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SOBRE
EL
MATRIMONIO
ADRIAN LADRIERRE
Traducido de “El Mensajero Evangélico” Año 1912
SOBRE EL MATRIMONIO
El cristiano debe comprender que, con el matrimonio, entra en una nueva fase
de su existencia sobre la tierra. ¡Debe estar por supuesto muy seguro que
actúa según la voluntad de Dios, y no como sucede tan a menudo en el mundo
(y por desgracia! entre los cristianos), por una simple conveniencia, por pasión
o cálculo, a menudo con mucha ligereza. Para esto, es necesario que consulte
a Dios y pida su dirección, para que ningún paso sea hecho según su propia
voluntad o sus pensamientos personales. ¡Mucho más serio y solemne que
todo lo demás es el paso que se hace entrando en la vida nueva del
matrimonio, en esta existencia de a dos, donde todas las condiciones son
diferentes de aquellas que se han vivido hasta entonces!
Sabiendo que « el hombre no es señor de su camino, ni del hombre que
camina es el ordenar sus pasos » (Jeremías 10: 23), el creyente fiel actúa
entonces bajo la mirada de Dios y le pide que le guíe en la elección de una
compañera. En cuanto a ella, obtiene por la oración la convicción de actuar
según la voluntad de Dios. Encontrará bendición en esa senda de dependencia
y sumisión.
Las enseñanzas de la Palabra con respecto al matrimonio parecen revestidas
de una seriedad aparente; sus consecuencias en la vida se presentan en
espíritu con más claridad y poder; ¡nos damos cuenta cuan importante es que
sean recordadas al alma y probamos así la bondad de Dios que no nos deja sin
luz en nuestro camino! « Lámpara es a mis pies tu palabra, y lumbrera a mi
camino» (Salmo 119: 105).
El matrimonio, una institución divina
Dios es quien instituyó el matrimonio « desde el principio » dice el Señor Jesús
al recordarlo, y confirmar la unión indisoluble de los esposos (Mateo 19:4-6). Es
extremadamente conmovedor ver el motivo y propósito de Dios instituyendo el
matrimonio: « No es bueno que el hombre esté solo; le haré ayuda idónea para
él» (Génesis 2: 18). ¡Qué pensamiento de tierna bondad, de parte de Dios,
hacia el hombre, su criatura! Aunque estaba colmado por sus dones, le faltaba
uno, el mejor de todos; y no se lo negará. La soledad en medio de todos los
bienes que Dios le había rodeado, no convenía para el hombre. Le hacía falta
alguien para compartirlos, gozar y dar gracias juntamente l al Dador; alguien
que pudiera responder a sus pensamientos, a sus sentimientos, a sus afectos,
siendo uno con él y completando así su felicidad. ¡Entonces Dios le da una
compañera qué posee todo esto, que le corresponde; desde ahora el hombre
ya no está solo!
Según Su perfecto conocimiento con respecto a las facultades y necesidades
del corazón del ser que había hecho según sus propósitos, Dios le forma de su
mano a su compañera y se la da al hombre. Eva es dada a Adán, ¿pero no
podemos decir que, en todo matrimonio según Dios, es Él quien prepara a la
compañera y la conduce hacia el esposo por los senderos secretos de Su
Providencia? Habiendo formado al hombre, saca de el, y no del polvo del suelo,
a su mujer para señalar que son uno, que hay entre ellos una dependencia
mutua. Y lo que ha hecho responde a Su pensamiento de amor; el vacío en la
existencia de Adán es llenado. Tiene una ayuda, pero una ayuda inteligente
como él, dotada de afectos como él: ¡ella le corresponde!
« El pecado entró en el mundo » (Romanos 5:12); lo arruinó todo y lo
desordenó; oscureció el entendimiento, pervirtió los afectos, disminuyó o apagó
el sentido moral. Muchas cosas, desde entonces, han sido cambiadas y
alteradas; pero lo que Dios estableció « desde el principio» subsiste, como lo
vemos por las palabras del Señor Jesús y de los apóstoles. Aunque el hombre
caído a menudo no comprenda el pensamiento de Dios sobre el matrimonio, ni
el verdadero lugar de la mujer, y lo que constituye la relación de los esposos;
aunque diversas maneras hayan profanado esta unión, al menos lo que
ciertamente permanece es que « no es bueno que el hombre esté solo »,
que Dios le dio en la mujer a una compañera para serle una ayuda que le
corresponda, y que el matrimonio sea siempre según el orden divino.
El hombre necesita por lo tanto hoy una luz que le alumbre para andar por una
senda que sea según Dios. Una enseñanza y consejos son necesarios para él;
sólo la palabra de Dios se las da. En Edén, esto no tenía razón de ser. Pero
hoy esto mismo no basta. El cristiano tiene mucho más; tiene lo necesario para
poner en práctica las enseñanzas de la Escritura. Una vida nueva le ha sido
comunicada, una vida divina por encima de las cosas terrenales, que viene de
lo alto. Y esta vida debe penetrar en toda su existencia. No hay dos vidas para
el cristiano, una para el mundo y la tierra, la otra para Dios y el cielo. Hay una
vida única que reglamenta y domina todo en su existencia aquí abajo: es la
vida de Cristo. Él no vive más para si mismo, sino para Aquel que, murió por
él y ha resucitado (2ª Corintios 5: 15), de manera que, haga lo que haga en
palabra o en obra, todo lo hace en el nombre del Señor Jesucristo, y para la
gloria de Dios (1ª Corintios 10: 31; Colosenses 3:17). Todo esto puede ser
vivido en el matrimonio.
Es verdad que, en el cristianismo, hubo, y posiblemente aun hay siervos de
Dios que, llamados para una vocación más elevada, han considerado, como
Pablo, que les era preferible quedarse solos para dedicarse al servicio del
Señor (1ª Corintios 7: 35); es la excepción, pero la regla general es que no es
bueno que el hombre esté solo.. Y cuánto más, en el estado de ruina, necesita
una ayuda que le corresponda, pero en un sentido más extenso, más profundo
y posiblemente más íntimo.
Instrucciones divinas para cada uno de los esposos
Veamos ahora las direcciones que la Escritura les da a los maridos cristianos.
En toda relación, se dice, incumben deberes que resultan de esta relación. Hay
pues deberes propios para los maridos; ¿cómo conocerlos? El cristiano tiene la
vida de Dios, tiene el Espíritu de Dios, pero la Palabra de Dios es su guía,
Palabra recibida por la fe, explicada y aplicada por el Espíritu. Las
exhortaciones en cuanto al matrimonio son simples y se resumen según
nuestros pasajes en estos dos puntos: de parte del marido, el amor para su
mujer; y de parte de ella, la sumisión hacia su marido.
Pero a que altura la Palabra nos eleva hablándonos de nuestras relaciones.
¡Como en estas relaciones todo se encuentra tan delicado y santificado! Para
expresar la unión intima de los esposos que son solo uno, el Espíritu Santo
toma el ejemplo de la unión de Cristo y la Iglesia.
Le es presentado por modelo de amor del marido para su mujer, el amor de
Cristo por la Iglesia: « Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amó
a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella » (Efesios 5: 25). Es pues el amor
que se manifiesta en la devoción y en los cuidados llenos de ternura que
vemos en Cristo para la Iglesia. Se dio para ella renunciando a todo. Así el
marido debe amar a su mujer con un amor de devoción, de sacrificio, de
renuncia, de olvido de sí, sin egoísmo.
Cristo da sus cuidados al objeto de su amor: la alimenta, le ama, la forma por la
enseñanza de la Palabra. El marido debe a su mujer sus cuidados amorosos;
ama a su mujer como a si mismo y provee para sus necesidades materiales. El
ama a su alma y la alimenta; se ocupa de ella en el dominio espiritual,
ayudándole, sosteniéndola, enseñándola, formándola, alimentándose primero
el mismo, por la lectura de la Palabra, acompañada por la oración.
El apóstol Pedro nos presenta a la mujer como un « vaso más frágil » (1ª Pedro
3: 7), delicado, no sólo en su cuerpo, pero también en los sentimientos de su
alma, y exhorta a los maridos a tomarlo en consideración. Como consecuencia
de esta delicadeza mayor, la mujer será herida más fácilmente, ofendida, por
una palabra fría o demasiado fuerte. Los maridos deben tomar en
consideración esta delicadeza; deben soportar y sostener esta debilidad, tener
paciencia sin que jamás la aspereza se manifieste en contra de la que es su
compañera. Tiene en su tarea, a menudo difícil, la necesidad de estímulo y
ternura. ¿Quién lo tiene más que Cristo hacia la Iglesia? Así, «cada marido
debe amar a su propia mujer como a si mismo» (Efesios 5: 28) prodigándole
sus tiernos cuidados, afectuosos y delicados que la alegrarán.
En cuanto a la mujer, se le pide sumisión, siendo su modelo la sumisión de la
Iglesia a su Señor. Pero esta sumisión no es la del esclavo. Aunque no se le
dice a las mujeres que amen a sus maridos, esto va por si solo; está en su
naturaleza amar, y por otra parte el amor es el resorte de toda la vida cristiana.
Su sumisión, será entonces voluntaria y feliz que nace del amor. El amor le
deja ver lo fácil que es complacer a su marido en lo que le pide; hasta va a la
delantera en sus deseos; su felicidad es procurar aliviarle su tarea, a menudo
pesada, por su devoción y diligencia le ahorra toda preocupación. Con
discreción, entra en lo que puede turbar a su marido, y procura llevar la carga
con él. No olvida que si hombre es la cabeza de la mujer, ella queda en lo que
Dios la hizo en el principio: « una ayuda idónea » (o que le corresponde ;)
capaz de comprender sus penas, de llevar con él el peso de las
preocupaciones, de ayudarle así por su cariño, sus consuelos, y a menudo
también por sus consejos (Génesis 21: 12).
Una confianza total entre los esposos
La confianza mutua, plena y total, debe existir entre los esposos. ¿Cristo no le
comenta sus secretos a la Iglesia, su Esposa, y la Iglesia no derrama sus
pensamientos en el corazón de Su celestial Esposo? Así debe ser en el
matrimonio.
«No son ya más dos, sino uno», dice el Señor; el amor los une, ¿cómo puede
haber secretos entre ellos? Por miedo de perturbar a la que el ama, el marido
podría temer contarle lo que le agobia y estremece, si en su profesión o sus
relaciones externas, encuentra dificultades. De su parte esto sería un amor mal
entendido. Mostraría con esto que poco conoce el corazón de su compañera.
La ternura eficaz de ella presentirá sin dificultad que hay una nube sobre el
horizonte de su marido. ¿Por qué escondérselo? ¿No sabe que, en esta senda
en la cual entraron juntos, necesariamente se encuentra la prueba? ¿Y no son
uno para compartirla?
Si la sumisión de la mujer le impide presionar a su marido para que le diga la
causa de lo que leyó en su frente, si no le dice lo que le preocupa, sufrirá
mucho, y el, llevando solo su carga, sentirá tanto peso, y no podrá demostrarlo
al interior de su casa.
« Maridos, amad a vuestras mujeres » (Colosenses 3: 19); sabemos que
amarlas es tener confianza en ellas. Por muy doloroso que sea lo que le
tendremos que decirle a nuestra esposa, ella estará feliz de compartirlo con
nosotros, y así estaremos aliviados.
Sucede frecuentemente, aunque sea más débil que su marido en muchas
cosas, la mujer ha recibido de Dios una medida mayor de fe y confianza en Él.
Habiendo aprendido a conocerle más íntimamente en su posición más humilde
y más sufriente, su fe, en la hora de la prueba, sostendrá a su marido: le será
una ayuda; pero, para esto, necesita saber cual es la prueba por la que pasa su
marido. El hombre más enérgico, acostumbrado al trabajo y a la lucha, se deja
a menudo abatir más rápidamente, la mujer cariñosa, piadosa y sumisa, confía
en Dios, que le sostiene.
La mujer no temerá decirle todo a aquel que ama; sus preocupaciones y sus
penas serán de otra naturaleza, sin duda, ¿pero a quién se los dirá, si no a su
marido? Debe ser su confidente. ¡Qué haya entonces entre nosotros, jóvenes
esposos, una total comunión de pensamientos! Qué uno no se reserve ninguna
cosa, qué querría esconder al otro. Sin duda, hace falta que haya una
delicadeza, una dulzura, un discernimiento y un propósito; pero efectuemos
que somos uno; abramos nuestros corazones y nuestros pensamientos el uno
al otro; jamás dejemos que ninguna barrera se levante entre nosotros; si hay
una nube, cualquier malentendido, expliquémoslo sin tardar.
Observemos esta expresión de exhortación que Pedro da a los esposos: « para
que vuestras oraciones no tengan estorbo» (1ª Pedro 3: 7). Luego las
oraciones forman parte de la vida común de los esposos, y hay que vigilar para
que nada venga a interrumpirlas. El apóstol mismo le recomienda al marido
tratar a su mujer (como un “vaso más frágil”) con honor, y conducirse con ella
con total delicadeza, con respeto, colocándola sobre el mismo nivel que él,
como heredera también de la gracia, de la vida eterna.
Encontramos a veces a hombres del mundo que tienen para con la mujer una
deferencia singular, la tratan con respecto y demuestran una gran delicadeza
de sentimientos. ¡Con cuanta razón y más fuerte debe encontrarse esto en
casa de los cristianos!, ¿y no sería vergonzoso que en lugar de darles dignidad,
dejen a la mujer en un estado de inferioridad? Por otra parte, ¿es demostrarle
esta dignidad al creer que la mujer es incapaz de compartir los pensamientos,
las preocupaciones y las penas del hombre, y entrar en su vida? ¿No ha dicho
Dios « le haré una ayuda idónea»? Si no mantenemos este clima de confianza
con ella, ¿cómo serán nuestras oraciones, que deben ser, el efecto de la
comunión? Para orar juntos, hay que tener los mismos pensamientos, hay que
entrar en las necesidades el uno del otro, con el fin de decirle juntos a Dios lo
que se tiene en el corazón.
¿Y si algún desacuerdo sobrevino, cómo será disipado? ¿No será confesando
y orando juntos? Si guardamos el tema del desacuerdo, nuestras oraciones
serán interrumpidas, y la brecha se extenderá. ¿Si hubo daños, posiblemente
peleas, cómo será restablecida la paz? ¿No es orando y confesando el asunto
juntos? Aun sin esto, nuestras oraciones serán interrumpidas, porque para orar
juntos, hace falta que haya comunión, y para la comunión, hacen falta
corazones que no escondan nada.
Vivamos pues, queridos amigos, en una confianza mutua y total, bajo la mirada
de Dios, en su paz, con oraciones y acciones de gracias.
Un nuevo hogar donde se manifiesta la vida de Cristo
« Dejará el hombre a su padre y a su madre, y se unirá a su mujer, y serán una
sola carne (Génesis.2: 24). Un nuevo hogar se ha formado para ambos. El
hombre, ha dejado una posición de dependencia, llega a ser cabeza y revestido
de autoridad.
¿Esto quiere decir que los antiguos afectos que los unían como hijos a los
padres serán quebrantados o debilitados? Lejos de eso, subsisten, y a
menudo, para la joven esposa sobre todo, incluso parecen haber adquirido una
nueva fuerza, una intensidad que jamás había conocido antes.
¿Habrá, a causa de esto, celos en el corazón del uno o del otro? ¿El marido lo
sentirá viendo a su joven esposa tener su corazón fuertemente atado a sus
ancianos padres, a sus hermanos y hermanas, a la familia donde pasó sus
años jóvenes y felices? ¿La verá con disgusto buscar aun los cuidados y los
consejos maternales? ¿Pensará que le ama menos? Y ella, por su parte, ¿no
experimentará dolor en su corazón viendo a su marido volver voluntariamente
sus pasos hacia la antigua morada paterna? ¿Pensará que se ha colocado
indiferente? ¡No!; ¿no son un solo corazón?; ¿no cuentan el uno del otro? ¿No
los anima el mismo pensamiento? ¿Querrán confinarse en este círculo
estrecho de los dos solamente? Sería un tipo de egoísmo. El amor verdadero
no conoce el egoísmo; al contrario, es amplio. ¿La familia de uno no se hizo
familia de la otra? Aquellos a los que ama serán los objetos del cariño del otro.
Una de las familias adquirió a un hijo, el otro una hija; el círculo para amar, se
aumentó; amando juntos en una comunión feliz de corazón, los celos serán
dejados fuera.
El marido comprenderá que su joven mujer necesita a su madre, y a su vez,
que su corazón queda aun atado al padre que la cuidó y amó ; en absoluto
estará inquieto; entrará en los mismos sentimientos, y será una de las
aplicaciones de esta palabra « Maridos, amad a vuestras mujeres »
La mujer de vuelta, estará feliz de ver a su marido que continúa demostrándole
cariño a su familia, amando a sus hermanos y hermanas con un afecto que ella
misma compartirá.
Los celos ponen una sombra inevitable sobre las relaciones de los esposos;
manifiesta desconfianza; se actúa contrariamente al amor. Guardémonos,
queridos amigos, que los celos entren a nuestros corazones.
La Palabra divina, tan rica, tan plena y completa, no da solamente preceptos:
nos presenta también ejemplos como la aplicación de estas normas.
Recordemos brevemente algunos. Sara es mostrada para las esposas como el
modelo de sumisión de santidad y de esperanza en Dios, (Génesis 18: 6-8;
Hebreos 11: 11). En Elcana, vemos para los maridos un ejemplo de dar cariño.
Persuade a Ana que vale mas que diez hijos, cuanto mas grande es su amor
para ella, mas atentos son sus cuidados para consolarla y sostenerla (1ª
Samuel 1: 8).
El comienzo del evangelio de Lucas describe el carácter de Zacarías y Elizabet
« Ambos eran justos delante de Dios, y andaban irreprensibles en todos los
mandamientos y ordenanzas del Señor » (Lucas 1: 6). Tenían edad, sin duda,
pero como lo eran en su vejez, lo habían sido en su juventud, y es bueno entrar
temprano en las sendas de la justicia práctica. ¿No es por otra parte lo que
debe caracterizar al cristiano? « Si sabéis que Él es justo (Cristo), sabed
también que todo el que hace justicia es nacido de Él (1ª Juan 2: 29). El gran
Pastor nos conduce « por sendas de justicia por amor de su nombre » (Salmo
23: 3). Por lo tanto tenemos, jóvenes amigos, que manifestar este carácter de
justicia en todas nuestras relaciones; es uno de los caracteres de la vida de
Cristo, y esto debe realizarse delante de Dios, que sondea hasta los dobleces
más secretos del corazón.
¿Pero cómo ser justos así? Solo tomando la palabra de Dios, por guía, por luz.
y doctor. Zacarías y Elizabet eran justos delante de Dios, caminando en todos
los mandamientos y en todas las ordenanzas del Señor. La Palabra, tal como la
tenían, tenía plena autoridad sobre sus almas, y aplicándola eran justos delante
de Dios. Que sea lo mismo para nosotros, jóvenes esposos. Qué la Palabra de
Dios tenga en nuestro hogar, su autoridad sobre nuestros corazones. Qué
ajuste y dirija nuestros pasos totalmente. Esforcémonos en conocer a través de
ella la voluntad del Señor, con el fin de ser agradables para Él en todos los
conceptos, llevando fruto en toda buena obra.
¡Cuán dulce es la asociación de dos corazones deseosos de cumplir la
voluntad de Dios sin reproche! El conocimiento de la Palabra, la sumisión a su
autoridad los guiarán en el cumplimiento de sus deberes del uno hacia el otro.
¡Qué estímulo encontraremos al estudiar juntos la Palabra! ¡Como aprendemos
estando juntos! Hay un estímulo santo que hay que saber y que hay que
practicar.
Una atmósfera de paz envolverá así nuestro hogar, y nuestra vida, santa y
justa, será un testimonio para todos los que entran bajo nuestro techo, así
como la gente que nos rodea.
Esforcémonos, desde el comienzo de nuestra unión, en caminar como estos
dos santos que pertenecían a la antigua dispensación. Sabemos más que ellos,
tenemos más responsabilidad. Qué la vida de Cristo se manifieste en nuestro
hogar.
Acordémonos que hemos sido rescatados para vivir sobria, justa y
piadosamente, esperando la esperanza bienaventurada y la aparición de la
gloria de nuestro gran Dios y Salvador Jesús Cristo (Tito 2: 12-13).
El carácter de devoción para los santos y para la Asamblea es dado por el
ejemplo de Aquila y Priscila. No eran personas de una condición elevada;
trabajaban con sus manos para ganarse el pan. Pero sus ocupaciones
temporales no los absorbían hasta el punto de impedirles trabajar para el
Señor. Lo que concernía a Cristo se trasmitía en ellos, y así debería trasmitirse
en nosotros, en primer lugar. Fabricando tiendas, encontraban el tiempo de
instruir a Apolos y probablemente a otros (Hechos 18: 2-3, 26). Recibían a los
siervos de Dios, tales como Pablo, y exponían su vida por ellos; reunían a los
santos en su casa (Romanos 16: 4-5; 2ª Corintios 16: 19). Tal era su actividad
afuera, sostenida sin duda por su vida interior, porque si ésta no hubiera sido
verdaderamente cristiana, ¿habría podido Pablo quedarse allí, e igualmente ser
tan unido a ellos?
¿Saliendo del círculo limitado de la vida doméstica, no tendremos, queridos
amigos, la ocasión de estar consagrados para la asamblea, acogiendo a los
siervos del Señor, visitando a los enfermos y a los afligidos de los santos? Sin
duda, en el servicio, cada uno tiene su medida; ¿pero que privilegio no es
poder dar, tan sólo un vaso de agua a uno de los pequeños, en calidad de
discípulo, y por el amor de Cristo? (Mateo 10: 42)
¿Cómo se puede realizar tal vida? Esto no puede ser viendo estos deberes y
obligaciones como una regla impuesta. No estamos bajo la ley. El móvil de tal
vida que le agrada al Señor, el único móvil, es el amor. No con el amor que
naturalmente está en nuestros corazones; —que ¡ por desgracia! en el fondo
somos tan egoístas; — sino con el amor que emana de su fuente divina, es
decir de Cristo. ¿Y que hace falta para esto? Qué Cristo se haga nuestro
huésped, qué sea recibido en nuestros corazones y en nuestro hogar. El se
dignó unirse a la fiesta de las bodas y contribuyó a la alegría de esa fiesta,
figura de una fiesta más excelente en el siglo venidero (Juan 2: 1). No hay duda
que Su presencia, produciéndole gozo, mantenía allí la santidad. Que sea así
en nuestra casa. Jesús deseaba mucho, con el corazón lleno de su santo amor,
entrar y sentarse entre sus amigos Marta, María y Lázaro (Lucas 10:38-39;
Juan 12:1-3) ¡Qué paz, qué luz, qué consuelo aportaba su presencia en este
círculo íntimo! El amor, desbordante de su corazón, se difundía en sus
huéspedes. María, sentada a sus pies, escuchaba su palabra o bien adoraba.
Marta, aunque afanada en sus preocupaciones, servía a su Señor con un
corazón alegre. Lázaro, el muerto vuelto a la vida, estaba sentado a la mesa
con Jesús y probaba la dulzura de su comunión. Jesús estaba allí, el huésped
divino, y su presencia santa y bendita bastaba para el corazón, y hacía, de la
morada humilde de Betania, un paraíso sobre la tierra.
Qué Jesús sea así el huésped de nuestro hogar. ¡Jamás se negará ser recibido
allí! Un tercio de los hogares, y sobre todo los hogares jóvenes, es muchas
veces importuno entre ellos. Hasta su presencia les incomoda. Pero el Señor,
testigo visible solamente con los ojos del corazón, será el verdadero lazo de
amor, la conservación de la paz y de la alegría; será el Consolador en la
prueba, el Consejero en los momentos difíciles, El poder para caminar, El
consuelo en la tormenta. « ¿Sus delicias no son con los hijos de los
hombres?» (Proverbios 8: 31).
Estará allí espiritualmente, cerca de nosotros. El ama a los que le buscan, hace
entrar a su casa a ambos discípulos de Juan para conversar cosas celestiales
con ellos. (Juan 1: 40). Se coloca en medio de los discípulos en Emaus y hace
arder sus corazones de su amor (Lucas 24: 28-32). Desea desde ahora entrar
en tu hogar y permanecer allí (Juan 14: 23). Acojámosle, queridos amigos, y
ocupémonos que nada lo entristezca, que ninguna nube se interponga entre
nosotros y Él. « Yo estoy con vosotros », dice, « todos los días, hasta el
fin» (Mateo 28: 20).
Que nuestra vida pueda pasar así en la presencia del Padre y del Hijo, en su
comunión bendita, realizando esta palabra: « si alguno oye mi voz y abre la
puerta, entraré a él, y cenaré con él, y él conmigo » " (Apocalipsis 3: 20). ¡Y
qué bendición del Señor que nos acompañe en todos nuestros caminos!