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La Palabra de Dios nos invita a mirar “al que traspasaron” (Zac 12,10) para que, desde una conversión sincera, lo reconozcamos y lo proclamemos como nuestro único Señor para renovar nuestro compromiso de seguirle, tomado la cruz cada día (Lc 9,20.23), la cruz de la solidaridad con tantos hermanos nuestros que son víctimas de la injusticia y del egoísmo pero que, sean de la raza que sean, están revestidos de Cristo (Gal 3,27). ¿Y TÚ, QUIÉN DICES QUE SOY YO? Eres, mi Señor, la vida que me da la vida, frente a tanta muerte que en el mundo vivo a todas horas; la alegría que brota desde el fondo de mi corazón, frente a tantas mentiras en las que me refugio huyendo de mí mismo. Eres, Señor, la respuesta que calma mis heridas, llena de sentido mi soledad y enriquece mi pobreza…, frente a todo lo que endulza los labios, pero deja el corazón vacío y temblando, con sed de profundidad y de cielo. Y ya sabes, Señor, que no puedo vivir sin ti. ¿Y TÚ, QUIÉN DICES QUE SOY YO? Eres, mi Dios, la verdad, que se abre como un abanico de gozo, frente a la mentira que me seduce para no complicar demasiado mis días. Quiero, Señor, decirte con las palabras y la vida que Tú eres el Señor de mi vida, el Dios a quien sigo. Quiero estar contigo donde tú estás. Quiero trabajar en tu Reino, colaborar en tu Iglesia, atender a tus preferidos los niños y los pobres…, porque Tú eres el Hijo de Dios, mi hermano y salvador, mi esperanza y mi todo. Y ya sabes, Señor, que no puedo vivir sin ti. ¿Y TÚ, QUIÉN DICES QUE SOY YO? Eres, mi Señor, la ilusión que me empuja a trabajar por tu Reino, la fe que me ayuda a sentirte siempre presente, la esperanza que me anima en las dificultades, el amor que hace desplegar lo mejor de mí mismo. Que pueda descubrirte en las cosas de cada día, que sienta tu amor en todos los momentos de mi vida, que pueda reconocerte en mis hermanos… porque tú eres para mí: ¡El Hijo de Dios! Y ya sabes, Señor, que yo no puedo vivir sin ti. Amén.