demostrar nuestro arrepentimiento por medio de un odio
implacable por el pecado...
INGREDIENTE 6: DEJAR EL PECADO. El sexto ingrediente del arrepentimiento es
dejar el pecado… Este dejar el pecado se llama dejar el mal camino (Isa. 55:7), tal
como el hombre deja la compañía de un ladrón o adivino. Se llama echar lejos el
pecado (Job 11:14), tal como Pablo echó la víbora en el fuego (Hch. 28:5). Morir al
pecado es la vida de arrepentimiento. El mismo día que el cristiano deja el pecado, tiene
que aplicar una abstinencia perpetua. La vista tiene que abstenerse de miradas
impuras. Los oídos tienen que abstenerse de escuchar calumnias. La lengua tiene que
abstenerse de jurar. Las manos tienen que abstenerse de los sobornos. Los pies tienen
que abstenerse del sendero de la ramera. Y el alma tiene que abstenerse del amor al
mal. Este dejar el pecado implica un cambio importante… Dejar el pecado es tan
visible que los demás lo notan. Por eso se le llama pasar de la oscuridad a la luz (Ef.
5:8). Pablo, después de haber visto la visión celestial, cambió tanto que todos estaban
atónitos ante el cambio (Hch. 9:21). El arrepentimiento convirtió al carcelero en
enfermero y médico (Hch. 16:33). Este tomó a los apóstoles, les lavó las heridas y les
dio de comer. El barco puede estar yendo hacia el este; pero viene un viento que lo
hace girar para el oeste. De la misma manera, el hombre puede haber estado rumbo
al infierno antes de que soplara el viento del Espíritu que le cambió el curso y causó
que se dirigiera rumbo al cielo… Así de visible es el cambio que el arrepentimiento
produce en la persona, como si fuera otra el alma que mora en el mismo cuerpo.
Para que el dejar el pecado sea legítimo tiene que reunir estas condiciones:
1. Tiene que, de todo corazón, dejar el pecado. El corazón es el primum vivens, lo
primero que vive, y tiene que ser el primum vertens, lo primero que se transforma. El
corazón es aquello por lo que el diablo más se esfuerza por dominar… En la
religión, el corazón lo es todo. Si el corazón no deja el pecado, no es más que una
mentira… Dios exige que todo el corazón deje el pecado. El verdadero
arrepentimiento no puede tener ninguna reserva o prisioneros.
2. Tiene que ser dejar todo pecado. “Deje el impío su camino” (Isa. 55:7). El que se
ha arrepentido verdaderamente deja el camino del pecado. Abandona cada
17
pecado… Aquel que esconde a un rebelde en su casa es un traidor de la nación, y el
que practica un pecado es un traidor hipócrita.
3. Tiene que ser dejar el pecado sobre un fundamento espiritual. El hombre puede
refrenarse de cometer un pecado y, no obstante, no dejar el pecado de un modo
correcto. Los actos pecaminosos pueden refrenarse por temor o designio, pero el
arrepentido auténtico deja de pecar sobre la base de principios religiosos,
específicamente, el amor a Dios… Tres hombres se preguntaban unos a otros qué
los había impulsado a dejar el pecado. El primero respondió: “Pienso en los gozos
del cielo”, el segundo dijo: “Pienso en los tormentos del infierno”, pero el tercero
dijo: “Pienso en el amor de Dios, y eso me hace abandonarlos. ¿Cómo podría yo
ofender al Dios de amor?”
De The Doctrine of Repentance (La doctrina del arrepentimiento),
reimpreso por The Banner of Truth Trust.
_______________________
Thomas Watson (c. 1620-1686): Predicador puritano inconformista y prolífico autor; muy
posiblemente nacido en Yorkshire, Inglaterra.
ARREPENTIMIENTO O FE: ¿CUÁL VIENE PRIMERO?
John Murray (1898-1975)
¿C
viene primero? ¿Fe o arrepentimiento? Es una pregunta
innecesaria, e insistir que uno es anterior al otro es en vano. No existe
una prioridad. La fe que es para salvación es una fe penitente y el
arrepentimiento que es para vida es un arrepentimiento que cree… La
interdependencia de fe y arrepentimiento puede notarse enseguida cuando
recordamos que la fe es fe en Cristo para salvación de los pecados. Pero si se dirige
la fe hacia la salvación del pecado, tiene que haber aborrecimiento por el pecado y
el anhelo de ser salvo de él. Tal aborrecimiento del pecado involucra
arrepentimiento, que esencialmente consiste en volvernos del pecado hacia Dios. Lo
recalco, si recordamos que el arrepentimiento es volvernos del pecado hacia Dios, el
volvernos hacia Dios implica fe en la misericordia de Dios tal como fue revelada en
Cristo. Es imposible desenredar la fe del arrepentimiento. La fe salvadora está
saturada de arrepentimiento y el arrepentimiento está saturado de fe. La
regeneración se expresa conforme practicamos la fe y el arrepentimiento.
El arrepentimiento consiste esencialmente de un cambio en el corazón, en la mente
y en la voluntad. El cambio en el corazón, en la mente y en la voluntad se refiere
principalmente a cuatro cosas. Es un cambio en la mente respecto a Dios, respecto a
nosotros mismos, respecto al pecado y respecto a la justicia. Sin la regeneración, nuestro
pensamiento acerca de Dios, de nosotros mismos, del pecado y de la justicia se
encuentra radicalmente pervertido. La regeneración cambia nuestro corazón y
nuestra mente. Los renueva radicalmente. Por lo tanto, sucede un cambio radical en
nuestros pensamientos y sentimientos. Las cosas viejas pasaron y todas son hechas
nuevas. Es muy importante observar que la fe que es para salvación es una fe que va
acompañada por el cambio en los pensamientos y en las actitudes. Con demasiada
frecuencia en los círculos evangélicos, particularmente en la evangelización popular,
lo trascendental del cambio que la fe simboliza no es comprendido ni apreciado.
Existen dos errores. Uno es poner la fe fuera del contexto que le da significado. El
otro es pensar en la fe en términos de una simple decisión y una, por cierto, bastante
barata. Estos errores se relacionan íntimamente y se condicionan mutuamente. El
énfasis sobre el arrepentimiento y sobre el cambio profundo de pensamiento y
sentimientos que esto involucra es precisamente lo que se necesita para corregir este
concepto de la fe, que empobrece y destruye el alma. La naturaleza del
arrepentimiento sirve para acentuar la urgencia de las cuestiones en juego en la
demanda del evangelio, el apartarse del pecado que la aceptación del evangelio
significa, y la totalmente nueva manera de ver las cosas que la fe del evangelio
imparte.
UÁL
Arrepentimiento o fe: ¿Cuál viene primero?
19
No hemos de pensar en el arrepentimiento como algo que consiste meramente de
un cambio general en la manera de pensar. Es muy particular y concreto. Y como es
un cambio en la manera de pensar con respecto al pecado, es un cambio en la
manera de pensar con respecto a pecados en particular, pecados en toda la
particularidad e individualidad que tienen nuestros pecados. Nos es muy fácil
hablar del pecado, de censurarlos, y censurar los pecados particulares de otros, y a la
vez no estar arrepentidos de nuestros propios pecados en particular. La prueba del
arrepentimiento es la autenticidad y firmeza de nuestro arrepentimiento con
respecto a nuestros propios pecados, pecados caracterizados por lo peculiarmente
insoportable que nos resultan ser. El arrepentimiento, en el caso de los
tesalonicenses, se manifestó en el hecho de que se apartaron de los ídolos para
servir al Dios viviente. Era su idolatría lo que caracterizaba la evidencia de su
enemistad con Dios, y era el arrepentimiento de esta enemistad la prueba de la
autenticidad de su fe y esperanza (1 Tes. 1:9-10).
El evangelio no es solo que por gracia somos salvos por medio de la fe, sino que es
también el evangelio de arrepentimiento. Cuando Jesús, después de su resurrección,
abrió el entendimiento de sus discípulos a fin de que pudieran comprender las
Escrituras, les dijo: “Así está escrito, y así fue necesario que el Cristo padeciese, y
resucitase de los muertos al tercer día; y que se predicase en su nombre el
arrepentimiento y el perdón de pecados en todas las naciones” (Luc. 24:46-47).
Cuando Pedro predicó a las multitudes en Pentecostés, se sintieron constreñidos a
decir: “Varones hermanos, ¿qué haremos?” Pedro respondió: “Arrepentíos, y
bautícese cada uno de vosotros en el nombre de Jesucristo para perdón de los
pecados” (Hch. 2:37-38). Más adelante, de igual manera, Pedro interpretó la
exaltación de Cristo como una exaltación en la capacidad de “Príncipe y Salvador,
para dar a Israel arrepentimiento y perdón de pecados” (Hch. 5:31). ¿Puede haber
algo que certifique con más claridad que el evangelio es el evangelio del
arrepentimiento más que el hecho de que el ministerio celestial de Jesús como
Salvador consiste en dispensar arrepentimiento para perdón de los pecados? Por lo
tanto, Pablo, cuando dio un informe de su propio ministerio a los ancianos de Éfeso,
dijo que había testificado “a judíos y a gentiles acerca del arrepentimiento para con
Dios, y de la fe en nuestro Señor Jesucristo” (Hch. 20:21). Y el escritor de la epístola a
los Hebreos indica que “el arrepentimiento de obras muertas” es uno de los primeros
principios de la doctrina de Cristo (Heb. 6:1). No puede ser de otra manera. La vida
nueva en Cristo Jesús significa que las ataduras que nos amarran al dominio del
pecado han sido rotas. El creyente está muerto al pecado por el cuerpo de Cristo, el
viejo hombre ha sido crucificado para que el cuerpo del pecado sea destruido, y de
allí en adelante no sirve al pecado (Rom. 6:2, 6). Esta ruptura con el pasado queda
registrada conscientemente al volverse del pecado a Dios “con total propósito de y
procurando una nueva obediencia”…
20
Portavoz de la Gracia • Número 203s
El arrepentimiento es lo que describe la respuesta de volverse del pecado a Dios.
Este es su carácter específico tal como es el carácter específico de la fe recibir a Cristo
y confiar exclusivamente en él para salvación. El arrepentimiento nos recuerda que si
la fe que profesamos es una fe que nos permite andar en los caminos de este mundo
corrupto de hoy, en la lascivia de la carne, la lascivia de la vista y la vanagloria de la
vida y en la comunión con las obras de tinieblas, entonces nuestra fe es una burla y un
engaño. La fe verdadera está saturada de arrepentimiento. Y así como la fe no es solo
un acto momentáneo, sino una actitud permanente de fe y confianza en el Salvador,
así también el arrepentimiento resulta en una contrición constante. El espíritu
quebrantado y el corazón contrito son señales permanentes del alma creyente… la
sangre de Cristo es el lavabo del limpiamiento inicial, pero es también la fuente a la
cual el creyente tiene que recurrir continuamente. Es en la cruz de Cristo que el
arrepentimiento tiene su comienzo; es en la cruz de Cristo que tiene que seguir
revelando sus sentimientos en las lágrimas de confesión y contrición.
De Redemption: Accomplished and Applied (Redención: Lograda y aplicada), publicado por Wm. E.
Eerdmans Publishing Company, www.eerdmans.com. Usado con permiso.
_______________________
John Murray (1898-1975): Teólogo reformado, autor de Principles of Conduct (Principios de
conducta) y muchos otros, nacido en Badbea, Sutherland County, Escocia.
CRISTO MANDÓ QUE HAYA ARREPENTIMIENTO
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
“Arrepentíos, y creed en el evangelio” (Marcos 1:15).
N
Señor Jesucristo comienza su ministerio anunciando sus mandatos
principales. Surge del desierto recién ungido, como el novio sale de su
cámara. Sus notas de amor son arrepentimiento y fe. Viene totalmente
preparado para su misión, habiendo estado en el desierto, “tentado en todo según
nuestra semejanza, pero sin pecado” (Heb. 4:15)… Oíd, oh cielos, escuchad, oh
tierra, porque el Mesías habla en la grandeza de su poder. Clama a los hijos de los
hombres: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Prestemos atención a estas
palabras, las que, igual que su Autor, están llenas de gracia y de verdad. Ante
nosotros tenemos la suma y sustancia de la totalidad de las enseñanzas de
Jesucristo, el Alfa y el Omega de todo su ministerio. Por salir de la boca de tal Ser,
en tal momento, con un poder tan singular, démosles nuestra atención más seria.
Dios nos ayude a obedecerlas desde lo más profundo de nuestro corazón.
Comenzaré diciendo que el evangelio que Cristo predicó fue claramente un
mandato: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Nuestro Señor condescendió a
razonar con nosotros. En su gracia, su ministerio con frecuencia ponía en práctica
el texto antiguo: “Venid luego, dice Jehová, y estemos a cuenta: si vuestros pecados
fueren como la grana, como la nieve serán emblanquecidos” (Isa. 1:18). Persuade a
los hombres con sus poderosos argumentos, los que debiera llevarlos a buscar la
salvación de sus almas. Sí, llama a los hombres y oh, con cuánto amor los convence
a ser sabios: “Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré
descansar” (Mat. 11:28). Ruega a los hombres. Se rebaja para ser, por así decir, un
mendigo para sus propias criaturas pecadoras, rogándoles que vengan a él.
Ciertamente, hace de esto la responsabilidad de sus siervos: “Como si Dios rogase
por medio de nosotros; os rogamos en nombre de Cristo: Reconciliaos con Dios” (2
Cor. 5:20). No obstante, recordemos, que aunque condesciende a razonar,
persuadir, llamar y rogar, el evangelio tiene en sí toda la dignidad y fuerza de un
mandato. Si hemos de predicarlo en esta época como lo hizo Cristo, tenemos que
hacerlo como un mandato de Dios, acompañado de una sanción divina que no debe
descuidarse, so pena de poner el alma en infinito peligro… “Arrepentíos” es un
mandato de Dios tanto como lo es “No hurtarás” (Éxo. 20:15). “Cree en el Señor
Jesucristo” tiene tanta autoridad divina como “Amarás al Señor tu Dios con todo tu
corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas” (Luc. 10:27).
¡No crean, oh, hombres, que el evangelio es algo opcional, que pueden optar por
aceptarlo o no! ¡No sueñen, oh pecadores, que pueden despreciar la Palabra de lo
UESTRO
22
Portavoz de la Gracia • Número 203s
Alto y no cargar con ninguna culpa! ¡No crean poder descuidarlo sin sufrir las
consecuencias! Es justamente este descuido y desprecio de ustedes lo que llenará la
medida de nuestra iniquidad. Por esto clamamos: “¿Cómo escaparemos nosotros, si
descuidamos una salvación tan grande?” (Heb. 2:3). ¡Dios manda que se arrepientan!
El mismo Dios ante quien el Sinaí tembló y se cubrió de humo, ese mismo Dios
quien proclamó la Ley con sonido de trompeta, con relámpagos y truenos, nos
habla a nosotros con más suavidad, sonido de trompeta, con truenos y relámpagos,
nos habla con suavidad y tan divinamente, por medio de su Hijo unigénito, cuando
nos dice: “Arrepentíos, y creed en el evangelio”…
Entonces, a todas las naciones sobre la tierra hagamos llegar este decreto de Dios.
Oh hombres, Jehová quien nos hizo, nos dio aliento, él, a quien hemos ofendido,
nos manda este día que nos arrepintamos y creamos en el evangelio.
Sé que a algunos hermanos no les gustará esto, pero no lo puedo remediar. Nunca
seré esclavo de ningún sistema, porque el Señor me ha librado de esta esclavitud de
hierro. Ahora soy el siervo gozoso de la verdad que nos hace libres. Ya sea que
ofenda o agrade, con la ayuda de Dios predicaré cada verdad que voy aprendiendo
de la Palabra. Sé que si algo hay escrito en la Biblia, está escrito como con un rayo
del sol: Dios en Cristo manda a los hombres que se arrepientan y crean el evangelio. Es
una de las pruebas más tristes de la depravación total del hombre el que no quiera
obedecer este mandato, sino que desprecia a Cristo y de este modo hace que su
condenación sea peor que la condenación de Sodoma y Gomorra…
Aunque el evangelio es un mandato, es un mandato de dos partes que se explican
por sí mismas. “Arrepentíos, y creed en el evangelio”. Conozco algunos muy
excelentes hermanos —Dios quisiera que hubiera más como ellos en su celo y su
amor— quienes, en su celo por predicar una fe sencilla en Cristo, han tenido un
poco de dificultad en cuanto al asunto del arrepentimiento. Conozco a algunos que
han tratado de superar la dificultad suavizando la dureza aparente de la palabra
arrepentimiento, explicándola según su equivalente griego más común, palabra que
aparece en el original de mi texto y significa “cambiar de idea”. Aparentemente
interpretan el arrepentimiento como algo menos importante de lo que nosotros
usualmente concebimos, dicen que es, de hecho, un mero cambiar de idea. Ahora
bien, sugiero a aquellos queridos hermanos que el Espíritu Santo nunca predica el
arrepentimiento como algo insignificante. El cambio de idea o comprensión del que
habla el evangelio es una obra muy profunda y seria, y no debe ser menoscabado de
manera alguna.
Además, existe otra palabra que también se usa en el griego original para
significar arrepentimiento, aunque con menos frecuencia, lo admito. No obstante,
es usada. Significa “un cuidado posterior”, que incluye algo más de tristeza y
ansiedad que lo que significa cambiar de idea. Tiene que haber tristeza por el
pecado y aborrecimiento hacia él en el verdadero arrepentimiento, de no ser así
Cristo mandó que haya arrepentimiento
23
leemos la Biblia con poco provecho… Arrepentirse sí significa cambiar de idea.
Pero es un cambio total en la comprensión y en todo lo que hay en la mente, de
modo que incluye una iluminación, sí, una iluminación del Espíritu Santo. Creo
que incluye un descubrimiento de la iniquidad y un aborrecimiento por ella, sin lo
cual no puede haber un arrepentimiento auténtico. Opino que no debemos
subestimar al arrepentimiento. Es una gracia bendita de Dios el Espíritu Santo, y
es absolutamente necesaria para salvación.
El mandato es muy fácil de entender. Consideremos, primero, el arrepentimiento. Es
bastante seguro que sea cual sea el arrepentimiento aquí mencionado, es un
arrepentimiento totalmente enlazado con la fe. Por lo tanto, obtenemos la
explicación de qué debe ser el arrepentimiento por su vínculo con el próximo
mandato: “creed en el evangelio”… Recuerden, entonces, que ningún
arrepentimiento es digno de tener que no sea totalmente consecuente con la fe en
Cristo. Un santo anciano en su lecho de enfermo usó esta notable expresión:
“Señor, húndeme en el arrepentimiento tan bajo como el infierno, pero” —y aquí
va lo hermoso— “elévame en fe tan alto como el cielo”. Ahora bien, ¡el
arrepentimiento que hunde al hombre tan bajo como el infierno de nada vale si no
está la fe que también lo eleva tan alto como el cielo! Los dos son totalmente
consecuentes, el uno con el otro. Alguien puede sentir desprecio y abominación por
sí mismo, y a la vez, saber que Cristo puede salvarlo y lo ha salvado. De hecho, así
es como viven los verdaderos cristianos. Se arrepienten tan amargamente por el
pecado como si supieran que deberían ser condenados por él, pero se regocijan
tanto en Cristo como si el pecado no fuera nada.
¡Oh, qué bendición es saber dónde se encuentran estas dos líneas, el desnudarnos
de arrepentimiento y vestirnos de fe! El arrepentimiento que expulsa el pecado
como un inquilino malvado y la fe que da entrada a Cristo como el único Soberano
del corazón; el arrepentimiento que purga el alma de las obras muertas y la fe que
llena el alma con obras vivientes; el arrepentimiento que tira abajo y la fe que
levanta; el arrepentimiento que desparrama las piedras y la fe que agrupa las
piedras; el arrepentimiento que establece un tiempo para llorar y la fe que ofrece un
tiempo para danzar. Estas dos cosas unidas componen la obra de gracia interior por
medio de la cual las almas de los hombres son salvas. Sea pues declarado como una
gran verdad, escrita muy claramente en nuestro texto: el arrepentimiento que
tenemos que predicar es uno conectado con la fe. Siendo así, podemos predicar a
una el arrepentimiento y la fe sin ninguna dificultad…
Esto me lleva a la segunda mitad del mandato, el cual es: “Creed en el evangelio”.
Fe significa confianza en Cristo. Ahora bien, debo volver a recalcar que algunos han
predicado tan bien y tan completamente esta confianza en Cristo que no puedo
menos que admirar su fidelidad y bendecir a Dios por ellos. No obstante, hay una
dificultad y un peligro. Puede ser que en la predicación de una simple confianza en
24
Portavoz de la Gracia • Número 203s
Cristo como el medio de salvación, dejen de recordar al pecador que ninguna fe
puede ser auténtica a menos que esté íntimamente consistente con el
arrepentimiento de pecados del pasado. Me parece a mí que mi texto indica que:
Ningún arrepentimiento es verdadero si no se compromete con la fe; ninguna fe es
verdadera si no está relacionada con un arrepentimiento honesto y sincero debido a
los pecados del pasado. Por lo tanto, queridos amigos, aquellos que tienen una fe
que permite que no tomen en serio los pecados cometidos en el pasado, tienen la fe
de los demonios, no la fe de los escogidos de Dios… Los hombres que tienen una fe
que los deja vivir de manera despreocupada en el presente, que dicen: “Bueno, soy
salvo simplemente por fe”, y luego se sientan con los ebrios, o están parados en el
bar con los bebedores de bebidas fuertes, o andan con compañías mundanas y
disfrutan de los placeres y las lascivias de la carne, los tales son mentirosos; no
tienen la fe que salva el alma. Tienen una hipocresía engañadora, no tienen una fe
que los lleve al cielo.
Y luego, hay otros que tienen una fe que no los lleva a aborrecer el pecado.
Observan los pecados de otros sin ningún tipo de vergüenza. Es cierto que no
harían lo que otros hacen, pero pueden divertirse viendo lo que hacen. Disfrutan de
los vicios de otros, se ríen de los chistes profanos y sonríen ante su vocabulario
burdo. No corren del pecado como de una serpiente, no lo detestan como al asesino
de su mejor amigo. No, juegan con él. Lo excusan. Cometen en privado lo que en
público condenan. Llaman pequeños errores o defectos a las ofensas graves. En los
negocios, se encojen de hombros cuando ven desviaciones de lo recto y las
consideran meramente cosas del trabajo, la realidad siendo que tienen una fe que se
sienta codo a codo con el pecado, y comen y beben en la misma mesa con la
impiedad. ¡Oh! Si alguno de ustedes tiene una fe así, pido a Dios que la transforme
de principio a fin. ¡No les sirve para nada! Cuanto antes sean limpiados de ella,
mejor será para ustedes, porque cuando este fundamento arenoso sea arrasado por
la corriente, quizá comiencen a edificar sobre la Roca.
Mis queridos amigos, quiero ser sincero en cuanto a la condición de sus almas, y,
aplicar el bisturí al corazón de cada uno. ¿En qué consiste el arrepentimiento de
ustedes? ¿Tienen un arrepentimiento que los lleva de mirarse a sí mismos a mirar a
Cristo únicamente? Por otro lado, ¿tienen esa fe que los lleva al verdadero
arrepentimiento? ¿A odiar la idea misma del pecado? ¿De tal modo que al ídolo más
querido que han conocido, sea lo que sea, lo quieran destronar para poder adorar a
Cristo y únicamente a Cristo? Estén seguros de que nada de esto les servirá al final.
Un arrepentimiento y una fe de cualquier otro tipo pueden satisfacerles ahora, tal
como a los niños les satisface una golosina. Pero cuando estén en su lecho de
muerte y vean la realidad de las cosas, se sentirán compelidos a decir que son falsos
y un refugio de mentiras. Encontrarán que han sido meramente tapados con cal,
que se han dicho a sí mismos: “Paz, Paz”, cuando no había nada de paz.
Cristo mandó que haya arrepentimiento
25
Nuevamente lo repito con las palabras de Cristo: “Arrepentíos, y creed en el
evangelio”. Confíen en Cristo para que los salve, laméntense de que necesitan ser
salvos, y lloren porque esta necesidad ha expuesto al Salvador a la vergüenza, a
sufrimientos espantosos y a una muerte terrible.
De un sermón predicado el domingo por la mañana del 13 de julio, 1862,
en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
_______________________
Charles H. Spurgeon (1834-1892): Bautista británico influyente; la colección de sus sermones
llena 63 tomos y contiene entre 20 y 25 millones de palabras, la serie de libros más grandes de
un solo autor en la historia del cristianismo. Nacido en Kelvedon, Essex, Inglaterra.
La necesidad de arrepentimiento es otra premisa fundamental de la fe cristiana, y es también
una de las verdades que más ofende a las personas. Hablar de arrepentimiento enfurece a la
gente de hoy, tanto como lo hizo entre los gobernantes en Jerusalén. No existe diferencia alguna
en este sentido entre el siglo I y el actual. El hecho de que el mensaje de arrepentimiento sea
considerado como un gran insulto es una prueba más de ese fariseísmo fatal que siempre es el
obstáculo más grande para aceptar el mensaje del evangelio (David Martyn Lloyd-Jones).
Arrepentimiento es volverse del pecado a Dios, por medio de Jesucristo; y fe es aceptar a
Cristo a fin de volver a Dios. De modo que quien cree, se arrepiente, y quien se arrepiente, cree
(Charles Hodge).
PECADO, PECADORES Y ARREPENTIMIENTO
John Gill (1697-1771)
E
L OBJETO DEL ARREPENTIMIENTO ES EL PECADO.
Por lo tanto, se denomina
“arrepentimiento de obras muertas” (Heb. 6:1), lo cual son los pecados. De
esto, la sangre de Cristo limpia la conciencia del pecador arrepentido y le da
paz y perdón (Heb. 9:14). Y,
(1) Primero, es necesario arrepentirse no solo de los pecados más terribles, sino
también de los más pequeños. Existen diferencias en los pecados. Algunos son
mayores, otros menores (Juan 19:11). De ambos hay que arrepentirse. Los pecados
contra la primera y la segunda tabla de la Ley: pecados más directamente contra
Dios, y pecados contra los hombres. Algunos contra los hombres son más atroces y
enormes que otros, al igual que los que son contra Dios, como ser: adorar a los
demonios e ídolos de oro y plata, etc., y homicidios, brujerías, fornicaciones y
robos… Y no solo eso, sino también de pecados menores hay que arrepentirse, hasta
de los pensamientos pecaminosos, porque “el pensamiento del necio es pecado”
(Prov. 24:9)… El pecador tiene que arrepentirse de sus pensamientos y apartarse de
ellos, tal como el impío de sus caminos, y volverse al Señor. No solo hay que
arrepentirse de pensamientos impuros, soberbios, maliciosos, envidiosos y
vengativos, sino aun de los pensamientos que buscan justificación1 ante Dios sobre
la base de la justicia del hombre, a lo cual puede estar refiriéndose el texto (Isa.
55:7).
(2) Segundo, es necesario arrepentirse no solo de los pecados públicos sino
también de los privados. Algunos pecados son cometidos de un modo muy público, a
la luz de día, y todos los conocen. Otros son más secretos. El verdadero pecador
sensible2 de sus pecados… se arrepiente de ellos con todo su ser, hasta de los
pecados desconocidos por todos, excepto Dios y su propia alma. Esto es una prueba
de la autenticidad de su arrepentimiento.
(3) Tercero, existen pecados de omisión al igual que de comisión de los cuales
hay que arrepentirse. Cuando alguien excluye las cuestiones más importantes de la
religión y solo se ocupa de las menores, cuando debió haber hecho lo primero sin
haber dejado de hacer lo segundo; y debido a que Dios perdona ambos (Isa. 43:2225), de ambos hay que arrepentirse. Sentir su gracia perdonadora impulsará al
pecador sensato a hacerlo.
1
justificación – La justificación es un acto de la gracia de Dios, por la cual perdona todos nuestros
pecados y nos acepta como justos delante de él solo por la justicia de Cristo imputada a nosotros y
recibida solo por fe (Catecismo de Spurgeon, P 32).
2
sensible – vivificado; consciente intelectual o emocionalmente; consciente.
Pecado, pecadores y arrepentimiento
27
(4) Cuarto, existen pecados que son cometidos en el culto más solemne, serio,
religioso y santo del pueblo de Dios, de los cuales hay que arrepentirse. No existe
justo que haga lo bueno y que no peque en eso bueno que hace. Hay no solo una
imperfección, sino una impureza en la mejor rectitud y justicia de los santos las
cuales son sus propias acciones y por lo tanto se las llama “trapo de inmundicia”
(Isa. 64:6)…
(5) Quinto, existen pecados del diario vivir de los cuales hay que arrepentirse.
Nadie vive sin pecado. Aun el mejor de los hombres lo comete cotidianamente.
Todos ofendemos de muchas maneras, y también en todas las cosas. Así como
necesitamos orar y somos guiados a orar diariamente pidiendo el perdón de los
pecados, necesitamos arrepentirnos de ellos diariamente… Tiene que ser algo
practicado continuamente por los creyentes, debido a que pecan continuamente
contra Dios con el pensamiento, las palabras y las acciones.
(6) Sexto, no solo hay que arrepentirse de pecados reales y transgresiones del
pensamiento, las palabras y las acciones, sino también del pecado original3 que mora
en nosotros. Por eso David, cuando cometió pecados terribles y fue llevado a un
auténtico sentimiento de sincero arrepentimiento por ellos, no solo los confesó en el
salmo de arrepentimiento que escribió en esa ocasión, sino que fue guiado a notar,
reconocer y lamentarse de la corrupción original de su naturaleza. De esto se
originaban todas sus acciones pecaminosas: “He aquí, en maldad he sido formado”
(Sal. 51:5)… Ahora bien, cuando un pecador sensible confiesa, lamenta y sufre por la
corrupción original de su naturaleza y del pecado que mora en él, es una indicación
clara de que su arrepentimiento es auténtico y sincero…
EN SEGUNDO LUGAR, EL TEMA DEL ARREPENTIMIENTO GIRA ALREDEDOR DE LOS
PECADORES Y SOLO TALES. Adán, en un estado de inocencia, no estaba sujeto al
arrepentimiento. No habiendo pecado, no tenía ningún pecado del cual
arrepentirse. Los tales, que en su propia opinión son perfectamente justos y sin
pecado, no necesitan arrepentirse. Por lo tanto, Cristo dice: “No he venido a llamar
a justos, sino a pecadores, al arrepentimiento” (Mat. 9:13; Luc. 15:7). Ahora bien,
(1) Todos los hombres son pecadores, todos descendientes de Adán. Toda su
posteridad, estando seminalmente4 en él y representada por él cuando pecó, peca en
él. A todos les es imputado su pecado y de él derivan una naturaleza corrupta. Por lo
tanto, son transgresores desde la matriz y son todos culpables de pecados y
transgresiones concretos. Por lo tanto, todos necesitan arrepentirse, aun los que se
creen que son justos y desprecian a los demás como menos santos que ellos mismos.
Estos creen que no necesitan arrepentirse, pero sí necesitan hacerlo. Y no solo ellos,
3
pecado original – Lo pecaminoso del estado en que cayó el hombre consiste de la culpabilidad del
primer pecado de Adán, la falta de justicia original y la corrupción de toda su naturaleza,
comúnmente denominada pecado original, junto con todas las transgresiones concretas que proceden
de ella (Catecismo de Spurgeon P 17).
28
Portavoz de la Gracia • Número 203s
sino los que son justos en el mejor sentido de la palabra necesitan arrepentirse
cotidianamente, dado que continuamente pecan en todo lo que hacen.
(2) Los hombres de todas las naciones, judíos y gentiles, deben arrepentirse.
Todos pecan, se encuentran bajo el poder del pecado, son culpables de él y por él les
corresponde ser castigados. Dios mandó “a todos los hombres en todo lugar, que se
arrepientan” (Hch. 17:30). Durante el tiempo de Juan el Bautista y de nuestro
Señor sobre la tierra, la doctrina del arrepentimiento era predicada solo a los
judíos. Pero después de su resurrección, Cristo instruyó y ordenó a sus apóstoles
“que se predicase en su nombre el arrepentimiento y el perdón de pecados en todas
las naciones, comenzando desde Jerusalén” (Luc. 24:47). En consecuencia, los
apóstoles primero exhortaron a los judíos y luego a los gentiles que se arrepintieran.
Y particularmente el apóstol Pablo testificó “a judíos y a gentiles acerca del
arrepentimiento para con Dios”, al igual que “de la fe en nuestro Señor Jesucristo”
(Hch. 20:21).
(3) Los hombres son el tema del arrepentimiento solo en la vida presente.
Cuando esta vida se acabe, acaba la dispensación del evangelio, y cuando Cristo
vuelva, la puerta del arrepentimiento, al igual que la de la fe, se cerrará. No se
encontrará ningún lugar para hacerlo, ninguna oportunidad, ningún medio, ni
nadie capaz de hacerlo. En cuanto a los santos en el cielo, no lo necesitan, ya que
están completamente sin pecado. En cuanto a los impíos en el infierno, se
encuentran en total desamparo y sin la capacidad de arrepentirse para vida…
porque aunque allí hay llanto y lamentos, no hay arrepentimiento. Es por eso que el
rico en el infierno estaba tan ansioso de que Lázaro fuera enviado a sus hermanos
en vida, con la esperanza de que se arrepentirían si alguien ya muerto les llegara
para advertirles acerca del lugar de tormento. Él sabía que nunca lo harían, si no en
la vida presente, antes de llegar al lugar donde él estaba. Por lo tanto, el
arrepentimiento no debe dejarse para mañana.
De A Complete Body of Doctrinal Divinity Deduced from Sacred Scripture (Un volumen
completo de divinidad doctrinal deducido de las Sagradas Escrituras).
_______________________
John Gill (1697-1771): Pastor, teólogo y erudito bíblico bautista; nacido en Kettering,
Northamptonshire, Inglaterra.
LOS FRUTOS DEL ARREPENTIMIENTO
Arthur W. Pink (1886-1952)
C
el fin de ayudar al lector preocupado a identificar el verdadero
arrepentimiento, consideremos los frutos que demuestran un arrepentimiento según Dios.
1. Un aborrecimiento auténtico por el pecado como pecado, no meramente por
sus consecuencias. Un aborrecimiento no solo por este o aquel pecado, sino por
todo pecado, y particularmente por la raíz misma: contumacia. “Así dice Jehová el
Señor: Convertíos, y volveos de vuestros ídolos, y apartad vuestro rostro de todas
vuestras abominaciones” (Eze. 14:6). El que no aborrece el pecado, lo ama. La
demanda de Dios es: “y os aborreceréis a vosotros mismos a causa de todos vuestros
pecados que cometisteis” (Eze. 20:43). El que realmente se ha arrepentido puede
decir honestamente: “He aborrecido todo camino de mentira” (Sal. 119:104). El
mismo que en el pasado creía que vivir una vida santa era una cosa lúgubre, piensa
muy distinto ahora. El que anteriormente considerara una vida de
autocomplacencia como atractiva, ahora la detesta y se ha propuesto dejar todo
pecado para siempre. Este es el cambio de manera de pensar que Dios requiere.
2. Un dolor profundo por haber pecado. El arrepentimiento de tantos, que no
salva, es principalmente una angustia ocasionada por una aprensión de la ira
divina. En cambio, el arrepentimiento evangélico produce un dolor profundo que
nace del sentido de haber ofendido a un Ser tan infinitamente excelente y glorioso
como lo es Dios. El uno es el efecto del temor, el otro del amor. El uno es solo por
poco tiempo, el otro es una práctica habitual para toda la vida. Muchos están llenos
de pesar y remordimiento por una vida desaprovechada, pero aun así no tienen un
dolor agudo en el corazón por su ingratitud y rebelión contra Dios. En cambio, el
alma regenerada se duele hasta el alma por haber hecho caso omiso y haberse
opuesto a su gran Benefactor y legítimo Soberano. Este es el cambio de corazón que
Dios requiere.
“Fuisteis contristados para arrepentimiento; porque habéis sido contristados
según Dios..., porque la tristeza que es según Dios produce arrepentimiento para
salvación” (2 Cor. 7:9-10). Tal contrición es producida en el corazón por el Espíritu
Santo y tiene a Dios como su objeto. Es dolor por haber despreciado a un Dios tal,
por haberse rebelado contra su autoridad y haber sido indiferente hacia su gloria.
Es esto lo que causa que lloremos “amargamente” (Mat. 26:75). El que no se ha
entristecido por el pecado siente placer en él. Dios requiere que “aflijamos” nuestra
alma (Lev. 16:29). Su llamado es: “Convertíos a mí con todo vuestro corazón, con
ayuno y lloro y lamento. Rasgad vuestro corazón, y no vuestros vestidos, y
ON
30
Portavoz de la Gracia • Número 203s
convertíos a Jehová vuestro Dios; porque misericordioso es y clemente” (Joel 2:1213). Solo esa aflicción por el pecado es auténtica causando que crucifiquemos “la
carne con sus pasiones y deseos” (Gál. 5:24).
3. Confesión de pecado. “El que encubre sus pecados no prosperará” (Prov.
28:13). Es “segunda naturaleza” del pecador negar sus pecados, directa o
indirectamente, restarles importancia o excusarlos. Eso hicieron Adán y Eva en el
principio. Pero cuando el Espíritu Santo obra en un alma, sus pecados son
expuestos a la luz, y él, a su vez, los reconoce ante Dios. No hay alivio para el
corazón quebrantado hasta que lo hace: “Mientras callé, se envejecieron mis huesos.
En mi gemir todo el día. Porque de día y de noche se agravó sobre mí tu mano; se
volvió mi verdor en sequedades de verano” (Sal. 32:3-4). Reconocer francamente y
con corazón contrito nuestros pecados es imperativo si hemos de mantener en paz
nuestra conciencia. Este es el cambio de actitud que Dios requiere.
4. Dejar definitivamente el pecado. “Seguramente no habrá nadie aquí tan
aturdido por el láudano1 de una indiferencia infernal como para imaginar que
puede deleitarse en sus lascivias y después usar las vestiduras blancas de los
redimidos en el Paraíso. Si se imaginan ustedes que pueden ser partícipes de la
sangre de Cristo, y a la vez beber de la copa de Belial; si se imaginan que pueden ser
miembros de Satanás y a la vez miembros de Cristo, tienen menos inteligencia de la
que parecen tener. No, ustedes saben que la mano derecha tiene que ser amputada y
el ojo derecho arrancado —que tienen que renunciar a los pecados más queridos—
si van a entrar en el reino de Dios” (de Spurgeon sobre Lucas 12:24).
El Nuevo Testamento usa tres palabras griegas para presentar diferentes fases del
arrepentimiento. Primero, metanoeo, que significa “un cambio en la manera de
pensar” (Mat. 3:2; Mar. 1:15, etc.). Segundo, metanolomai, que significa “un cambio
en la manera de sentir” (Mat. 21:29, 32; Heb. 7:21). Tercero, metanoia, que significa
“un cambio en la manera de vivir” (Mat. 3:8; 9:13; Hch. 20:21). Tienen que darse los
tres para que haya un arrepentimiento auténtico. Muchos experimentan un cambio
en su manera de pensar: son educados y saben la diferencia entre el bien y el mal,
pero siguen desobedeciendo a Dios. Algunos hasta se sienten inquietos o les
remuerde la conciencia, pero siguen en pecado. Algunos se reforman, pero no por
amor a Dios y aborrecimiento por el pecado. Tienen que darse los tres.
“El que encubre sus pecados no prosperará; mas el que los confiesa y se aparta
alcanzará misericordia” (Prov. 28:13). El que no lo anhela de todo corazón y deja,
cada vez más, sus malos caminos en su diario vivir, no se ha arrepentido. Si yo
realmente aborrezco el pecado y me duelo por él, ¿acaso no lo abandonaré? ¡Fíjese
cuidadosamente en la frase “en otro tiempo” de Efesios 2:2 y el “éramos” de Tito 3:3!
“Deje el impío su camino, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a
1
láudono – solución de opio y alcohol, usada en la antigüedad para calmar el dolor.
Los frutos del arrepentimiento
31
Jehová, el cual tendrá de él misericordia” (Isa. 55:7). Este es el cambio en la manera
de vivir que Dios requiere.
5. Acompañado de restitución donde es necesario y posible. Ningún
arrepentimiento puede ser auténtico si no va acompañado por una transformación
total de la vida. La oración del alma auténticamente arrepentida es: “Crea en mí, oh
Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí” (Sal. 51:10). Y
cuando uno realmente anhela estar bien con Dios, anhela estarlo también con sus
prójimos. Aquel que en su vida pasada ha agraviado a alguien, y ahora no hace todo
lo que esté dentro de su alcance para reparar el mal que hizo, ¡por cierto no se ha
arrepentido! John G. Paton cuenta cómo después de que cierto sirviente se
convirtió, ¡lo primero que hizo fue devolverle a su amo todos los artículos que le
había robado!
6. Estos frutos son permanentes. Porque el verdadero arrepentimiento va
precedido por una comprensión de la hermosura y excelencia del carácter divino y
una aprehensión por lo extremadamente grave del pecado de haber tratado con
desprecio a un Ser tan infinitamente glorioso, la contrición y el aborrecimiento
hacia toda impiedad permanecen. Al ir creciendo en la gracia y en el conocimiento
del Señor, y de nuestra deuda y responsabilidades para con él, nuestro
arrepentimiento se profundiza, nos juzgamos a nosotros mismos más a fondo, y
asumimos un lugar cada vez más bajo ante él. Cuanta más sed tiene el corazón por
un andar más íntimo con Dios, más descartaremos todo lo que lo impide.
7. No obstante, el arrepentimiento nunca es perfecto en esta vida. Nuestra fe
nunca es tan completa como para llegar al punto en que el corazón ya no es acosado
por las dudas. Y nuestro arrepentimiento nunca es tan puro como para estar
totalmente libre de la dureza del corazón. El arrepentimiento es un acto de por
vida. Tenemos que orar diariamente pidiendo un arrepentimiento más profundo.
En vista de todo lo dicho, confiamos que ahora le sea muy claro a todo lector
imparcial de que aquellos predicadores que repudian el arrepentimiento son, para
las almas perdidas, “médicos que no valen nada”. Los que omiten de su predicación
el arrepentimiento están predicando “un evangelio diferente” (Gál. 1:6) que el que
Cristo (Marc. 1:15; 6:12) y sus apóstoles (Hch. 17:30; 20:21) proclamaron. El
arrepentimiento es una responsabilidad evangélica, aunque no se puede confiar en
ella porque no contribuye nada para salvación. Los que nunca se han arrepentido
siguen estando engañados por el diablo (2 Tim. 2:25-26) y están atesorando para sí
ira para el día de ira (Rom. 2:4-5).
“Si, por lo tanto, los pecadores han de tomar el camino más sabio a fin de ser más
aptos para el uso de los medios de gracia, tienen que procurar seguir los designios
de Dios y las influencias del Espíritu, y esforzarse por ver y sentir su estado
pecaminoso, culpable y perdido. Para este fin tienen que renunciar a las malas
compañías, desistir de sus pasatiempos desmedidamente mundanos, abandonar
32
Portavoz de la Gracia • Número 203s
todo lo que tiende a mantenerlos en pecado y que apaga las acciones del Espíritu, y
hacia estos fines tienen que leer, meditar y orar; comparándose con la Ley santa de
Dios, tratando de verse a sí mismos como Dios los ve, y emitirse el mismo juicio
que él les emite, a fin de estar capacitados para aprobar de la Ley y admirar la
gracia del evangelio, de juzgarse a sí mismos y apelar humildemente a la gracia de
Dios a través de Jesucristo para todas las cosas, y por medio de él, volver a Dios”2.
Un resumen de lo antedicho puede ser provechoso para algunos: 1. El
arrepentimiento es una responsabilidad evangélica, y ningún predicador merece ser
considerado siervo de Cristo si guarda silencio sobre el tema (Luc. 24:47). 2. El
arrepentimiento es requerido por Dios en esta dispensación (Hch. 17:30) al igual
que en todas las anteriores. 3. El arrepentimiento de ninguna manera constituye un
mérito, no obstante, sin él no se puede creer para salvación (Mat. 21:32; Mar. 1:15).
4. El arrepentimiento es una comprensión dada por el Espíritu de lo
extremadamente grave del pecado y de ponerse del lado de Dios y en contra de sí
mismo. 5. El arrepentimiento presupone una aprobación total de la Ley de Dios y
un consentimiento pleno de sus requerimientos justos, los cuales se resumen todos
en: “Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón...” 6. El arrepentimiento va
acompañado de un auténtico aborrecimiento y dolor por el pecado. 7. El
arrepentimiento se evidencia por la renuncia al pecado. 8. El arrepentimiento se
reconoce por su permanencia, tiene que haber un rechazo continuo del pecado y
dolor por él cada vez que uno cae. 9. El arrepentimiento, aunque permanente,
nunca es completo ni perfecto en esta vida. 10. El arrepentimiento debe buscarse
como un don de Cristo (Hch. 5:31).
De Repentance: What Saith the Scriptures? (Arrepentimiento: ¿Qué dicen las Escrituras?), reimpreso y
disponible de Chapel Library.
_______________________
Arthur W. Pink (1886-1952): Pastor, maestro itinerante de la Biblia; autor de The Sovereignty of
God (La soberanía de Dios), Studies in the Scriptures (Estudios en las Escrituras) y muchos más;
nacido en Nottingham, Inglaterra.
2
Joseph Bellamy (1719-1790) – pastor congregacionalista de Nueva Inglaterra y predicador
evangelístico durante el Gran Despertar.
EXAMEN DE NUESTRO ARREPENTIMIENTO
Thomas Watson (c. 1620-1686)
S
alguno dice que se ha arrepentido, le insto a probarse seriamente a sí mismo
por los siete… efectos del arrepentimiento que el Apóstol consigna en 2
Corintios 7:11.
1. Solicitud: La palabra griega significa solícita diligencia o cuidadoso rechazo de
toda tentación a pecar. El verdadero arrepentido huye del pecado como lo hizo
Moisés de la serpiente.
2. Defensa: La palabra griega es apología. El sentido es este: aunque seamos muy
solícitos, sin embargo, por el poder de la tentación, podemos caer en pecado. Aquí
en este caso, el alma arrepentida no permitirá que el pecado se quede como una
llaga purulenta en su conciencia, más bien se juzga a sí misma por su pecado.
Derrama lágrimas delante del Señor. Implora misericordia en el nombre de Cristo
y nunca se conforma hasta recibir su perdón. Aquí es quitada la culpa de su
conciencia y puede presentar una apología de sí misma contra Satanás.
3. Indignación: El espíritu del que se arrepiente del pecado hierve, como le hierve
la sangre cuando se encuentra con alguien que aborrece con todo su ser. La
indignación es estar angustiado de corazón por el pecado. El arrepentido está
disgustado consigo mismo. David se denomina a sí mismo… torpe y bestia (Sal.
73:22). Dios nunca está más contento con nosotros que cuando estamos disgustados
con nosotros mismos por nuestro pecado.
4. Temor: Un corazón tierno es siempre un corazón tembloroso. El arrepentido ha
sentido la amargura del pecado. Esta avispa le ha picado y ahora, teniendo la
esperanza de que está reconciliado con Dios, no se acerca más al pecado. El alma
arrepentida está llena de temor. Teme perder el favor de Dios, lo cual es mejor que
la vida misma. Tiene temor de que le falte diligencia, que no alcance salvación.
Tiene miedo de que después de que su corazón se ha ablandado, las aguas del
arrepentimiento se congelen y vuelva a endurecerse en el pecado: “Bienaventurado
el hombre que siempre teme” (Prov. 28:14)… La persona arrepentida teme y no
peca; la persona sin la gracia peca y no teme.
5. Ardiente afecto: En el griego original, esta expresión tiene la connotación de un
“fuerte deseo”. Así como una salsa agria abre el apetito, las hierbas amargas del
arrepentimiento agudizan el deseo. Pero, ¿qué desea el arrepentido? Desea más
poder contra el pecado y ser librado de él. Es cierto, se ha librado de Satanás, pero
anda como un prisionero que se ha escapado de la cárcel con cadenas en los pies.
No puede caminar con libertad y rapidez en los caminos de Dios. Desea, pues, que
las cadenas del pecado le sean quitadas. Quiere ser libre de corrupción. Clama con
I
34
Portavoz de la Gracia • Número 203s
Pablo: “¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Rom. 7:24). En pocas
palabras, desea estar con Cristo, y que todo gire alrededor de él.
6. Celo: Es apropiado que deseo y celo se coloquen juntos para mostrar que el
deseo ardiente se plasma en labores realizadas con celo. ¡Cómo se ocupa el
arrepentido del tema de la salvación! ¡Cómo toma el reino de los cielos por fuerza
(Mat. 11:12)! El celo impulsa a buscar la gloria. El celo, al encontrarse ante alguna
dificultad, se hace más audaz ante la oposición y pisotea el peligro. El celo hace que
el alma arrepentida persista con dolor espiritual contra todo desaliento y oposición,
vengan de donde vengan. El celo eleva al hombre más allá de sí mismo para gloria
de Dios. Pablo, antes de su conversión, actuaba enfurecido en contra de los santos
(Hch. 26:11). Después de su conversión lo juzgaban como un loco por Cristo: “Estás
loco, Pablo” (Hch. 26:24). Pero lo suyo era celo, no locura. El celo anima al espíritu
y al deber. Causa fervor en la religión, lo cual es para la religión lo que el fuego es
para sacrificio (Rom. 12:11). Así como el temor es un freno para el pecado, el celo es
una espuela para la responsabilidad.
7. Vindicación: El verdadero arrepentido persigue sus pecados con santa malicia.
Quiere la muerte de ellos como Sansón se vindicó de los filisteos por la pérdida de
sus ojos. Usa sus pecados como los judíos usaron a Cristo. Les da hiel y vinagre
para beber. Crucifica sus lascivias (Gál. 5:24). El verdadero hijo de Dios busca
vindicarse sobre todo de aquellos pecados que han deshonrado más a Dios… David,
por pecado, mancilló su lecho; después, arrepentido, regó su lecho con lágrimas.
Israel había pecado por su idolatría, y después hasta profanaron a sus ídolos:
“Entonces profanarás la cubierta de tus esculturas de plata” (Isa. 30:22)… Las
mujeres israelitas que se habían estado vistiendo durante horas y habían abusado
de sus espejos dominadas por su orgullo, ofrecieron sus espejos para el uso y
servicio del tabernáculo de Dios (Éxo. 38:8). Entonces, esos conjuradores que
usaban curiosas artes o magia… en cuanto se arrepentían, traían sus libros, y para
su vindicación, los quemaban (Hch. 19:19).
Estos son los frutos y productos benditos del arrepentimiento. Si podemos
encontrar uno de estos en nuestra alma, hemos alcanzado aquel arrepentimiento
del cual nunca hay que arrepentirse (2 Cor. 7:10).
De The Doctrine of Repentance (La doctrina del arrepentimiento),
reimpreso por The Banner of Truth Trust.
EL MOTIVO PRINCIPAL PARA EL
ARREPENTIMIENTO
Charles H. Spurgeon (1834-1892)
“Y mirarán a mí, a quien traspasaron” (Zacarías 12:10).
L
A SENSIBILIDAD DIVINA QUE HACE QUE LOS HOMBRES SE AFLIJAN POR HABER
PECADO SURGE DE UNA OPERACIÓN DIVINA.
No está en el hombre caído
renovar su propio corazón. ¿Puede el adamantino1 convertirse en cera o el
granito ablandarse hasta llegar a ser barro? Solo él, que extiende el cielo y pone el
fundamento de la tierra, puede formar y reformar desde adentro el espíritu del
hombre. El poder para que la roca de nuestra naturaleza fluya con ríos de
arrepentimiento no radica en la roca misma. El poder radica en el Espíritu
omnipotente de Dios… Cuando trata con la mente humana por medio de sus
operaciones secretas y misteriosas, la llena de nueva vida, percepción y emoción.
“Dios me debilita el corazón”, dijo Job (Job 23:16, Reina Valera Contemporánea); y,
en el mejor sentido de la palabra, esto es verdad. El Espíritu Santo nos ablanda
como cera, de manera que puede grabar en nosotros su sello sagrado... Pero ahora
paso al núcleo y meollo de nuestro tema—
LA SENSIBILIDAD DE CORAZÓN Y AFLICCIÓN POR EL PECADO DE HECHO ES
CAUSADA POR UNA MIRADA DE FE AL HIJO DE DIOS QUE FUE TRASPASADO. El
verdadero dolor por el pecado no viene sin el Espíritu de Dios. Pero aun el Espíritu
de Dios mismo no obra sino por medio de llevarnos a mirar a Jesús el crucificado.
No existe un verdadero pesar por el pecado hasta que la mirada se pose en Cristo…
Oh alma, cuando te acercas a mirar al que todos los ojos debieran mirar, a aquel
que fue traspasado, entonces tus ojos comienzan a llorar por aquello que los ojos
debieran llorar, ¡el pecado que dio muerte a tu Salvador! No existe el
arrepentimiento salvador a menos que esté a la vista de la cruz… El
arrepentimiento evangélico y ningún otro, es el arrepentimiento aceptable. La
esencia del arrepentimiento evangélico es que posa su mirada en él, a quien hirió
con su pecado… Ten por seguro que por dondequiera que el Espíritu Santo
realmente se acerque, siempre conduce al alma a mirar a Cristo. Hasta ahora nadie
ha recibido el Espíritu de Dios para salvación, a menos que lo haya recibido por
haber sido llevado a mirar a Cristo y a afligirse por el pecado.
La fe y el arrepentimiento nacen juntos, viven juntos y prosperan juntos. ¡No separe el
hombre lo que Dios ha juntado! Nadie puede arrepentirse del pecado sin creer en
1
adamantino – una piedra que antes se creía impenetrable por su dureza.
36
Portavoz de la Gracia • Número 203s
Jesús ni creer en Jesús sin arrepentirse de su pecado. Acuda entonces con amor a él
quien sangró por usted en la cruz, porque al hacerlo encontrará perdón y será
maleable en sus manos. Qué maravillo es que todas nuestras impiedades son
remediadas por esa única receta: “Mirad a mí, y sed salvos, todos los términos de la
tierra” (Isa. 45:22). No obstante, nadie mirará hasta que el Espíritu de Dios lo
impulse a hacerlo. No obra en nadie para salvación a menos que se someta a sus
influencias y pose su vista en Jesús…
La mirada que nos bendice con el fin de ablandar el corazón es una que ve a Jesús como
aquel que fue traspasado. Quiero comentar esto por una razón. No es mirar a Jesús
como Dios lo único que afecta el corazón, sino que es mirar a este mismo Señor y
Dios como crucificado por nosotros. Es cuando vemos al Señor herido, que nuestro
propio corazón comienza a ser herido. Cuando el Señor nos revela a Jesús, empieza
a revelarnos nuestros pecados…
Vengan, almas queridas, vayamos juntos a la cruz por un ratito y fijémonos quién
fue el que recibió la estocada del soldado romano. Miren su costado, y noten esa
terrible herida que ha traspasado su corazón y dio inicio al doble torrente. El
centurión exclamó: “Verdaderamente éste era Hijo de Dios” (Mat. 27:54). Él, quien
por naturaleza es Dios sobre todas las cosas, “y sin él nada de lo que ha sido hecho,
fue hecho” (Juan 1:3), tomó sobre sí nuestra naturaleza y se hizo hombre como
nosotros, excepto que no estaba manchado por el pecado. En su condición de
hombre, fue obediente hasta la muerte, aun la muerte en la cruz. ¡Fue él quien
murió! ¡Él, el único que tiene inmortalidad, condescendió a morir! ¡Fue todo amor
y gracia, no obstante, murió! ¡La bondad infinita fue crucificada en un madero!
¡Una riqueza sin medida fue traspasada por una lanza! ¡Esta tragedia excede a todas
las demás! Por más deplorable que pueda ser la ingratitud del hombre, ¡es en este
caso la más deplorable de todas! Por más horrible que sea su inquina contra la virtud,
¡esa inquina es más cruel en este caso! Aquí el infierno ha sobrepasado todas sus
villanías anteriores, clamando: “Este es el heredero; venid, matémosle” (Mat.
21:38).
Dios vivió entre nosotros, y el hombre nada quiso saber de él. Hasta donde el
hombre pudo herir a su Dios y dar muerte a su Dios, se ocupó de cometer este
horroroso crimen. ¡El hombre dio muerte al Señor Jesucristo y lo traspasó con una
lanza! Al hacerlo, demostró lo que le haría al Eterno mismo si pudiera. El hombre
es, de hecho, un deicida2. Estaría contento si no hubiera un Dios. Dice en su
corazón: “No hay Dios” (Sal. 14:1). Si su mano se pudiera extender todo lo que se
puede extender su corazón, Dios no existiría ni una hora más. Esto es lo que
significa herir a nuestro Señor con tanta intensidad de pecado: significó herir a Dios.
2
deicida – el que mata a Dios.
El motivo principal para el arrepentimiento
37
Pero, ¿por qué? ¿Por qué es el buen Dios perseguido de este modo? Por la bondad
de nuestro Señor Jesús, por la gloria de su persona y por la perfección de su
carácter, les ruego: ¡Siéntanse sobrecogido y avergonzados de que fue herido! ¡Esta no es
una muerte común! Este homicidio no es un crimen cualquiera. ¡Oh hombre, aquel
que fue herido con la lanza era tu Dios! Allí, en la cruz, ¡contempla a tu Creador, tu
Benefactor, tu mejor Amigo!
Mira fijamente al que fue traspasado, y nota el sufrimiento que incluye la palabra
“traspasado”. Nuestro Señor sufrió mucho y terriblemente. No puedo en un discurso
cubrir la historia de sus sufrimientos; los sufrimientos de su vida de pobreza y
persecución; los sufrimientos de Getsemaní y de su sudor de sangre; los
sufrimientos de haber sido objeto de deserción, negación y traición; los
sufrimientos ante Pilato; los azotes, las escupidas y las burlas; los sufrimientos de la
cruz con su deshonra y agonía… Nuestro Señor fue hecho maldición por nosotros.
La pena del pecado, o lo que es equivalente, él soportó: “Llevó él mismo nuestros
pecados en su cuerpo sobre el madero” (1 Ped. 2:24). “El castigo de nuestra paz fue
sobre él, y por su llaga fuimos nosotros curados” (Isa. 53:5).
¡Hermanos, los sufrimientos de Jesús debieran derretir nuestro corazón! Lloro esta
mañana porque no lloro como debiera hacerlo. Me acuso a mí mismo de esa dureza
del corazón que condeno porque puedo contarles esta historia sin emocionarme.
Los sufrimientos de mi Señor son inimaginables. ¡Pensemos y consideremos si
alguna vez hubo dolor como su dolor! Aquí nos inclinamos para ver un abismo
aterrador y mirar en sus profundidades sin fondo… Si consideramos tenazmente el
que Jesús fuera traspasado por nuestros pecados y todo lo que esto significa, nuestro
corazón tendría que ceder. Tarde o temprano, la cruz sacará a luz todos los
sentimientos de los cuales somos capaces y nos dará capacidad para más. Cuando el
Espíritu Santo pone la cruz en el corazón, el corazón se disuelve de ternura… La
dureza del corazón muere cuando vemos a Jesús morir tan trágicamente.
Hemos de notar también quiénes lo hirieron: “Y mirarán a mí, a quien traspasaron”.
En cada caso, los que están actuando son las mismas personas. Nosotros dimos
muerte al Salvador, aun nosotros, los que miramos a él y vivimos… En el caso del
Salvador, el pecado fue la causa de su muerte. Las transgresiones lo traspasaron.
Pero, ¿las transgresiones de quién? No fueron las de él, porque él no conoció
pecado, ni había malicia alguna en su boca. Pilato dijo: “Ningún delito hallo en este
hombre” (Luc. 23:4). Hermanos, el Mesías fue ajusticiado, pero no por su propia
culpa. Fueron nuestros pecados los que mataron al Salvador. Él sufrió porque no
había otra manera de vindicar la justicia de Dios y dejarnos escapar. La espada, que
nos hubiera herido a nosotros, entró en acción contra el Pastor del Señor, contra el
Hombre que era el Compañero de Jehová (Zac. 13:7)… Si esto no nos destroza y
derrite el corazón, pasemos entonces a notar por qué llegó al punto en que pudo ser
traspasado por nuestros pecados. Fue amor, amor poderoso, ninguna cosa sino el
38
Portavoz de la Gracia • Número 203s
amor lo que lo llevó a la cruz. Ningún otro cargo más que este puede jamás serle
imputado: “Fue culpable de un exceso de amor”3. Se puso a disposición para ser
traspasado porque estaba decidido a salvarnos… ¿Podemos oír esto, pensar en esto,
considerar esto y aún permanecer indiferentes? ¿Somos peores que las bestias?
¿Hemos dejado toda humanidad que es humana? Si Dios el Espíritu Santo está
obrando ahora, una mirada de Cristo indudablemente derretirá nuestro corazón de
piedra…
Quiero decirles también, amados, que cuanto más se fijen en Jesús crucificado, más se
afligirán por sus pecados. Cuanto más piensen en él más se enternecerán. Quiero que
miren mucho al Traspasado, para que aborrezcan mucho al pecado. Los libros que
tratan sobre la pasión de nuestro Señor y los himnos que cantan acerca de su cruz
han sido muy atesorados por la mente de los santos debido a su influencia santa
sobre el corazón y la conciencia. Vivan en el Calvario, amados, porque allí vivirán
una vida cada vez más plena en él. Vivan en el Calvario, hasta que vivir y amarle
sea una misma cosa. Les digo, miren al Traspasado hasta que su propio corazón
haya sido traspasado. Un teólogo del pasado dijo: “Mira la cruz hasta que todo lo
que está en la cruz esté en tu corazón”. Dijo además: “Mira a Jesús hasta que él te
mire a ti”. Miren constantemente a su persona sufriente hasta que él parezca volver
la cabeza y mirarlos a ustedes, como lo hizo con Pedro cuando este salió y lloró
amargamente. Miren a Jesús hasta que se vean así mismos: lloren por él hasta que
lloren por sus propios pecados… Él sufrió en el lugar, reemplazo y sustitución de
hombres pecadores. Este es el evangelio. Sea lo que sea que otros prediquen,
“Nosotros predicamos a Cristo crucificado” (1 Cor. 1:23). Siempre llevaremos la
cruz en la mente. La sustitución de Cristo por el pecador es la esencia del evangelio.
No restamos importancia a la doctrina de la Segunda Venida; pero, primero y ante
todo, predicamos al Traspasado: esto es lo que los llevará al arrepentimiento
evangélico cuando el Espíritu de gracia se derrame.
De un sermón predicado el Día del Señor a la mañana, el 18 de septiembre, 1887,
en el Tabernáculo Metropolitano, Newington.
3
Del himno “Jesús crucificado” por Frederick W. Faber (1814-1863).
EL ARREPENTIMIENTO Y
EL JUICIO UNIVERSAL
Samuel Davies (1723-1761)
“Pero Dios, habiendo pasado por alto los tiempos de esta ignorancia, ahora manda a todos
los hombres en todo lugar, que se arrepientan; por cuanto ha establecido un día en
el cual juzgará al mundo con justicia, por aquel varón a quien designó, dando fe
a todos con haberle levantado de los muertos” (Hechos 17:30-31).
E
los tiempos oscuros de ignorancia que precedieron a la publicación del
evangelio, Dios parecía pasar por alto o cerrar los ojos a la idolatría y a las
diversas formas de impiedad que se habían extendido por el mundo. Es
decir, parecía no tener en cuenta ni notarlas como para castigarlas ni para dar a las
naciones llamados explícitos para que se arrepintieran. Ahora, dice San Pablo, la
situación ha cambiado. Ahora el evangelio es publicado por todo el mundo, y por lo
tanto Dios ya no parece indiferente a la maldad y la impenitencia de la humanidad,
sino que publica su gran mandato a un mundo rebelde, explícitamente y a gran voz,
mandando que todos los hombres en todas partes se arrepientan. Les da motivos y
exhortaciones particulares a este fin.
Un motivo de mayor peso, que antes no había sido publicado clara y
extensivamente, es la doctrina del juicio universal. Sin lugar a dudas, la perspectiva
de un juicio debe ser una motivación fuerte para que los pecadores se arrepientan;
esto, si acaso se puede, tiene que despertarlos de su seguridad irreflexiva y traerlos
al arrepentimiento.
Dios ha asegurado a todos los hombres, es decir, a todos los que oyen el evangelio,
que tiene un día designado a este gran propósito, y que Jesucristo, el Dios-hombre,
habrá de presidir en persona esta majestuosa solemnidad. Ha garantizado esto… La
resurrección de Cristo lo garantiza varios modos. Es un ejemplo y promesa de una
resurrección general, ese gran preparativo para el Juicio. Es también una prueba
auténtica de que el Señor es quien afirma ser y prueba irrefutable de su misión
divina…
Entremos ahora a la escena majestuosa. Pero, ¡ay!, ¿qué imágenes usaré para
representarlo? Nada que hayamos visto, nada que hayamos oído, nada que jamás
haya sucedido en el curso del tiempo puede proporcionarnos ilustraciones
adecuadas. Todo es bajo y humillante, todo es débil y obsceno debajo del sol en
comparación con el gran fenómeno de aquel día. Estamos tan acostumbrados a lo
bajo y a las pequeñeces que es imposible elevar nuestro pensamiento a una altura
apropiada. Dentro de pronto seremos espectadores atónitos de estas maravillas
N
40
Portavoz de la Gracia • Número 203s
majestuosas, y nuestros ojos y nuestros oídos serán nuestros instructores. Pero
ahora es necesario que tengamos los conceptos de ellos que puedan afectar nuestro
corazón y prepararnos para la escena. Pasemos, pues, a mostrar esas
representaciones que nos da la revelación divina que es nuestra única guía para este
caso…
En cuanto a la persona del Juez, nos dice el salmista, Dios mismo es el Juez. Sin
embargo, Cristo nos dice que el Padre no juzga a nadie, sino que ha encargado todo
el juicio a su Hijo, y que le ha dado autoridad para ejecutar el juicio porque él es el
Hijo del hombre. Es, por lo tanto, Cristo Jesús, el Dios-hombre, como ya lo
mencioné, quien tendrá esta elevada misión. Por razones ya mencionadas,
comprendemos que es muy apropiado que le fuera delegada a él. Siendo Dios y
hombre, todas las ventajas de la divinidad y la humanidad se centran en él y lo
hacen más digno para este oficio que si fuera únicamente Dios o únicamente
hombre. Este es el Juez augusto ante quien hemos de comparecer. Tal perspectiva
puede inspirarnos reverencia, gozo y terror.
En cuanto a la forma de su aparición, será la apropiada para la dignidad de su
persona y oficio. Brillará en todas las glorias intachables de la Divinidad y en las
glorias más moderadas del hombre perfecto. Sus asistentes agregarán dignidad a su
gran aparición, y la alegría de la naturaleza aumentará la solemnidad y el terror de
ese día. Sus propias palabras lo describen: “Cuando el Hijo del Hombre venga en su
gloria, y todos los santos ángeles con él, entonces se sentará en su trono de gloria”
(Mat. 25:31). “Cuando se manifieste el Señor Jesús desde el cielo con los ángeles de
su poder, en llama de fuego, para dar retribución a los que no conocieron a Dios, ni
obedecen al evangelio de nuestro Señor Jesucristo” (2 Tes. 1:7-8). Este es el Juez
ante quien hemos de comparecer…
Ya el Juez ha venido, el tribunal divino ha sido constituido, los muertos han
resucitado. ¿Y ahora, qué sigue? Pues, ahora es la convención1 universal de todos los
hijos de los hombres ante el tribunal divino. ¡Qué convocación augusta, qué
asamblea vasta es esta! Todos los hijos de los hombres se reúnen en una
numerosísima asamblea. Adán contempla la larga línea de su posteridad, y esta
contempla al padre que tienen en común… En esa asamblea prodigiosa, hermanos
míos, tenemos que estar ustedes y yo. No nos perderemos en el gentío, ni pasaremos
desapercibidos para nuestro Juez: fijará su vista en cada uno en particular como si
no hubiera más que uno ante él.
Ahora el Juez ha tomado asiento. Millones de personas ansiosas permanecen de
pie delante de él, esperando su condenación. Hasta entonces, no existe ninguna
separación entre ellos… Pero, ¡miren! A la orden del Juez, el gentío entra en
movimiento. Se separan. Se agrupan según su carácter y se dividen a la derecha y la
1
convención – comparecer, como por haber sido citado por un juez.
El arrepentimiento y el juicio universal
41
izquierda… ¡Oh! ¡Qué separaciones sorprendentes se hacen ahora! ¡Cuántas
multitudes que antes se contaban entre los santos y eran altamente estimados por
otros —y por ellos mismos— debido a su consagración, ahora han sido desterrados
de entre ellos y han sido colocados con los criminales temblando de terror en el lado
izquierdo! ¡Y cuántas almas pobres, sinceras de corazón y desalentadas, cuyos
temores aprensivos frecuentemente los habían colocado allí, se encuentran ahora
con la agradable sorpresa de estar en el lado derecho de su Juez quien con su sonrisa,
les muestra su aprobación! ¡Cuántas conexiones se han quebrantado ahora! ¡Cuántos
corazones destrozados! ¡Cuántos amigos cercanos, cuántos seres queridos, separados
para siempre! Vecino de vecino, amos de sus siervos, amigo de amigo, padres de sus
hijos, esposos de sus esposas… Porque, ¿quiénes son esas multitudes miserables en
el lado izquierdo? Allí, por el medio de la revelación, veo al borracho, al
maldiciente, al rufián, al mentiroso, al fraudulento, y a las diversas clases de
pecadores profanos y lascivos. Allí veo a las familias que no claman al Señor,
naciones enteras que lo olvidan. Y, ¡oh! ¡Qué multitudes vastas, cuántos millones de
millones de millones son!
Pero, ¿quiénes son esos inmortales gloriosos en el lado derecho? Son los que ahora
lloran por sus pecados, los resisten y abandonan. Son los que se han entregado
enteramente a Dios por medio de Jesucristo, que han cumplido con entusiasmo el
plan de salvación revelado en el evangelio; que han sido hechos criaturas nuevas
por el soberano poder de Dios; que han intentado por todos los medios y con
perseverancia obrar en su vida su propia salvación y vivir correcta, sobria y
piadosamente en el mundo…
Ahora comienza el juicio. Dios juzga los secretos de los hombres a través de
Jesucristo. Todas las obras de todos los hijos de los hombres serán juzgadas… ¡Qué
descubrimientos extraños habrá en este juicio! ¡Qué inclinaciones nobles que nunca
brillaron en toda su hermosura ante la vista mortal; qué acciones piadosas y nobles
escondidas detrás del velo de la modestia; qué aspiraciones afectuosas, qué devotos
ejercicios del corazón vistos solo por los ojos de Omnisciencia, son ahora traídos a
plena luz para recibir la aprobación del Juez supremo ante el universo reunido!
Pero, por otro lado, ¡qué obras vergonzosas y tenebrosas; qué deshonestidades
secretas; qué nefastos secretos de traiciones, hipocresías, lascivias y diversas formas
de maldad, astuta y cuidadosamente escondidos de la vista humana; qué
explotaciones horribles de pecado ahora se iluminan de todos los colores infernales
para confusión de los culpables y asombro y horror del universo! ¡Sí, la historia de
la humanidad parecerá ser entonces los anales del infierno o la biografía de los
demonios! Allí la marca de la hipocresía será arrancada. Caracteres nebulosos se
verán con claridad, y tanto los hombres como las cosas se verán como realmente
son. ¿No les horroriza a algunos de ustedes la perspectiva de tal descubrimiento?
Porque muchas de sus acciones, y en especial sus corazones, no aguantarán la luz.
42
Portavoz de la Gracia • Número 203s
¡Cómo les desconcertaría si fueran publicados ahora, aun en el pequeño círculo de
sus conocidos! ¿Cómo pueden, entonces, soportar que sean expuestos totalmente delante de
Dios, los ángeles y los hombres?
Llegamos ahora a la gran crisis, a lo que el estado eterno de toda la humanidad
depende. Me refiero a dictar la gran sentencia decisiva. Cielo y tierra guardan
silencio y escuchan atentamente mientras el Juez, con rostro sonriente y una voz
más dulce que una música celestial, se vuelve a la gloriosa compañía a su derecha y
derrama todas las alegrías del cielo en sus almas en esa extática frase de la cual en
su gracia nos dejó una copia. “Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino
preparado para vosotros desde la fundación del mundo” (Mat. 25:34). Cada palabra
está llena de énfasis, llena del cielo y coincide exactamente con los deseos de
aquellos a quienes va dirigida. Ellos deseaban, anhelaban y ansiaban estar cerca de
su Señor. Ahora su Señor les invita: “Acérquense a mí, y moren conmigo para
siempre”. No anhelaban otra cosa que la bendición de Dios, no temían más que su
maldición. Ahora sus temores han sido totalmente eliminados, y sus deseos
totalmente cumplidos porque el Juez supremo los pronuncia benditos de su Padre.
Habían sido pobres en espíritu, la mayoría de ellos pobres en este mundo, y todos
conscientes de su falta de mérito. ¡Qué contentos están entonces ante la sorpresa de
oír que son… invitados a heredar un reino, como príncipes de sangre real nacidos
para los tronos y coronas!... Pero ¡escuchen! Otra sentencia es pronunciada como un
trueno vengador por un Juez airado. ¡La naturaleza lanza un profundo y tremendo
gemido! ¡Los cielos se oscurecen y quedan en tinieblas, la tierra tiembla, y los
millones de culpables languidecen con horror ante su sonido! Y vean, Aquel cuyas
palabras son obras, cuyo puño produjo de la nada los mundos, Aquel que puede
reducir diez mil mundos a la nada con son solo fruncir su seño; Aquel cuyo trueno
venció la insurrección de ángeles rebeldes en el cielo y los lanzó de cabeza a las
profundidades del infierno; vean, se vuelve a su izquierda, hacia el gentío culpable.
Su rostro denota la justa indignación que late en su pecho. Su rostro se muestra
inexorable, que no hay ya lugar para oraciones y lágrimas. Ahora ya ha pasado la
hora dulce, gentil, mediadora, y nada aparece más que la majestad y el terror del
Juez. Horror y tinieblas surcan su frente, y de sus ojos salen relámpagos
vindicadores. Ahora — ¡Oh! ¡Quién puede tolerar el rugido! El Señor habla: “Apartaos
de mí, malditos, al fuego eterno preparado para el diablo y sus ángeles” (Mat.
25:41). ¡Oh, el énfasis cortante de cada palabra! ¡Apartaos! ¡Apartaos de mí! De mí,
el autor de todo lo bueno, la fuente de toda felicidad. Apartados de mí con todo mi
profunda y total maldición sobre vosotros. Apartaos al fuego, al fuego eternal
preparado, abastecido de combustible y que arde con furia, preparado para el
diablo y sus ángeles.
Ahora ha llegado el gran periodo en que el estado final y eterno de la humanidad
ha sido determinado sin posibilidad de cambios. Desde esta era de primordial
El arrepentimiento y el juicio universal
43
importancia, su felicidad o infelicidad sigue en un tenor uniforme e
ininterrumpido: ningún cambio, ninguna graduación, sino de gloria en gloria en la
escala de la perfección o de abismo en abismo en el infierno. Este es el día en que
terminan todos los designios de la Providencia, los cuales se fueron cumpliendo
durante miles de años.
¡El tiempo era, pero ya no es más! Ahora todos los hijos de los hombres entran en
una duración que no se mide por las revoluciones del sol ni por los días, meses y
años. Ahora amanece la eternidad, un día que nunca tendrá noche. Esta mañana
terriblemente gloriosa está solemnizada con la ejecución de la sentencia. En cuanto
es dictada, los impíos pasan inmediatamente a su castigo eterno, mientras que los
justos a vida eterna. ¡Vean la multitud atónita a la izquierda, con sus miradas de
horror, dolor y desesperación, llorando y retorciéndose las manos y contemplando
con ansiedad aquel cielo que perdieron! ¡Ahora un adiós eterno a la tierra y todos
sus placeres! ¡Adiós a la alegre luz del cielo! ¡Adiós a la esperanza, el dulce consuelo
del sufrimiento!
El cielo muestra su desaprobación desde lo alto, los horrores del infierno se
extienden por todas partes a su alrededor, y desde adentro, la conciencia les
carcome el corazón. ¡Conciencia! ¡Oh tú, poder maltratado y exasperado que duerme
ahora en tantos seres, qué venganza severa y abundante te tomarás sobre los que
ahora se atreven a violentarte! ¡Oh, qué nefastas reflexiones sugerirá entonces la
mente! ¡El recuerdo de misericordias atropelladas! ¡De un Salvador despreciado!
¡De medios y oportunidades de salvación desaprovechados y perdidos! Estos
recuerdos arderán en el corazón como escorpiones. Pero, ¡oh eternidad! ¡Eternidad!
¡Con cuánto horror circulará tu nombre por los abismos del infierno! ¡Eternidad de
sufrimiento! ¡Aflicción sin fin, sin ninguna esperanza de un final! ¡Oh, este es el
infierno de los infiernos! ¡Este es el padre de la desesperación! Desesperación: el
ingrediente directo del sufrimiento, la pasión más atormentadora que sienten los
demonios.
Pasemos a contemplar una escena más encantadora y gloriosa. Observen el
ejército brillante y triunfador marchando, bajo la dirección del Capitán de su
salvación, hacia su hogar eterno donde estarán para siempre con el Señor, todo lo
feliz que su naturaleza en su más elevada expresión puede serlo. ¡Con qué
exclamaciones de gozo y triunfo ascienden! ¡Con qué aleluyas sublimes coronan a
su Libertador!...
Y ahora cuando todos los habitantes de nuestro mundo, para quienes este fue
formado, son llevados a otras regiones, también la tierra se encuentra con su
destino. Es apropiado que un planeta tan culpable, que ha sido el escenario del
pecado durante tantos miles daños, que sostuvo la cruz sobre la cual su Hacedor
expiró, se ha convertido en un monumento de la desaprobación divina… Y ¡vean!
¡La llamarada universal comienza! ¡Los cielos desaparecen con gran estruendo! ¡Los
44
Portavoz de la Gracia • Número 203s
elementos se derriten en el calor intenso! ¡La tierra y las obras que en ella hay se
consumen en el fuego! Ahora las estrellas se salen de sus órbitas, los cometas
centellean iracundos, la tierra se estremece. ¡Los Alpes, los Andes y todos los altos
picos de largas cadenas montañosas estallan como Montes Etna2 ardientes, o
truenan y relampaguean y humean y flamean y se sacuden como el Sinaí cuando
Dios descendió sobre él para publicar su fogosa Ley! Las rocas se derriten y corren
en torrentes de llamas; los ríos, lagos y océanos hierven y se evaporan. Irrumpen
capas de fuego y columnas de humo, se escuchan ensordecedores e insufribles
truenos y relámpagos, y todo arde y se extiende en la atmósfera de polo a polo…
¡Todo el planeta se ha disuelto ahora en un desordenado océano de fuego líquido! ¿Dónde
encontraremos ahora los lugares donde estaban las ciudades, donde los ejércitos
luchaban, donde las montañas extendían sus crestas y levantaban sus cabezas en
alto? ¡Ay! Todos se han perdido y no han dejado ni un vestigio en los lugares que
una vez eran. ¿Dónde estás, o patria mía? Sumida con todo lo demás como una gota
en el océano ardiente…
Todos tendremos que aparecer ante el Tribunal Divino y recibir nuestra sentencia
según nuestras obras realizadas en el cuerpo. Si es así, ¿qué estamos haciendo que no
nos preparamos con más diligencia?... ¿Qué piensan ahora los pecadores entre
ustedes acerca del arrepentimiento? El arrepentimiento es el gran preparativo para este
terrible día. En mi texto, como lo he destacado ya, el Apóstol menciona el juicio final
como un motivo poderoso para arrepentirse. ¿Y qué pensarán los criminales acerca
del arrepentimiento cuando vean que el Juez asciende al trono? Ven, pecador, mira
hacia delante y ve el tribunal ardiente ya listo, tus crímenes expuestos, tu
condenación pronunciada y tu infierno que ya comienza. ¡Ve al mundo entero
destruido y arrasado por el fuego inagotable debido a tus pecados!
Con estos estas realidades por delante, ¡te llamo al arrepentimiento!... Dios, el Dios
grande a quien obedecen cielo y tierra, manda que te arrepientas. Sea cual fuere tu
reputación, seas rico o pobre, anciano o joven, blanco o negro, sea donde sea que te
sientas o paras, este mandato te llega a ti. Dios manda ahora que todos los hombres
en todas partes se arrepientan. Estás este día firmemente obligado a hacerlo por su
autoridad. ¿Te atreves a desobedecer ante la perspectiva de todas las terribles
consecuencias del Juicio que pronto te espera?... Arrepiéntete por orden de Dios
porque él ha designado un día en que juzgará al mundo en justicia por medio de
aquel Hombre que él ha decretado, de lo cual te ha dado total seguridad de que lo
ha levantado de entre los muertos.
De “The Universal Judgment” (El Juicio universal) en Sermons on Important Subjects
(Sermones sobre temas importantes), tomo II.
_______________________
2
Montes Etna – referencia al volcán del mismo nombre al oriente de Sicilia.
El arrepentimiento y el juicio universal
45
Samuel Davies (1723-1761): Pastor presbiteriano, cuarto presidente de Princeton y predicador
durante el Gran Despertar, nacido cerca de Summit Ridge, Delaware, EE.UU.
EL GOZO DEL CIELO Y EL ARREPENTIMIENTO
Edward Payson (1783-1827)
“Así os digo que hay gozo delante de los ángeles de Dios
por un pecador que se arrepiente” (Lucas 15:10).
¿P
qué se regocijan los moradores del cielo cuando se arrepienten los
pecadores?... Dios no se regocija en el arrepentimiento de pecadores
porque pueda agregar algo a su felicidad o gloria esencial. Él ya es
infinitamente glorioso y feliz, y lo seguiría siendo aunque todos los hombres sobre
la tierra y todos los ángeles del cielo se lanzaran frenéticamente al infierno…
Entonces, ¿por qué se regocija Dios cuando nos arrepentimos?
Se regocija porque entonces sus propósitos eternos de gracia y sus compromisos
con su Hijo se cumplen. Aprendemos de las Escrituras que todos los que se
arrepienten fueron escogidos por él en Cristo Jesús antes de la fundación del
mundo y que se los dio como pueblo suyo en el pacto de redención…
Dios se regocija cuando los pecadores se arrepienten porque traerlos al
arrepentimiento es obra de él mismo. Es una consecuencia del don de su Hijo y se
efectúa por el poder de su Espíritu. Las Escrituras nos informan que él se regocija
en todas su obras. Se regocija en ellas con razón, pues todas son muy buenas. Si se
regocija en sus demás obras, mucho más se regocija en esta, pues de entre todas sus
obras es la más grande, la más gloriosa y la más digna de él. En esta obra, la imagen
de Satanás es borrada y la imagen de Dios restaurada en el alma mortal. En esta
obra, el hijo de ira se transforma en heredero de gloria. En esta obra, el hierro
candente es quitado del fuego eterno y plantado entre las estrellas en el firmamento
celestial, ¡para allí brillar con una luz cada vez más esplendorosa para toda la
eternidad! ¿No es cierto que esta es una obra digna de Dios, una obra en la que Dios
puede… regocijarse?
Dios se regocija en el arrepentimiento de los pecadores porque esto le brinda una
oportunidad de hacer misericordia y demostrar su amor por Cristo al perdonarlos
en su nombre. Cristo es su Hijo amado en quien siempre se complace. Lo ama
como se ama a sí mismo con un amor infinito, un amor que para nosotros es
imposible de concebir tal como lo son su poder creativo y duración eterna. Ama [a
Cristo] no solo por su relación cercana y la unión inseparable que subsiste entre
ellos, sino también por la santidad y la excelencia de su carácter, especialmente por
la benevolencia infinita que demostró al hacerse cargo la gran obra de la redención
del hombre y cumplirla. Como es la naturaleza del amor manifestarse en actos
bondadosos hacia el objeto amado, Dios no puede menos que querer demostrar su
OR
El gozo del cielo y el arrepentimiento
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amor por Cristo y mostrarles a todos los seres inteligentes lo totalmente complacido
que está con su carácter y conducta como Mediador1…
Dios se regocija cuando los pecadores se arrepienten porque le satisface verlos
escapar de la tiranía y las consecuencias del pecado. Dios es luz: santidad perfecta.
Dios es amor: benevolencia pura. Su santidad junto con su benevolencia lo impulsa
a regocijarse cuando los pecadores escapan del pecado. El pecado es esa cosa
abominable que él aborrece. Lo aborrece por ser algo impío o maligno y algo amargo
o destructivo. Indudablemente es ambas cosas. Es la plaga, la lepra, la muerte de
seres inteligentes. Infecta y envenena todas sus facultades. Los hunde en las
profundidades más bajas de culpabilidad y desdicha y los contamina con una
mancha, la cual ni todas las aguas del mar pueden quitar, que todos los fuegos del
infierno no pueden quitar, de la cual nadie los puede limpiar sino la sangre de Cristo.
Tal es la perversidad de su naturaleza que si pudiera ser admitido en las regiones
celestiales, instantáneamente transformaría a los ángeles en demonios y convertiría
el cielo en el infierno… El pecado ya ha transformado a ángeles en demonios. Ya ha
convertido a este mundo de ser un paraíso a ser una prisión… Ha traído la muerte
al mundo y todas nuestras desgracias… Aun ahora anda por toda la tierra
acechando a nuestro mundo subyugado, trayendo ruina y sufrimiento de diez mil
diferentes maneras. En su estela deja pleitos y discordias, guerras y
derramamientos de sangre, hambrunas y pestilencia, dolor y enfermedad…
Consideren estos males consumados, y para saber la medida entera de la desdicha
que tiende a producir el pecado, tienen que seguirla hasta la eternidad. [Tienen]
que descender a esas regiones donde la paz y la esperanza nunca llegan. Allí, por la
luz de la revelación, contemplen el pecado tiranizando a sus desdichadas víctimas
con furia incontrolable, avivando el fuego inextinguible y afilando los dientes del
gusano inmortal. Vean ángeles y arcángeles, tronos y dominios, principalidades y
poderes despojados de toda su gloria y hermosura original, amarrados con cadenas
eternas y ardiendo de furia y malicia contra aquel Ser en cuya presencia antes se
gozaron y cuyas alabanzas antes cantaron. Vean multitudes de la raza humana en
agonías indescriptibles de angustia y desesperación, maldiciendo al Regalo, al
Dador del regalo y Prolongador de su existencia, anhelando en vano ser aniquilados
para dar fin a sus sufrimientos. Síganlos a través de largas, largas eras de eternidad
y véanlos hundiéndose cada vez más en el abismo sin fondo de la ruina,
blasfemando perpetuamente a Dios por sus plagas, y recibiendo el castigo de estas
1
Mediador – Agradó a Dios, en su propósito eterno, escoger y ordenar al Señor Jesús, su Hijo
unigénito, conforme al pacto hecho entre ambos, para que fuera el mediador entre Dios y el hombre;
profeta, sacerdote y rey; cabeza y Salvador de la iglesia, el heredero de todas las cosas y juez del
mundo; a quien dio, desde toda la eternidad, un pueblo para que fuera su simiente y para que a su
tiempo lo redimiera, llamara, justificara, santificara y glorificara (Confesión bautista de fe de 1689 8.1).
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Portavoz de la Gracia • Número 203s
blasfemias en continuos agregados a sus desdichas. Tal es la paga del pecado. Tal es
la condenación inevitable del impenitente hasta el final.
Desde estas profundidades de angustia y desesperación, alcen su mirada a las
mansiones de los benditos y vean a qué alturas de gloria y felicidad la gracia de
Dios elevará a todo pecador que se arrepiente. Vean a aquellos que han sido así
favorecidos en los éxtasis indescriptibles de gozo, amor y alabanza, contemplando a
Dios cara a cara, reflejando su imagen perfecta, brillando con un esplendor como el
de su glorioso Redentor. Véanlos llenos de la plenitud de la Deidad y bañándose en
esos ríos de placer que fluyen eternamente a la diestra de Dios… ¡Contemplen esto,
y luego digan si la santidad y benevolencia infinita no tiene razón para regocijarse
por cada pecador que por arrepentimiento escapa de las desventuras y se asegura la
felicidad aquí descritas con tanta imperfección!
¿Por qué se regocija el Hijo de Dios por cada pecador que se arrepiente?... Si nos
preguntaran por qué Cristo se regocija por los pecadores que se arrepienten,
contestaríamos que porque él les ha dado vida espiritual y sustento, porque los ha
redimido de una eternidad de sufrimientos y desdichas con su propia sangre
preciosa. Él comparte con su Padre y el Espíritu Santo el gozo motivado por otras
cosas. En cambio, en este caso la causa del gozo es casi exclusivamente de él. Desde
antaño había sido predicho en cuanto a él que vería el fruto de la aflicción de su
alma, y quedaría satisfecho (Isa. 53:11). ¡O sea que vería los efectos de sus
sufrimientos en el arrepentimiento y la salvación de los pecadores y consideraría
esto recompensa suficiente por toda la agonía que tuvo que sufrir! Esta predicción
se cumple diariamente. Nuestro Emmanuel ve el fruto de la aflicción de su alma en
cada pecador que se arrepiente, y se regocija porque las aflicciones que tuvo que
sufrir, no fueron en vano… ¿Quién puede concebir las emociones con las cuales el
Hijo de David contempla a un alma inmortal atraída a sus pies por las cuerdas del
amor, rescatada por él del león rugiente por un precio tan infinito? Si nosotros
amamos, valoramos y nos regocijamos por cualquier objeto en proporción al
trabajo, el sufrimiento y el precio que nos ha costado obtenerlo, ¡cuánto más debe
Cristo amar, valorar y regocijarse por cada pecador arrepentido! Su amor y gozo
debe ser tan indescriptible, inefable, infinito… Y quiero agregar que si él se
regocija por un pecador que se arrepiente, ¡cuánto más se habrá de regocijar cuando
todo su pueblo sea reunido de entre toda lengua y raza y nación y pueblo, y
presentado sin mancha ante el trono de su Padre?... ¡Qué especial debe ser ese gozo,
esa felicidad que satisface la generosidad de Cristo!
¿Por qué se regocijan los ángeles por cada pecador que se arrepiente? Se regocijan
cuando los pecadores se arrepienten porque Dios es glorificado y sus perfecciones
se demuestran al darles arrepentimiento y remisión de pecados. Las perfecciones de
Dios se ven solo en sus obras. Sus perfecciones morales se ven solo, o al menos
principalmente, en sus obras de gracia. Más de Dios, más de su gloria esencial se
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manifiestan al traer a un pecador al arrepentimiento y perdonar sus pecados en
nombre de Cristo, que en todas las demás maravillas de la creación… En esta obra,
las criaturas pueden ver, por así decirlo, el propio corazón de Dios.
Es probable que de esta obra, los ángeles mismos hayan aprendido más del
carácter moral de Dios de lo que hubieran podido aprender anteriormente. Antes
sabían que Dios era sabio y poderoso, porque los había hecho totalmente santos y
felices. Sabían que era justo, porque lo habían visto echar del cielo y al infierno a
sus hermanos rebeldes por sus pecados. Pero hasta no verlo dar arrepentimiento y
remisión de pecados por medio de Cristo, no sabían que era misericordioso. No
sabían que podía perdonar a un pecador.
¡Y oh! ¡Qué hora fue aquella en el cielo, cuando se dio a conocer por primera vez
esta gran verdad, cuando el primer arrepentido fue perdonado! Entonces a los
ángeles les fue dado un canto nuevo, ¡y comenzaron a cantarlo con expresiones
indescriptibles de portento, amor y alabanzas, alzando sus voces a un tono más alto,
y sintiendo gozos que nunca habían sentido! ¡Oh, cómo los sonidos gozosos de “sus
misericordias [que] permanecen para siempre” se extendieron de coro en coro, con
sus ecos atravesando los altos arcos del cielo y estremeciendo a todos los
embelesados seres angelicales! Y cómo cantaron a una voz: “¡Gloria a Dios en las
alturas, y en la tierra paz, buena voluntad para con los hombres!” (Luc. 2:14).
Ni es la misericordia de Dios la única perfección demostrada en esta obra. ¡Hay
más poder y sabiduría demostrados en traer a un pecador al arrepentimiento que en
crear un mundo! Por lo tanto, así como los hijos de Dios aunaron sus voces y se
alzaron de puro gozo cuando Dios puso los fundamentos de la tierra, ¡con todavía
más razón se regocijan al contemplar las maravillas de la nueva creación en el alma
de los hombres! Se deleitan en observar los comienzos de la vida espiritual en
aquellos que por tanto tiempo habían estado muertos en pecado: ver la luz y el
orden irrumpiendo en la oscuridad natural y la confusión de la mente, ver cómo
desaparece la imagen de Satanás y notar las primeras características de la imagen
de Dios en el alma. Con satisfacción inexpresable ven cómo el corazón de piedra se
transforma en carne, notan las primeras lágrimas de arrepentimiento que brotan de
los ojos del pecador, y escuchen las peticiones expresadas toscamente, el llanto
infantil del infante en la gracia. Con gran gusto descienden de su morada feliz para
ministrar al heredero de salvación recién nacido y rodearlo en tropel, celebrando su
nacimiento con cantos de alabanza. “Miren”, claman, “¡otro trofeo de la gracia
soberana que todo lo puede!” ¡Miren a otro cautivo liberado por el Hijo de David de
la esclavitud del pecado, otro cordero de su rebaño rescatado de las zarpas del león
y la boca del oso! Vean frustrados los principados y las potestades de las tinieblas.
Vean cómo es echado el hombre fuerte armado. Vean extenderse el reino de Jesús.
Vean la imagen de nuestro Dios multiplicada. Vean otra voz sumándose a los
aleluyas de los coros celestiales. Esta, oh Creador, es tu obra. ¡Gloria a Dios en las
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alturas! Este, oh adorable Emmanuel, es el efecto de tus sufrimientos. ¡Hosanna al
Hijo de David! ¡Bendición y honor y poder al que se sienta en el trono y al Cordero
para siempre!...
Oh, entonces, convénzanse mis amigos… propónganse darle gozo a Dios, a su
Hijo y a los ángeles benditos, a hacer este un día de fiesta en el cielo por haberse
arrepentido.
De “Joy in Heaven over Repenting Sinners” (Gozo en el cielo por pecadores arrepentidos) en The
Complete Works of Edward Payson (Las obras completas de Edward Payson),
tomo III, reimpreso por Sprinkle Publications.
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Edward Payson (1783-1827): Predicador congregacional norteamericano; sus sermones han
sido coleccionados en tres tomos; nacido en Rindge, New Hampshire, EE.UU.
Cuántos hay en nuestro día quienes, debido a que el evangelio se ha hecho tan popular, de
pronto tienen una noción de cosas buenas y por esa noción hacen una profesión del nombre de
Cristo, entran en las iglesias, obtienen la designación de hermano, santo, miembro de una
congregación evangélica, habiendo ignorando totalmente el arrepentimiento (Juan Bunyan).