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De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello DE VUELTA A TU HOGAR. De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello DE VUELTA A TU HOGAR. Un viento helado era la única compañía en aquella fría y larga noche; llovía torrencialmente; era el abrazo gélido de la muerte… cambiaría por completo mi vida … aun no podía aceptar la noticia que minutos antes había llegado hasta mi a través de una llamada telefónica… corta como la vida, dolorosa como la muerte; por mi mente repiqueteaba una y otra vez la voz de quien me destrozó en ese instante, mi corazón latía con una angustia indescriptible, sudaba frío, temblaba sin control todo mi cuerpo; mis ojos se nublaron a grado tal que me era imposible ver; busqué las llaves que por un momento se habían perdido, estaban dentro de la bolsa del pantalón que llevaba puesto; ¡cómo no haberlas encontrado!, el nerviosismo y el dolor no me permitieron reaccionar; como pude llegué al auto, conducía automáticamente sin pensar; hacia mil esfuerzos por concentrarme en lo que debía hacer en ese preciso momento, pero el dolor que inundaba mi corazón, bloqueaba también mi pensamiento; había perdido la cordura… y el enojo hacia presa de todo mi ser; una a una retumbaban las pocas palabras que había escuchado minutos antes; las horas pasaban tan lentas y pesadas como si el tiempo se hubiera detenido en aquel lúgubre lugar. Ojalá hubiera sido solo una pesadilla, pero era la realidad a la que me enfrentaría de hoy en adelante… La soledad… Se había ido sin reclamos, sin protestas, lo que deseaba era descansar, tantos años de lucha contra una y otra enfermedad, las complicaciones que surgían a consecuencia de algún mal, los dolores intensos y desesperantes en todo su ser a pesar de que los médicos hacían todo cuanto estaba en sus manos para mitigar el álgido estado en que se encontraba cada parte de su cuerpo; la sentencia se había dictado, en unas cuantas horas la historia se escribiría, todo dependía de la resistencia de su cuerpo, de la naturaleza misma, de los pendientes que le quedaran por resolver o simplemente de que nosotros aceptáramos y la dejáramos ir. Hacía frío, mucho frío no solo en el ambiente sino también en el corazón. El camino rumbo al hospital fue tan largo, el tráfico se había puesto de acuerdo para prolongar aún más mi agonía, la vista fija al frente, sin pronunciar palabra alguna y con la soledad a cuestas; por fin había llegado al nosocomio, sentí que todas las miradas caían sobre mí, algunas dibujaban una sonrisa tenue como si imaginaran el dolor que llevaba por dentro; otros, indiferentes, sumergidos en sus propias penas o angustias por alguien que se encontraba en el hospital; rostros cansados; ojerosos, vacíos y sin esperanza; llegué al escritorio de control y adivinaron el motivo de mi llegada a esa hora, sin más preámbulos me dijeron “ es por aquí, sígame”… recorrimos varios pasillos, vuelta a la derecha, De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello descendimos, luego izquierda, nuevamente a la derecha, no sé… era un laberinto interminable… llegamos por fin al sótano donde estaban los cuerpos inertes cubiertos con sábanas blancas, una luz fría y tenue iluminaba el recinto, se podía escuchar los pasos de quienes rondaban por ahí acostumbrados e indiferentes a las escenas cotidianas de ese lugar. Al entrar sentí que el aire me faltaba, creí desplomarme en un instante, el asistente me hizo volver en mi cuando me dijo “lo siento mucho”… ¿continuamos?...... llegué por fin al frio refrigerador , mis manos temblaban, logré levantar con dificultad la sábana deseando no reconocer aquel rígido cuerpo, sin embargo no fue así, ahí estaba… tendida… fría pero con tranquilidad en su rostro; las arrugas en su frente se habían difuminado, ya no sentía dolor; descansaba en paz, volví a tapar su rostro y asentí con la cabeza…un imperceptible “si….es ella” salió agonizante de mis labios y las lágrimas brotaron sin poderlas controlar, nuevamente sentí que el aire me faltaba, todo daba vueltas a mi alrededor, una dulce voz preguntó ¿se siente bien? No pude responder sin embargo comencé a caminar, era como si en automático estuviera moviéndome, no puedo recordar qué hice, a dónde me dirigí, con quien hablé, solo recuerdo que el trámite administrativo fue largo y engorroso; no comprendía para qué eran tantos y tantos documentos y preguntas, ello no le devolvería la vida, había perdido la batalla mi valiente guerrera, mientras esperaba en una silla, con la vista fija en la pared de enfrente mi mente comenzó a viajar… Recuerdo su mirada al partir rumbo al hospital, serena y amorosa, sin brillo, presintiendo el final, no dijo nada…. nos miró tiernamente, uno a uno, hijos y nietos recibieron un dulce beso como un último regalo y ellos a su vez le dieron cariñosamente otros tantos, los pequeños no alcanzaban a comprender el por qué de su partida, solo la abrazaron y besaron con la dulce inocencia de la infancia, ella ocultaba su dolor tras una delicada sonrisa que emanaba de sus labios resecos y sin color, despidiéndose en silencio para no causar aún más tristeza. Su cálida y temblorosa mano tomó la mía, el contacto entre ambas fue más que una caricia corporal, un beso para mi alma, en ese roce suave y dulce me dijo todo, se despedía secretamente de mí, nuestras miradas se unieron de manera indescriptible, de mis ojos brotaron lágrimas que ella enjugó con su delgada y diminuta mano haciendo un esfuerzo extremo por la debilidad con que ya se encontraba, le besé la mejilla y estando cerca me dijo de manera casi imperceptible y entrecortada: “Te quiero ”…no pude responder más nada, un nudo en mi garganta me impidió pronunciar palabra alguna, solo me acerqué y le dí otro beso, respiré hondo y sacando fuerzas no sé de dónde, dije: “ aquí te espero, volverás a casa… con tanto cuidado y delicadeza la acomodaron en el asiento trasero del auto, éste comenzó a caminar despacio para no provocar más dolor en su cansado cuerpo, observé que su cabeza se movía como despidiéndose de ese lugar tan querido donde había vivido, tal vez se preguntaba si en verdad volvería a su amado hogar, todos caminábamos a los costados del auto hasta llegar al zaguán, las manos de los niños se agitaban en un dulce adiós, se abrió el zagúan y a partir De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello de ahí la marcha fue más rápida, no le quitábamos la vista de encima hasta ver desaparecer el coche, alcancé a observar como lentamente se recargaba en el hombro de su compañero de asiento al imaginar que ya estaba fuera de la vista de nosotros. Ella, mi amiga, mi confidente, cómplice de tantas y tantas aventuras, mujer singular… se marchaba para tal vez no volver; lo sabía ella… lo sabía yo… en silencio guardamos aquel terrible adiós, miles de lágrimas escaparon por el rostro de pequeños y grandes, lo habíamos hablado tantas veces pero la realidad no era comparable con lo creado en la mente. La voz de la doctora que extendía el certificado me sacó precipitadamente de mis pensamientos, el trámite había concluido. El regreso fue más rápido de lo que imaginé; los empleados del servicio contratado hacían bien su labor, en el más respetuoso silencio llevaban el féretro a la sala de velación. Escoltábamos la carroza resistiéndonos a pensar que eso estaba sucediendo en realidad. Por fin llegamos. La colocaron cuidadosamente en el lugar designado para ella y se pusieron a nuestras órdenes para lo que se pudiese requerir, se retiraron sin más. El silencio de la sala era sepulcral, hacia muchísimo frío; la luz era tenue y el ambiente olía a flores y cirios; por fin estábamos solos con ella; las lágrimas brotaron en torrente sin poderlas controlar, caían sobre el cuerpo inerte de esa amada mujer, acaricié tantas veces sus suaves manos, sus mejillas, sus cabellos plateados, se veía tranquila, en el más profundo sueño…. ¡no me dejes!, susurré, ….¿qué voy a hacer sin ti? decía entre lágrimas… ¿ Aún me escuchas?....preguntaba mientras acariciaba su mano… prométeme que siempre velarás por nosotros, comprendo ahora que fue lo mejor haber partido porque vivir en este constante estado álgico no es vivir… tan hermosa, qué majestuoso porte, siempre cuidando el más mínimo detalle en tu arreglo personal, labios carmín, así vivirás en mi memoria por siempre… Las lágrimas continuaron saliendo sin hacer caso omiso a mi voluntad. Uno a uno fueron llegando familiares y amigos que por algún medio se enteraron de tan dolorosa noticia, aquel lugar cobró vida de manera muy extraña, los pésames no se hicieron esperar, uno a uno eran espinas clavadas en el corazón, que increíble sensación de soledad. Las horas pasaron lentas y dolorosas, pronto quedamos solos nuevamente con ella, ojos enrojecidos, secos de tanto llorar, cuerpos cansados, pesados y adoloridos por la tensión, a ratos alguien se acercaba al féretro a verla una vez más y estando ahí sentía que era una pesadilla de la que deseaba despertar; había imaginado ese momento en varias ocasiones tiempo atrás, cada vez que hacía crisis su enfermedad pero era tanto el ánimo de vivir que volvía a escapar de las garras de la muerte, esta vez no ocurrió así, en realidad ninguno de nosotros estaba preparado para “vivir” algo parecido. Hacía tanto frío, que ni el café recién preparado ni el mejor abrigo podían mitigar el frío del dolor… amanecía. De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello Los primeros rayos de luz entraban tras la delicada cortina, el sol besaba el ataúd que resplandecía hermoso entre los cientos de flores blancas y perfumadas; los cirios inmóviles, lentamente se consumían uno a uno en cada esquina de aquel imponente cajón…..era hora de la despedida, pronto comenzarían a llegar nuevamente familiares y amigos para darle el último adiós; agua bendita por aquí, agua bendita por allá, rezos, cánticos y lágrimas brotaron cual manantial, después un emotivo mensaje entre todos los que la amábamos, un abrazo fraternal que jamás olvidaré, convenimos recodarla como había sido: alegre, emprendedora y cariñosa, grande… esa sería la imagen que todos llevaríamos en el corazón, un juramento de no olvidarla, otro más para unirnos como hermanos después de su partida, los asistentes, mudos testigos de todo, observaban este inesperado pacto fraternal sellado con un abrazo multitudinario. A partir de ahí un lazo invisible nos unía por propia voluntad. Llegó la hora; los empleados guiaron el féretro hasta el transporte que la llevaría al crematorio como había sido su voluntad; el camino se hizo lento y angustiante; por más que trataba de contener el llanto, las lágrimas tenían vida propia e iban anunciando tanto pesar; en la antesala del crematorio cada uno se despidió de ella, un beso, una bendición, una caricia en sus manos heladas, un te quiero… la puerta se abrió y tras un breve instante de nuestra vista desapareció. Una resplandeciente urna contenía las cenizas, sería su última morada, al sentir aquel recipiente entre las manos prorrumpí a llorar y entre lágrimas le dije: “vamos a casa” como lo prometí… Perdí la noción de tiempo y espacio, volví de mi pesar hasta que una dulce voz me dijo; “llegamos… baja ya....” la casa se sentía tan fría, los brazos de cada uno de los pequeños que estaban en ella se aferraban a los que recién llegábamos, de sus ojitos tiernos salían lágrimas que cincelaban nuestros corazones como aquella gota que cae pesada sobre la piedra que algún día se ha de romper. Inocentes preguntaban por ella, los más grandecitos sabían la razón, los demás con el paso del tiempo comprenderían su partida. Desde entonces ella vive por siempre en el corazón de todos… tu aroma se ha quedado en la habitación por muchos días, escucho tus pasos ir y venir por doquier, aun duele tu ausencia, sin embargo, tú estás en santa paz, eso reconforta mi espíritu, saber que ahora no hay más frío, ni dolor. Cómo continuar la vida sin extrañarte, si desde que te conocí mi vida cambió, sentir esos tus brazos amorosos que se abrieron para mí con tanta dulzura y cariño, siempre dispuesta a compartir momentos importantes de nuestras vidas, cómo no recordarte en el rutinario día a día, si algún aroma en la cocina lo asocio contigo como cuando andabas presurosa porque recibirías visita de ese hijo muy amado que hace De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello tiempo no veías y que por fin vendrá a verte, sin importar si son cinco minutos los que esté en tu hogar, le preparabas esos guisos que tanto le gustan, te esmerabas para que te viera preciosa a pesar de que no te sentías nada bien, por el solo afán de no preocuparlo con tu enfermedad, cómo no nombrarte en alguna sobremesa después de merendar, cuando los temas van saliendo uno a uno para disfrutar de la grata compañía de los seres amados; cómo no añorarte para el 10 de mayo, tu cumpleaños o Navidad, pues en todas esas fechas llenabas la casa de alegría, magia y encanto, cómo no evocarte cuando por alguna razón mi corazón tiene alguna pena o dolor, pues siempre tenías las palabras justas para calmar mi ser, esas que son bálsamo para el corazón, a veces solo bastaba con una mirada o un abrazo para sentir que todo iba a salir bien, cómo no echarte de menos al escuchar una canción que por ti conocí y la hicimos nuestra, dime cómo será la vida sin ti… Los años han pasado, aquellos niños, ahora jóvenes son, todos te recuerdan con cariño y amor; pareciera que fue ayer cuando te fuiste con el primer rayo de luz. Fé Hernández Bello. De vuelta a tu hogar. Fé Hernández Bello